Espora

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microficción poesía

e n s ayo

cuento

reseña


Somos lo que deshabita la memoria. Tropel. Estampida. Inmersión. Diáspora. Un agujero en el bolsillo. Un fantasma que se niega a abandonarte. Nosotros somos esa invasión. Un cuerpo hecho de murmullos. Un cuerpo que no aparece, que nadie quiere nombrar. Aquí todos somos limbo sara uribe, antígona gonzález


c a r ta e d i t o r i a l He aquí una presentación sobre lo inminente, lo supraterrestre y lo onírico en relación con una cisterna. Aquí crecen episodios subterráneos llenos de sospecha, intentos por nombrar un acto de transgresión. Hay voces trastocadas por el verbo ser frente a situaciones conflictivas. De esto quizá surge la importancia del nombrar y la búsqueda del esbozo: impresiones sobre impresiones, discursos ante un escenario trepidante. De una u otra manera existen actos de distanciamiento. Un paradero cósmico, comúnmente nocturno e invernal. La idea de un fondo. Entre fronteras y adaptaciones, otras voces suscitan un espacio de diálogo: indagaciones en el claroscuro de la crítica y la noticia que presentan, y a su vez son novedad, en donde reinciden las correlaciones entre territorios translúcidos. Por medio de este examen que no pretende ser más que una premisa o un eje fugaz, se proponen al lector dos corrientes de afinidad para estos textos: la definición y las quimeras.

—Los editores

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directorio Colaboradores

Editor responsable Clemencia Corte Velasco Editores responsables de este número Carla Laura de la Hidalga Jiménez Eric Josue Ibarra Monterroso Montserrat Flores Castelán Consejo Editorial Carla Laura de la Hidalga Jiménez Eric Josue Ibarra Monterroso Fabiola Lucía Fuentes Morales Montserrat Flores Castelán Paula Stefany Hernández Gándara

Eugenia González Fernanda Meneses Gerardo Hernández Fernando Montenegro María Fernanda Paredes Bedolla María José González Marco Octavio Torres García Pablo Piñero Stillmann Paco Morales Roberto Cambronero Gómez

Portada

Dirección de diseño María Marcela Medel Vera Marysol Fuentes Silva Melissa Ybarra Ocádiz

Fotografía: Brenda Báez Rodríguez Marcela Medel Vera Marysol Fuentes Silva

Diseño Abraham Torres Hernández Brenda Baez Rodríguez César Godínez Bolaños Diana Laura Mendoza Delgadillo Eduardo Avelino García Herrera Laura Andrea Gómez Mendoza Lilia Alejandra Linares Tochihuitl Luis Armando Gil Leyva María Marcela Medel Vera Zaira Edith Cuecuecha Montiel Comunicación Daniela Anell Cuevas Eric Josue Ibarra Monterroso Fabiola Lucía Fuentes Morales Paula Stefany Hernández Gándara Rebeca Emelina Ruiz Martell Valeria Alcaraz

N Ú M E R O 1 0


índ i ce 6

Lobos y océano sobre acrílico

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El verdadero romántico

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Después del invierno de Guadalupe Nettel

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Lo usual

12

El primer hombre sobre el espacio

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Lo inminente, lo irreversible y estrellas

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Sobre cosas acordadas hace más de veinte años

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Tinaco

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Corte de Ruinas

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La Piocha: La leyenda contada por Rosa Carreto

Roberto Cambronero Gómez

Paco Morales

Marco Octavio Torres García

Fernanda Meneses

Pablo Piñero Stillmann

Fernando Montenegro

María José González

Gerardo Hernández

Eugenia González

María Fernanda Paredes Bedolla

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Lobos y océanos sobre acrílico

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Fui apagando la última hornilla que de cerca parecía una mole de concreto envuelta en ese fuego que no es pedestre, ese fuego azul de tea apocalíptica. No me recordé de Eróstrato pero sí a la imagen de aquel salvaje de la épica de Gilgamesh, en el gusano que le salía por la nariz –somos sus hijos, aunque preferimos al tutelar de Homero- mientras volcaba las sillas sobre las mesas recién desinfectadas. Mi mano también olía a flor artificial. Puse las carnes emplastecidas a flotar en su acuario, cosa poco higiénica, pero así me dieron las órdenes y yo solo las sigo, pasé el paño con una capa de cloro por el mostrador. En el baño de hombres hay un hongo, pero eso es cosa seria, rasgar entre las losetas y conseguirme vinagre (líquido curioso, también disuelve las perlas, debe ser una parábola química sobre algo que no sé qué es) para matar a la raíz. Ya de último y con toda su sarna me espera la bolsa de basura, abombada con palitos de pan a la mitad, mantequillas rancias y tiramisús que se desparraman con un olor a café ácido, al café que tomaba cuando estaba en el museo. Solo a estas horas, con este silencio, me recuerdo de cuando estaba en el museo con ese aire que está ahí y en ningún otro lado, ese aire turbio que me afloja las tripas. La mejor muestra era la del costado poniente porque era más oscura y húmeda, un pasillo que era como estar dentro de un intestino, donde se exhibía la cabra bicéfala y el infame toro pardo conservados con el mejor arte; el caparazón de esa tortuga que medía casi dos metros de diámetro y un felino con ojos de canica, que se decía cualquier empleado que lo tocara iba volviéndose loco. Esos rumores imbéciles siempre salen en los museos, escuché de uno en el extranjero en que todas las curadoras juraban haber quedado preñadas después de tocar una vasija bantú y las plebeyas infértiles empezaron a vandalizar tanto al pobre artefacto que acabó en una bodega en reparación y tuvieron que poner una réplica bajo la protección inviolable del acrílico cristal. Así que me vi obligado a detener la leyenda urbana tocando al pobre disecado y manteniendo, lo que pude, de cordura. La oficina plegable y de persianas americanas tenía dos escritorios que casi siempre estaban desatendidos y ahí me preparaba el café. La máquina tenía ese sabor peculiar y culpo al Lysol de Rigoberta, gordita y pulcra, que desanimaba la moral con su obsesión de limpieza. Pero me pierdo –siempre- en los laberintos cotidianos, quizá porque no tengo más opción en una vida dedicada al cuidado de los objetos del silencio, truncada por un recorte presupuestario que me legó este trabajo de restaurante gracias a un pariente misericordioso (horrendo: vida y bullicio, gente que al alimentarse parece hincharse con más vida y más apetito y risotadas) y me alejó de mis joyas biológicas, imperfectas y sabias. Así que también dejé el cuarto que rentaba cerca del museo y me vine aquí,


Roberto Cambronero Gómez San José, Costa Rica f: Robertocambronero2W a tres cuadras de este porquerizo: dejo la basura, un camino de grava con un solo laurel, el árbol de Apolo, edificios con calles estrechas y fachadas desteñidas. No me fijé que mi dúplex –abajo una familia de rumanos, cuyo único pecado era lavarse las manos constantemente con un grifo que chirreaba- daba de espaldas a un teatro hasta que escuché un piano practicando Claire de lune y esta vez sonreí, porque una casa con música siempre está sana. Es como otro tipo de silencio más hondo, el de un parisino muerto y yo estremecido. Todos nos quedamos mudos de repente porque se me fue revelando toda una orquesta que va afinando, ensayando, mutando. A veces hasta se siente sucia la boca, la suciedad del fisgón o del lego que ve un ritual tan santo escondido en alguna cortina vil, y termino haciéndome enjuagues cuando la orquesta debe estar empacando. ¿Debería abordarlos? Salir por el camino de grava, una chelista, un violonchelo –no tengo oído para diferenciar las cuerdas- y alabarlos o corregirles, pero pienso después en que me dejan algo amargo y duradero (se va carbonizando en infecciones) en la garganta, y no voy. Soñaba por esos días con un lobo con melena felina o que mi casa era el centro del teatro y la gente no veía la orquesta miserable, solo a mí; se reían de la zarzuela de mi vida y de mi incapacidad de hacer una tostada en su punto y comer carne desde que trabajo en el restaurante; de quitarme el olor a frituras y perfumes. Decían que aún no tenía un perro palmeando de la risa y pateaban el suelo cuando, sentado con un libro, me veían la mirada, esa mirada decían, no olvida su mugroso museo, vean sus pensamientos de bufón entre la lámpara y el taburete y la botella de Ginger-Ale; el frasco de bicarbonato para quitarse, ese idiota, el gusto de nuestras risas. Cuando me desvisto veo a las mujeres con sus miradas sin piedad, secreteándose. Al teatro entré después de que esas pesadillas se impusieran sobre la del lobo, aunque a veces encontraba otros plateados y ágiles corriendo entre la platea de los burlistas. Solo había un guarda que olía a cigarro, le entré en conversación porque había leído los resultados de un partido; que las funciones empezaban en dos semanas, estaban montando algo de Agatha Christie y después si podía entrar a conocer. Esta bien, dijo, pero si le pasa algo ahí adentro no respondo. El vestíbulo estaba oscuro y me prendió las lámparas con vidriera turquesa en forma de concha, después salió y juzgué poco convencional el decorado, casi de mal gusto. Había un escritorio cerca de la puerta que hacía perder todo ritmo histriónico y fui pensando en todos los lobos, en la gran madre, una Luperca hinchada con toda la genealogía de los lobos. Pero iba entrando como si no fuera a encontrarme a ningún lobo, sabiendo que sus sombras iban a estar acechando en los asientos. ¿Era el mismo teatro de mis sueños? Terminé defraudado de mis facultades proféticas, no era. Era un puto teatro tan corriente, casi un cine que no tenía nada que ver conmigo, pensé. No podía ser mi teatro, mi casa no podía estar a la par de este promontorio de chicles y envoltorios de pajillas, un patético basurero. Después de eso se desinfló mi vanidad de actor secreto, parecía que mi resistencia al ridículo estaba ocultando mi rabia amarga por estar lejos de mi museo, de mis fenómenos a los cuales tenía que proteger cuando entraban las manadas

uniformadas y con sus loncheras de aluminio, burlándose con su asombro. Al restaurante llegó Rigoberta, todavía limpia y midiendo uno con cincuenta centímetros, setenta kilos –me relató- desde una dieta de tomate, le dije que apenas saliera nos veíamos en el apartamento. Comió pollo a la plancha con arroz y lentejas, después se fue. Terminó mi turno, la encontré sentada sobre su carrito con una Coca-Cola en la mano. Del museo nada, venía con las intenciones que había previsto: una propuesta amorosa. Le dije que no había problema y que trajera sus cosas. El sueño se hinchó a toda extensión con aquella payasota a la que veía rociándose un perfume enorme, con borlas y una cofia abombada, embarrada de maquillaje y dando vueltas como en algo de Buñuel; se amarra en cortinas turquesa y lo desgarrador: el público sigue conmigo, corea ridi, Pagliacco sul tuo amor infranto! Y la orquesta anda en tiempos de Puccini, Cavalli y Wagner, Rigoberta colorete y Lysol, todo es nauseas y días blandos. Así recuerdo la época en que el tanque de gas se prendió en llamas y hubo quemaduras –un fuego, esta vez, pedestre-, solo de primer grado, pero la cocina sufrió daños, cerraron indefinidamente y tuve que aferrarme a la idea de que existía amor entre nosotros dos y no era solo yo aspirando el olor a museo de su chaqueta. Fue culpa de Händel, o de toda la maldita danza de la zarabanda o el que la inventó o quienes todavía la tocan. La música es sana y diabólica. Entonces estaba en la cama y soñé a Rigoberta con una corona de crisantemo que se iba engrandando hasta no verle los ojos y tomé entonces la decisión. Adentro del clóset estaba la orquesta con su Händel, yo pegué el oído, yo estaba ahí –escuchar es sery fui adentrándome detrás de los muros, el moho, el aire turbio de museo, y pensé: los vejestorios eran museo, eran mis fenómenos y en verdad no había nadie ahí tocando que todo era en verdad un spray, uno enorme rociándose adentro de las tuberías y haciendo que tiemble la casa. Voy a la cocina (¿qué te parece la música, Rigoberta?) ella no me mira y voy agarrando la daga –o el cuchillo que todavía tiene ajos- (¿cuál?) y sé que ese pecado es imperdonable, la persona que no escucha a Händel a la cinco de la tarde, sea como sea. Pero yo espero paciente, quiero que me vea de frente y le quiero decir que abra los ojos y dejo el cuchillo en la mesa (¿qué?) está asustada pero yo sé que tengo que hacerlo por mí mismo, es mi trabajo y también mi sacrificio (quiero que veamos el museo) (¿cómo vamos a hacer eso?). Es como si no entendiera que el caparazón de esa tortuga, de ese verde oscuro prehistórico, es la vida bailando desde el origen coralino (que estás haciendo), yo sonrío y pienso qué tan sumergido estuvo y que ahora el caparazón está detrás de ella (que estoy feliz que no fue el lince el que me aparece). Ella se da vuelta (grita, o mejor decir que es un alarido, porque en verdad lo fue) porque ella no escucha a Händel pero sí ve el caparazón de megafauna (Dios mío), yo le digo (es el nuevo dueño de la casa, de todo el dúplex) y en verdad nos bloquea la luz que viene del ojo de buey. De verdad que casi toca el techo como si se fuera esparciendo y parece que los muebles se quieren desacomodar para darle su trono máximo. De verdad que somos por siempre sus esclavos pero no solo nosotros sino también todo el público que, de repente, ya no se ríe y se ha puesto muy serio y hasta se escuchan toser.

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El verdadero romántico: veinte máximas

Paco Morales | Tampico, Tamaulipas | t: p4871w23

8 1. el verdadero romántico activa el modo avión en su celular para crear suspenso 2. el verdadero romántico vive de un par de flashazos de genialidad, como el chino Ríos 3. el verdadero romántico ve sus problemas de adaptación y de madurez como hijos legítimos y no los piensa dejar, no piensa continuar sin ellos 4. el verdadero romántico sospecha que tenerlo todo y no perderlo es una mezquindad absoluta, una ingratitud de escándalo 5. el verdadero romántico más que una pregunta tiene un chingo de ansiedad

9. el verdadero romántico — es normal, insisto — no tiene expectativas: sigue sin recordar exactamente dónde chingados las dejó, dónde las puso

16. el verdadero romántico en realidad sólo tiene dos estados de ánimo: no sé por qué hice eso y no puede ser que no he hecho nada

10. el verdadero romántico se mantiene fiel distanciándose

17. el verdadero romántico terminará rompiendo la dieta cuando empiece a sentirse mejor, con más energía, casi dichoso

11. el verdadero romántico – es cierto – fantasea con volver atrás, cada vez más atrás, un poquito más atrás: donde no se alcancen a notar sus taras 12. el verdadero romántico no conoce el miedo pero está bastante familiarizado con el pánico

6. el verdadero romántico sabe que un acto de amor siempre es un acto de desesperación, algo maniaco, a destiempo

13. el verdadero romántico jamás usaría a la ligera la palabra éxtasis – pero qué tal blanquísimo, costillas, cremas, muros, pubis, percha

7. el verdadero romántico — a sabiendas o no, con delicadeza o no — siempre deja un pedazo de sí cuando stalkea

14. el verdadero romántico se chinga un Mordisko después de correr para seguir sintiéndose culpable

8. el verdadero romántico intuye que gran parte de su encanto consiste en inhibir dicho encanto

15. el verdadero romántico – y esto lo digo sin hesitar– nunca delegaría al cuerpo lo que corresponde al espíritu

18. el verdadero romántico no sale de la depresión por temor a sentirse culpable de su dolor, por haberse ensimismado en su dolor tanto tiempo 19. el verdadero romántico invierte todo su capital en la farmacia y nada más en la farmacia; la farmacia es su templo, su dōjō, el lugar donde piensa mejor 20. el verdadero romántico no puede cruzar un aparador sin mirar su reflejo de reojo, casi por instinto, como si fueran los restos de un extraño


Después del invierno, Marco Octavio Torres García

Ciudad de México t: dylanyala

de Guadalupe Nettel

En Después del invierno, Guadalupe Nettel no quita el dedo del renglón: tal vez bajo el influjo de Bolaño sus personajes viven en ciudades (mundos) intramuros. En El huésped la protagonista se alía, en los pasillos subterráneos de la Ciudad de México, con los ciegos comerciantes como si se tratara de una especie de cofradía. Los marginales son de un interés central para su obra. Este interés revela o recubre otro más genuino, a mi parecer no muy distinto de obsesión por la muerte. Es decir, no es el hecho de la marginalidad en sí, sociológicamente hablando, sino lo marginal como aquello que está en la orilla de la vida o mejor dicho del proceso vital en su conjunto. En las cosas que la luz no toca pero no por una suerte de desprecio sino por una suerte de fatalidad mezclado con una forma de recelo. Un recelo que guardan los hombres por tener al final, en el margen y límite que antecede a la muerte, un poco de dignidad. Los muros, las fortalezas, las madrigueras son elementos que abundan en el texto y que, como las tumbas, separan a los personajes no sólo del resto del mundo (de los vivos y de los muertos) sino de su pasado y de su propia identidad. Pero la segregación voluntaria en Claudio y Cecilia, personajes principales de la obra, revelará su carácter frente al mundo y dejará claro que más que situarse en los límites de la sociedad, se sitúan en el umbral de esta. Ese carácter se manifiesta tanto en la forma en que afrontan sus respectivas pérdidas y ausencias, como en su disposición hacia los cambios de las estaciones. Claudio, frugal, estoico y espartano, someterá su cuerpo y su mente a una disciplina que reinará desde los momentos más triviales, como ducharse o desayunar, hasta los más complejos como los del amor, el sexo o la amistad. Pero las inclemencias del clima son lo de menos cuando se trata de hacerle frente a las desavenencias de la vida. Exiliados en cierto sentido: Claudio se fue de Cuba para afincarse en Nueva York, Cecilia se fue de México con el pretexto de hacer un posgrado en París; obligados a comunicarse en una lengua que no es la materna y, finalmente, con un pasado que dadas sus situaciones particulares le confiere a cada

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después del invierno, de guadalupe net tel

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personaje una situación de huérfanos. Claudio responderá a esta condición de orfandad con una actitud de autosuficiencia, mientras que Cecilia lo hará con una constante sensación de carencia. En la inclemencia del invierno, Claudio responderá con el aplomo característico de su filosofía, sentirá que el frío le fortalece y le purifica. Cecilia, en cambio, se refugiará bajo su edredón y no saldrá ni siquiera a comprar el pan para la cena. A lo largo de la novela veremos cómo los cambios de estaciones se concatenan con las continuas desintegraciones de la identidad de los personajes, quienes tendrán que optar por la apertura hacia los demás o la madriguera, entre la resignación de llevar siempre a cuestas su desasosiego o la alegría de entregarse al enamoramiento. Ahora bien, la muerte como tema final e inevitable parece ser el origen de la reflexión y la anécdota. Muertes simbólicas y reales, que al final de cuentas vienen a ser exactamente lo mismo. Muertes fundamentales: la pérdida de la madre, la pérdida de la patria, la pérdida de un amor real. Muertes que desembocan en el exilio o la deriva. Del mismo modo que en personajes como los de “Una novelita lumpen” de Bolaño, los huérfanos y exiliados de Nettel están en un naufragio existencial que los obliga a asirse del primer bote salvavidas que tienen a la mano. La lejanía o la sensación de lejanía y pérdida permea la historia de los personajes. Hombre y mujer fuera de sus países, hablando una lengua extranjera, huérfanos de una u otra forma; Cecilia fue abandonada por su madre y la enterró, Claudio dejó a su familia, su país y sepultó todo un pasado por el dolor que le causaba. La tumba como símbolo arquitectónico del destino humano: la muerte parece ser en “Después del invierno” la invocación de una poesía precisa: Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto. Podeís creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada… (Altazor, Huidobro)

La felicidad no es el tema final ni el destino, ni siquiera la búsqueda consciente de Claudio y Cecilia. Ambos se aferran, en un sentido contrario, a las causas perdidas (Cecilia lo hace a tal punto que aun sabiendo que Tom sufría una enfermedad mortal, cultivó su amor por él hasta las últimas consecuencias). El mundo que los otros viven, el de Haydée, el de Mario y Ruth, es un mundo en el que la abundancia o el desenfreno guían la existencia, como si se tratara de una efervescencia o una llama. Claudio desprecia la mirada de fuego de las trigueñas, pero se descubrirá que en este caso, como en el de su misoginia, que el racismo tiene una raíz profunda en su personalidad. Sin embargo, aunque no es la felicidad como designio lo que buscan los personajes, sí anhelan un alivio, un lugar para respirar, un reposo (la tumba quizás, en el caso de Cecilia; un hogar, el que sea, en el de Claudio, obsesionado por la construcción de una fortaleza que lo haga sentir en paz).

II La colisión esperada entre dos estrellas, la consumación del sueño, de la esperanza que, aunque no sea búsqueda, abriga todo naufragio, parece darse en el momento en que Claudio y Cecilia coinciden. Claudio quería reconocer en ella la materialización de un amor ideal. Cecilia cree e intuye una conexión cósmica al ver en Claudio a alguien que “conoce de tiempo atrás”. Este reconocimiento, sin embargo, es el de la desgracia compartida, hermandad o lazo que establecen inevitablemente los exiliados, los marginales y que es finalmente una compasión llevada al límite del enamoramiento, pero difícilmente alguien puede abrazar y amar su propia desgracia por mucho tiempo. Entonces, la imposibilidad del amor y del alivio vuelve a vencer. Como dos botes sin remos ni velas, ellos pasan tangencialmente, continuando al final cada uno, por su lado, a la deriva.


Lo usual Fernanda Meneses Puebla, Pue. | f: Fernanda Meneses

Si tuviera la oportunidad un día más de ayer de hace un año o de mi niñez. Si hoy yo supiera que el mañana se acaba yo, tendería mi cama; Solo escucha mírame bien: yo, me pondría bálsamo encendería la tele y tocaría la guitarra, iría a la tienda pediría huevo tomates, rajas. Haría el desayuno escribiría un poema terminaría pendientes, sacaría a los gatos a pasear y me dirías que eso no se hace; Tomaría la siesta. Cinco horas después, me dirías que eso no se hace. Estoy atrapado en este lugar en esta cama, con estas máquinas pero yo creo, yo te diría mientras miras al cielo, que yo, haría lo usual.

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El primer hombre en el espacio, al flotar sobre nuestro planeta, se convenció de que su logro era irrelevante. Todo había sido por una frase más o menos aleatoria. Desafortunadamente, por razones bien conocidas por aquellos que viven debajo de la línea del ecuador, también la historia ha subvaluado el viaje inaugural de Donatien Fouroux. Fouroux tenía (solo) un par de amigos, Tito y Camila Mazzilli, marido y mujer, ambos físicos de renombre, a quienes Fouroux conoció en sus días de vendedor de hachís. Los Mazzilli seguido lo invitaban a cenar a su casa en las afueras de Buenos Aires, donde los tres se llenaban de bife y patatas, tomaban vino y fumaban. Fouroux, por lo general adverso a socializar, pasó incontables horas en casa de los Mazzilli, recitando su expansiva lista de preguntas cosmológicas: ¿Cómo que el tiempo alimenta al espacio y viceversa? ¿El universo siempre ha existido? ¿Me podrían volver a explicar la paradoja de los mellizos? (Los detalles de la relación de Fouroux con los Mazzilli son temas de intensa discusión. Una biografía de Camila, citando a fuentes anónimas, asegura que los tres estaban involucrados en una compleja fantasía sexual de carácter sadomasoquista, mientras que un artículo, escrito por un nieto de los científicos, sostiene que estos sólo eran amigos de aquel “papanatas” por lástima). Una noche en la que comieron y bebieron demasiado, los Mazzilli llevaron a su amigo al cobertizo a mostrarle un proyecto secreto en el que habían estado trabajando. Era una esfera transparente con una silla de cuero en su interior. Frente a la silla instalaron un timón y, sobre el timón, una pantalla que para aquellos tiempos era de lo más sofisticado. Salpicada en la dermis de la esfera había una serie de pequeños y poderosos motores. –Es la cosa más bella o la más fea que he visto en mi vida –dijo Fouroux–. Me trae a la mente la crueldad de la vida y de la muerte. Tito encendió un porro marinado en hidrocodona. Estaba tan conmovido por el “hijo” que había procreado con Camila que no podía estar en su presencia sin la ayuda de algún tipo de ansiolítico. –Empezó como una broma –le explicó a su amigo–. Pero mi mujer y yo somos gente demasiado seria para las bromas. –Puede viajar al espacio –dijo Camila–. Al menos eso dicen los números. Fouroux, quien nunca dudó de una sola palabra dicha por los Mazzilli, puso las palmas de las manos sobre la esfera. Empañó el vidrio con su aliento y dibujó una cara feliz. –¿Y el combustible? –Muy buena pregunta –dijo Camila. Fue a una esquina y apuntó a otra esfera, esta más pequeña–. Va aquí.

–No tiene la capacidad necesaria –agregó Tito–. Es decir, es lo más grande posible, pero no lo suficientemente grande para un viaje redondo. Camila, triste, explicó que la esfera podía llegar al espacio, pero no volver. Entonces, como poseído por el espíritu de alguien con autoestima, Fouroux le dio un trago a su vino y dijo las palabras mágicas: –¿Y una soga? Un silencio espeso invadió el cobertizo. –¿Cómo? –dijo Tito–. ¿Cientos de miles de kilómetros de soga? Camila opinó que la idea no se le hacía tan descabellada. –Uno lanza la esfera y luego la regresa jalando la cuerda. Tito y Camila no hubieran tenido inconveniente llevando a cabo el plan al descubierto, con permiso del gobierno –ambos se consideraban apolíticos– pero el estado militar se hubiera tardado al menos un año en preparar la ceremonia de lanzamiento. Tuvieron la buena fortuna de que uno de sus amigos, Martín Ronconi, ex amante de Camila, trabajaba en el ahora difunto Ministerio de Exploración Supraterrestre y les pudo llevar la maquinaria, requerida para el lanzamiento, a un campo de futbol. Tito y Camila supieron que habían tomado la decisión correcta cuando vieron a su amigo, de traje ignífugo y casco, sonriendo como nunca lo habían visto. –Sabes –le dijo Camila al piloto improvisado–, en algún otro universo vos sos un cosmólogo. –Y en otro universo –dijo Tito– un predicador. –En otro universo –otra vez Camila– manejás un taxi. Vos sos un dramaturgo, un dentista, un dictador. –En otro universo –dijo Fouroux, las palabras haciendo eco dentro del casco– estoy a punto de ser el primer hombre en el espacio. La esfera despegó poco después de las dos de la mañana y sabemos muy poco sobre lo que ocurrió después. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que entre más se alejó Fouroux del campo de futbol, de Buenos Aires, de Argentina, de la Tierra, todo se convirtió inconsecuente e increíblemente crucial. Sabemos que debió haber sentido el alma expandirse hasta apretarle el corazón. En algún punto le debió haber quedado claro que todo este tiempo estuvo enamorado de Camila. Sabemos que se menospreció. Sabemos que la cuerda se rompió, o se desintegró, o que alguien la cortó con un cuchillo de bistec. Sabemos también que Fouroux aceptó su destino mientras se acercaba a la nada y que sus memorias se inflaron hasta desaparecer.

Pablo Piñero Stillmann | cdmx | t: O1O111OO


Fernando Montenegro | cdmx | t: tobiasmb

Lo inminente También es inminente lo que no acaece hay también horror en esos territorios deshabitados y translúcidos fieras desbordadas sobre su hambre suspendidas entre la dicha y la percusión inmóvil de los desencuentros. Dulce fetidez de esas sustancias imposibles la sangre inscrita en el viento áspero

También opera sobre la piel de las noches

gotas de semen opaco

dijo ella,

lágrimas

lo que no acontece,

todo

sin sutileza

disperso sobre una pesadilla maravillosa

sin consideración alguna

que

por esos cuerpos que caen

se desgarra tímidamente

sobre ardientes aposentos

se desvanece

tristísimos.

enamorada.

Se consumen allí como un destino. A veces veo pasar las nubes sobre la ciudad dice ella y perderse desentendidas tras la cruenta frontera de los cuerpos, una lluvia que pudo ser que debió ser que estuvo por desatarse como el desastre que merecíamos; aunque sea para lavar estas sábanas sucias e irreversibles sollozaba estos huesos endurecidos por la ternura, hurgados por el lento sopor de lo existente.

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Estrellas La niña dibuja estrellas anguladas Lo irreversible

en las paredes blancas de la casa desolada

Hay más belleza en el error

inerme

algo que brilla turbio

temblorosa

en las hondonadas

los hace como si de ello dependiera su vida

en el sitio preciso en que se fractura

como si en soltar el lápiz estribara

el viento

alguna catástrofe

y se extravía

es el miedo me dice con sus ojos

como una pálida niña

la razón por la que sigo poblando

que no regresará jamás

los espesos murales

que no adivina cómo remontarse.

con estrellas anguladas y terribles estrellas negras que

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En ella la noche

a veces

hace un olor inesperado

se parecen a mujeres desnudas

y maligno.

acostadas sobre un terreno puro y translúcido;

Y lo que es desvío o variación o equívoco

mujeres que contemplan los planetas

invade con sus espesuras

con los ojos cerrados.

los azules valles de lo soñado,

Pero hay que verlas al revés

decae así la piedra

dice la niña

embrionaria,

si quieres verlas bien

como forjada con carnes

una de ellas es mi madre

tibias de mujer,

y aquellas puntas amplias

con sus simétricos

son sus brazos abiertos

sudores.

(me aguardan). Como las alas de un pájaro oscuro y frío

Como todo lo que en verdad se quiere,

como piernas abiertas,

cae inesperadamente:

tensas

una lluvia de asteroides

ante el terror de una hora enamorada.

donde no debía.

Cada punta en realidad

Donde no se imaginaba.

es un fragmento de mujer

En los territorios de la dicha.

un fragmento mudo y oscuro como un sexo de mujer

Hay más belleza en los desastres

la esquina de una estrella negra y dolorosa

que en el sueño.

abandonada

Dice la niña.

en un terreno baldío

perfumado.


Sobre cosas acordadas hace más de veinte años Hugo García Manríquez, Anti-Humboldt. Una lectura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Aldus/Limitus, México, 2014, 170 p.

María José González Ciudad de México t: italusa

La lectura de Anti-Humboldt requiere ser accionada. Aunque se entienda que cualquier lectura debe accionarse para suceder, Anti-Humboldt es una estructura trastocada y descontextualizada. La distorsión de un documento jurídico que, al pasar por la mano del poeta-procesador de textos, exige circular en él de forma distinta. En “Preámbulo” se advierte un discurso cercado por agua, charcos de agua; sólo saldrán a flote algunas palabras, como islas. Un dispositivo reversible, perfectamente usable en ambas direcciones: un lado en inglés y otro en español. La lectura deviene el acontecer de un paisaje rayano y sus migraciones.  ¿Qué pasa cuando lo nombrado y estipulado, que define una realidad, deja de tener relación con ella? ¿Cómo afecta la imposibilidad de nombrar algo la construcción misma de ese algo? Cualquier enunciado está fracturado: el simple hecho de su existencia crea vacíos. Grietas que se forman a partir del espacio entre el objeto y el concepto, esa porción de lo enunciado a la que no es posible acceder. Al nombrar las cosas, invariablemente se corre el riesgo de la indeterminación: México se encuentra ahí, en medio de la invisibilidad. El hueco que existe entre el lenguaje y la realidad que define siempre ha interesado a la poesía, vista como un medio hacia la renovación del lenguaje; la manera en que lo utiliza le permite jugar con sus cualidades plásticas y representativas. Análogamente, la intención de Hugo García Manríquez consiste en poner de manifiesto, en una realidad concreta, la dislocación que se abre entre las legislaciones que rigen un país y el modo en que se vive en él. La deficiencia de las jurisdicción mexicana opera como una máquina de guerra empecinada en horadar el territorio entero. Una bacteria que va consumiendo el cuerpo que habita. No estaría de acuerdo en que meramente se le llame libro al objeto que resulta del proceso García Manríquez/tlc. Fuera de que se use como pronta abreviación para referirnos a él o –erróneamente– por costumbre, el producto final es sólo una parte del resultado que significó todo el proyecto. Por lo mismo, más allá de ser un libro, es un conjunto de acciones que van desde la transcripción del documento hasta la realización del ejercicio poético, utilizando un instrumento que involucra personas, lugares, tiempo, traslados, animales y objetos: también se acciona sobre una realidad social. Es inevitable leer Anti-Humboldt y no asociarlo con esa dimensión de la “otra-literatura”. Una práctica que inicia con desplazamientos e implicaciones visuales sobre la palabra, hasta desprenderla de su soporte-página y pasearla por un sinfín de medios. La experimentación ha complejizado los mecanismos y formas en que es posible trabajar el lenguaje: estamos en un momento donde el aceleramiento tecnológico re-

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accionada trastocada y descontextualizada La distorsión de un documento perfectamente usable en ambas direcciones: un paisaje rayano y sus migraciones. fracturado: el concepto, esa porción de lo enunciado hueco medio hacia la renovación Análogamente, la dislocación que se abre entre las legislaciones un país Una bacteria que meramente se le llame libro leer práctica que inicia con desplazamientos e implicaciones experimentación aceleramiento desaparición apropiación de los recursos plagio enriquecimiento brecha, entre lo legislado y su objeto, La opacidad de la estructura construida, las palabras ingenioso artefacto materia prima, foramen profundo: qué se gana y qué se pierde en cada desplazamiento im provisional re  impugnación re  observación

voluciona constantemente la manera en que lo empleamos y consumimos. No es que abogue por la desaparición del libro, pero es importante tener claro que el libro, en tanto tecnología, ha dejado de ser desde hace tiempo el único contenedor posible para un texto. En este aspecto, aunque Anti-Humboldt utilice una forma tradicional, García Manríquez está consciente de las implicaciones físicas de su obra: invisibiliza palabras y construye una frontera que, al ser transgredida, obliga a invertir el libro, a usar otro idioma y a situarnos en otro contexto.  La apropiación es uno de los recursos aprovechados por esta otra-literatura. Al acercarnos a la idea de apropiación –o a su primo lejano, el plagio– con frecuencia se termina discutiendo sobre conceptos como autoría y originalidad. Hay que notar que el enriquecimiento de la apropiación radica en qué y cómo se use aquello de lo que se esté uno apropiando. Al recurrir a un texto de carácter legislativo, se entiende que el lenguaje contenido en él ya supone implicaciones sobre una realidad tangible. García Manríquez usa esta brecha, entre lo legislado y su objeto, para exhibir la condición negativa del lenguaje: la imposibilidad de desprenderlo completamente de su subjetividad y, por consiguiente, la imposibilidad de otorgarle un significado único, plural o común. La opacidad de las palabras no “es carencia de significado sino su complemento”; la estructura construida, al desvanecerlas y ponerlas en movimiento, permite que transmitan cualquier mensaje, incluso ninguno: las hace portadoras de su misma negación 1.  Por sí solas las palabras no pueden decir nada nuevo. Su singularidad radica en la forma en que las disponemos sobre el soporte. a-h es un ingenioso artefacto que, al usar palabras previamente tratadas, revierte la máquina de guerra contra sí misma obteniendo una resignificación del lenguaje: García Manríquez, lo usa como materia prima, lo procesa y, lo que nos entrega, estrictamente, es un cuerpo textual inédito donde la figura del autor no deja de desaparecer. En este ejercicio, no creo que tenga mucho sentido polemizar en torno a la autoría. Lo que se utiliza del tlc es sólo una selección y, dentro de esta selección, el autor manipula deliberadamente las palabras. Sería más problemático usar el documento completo, ya que está escrito por miles de manos y todo se reduce a que el Estado sustenta sus derechos. También es interesante el caso de que pretenda tener la misma validez para tres países y en tres idiomas distintos, cosa que genera un foramen profundo: ¿qué se gana y qué se pierde en cada desplazamiento?, ¿qué efectos produce la migración del lenguaje? ( d ) la eliminación de la posibilidad de imponer cuotas provisionales antes de la expedición de la resolución provisional, ( e ) el derecho de las partes interesadas de acceso inmediato a la revisión de resoluciones definitivas ante paneles binacionales, sin la necesidad de agotar previamente la impugnación administrativa;

in  stigadora ex  gubernamental ex  reclamación

( f ) plazos explícitos y adecuados para que las autoridaes investigadoras competentes expidan sus resoluciones, y para la presentación de cuestionarios, pruebas y observaciones por las partes interesadas, al igual que la oportunidad para que éstas presen-

in  comunicar jugar un mapa O quizá no, transitar un texto que siempre se queda en el camino. Intervención poética por: Eduardo Avelino García

1 Esto lo explica Ulises Carrión en la correspondencia, publicada en Plural, que mantiene con Octavio Paz: Carrión, Ulises. “Correspondencia”, Plural. Crítica y literatura mayo de 1973: 15-16.


ten hechos y argumentos en apoyo de sus posiciones antes de cualquier resolución definitiva, en la medida en que el tiempo lo permita, incluso la oportunidad de ser informadas adecuada y oportunamente y de formular observaciones sobre todos los aspectos de las resoluciones provisionales sobre dumping u otorgamiento de subsidios; ( g ) notificación escrita a las partes interesadas de todas las medidas o resoluciones emitiditas por la autoridad investigadora competente, incluso del inicio de una revisión administrativa al igual que de su conclusión; ( h ) reuniones de información que la autoridad investigadora competente lleve acabo con las partes interesadas, durante las investigaciones y revisiones, en los siete días naturales posteriores al de la publicación de las resoluciones provisionales y definitivas en el Diario Oficial de la Federación para explicar los márgenes de dumping y el monto de los cálculos de los subsidios y entregarles copia del modelo de los cálculos y, de haberse utilizado, de los programas de cómputo; ( i ) acceso oportuno para el representante legal acreditado de las partes interesadas, durante el procedimiento (incluyendo las reuniones de información) y en la impugnación, ya sea ante un tribunal nacional o ante el panel, a toda la información contenida en el expediente administrativo, incluida la confidencial, salvo la información comercial reservada que sea tan delicada que su difusión pudiera causar un daño sustancial e irreversible al propietario, al igual que la información gubernamental clasificada. Lo anterior estará sujeto a un compromiso de confidencialidad que prohíba estrictamente el uso de la información para beneficio personal y su difusión entre personas que no estén autorizadas a conocerla; y a sanciones que se especifiquen para las infracciones contra los compromisos adoptados en los procedimientos ante los tribunales nacionales o los paneles; ( j ) acceso oportuno, durante el procedimiento, de las partes interesadas, y de sus representantes, a toda la información no confidencial contenida en el expediente administrativo y acceso a dicha información por las partes interesadas o sus representantes en cualquier otro procedimiento una vez pasados 90 días después de la emisión de la resolución definitiva; ( k ) un mecanismo que disponga que toda persona que presente documentos a las autoridades investigadoras competentes, simultáneamente notifique a las partes interesadas incluidas las extranjeras copia de toda la documentación que presente después de la reclamación;

dad investigadora competente de un expediente administrativo según la definición en este capítulo y el requisito de que la resolución definitiva se funde exclusivamente en el expediente administrativo; ( n ) comunicar por escrito a las partes interesadas todos los datos y la información requerida por la autoridad administrativa para la investigación, revisión, procedimiento de cobertura del producto, o cualquier otro procedimiento sobre cuotas de antidumping o compensatorias; ( o ) el derecho a una revisión anual individual a petición de parte interesada, mediante la cual sea posible obtener su propio margen de dumping o tasa de cuotas compensatorias, o cambiar el margen o tasa recibidos en la investigación o en una revisión previa. Se reserva a la autoridad investigadora competente la facultad de iniciar la revisión en cualquier tiempo, de oficio, y se requiere que la autoridad investigadora competente emita una notificación de inicio, dentro de un periodo razonable posterior a la solicitud; ( r ) una declaración detallada de las razones y el fundamento legal respecto a las resoluciones definitivas, de manera que sea suficiente para permitir a las partes interesadas decidir, con conocimiento de causa, si solicitan revisión judicial o ante un panel, incluida una explicación sobre asuntos de metodología o de políticas que surjan al calcular el margen de dumping o subsidio 2; García Manríquez entrega una estructura que nos fuerza a colaborar, a tomar decisiones: a decir o no, a leer o no. Propone realizar un ejercicio sencillo: jugar a la migra. Nos da un mapa que debe ser recorrido mientras la maquinaria pesada interfiere y obstruye su circulación. Al incitar consigue la reacción: quizá reconozcamos que todo enunciado es político. O quizá no, y es siempre una buena alternativa. Igual que siempre habrá gente a la que le guste transitar en un texto de manera ortodoxa, que prefiera escribir a mano o que opte por seguir leyendo sobre papel. Y esto también es necesario. Se puede estar en contra o a favor del plagio, considerar o no poesía lo escrito por un bot. Propuestas como Anti-Humboldt ponen en circulación asuntos concernientes al azar de la literatura. Finalmente, ¿qué es lo que dice a-h?, ¿consigue decir algo? García Manríquez propone un afterimage, pone a disposición de cualquier usuario el tratamiento que hace del lenguaje. Las letras aproximándose alejan a las que permanecen camufladas en la página. Como si la palabra que se nos otorga borrara todas las demás. Algo en ese sobrevenir siempre se queda en el camino.

( l ) elaboración de resúmenes de las reuniones entre la autoridad investigadora competente y cualquier parte interesada, y la inclusión en el expediente administrativo de dichos resúmenes, mismos que estarán a disposición de las partes en el procedimiento. En caso de que dichos resúmenes contengan información comercial reservada, tales documentos se darán a conocer a los representantes de una de las partes, previo compromiso de asegurar su confidencialidad; ( m ) conservar por la autori-

2 Decidir cómo citar el documento fue complicado. Al no tener fotografías legibles, transcribí esos fragmentos. No podía utilizar sólo las palabras en negro, eso distorsionaría la intensión. Hice una transcripción de la transcripción que Hugo realizó. Es una proeza reescribir el documento intervenido. Tan cansado como nadar contracorriente sin poder tocar el suelo. Naturalmente, las citas no son idénticas: subsisten las consecuencias de su adaptación.

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Tinaco Gerardo Hernández | Xalapa, Veracruz | t: gerhrz

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Afuera comenzaba a caer la lluvia. El golpeteo resonaba sobre el plástico y podía imaginar el constante movimiento de las gotas. Plaf plaf plaf y el retumbar adentro, en la oscuridad, se convertía en un alivio a la monotonía. Se recostó en posición fetal y comenzó a imaginar el cielo, el agua, la temperatura. Llevaba un tiempo viviendo ahí, en la oscuridad. Un día fue castigado por un acto impreciso: tal vez fue por masturbarse mientras veía a su prima o por el cigarro que se fumó junto a un niño. O por haber engañado a su exmujer. Por no haber nacido en esa ciudad. No importaba ya el motivo. Lo tomaron preso, le vendaron los ojos, lo desnudaron y lo dejaron caer ahí. La lluvia comenzó a caer más fuerte y sintió el alivio que ese ruido le procuraba. A diferencia de otras veces, no cargarían el exterior como era costumbre. Ese sonido lo incomodaba, lo hacía sentir vulnerable. El sueño lo comenzó a vencer y en la oscuridad alcanzó a ver más oscuridad. Los días que llevaba ahí se habían convertido de una terrible agonía a una pedante seguridad. Sabía que nunca lo dejaban sin comida y que a cierta hora del día, si es que alguna vez era día, aparecía la comida por unos tubos conectados al fondo de su prisión. Una vez intentó escapar por ellos: al romperlos, el agua comenzó a fluir y lo inundaba. El miedo y sus gritos no fueron suficiente. Cuando despertó, estaba seco y todo reparado, sin ver a sus captores o siquiera algún destello de luz. Ese día lloró, pero ya no recordaba cuánto había pasado desde entonces. Había cambiado el horror asfixiante por una cálida seguridad y rutina para hacer sus cosas. Procuraba defecar en el pequeño agujero instalado para tal motivo, y para comer frotaba sus manos contra las paredes húmedas. A veces, en sus sueños, pensaba que esas paredes de plástico se romperían y lo mataría la presión del agua. Pero no había sucedido. No entendía la finalidad de su permanencia en ese tambo enorme. Nadie lo contactaba, y aunque lo hiciera, no podría escuchar o distinguir su voz. Mucho menos una nota escrita: el papel sería devorado por la negrura. Nada en su espacio le podía permitir imaginar un mensaje o una nota. A veces golpeaban el tanque de manera rítmica, pero dedujo que era más un entretenimiento para su posible vigilante que una vía de comunicación.

El día que lo apresaron caminaba en un centro comercial. La conciencia la llevaba tranquila y por eso le extrañó que la Policía lo solicitara. Adentro de un cuarto blanco con una luz que le quemaba los ojos, comenzaron a bombardearlo con preguntas sobre su origen, su domicilio, sus actividades. Uno de ellos lo acusó de ser una porquería humana y él se exaltó. Comenzó a gritarle mientras los demás reían. Lo golpearon y amenazaron con hacerle lo mismo que a su víctima. No entendía de lo que hablaban. Le tomaron fotos y lo grabaron, pero siguió luchando hasta que descargaron el golpe de una pistola sobre su nuca. Cuando despertó, estaba desnudo, adolorido y rapado. La sangre le bajaba por la garganta y sintió un ardor inhumano entre las nalgas. Un hombre de túnica entró al cuarto y lo vio con repugnancia. Eso le pasaba a quienes cometían un delito. Comenzó a disertar sobre la terrible situación humana y su pobre carácter para afrontar sus decisiones. Él se demostró inocente, desconociendo la situación que lo había llevado hasta ahí. El juez lo impugnó, con ojos de ira. Su castigo sería la sentencia de todos los hombres viles. Después, lo dejó ahí. Nunca supo en qué momento lo durmieron. Abrió los ojos en la oscuridad y comenzó a llorar, a pedir auxilio. Nadie llegó. La lluvia comenzaba a detenerse y en su interior algo se retorció. Supo que la hora había llegado. El tanque comenzaría a llenarse. El ruido del agua al caer resonaba sobre el plástico. Plum plum. Se arrodilló, en una pequeña esquina. Tenía ganas de morir cuando ese ruido estallaba; lento y preciso, lo condenaba a la espera de que terminara el llenado. Se concentró en el ruido de la lluvia, un recuerdo tan reciente que no podía opacarlo. Pasó así horas, tal vez días. El agua seguía su camino perfecto hasta la tapa. Cuando se detuvo, se tiró en el fondo. Se quedó dormido. El tiempo pasaba sin saber la medida exacta de este. Durante días, no pudo ir tranquilo al baño ni levantarse de forma abrupta. Perdió la habilidad para hablar, las palabras eran recuerdos, pensamientos. Al inicio intentó masturbarse pero, cuando comenzaron a arder sus genitales, dejó aquella práctica. Las erecciones habían desaparecido. Al principio imploraba un cigarro, pero con el tiempo el sabor y la sensación desaparecieron. Tiempo, todo se


resumía en tiempo. Lo desconocía ahora y no podía medir si era de noche o de día. Hubo momentos en que pensó en su familia: qué harían, qué pensarían, ¿lo buscarían? Dejó de recordar sus rostros y sus nombres. Solo quedaba mamá y papá, hermano. Lo demás era accesorio. En la oscuridad, todos son iguales. Cuando se le ocurrió levantarse encontró que su prisión era pequeña. Apenas podía mantenerse de pie, ligeramente encorvado. Para evitar aquél sufrimiento decidió permanecer acuclillado o sentado, incluso acostado. No podía estirar por completo su cuerpo así que adoptó una postura primigenia, simiesca. Comía despacio, con la intención de encontrar sabor alguno a sus alimentos. No tenían rastro de ser comida humana. Supuso que alguien lo observaba de una manera prodigiosa, pues a veces notaba que su comportamiento era signo de habladurías externas. Sin embargo, no distinguía más que balbuceos. Perdieron importancia y esos sonidos se transformaron en golpes rítmicos en las paredes de su prisión. A veces resonaban a una canción antigua. Otras, a una tortura. Todo eso acababa con la llegada del agua. Su cuerpo se convirtió en una prisión extra. La necesidad de tragar saliva, respirar, parpadear o defecar se convertían en actos obligatorios e innecesarios. Prefirió mantener los ojos cerrados: solo cuando algo atraía a su oído procuraba abrirlos, en un acto incoherente. Solo una vez sintió un temor inmenso, y fue cuando el agua comenzó a filtrarse. Supuso que era su fin: el método y momento definitivo para asfixiarlo. Nunca más vería al mundo. Pero no dejaron que pasara: de forma milagrosa, el agua se fue y el piso quedó húmedo. Durante días durmió mojado y frío, pero se acostumbró. Aprendió a disfrutar esos sucesos: le recordaban que su piel era capaz de sentir. Se le ocurrió, a manera de protesta, desgarrar sus uñas en las paredes. Sintió la sangre fluir y las pequeñas piezas de queratina caer al suelo. Nadie hizo caso de su represalia. Tuvo que esperar un largo tiempo a que volvieran a crecer. Su piel se convirtió en una masa blanda y pegajosa, de un olor incierto. Quienes lo raparon pusieron algo en su cuerpo, tan efectivo, que el cabello y la barba no le podían crecer. Se sentía usurpado incluso de aquello que lo convertía en humano. De vez en cuando soñaba con el exterior. Un mundo de colores, de emociones, de olores. El sabor de los helados y el tacto de

los besos. La renuncia al cuerpo en el acto carnal. El agotamiento de un día de trabajo. La comodidad de quitarse su ropa y ver una película mientras su cuerpo, caliente, se recostaba en un sillón. Poco a poco quedaban sólo manchas, leves sensaciones que se asimilaban a su presente. Los sueños se convertían en fantasmas que lo perturbaban. Pretendían hacerlo sentir mal en ese minúsculo espacio húmedo. No volvió a llover por una larga temporada. Abrió los ojos y pensó que debía morir. Con un pequeño utensilio hubiera lastimado las paredes hasta que, con la presión del agua, lo ahogaran. Pero incluso este sueño se convirtió en una fragilidad, en un intento desesperado por negar su situación. Era un recluso y debía vivir como tal. Estaba limpio, preparado para cualquier cosa. La muerte era un fin necesario pero que no debía alcanzar de manera burda. Debía limitar su cuerpo a las sensaciones más sencillas, su mente a los pensamientos más básicos. Dejó de llorar. Apenas si se arrastraba para comer y defecar. El sueño lo mantenía vivo la mayor parte de su captura. El tiempo iba y venía, arrastrándose entre la oscuridad mental y la oscuridad física. No necesitaba ya abrir los ojos para ubicarse, o sus oídos para distinguir sonido alguno. Era una estatua. Entonces abrieron la tapa. Una pequeña mancha de luz se vislumbraba. Le quemaba los ojos así que prefirió cerrarlos. Alguien abrió la tapa y supo que lo veían. No era capaz de hacer nada más que mantenerse tirado en el suelo. Tiraron una pequeña escalera y alguien entró. Lo cargó, lo elevó. Lo dejaron en una pequeña baranda. Cuando al fin pudo abrir los ojos sin que la luz lo cegara, descubrió su prisión. Un tinaco enorme, dispuesto en una cisterna. El agua lo cubría por completo cuando llenaban el tanque de hormigón. Respiró y el aire se convirtió en navajas, perforando sus pulmones. El aire lastimaba su piel, llagada y blanda. Comenzó a llorar, a sufrir por ese mundo del que había sido arrebatado. A su lado, las prendas con que lo habían condenado. Intentó incorporarse pero las piernas eran incapaces de sostenerlo. Miró hacia un lado y hacia otro. Una instalación con cientos de cisternas iguales. Supo que le dejaban libre, volteó para ver el cielo. Con cuidado retiró la escalera de tela que habían puesto. No entendió la nota con la disculpa. Dejó sus pertenencias y, horrorizado por ver que el mundo era el mismo del cual había desaparecido, se aventó de nuevo a su prisión.

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Corte

de ruinas Eugenia GonzĂĄlez | Puebla, Pue. Corte de ruinas donde la hierba florece. Corte de vidrio agrietada, imperfecta, un imperio asechado por la suerte de Damocles. Corte de quimeras, sombras ĂĄgiles, impresiones que en un parpadeo dan muerte a yokais juguetones,

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malignos, insanos. Corte de saudades que marchitan el alma de guerreros, combatidas por promesas que cuelgan de tu cuello. Corte de yuureis inscrita en la noche de los tiempos donde aguarda tu Ăşltimo reflejo.


21 La leyenda contada por Rosa Carreto

La leyenda contada por Rosa Carreto

María Fernanda Paredes Bedolla t: FerParedes | Puebla, Pue.

Rosa Carreto nació en 1846, fue una escritora poblana del siglo XIX. Se considera una de las primeras mujeres en utilizar la fábula en México. En su producción literaria busca recuperar las tradiciones poblanas y prefiere esencialmente el ambiente de la época colonial. Tiene enfoques amorosos y leyendas de tinte religioso. Después de casarse no se sabe nada de su vida pública ni por qué dejó de escribir. Murió trágicamente a los cincuenta y tres años. “La Piocha” es una leyenda poblana la cual Rosa Carreto publicó en el Diario del Hogar el 21 de octubre de 1886. Según Luis Mario Schneider podría decirse que esta leyenda aclara el dicho mexicano “estar piocha”, es decir, estar muy arreglada o bonita. La piocha es una joya, específicamente de brillantes, en forma de flor que las mujeres utilizaban para adornar su cabeza. La leyenda cuenta la historia de un hombre llamado don Guillén Carvajal, un viudo rico y bondadoso que tenía un hijo, don Álvaro, que siempre estaba buscando cómo acumular dinero. Este estaba casado con Doña Laura, una mujer muy codiciosa igual a él. Don Guillén cansado de estar solo decidió casarse por segunda vez con una mujer de nombre Margarita, la cual era muy pobre. A su hijo y a su nuera esto no les gustó ya que esperaban poder quedarse con la herencia de don Guillén cuando este muriera. Margarita y su esposo fueron felices poco tiempo porque


l a piocha: l a leyenda contada por rosa carreto

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muere al dar a luz a una niña muy hermosa que la llaman igual a ella. Su padre fallece cuando esta tiene cuatro años, dejándola a cargo de su hijo y su nuera que la maltratan y no le quieren dar su parte de la herencia. Los esposos tienen un plan para deshacerse de ella: meterla a un convento. Primero quieren fingir estar en bancarrota para no pagar la dote y que esta se pague con limosnas. Su plan no resulta, pero de igual manera se deshacen de ella porque Margarita, a los dieciséis años, se deja seducir por don Luis, un mal hombre que apuesta se quedará con ella. Él es el que le pone el apodo Piocha. Don Luis se cansa de ella, Margarita se vuelve cortesana y vive llena de vicios hasta que, por querer jugarle una broma a unas monjas Capuchinas, su cuarto se llena de lumbre que no la quema. Después ve su propio cadáver junto a ella. Se arrepiente de la vida que ha llevado, le pide misericordia a Dios, llega a la casa de ejercicios del Calvario y nunca sale de ahí. Luego de llevar una vida religiosa, muere feliz y en paz conservando su belleza. El texto es una leyenda que fue muy popular en el siglo xix, y la retomaron autores como León Sánchez Arévalo para un poema, y Donato Cordero Vázquez. El tema principal es el milagro que se le hace a una mujer joven que se dedica a la prostitución, y el desarrollo de este se focaliza en la construcción de la mujer dependiendo del contexto en el que se desarrolla y al sometimiento de esta. Considero que la leyenda va dirigida a mujeres conservadoras que leían la revista en la cual se publicó. A lo largo de la lectura nos encontramos con algunos símbolos que me parecen importantes: joya, llamas y muerte. Aquel que representa a la protagonista es la joya, por su apodo. Así pues, se puede considerar a Margarita como un objeto que adorna a la persona que la acompaña, don Luis, quien sólo la utiliza por su aspecto físico: “…cuando se presentó el seductor llevando del brazo a Margarita resplandeciente de joyas y hermosura. Don Luis quiso ostentar el tesoro de que era dueño en toda la plenitud de su belleza y lo consiguió” (Carreto, 233). La paráfrasis verbal “quiso ostentar” nos dice que don Luis la quiere exhibir como si fuera un objeto. La autora se refiere a ella metafóricamente como un tesoro del que él es dueño. Desde el principio (con su hermano y su cuñada) hasta esa parte, la Piocha es un personaje pasivo. Cuando se dice que después de un año don Luis la abandona, ella

conserva su apodo y, al mismo tiempo, sigue estando representada como un objeto que vive de su opulencia y su belleza. Una parte crucial de la historia es la toma de conciencia del personaje al ver su cadáver y el fuego rondándola: “Rápida como esas blancas exhalaciones que cruzan por el cielo, pasó por la muerte de la pobre Margarita el recuerdo de su pasada vida y golpeando su marmóleo pecho exclamo: ¡Señor, pequé, ten misericordia de mí! ...” (Carreto, 236). Si bien podemos pensar que las llamas representan el infierno, Chevalier define a las llamas como “un símbolo de purificación, de iluminación y de amor espiritual.” Las llamas que la rodeaban podrían representar esa toma de conciencia y el futuro que le espera. Debido a esto busca ser perdonada y se refugia con las monjas. Cuando estaba tan agobiada, anhelaba un descanso, un alivio para sus penas. Por ello Margarita tiene una sonrisa cuando muere: “Tendida sobre su pobre tarima, parecía que dormía: la muerte no había descompuesto los rasgos de su magnífica hermosura, sus labios dejaban ver una dulce sonrisa y algo como una aureola de luz rodeaba su marfileo rostro” (Carreto, 237). Después de sentirse perdonada muere tranquila. Considerando las otras versiones, la leyenda que reescribió Carreto ocultaba un sentido más profundo y contestatario que el de contar un milagro como los que mencioné anteriormente. Carreto se remite al pasado de una niña que no recibió afecto y, de cierta forma, nos hace sentir empatía por la pobre huérfana a la que nadie quería. A diferencia de las otras leyendas, no la retrata como una mujer fatal sino como una víctima de las circunstancias donde finalmente se arrepiente y alcanza la felicidad. Si bien apela a los valores morales y a la búsqueda de la religiosidad, el final también es algo que rompe con los finales de la figura de la prostituta o mujer que no cumple las normas sociales y es castigada, como Santa de Federico Gamboa. La manera en la que la autora presenta al personaje podría ser una manera de decir que las mujeres que no poseen ninguna instrucción o conocimiento pueden ser tratadas como objetos por los hombres (ya sean sus padres, hijos, esposos o amantes), como era el caso de la mayoría de mujeres, que no tenían libertad ni voz alguna, las cuales sólo dejarán de ser tomadas así cuando sean conscientes de lo que quieren.


Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada lewis carroll



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