Espora 27

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No encontraba ya nada que decir. Entonces comenzó un periodo muy malo para mí, y me pasaba las tardes manoseando palabras que no me daban ya ningún placer ». Mi oficio, Natalia Ginzburg


c a r ta e d i t o r i a l Sin planearlo una penumbra se depositó entre nosotros. Nos guió una sensación de incertidumbre. No buscamos darle sentido, solo lidiamos con el silencio agobiante que alienta una reacción visceral y cruda. Sin darnos cuenta nuestras palabras terminaron en una fosa común donde el último objetivo es ser encontrados, el penúltimo es agradar, el antepenúltimo esquivar el olvido. Tal vez el eco que se escurra entre las páginas nos deje expuestos.

María Paulina Martínez Vázquez

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directorio Editor responsable Clemencia Corte Velasco Editores responsables de este número Verónica Meneses Pérez Consejo Editorial María Paulina Martínez Velázquez Ana Luisa Arcaraz Vega Anaid Amanda Macías Herrera Sergio Antonio Santillán Parra Verónica Meneses Pérez Diana Rojas Ruiz María José Martínez Díaz Paulina Meyer Cal y Mayor José Carlos Antonio Colohua Carolina Aranda Cruz

Colaboradores Syner Ametrino Lennon Rosales Layla Lemus Aguilera Roberto Muñoz Manuel Aguilar Vanegas Sara Hernández Manuel Serrano Edgar David Navarrete Lina Martz Martha Patricia Sánchez Baez Maleni Cervantes

Dirección de diseño Samia del Carmen Rojas Mena

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Diseño Alejandra Pellegrin Junco Mónica Ruiz Arroyo Erika Rodero Lendle Karina Sesin Rivera Andrea López Holguin Paola Duhalt Elvira Cornish Ana Mónica Jiménez

Portada Samia del Carmen Rojas Mena

Comunicación José Carlos Antonio Colohua Alondra Yocelí Castro Izarrarás Éric Hauvery Cetina Karsten

ESPORA, Año 5 No. 26, es una publicación editada por la Universidad de las Américas Puebla a través de la Escuela de Artes y Humanidades. Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, San Andrés Cholula, Puebla, México, 72810, tel. 222 2292000, www.espora.udlap.mx, esporarevista@gmail.com. Editora responsable: Clemencia Corte Velasco. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo no. 04-2016-102014364800-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Verónica Meneses Pérez, Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, 72810, San Andrés Cholula, Puebla, México. Fecha de última modificación: 31 de marzo del 2020. Queda prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio, del contenido de la presente obra, sin contar con autorización por escrito de los titulares de los derechos de autor. Los artículos, así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la UDLAP.

N Ú M E R O 2 6


índ i c e 6

Nada sucede

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Reencuentros en la pandemia

Syner Ametrino

Silvia Favaretto

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Mugre

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Americana

14

Marchitar es flocerer

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Sr. Fantasma

16

Los gitanos

18

Heráclita

19

La cloaca

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Violencia sexual y política en Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban

Lennon Rosales

Layla Lemus Aguilera

Samia Rojas

Roberto Muñoz

Manuel Aguilar Vanegas

Sara Hernández

Manuel Serrano

Edgar David Navarrete

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La Caja

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Elogio a la casualidad frente a Nakazawa ice cream

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La manta negra del cantero

Lina Martz

Martha Patricia Sánchez Baez

Maleni Cervantes

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Kaedé Ametrino Bolivia, La Paz @sytrino

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Está sucio, piensa, está tan sucio. No hay mucho que describir sobre él. Es un chico tal vez, un espectro tal vez, o quizá no es nada vivo, ni muerto. Desde que es joven lo sospecha, que su verdad es que no hay una verdad. De niño, en vez de perder sus juguetes, perdió el camino. Por eso es que no hay mucho que describir, simplemente que está, como quien no quiere la cosa. Está, no sé dónde, pero está. Sucede, tampoco sé qué, pero sucede. Un sábado cualquiera, se despierta envuelto entre las sábanas. Luces suaves y aroma a vainilla constituyen su habitación toda blanca y sin ningún vestigio de suciedad. Él es la mancha, él está sucio. No sabe muy bien el por qué, ni cuándo se ha contaminado, pero ahora no puede no estarlo. Está bien con eso, aunque a veces dude un poco.

Es temprano aún. Sale de su hogar y toma un taxi. Alguien ha pedido una cita y él debe presentarse a las diez. Los sonidos le atraen, por eso gime fuerte. Hay personas a las que les gusta oírlo, como si tuviera algo que decir. Simplemente gime, no importa qué le estén haciendo. Como la semana anterior, aún recuerda la presión sangrante, el dolor mezclado con la certeza de que en algún momento se detendría. Nadie llega hasta el final. Ese sábado es un hombre. Le inyecta su semen en la entrepierna y le golpea el rostro con la fuerza de sus codos. Al venirse repite el nombre de otra persona y a él no le importa, porque para el medio día tiene tantos billetes que le alcanza para terminar su escuadrón de aviones de dinero. Por la tarde sube a la terraza de su edificio y los lanza.


Los aviones planean perdiéndose ante sus ojos. Una pérdida más que no le importa. Antes del anochecer lo contratan para una orgía. Él acepta y al terminar recibe su pago al contado, pero ya no tiene un escuadrón que completar, entonces va cojeando hasta un restaurante y pide carne asada. El camarero no le pregunta por el aspecto de su rostro, pero no puede evitar verlo con una mezcla de asco y compasión. Come en silencio, con los ojos cerrados. Se pregunta si acaso todas las personas quieren evitar el dolor y por qué hacerlo. De niño le enseñaron que no debía jugar con fuego porque podría quemarse. Las quemaduras duelen, dijeron, como si el dolor no les perteneciera, como si fuera algo ajeno. Sin dolor se está bien, le respondieron cuando preguntó. Se está bien, como si estar bien fuese algo bueno. Le da gracia. Los políticos, los abogados, los médicos, los estudiantes en general y todo aquel que tuviera ambición por algo, le da mucha gracia. El horror, la pena, la tristeza y la alegría, también. Aún ese sábado, sentado frente a la barra, quiere reírse. —Es una golfa, volverá—está diciéndole un hombre a su compañero. —Ella no volverá—se lamenta el borracho. Por fin ríe. —¿Qué te da tanta risa?—oye la voz de uno de ellos. Ríe con más fuerza, a carcajadas. ¿Quiénes son? ¿De qué coño hablan? ¿Nadie les ha dicho que son el invento de la imaginación de todos? ¿Nadie les ha dicho que somos ficticios? —Nos lo estamos inventando, ¿eh? Por unos instantes imagina un cielo de color púrpura. Siente un puñetazo en su quijada y se balancea hacia atrás. Puede sentir un rastro de sangre en sus labios, pero es tan insuficiente, tan vago. Tal vez simplemente necesita estímulo porque dejar de estar es algo que le repele. —¿No puedes golpear más fuerte? El hombre lo golpea en el estómago, tan fuerte que debe doblarse en dos para resistir las ganas de desmayarse. Está sucediendo, no sabe qué, pero sucede. Así que ríe al recibir el siguiente golpe, hasta que se convierte en una secuencia. Sabe que se detendrá, todos lo hacen. Nadie llega al final. —Voy a tener que pedirles que se retiren—dice el barman.

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Él ve el techo del bar mientras es arrastrado hacia el exterior, el cielo nocturno aparece ante él como un diluvio. Ambos hombres no parecen entender por qué entre cada arremetida sus jadeos van acompañados de una mirada serena, una paz comprometedora que le corrompe. Eventualmente se cansan. Él ya lo sabía. —Vas a matarlo, déjalo—dice uno de ellos al otro. Él ya lo sabía, pero igual se siente decepcionado. Decide irse sin una despedida. —Hijo, ¿dónde estabas? Dejé algo de comida para ti, ¿quieres que la caliente? —Estaba estudiando en la casa de un amigo. Cené ahí. Al acostarse en su cama ve el blanco techo, nubes densas, como si fueran a llover. No es un chico deprimido, ese tipo de cosas no son propias de él. Es sábado y no puede quitarse de la mente a las personas que creen que la vida es hacer lo posible por ser la mejor versión de sí mismos. Sus casas bonitas, con bonitas esposas, bonitos hijos, bonitas sonrisas, bonitos secretos, bonitos testículos llenos de semen rancio, tan rancio; vagan por ahí, compartiendo el amor y la paz, intentando que todo vaya bien, malditos psicópatas. Se levanta de la cama y se despide de su madre diciendo que olvidó algo en casa de su amigo. En la calle un auto para frente a él, un hombre casado y con tres hijastros a los que quiere violar le sonríe. Él se sube y escucha lo que quiere hacerle, lo que espera que se deje hacer. Desencajar algunos huesos, hoyos nuevos en el cuerpo por donde pueda follarlo con más ganas. Lo deja en el mismo lugar en que lo encontró, con la ropa manchada de sangre y las manos llenas de billetes. Cuando llega a casa las luces están apagadas. La gente amable y positiva, gente de buenos modales y valores. Piensan que viven bien pero, ¿quién está al borde?, ¿ellos o yo? Al borde, sucediendo, estando. Siente lágrimas deslizarse por sus mejillas, pero no siente que esté llorando. Es como si la falta de llanto orillara a sus lágrimas a dejarse ir de tanto en tanto, sin razón ni objetivo, huyendo de él como se huye de un incendio. Un día se perdió y jamás regresó. Está bien. Me encanta la destrucción. En el fondo estoy muy triste.


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REENCUENTROS EN LA PANDEMIA Silvia Favaretto Venecia, Italia


Lenon Rosales Estado de MĂŠxico IG: @koxonz

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Está sentado en el piso del baño, con la dueña de la

cuando ya todos se fueron a dormir. El vacío grita y él

casa a su lado derecho y con el inodoro al izquierdo;

piensa: mamá. Mamá no está, papá dejó de estar desde

más cerca el objeto que la mujer. No importa que el

el 92. Se pregunta en cuánto tiempo se va a enterar.

agua dentro esté limpia, la pequeña abertura de la tapa

Se pregunta quién los va a encontrar. Mamá, por favor,

anuncia ininterrumpidamente el recuerdo de mierdas

ven, mamá, mamá, mamá. Mamá le mete la mano al

pasadas y él está repugnado, con la sombra de un

pecho y tuerce sus entrañas. Bomba redonda (tic,

vómito inexistente trepándole el esófago. Infortunio:

toc, tic, toc) se le siembra en la tráquea, ya no puede

quiere mirarla a la cara, pero se distrae por una mata

tragar. Duele. No escribió una nota. Mamá nunca va a

de pelos pegada en el azulejo de la regadera. Vuelve a

saber por qué. Al menos una lágrima, al menos una,

la cara. Ojos grandes, cuencos morados, piel amarilla,

se dice, le dice a Dios, le pide a Dios. Entonces, como si

mirada que no enfoca. No encuentra la lástima. En

pudiera escuchar el diálogo secreto, ella alza la mano y

realidad, tiene ganas de decirle que es una asquerosa.

entre sus dedos brota la conclusión del encuentro en

Segundo infortunio: en la esquina, una baldosa roída, y

forma de navajita de acero. Los párpados regurgitan de

la pared también. El exoesqueleto vacío de una polilla

inmediato, aunque sea ridículo, romántico. Los pómulos

descansa en los escombros de yeso. Está lleno de

se le mojan en una fracción de segundo; se frota con el

bichos porque está lleno de hoyos. El sarro marrón de

puño del suéter y reparte la humedad. Saborea la sal.

la porcelana está en sintonía con los pelos, el insecto

La luz se va, la luz vuelve, el antebrazo de su cómplice

muerto, la cama de polvo blanco. A la imagen se une

abre ya una enorme boca roja. Quince centímetros.

la mugre color ámbar de abajo del lavabo porque no

Él aguarda poco, luego estalla: se arroja a ahorcar la

puede prestar atención a una sola cosa. Qué cochina

extremidad con toda fuerza como si así fuese a reunir

manera de morir.

el tejido. El pliegue de la separación en la carne le

Expedición por consuelo en los terrenos del otro

cosquillea las palmas. No puede dejar de jadear: ya no

cuerpo. La muchacha suda y el cabello delgado, medio

respira como respiraba cuando tocó el timbre. Pese

grasoso, se le pega en las sienes. No llora. No ha llorado

a que el líquido en las pestañas le escuece, ya no se

en lo que va de la tarde. Él imita. ¿Por qué no habla? Se

limpia. Ella casi no existe, ni se resiste; sabe que no

adivina cada vez más cerca la pista del mismo pegajoso

hay nada que hacer. Le permite sollozar, trastornarse,

reptar cuyo espectro brotaba de la carcasa alada, esta

magullarla, pero no le permite levantarse a buscar el

vez vivo. Hay vida. Hay vida, y él se sigue sintiendo

teléfono. Partículas de basura brotan de la sangre que

solo. Los animales únicamente salen de sus rincones

toca el suelo. No puede ser. Qué sucio está este lugar.

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Layla Lemus Aguilera Cuidad de México fb: Layla Lemus

Nos han condenado a un Infierno que

Es la vejez que enseña el odio, reparte

Es la tierra un maleficio sin suerte, sin

no es de azufre, a una muerte eterna

el hambre y predica el amor.

lluvia, sin esperanza y sin Dios:

Es este mundo de los que

las puertas del infierno en los hoyos

A ojos que miran sin ver, a labios que

sobrevivimos con miedo. Es este

de las banquetas, en el cochambre de

se tragan el silencio, a esta nuestra

mundo de quienes nos lo sembraron

la cocina…

rebuscada en la memoria de las eras,

La constante repetición muros

En este lugar donde tus ojos se cierran

origen del mal que crece en mi suelo;

marginados habitaciones con moho

y las lágrimas secas rompen la cordura

que no huele a cempasúchitl;

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Muerte también en el olvido; perdida y

fosas llenas de muertos; Tierra de hombres justos que se

Aquí donde no te paras porque has

sientan a la mesa a beber el té que sus

Es este recinto de desaparecidos

esposas preparan;

y buscados; de encontrar huesos podridos en el fuego que no se extingue;

Es el fuego sobre la existencia el

cortado la vida de raíz.

Aquí donde pides a dios que limpie tus Heces.

polvo condenado a mentir, hogar de

De ser un muerto que camina; pedir el

hombres que lucran con el pan.

pan que están dispuestos a regalarle.


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14

Samia Rojas

Puebla, México ig: @samia.rojas


Roberto Muñoz

Puebla, México @roberto_no_existe

Sr. Fantasma. Sr. Fantasma, últimamente me ha quedado clara su presencia.

Imposible ignorar los ruidos de quien salta en mi techo en la madrugada

— es una práctica que los vivos no hacemos —, de quien tocó la puerta de mi cuarto y al abrirla no encontrar a nadie. De quien cambiar las cosas de su lugar se le ha vuelto una manía, o un deporte recién patentado. No hace falta mencionar los escalofríos que sufro, pero admito que su creatividad para matar el ocio, hacen mis días un poco más vívidos.

Me han sacado de un coma cotidiano.

No sé si llamarlo intruso, por ahora me dirijo a usted con respeto. Si lleva

tiempo en este hogar, se habrá dado cuenta que este habitante es un escéptico. A medias llego a creer en algo que mis ojos no miran, pero ante el arrastre de estos días desapercibidos, lentos y claustrofóbicos, me he atrevido a entregarme a sus cuestiones sobrenaturales.

He comenzado a servir dos tazas de café por la mañana. Esperando que

usted entre por cualquier muro, se siente en alguna silla, y decida qué taza tomar. Hasta ahora sigue sin responder a mi invitación. Quiero creer que es porque respeta los estándares de misterio, o simplemente detesta el café.

Seguiré esperándolo, viendo como a cada minuto el humo se va disipan-

do de las tazas, y añorar que un día platiquemos sobre el más allá.

Atte: El que creía ser el único inquilino.

Foto por: Damon Lam

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Manuel Aguilar

Nicaragua Ig: @manny_vanegas

16 Han vuelto los gitanos. Huelen a trapos viejos con óxido de

durante las noches, cuando el viento nos muestra sus risas.

hierro. Hasta aquí nos llega su olor y el ruido de los fierros

Los dientes podridos resaltan en la sonrisa. Otros años los

cayendo sobre el asfalto. Tienen más de un mes en la calle

juegos y las luces, las ruletas y tablas desviaban la vista de sus

principal de la plaza. Los más viejos levantan los juegos

rostros extraños, pero ahora que no hay bulla, ahora que la

fijándolos con piedras. Unos dormitan bajo el sopor de la tarde

incertidumbre nos acapara y su musitar nos alcanza, se ven las

en la sombra que arrojan los enormes toldos que llevan de

efigies que se asoman por los descoloridos juegos.

pueblo en pueblo.

Nosotros los vemos de lejos, por los resquicios de las ventanas

El año pasado vinieron en abril. Las luces de los juegos

semidestruidas. Aguardando en la noche. La sombra de la

manchaban de amarillo las calles alborotadas y el ruido se

peste se pasea por todos lados. Anoche pasaron las caravanas

tragaba a grandes sorbos las voces de la gente. Un olor de

cargadas de féretros que exhalan tufo a carne podrida. Los

óxido invadía el ambiente. Nadie entonces sospechaba que

hombres de salud, tapados con batas enormes, hace meses

al año siguiente vendría la peste. Los gitanos comen gatos.

que no nos dejan saber quiénes son. “Ni siquiera sé si es aún

Los desollados cuerpos se ven desde aquí. Hacen banquetes

mi tío”, nos dijo Fabián. “Mi tío trabajaba en un puesto médico.


Era enfermero. La peste los obligó a usar los trajes. “Ahora he

ha muerto hace unas semanas. Quizás ocultó el cuerpo para

olvidado su rostro”.

que las caravanas no se llevaran al muerto, pero ha empezado

Durante el día los gitanos duermen. Sus cuerpos tendidos en la

descomponerse, y la neurosis la ha poseído. Los gitanos la ven

sombra parecen imponentes bultos sobre las tablas sin cepillar,

de lejos. Las mujeres se ríen desde sus grotescos toldos azules.

respirando profundo con breves ronquidos que se esparcen por

Después dejamos de escuchar los llantos. Nadie habita la calle.

la calle. De tarde empiezan a moverse, arrastrando fierros de

Ni los gitanos. Un silencio abrumador nos llega hasta donde

un lado a otro como si quisieran ser escuchados. El viento lleva

aguardamos.

sus voces, que no se logran descifrar. Risas de mujeres explotan

Esta es la noche más fría. Los otros gitanos, los cirqueros, no

en carcajadas. La peste no les atemoriza. No se esconden, ni

vinieron este año. Ellos le temen a la peste. Milena era uno de

se oye un lamento. Fabián nos dijo que se comen a sus hijos,

ellos. Murió hace dos meses. Contrajo la peste, sudó la fiebre,

que copulan entre primos y hermanos y a las crías deformes

tuvo desvaríos, llamó a sus hermanas, muertas en la guerra

las devoran en un ritual que nadie se podría imaginar. Yo sí los

hace más de dos años. Sus ojos verdes como hojas de chagüite

imagino, con sus feas bocas ensangrentadas devorando los

tiernas se fueron apagando, hasta que una noche se cerraron

menudos miembros de niños amorfos deformes que segregan

despacio como cortinas de un teatro vacío.

sustancias en su piel. Lo veo, y el gitano me ve, con sus ojos

“Es que los de afuera no son gitanos”, nos dijo Fabián un día.

confundidos, inerte sosteniendo a la criatura desvanecida en

“Esas son bestias. Los gitanos son distintos. Saben de música y

su ancha mano. Por un momento temo, pero todo está en mi

de arte, de cantos y poesía… O ¿acaso ha escuchado cantar a

mente. Sudo, pero es la fiebre. No he visto a ningún gitano

esos que afuera no le temen a la peste? No. No son gitanos”. La

comiendo niños deformes, ha sido la fiebre. Eso ha sido.

luz de la tarde gris se apagaba despacio. No sabemos si mañana

Ayer no dormimos. Las caravanas ahora pasan de noche

estaremos vivos. Afuera sólo unos cuantos habitan. La noche

para enterrar los cuerpos. Las luces se levantan desde el

es más eterna en estos días. Pareciera que soñamos de día y

cementerio. Se oyen las palas cavando, hay como un sonido de

habitamos la incierta penumbra. Ernesto está recostado en la

muerte cuando el fierro muerde la arena. “Eran como diez”.

pared. Parece que no respira, no se ensancha su pecho ni se

Sólo Ernesto ve en la ventana. “Todas las caravanas van al

mueven sus dedos. No sabemos. Mañana habrá que dejar este

cementerio, ninguna vacía”. Se vuelve hacia nosotros. “Todos

lugar y andar por otro lado. Uno a uno vamos quedándonos

tendremos el mismo viaje”.

donde más nos parece cómodo, hasta que venga la muerte y

El grito de una mujer nos ha despertado. Llora

nos despierte despierta de este sueño. Nos hemos convertido

estruendosamente sobre la calle y cae de rodillas. Carga a

en nómadas, huyendo de la peste, sorteando la muerte,

un niño. La carne de la cría casi se desprende de lo podrido.

errando.

El olor a muerte nos invade. En silencio fumamos, viendo la lúgubre escena. La mujer se arrastra desconsolada, su hijo

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Sara Hernández

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HERÁCLITA

Quintana Roo, México fb:@Sari Hernández Ig: @r0mer0._

II cada día me interno en el bosque de mis vísceras armada con una lámpara de aceite y mis ganas de escarbar III soy mi propia polilla I soy una araña habitando una ermita

vivo haciendo túneles en mi carne

tengo la boca llena de piedras de arroyo siempre me digo para no sentirme sola: el agua del río no besa dos veces la misma piedra paso horas bajo la superficie hecha un ovillo deseo que la corriente me afile también

por las noches caen todas las hojas se retraen los capullos lo embriones duermen los astros ascienden de la hierba mis párpados caen: descenso de cometas


Manuel Serrano Funes Valencia, España msfvlc@gmail.com

La cloaca Hubo un derrumbamiento en el cementerio donde esta-

—¿Su padre tenía alguna prótesis o implante?

ba mi padre. Cientos de nichos se destruyeron dejando a

—Sí. Recuerdo que llevaba tres implantes dentales.

la intemperie los féretros. Muchos de ellos se abrieron y

—Ah, este entonces no es. Pasemos a este. Tiene implan-

los restos quedaron derramados por el suelo. Ante la im-

tes, pero son cuatro. ¿Podría ser? —El empleado tenía ga-

posibilidad de volverlos a colocar cada uno con su nom-

nas de acabar, se le notaba.

bre, el ayuntamiento nos requirió para intentar identifi-

—Tenía los nudillos machacados.

car los nuestros.

—Ah, eso es otra cosa. Ahora sí. Venga conmigo.

De mi familia solo quedaba yo. Mi madre, mi pobre ma-

Le seguí hasta una explanada al aire libre. Allí había un

dre, murió antes. Luego le tocó a él y me quedé sola. No

montón de huesos metidos en sacos. Buscó entre ellos.

recordaba dónde lo habían inhumado. Yo estaba en El

—Aquí está: 157248. Es todo suyo. Tres implantes y

Salvador, de cooperante. Me avisaron. No vine al entierro.

nudillos machacados.

Ahora estoy en un osario. Me han dado gafas y mascari-

Me eché el saco a la espalda, al llegar al coche lo puse

lla. Sobre unas mesas de metal hay montones de huesos.

delante de las ruedas.

Según me dice el funcionario, al forense le parece que es-

vez hasta que quedaron hechos polvo. Abrí el saco, y dejé

tos son de la misma persona.

caer el contenido cerca de una alcantarilla.

Le pasé por encima una y otra

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Edgar David Navarrete Trujillo, PerĂş

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Lina Martz

Puebla, México IG: @lina_luua

LA CAJA

La llegada de un bebé suele ser un gran momento, en espe-

aparente perfección que hablaría de lo buena madre que

cial para algunas mujeres, porque es la cúspide de un vínculo

era. Un reconocimiento necesario para ella. Creó una caja

que lleva formándose nueve meses. La gran ilusión se incre-

personal y me puso dentro, como quien guarda sus secretos

menta cuando la mayor parte del tiempo se ve inundado de

y sus tesoros, siendo ella el único contacto con el exterior.

nuevos intereses. En el caso de mi madre, según cómo me lo

Esto no lo veía mal cuando aún necesitaba caminar de su

relataba, fue algo insólito tener una niña. Obviamente quería

mano ¿quién dudaría de los cuidados de su madre?

protegerme de la mejor manera, aunque no supiera cómo.

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La caja se volvió un lugar seguro y necesario al inundar-

Entre las anécdotas que me contaba destacan momentos

me de miedos, de lo cruel que era el mundo, de que todos

graciosos, rarezas mías, mi enorme curiosidad y la tortura

estaban en su contra, que harían cualquier cosa para per-

que significaba peinarme por el largo de mi cabello. También

judicarnos y amenazar la armonía de nuestro lugar, incluso

el hecho de que aprendí con mucha rapidez a caminar y ha-

de separarnos. La idea se reforzó en el momento que mis

blar, una independencia, por así decirlo, un poco temprana

hermanos me rechazaron cuando quería jugar, platicar, ayu-

y extraña para su experiencia como madre. Así, me convertí

darlos o salir con ellos; cuando empezó el aislamiento, junto

en un nuevo y gran proyecto del cual presumía.

con comentarios hirientes de mis compañeros de clase; al

Cuando comencé a hablar, mi madre me enseñó a no ha-

ver que extraños invadían mi espacio y mi cuerpo.

cerlo. Cuando aprendí a caminar y a salirme de su campo,

La inestabilidad de mi madre se hizo evidente cuando te-

me limitó a un espacio pequeño. Si quería jugar, me dejaba

nía trece años, pues todo lo que había formado en más de

en una silla con un libro para colorear o establecía un lugar

veinte años de matrimonio se derrumbó con la infidelidad.

seguro a su alcance. No dejaba que me tocaran, tampoco

Pensaba que era sólo un mal momento, que lo superaría.

que me hablaran, ni que yo hablara sin su consentimiento.

No fue así. Me dejaba en una silla en su cuarto, donde pre-

Me enseñó cómo debía ser: una niña con vestido y zapatos

sencié el incontrolable llanto, el abuso de pastillas, la de-

limpios, bien peinada, bien portada y callada.

presión, pesadillas, el abandono e intentos de suicidio. Me

Me volví la muñeca que no tuvo en su precaria infancia, de

mantuve callada para no molestarla, me movía en silencio

la cual no le gusta hablar; una obsesión con el cuidado y una

para esconder sus pastillas, vigilar que respirara, para lle-


varle té y comida. No me miraba y rara vez decía mi nombre, como un objeto más que podía ignorar. De nuevo la caja era idónea, me aislaba de sufrir y generar problemas. Parte de mi adolescencia la pasé en un hospital psiquiá-

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trico. No había con quién dejarme, era una extensión de mi madre, algo que nunca le faltaba al salir, como su bolsa. Me convertí en un bote de basura, así me nombré cuando el psiquiatra de mamá no le daba la razón y tenía que escuchar, de regreso a casa, sus quejas y las acciones de los

Me acostumbré a no hablar, hasta que se volvió innece-

demás que siempre, siempre la terminaban perjudicando.

sario. Conforme iba creciendo y me distanciaba unas po-

Al ser algo que se puede ignorar incluso en casa, me

cas horas quería crear vínculos distintos para sentir algo.

convertí en un observador sin propósito, el cual no pue-

Entonces vinieron los intentos fallidos que terminaron con

de encajar y no termina de formarse. Una figura amorfa

ataques de ansiedad por no saber qué decir, cuándo hablar

ahogada en pensamientos obsesivos, miedos y silencio. Sin

o no, cuándo acercarte o no, si reír es lo adecuado, si se

poder respirar. Las demás personas son componentes sin

dan cuenta de que estas fingiendo, si están hablando mal

sentido, sin poder relacionar o entender, porque desde un

de ti, si estás incomodando, si eres molesta por inexpresi-

principio los extremos son lo único que conocí y la única

va, si eres demasiado callada, solitaria.

forma de poder sentir es invadiendo la intimidad, adhiriéndome para crear una réplica.

Terminé volviendo a la caja, por más sofocante que fuera cargarla.


Martha Patricia Sánchez Baez Guadalupe, Zacatecas. twitter: @Marthargos

ELOGIO A LA CASUALIDAD FRENTE A

NAKAZAWA ICE CREAM

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Nakazawa ice cream se ubica en la periferia de un Japón imaginario me refiero al Japón imaginario que yo visitaba junto a mi hermano cuando tenía cuatro años y él seis todas las tardes nos sentabamos en la sala oscura de mi casa y encendíamos la caja gris pesada del televisor no podíamos perdernos ningún capítulo sobre las hazañas de Oliver Atom pero al crecer esas hazañas y el Japón imaginario se fueron como también se fue mi hermano se desvanecieron de la misma manera que se esfuman casi todas las infancias para que después en otro tiempo menos olvidado de nuestro camino hacia la muerte cuando se es casi adulto casi joven cuando se hacen los grandes viajes ahí la casualidad tejió a mis dedos con Japón ahí mi esposo mi hijo con quien ahora por casualidad vemos el capítulo 51 de Captain Tsubasa los nombres ocultos debajo del doblaje por ejemplo en Latinoamérica la esposa de Oliver Atom se llama Patty Haydee

en Japón la esposa de Captain Tsubasa se llama Sanae Nakazawa su familia se dedica a vender aisu kuriimu en mi Japón アイスクリーム imaginario ese Japón que justo en este instante veo con mi hijo a través de una pantalla HD se mezcla con su rostro al escuchar el nombre de Sanae Nakazawa mi hijo grita y hace el alboroto mira mamá Sanae como Sanae chan Sanae chan es su abuela vive en Osaka es mi suegra el punto es todas estas palabras sobre los asuntos del doblaje o sobre el Japón real e imaginario me hacen pensar que tal vez y gracias a la casualidad que a menudo es una gran telaraña que teje nuestras vidas el Japón que yo visité a los cuatro años junto a mi hermano ahora muerto también será visitado por mi hijo acompañado de su hijo mi nieto comentarán que la casualidad hizo que una niña mexicana que ahora es su madre su abuela fuera una admiradora de Oliver Atom Captain Tsubasa un futbolista japonés un futbolista como todo aquello que siempre trae la casualidad de otro mundo


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Maleni Cervantes Guadalajara, Jalisco

La manta negra del cantero 30

Todos los días se le veía pasar con ese caminar tan suyo, pa-

pesa más que el sufrimiento y, cuando menos lo esperas, ya

recía que sobre sus hombros llevaba la carga de la amargura

le heredaste esta maldición a tus chiquillos… Pos qué le digo,

de seguir vivo. En el suelo del asfalto se escuchaba la fric-

la vida del pobre”.

ción provocada al arrastrar de las botas. Llevaba pantalones

Discurso sombrío igual que su mirada, en su rostro noté

grises deshilachados y manchados de tierra rosa. Su camisa

la mueca de un hombre que está cansado de buscar sueños

blanca, ya amarillenta, llena de agujeros que hablaban del

que siempre se desvanecen uno tras otro. Luego de esta con-

pasar de los años y la pobreza que lo albergaba.

versación siguió su camino, de lejos se veía la incomodidad

Martín era un hombre de estatura media, piel morena y regordete. Siempre caminaba enfrente de mi casa a las seis

de su paso. Las llagas del sacrificio adornaban sus pies, era algo que no se podía ocultar ni siquiera con sus botas.

de la mañana y pasaba de regreso a las siete de la noche. Un

Al día siguiente, me senté en la acera de mi casa, quería

día me atreví a saludarlo y entablar una conversación con él.

toparme de nuevo con este amigo mío. No obstante, no pasó

Para ese hombre el único motor de seguir adelante era su

a la hora de siempre. Supuse que a lo mejor se había queda-

esposa y sus cinco hijos. Lo lamentable era que sus mejores

do a trabajar un poco más. Pero no, lo mismo se repitió al día

amigos eran una caguama y un cigarrillo que llevaba sobre la

siguiente y al que le siguió, me preocupé un poco.

oreja izquierda.

Comencé a investigar entre mis vecinos para saber si cono-

“La vida siempre es así, amigo, vas y vienes, siempre en

cían a este tipo. Dónde vivía, dónde trabajaba o si sabían algo

busca de unos pesitos pa’ comer, pero pos, aunque camines

de él. Sin embargo, nadie supo darme razón de su existencia.

de un lado pal otro lo único que consigues es una joroba que

Averigüé del taller de cantera más cercano a mi casa, quizá


y él trabajara en ese lugar, además estaba tan sólo a quince

volvió insoportablemente helado.

minutos caminando. Me puse en marcha, al llegar pregunté

En mi mente la misma película se repetía una y otra vez.

por Martín, los chicos que trabajaban ahí llamaron a su jefe

Un hombre bajito que pasaba frente a mi casa con el ceño

quien apareció frente a mí y se presentó. Seguido de esto, me

fruncido, se paraba en la tienda para comprar su caguama

invitó a tomar asiento en una de las piedras de cantera que

que lo acompañaría en la caminata de regreso a casa.

estaban a lo largo del patio, me ofreció un cigarrillo y comen-

Me gustaba mirarlo desde lo alto de mi azotea, me gusta-

zamos a charlar.

ba ver cómo se tambaleaba por el cansancio, cómo sus botas

—Martín está internado en el hospital. La otra noche se puso

raspaban con el cemento de la calle, cómo su espalda se

muy enfermo, al parecer tuvo una hemorragia.

curveaba cada vez más hasta formar un arco perfecto.

—¿Una hemorragia?

Dieron las diez de la mañana, fui a su habitación para

—Sí, con eso de que bebía hasta caer de borracho. Pero, pos

saludarle. Al entrar, a mano derecha de su camilla me encon-

pobre, la verdad… Sus hijos siguen pequeños, así que, no

tré con una mujer de unos cuarenta y tantos, que sujetaba

habrá quién lo reemplace aquí en el taller y con lo que gana

con suavidad la mano de Martín. Al acercarme a ellos, la

su mujer no creo que sirva ni para que coman.

mujer levantó la mirada y noté cómo unas pequeñas arrugas

Sus palabras sonaron tan frías, tan vacías, que no supe cómo

se dibujaban en su frente, sin duda estaba preocupada. Yo

reaccionar ante eso. Regresé a casa, subí a mi habitación,

simplemente sonreí y expliqué que el motivo de mi visita era

me recosté sobre la cama y me puse a pensar hasta quedar

para saber cómo seguía mi amigo. La mujer relajó su sem-

completamente dormido.

blante.

Más tarde desperté, por la ventana entreabierta traspasa-

No importaba cuán enfermo estuviera, los cobros y las

ba la luz amarilla de la lamparilla de la calle. Eran alrededor

deudas seguían creciendo cada vez más. La mujer hablaba de

de las cinco de la madrugada, fui a la cocina y preparé algo

la luz, la comida, el agua, la renta, los medicamentos para su

para comer. Luego me duché y salí en camino al hospital

madre y, ahora, para el cantero. Una manta negra se había

regional donde estaba Martín.

posado sobre ellos, era la mala suerte y la decepción, una tela

Llegué al mostrador donde daban información, no había

que los había acompañado desde su nacimiento.

nadie. En eso un guardia de seguridad se acercó a mí y pre-

En la habitación se podía respirar sudor agrío, un hedor

guntó qué quería. Le expliqué toda la situación, él me pidió

que penetraba lo más profundo de cada poro. A mi parecer,

que regresara a las diez de la mañana, en ese momento

se trataba de ese aroma que precede a la muerte, caracterís-

nadie podía recibirme.

tico de un cuerpo en putrefacción.

Salí de nuevo a la calle, me senté en la bardita que rodea-

En lo que ellos me platicaban de sus problemas y de la en-

ba hospital. El viento soplaba lentamente, al principio era

fermedad de Martín, yo aproveché para adueñarme de cada

una sensación relajante, pero al paso de algunos minutos se

uno de los gestos que este viejo dejaba ver, como si fuera la

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página de un libro. Mi amigo tendía a torcer y entrecerrar un

Regresé a la azotea, la historia no tardaba en repetirse. Por

poco los labios al hablar de aquello que le preocupaba. Se le

la calle un chico de trece años aparecía con su pantalón de

formaban unos surcos alrededor de sus narices, bajaban de

mezclilla, una camisa blanca y unas botas color café oscuro.

sus mejillas a la barbilla. Las arrugas de su frente me llamaban la atención, se entrelazaban unas a otras como cruces de

del cantero. Todas las mañanas pasaba con un cincel en una

caminos, pero ¿a dónde nos remitían?, ¿a una juventud llena

mano y una bolsa con su lonche de frijoles en la otra.

de agobios?, ¿a las aventuras de un joven sin oportunidades?

Martín apareció de repente, sonrió y se sentó a mi lado

Observé sus manos cubiertas de callosidades, pareciera

para mirar la función. No preguntó nada, él intuía que yo an-

que sus palmas eran tan ásperas como la corteza de los ár-

daba tras de él. Sabía que tarde o temprano tenía que llevar-

boles. ¿Era ese el precio del cincel sobre la cantera?

me a alguien. Sin más, sacó una caguama, la destapó, le dio

Martín y su mujer dejaron de hablar. Ambos guardaban un si-

un trago y moviendo la cabeza de un lado a otro con ironía

lencio sepulcral, esperaban que yo diera respuesta a algo que

dijo en voz baja “¿y cuándo vendrás por él?”. Le dije: pronto.

habían preguntado, pero no había puesto atención. Antes de

Los accidentes llegan cuando menos se esperan.

que yo pudiera reaccionar, Martín dejó de respirar. Su mujer no separaba los ojos del rostro de su marido mientras un

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Por el caminar y su figura concluí que se trataba del hijo

pitido insoportable inundaba la habitación. Un grupo de enfermeras entró, llevaban un kit de emergencia, algo que ellas llamaban el “carro rojo”. El tiempo se puso en juego. Agujas, guantes, sangre, cortes, tubos, respiradores, reanimadores, gritos, desesperación. Un sollozo, llanto desmedido y exclamaciones dirigidas al cielo. Una viuda había quedado sobre la tierra en aquel pueblito conservador. A ella lo que le incomodaba de aquella situación era que su marido había fallecido por el alcohol y no por el polvo que inhalaba día con día de la cantera. Lo que más le molestaba era que su hombre siendo un buen escultor, un artista de la piedra rosada, había terminado por ser un costal de sangre cuajada a causa del olvido convertido en alcoholismo. Los días pasaron, la mujer se endeudó aún más para pagar el velorio, el sepulcro y el novenario de Martín. Yo me esfumé y me robé los recuerdos de aquel buen hombre.


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«que si hago discursos es porque estoy solo y me paro por este cuarto, sobre esta máquina, hablando, porque eso se ha convertido para mí en el único modo posible de pensar

Respiración artificial, Ricardo Piglia



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