Revista Espacio Humano Enero nº 203

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Desarrollo Personal

A veces nos abandonan A

Susana Espeleta

Psicóloga colegiada. Psicoterapeuta individual y de grupo

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veces nos abandonan; otras somos nosotros quienes abandonamos y a menudo nadie sabe lo que ha pasado. En las relaciones pueden sorprendernos los accidentes, como en la carretera, y de pronto un choque inesperado nos separa. No se suele ver venir, aunque a posteriori siempre parece que uno ha ignorado muchas pistas. Es un misterio en qué medida es imprevisible la ruptura y en qué medida estabas engañado; lo cierto es que a la lógica tristeza por la pérdida se le une la angustia de comprobar nuestra falta de previsión. Todos tenemos una larga ristra de agravios, y suele aparecer al completo cuando vuelven a hacernos daño. Todos nos hemos sentido abandonados o traicionados alguna vez, y le hemos dado mil vueltas a los motivos que han podido causarlo. Los menos culposos lo achacan a la envidia, los celos o la debilidad ajena; los más a haberse dejado engañar o haber provocado algo intolerable. Frecuentemente nos debatimos entre ambas versiones; al fin y al cabo pocas personas se consideran perfectas y a la mayoría nos han dejado muy claro cuáles son nuestros fallos.

Cuando una relación se rompe te las ves con “tus culpas”, esas que desearías no fueran tuyas pero han solido otorgarte. Es bonito pensar que podríamos habérnoslas ahorrado de haber tenido más suerte, pero la “sombra” es consustancial a nuestra condición humana: ¿De qué manera puede una persona arrancar de su corazón la ira? Todos somos agresivos aunque no seamos necesariamente violentos, y este aspecto de nuestra humanidad es el que más trabajo da desde el principio. Educar es en gran medida canalizar la natural agresividad que nace en el niño cuando se frustra. Esto no significa que vaya a quedar neutralizada para siempre; más bien implica que esa persona podrá intentar manejarse con ella cuando aparezca a lo largo de su vida, porque no hay vida sin frustración. Deseamos mucho más de lo que conseguimos, y esto es una fuente inagotable de disgustos. A mí las personas que no se consideran agresivas me dan miedo; significa que no se conocen íntimamente y por lo tanto van a tender a eludir la responsabilidad de los daños que causen. El silencio puede ser tan violento como cualquier


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