Etiqueta Negra - 64

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acalorados, «es un trofeo de guerra», dicen, «es un símbolo de su soberbia», «es un buque peruano». Se pide la devolución del Huáscar con la misma obstinación con la que nos acercamos a una sección de «objetos perdidos». Allí murió Grau, y la devolución del Huáscar sería, dicen algunos, «un imperativo moral», una forma de curar heridas. Chile, devuélvenos el Huáscar. Devuélvenos los libros de la Biblioteca Nacional del Perú, saqueos, incendios, dicen, y los leones de la avenida Providencia, en Santiago, también son peruanos, y la Pila de Ganso, esa estatua de la alameda Bernardo O’Higgins, y los adornos del cerro Santa Lucía, y muchos monumentos de Valparaíso, devuélvenos, etcétera. La guerra con Chile nos mató. «Se llevaron cuanto hay –dijo Francisco Miró Quesada en El ComErCio de Lima–. El paseo Colón estaba lleno de leones, se los llevaron. Fue terrible». Pero siempre hay dos versiones, ya se sabe, y a mí me toca ser imparcial: en el Huáscar murió Prat, su monolito de bronce, el combate de Iquique, y la corneta que toca silencio, en este instante, en homenaje a todo eso. –Yo no se lo devolvería a nadie –me había dicho el ex publicista chileno Jorge Figueroa–, el Huáscar es un barco maravilloso, elegante, finísimo, no es un trofeo de guerra sino un santuario. Hay chilenos que pensaron distinto. Era 1968 y al senador Tomás Pablo Elorza se le ocurrió decir que su país, Chile, en un gesto de hermandad debería devolver el Huáscar al Perú. Indignación. Cómo se le pudo ocurrir eso. Pablo Elorza sí se hundió, políticamente, y El senador que quiso devolver el Huáscar fue su largo sobrenombre desde ese momento. «No lo eligieron nunca más nunca», me dijo en Viña del Mar el edecán de Pinochet. El psicólogo chileno Jaime Collyer escribe en una página de opinión del diario Últimas NotiCias, de Chile: «Esa reliquia oxidada a ras de agua, proveniente de una contienda infame con nuestros vecinos». Un doctor en derecho, de Chile, pide devolver el Huáscar y reemplazar el 21 de mayo «por su carácter militarista y triunfalista», y el escritor chileno Pablo Huneeus escribe en un libro: «Hace muchas décadas que [el Huáscar] se encuentra inactivo en Talcahuano, cumpliendo funciones de reliquia [...]. Visitarlo es una decepción. Luego de los trámites y controles propios del ingreso a una Base Naval, uno se encuentra ante un pontón de fierro, sin la gracia de los veleros antiguos». Existe un Comité Chileno por la

Devolución del Huáscar al Perú, y todo bien, salvo que estos ejemplos son aislados, peticiones imposibles, manotazos de ahogado. –Los peruanos consideran al Huáscar como peruano –me dijo el nacionalistísimo Sergio Villalobos–, pero también fue chileno y es parte de nuestra gloria nacional. El Huáscar, incluso, peleó en la guerra contra el Perú, a favor de Chile. Fue peruano quince años. Angamos, 8-X-1879. Granadas, disparos, cañonazos, muere Grau, se crea un héroe, cadáveres y cuerpos mutilados por todas partes, y los sobrevivientes del Huáscar quisieron hundirlo antes de que lo tome el enemigo. No pudieron, obvio, el Huáscar está aquí, en Talcahuano, ciento veintiocho años después porque los chilenos llegaron a tiempo. –Corneta, toque romper el fuego –grita alguien, y el mismo marinero de antes hace sonar la corneta en toda la bahía. Se escucha un disparo. Luego otro, y otro. –¿Por qué los disparos? –le pregunto a un marinero que tengo al lado. Nadie habla, hay una inmovilidad absoluta, hay un minuto de silencio y mi pregunta suena como un lunar en la cara. –Es el momento en que murió Prat –me dice, incómodo, el marinero. Semanas después, el historiador peruano Joseph Dager, en su oficina azul de la Universidad Católica de Lima, un estante con unos cuantos libros, Qué Es la historia, dice un título, camisa verde, dice que no tiene mucho sentido que el Perú pida la devolución del Huáscar. «Fue importante para el Perú y hoy es un museo en Chile que para mi gusto es un poco destemplado, descomedido. Podría ser un poco menos pedante en recrear el triunfo». Claro, luego Dager se da cuenta de que puede estar hablando desde la derrota (yo también). «Para ellos es una forma de crear identidad», da el tiro de gracia Joseph Dager. Un ejército jamás vencido y un buque para demostrarlo. ¿Qué hubiese pasado si el Perú ganaba esa guerra? ¿Acaso no sería todo al revés? Los chilenos organizan una lectura de poesía a bordo del Huáscar entre poetas de ambos países, marzo, 2007, y Rocío Silva Santisteban, poetisa peruana, no quiso ir por tratarse de «un espacio simbólicamente denso –opinó–, un lugar donde la herida de nuestra nación sigue palpitando». –Es indigno pedir el Huáscar –me diría también el contralmirante Fernando Casaretto, en su oficina del Museo Naval–. Es un trofeo de guerra que ellos ganaron, yo no lo podría aceptar, tendría que hundirlo. Pero son casos aislados, las mismas peticiones imposibles desde el otro bando. Chile, devuélvenos el Huáscar. Es la única verdad. A veces los complejos de la historia son inmensos y hasta Alan García, el presidente del Perú, ha dicho que no descarta que la repatriación del Huáscar pueda darse «en algún momento». ¿Qué hubiese pasado si el Perú ganaba la guerra? La improbabilidad de cambiar ese pasado hace


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