
“A los cincuenta, si es que llego, espero ser un viejo canoso que no se cansa de bailar en tacones y sigue moviendo el culo mientras camina.”
Guerra.
“A los cincuenta, si es que llego, espero ser un viejo canoso que no se cansa de bailar en tacones y sigue moviendo el culo mientras camina.”
Guerra.
“¿Qué no se ha dicho?”. Entre los primeros miedos a vencer como creador está el convencerse de que la historia a relatar es valiosa e interesante para otros. Asumir con tranquilidad —o no— que las historias “originales” acabaron hace mucho; lo que hoy tenemos son retazos y experiencias: subjetividad.
Sospechamos de la voz que narra la verdad personal como si estuviese incompleta o retorcida en favor de uno de los lados. Pronunciarse sobre vivencias personales es una forma de señalarse a sí mismo y encontrarse en la multitud que nos rodea, sin salir de ella necesariamente. Sin embargo, alzar la mano para, además de alejarse del grupo hegemónico, contar nuestra experiencia, implica un mayor riesgo.
En este número de Espora abre la puerta a distintas voces y vivencias, las cuales, apropiándose y materializando su subjetividad, cuestionan nuestro avance hacia la igualdad, dirigen nuevas discusiones y alientan sobre el futuro. Es una invitación a todas esas experiencias que necesitan ser exploradas a alzar la voz, taconear y brillar aún más alto.
Saldremos de las sombras en que nos sumergieron.
Editora en jefe: Karin Adriana Jung Jiménez
Editor responsable
Clemencia Corte Velasco
Editoras responsable de este número
Karin Adriana Jung Jiménez
Consejo Editorial
Karin Adriana Jung Jiménez
Aurora Arenas Márquez
Ana María Guerrero Hernández
Daniela del Ángel Rosales
Carlos Ari-el Ruiz Muñoz
Dirección de diseño
Hannah Andrea Bernal Torres
Diseño
Hannah Andrea Bernal Torres
Sara Valeria Puch Ramos
Ilustraciones
Hannah Andrea Bernal Torres
Sara Valeria Puch Ramos
Halessah Cervantes Torres
Claudia Flores
ShiningDiamondStudio
Luk Adray
Comunicación
Alexia Jimena Cortés Álvares
Cesar Óscar Sánches Almonte
Alondra Tiuay Majarrez Flores
Felipe German Escobedo Espinosa
Rubí G. Maldonado
Colaboradores
Carlos Alcalá García
Gabriela Mulia Jiménez
Jorge Rolando Acevedo
José Manuel González Ponce
Karla Lucía Hernández
Laura Cristina Velásquez Ríos
Luis G. Torres
Luz María Solís Guzmán
Nathalia Martínez Meillón
Portada Hannah Andrea Bernal Torres
ESPORA, Año 7 No. 40, es una publicación editada por la Universidad de las Américas Puebla a través de la Escuela de Artes y Humanidades. Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, San Andrés Cholula, Puebla, México, 72810, tel. 222 2292000, www.espora.udlap.mx, esporarevista@gmail.com. Editora responsable: Clemencia Corte Velasco. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo no. 04-2016-102014364800-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Karin Adriana Jung Jiménez, Ex hacienda Santa Catarina Mártir s/n, 72810, San Andrés Cholula, Puebla, México. Fecha de última modificación: 01 de julio del 2024. Queda prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio, del contenido de la presente obra, sin contar con autorización por escrito de los titulares de los derechos de autor. Los artículos, así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la UDLAP.
MorirVivir Cuir
Laura Velasquez
Puerta 3 Norte
Andrea RZ
La espera
José Manuel González Ponce
Travesía
Jorge Rolando Acevedo
Contingencia de Charms
Karla Lucia Delgado Hernández
El Universo es Queer
Carlos Alcalá García
En los jardines del alma
Nathalia Martínez Meillón
Vocal silenciosa
Gabriela Mulia Jiménez
Otaku de closet
Luz María Solís Guzmán
Fluyendo Orgullosamente
Luka Adray
Laura Cristina Velásquez Ríos
Lx mataron por maricón, le dijeron ¡Maricón de mierda!
A Samuel, José, Tatiana, Sofía, David, Andrés, lxs mataron por maricones. La vida y la muerte en este mundo que odia no son algo “solo” natural, en este mundo-fóbico no nos dejan respirar, nos prohíben volar.
¡Ya sabemos!
Algunas vidas son más deseables, así como muchas muertes también lo son, ¡miserables! ¡Sí! ¡Somos mariconxs de mierda!
Mariconxs como vándalxs dispuestxs a causar daño, ofender lo que existe, enlentecer la heteromáquina, producirle infelicidad, entorpecerla con los manerismos, con los sensualismos chuecos, torcidos, desviados.
Aquí, te matan por ser maricón, chonga, torta, pluma, otrx.
Lxs muertxs por mariconería vienen en manada, haciendo huelga.
Son muertxs protestando, bailando, besando, cogiendo.
¡Ardidxs y ardientes! ¡Sedientxs de lucha!
Imposibilitadxs para venerar el canon.
Ya en nosotrxs duermen muchos muertos.
Nuestrx cuerpx: un cementerio de alas cercenadas.
Ante el terror, seguimos haciendo una constelación de sueños, alquimistas febriles de nuestrxs cuerpxs; rizomáticas disidencias entre imaginaciones sentidas; delirantes, torciendo el engaño triste de la normalidad.
Obreras del placer; estercoleras y sepultureras para renacer.
¡Luchamos por existir!
Triste-mente… Ya estamos muertxs en muchas mentes, corazones crueles, en-tumores, con-temores,
¿por qué hacen de dioses, si dios es cuir y fetichista?
Ya estamos hartxs de sus terapias de conversión, desgarradxs por sus violaciones correctivas, agotadxs de psicoterapias heterosexistas.
Nos matan por mariconxs, y sí,
¡Somxs mariconxs de mierda!
Andrea RZ
Ya no hay
Ya no hay tiempo
Ya no hay tiempo de volver a los tonos primarios del sexo, donde te vi florecer como un jardín de estrellas
Pensé en cargar tus días tristes y sacudirnos con ritmos atómicos
En la colisión de todo contra todo
La vida es un monstruo bajo la cama una corona de espinas
Te unirás a la fiesta Llegarás a media noche eufórico
Con los ojos purpúreos
Llegarás en la corriente psíquica de la borrachera Llegarás en el aullido
Serás la venganza de los girasoles jet
Veo la estructura del cielo en la sombra de un árbol
Extravié a tu bisabuela en los arcoíris demoníacos
Las heridas se nos escurrirán
La belleza pierde sentido al cerrar los ojos
No reconozco el mundo
Salí a cazar tu signo zodiacal
Me puse a escribir a oscuras
Vi mi cadáver como la ciudad donde nací
Déjate caer, en la locura de las mareas, en la inanición, en los triángulos del abismo
Una plaga de alacranes arrasó con todo vestigio de los argonautas y los tiranosaurios del reumatismo y las brujas de nuestro origen orquídea de nuestro instinto tornasol
Porque te descubrí en el lenguaje de las nubes
Hallé a tu bisabuela tres montañas después
Sin heridas
Ni lágrimas
Santiguada con relámpagos
Los perros temblando de miedo
Y las escopetas de agua bendita
¿Dónde estaremos esa última noche?
José Manuel González Ponce.
Quizás deba tomarme una taza de café
o quedarme tumbado sobre esta cama aún tibia de él.
Quizás deba leer un libro para no sentirme nebuloso y dejar de escuchar el tiempo. tic
Pero no. tac
Mejor no.
No, porque leer me dará sueño.
Y si me duermo le sueño.
Y si le sueño no querré despertar.
Y si despierto estaré malhumorado todo el día.
Como lo estaré de cualquier modo porque no sé su ritmo.
Ignacio
No escucho su latido. Suspiro
Su voz, que arrulla cual canción, permanece en el vacío como una reverberación.
No necesito explorar galaxias ni coleccionar caricias.
Tan solo su abrazo penetra como glucosa a la célula.
Por eso, espero cualquier señal de su regreso.
Jorge Rolando Acevedo
ISostienes la sed en las manos: un vidrio, una suave textura, un sabor a uva.
¡Gustas beber del mismo vaso! II
Morderás en la noche la travesía de los ángeles. Sabrás elegir, por cierto, si la fruta está ya madura. si la fruta aún la pinta el sol.
Me parece igual a los dioses el hombre aquel que frente a ti se sienta Safo
Karla Lucia Delgado Hernández
San Andrés Cholula, Pue. @luuuuudh karla.lucia.delgado.21@gmail.com
Blanco descompuesto.
Antes luz brillante.
Algo notable, en el diámetro rodante del espectro palpable.
Todos intolerantes con lo deslumbrante que, con el ojo, desde su rabillo destellante, tacha manuales de acomodo.
Inculpable es el beso insaciable que aquellos llaman irritable.
Fruta placentera diversificante, música y ¡qué baile! tampoco insista o va a amargarse.
Junio por la tarde, iridiscente finale, adornable como jacales mentales, ahora inhabitables.
Fraterna como tela de traje, Tan llena de lentejuela alegra la ausencia una huella gigantesca ¡que ya no crezca!
Contingente no ambiental. Grises heterogéneos no verás, pues de sobra habrá Lucky Charms, que con arcoíris y oro el cereal tornaran brilloso; mezcla homogénea, como el pride.
Carlos Alcalá García
Un cosmonauta lunar, enfundado en un traje estelar. Un caleidoscopio de colores vibrantes. Cada parche remendado narra una historia, una experiencia, un grito de orgullo. En sus ojos plateados, un reflejo lunar se funde con la intensidad escorpiónica, la sensibilidad autista y la fluidez de un ser no binario. Sus ojos son meteoros fugaces en la noche infinita.
Su corazón, supernova de emociones, late al compás del viento solar, al susurro de las estrellas. Una sinfonía cósmica se despliega en nebulosas y agujeros negros, danza eterna entre luz y sombra; masculino y femenino; terrenal y celestial. Un baile sideral que disuelve las dualidades en una celebración de la diversidad.
La luna, espejo de su alma; el sol, su amante ardiente. Tal como el satélite refleja su esencia en cada cráter, en cada mar de polvo astral. Es un mapa de su ser, una oda a la belleza imperfecta, un faro de resistencia contra la opresión, un llamado a la autenticidad.
Mareas emocionales, océanos de sentimientos vibrantes, sumergen y elevan al cosmonauta, transforman y renuevan su espíritu. Combustible para su viaje. Baile entre alegría y tristeza, amor y dolor. Afirmación de su
derecho a sentir, amar, ser. Sin etiquetas ni cadenas. Galaxia de pensamientos. Un universo de ideas en expansión, le impulsan a cuestionar, crear, trascender. Cada pensamiento es una chispa. Estrella que ilumina su camino. Recordatorio de que el amor es infinito. Espacio donde la luz siempre perdura.
Las constelaciones reflejan múltiples facetas de su ser. Nebulosas que acunan sus sueños. Cada encuentro, desafío y oportunidad para abrazar su identidad, para celebrar el lienzo del cosmos.
Su voz, un eco en el vacío, proclama su libertad, su amor propio, su derecho a existir. El recordatorio de que la belleza reside en la autenticidad y diversidad. En la aceptación de uno mismo y de los demás. En la celebración de la vida en todas sus formas, colores y expresiones.
Nathalia Martínez Meillón
Hay algo que está mal en mí, Más bien, hay algo que falta. No es algo evidente mientras creces; se supone que en cada persona hay semillas, las cuales, crecen y brotan en visceralidad: sentimientos crudos responsables, según se ha dicho, de hacernos humanos. De distintos colores, formas y fragancias, hay flores dentro de cada persona, aunque aún haya muchos quienes se creen con voz para decir qué retoño puede nacer en quién. Una parte hermosa y sincera de uno, pero no definitoria. Entonces, ¿qué pasa cuando dentro de ti no hay semilla alguna?
Me sentí monstruoso al notar que aquello faltante resultaba inconcebible para el resto. Mi familia, conocidos, todo cuanto oyera mi caso, insistía en que eso no podía ser, que estaba siendo ridículo, o que era algo temporal y pasaría cuando conociera a la persona correcta.
Llegué a pensar que parecía un niño con un amigo imaginario; aun si yo lo veía claro, el resto del mundo me juzgaría de loco si seguía hablando del tema. Entonces decidí callarlo: ver y aprender de las personas cercanas y hacer origami con mi propia esencia para presentar algo que el resto pudiera
entender, algo que pareciera real, aunque se sintiera mal y lejano a la verdad sobre quién era; una verdad que estaba tan ilegible y anudada incluso para mí.
Hasta que me atreví a buscar respuestas fuera del conocido círculo que me rodeaba, descubrí el nombre de aquello que crecía en mí. No era una simple enredadera parasitaria que me envolvía, asfixiando un algo que pertenecía ahí. En las entrañas de mi alma no crecían rosas, orquídeas, dalias ni narcisos; no había nadie que pidiese luz del sol, calor, la frescura del agua o las atenciones de un jardinero.
Hay casos donde las semillas son de cactus. De formas divertidas y tan verdes como las demás plantas, con espinas de apariencia arisca, fibras fuertes que no anhelan la ayuda de algún otro y que a veces rehúsan la mano de cualquier tercero. Están a gusto, sin ser molestados por los curiosos que pasean por los jardines del alma buscando un retoño que cortar.
No somos muchos, pero existimos. Aunque la flora del mundo sea distinta, todas tienen una cosa en común: unas fuertes, arraigadas y orgullosas raíces.
Gabriela Mulia Jiménez
Soy asexual. Esa simple afirmación desemboca una serie de prejuicios: que seguro tengo un trauma, una aversión a las relaciones sexuales; que escogí el celibato o que estoy muy reprimida; quizá no he encontrado a la persona ideal y me estoy negando a la idea del amor. Para algunas personas, el movimiento LGBTIQ+ se trata de tener la libertad de amar a quien se quiera y/o identificarse con el género con el cual se sientan más cómodos. Entonces, si mi “problema” es no amar a nadie, ¿cómo puedo identificarme como parte de la comunidad cuir?
Por mucho tiempo creí que algo estaba mal en mí. Desde niña me preguntaban si me quería casar, encontrar a mi Edward Cullen. La respuesta era no. Pero estaba en la primaria, aún podía cambiar. En secundaria conocí el Kpop y mis paredes se llenaron de posters de asiáticos. Mis yernos coreanos. No tenía la voluntad para decirle a mi mamá que no tendría yerno, ni coreano ni de ningún lado. Además de que no todos los idols son coreanos. A pesar de todo, por esos años ocurrió lo que pensé imposible: la primera y última vez que sentí —eso creo— atracción romántica. Tal vez sí fue el trauma (que me parece un término muy exagerado, no obstante, el más fácil de entender), pero desde entonces no he sentido algo remotamente similar. Entonces, si en algún punto de mi vida experimenté el enamoramiento, ¿cómo puedo afirmar que soy asexual?
La asexualidad, una etiqueta para determinar la falta de atracción sexual hacia otras personas, funciona como un
conjunto universo para una gran cantidad de micro-etiquetas como:
Demisexual: quienes desarrollan atracción sexual sólo después de formar un lazo emocional.
Grisexual: aquellos que sienten atracción sexual hacia otra persona con alguna característica específica, o en alguna situación en particular.
Aegosexual: orientación en la cual hay una separación entre sí mismos y su lívido, pudiendo ellos tener deseo sexual, consumir material erótico y masturbarse, pero con poco o nulo interés en compartir estas experiencias.
Cupiosexual: personas que no experimentan deseo sexual, sin embargo, disfrutan del sexo cuando este ocurre.
Entre estas, algunas de las menos desconocidas; además de ellas existen más ramas de la asexualidad. Con todo esto en mente, es importante notar el énfasis en la idea de la atracción sexual, la cual refiere al interés en el físico de una persona y puede ser independiente del enamoramiento. Por otro lado, está la atracción romántica, que se entiende como el impulso de estar cerca de alguien, compartir experiencias y el deseo de compartir la vida. Similar a las micro-etiquetas existentes bajo la asexualidad, hay muchos tipos de atracción: estética, intelectual, sensual, entre otras. Ser asexual no quiere decir necesariamente que uno es incapaz de relacionarse de forma romántica
o sexual; sólo no ocurre de la forma habitual. Es más, se puede ser gay y asexual, bi y asexual, persona no binaria y asexual. La asexualidad no te quita la capacidad de amar y querer ser amado.
Como mencioné, lo que experimenté en secundaria fue atracción romántica, aunque en su momento no sabía cómo nombrarlo. Bajo la definición de asexualidad, mi falta de atracción sexual fue y sigue siendo más que suficiente para identificarte como parte de la comunidad. No obstante, se trata de una etiqueta que parece no tener los mismos obstáculos a comparación de las demás identidades dentro del colectivo.
Si bien es cierto que hay dificultades únicas para cada una de las sexualidades e identidades de género —algunas que de forma objetiva son más terribles que el solo ser invisibilizado— creo firmemente que uno de los propósitos del movimiento es la representación y liberación. Si por mucho tiempo la norma ha consistido en formar relaciones heterosexuales cisgénero, la existencia de la homosexualidad y la transgeneridad se contraponen a la idea hegemónica de cómo se puede y debe formar una relación. Ahora bien, si ves alrededor encontrarás que más allá de la heteronormatividad, el desear una relación romántica y/o sexual
sigue siendo la expectativa. Enamorados en comerciales, promociones para parejas, el típico todos nos hemos enamorado, o las miradas compasivas cuando dices que nunca has estado en una relación.
Con esto no quiero decir que debemos deshacernos de todo lo que incluya una relación sexoafectiva; yo también me emociono cada vez que veo Orgullo y Prejuicio (2005).
Más bien quiero probar el punto de que la asexualidad es también una divagación sexual tan válida como cualquier otra. El sentirse fuera de lugar, que tus experiencias no son la norma, que tienes que encajar en una idea de lo que debes ser, todas estas son vivencias que se comparten a lo largo de la comunidad cuir.
La a es la primera letra del alfabeto, pero una de las más olvidadas dentro de las siglas cuir. Asimismo, es, probablemente, la más silenciosa, por lo que constantemente está en peligro de ser olvidada. No abogo por considerarla la más importante de todas, ni la que más sufre ni nada por el estilo, pero sí por su reconocimiento, validación y representación.
Luz María Solís Guzmán
2013.
Cuando tenía doce años la pubertad me metamorfoseó en una deformidad adolescente e incómoda. Un engendro peludo, obligado a usar brasieres opresores y excusarse de ir a las albercadas porque estaba menstruando; bastante lejos de la figura andrógina, esbelta y libre que era de niña.
La adolescencia me aprisionó antes que a mis amigas, desatando una alienación hacia bañarme con ellas, jugar con muñecas, a correr en el recreo. El cambio fue repentino: ellas se comprendían en una sintonía a la cual ya no pertenecía. En retrospectiva, se me hacía más fácil aislarme del entendimiento, rechazarlo. Una manifestación temprana del melodrama adolescente, la primera etapa de mi síndrome “I’m not like other girls”.
Para escapar de mi exterior, me encerré: un cuarto oscuro con una PC de escritorio. Desde una temprana edad me gustaba mucho el anime y las caricaturas; mi Mamá me enseñó su serie favorita de la infancia, un melodrama de los 80s llamado Candy Candy. Mi tío me dio un disco quemado con El viaje de Chihiro. Después de verla, le pedí a mi Papá que me consiguiera todas las películas de Studio Ghibli que pudiera encontrar.
Para los 12 había visto cualquier anime doblado al español que pudiera encontrar en YouTube, cada capítu-
lo de 20 minutos dividido en 4 partes. Aprendí a encontrar las páginas de streaming con fansubs buenos. Cuando me harté de los anuncios pornográficos y la mala calidad de la imagen, me enseñé a descargar capítulos nuevos a través de torrents. Empecé a vislumbrar las comunidades de fans que existían alrededor de los animes y mangas que me gustaban.
Ansiaba encontrar un sentimiento de pertenencia; no tenía con quién hablar de anime en la vida real. La primera vez que conocí la palabra “otaku” fue como un insulto. Unos compañeros me molestaron por estar dibujando a mis personajes favoritos en clase, con ojos gigantes y pelo de colores.
En ese momento se estaba transmitiendo un anime popular, Shingeki no Kyojin. Lo amaba tanto que hice que mi Papá lo viera conmigo, pero no me bastaba hablar sobre ello con él; quería conocer a gente como yo, con la misma obsesión intensa. Por eso, me hice un blog en Tumblr, una red social donde podías compartir videos, fotos, ilustraciones, memes, etc.; contenido hecho por y para fans.
El mundo del fandom me succionó. Había algo en su colectividad a distancia que acomodaba mi timidez. Pasaría gran parte de mi adolescencia en Tumblr. También sería el parteaguas para entender mi sexualidad.
Luz María Solís Guzmán
2014.
No recuerdo la primera vez que escuche la palabra gay, pero sí recuerdo cuando descubrí los términos yuri y yaoi.
Desde que tengo memoria, he tenido una fascinación con las mujeres. Recuerdo, a los seis, ver fijamente en clase a una compañera que se me hacía linda. A los 10, en un brote de rebeldía, buscaría “boobs” en la computadora de mi abuela e, inmediatamente, la apagaría por la vergüenza. Desnudaría a mis Barbies y chocaría sus cuerpos plásticos uno contra el otro, una simulación infantil de lo que entendía como intimidad.
Aun así, estaba creciendo en un ambiente conservador y católico donde la palabra gay era un insulto y las niñas teníamos que ir a clase de costura, mientras los niños disfrutaban su clase libre. El fandom sería lo primero que me ayudaría a desprenderme de esas internalizaciones patriarcales que me causarían la opresión.
El yaoi y el yuri son géneros que existen dentro del anime y el manga. Son términos japoneses que engloban representaciones románticas, eróticas y/o sexuales entre individuos del mismo sexo, ya sea entre hombres o entre mujeres, respectivamente. Las ficciones dentro de estos géneros fueron mis primeros acercamientos a lo queer. Gran parte de este descubrimiento fue gracias al shipping: uno de los pilares de los fandoms. El término deriva de la palabra “relationship”, una forma de definirlo es como un anhelo por parte de los fans de que dos (o más) personajes de una obra (real o ficticia) tengan una relación romántica y/o sexual.
Al comienzo me confundía la fascinación con shippear dos personajes ficticios del mismo sexo, pero el morbo hacia lo tabú —lo mismo que sentí cuando busqué fotos de tetas a los 10— me ganó. Por horas devoraba fanfictions de mis ships favoritos donde los personajes se enamoraban, cuestionaban su sexualidad y tenían sexo en formas que no era solo “penetración pene-vagina”, algo que me aterraba cuando me mostraron una gráfica de ello en clase de biología. Conocí a otros adolescentes queers como yo, teníamos grupos en Skype donde pasamos horas haciendo lecturas dramatizadas de fanfictions mal escritos. Empecé a seguir a artistas que ilustraban sus experiencias con su identidad de género y sexualidad. A veces me sentiría representada en estas historias, encontrando la pertenencia dentro de la comunidad queer. En otras ocasiones, veía animes donde hombres se besaban por simple gusto.
Disfrutaba estas ficciones porque eran fantasías en las que me encontraba reflejada; un imaginario donde lo queer era una posibilidad. Además, abordaban temas tabús que en mi entorno ni siquiera se mencionaban: identidad de género, sexualidad, consentimiento, el sexo, etc. Los autores de fanfiction, los ilustradores queers y los fanartists no temían la censura, gracias al anonimato que proveía el internet.
Mis hormonas adolescentes impulsaban mi curiosidad sobre el sexo. En el internet abunda el contenido erótico, pero en los fandoms a los que pertenecía este contenido era en su mayoría hecho por mujeres para mujeres. No estaba esa representación de la mujer como una muñeca sexual, inflada con pechos grandes y culo enorme para satisfacer al hombre heterosexual y cisgénero. De alguna forma, leer historias donde Harry Potter era un alpha que podía embarazar a Draco Malfoy, o mangas yuri donde mujeres butches dominaban sexualmente a femmes, fue una manera controlada de experimentar con mi sexualidad.
2015.
Nunca salí formalmente del closet con mis padres, nada de teatralidades de “Mamá, papá…soy bisexual”. Mi salida del closet fue más espontánea y brusca: mi Mamá husmeo mi computadora y leyó mis chats en Skype.
Estaba de vacaciones en la casa de mi abuela cuando sucedió. Llamaron al teléfono. Todavía siento vergüenza al recordar el regaño de cuatro horas por estar hablando en internet con extraños y consumir contenido sexual. Sus sermones se iban intercalando; lo único que recuerdo vívidamente es mi Papá diciéndome “Eso de yaoi y yuri es hecho por mujeres adultas para mujeres adultas. Tú no lo eres.” Me pasaría el resto de la llamada llorando, pidiendo perdón mil veces, sintiéndome asquerosa. Entendería por qué a las fanáticas del yaoi las llaman “fujoshi”: mujer podrida.
No hemos vuelto a tocar ese tema. Puedo entender su aprehensión, pero la invasión de mi privacidad se volvió una cicatriz. Aprendí a existir en secrecía, una disciplina que me tomaría años dejar de hacer subconscientemente.
A los 15 tenía dominadas mis dos identidades. Fuera: Luz María, adolescente heterosexual católica. Dentro: Uma, adolescente queer que no cree en algún ente divino, con siete mil seguidores en Tumblr por hacer gifs de animes en Photoshop. Su sueño frustrado es ilustrar un comic de fantasía donde el protagonista es un hombre lobo bisexual. En la secundaria empezó esa morbosa fascinación colectiva sobre quién había salido del closet o quién era gay. De lejos admiraba a los valientes que se sinceraban sobre su sexualidad. Lo que no te dicen del closet es que es cómodo; una defensa mental para resguardarte del rechazo.
Aun así, me atormentaba la falta de una comunidad en la vida real.
Luz María Solís Guzmán
Tuve una reinvención cliché a los dieciséis: me planché mi pelo chino, me depilé mi uniceja y bigote, aprendí a maquillarme con tutoriales en YouTube y dejé de comer en la escuela. A finales de segundo de secundaria estaba harta de ser llamada fea y de ser vista como una nerda matadita. Quería atención. Pero para que la reinvención funcionara, debía borrar las partes de mi identidad que podían ser rechazadas.
Funcionó. Tuve un nuevo grupo de amigas. Me invitaban a fiestas y salidas donde empecé a tomar y fumar.
Conocí a adultos que me ayudaban a entrar al antro siendo menor de edad. Había vatos que querían ligarme y tener sexo conmigo. Me burlaba con los demás de los raros de mi generación.
Ese año besé por primera vez a una mujer, una de mis amigas. Por más que intentaba reprimirme, mi anhelo salía cuando estábamos a solas en el baño de alguna fiesta. Cuando éramos niñas la había dibujado en mi estilo amateur de anime. Le gustaba molestarme por mi pasado otaku vergonzoso; me enojaba que no se tomara en serio mi cambio.
La primera persona que me rompió el corazón fue ella. A veces me pregunto si sigue besando a escondidas a otras chicas en el baño o qué hubiera pasado si le hubiera dicho Creo que te amo…También me sigue gustando mucho el anime.
2020
Mi preparatoria no fue tan turbulenta como la secundaria; esos últimos meses la atención se había convertido en chismes y bullying. El rumor más desagradable que recuerdo es que me habían cogido en el baño de una fiesta, aunque seguía siendo virgen en ese entonces. Me quedé sin amigas y cambié de escuela. Opté por mantener un perfil bajo, aun
cuando sintiera envidia por la gente que salía del closet. Para mí no era una opción hacer eso; ya no quería ser vista por los demás.
Me gradué a comienzos de la pandemia. Por la universidad me iba a mudar lejos del ambiente conservador donde crecí. Un día en ese encerrado verano, mandé a mi grupo de amigos un mensaje donde anunciaba que era queer, algo que sabía de mi misma desde niña. El arte de la apariencia cansa.
2024
Una forma rápida para que llore es que busque en internet “¿Cuánto cuesta una reducción de busto?”. Últimamente, ya no aguanto el peso que representan mis pechos: no encuentro brasieres de mi talla, no puedo usar blusas con escote sin ser víctima de miradas morbosas, aunque haga calor tengo que salir a la calle con una sudadera para que no me chiflen. En sí, quiero volver a sentirme cómoda en el espacio que ocupo, a ese recuerdo de mi niñez.
En una taquería le confesé a una amiga queer que quería probarme un binder, una prenda que ayuda a comprimir el pecho. Es la primera vez que comparto con alguien ese secreto que guardo desde mi adolescencia. Pero son difíciles de conseguir en México, concluí esa confidencia.
Fue en Tumblr donde conocí diversas experiencias de gente transexual. El binding, por ejemplo, es una práctica para comprimir el pecho, ya sea mediante vendajes o camisetas opresoras, y disminuir la apariencia del busto. Los vendajes son uno de los métodos más riesgosos, pero es una opción barata y fácil de recrear.
Hace poco, compré unas vendas en la farmacia. Siguen en el fondo de mi closet, escondido entre mis brasieres. Me da miedo que me dé gusto ver mi reflejo sin pechos.
Cuando tenía trece, intente explicarle a mi Papá que no me sentía como una mujer, que no sabía si quería serlo. Solo me contestó con una pregunta: Entonces, ¿qué eres?
No supe qué responderle. A la fecha aún no sé.
Junio, 2024.
Entender mi sexualidad no ha sido un proceso lineal. Existe la idea errónea de que una vez que encuentras una etiqueta con la que te identificas, ahí acaba la introspección. Cuando me imagino en el futuro con una pareja, me es imposible ver a un marido heterosexual y cisgénero, porque
siento que no podría compartir la parte de mí que ama el fandom y las ficciones queers, que tendría que aparentar y borrar esa parte de mí. Siento que no te conozco, me dijo un exnovio de la secundaria cuando terminó conmigo. Me aflige recordarme a los 12, 13, 14, 15, 16: por el miedo al rechazo, prefería no dejarme conocer.
Últimamente, hago el esfuerzo de ser honesta conmigo misma: en un comedor, me río de fanfictions mal escritos con mis amigas de la carrera; en un pasillo, me uno a un plan para ir a Pride, rodeada de extraños vueltos semejantes; en un cuarto oscuro, escribo, rememorando desde el cariño, no la pena.
Luka
Estado de México
Luk Adray Instagram
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“El amor no es una debilidad, es una fuerza poderosa que puede inspirar la resistencia y la transformación”Audre Lorde.
“Nunca se repetirá suficientemente que los abusos de autoridad afectan a todos los ciudadanos y no sólo a los que directamente sufren”.