Raúl Guerra Garrido 2019

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Lourdes Oñederra

quitaban la libertad? Al pueblo no, parece ser; a ella sí. La chica no se atrevía a avanzar en esos pensamientos, pues no sabía cómo. En la universidad no hicieron mención de la obra de Guerra Garrido. En las clases de literatura española, eran tiempos de García Márquez y Rayuela. En las de literatura vasca, solo tenían cabida obras escritas en euskera. Se marchó al extranjero. A medida que la chica fue convirtiéndose en mujer, empezó a sospechar, kantatuaz-kantatuaz que el odio de muchos vascos que odiaban a aquellos españoles malos que odiaban a los pobres vascos, era grande, firme. Además, conoció a españoles que no odiaban a los vascos. No eran pocos; tal vez, eran muchos (si la estadística basada en su experiencia valía, de hecho, eran muchos). Se dio cuenta también de que muchos de los que odiaban a los vascos (o a los euskaldunes o, al menos, el euskera) eran vascos, o “baskos”, como los llamaban los odiadores locales, ya que, en nombre del dios todopoderoso e inquebrantable de la etimología, jamás llamarían en euskera “euskaldun” a los que no hablan en euskera. Ha recordado muchas veces a aquella tendera que combinó los conceptos “hablar” y “cristiano” en una misma frase. Tampoco ella era de fuera. ¿O sí? La mujer fue madurando, sin ser capaz de acertar cómo vivir el día a día con aquella confusión entre su cabeza y su corazón. Dejó de ser joven. Cuando compró El otoño siempre hiere, el título le pareció muy evocador. Ya ha comenzado a ver de cerca lo que sugería, y a asustarse, no de lo venidero, sino de lo que se ha ido, de lo que ha huido para siempre. La mujer mayor admira el que haya habido escritores como Raúl Guerra Garrido, agradece que hicieran visible y proclamaran que, en aquellos largos años de somnolencia pasados entre las brumas de la épica abertzale, la bruma escondía el dolor, el sufrimiento de otros. Mientras ella, y muchos con ella, navegaban en

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