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Se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un sayal de pelo, la luna entera se tiùó de sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra . La Biblia, Libro de Juan


c a r ta e d i t o r i a l Caí al mar como se cae al vacío, al insomnio / habitarlo se complica con el tiempo / [...] el frío/ me encerraba entre la tarde y la noche. La ceguera se [me] vino encima con todo el peso de la fatalidad / imagen y ruptura de los temores. / Si [volteo] el camino del ascenso está perdido.

Las editoras

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Editor responsable Clemencia Corte Velasco Editores responsables de este número María Silvana Martínez Couoh Marielo Regina Polo Chávez Rodrigo Lichtle Ventosa Consejo Editorial María Silvana Martínez Couoh Marielo Regina Polo Chavez Rodrigo Lichtle Ventosa

Adriana Ixchel Robledo Serna Alfredo Lozano Reynoso Camilo Montecinos Guerra Iliana Abigail Chávez Vera Itzia Rangole Juan Pablo Fautsch Juan Pablo Tovar Ruiz Luis Reynaldo Pérez Ricardo Alberto Bugarín Sandy Mel Vallejo

Dirección de diseño Diana Teresa Ortega Ramírez

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Diseño Andrés Cote Pérez Angélica Espejel García Bryan Alexis Delgado Carrera Daniela Saury Illescas Diana Karen Peláez Morales Hervin Aguilar Escalante María Fernanda Rojas Reyes Mónica Ruiz

Portada

Rocío Martínez Ramírez Patrício Rodríguez Alvarez

Comunicación María Silvana Martínez Couoh

ESPORA, Año 3, No. 23, septiembre a octubre, es una publicación mensual editada por la Universidad de las Américas Puebla a través de la Escuela de Artes y Humanidades. Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, San Andrés Cholula, Puebla, México, 72810, tel. 222 2292000, www.espora.udlap.mx, esporarevista@gmail.com. Editora responsable: Clemencia Corte Velasco. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo no. 04-2016-102014364800-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Carla Laura de la Hidalga Jiménez, Eric Josué Ibarra Monterroso y Montserrat Flores Castelán, Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, 72810, San Andrés Cholula, Puebla, México. Fecha de última modificación: 23 noviembre 2017. Queda prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio, del contenido de la presente obra, sin contar con autorización por escrito de los titulares de los derechos de autor. Los artículos, así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la UDLAP.

N Ú M E R O 2 3


índ i c e 6

Cinco poemas ventilados

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El Milagro

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El sonido de la quietud

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Al final del túnel

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El jardín de los pecados

Jorge Ávila

Camilo Javier Velandia Arias

Valente Saavedra

José Luis Elorza

Karla García

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Siempre juntos

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3 poemas

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Los días que el valle arde

Azurra DeGonret

Roy Alfonso Vega Jácome

Juan David Ortega Barona

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Jorge Ávila

Venezuela fb: jorge.avilaarvelaiz Diseñador: Hervin Aguilar

VIAJE POR UN TÚNEL DE SOPLIDOS Mientras viva viviré limpiándome en la brisa.

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ACUARELAS DE TARDE Los canarios pintaban cicatrices en el suelo, picoteando sus granos de maíz


SAPOS SENSIBLEROS EN UNA CHARCA PASAJERA

Dormían en el barro pero el agua los despertó

7 MEDIO PRESO Nada más el frío me encerraba entre la tarde y la noche.

AQUELLA NIÑA LLAMADA MARGARITA La mujer que más amé encarnó en una flor.


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Valente Saavedra

Mérida, México f: Valente Saavedra Diseñador: Angélica Espejel García

El sonido de la quietud Canción de hilo negro

Espero que el mar, con sus olas, nos dé silencio. Espero que este viento negro nos brinde asilo este día solamente. Nuestras manos atadas al puerto y la playa sin retoños. No se echan raíces en la arena. Estamos de paso, como barcos. Me miras el cuerpo y dices: náufrago. Te respondo: palmera, faro, luna; te digo que los náufragos tuvieron naves y direcciones, yo carezco de ambas. Caí al mar como se cae al vacío, al insomnio. Ahora que he tocado tierra, espero que la noche pueda durar lo suficiente.

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El sonido de l a quietud

Escombros A María la que estuvo conmigo.

En la oscilación violenta del mundo las flores se volverán de fuego e inundarán las calles. Los marcos caídos de las casas cubrirán nuestros cuerpos de humo y tiempo. Con ternura llamaremos a estas piedras refugio.

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Ángeles no me hables de estrellas mientras el cielo nos devora enteros. Si la ciudad está rota, zúrceme los párpados y las grietas, quema toda caridad sobre la tierra y en el aura vibrante del terremoto pide que la noche silencie el ruido de las farolas, que el vaivén de los escombros despeje las calles y que encima de unas piedras o una casa podamos estar solos.


Al Final Del Túnel

José Luis Elorza

Caldas, Colombia. @Josescritor Diseñador: Daniela Saury

AL FINAL DEL TÚNEL La ceguera se le vino encima con todo el peso de la fatalidad. Primero fue la dificultad en sus lecturas; luego, la imposibilidad de reconocer cosas y personas a cierta distancia. Veía figuras que al momento se convertían en bultos, sombras informes cuyos bordes inseguros se iban difuminando en humos de gris y negro, hasta que todo se hacía un solo sueño de borrosidades inciertas. El dictamen del médico había sido contundente: en menos de seis meses perdería el sentido de la vista. Sería un deterior progresivo que llevaría su visión de la luz a las tinieblas, con intervalos decadentes en los que todo andaría de mal en peor. Así que empezó por prepararse para lo que uno jamás está preparado. La ceguera es oscuridad, temor arcaico del hombre; se la teme porque no deja de ser un matiz de la muerte, noche final y perenne. El entrenamiento para cuando se apagaran sus ojos consistió en un riguroso conteo de pasos, cálculo de la posición de los objetos cotidianos, postes de luz, zócalos, bancos en el parque, crema de dientes, jabones, comida en nevera y alacena… Ajustó su existencia a una precisión exasperante. Ubicó relojes, tazas para el café, sábanas en la cómoda, ropas, zapatos, botellas de vino y talco para los pies. Tres meses después de la sentencia médica, cuando la realidad de su condición se manifestaba como un irrevocable juicio de los dioses, había ganado mucho terreno en desplazamientos y actividades del diario vivir. Sin embargo, aún sufría tropezones y confundía el tarro del azúcar con el de la sal. Cedió entonces a la idea de culminar su preparación cuando llegara la hora de la batalla, consciente de que los ejercicios a ojo cerrado y la venda negra cubriendo los ojos eran pobres emulaciones de la oscuridad real, que no tiene resquicios a los que aferrarse.

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Al Final Del Túnel

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La otra parte de sus proyectos de resistencia la consagró a grabar imágenes en la memoria. Las primeras semanas de la enfermedad las dedicó a la tortuosa tarea de mirar todo cuanto ofrecía su alrededor, con el fin de poder recordar cosas y seres cuando ya no pudiera verlos. La nostalgia es una luz que, aunque opaca y distante, irradia resplandores que hacen más llevaderas las oscuridades de la vida. Miraba todo con tristeza, movido por la certidumbre de las cosas que se pierden sin remedio y para siempre. Cada imagen grabada en su memoria era una puñalada al corazón. Le dolían las sonrisas en el rostro de los niños, las gotas de lluvia contra el cristal de la ventana, las ávidas bocas de la gente joven, los títulos de los libros, el reflejo de su imagen en la fuente. Le dolía imaginar su figura en el espejo duplicando la mirada muerta, el rocío sobre el césped, las hojas al ritmo de los vientos, el brillo de la luna, los colores del jardín, la danza de los peces. Y todo, todo era un dolor multiplicado por sí mismo hasta el infinito. Después empezó a torturarse con diversos pensamientos. Por ejemplo, imaginaba que esas como fotos almacenadas en su mente cederían con el paso de los años a la voracidad de la bruma vitalicia. Supuso que con el tiempo todo sería sonidos y tactos difíciles de asociar a sus imágenes. Y todo está asociado a la imagen. Una risa no es un sonido llano; una risa es un sonreír, una alteración en las facciones, un brillo en la mirada. Pero no todo fue reproche y autocompasión. A veces asediaba la idea de que sus capacidades motrices, auditivas y olfativas se agudizarían tras la pérdida de la visión. Sabía que esto era un consuelo de tontos frente a los hechos temidos, pero en el fondo seguía siendo un ser humano que, como todos, se aferraba a su tabla de náufrago insalvable. Y luego vino el renegar contra Dios y contra el mundo, y el preferir la muerte definitiva al fallecimiento por cuotas que se le venía encima. Enceguecer no era más que otro nombre para el fin, otra cara de la nada. Como no tenía materia de suicida, decidió darse al dolor. Supo entonces de la compasión resignada de los suyos, de la generosidad indiferente de la gente, del silencio inmemorial del Todopoderoso. Conoció de susurros familiares y cómplices emitidos por las personas en su presencia. Incluso antes del desenlace, actuaban como si ya fuera un ente nulo, inexistente. Se supo víctima. Hasta objetos y animales parecían comentar su desgraciada situación con los diablitos hogareños que espiaban, expectantes, a través de las rendijas del entablado y las tapias de la casa. Odió al mundo. Y lo maldijo.


Al quinto mes de su primera entrevista con el oftalmólogo, se sentó en el corredor a esperar como quien aguarda un corte de energía. Estaba allí desde que sonaban los primeros cantos de los pájaros y la mañana se impregnaba con el aroma del café recién hecho, hasta que el aleteo de mariposas, cucarrones y polillas se hacía monótono, estridente alrededor de las bombillas. En su hamaca comía lo poco que comía. En su hamaca percibía el índice señalador de los transeúntes prodigando lástima. En su hamaca sobrevivía a los atardeceres que casi podía palpar con sus dedos ciegos. Ya todo era masas de sombra, unos como borrones macabros en un cuaderno de aire y gas. Al amanecer del séptimo mes, no vio sombras ni bultos: ya no vio más. Emprendió camino al interior de un túnel en absoluta obscuridad. Hacia el mediodía, al vaivén tenue de la hamaca, contempló una luz opaca que a la hora nona se había vuelto intensa y desbordada. Cuando los insectos pregonaron la noche, el brillo se hizo inaguantable, pero su deseo de cruzar al otro lado se convirtió en un imperativo fulminante. Mientras daba el paso final, no se dio cuenta de que afuera, en el mundo de los hombres, se apagaban las estrellas una a una, como millares de velitas en un inmenso pastel oscuro; que cada lámpara y bombilla explotaba para siempre; que la luna reventaba como una pompa de jabón contra un mondadientes de marfil; que se extinguían todos los cirios y velones; que toda fuente luz expiraba sin remedio, y que hasta la última luciérnaga moría sin dejar rastro de su paso por la tierra. Al día siguiente no salió el sol. Alguien apagó su interruptor. En un corredor, una hamaca dejó de moverse.

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Karla García

Querétaro, México f: Garciasoloeso Diseñador: Bryan López

El jardín de los pecados “Camina y camina. No te detengas, no voltees para allá. ¡Para, para! Alguien viene, no hagas ruido, escóndete detrás de aquella cereza. Domina tu mirada o ellos te atraparán, te aseguro que al caer ahí no hay marcha atrás. Aquí no existen las medias tintas si volteas el camino del ascenso está perdido. Muy cerca se encuentra tu creador, es el narrador omnisciente de todo esto, si acaso decides voltear él lo sabrá, él está en ti. Sí, ahí dentro. Avanza más rápido y aléjate del círculo, no dejes que alguien te corteje, es

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una trampa, sólo te usarán y después te desecharán, hazme caso y sigue. Calla, calla, el búho está cerca, siempre está aquí. Él lo oye todo. Espera. ¡¿Qué has hecho?! Te he dicho que no voltearas. Esto es todo, el trato ha sido firmado. El descenso a la locura es inminente.” La visión del trato desapareció. La veracidad de él no. De nuevo el mismo sueño, ¿o quizá su realidad? Ya no lo sabía. Después de aquellas últimas pinceladas, El Bosco perdió la conexión con la realidad mortal y huyó al jardín a hacerle compañía a sus creaciones, a aquello que nos une: los pecados. No lo olvides “El Bosco ya conocía tus pecados”.


Azurra DeGonrret

Puebla, México Diseñador: Andrés Cote

No te tengo, desde aquél día ya no. Llamaste. Me pediste que viniera para tenerme, accedí por tenerte unos minutos, tal vez una hora, después de días sin saber de ti. Pasaste por mí, tú. Me lo dijiste. Me animaste a hacerlo y, como siempre, me hiciste creer, porque sentir, ya no sentía.

Comenzaste a tocarme y fuiste rápido, torpe y brusco. Me dolió, ni siquiera estaba lista, nunca lo estuve. Ahogué el grito y el dolor pasó a ser ordinario como los demás. Estabas dentro de mí y yo ya no te sentía. No quiero ser tuya, no así. Quiero que seas mío y yo tuya. No solo así. La cagué, la cagué, la cagué. Solo me estás usando. ¿Por qué lo permito? ¿Por qué te permito? No quiero esto ¿Te quiero a ti? No quiero estar sola. Quiero un abrazo y saber que no me quedaré sola, un momento de paz, no estar sola, pensar que esto no pasó y que aquel día no vi tus mensajes con ella, sola no, quiero saber que no quieres solo mi sexo, solo mi cuerpo, ese que tanto me hiciste odiar. Podría jurar que en este momento piensas en ella, que si te pregunto cómo me llamo responderías su nombre. Ya no soy mi cuerpo, sino un cuerpo. Uno que te permite hacer lo que te place, con el que puedes ir más lejos que con solo pornografía, uno para solo coger, coger, coger, muñeca sexual. Unos pechos que frotar y un agujero donde puedes meter y sacar tu pene. Ya no soy Daniela, Dani, cuatro años de relación, la futura madre de tus hijos, tu “juntos por siempre”, tu novia, tu amiga. No soy nadie, no soy alguien. No soy persona, no soy un sentimiento, no soy un sueño, no soy nada. Solo soy el agujero vacío que necesitas.

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Siempre Juntos

Llevas meses usándome, diciendo que soy tuya, mas nunca has dicho que eres mío, ni por un instante. Eres un idiota, aunque lo suficientemente inteligente para decir lo que quiero escuchar sin ensuciarte las manos, para ilusionarme lo necesario, no tanto para volver a amarte, no tanto para por fin dejarte. Llevas cogiéndome a tu antojo y cada vez que lo necesitas. Necesitas. Necesitas sacar eso, sentir ese placer. No me quieres, ni siquiera me deseas a mí o a mi cuerpo. Solo quieres un cuerpo, no el mío, solo el de ella.

- ¿De qué te arrepientes: de hacerlo o de decirme que regresaríamos? - La segunda. - Entonces, ¿por qué me dijiste que lo haríamos? - Dani. Porque sí regresaremos. En un futuro. Ahorita no. - ¿Te arrepientes de hacerlo? - No, porque te amo, pero no lo suficiente para estar contigo.

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Por supuesto, era otro de tus juegos y yo, solo el agujero vacío. Perdí costumbres, amigos, casa, familia, pareja, rutina, peso, sueño, ganas, energía, dignidad y autoestima. ¿Qué es perder la moral?


Roy Alfonso Vega Jácome

Lima, Perú f: roy.vegajacome Diseñador: Fernanda Rojas Reyes

3 poemas la escritura sigue siendo un ejercicio de las horas muertas…

la escritura sigue siendo un ejercicio de las horas muertas, un motivo de desvelo y dolor en las sienes, sigue siendo el acto de tejer páginas y vectores de piel. (cuando todos callen, el dilema de las hojas soltará sus cadenas y el gran diálogo se elevará desde su osario de pétalos. desnudos seremos testigos de los matices del árbol y la sabiduría de los insectos. los planetas alineados como células sonrientes no dejarán de emitir juicios y sílabas. las flautas enfermas aullarán de placer y una catarata de cristales derribará la incertidumbre). la escritura sigue siendo catarsis, fuga y construcción de puentes, imagen y ruptura de los temores, testimonio del universo que se crea y destruye en lo que dura el pestañeo más febril. un mundo al revés: tal es la categoría más exacta para definir la escritura.

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3 Poemas

prehistoria personal

sucesión de estacas en la soledad del huerto.

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niño aún, devorando melocotones abiertos al mediodía, junto a los animales sacrificados en el aroma de la fiesta. meses de lluvia y sequía interna. de pie sobre los escombros de la conquista y la corona de pieles, vi múltiples aparecidos vagando entre las mazorcas, buscando a sus animales, a sus amantes furibundas. acaso tanteaban el horizonte negado, los oleajes de un océano que los hipnotizó. yo buscaba historia bajo aquel cielo. vuelvo a aquella época y busco mi historia: las vigas flotantes me respondieron con sus cantos, las pepas de durazno fertilizaron la tierra y mis pies extranjeros tentaron ese espacio con su herejía. retorno a mis pasadizos duplicados, a mis dos lugares de alumbramiento: el desierto gris, el césped de los ancestros. busco mi entereza, el misterio del lenguaje.

buda es un comerciante obeso que mira el atardecer (breve ensayo teológico) puedes pedir otra jarra de vino, pero esta noche no esperes a los dioses en tu mesa. Antonio Cisneros

extendidos en la inmensa palma, averiguamos el origen del fruto volcánico y excretamos el polen que como arenisca reposa en el lodo. extendidos entre mantras y espirales, ojeamos la pereza del pavo real y caemos con la boca espumosa llamando a la eternidad que esconde sus augurios. esto es la eternidad: la palma inmensa tornándose cruz, la olla enterrándose bajo la serpiente voladora, el mar abriéndose para facilitar la diáspora, el trueno blandiendo su hacha de pétalos y conjuros. es esto la eternidad: el raro movimiento de nuestros labios, de nuestras piernas, recibiendo como toda respuesta un espejo quebrado. extendidos en nuestra propia sombra, ya no hay puntos en la frente que nos sometan.


Juan David Ortega Barona

Calí, Colombia f:/juandavid.ortwgabarona Diseñador: Karen Peláez

Los días que el Valle arde Empuja mis bordes fuera de la cuadrícula por encima del horizonte marihuanero y el turbio humor de tanto muerto. Oh, llévame oculto en ojos negros, a rascar colinas, la cordillera abrirá sus faldas para dejarnos ir lejos de este infierno pequeño signado por equívocos y soles narcóticos. Aquí el paisaje tiene las propiedades de una mentira habitarlo se complica con el tiempo, invocarlo es una mirada fugaz por la ventana. Al final, te despide envuelto en alambre de púas con dos metros de tierra encima ¿Cuál ceremonia? Nada. Ardemos tan lento en este valle de murmullos, ni modo de tornar los ojos ya que adentro cargamos hojas quemadas. Un mausoleo de hojas quemadas como plumas de ángeles exiliados.

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Si Polilla realizaba su plan de violar la inocencia de Sifón por las orejas, entonces, por Dios, la realidad… la realidad se convertiría en una pesadilla y lo grotesco aumentaría hasta tal punto que ni siquiera se podría soñar en la huida.». Ferdydurke, Witold Gombrowicz



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