04 en la ruta del titritero

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Recuerdo que una de las últimas obras a la que asistió Don Wilberth, fue al estreno de mi puesta MOZART.

Los yucatecos y los cubanos, cada quien por su lado, crearon un teatro que los asemejaba y diferenciaba entre sí; hicieron de ellos símbolos, experiencias y sentimientos compartidos, que los diferenciaba de los que no son caribeños, pero aún más con la cultura europea y del norte de América. (Manzanilla, 1994)

En ella yo usaba dos títeres, aparte de máscaras y otros artilugios con el actor Gabriel Moré. Habíamos ganado muchos premios. Fue hasta el escenario al final, con los ojos llorosos, e hizo el gesto de quitarse una corona real y colocármela. (O tal vez era una corona de laurel, nunca lo supe.) Me dijo que eso sí era teatro. Me sentí muy honrado con aquel gesto. Esa vez él estuvo en el teatro junto a otra gran titiritera, Paty Ostos, y la querida actriz argentinamexicana Silvia Káter. Todos estaban muy emocionados. A veces él era como un niño caprichoso y a menudo como un adolescente lleno de picardía. Otras veces me raptaba junto a pocos amigos y nos llevaba a alguna cantina yucateca, donde disfrutábamos de sus buenos-malos chistes, botana peninsular (salbutes, panuchos, papadzules, tacos de relleno negro, caldo de pavo, tostadas de ceviche) y cerveza helada, mientras afuera, la Ciudad Blanca – que de blanca nada tiene- se derretía por el calor.

Más cerca de Cuba que de México: Yucatán es una isla aferrada a un continente que, aunque comunicado, les incomunica. Un teatro regional iba a ser sustituido por otro teatro regional. El público meridano iba a gozar con ellos deliciosos sainetes nacidos de la entraña misma del pueblo, del nuestro. Con la revolución había llegado el momento de iniciar la gran obra de hacer teatro nacional, y Yucatán, estaba poniendo los cimientos con su teatro nacional y costumbrista. Por eso tuvo muchos criticadores. Pero a pesar de todo, triunfó, porque estaba identificado con el pueblo. Había nacido del pueblo y sus representaciones eran para el pueblo. (Cervera, 1945) Todo esto lo estudiaba y lo manejaba Wilberth Herrera, con suspicacia e inteligencia. Recuerdo una vez que se sorprendió al revisar en mi currículum que había montado LA VERBENA DE LA PALOMA, la zarzuela. Era de sus favoritas. Por tanto, me colocó en un pedestal. Él amaba el teatro musical y el teatro de revistas. Admiraba y copiaba el sainete español y las farsas picarescas. En sus títeres trataba de ser fiel a esas formas teatrales que llegaron de España para aferrarse a la escena yucateca del XX e incluso del XXI.

V Lo que hacía trascender sus obras titiritescas era el profundo sentido crítico hacia la sociedad en la que vivía. Su noción peculiar de carnavalización y mueca. Yucatán es un espacio performático que se cuece

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