MANUEL SORTO: "Mi padre me quería militar y abogado".

Page 34

y llevado a una reunión del Ateneo de El Salvador, donde él era un miembro muy importante, y eso a pesar que una vez me puso cero por ofrecer libros del colombiano Vargas Vila para una biblioteca del colegio que quería fundar. Luego, haciendo memoria, es como si todo se conjurara en ese año del 68, para llevarme a tomar el camino o los caminos que tomé. Bueno, yo le dije que me gustaba el teatro, pero que solo había “actuado” en veladas y clausuras de la escuela allá en Sensunte, y que nunca había visto una pieza de teatro. ¿Pero le interesaría? me repitió. Y le dije que sí, que podíamos probar. Yo hasta entonces no sabía lo que iba a hacer con mi vida después del bachillerato y mi padre dejaba caer de vez en cuando que entrara a la Universidad y estudiara derecho, ya que no había querido probar en la Escuela Militar después del Plan Básico. Porque mi padre me había dicho una vez algo como así: Miré, primero, después del Tercer Curso entra a la Escuela Militar y después, estudia Derecho. Con eso se tienen las dos armas para poder llegar hasta Presidente: los militares tienen las armas pero necesitan las leyes y los abogados controlan las leyes, pero no tienen las armas. El razonamiento de mi padre a principios de los sesentas no carecía completamente de sentido, tenía su lógica desde 1932. El problema era que a mí no me gustaban los uniformes ni las marchas ni los himnos, ni los códigos penales civiles, militares o religiosos. Y tampoco me gustaban los presidentes, desde que había nacido eran militares. Y así duró hasta 1979. Terrible, y patético. Como los capataces en la haciendas. Total que la Niña Rosita arregló una reunión con José Luis Valle para que me conociera. La cita fue por la mañana en los locales de la antigua Escuela de Artes Plásticas, creo que así se llamaba, en el mismo edificio donde estaba el Ateneo y adonde me había llevado don Alfredo Betancourt. José Luis era un hombre joven, flaco y alto, de traje pero sin corbata. Me dijo que me haría una prueba y que haríamos una improvisación. Y planteó los elementos. Estamos en Estados Unidos, me dijo. Yo soy el dueño de una tienda donde no se admiten ni perros ni negros. Usted viene a hacer una compra, y usted es negro. Y comenzamos. No recuerdo cuanto duró la improvisación. Una discusión acalorada y de todos los tonos y en la que me divertí tanto y me sentí tan bien como solo me había sentido en la clausura de la escuela Fermín Velasco con mi número del dentista. Creo que cuando José Luis ordenó parar fue porque ya no aguantaba la risa. Estaba contento. Todo había sido coherente y me dijo que yo había defendido hasta el final mi personaje. Yo, sobre todo, me había divertido. José Luis había encontrado el actor para su pieza y yo había encontrado una llave importante: el placer de eso que llaman arte: el placer 34


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.