Espora

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Carta editorial

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Hablar de Shakespeare y Cervantes no es una cuestión fácil, son nombres con peso y dimensión propia. De ellos se ha dicho mucho, todo y al mismo tiempo no lo suficiente. Debido a lo anterior para esta edición especial de espora hemos decidido hacer una recopilación de lo que otros escritores tienen que decir y hacer con la obra de estas dos grandes figuras de la literatura. El valor de Shakespeare y Cervantes reside en gran parte en su habilidad de hablar y hacernos reflexionar en temas que tienen vigencia aún hoy; aunado a esto, no es ningún secreto que aún hoy, estos dos autores tienen una gran influencia no sólo los círculos que los estudian sino incluso en nuestra vida cotidiana Esperamos que los textos seleccionados para este número de espora permitan a nuestros lectores encontrar nuevas aristas para pensar en Shakespeare y Cervantes en el marco de sus 400 años no sólo de muerte, sino más bien de vida.

— Consejo Editorial

Directorio

Directores Guadalupe González Prieto Mariel Almazán Vázquez Consejo Editorial Comisión de redacción Guadalupe González Prieto Mariel Almazán Vázquez Alejandra Gutiérrez Romero Olivia Nicté Toxqui Martínez María Fernanda García Reyes Fabiola Lucía Fuentes Morales Paulina Del Castillo López Diana Gabriela Castillo Toriz

Diseño Alex Fernando Blanco Juárez Verónica Vanessa Sánchez Garza Francisco Covarrubias Álvarez Mariana Camacho Covarrubias Luis Sebastián Belmont Pérez Carolina Chávez San Pedro Georgina Morales Delgado Diego Aguirre Marín

Colaboradores NÚMERO 5

EDICIÓN ABRIL-MAYO, 2016.

Andrés González Robles Mariel Almazán Vázquez Fabiola Guillén Pérez Michelle Molina Téllez Thalía Azyadeth Osorio Rodríguez María Fernanda García Reyes


ÍNDICE 3

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Cuento: Diálogo en el Hades entre Hamlet y Don Quijote

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Poema: Penas de amor

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Ensayo: Aspectos en torno a la muerte de Don Quijote

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Cuento: Mi traición

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Poema: Plegarias no atendidas

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Ensayo: Flor de mayo: “y él no regresará”


Diálogos en el Hades

Hamlet y DonQuijote

entre

Uno caminaba sin rumbo entre los valles del Caronte,

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con un caminar privilegiado de la realeza, con las hermosas prendas de guerra con las que fue sepultado en Dinamarca, encerrado en sus pensamientos sin emitir el menor ruido, pero con un toque desinteresado, tal como si no le importara qué desgracia le espera en su destino; mientras, el otro caminaba con la torpeza de un asno, con las vestimentas de caballero que jamás pudo llenar, pero parloteando como de costumbre, gritando a los cuatro vientos acerca de sus grandes aventuras caballerescas. Al toparse ambos se examinan rápidamente, casi como si se vieran en un espejo reverso, de un lado del cristal el joven príncipe, con la belleza digna de un dios griego y del otro lado el viejo hidalgo con sus largos bigotes desalineados y su fealdad, causa de tantas desaventuras que tuvo en vida, pero afilando su espada, completamente convencido que puede hasta con Cerbero. –Miente delante de mí, ruin villano, y te atravesaré con mi espada –dice el Quijote. –¿Con quién crees que hablas, bellaco? Yo, que soy Príncipe de Dinamarca, debería llamarte a ti villano por desenfundar tu arma contra mí sin prueba alguna de mis intenciones. –¡Ha! ¿Y qué hace un príncipe de Dinamarca por los territorios de la Mancha? –Esto no es La Mancha, viejo, ¿acaso no notas qué circulo estamos rodeando? ¿A qué maldición nos han condenado? –Príncipe cobarde, mejor regrese detrás de su castillo, sé que algo malo os está rodeando por doquier. También he visto a las almas tortuosas caminando hacia la valsa de Caronte, pero sé que esto no es más que una prueba de mi valentía. –¡Qué valentía! No queda vida en nosotros, viejo miserable. Oh, gran señor, ¿por qué a mí me diste este destino, este cruel final? ¡Yo tan sólo quería darle justicia a mi padre! –Regresa por donde viniste, príncipe de Dinamarca, no tienes el estómago para la aventura que nos espera. –El más azul de los infiernos es lo único que nos espera, no pude deleitarme con la obra más bella del mundo, y lo más doloroso es que, sí, tampoco ahora– –¿Cuál es esa obra tan bella de la que hablas? –Los dos hombres, siguen su camino juntos, distrayéndose con su plática. –¡El ser humano, claro está! Sus poderes de raciocinio lo ennoblecen, sus facultades son infinitas, la forma de su cuerpo, su soltura y agilidad son dignas de admiración: su capacidad intelectual le acerca a los Ángeles, a los mismos ¡dioses! O eso creía… Pero


ahora veo la verdad, le venda se cae de mis ojos, no existe tal grandeza. Míranos, creímos que podíamos engañar a la misma muerte, pero la verdad es que no somos sino polvo en la arena. –Dad crédito a los hechos y no a las palabras, no estamos perdidos, yo nos salvaré, llegaré con quien haya hecho esto, ¡y lo enjuiciaré! No me importa que sea el mismo Satanás. Soy Don Quijote de la Mancha y junto a mi gran caballo Rocinante podemos hacer lo que sea, enfrentar a quien sea; una vez vencimos a una manada de gigantes, huyeron desparramados de miedo… –No creo ni una palabra de lo que dices, no pareces del tipo caballero, no pareces del tipo de nada. –Y tú te ves del tipo caballero, pero me haces dudar con tal actitud tan pesimista, sólo hablas de tus títulos, de tu egoísmo, pareciera que has perdido toda esperanza. –Y tú pareciera que aún tienes toda esperanza, que aún tienes fe, que aún crees en la verdad y la justicia. –Creo en ello porque aún existe. Como caballero mi deber es proteger y salvar, ser una luz ante las injusticias de este mundo. –Sois más complicado de lo que parece, tengo que admitirlo, sois más que un viejo loco. Me gustaría caminar estos últimos senderos que nos quedan conversando con usted, con alguien que parece haber vivido una vida tan diferente a la mía. –Supongo que vamos al mismo lugar pero te aseguro que este no es el último camino, bueno, no el mío. El camino que transitan es ahora más oscuro, los relámpagos caen por doquier, los gritos de las almas en pena se escuchan cada vez más fuertes, los lamentos ahora son cánticos y las plegarias que escuchan están en tantas lenguas que es imposible entenderlas todas. –¿Y dime, viejo caballero, acaso hay alguna bella doncella por la que suspires en esta o en cualquier otra vida? –Claro que sí, ¿qué clase de caballero no tiene una bella doncella a quien dedicarle sus triunfos? Ella se llama Dulcinea, la más bella de todas las damas en todo Castilla, para ella van todos mis sueños y rezos… Pero fue encantada; ocultaron su verdadera belleza, pero yo se la regresaré.

–Como yo lo veo, creo que ella es como es, pero tú no quieres aceptarlo. Te enamoraste de un ideal, no de una mujer. –¡Patrañas! Mi Dulcinea es real, y yo la salvaré. Pero creo que usted solo dice esas tonterías porque nunca se ha enamorado mas que de sí mismo. –¡Nunca diga eso! ¡Jamás repita esas palabras! Ahora, en mi momento más oscuro, veo más tinieblas que las que he visto en todo mi camino, pero sé que sentí amor por mi amada Ofelia, sé que fue real porque me enamoré de ella por quien era, no me importó que ese amor me llevara a mi fin, mientras usted la dejó porque no era quien creía. –Mi amor fue tan real como el suyo. –Entonces, dígame de ella. Dígame, ¿cuándo le escribió una carta de amor? Dígame, ¿qué hizo por ella? –Nunca tuve tiempo para ello, estaba salvándola. –Nunca sintió amor, estaba demasiado ciego para sentirlo, ese falso júbilo que lo rodea, caballero, no es más que miedo, miedo a sentir, miedo a vivir. –Tengo que darle este debate a usted, príncipe, pero dígame, si tanto amó ¿que le pasó a esa tal Ofelia? ¿Por qué no camina junto a usted en estos difíciles momentos? –¡O cruel destino que me separó de ella! Primero no podía casarme con ella por ser príncipe, luego tantas desgracias pasaron que la llevaron a la locura, tanta que acabó por quitarse la vida, todo por mi culpa, todo por mis acciones. –Es paradójico ¿no? Dices que yo siempre tuve miedo a sentir pero a ti tus sentimientos te dejaron sin amor, amaste tanto que lo destruiste. Esa es la suerte de ustedes los realistas, me han llamado loco pero si me hubiera aferrado a lo que dicen ser normal hubiera exprimido la realidad hasta matarla como tú lo hiciste con el amor. –Entiendo tu punto, quise que algo fuera tan real que maté su inocencia, su magia, y la dejé sola como un árbol seco y muerto. –Entiende mi punto, me han llamado loco, que he perdido la cabeza, hasta los que se llamaban mis amigos quemaron mis libros de caballería para que, según ellos, recupere el juicio y si es así, prefiero estar loco mil veces a vivir sin ser el Gran Quijote.

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Diálogos en el Hades entre Hamlet y Don Quijote | Andrés González Robles | Puebla, México

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–Entonces esa es la cuestión: ¡ser o no ser! ¡Soportar las flechas y los golpes de la injusta fortuna o tomar las armas y navegar en un mar de adversidades! ¡Ser feliz en lo irreal, en el no ser, o enfrentar al ser sabiendo que lo único que hay en él es desdicha y polvo! –O, joven príncipe, claro que los cuentos son mejores, claro que el Cid Ruy Díaz, Feliciano de Silva, Amadís de Gaula o Lidamarte de Armenia, todos ellos tan virtuosos, siempre abantes defendiendo lo justo y puro, mientras que yo no he conseguido mas que desaventuras, calamidades y burlas de aquellos que deberían darme las gracias. –Cómo se contradice, caballero; ahora puedo verlo bajo otra luz, más como hombre y menos como un personaje gracioso. Pero puedo entenderlo, la locura también ha sido recurrente en mi vida, creo que fingí tanto tiempo estar loco, tanto que ahora desearía estarlo pero siempre he estado malditamente cuerdo, siempre pude ver mi venganza, siempre pude orquestarla desde las sombras. –Me habláis de venganza como si yo fuera un bellaco, como caballero protejo la verdad, la bondad y tengo que oponerme a sus actos. La venganza no puede llevar mas que a la tumba.

–Y la verdad también, mire dónde está: me habla de ideales puros, de bondad en este mundo pero camina los mismos senderos que yo. Mi oscuridad resultó ser del mismo tronco que su luz, si yo estoy ciego por las sombras, usted por la luz. –El camino no ha terminado, aún queda una batalla que pelear y mi verdad será la que me hará victorioso ante los ojos de Dios. –Entonces pronto sabremos lo que Dios tiene en su regazo para nuestras almas: si valora mi pelea contra la cruda realidad que acabó por convertirme en mi propio mártir o la aventura fantástica y falsa que ha hecho de su vida. –Cual decida el gran Señor en toda su gracia será la causa de la vida, ¿qué tanto pecado es la locura cuando la realidad es tan horripilante? Si el Señor es tan sólo un juez sin piedad, como lo eran los Dioses Griegos, valorarán su lucha, príncipe, pero si es el Dios que creemos, si es un ser misericordioso y lleno de luz, valorará mi travesía. El camino se reduce más, el gran barco que tarde o temprano llevará a todos los hombres ya está frente a ellos, tan real como fue el cráneo de Yorik en las manos del príncipe y tan falso como fueron los gigantes


con lo que peleó el caballero. –¡Vaya pequeña balsa! –¡Ciego caballero! Es el barco más grande que haya existido. –Es apenas una pequeña canoa, y qué insignificante es aquel que rema el barco. –Ese que rema es Caronte, uno de los dioses del inframundo. Podría despedazarte de un golpe. ¡Cómo sigues aferrándote a tales tonterías! ¡Cómo sigues creyendo que existe un camino después de este! ¡Por favor enséñame cómo ser sordo y mudo para poder salir de este mundo y evitar el cruel destino! –¡El destino no se evita, príncipe cobarde! ¡Te dije que te quedes lejos porque sólo estorbarías en mi travesía! No crees que el que no puede ver las cosas claras eres tú, tal vez tu ímpetu por no creer en nada te hace ver monstruos y sombras por doquier. –¡Yo veo la verdad! –¿No crees que yo puedo ver mi verdad? ¿No crees, acaso, que hay más que lo frívolo? Pudiera ver un mundo sin un fin pero ¿qué pasaría si ese es sólo el principio de todo? Lo que para ti es el fin para mí es un nuevo comienzo. Las sombras arrastran a las personas frente a ellos ante la mirada del Rey Minos, juez del inframundo, quien mide los pecados de todo aquel que llega a su corte, decidiendo si su destino es sufrir el fuego eterno hasta escuchar las trompetas de los ángeles o si es descansar al lado del Señor, siendo aceptado por San Pedro. A su alrededor ambos hombres ven pasar su vida frente a sus ojos, ven sus ambiciones, sus logros, y sobre todo, sus innumerables decepciones. –Ni puedo engañar a la misma muerte ni, con toda mi astucia, puedo sobrepasar los dominios de Dios –comenta Hamlet. –Dios nos ha traído para desafiar nuestras propias expectativas. Ahora que todos mis recuerdos regresan a mi mente veo que no soy un caballero… Nunca lo fui, recuerdo el regreso a mi aldea, y puedo recordar la cordura regresando a mí. –Entonces yo gano, caballero; entonces mi visión del ser es por la que nos juzgarán – Don Quijote ve el suelo, como si estuviera derrotado. Pero antes de pasar frente a Minos, vuelve a levantar el rostro y sonreír. –Soy Alonso Quijano, ese es mi verdadero nombre. Pero también soy el Quijote, no soy un caballero por espada y escudo, soy un caballero por defender sus ideales, soy un caballero porque, aunque morí de pena y sin gloria, no dejo de creer en lo que creí en vida. –Date a explicar. –Dejé de creer que soy un caballero pero no en lo que defiende un caballero. ¡Este es el momento en que puedo objetarlo, en que puedo ver a la muerte y no temerle! –ríe el hidalgo sin parar, mientras el príncipe de Dinamarca tan sólo observa con frialdad. –Pues es hora de nuestros juicios, es hora de saber quién fue el hombre correcto y quién vivió bajo delirios de su propio ego. –Al final de todo, mi amigo, creo que nuestras almas no se olvidarán, creo que al final todos tendrán que discutirnos al preguntarse la razón de su propio ser –el golpe de Minos separa el camino de los dos hombres señalando su destino enigmático. Tan bipolares entre ellos, viendo la verdad ante sus ojos, uno se desploma viendo todo lo que creía desmoronarse y el otro puede ver ante sus ojos a su musa esperándolo en lo más alto de la gracia de Dios.

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Penas de amor 8

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! como dijo Romeo, como exclamó Julieta. ¡Ay de mí! Corazón entristecido: que aprendió a amar y enamorarse con la fuerza de mil guerreros.

¡Ay de mí! Imaginación pueril: que creyó que un “me gustas” y “te extraño” podían pintar la Tierra de rosa en un segundo. ¡Ay de mí! Espíritu Gitano: que busca nuevos amores sabiendo que todo es en vano porque estoy aferrada a tu amor,

A ti.

¡Ay de mí! ¡Ay de todos los amores! ¡Ay de los corazones en pena! que marchan, sin encontrar en el mundo ese amor que les llore tal como ellos lo hacen a diario. Mariel Almazán Vázquez | Veracruz, México | @Marii_Av


Autor: Fabiola Guillén Pérez | Pseudónimo: Fabiola Guillén | Lugar de residencia: Puebla, México Red Social: FB: Faby Guillén

l último capítulo de la Segunda Parte de Don Quijote habla “De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte”. Sin duda, las publicaciones que se han hecho al respecto de dicho capítulo son numerosas, abarcando cuestiones como si don Quijote muere loco, o muere cuerdo; si su muerte es parte de una imitación, representación o performance, como lo fueron sus aventuras de caballero andante; si el decaimiento de don Quijote está relacionado directamente con el de Cervantes, etc. Basándome en autores como A. G. Lo Ré y Margarit Frenk, entre otros, pretendo plantear mi lectura de la muerte de don Quijote. Para comenzar quisiera hacer un breve resumen sobre ciertos aspectos que a mi parecer son de importancia para el tema. En primer lugar, pienso que es importante mencionar un artículo de A. G. Lo Ré intitulado The Three Deaths of Don Quixote: Comments in Favor of the Romantic Critical Approach, en el cual se revisan tres momentos donde se menciona la muerte de don Quijote: en 1, LII, en la que el narrador da cuenta de una caja de plomo que contenía pergaminos que daban noticia de la sepultura de don Quijote, así como los epitafios que se encontraron en su tumba (Cervantes 529); al principio de 2, XXIV, donde Cide Hamete dice

que “se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retractó de ella (de la aventura de la cueva de Montesinos) y dijo que él la había inventado” (Cervantes 734, énfasis mío); la tercera es en 2, LXXIV, el ya mencionado último capítulo de la Segunda Parte. Varios autores han señalado que la muerte de don Quijote podría tener una relación con el sentir del propio Cervantes. Lo Ré resalta que don Quijote comienza a transformarse a partir de 2, LVII, coincidiendo con el momento en el que apareció la versión de El Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda y el tiempo que le pudo haber tomado a Cervantes leerla; para Lo Ré, Cervantes pudo haberse sentido insultado pues su personaje no solamente había sido plagiado, sino además transformado y distorsionado. De ahí que Cervantes tuviera la necesidad de terminar su obra lo más pronto posible, haciendo algunos cambios en ella, siendo el más importante de ellos la propia muerte de don Quijote. Francisco Layna Ranz dice que no es solamente el hecho de impedir que se continúe escribiendo sobre don Quijote lo que mueve a Cervantes a terminar su obra con la muerte de su personaje, pues en momentos anteriores a la aparición de la versión de Avellaneda ya se había hablado de la muerte de don Quijote. Más importante que la muerte sería, tal vez, observar las condiciones y la forma en la que muere el personaje.

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Luís Peñalver Alhambra habla de una desquijotización, y yo resaltaría dos aspectos sobre los que han escrito varios autores: la recuperación del juicio de don Quijote y su cambio de nombre, de los que se habla en 2, LXXIV al momento de su enfermedad y muerte. Lo Ré menciona que Cervantes comienza a preparar al lector para la recuperación de don Quijote, pues dice que en 2, LXXI, don Quijote toma un mesón por tal “y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos, y puente levadizo, que después que le vencieron con más juicio en todas las cosas discurría” (Cervantes 1087). A su vez resalta que a pesar de la insistencia de Cervantes en decir que su personaje está recobrando el juicio, el lector no puede ver muchos indicios de lo mismo. Otros autores han señalado que en realidad don Quijote no recupera el juicio. Por su parte, Margarit Frenk, en un ensayo intitulado Don Quijote ¿muere cuerdo?, dice que la opinión universal es que sí, que muere cuerdo pero, a diferencia de Lo Ré, afirma que antes del último capítulo no hay indicios de ese cambio en don Quijote. De acuerdo con Frenk solo para el lector de la época pudiera ser una señal de dicho cambio la fiebre y el sueño de don Quijote en 2, LXXIV, y hace alusión a una nota de Francisco Rico que dice que esas eran señales de la recuperación de la salud mental. Y cuando despierta, don Quijote declara tener el “juicio ya libre”, niega ser don Quijote de la Mancha, y afirma ser ahora Alonso Quijano (Cervantes 1100). Pero Frenk también menciona algunos aspectos que contradicen esa recuperación, por ejemplo, cuando don Quijote le dice a Sancho “y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de

un reino, se la diera” (Cervantes 1102), lo cual desde luego parece una promesa “hiperbólica y absurda” como las del don Quijote loco (Frenk 78); o cuando declara: “Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje” (Cervantes 1100), refiriéndose a esos personajes como “seres de carne y hueso” (Frenk 80).

Finalmente, la autora concluye diciendo que Cervantes “quiso dejar abiertas ambas posibilidades. (Frenk 86) Ahora bien, otro punto importante sobre la muerte de don Quijote es lo que autores dicen: que no se muere, sino que se deja morir. Eso se vincula con la discusión sobre la recuperación del juicio de don Quijote o su locura hasta la muerte. Respecto a lo anterior, me llaman la atención las palabras que Sancho Panza dice a don Quijote al verlo en cama: “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía” (1102, énfasis mío).

Resalto esto porque me parece relevante la forma en la que Sancho dice “la mayor locura”, como si subrayara sutilmente que morir también es un acto de locura en el caso de don Quijote. A mi parecer, en el contexto de don Quijote, aun cuando el personaje se declare con el juicio restaurado y haya algunos indicios de ello, aquellos otros que apuntan a lo contrario y el hecho de dejarse morir pueden significar que


don Quijote en realidad muere loco. Un aspecto más es el cambio de nombre del personaje en 2, LXXIV. En otro ensayo, Frenk dice que son pocos los autores que no han llamado “Alonso Quijano” a don Quijote. Mis observaciones al respecto concuerdan con lo que Frenk afirma: Rachel Schmidt, por ejemplo, insiste en llamar “Alonso Quijano” al personaje, como si se tratara de un retorno a ese nombre, como si ese hubiera sido su nombre antes de convertirse en don Quijote. En realidad en 1, I no se le da un nombre específico, sino que el narrador se refiere a él diciendo que “tenía el sobre nombre de «Quijada», o «Quesada», [...] aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana»” (Cervantes 28). Por lo tanto, no podría hablarse de un primer acto de transformación de Alonso Quijano en don Quijote, ni de un regreso de este último al primero. En cuanto al texto de Cervantes respecta, a lo largo de 2, LXXIV el narrador continúa llamando “don Quijote” al personaje a pesar de que este ya ha dicho −después de despertar y dando voces, como un loco− que se llama “Alonso Quijano”; los demás personajes excepto el cura también siguen llamándolo así. El cambio de nombre evidentemente está ligado al elemento de la locura de don Quijote. Lo Ré y Frenk apuntan que sus amigos al escucharlo decir que es Alonso Quijano y no don Quijote, “creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado” (Cervantes 1101), por lo que el bachiller Sansón Carrasco intenta llevar a cabo lo que hicieron anteriormente con el cuento del loco, al inicio de la Segunda Parte: hacer referencia a esas fantasías para hacerlo entrar en su locura y declarar algo que lo delate. Así

pues, lo que el bachiller le dice es lo siguiente: “¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso?” (Cervantes 1101). Nótese que se sigue refiriendo a él como don Quijote. Y aunque don Quijote no responde como lo hizo al principio, no es motivo suficiente para pensar que está cuerdo. Ya he mencionado con anterioridad que Lo Ré habla de una muerte en la que Cervantes probablemente consideraba hacer que don Quijote confesara que solamente había estado imitando a un caballero andante; así mismo, este autor menciona a Tirante el Blanco. Sobre dicho personaje se ha hecho mención en 1, VI cuando el cura y el barbero escudriñan la biblioteca de don Quijote, diciendo que en ese libro “comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas que de todos los demás libros de este género carecen” (Cervantes 66).

Esto es relevante porque aun cuando parece que don Quijote tiene una muerte “buena” o “doméstica”, como la de la gente de su época, también puede ser la imitación de la muerte de Tirante el Blanco, como algunos autores han señalado. Schmidt y Jordi Aladro, por otro lado, se refieren a una misma cita del texto de Cervantes: “Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco” (Cervantes 1100). Schmidt resalta que don Quijote concibe y representa su muerte como un performance con el objetivo de cambiar su reputación de loco, pero que no

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es más que una representación de una muerte cristiana cuya actuación es exitosa. Aladro, por su parte, pone en cursivas “querría hacerla de tal modo que diese a entender”, resaltando el hecho de que parece como si la muerte se tratara de un acto voluntario, consciente y planeado por parte de don Quijote, idea que otros autores sostienen, y con la que concuerdo. Son varios los autores que sostienen que a quien don Quijote imita en su muerte es a Tirante el Blanco, el único personaje dentro de la literatura caballeresca a quien don Quijote podría parecerse en su muerte. Poco podría añadir a lo que han dicho los autores mencionados, y solamente me restaría plantear mi lectura de la muerte del personaje retomando algunos aspectos. La versión de que hay una relación entre el sentir de Cervantes después de la aparición del apócrifo de Avellaneda y los cambios que se observan en don Quijote no me parece descabellada; considero particularmente relevante 2, LXIV, “Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido” (Cervantes 1044), ya que es en este mismo donde el Caballero de la Blanca Luna lo vence. Este importante y sumamente emotivo episodio, aunque breve, marca a mi parecer el inicio de la muerte de don Quijote. Me explico: una vez que este quedó tendido en el suelo tras la batalla, el narrador dice que “don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo”, etc. (Cervantes 1047, énfasis mío).

A partir de este punto empieza, a mi parecer,

el cambio de don Quijote: después de ese momento ya no hay retorno, el personaje va a ir decayendo hasta la muerte. Es después de la derrota que Quijote pierde su razón de ser: el Caballero de la Blanca Luna le había dicho que si lo vencía, debía retirarse a su lugar por tiempo de un año, o hasta que el de la Blanca Luna le mandase (Cervantes 1045, 1047). Durante ese periodo, el personaje ya no puede ser don Quijote. Me da la impresión de que por esa pérdida de identidad busca convertirse en el pastor Quijótiz (Cervantes 1061), y quizás también por esa misma razón adopta el nombre de Alonso Quijano. Hasta aquí en lo que respecta a este episodio que me llama la atención particularmente. En cuanto a 2, LXXIV, “De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte”, quisiera retomar algunos de los elementos de los que ya he hablado con anterioridad. Así pues, en este capítulo se dice que Don Quijote estuvo seis días en cama por una fiebre, tiempo en el cual sus ya conocidos amigos lo visitaron varias veces, y que se llamó a un médico el cual dijo que el motivo de su padecimiento eran “melancolías y desabrimientos” (Cervantes 1099). Y después durmió por más de seis horas seguidas, al final de las cuales despertó y dio “una gran voz” para alabar a Dios y anunciar que su juicio ya era libre, que ya no era don Quijote de la Mancha sino Alonso Quijano el Bueno (Cervantes 1100), todo lo cual aún parece digno de un loco. Y aquí quisiera señalar nuevamente el hecho de que la mayor locura es dejarse morir, tal como dice Sancho Panza. Tomando esto en cuenta, su última acción, es decir, morir, también es un acto de locura. La muerte que él quiere hacer —“Yo me sien-


to, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco” (Cervantes 1100)— es a mi parecer su última representación: entra en otro personaje, es decir, ya no es don Quijote sino que ahora es Alonso Quijano (Cervantes 1100, 1103), e imita a Tirante el Blanco en una muerte buena, cristiana y doméstica, en su lecho, rodeado de sus amigos y su sobrina, dejando un testamento, declarando que es un hombre cuerdo. Finalmente, no puedo dejar de referirme al hecho que menciona Cervantes en el prólogo de la Segunda Parte, donde dice al lector: “te doy a don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios” (Cervantes 546) y al final del último capítulo de la misma, donde dice Cide Hamete al lector, haciendo referencia a Avellanda: “a quien advertirás [...] que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva” (Cervantes 1105-1106), etc.

Con lo cual retomo el hecho de que el sentir de Cervantes respecto al texto de Avellaneda pudo haber influido en su obra, como apunta Lo Ré. Los estudios que se han realizado en torno a la muerte de don Quijote son numerosos y de opiniones variadas. En este caso revisé solamente una parte de lo que hay escrito, tomando los puntos que me parece relevante tener en cuenta al momento de pensar en la muerte de

don Quijote: la relación que hay entre el sentir de Cervantes respecto al apócrifo de Avellaneda y la forma en la que esto posiblemente se ve reflejado en los cambios que presenta el personaje de don Quijote, la desquijotización, el dejarse morir del personaje por la pérdida de identidad o de la razón de ser, la discusión de si don Quijote recupera el juicio o no antes de morir con los argumentos a favor de uno u otro considerando también la ambigüedad, el repentino cambio de nombre por el de Alonso Quijano, y finalmente, la muerte como la última representación del caballero andante, siendo Tirante el Blanco el personaje al que imita en su última puesta en escena. REFERENCIAS Aladro, Jordi, “La muerte de Alonso Quijano, La última imitación de Don Quijote”, Actas XIX Asociación Cervantistas, (2005), pp. 429-439. Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Real Academia Española/Alfaguara, México, 2005. Frenk, Margarit, Cuatro ensayos sobre el Quijote, Fondo de Cultura Económica, México, 2013, pp. 52-88. Layna Ranz, Francisco, “«Todo es morir, y acabóse la obra». Las muertes de don Quijote”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, 3.2 (2010), pp. 57-82. Lo Ré, A. G. “The Three Deaths of Don Quixote: Comments in Favor of the Romantic Critical Approach”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, 9.2 (1989), pp. 21-41. Peñalver Alhambra, Luís. “Palabra y fin. Muerte y escritura en el Quijote”, Escritura e Imagen, (2006), pp. 103-120. Schmidt, Rachel, “The Performance and Hermeneutics of Death in the Last Chapter of Don Quijote”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, N° 2 (2000), pp. 101-126.

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TRAICIÓN

MI

Pseudónimo: Mich Lugar de Procedencia: Veracruz, México Red Social: Michelle Molina Téllez

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“¡Mátenlo!” gritó mi familia. Y claro, ahora yo me volví la deshonra para ellos. Ya lo veía venir. No debí meterme en esta relación. Es que no pude, no pude evitarlo, ella es mi complemento, ella es la razón por la cual sigo respirando. Ya me cansé de que todos digan que no se puede amar a alguien como yo lo hago, que no me puedo enamorar de una plebeya. Pero es imposible, uno no escoge de quién enamorarse y a mí me tocó de ella, altera mis sentidos, los reales y los imaginarios. Seguí corriendo, no sabía que podía correr tan rápido. Pero yo no tuve la culpa, con ella no tuve ningún contacto físico, ni siquiera verbal. No dice la verdad para que no la maten, y yo no quiero decirla porque prefiero que viva sin mí que vivir una o mil vidas sin ella. Corrí cada vez más rápido, ya no veía que me siguieran por el bosque. Empecé a caminar un rato en lo que recuperaba mi respiración que se encontraba agitada. Me sequé el sudor de la frente con mi mano izquierda. Se regularizó mi respiración y escuché un ruido. Reaccioné rápidamente y saqué mi espada. Vi a todos lados, pero para mi mala suerte era de noche y no se veía casi nada. En eso, salió de la nada un conejo y me relajé de inmediato. Guardé mi espada y trepé un árbol, lo bueno es que nadie más de mi familia sabe trepar árboles, entonces tenía

ventaja en ello. Subí a una rama alta de aproximadamente unos 15 metros del suelo. Antes de dormir, siempre me pongo a deambular por mis pensamientos. Si ella supiera que estoy pasando por esto ¿haría algo para protegerme? O ¿es egoísta y dejaría que me mataran? Desperté la mañana siguiente. Estaba el amanecer, bonito como ella. Antes de bajar revisé si había alguien caminando por ahí. Esperé unos minutos, pero no había nadie. Bajé con cuidado con movimientos veloces y estratégicos. Empecé a caminar y decidí buscar algo de comer, un día entero sin comer no era algo distintivo en mí. Llegué nuevamente al pueblo cubriéndome la cabeza con un manto negro que le robé a un indigente. En el primer puesto vendían pollo y pedí uno completo. Era una niña la que me atendía, así que no me reconoció. Me fui de nuevo al bosque, hice una fogata pequeña y lo calenté. En menos de una hora me comí todo. Me sorprendí de que no hubiera ningún movimiento en el bosque, ni siquiera de animales ni de viento. Estaba reposando un poco todo lo que comí yo solo. Escuché un ruido que hizo que me exaltara pero pensé que era algún conejo u otro animal. En eso alguien vestido casi igual que yo salió de un árbol, saqué mi espada y le apunté con ella. Caminaba muy lento hacia mí y no parecía que tuviera la intención de lastimarme. “Si se acerca lo mato” le dije con voz clara y con un tono un poco fuerte para causarle miedo. La persona se quedó quieta y se quitó el manto que traía, era mi hermano menor. “¿Qué hace aquí?” le pregunté con un poco de alivio pero con miedo a la vez. Se acercó rápidamente y me abrazó, “Hermano mío, tiene que irse” y me soltó “No está seguro aquí, debe irse, la familia


te está buscando y papá está furioso, sabe cómo se pone” me dijo apresuradamente. “¿Y a dónde debo ir? Se enterarán a donde vaya, me buscarán y matarán. “Hermano, usted me conoce, sabe que no le falto al respeto a las mujeres, sabe que yo no la toqué, debe creerme” le dije exaltado. “Sabe que yo le creo hermano mío, siempre lo he hecho, pero eso no es suficiente como para que papá deje de perseguirle, necesita irse ya”, suspiramos los dos al mismo tiempo. “Veré qué puedo hacer hermano”. Mi hermano solo asintió una vez, dio media vuelta y se fue. Me fui un minuto después avanzando hacia el bosque hasta una linda pradera. No me podía esconder ahí y me puse un poco nervioso pero no lo suficiente como para quitarme la vida. Creo estaba llegando a Bulgaria. Llegué de nuevo a un bosque y pasaba un río puro y cristalino. Corrí y comencé a tomar agua, estaba deliciosa y fría. Me senté un rato viendo los peces de diversos colores, brillantes y opacos. Reflexioné y me di cuenta de que es una abominación ser de la nobleza, casarte con alguien más que sea noble y no porque en verdad ames a esa persona. Volteé a ver si no había nadie pues sentí una presencia, pero era nadie. Volví la mirada al río y segundos después escuché muy cercano a mí una voz aguda y aterciopelada “¿me amas?”. Me levanté rápidamente y busqué alrededor pero no vi a nadie. Creo que estoy comenzando a alucinar. Minutos después apareció alguien que caminaba hacia mí, como mi hermano, pero era alguien con estatura más baja y su cabello caía hasta sus caderas. No me espanté esta vez, pero era una persona muy misteriosa, ¿quién será? ¿Quién es esa persona misteriosa que camina con elegancia? Se quitó el

manto y era ella, aquella plebeya de la que me enamoré con solo verla. “¿Es usted?” le pregunté un poco desconcertado. Me dijo a un metro de distancia de la cara “Así es mi amado, le he amado toda mi vida, incluso desde antes de nacer, pero no estamos hechos para terminar juntos”. “Lo sé hermosa plebeya, pero no elegimos de quién nos enamoramos” le dije tocando su mejilla rosada y delicada. “Lo sé, pero podemos elegir de quién separarnos” me dijo, aunque no entendía lo que quería expresar. “¿Sabe que me están buscando porque creen que yo la embaracé a usted?” pregunté más relajado. Ella pegó su frente con la mía y cerró los ojos acariciando mi mejilla derecha con su pulgar y solo asintió ante mi pregunta. Nos quedamos así un rato más, se me hizo eterno. Mi corazón empezaba a latir con más frecuencia, la adrenalina corría por mis venas. Acercó sus labios hacia los míos, yo con querer besarla, con ese anhelo de poder saborear su alma, me dejé…y nos besamos. Un beso suave pero intenso, un beso que te hace recordar el por qué sigues vivo, que te altera, que quieres que sea infinito. Un beso, que dolió después de 7 segundos. Sentí algo clavado en mi corazón y no era imaginario. Sí, ella, mi dulce plebeya tuvo el valor de enterrarme un cuchillo en la fuente de la vida. Mi corazón latía más y más, pero poco a poco se fue deteniendo. “¿Por qué lo hizo, amada mía?” pregunté

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con el pobre aliento que aún me quedaba. “Lo iban a matar de una forma cruel, no podía verle sufrir tanto tiempo, prefiero matarlo que verlo sufrir una vida” me dijo mientras sostenía mi cuerpo cuando iba cayendo, “Además, debo cuidarme, decir que yo lo mate así, para que no me maten a mí ni a mi hijo” no podía creer en sus palabras, solo parpadeaba sin cesar. Estaba a segundos de irme, “Pero oye” me dijo “qué mejor dicha de tener un hijo suyo”. Perplejo y con mi último aliento dije “pero yo nunca le toqué hasta hoy”… “lo sé, el hijo es de su hermano gemelo”. “¿Mi hermano? ¿Cómo pasó eso?” “Verás…” interrumpió mis pensamientos, “hice el amor con su hermano gemelo, y quedé embarazada. Al enterarse, él se transformó, dijo que lo matarían si se enteraban que era de él, así que me dijo que yo debía hacer lo posible para que todos creyeran que usted fue quien me embarazó, sino me iba a matar a mí. Créame, a usted lo amo desde el primer

momento en que lo vi montando a caballo cuando tenía 5 años, pero no puedo dejar que me maten, soy egoísta y prefiero mi vida. Lo amo, no hay duda de ello, pero me amo más a mí misma” me lo dijo muy segura y le creí. “¿Pero por qué me mata?” Últimas palabras que pude articular. “Para que crean de que defendí mi dignidad y que fue un acto violento, y no por amor” Con mi alma desgarrada, respiré con dificultad. Se agachó, me dio un beso fugaz “Lo siento, te amo” me aclaró, y se fue. Me quedé solo junto del río, muriendo, traicionado por mi amada. Ahora entiendo por qué me decían que no debía enamorarme profundamente. Ahora entiendo por qué nunca el destino nos acercó… porque sabía que nos iba a alejar. Porque todo es guerra y todo es amor, una mezcla de los dos que hace que uno se muera, aunque siga viviendo. Solo, vacío y arruinado, desee con tantas ganas asesinar a mi hermano. “Creo que mi hermano menor sabía algo, por eso le preocupaba y me dijo que me alejara”. Mi hermano gemelo, malvado y aprovechado, era el siguiente en el trono e iba a gobernar para su beneficio. Sería un infierno estar vivo en el momento en el que suba al trono. No sé qué pasará con el pueblo, con mi amada, con mi hermano menor… con mi hermano gemelo. Pero yo, ya no estaré para verlo, creo que me hizo un favor en matarme. “¿Qué es eso?” Creo que me estoy yendo. Creo que estoy partiendo a un mundo donde tal vez, sólo tal vez, el amor puro y verdadero exista; espero.


Me miento: tu falta de latidos me hará valorar más los míos. Si tuviera limones para acompañar un tequila, brindaría contigo. “Se derraman más lágrimas AUTOR Thalía Azyadeth Osorio Rodríguez PSEUDÓNIMO Thalía Azyadeth Rizo LUGAR DE RESIDENCIA Ciudad de México RED SOCIAL @pulparindou

por plegarias atendidas que por las no atendidas” y a mí me condenan los milagros. Fui feto incrustado en una matriz infértil. Globo de aire que ocho meses después se cansó de la inefabilidad. Fui reto que una madre desconsolada lanzó a una Prostituta sagrada. Fui silencio, gritos y violencia carraspeados en garganta de mis antepasados, balas en busca de ganado, jeringas y sedantes, drogas y violaciones, muerte y la hipocresía que conlleva celebrarla como celebramos la vida: por compromiso. Fui feto acompañado por huesos y pellejo que otro feto no nato dejó en el ombligo de una madre desconsolada. Reconocí su piel en un cordón umbilical que nadie se atrevió a cortar, que estuvo a punto de ahorcar a mi hermana

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y que me dotó a mí, globo de aire, existencia inefable, de más pelo que vida. Soy ocho meses de desesperación, de celebraciones anticipadas, condena de un milagro. Soy plegaria atendida, agua encharcada en ojos de creyentes porque no represento la belleza del mila ra, cada cuarto de hotel. Soy polvo en tierra infértil, tierra enferma, filo negro de luna.

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Si tuviera limones para acompañar un tequila, brindaría contigo. Pero en esta tierra destructiva, los limoneros sólo dan el consuelo de la sombra, de la tumba. En esta tierra sólo puedo brindar contigo ofreciéndote mis ocho meses de gestación a cambio de tu media hora de agonía; Y esperar a que las plegarias en tu entierro sean no atendidas.


Flor de mayo: “y él no regresará” autora:

María Fernanda García Reyes lugar de residencia: Puebla, México red social: fb: María Fernanda García categoría: Ensayo

El olvido suele ser algo mecánico –inconsciente –que pocas veces nos perturba lo suficiente como para dedicarle un mínimo de espacio. Al mismo tiempo, siempre deja un remanente, un “tuyo, siempre” que sabe, huele, pero es tan insospechado como el derrumbe de las paredes de la infancia. Un poco así, como el aroma de flores silvestres y río putrefacto, golpetea Ophelia en mi cabeza. Antropocéntricamente se lee a Hamlet como un espejo (que incidentalmente aspira a oráculo) de la propia realización artística, hacen una sustitución del personaje Shakesperiano por las propias creaciones, sus Hamlets

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internos1. A la inversa, Ophelia es un personaje leído a través del poder que ejercen sobre ella otros personajes, de la manera en la que ellos interpretan su discurso o como un personaje irrelevante mediante el cual aprendemos más sobre las reacciones emocionales de Hamlet. No parece extraño que estas dos posturas, la segunda especialmente construida por Lacan, sean dos de las más canónicas, al grado de pensar en Ophelia como el personaje femenino menos interesante de Shakespeare. Al contrario, hay todo un intento por parte de la crítica feminista de subir a Ophelia al escenario, de buscar


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la historia oculta. Me parece que muchas fracasan, como la de Lee Edwards (quien concluye que podemos imaginar a Hamlet sin Ophelia pero ella no existe sin él), porque no es una historia que las palabras frías, objetivas, conciliadoras, puedan decir. En principio, una cosa es bien clara: Ophelia no es sólo un parlamento incoherente; es una mujer personaje. Segundo: no se vuelve loca, la volvieron loca, haciéndola recipiente de dos visiones de mujer perfecta que conviven armoniosamente: tesoro de honestidad, doncella más honesta, flor hija del verano...; y una muchacha loquilla y sin experiencia en circunstancias tan peligrosas, pagada de ternuras que no son moneda corriente, niña perpetua en la que Polonio quiere imprimir creencias, enseñar. Ophelia, mucho antes de que nazca en la escena, ya está predeterminada por dos figuras masculinas que han suprimido cualquier indicio de identidad propia. Se insiste mucho en lo maleable del carácter de Ophelia: mi buen hermano, yo conservaré para defensa de mi corazón

¿No está bastante claro que es Hamlet, el espejo de la cultura, quien le tira una pedrada, quien destruye su único modo de participación en aquellos parámetros sofocantes que llaman realidad?

Ophelia

tus máximas; yo, señor, ignoro lo que debo creer, así lo haré, señor, en cumplimiento de lo que mandasteis… y específicamente en el uso de su cuerpo como carnada para atraer a Hamlet. Si bien podría trabajar la figura de Ophelia como recipiente de los deseos masculinos y evidenciar el lugar marginal que ocupa en la trama (y la crítica), me parece más útil ver esos diálogos sumisos como contraste de algunos chispazos identitarios que de repente surgen en el discurso bajo la fórmula tímida de “me ha requerido de amores, pero [siempre con una apariencia honesta…]” o ¿por qué “nada más” mirar el amor como de un momento? Entre el mangoneo de los hombres, Ofelia surge como defensora de su ilusión. Cierto, esto se añade a la inocencia de la que tanto se valen todos para desestimarla, pero sobresalen intentos de afirmarse dentro de una realidad, de cumplir el rol que le han enseñado. Estos momentos minúsculos se aplacan instintivamente con largos monólogos de cualquiera de los


El olvido suele ser algo mecánico –inconsciente – que pocas veces nos perturba lo suficiente como para dedicarle un mínimo de espacio.

interlocutores de Ophelia en una especie de cállate y piensa en ti como un bebé. ¿Tiene sentido preguntar por el punto de quiebre? ¿No está bastante claro que es Hamlet, el espejo de la cultura, quien le tira una pedrada, quien destruye su único modo de participación en aquellos parámetros sofocantes que llaman realidad? Sí, señora, yo también quisiera que fuese mi hermosura el origen de la demencia de Hamlet, pero asesinó a mi padre, engañó a la chica, le hizo creer que al verla a ella, ya no podía ver el sol. Ahora es ella quien no ve el sol, pero lo único que quiere usted es avasallarla para poder abandonarla2. Despojada en términos de lenguaje, reprimida de pensamientos y rechazada sexual y amorosamente, Ophelia se encuentra sola, viendo ahora claramente cómo es un objeto en desuso, y operando ahora desde ese limbo hecho a base de confusión: la hermosa Ophelia, no, yo nunca te di nada, me disteis palabras de tan suave aliento, Yo te quería antes Ophelia, así me lo dabais a entender

y tu no debieras haberme creído, yo no te he querido nunca… el noble y sublime entendimiento desacordado, desdichada de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo. Sabemos lo que somos ahora, pero no lo que podemos ser. Nada volverá a ser lo mismo desde la muerte o el destierro; la confusión se transforma en abrupto silencio. And what if In your dream You went to heaven And there plucked a strange and beautiful flower And what if When you awoke You had that flower in you hand Ah, what then? –Samuel Taylor Coleridge

Un hombre puede oscilar sin peligro de la locura a la sanidad mental porque tiene las herramientas para construirse y reconstruirse (a sí mismo y a lo que lo rodea). Ophelia ya no puede volver al

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...cae en el río del desconocido, el lugar desde el que no se puede explicar nada...

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punto de perfecta inocencia del que la han sacado y tampoco puede estructurar una nueva realidad porque no le han permitido desarrollar una identidad, un centro alrededor del cual hacer conexiones significativas. Cuando todo lo que queda para articular algún pensamiento (aquellos destellos que anteriormente apenas se asomaban) son canciones “ridículas”, el discurso de Ophelia se convierte en la historia del cero, el hacerla pasar por loca, incoherente, turbada su razón, vano simulacro, recipiente vacío; el entendimiento de una joven es tan frágil como la vida del hombre decrépito. Paradójicamente, dentro de su locura, si la Dulce Ophelia habla es para demostrar lo que el discurso racional no puede, las ideas funestas, terrores, aflicción, el infierno mismo de la realidad a la que ya no pertenece y jamás volverá a pertenecer. Amenaza, disfraza una verdad tan cruel con referencias populares, habla con ambigüedades yuxtapuestas porque existen esquizofrénicamente en su mente irracio-

nal: “Cómo al amante que fiel te sirva, de otro cualquiera distinguirías?...” ¿Se refiere a la tumba de Polonio o de la muerte del Rey, o a la rápida recuperación de la reina?, ¿el peregrino de “bordón, sombrero… muerto, y no está aquí” se refiere a Hamlet o a Laertes? ¿Qué queda de esa realidad subversiva y paralela que ahora es visible para Ophelia?, ¿qué es Ophelia? Al final, es una alegoría de lo fragmentado, compuesto de muchos otros discursos que no tienen un centro estable, que se mueven erráticamente. Sus discursos siguen neutralizados por los personajes, están vacíos de contenido para ellos y para el lector, no tienen interpretación lógica, útil, importante, son sólo balbuceos suaves y graciosos de su bella boca, es una niña trastornada por la muerte de su padre, amante dolida, suicida lírica. Entonces, lentamente, Ophelia cae en el río del desconocido, el lugar desde el que no se puede explicar nada, incluida la propia vida, porque es demasiado frío,


oscuro, indefinido. Discrepo con Dane3: le gusta pensar que Ophelia se mezcla con su reflejo, llegando al reconocimiento. Yo pienso que se mira en el arroyo, coronada de anúnculos, ortigas, margaritas y flores purpúreas, y no se reconoce, no existe incluso para ella misma. Ve, al contrario, un espejismo en las ondas que la llama, le dice que se acerque. El momento cúspide de su discurso se ha mitigado y Ophelia, como si este fuera el último deseo de reconciliación de realidades, como embrujada por la ficción de que su anhelada identidad está ahí, llamándola, cae al torrente. Elaine Showalter4, a lo largo de su ensayo, se preocupa de más por elaborar una historia de Ophelia que no implique proyecciones de la crítica, que no pretenda apropiársela, disolverla en un símbolo de ausencia o circunscribirla a un espejo de las emociones masculinas que no se pueden expresar en la época. Paradójicamente, hace un recuento de las representaciones escénicas de Ophelia, cuyo éxito se basa en la apropiación del personaje por parte de la actriz. Una noche, Susan Mounfort murió por proyectar su propia locura en las escenas de Ophelia, Hector Berlioz se enamoró de Ophelia, disfrazada de Harriet Smithson. Lo único que podemos saber con certeza es que el mundo (Delacroix, Rimbaud, Freud, Bob Dylan, Melissa Murray) que se obsesiona con Ophelia no ve, en realidad, a Ophelia. La crítica que pretende hablar de Ophelia tampoco lo hace. Ophelia es intentar de explicar el “no-significado” de los eufemismos con más eufemismos, hablar de la

locura, de la represión y la incompatibilidad, hablar desde lo que no existe. ¿Cómo hablar de las madres que se vuelven locas? ¿Cómo decir que cuando halamos de Ophelia intentamos hablar de nosotras? Citas Eliot, T. S. The Sacred Wood: Essays on Poetry and Criticism. 2nd ed. London: Faber & Faber Non-Fiction, 21 Apr. 1997. 1

Rhis, Jean. Ancho Mar de Los Sargazos. Barcelona: Anagrama, 1 Mar. 1996. 2

Dane, Gabrielle. “Reading Ophelia’s Madness.” Exemplaria 10.2 (Jan. 1998): 405–423. 3

Showalter, Elaine. “Representing Ophelia: Women, Madness, and the Responsibilities of Feminist Criticism.” Shakespeare and the Question of Theory. Eds. Patricia Parker and Geoffrey Hartman. N.p.: Methuen, 1985. 77–94. 4

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