Cine Chileno Contemporáneo

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En las primeras escenas se observa un primer cuestionamiento, el del un anciano que no comprende por qué alguien habría de querer quitarse la vida, si con ese acto no podría saber aquello que no sabe. Las acciones desde la perspectiva del anciano tienen un sentido funcional, muy común en los sectores rurales donde el conocimiento se adquiere a través de la experiencia: ¿qué búsqueda de qué saber podría orientar el acto del suicidio? Esta pregunta lleva a las lágrimas al anciano. Pero la vida del anciano tampoco parece tener mucho sentido. Es más, el relato de esta película no parece tener mucho sentido. Daniel no parece comprender el sentido de su acto, así como tampoco la mujer que sube y baja el cerro cada día parece entender el sentido de la existencia. La muerte en varios de los diálogos se instala como el mismo absurdo que significa la propia vida en un lugar donde la vida parece no ser más que una sucesión de hechos poco significativos. La cita del texto de Albert Camus (2011) apunta en este mismo sentido. El texto denominado El Mito de Sísifo presenta una buena metáfora para retratar a sujetos que se encuentran en un contexto marcado por la reiteración de acciones carentes de sentido. A Sísifo los dioses lo han castigado con una tarea que debe realizar durante la eternidad. Está destinado a poner todo su esfuerzo y sufrimiento en empujar una gran piedra colina arriba para, una vez alcanzada la cima, dejarla rodar cuesta abajo. El mayor tormento de Sísifo no sólo estriba en la inutilidad del acto repetido innumerables veces, sino también en la conciencia que se tiene de ello. Los personajes de El Pejesapo son conscientes de la falta de sentido de sus acciones cotidianas. Daniel es perfectamente consciente de ello y por ese mismo motivo demanda, se demanda a sí mismo, saber cuánto tiempo lleva allí y así marcar una ruta de salida. La planificación de la ruta no es evidente en la película, pero los cortes abruptos de escena dan cuenta de ello. Daniel aparece en la ciudad buscando o mendigando trabajo. Posteriormente aparece drogándose, intentando fugarse de un hogar que ha construido en un período indeterminado de tiempo, rompiendo una relación cuyo origen ignoramos, abandonando una hija de unos nueve o diez años. Otro corte abrupto nos muestra a Daniel en una protesta anti nazi que se lleva a cabo en el centro de Santiago. Allí observamos imágenes de archivo que estimulan una estética de documental. Lo vemos articulando un discurso políticamente consistente, un discurso que identifica claramente el poder y donde él se posiciona en el eje de los dominados. A pesar de lo delirante de su trayectoria no es raro ver al personaje identificándose con los movimientos y los discursos de demanda que se emiten desde una vereda marginal, de los no incluidos o de los postergados.1 La narrativa de la película tiene este sentido del absurdo, no solamente desde el inicio donde se cuestiona el acto suicida; también a lo largo de toda la historia surgen símbolos de un drama sin sentido, de una tragedia sin referente claro: Daniel trasladando piedras de un lugar a otro, ofreciéndolas a fugaces conductores que él ve como compradores de una mercancía que a todas luces carece de cualquier valor. Daniel decidiendo dejar su casa y posteriormente asumiendo una posición de padre responsable (en la faceta doméstica de bata y pantuflas) que increpa a la hija por no cumplir con sus tareas. Luego 1

Víctor Hugo Ortega, Apuntes sobre El Pejesapo y Mitómana, www.cinechile.cl


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