Otoño en el valle del Genal

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© de los textos:

Mercedes García Pazos

© de las fotografías: José Manuel Vargas Rosa

http://mercedesgpazos.wordpress.com http://www.jmvargas.es info@jmvargas.es

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Puro otoño Esta colección de fotografías sobre el otoño en el Valle del Genal, de José Manuel Vargas, recoge y retrata un otoño en toda su dimensión, un otoño esencial, donde los colores, el aire, los suelos, los árboles… ofrecen otoño, describen, obsequian, declaran, expresan, manifiestan, afirman, consagran otoño. Gritan otoño, con las luces, con las gamas, con las voces y los tonos del otoño. Las veintisiete imágenes que componen la serie nos sugieren un otoño propio de tierras norteñas, algo alejadas de éstas en las que el fotógrafo y yo habitamos. Es este un otoño fascinante, de tonalidades terrosas y doradas, atractivo y atrayente, quizá por ser distinto al que solemos reconocer como propio, a ese otro que estamos acostumbrados a encontrar al salir de casa cuando llega su estación.

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En cambio, aunque para muchos esté oculto -para mí lo estaba hasta no hace mucho- este cuaderno, este álbum de fotos, nos acerca a un lugar cercano, vecino, en el que, como por encanto, cuando llegan los meses de octubre y noviembre, se destapa la caja de un paisaje espléndido, impropio quizá de este territorio y, quizá por esa razón, aún más llamativo. Sí, a quienes moramos en el sur se nos hace difícil imaginar un paisaje como el que presenta JMVargas por estas tierras peninsulares tan meridionales, tan cálidas. Unas tierras en las que parece que el otoño nos toca de lejos, nos pasa de largo. Y las panorámicas fascinantes que nos sugiere las asociamos a otras zonas de nuestra geografía, más septentrionales, más frías, más lluviosas. Cuando pensamos, o al menos cuando yo lo hago, en el tiempo de otoño, se me vienen a la mente lugares casi fantásticos: castañares gallegos, asturianos, leoneses, cántabros


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y vascos; galaicas carballeiras; hayedos pirenaicos, navarros, alaveses y riojanos; señoriales bosques de nogal o pinares castellanos sembrados de níscalos rojizos, y catalanes, alfombrados allí de rovellones. Lugares misteriosos que imaginamos cobijando viejos templos románicos de piedra, protegiendo cabañas labriegas, rodeando grandes caseríos, albergando antiguas leyendas y ayudando a subsistir a los paisanos.

Pero ¿cuándo?, ¿dónde tropezamos con estos paisajes?, ¿en qué rincón próximo están? Quizá buscando esta compleja riqueza de escalas, estas tonalidades casi crepusculares, los ojos y los pasos del fotógrafo le han llevado a una época del año y a un sitio excepcional, al mes de octubre y al Valle del Genal, en el sur, muy al sur, andaluz, en el occidente de la provincia de Málaga y limítrofe con la de Cádiz, entre la Serranía de Ronda, el Estrecho de Gibraltar y la Costa del Sol.

Nuestro otoño, el otoño del sur, en cambio, es diferente. No es así como lo conocemos, no de este modo como lo percibimos. Aquí las estaciones, más que sucederse, parece que saltan y que el verano brinca hacia el invierno, y otra vez de vuelta, como haciendo trampa. En cambio, lo hay, existe, y las fotografías de José Manuel Vargas lo demuestran, y nos acercan un lugar, de esos que imaginamos lejos, donde el repertorio de ocres y de pardos se expande hasta casi lo ilimitado y los bosques de árboles se desvisten para abrigar la tierra a sus pies, no sin antes dar sombra a montones de casas que destacan entre sus copas, coquetas, presumidas, cobijadas; a blancos pueblecitos despar ramados entre la vegetación: Car tajima, Benadalid, Atajate… Así lo exponen estas instantáneas, estos retratos naturales, que nos invitan a un disfrute cercano y posible.

Es este un lugar extraordinario cuya magia es posible gracias a su naturaleza y a las condiciones particulares, de carácter geográfico en toda su dimensión: situación, orografía, geología, clima,… que hacen de él una región única en el sur de la Península Ibérica, con unas peculiaridades excepcionales que, aunque le proporcionan una belleza natural propia en cualquier época del año, el tiempo otoñal, como bien demuestran estas imágenes, la sublima. De forma que el otoño sencillo de los alrededores se hace aquí absoluto, rotundo, repleto, puro otoño. Los valores naturales de esta región están determinados por la singular situación geográfica, con influencias atlánticas y mediterráneas, abundancia de lluvias y variedad de suelos, que son de gran complejidad geológica y edafológica. Precisamente

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esta complejidad de suelos (calizas, arcillas, sílice, pizarra…) y la particular orografía, en la que no faltan cuevas, simas, galerías y aguas subterráneas, le ofrecen una variada vegetación compuesta por quejigos, encinas, robles andaluces, alcornoques -aquí conocidos como chaparros-, helechos, y tantísimos más que lo han convertido en el mejor ejemplo de bosque mediterráneo de la provincia de Málaga, con una rica flora que incluye desde vegetación tropical hasta matorrales, endemismos o los abetos de alta montaña y pinsapos. Lógicamente, son estas especiales condiciones las que confieren a la zona un clima par ticular en cuanto a temperaturas y precipitaciones y un régimen de lluvias por encima de la media andaluza, con fuertes nieblas, que aportan un alto grado de humedad. Un microclima especial que ha propiciado esta variedad vegetal y su paisaje único y singular. Fenómeno y accidente determinante entre tantos elementos del paisaje es el río que da nombre al valle, el Genal, un río que aún hoy no ha sido modificado en su curso y cuyas riberas están llenas de actividad. El Genal es el principal afluente del Guadiaro, que desemboca en el Mediterráneo tras un largo recorrido en el que origina uno de los valles más hermosos de la comunidad

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andaluza. La riqueza del agua ha permitido, como en otros casos, designar distintas ubicaciones al nacimiento del río. Y las fuentes del Genal parece que son muchas y variadas: la Fuente del Muerto, la Junta de los Ríos, denominación que se repite en más lugares de Andalucía, o el más llamativo de todos, el sitio nombrado del Nacimiento, en Igualeja, donde el agua mana desde una cueva. En los otoños de abundantes lluvias las aguas inundan las galerías y aumentan su caudal. También el agua, entre otras riquezas, escondites y secretos, ha sido causante de leyendas y verdades, como las que se refieren a los bandoleros. Y es que hasta hace relativamente poco tiempo -quizá menos de un siglo- era éste un sitio aislado, un lugar donde sólo se podía llegar a pie o a lomos de caballerías, comunicado -o incomunicado, según se mire- por estrechos senderos y veredas de difícil acceso, entre montes y bosques. Un lugar apropiado, pues, para el refugio y misterio. Sólo avanzado el siglo XX se trazaron vías por las que circular. Este aislamiento y la difícil orografía del terreno son también los que han preservado su paisaje al que, por desgracia, en los últimos tiempos, no faltan amenazas que enturbien su porvenir.


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Pero de entre la abundancia y variedad de especies vegetales, muchas de ellas arbóreas, destaca, sin lugar a dudas, el castaño, el bosque principal, la arboleda más característica del valle. Y actualmente el apoyo de una porción importante, si no la más, de su economía. A la vista, es uno de los principales elementos del paisaje y el árbol emblemático de estas tierras, como bien demuestran estas imágenes. Mientras muy cerca de aquí, en Sierra Bermeja, los pinos y pinsapos resisten las estaciones, en el valle, el invierno acabará desnudando totalmente las ramas de estos portentosos árboles. Antes de eso, el otoño habrá colmado el monte de color. Y el color grisáceo de la tierra, cuando se deja ver, resaltará aún más los plurales tonos otoñales. Aunque símbolo de este valle, el castaño es un árbol cultivado. No se sabe con exactitud cuándo se introdujo en el lugar, pero probablemente, como en otras zonas en las que abunda, fuera traído desde Europa oriental y Oriente Próximo, de donde es originario. Se sabe que ya en época romana se extendió por todo el valle, pero también que ya existían en la Península desde antes. Su protagonismo en la zona, sin embargo, se sitúa en épocas más recientes.

Es éste un árbol longevo, de hoja caduca, propio de clima templado y húmedo y común en el hemisferio norte. De porte destacado, florece al final de la primavera, entre mayo y junio, y sus frutos maduran en otoño, entre octubre y noviembre. Este fruto, la castaña, se desarrolla dentro de una llamativa envoltura, una especie de cápsula o funda cubierta de espinas que se conoce con el nombre de erizo y que contiene varias unidades, habitualmente dos o tres, pero pueden llegar hasta siete. Cuando llega su madurez, la caída de la castaña se produce de manera espontánea. El erizo cae al suelo y se abre para dejar las nutritivas castañas al descubier to, algo verdaderamente vistoso. Su recolección es una de las actividades tradicionales más productivas del valle. Los castaños del Genal producen varios tipos de frutos: la castaña brava, la temprana y la pilonga, la más valiosa de todas, que es la que se comercializa. Todo en el castaño llama la atención, pues este majestuoso árbol impresiona. Su tronco, que puede llegar a alcanzar más de treinta metros, es grueso y fuerte, de color marrón grisáceo con corteza acanalada y formas espirales. De sus ramas cuelgan hojas lanceoladas, de bordes denticulados o en sierra, y un intenso y brillante color verde. A medida que pasa el verano el fresco verde va tornándose amarillo hasta volverse de unos hermosos

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tonos dorados antes de desprenderse cuando viene el otoño. Llegado octubre y, antes de caer al suelo, la tonalidad verdosa se va punteando de tonos ocres y marrones, que se extienden hasta volverse amarillos y dorados, en toda su gama, rojos y pardos. Los mismos ejemplares pueden mantener todos los tonos, desde el amarillo dorado al marrón cobrizo. Al tiempo las hojas se van volviendo secas, apergaminadas, crujientes, hasta caer a los pies del árbol y cubrir el suelo, el bosque entero, como un manto ruidoso a nuestros pasos, crepitante bajo los pies del caminante. Con las lluvias, el suelo se hará suave a nuestro peso, blando, fértil.

imaginables: rojos, cobrizos, dorados, ocres, pardos, tostados. Colores con los que parece vestirse de atardecer porque, de alguna manera, el otoño es al año lo que el ocaso al día, y parece que hay un matiz, una luz, un tenue resplandor, que ambos tiempos comparten con espectacular carácter.

Arriba queda el testigo de la rama despejada, desnuda, delgada y valiente, ramas curtidas que parecen enfriarse de gris, que se bañan de plata y afilan su desnudez para enfrentar y afrontar el frío invierno y comenzar el ciclo de nuevo. Se diría que el árbol hiberna y aporta un tapiz, un cobertor de color y calor al bosque tras cumplir la tarea de dar su fruto.

Pues sí, como demuestran las hermosas imágenes de JMVargas, en el sur, en un lugar del sur, existe el otoño, el puro otoño, y en él, el paisaje viene acompañado, adornado, vestido y arrullado por todos los elementos y las galas que el otoño trae pero también desnudado, desprovisto, despojado de todo aquello que el otoño se lleva. Y estas imágenes lo captan todo, lo que concede y lo que retira, y capturan los colores en toda su escala, los brillos, también el sonido, el olor, el aire húmedo y triste, la magia del monte y hasta el calor de quien estuvo. La cámara ha atrapado de tal modo el sentido de esta estación que el suelo cruje y el aire moja. O, al menos, eso parece adivinarse. Se sugiere. Seduce.

En el Valle del Genal, como en otras castañedas, el paisaje llega a ser tan diferente como hermoso en cualquiera de las estaciones del año, pero el otoño trata a los castañares de manera especial y tiñe el monte y la arboleda de todos los tonos cálidos

Recuerdo, hace años, era muy joven, jugaba con unas amigas e hicimos uno de esos test sin ningún fundamento que circulaban -supongo que todavía se hacen- y con los que nos distraíamos e incluso, inocentemente, creíamos que nos ayudaban a conocer

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mejor nuestro carácter. Había que responder a varias preguntas y, según fuera la respuesta, así parece que debíamos de ser nosotros. Pues bien, entre cuestiones como la de dibujar un árbol, dibujar una casa, etc. había una pregunta que consistía en describir, de golpe, sin tiempo a pensarlo, una sensación que nos resultara muy placentera, con la que nos encontráramos verdaderamente a gusto. Todas mis amigas respondieron que la suya era tumbarse al sol, algunas incluso precisaron que en la playa. Mi respuesta, en cambio, fue la evocación de estar de madrugada, en los primeros días del otoño, cuando la llegada de los prematuros fríos obliga a taparse. El sentir ese primer abrigo era para mí la mejor. Siempre ha sido, y es esa, una de las sensaciones que considero más agradables. A mis amigas les sorprendió, pues según ellas casi todas las personas relacionaban ese momento con el sol, el verano y la playa, como habían hecho ellas, que, seguramente, eso sí con todo su cariño, pensarían que esta era una rareza más a las que a veces las tenía acostumbradas. A mí, rareza o no, me vinieron entonces imágenes del otoño, no eran como éstas, pero podrían haberlo sido y, ahora lo son. Se ligaban a la delicia de abrigarse, al tacto de los tejidos suaves, al roce de los colores cálidos. La colección de otoño que representa estas fotografías me ha traído a la memoria,

después de mucho tiempo, ese recuerdo, y una cierta seducción, un cierto encanto, un cierto hechizo por el paisaje, un paisaje confortable y hasta acogedor, pues son estos colores tramas que, aún en medio del monte, abrigan y calientan, son color y son calor. Pues sí, en otros lugares los castaños cobijan viejos templos románicos de piedra, o protegen cabañas labriegas o rodean grandes caseríos, y hasta pueden dar sombra a algún pueblo extremeño o frescor a la atlántica y lluviosa sierra onubense. Aquí, en el Valle del Genal, son otros castaños los que cobijan pueblecitos armoniosamente blancos, y montones de casas que se adaptan al terreno, que resaltan y destacan, algo presumidas, seguro que algo orgullosas también, de entre tanto color que produce la época. Y estas fotografías nos traen, nos acercan, un otoño puro y, como tantas veces, con las imágenes captadas por JMVargas, esa grata y cautivadora sensación de que sin haber ido, ya estuve allí. Aún así, fuera del Valle del Genal, puedo seguir recordando, sin miedo a equivocarme, aquello que sentí una tarde de principios de otoño de hace ya años:

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Es otoño. En el norte dan su fruto los castaños, altos y fuertes. Con toda la gama, de los verdes y de los ocres van perdiendo sus hojas, y caen, por su peso, los repletos erizos. Es otoño. En otras latitudes el bosque se alfombra de níscalos, llueve y llegan, suaves, los primeros fríos.

que anima a abrigarse y tapar el sueño. El mar ronca algo más que de costumbre. Los atardeceres se vuelven violetas y rojos. Las estrellas parecen cubrirse de rocío. Y yo, sigo esperando, como siempre. Mercedes García Pazos

En el sur, donde yo vivo, se van haciendo frías las noches, la madrugada despierta con un hilo de viento, El Puerto de Santa María diciembre 2012

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Cartajima Valle del Genal


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Benadalid

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Atajate Valle del Genal


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Igualeja. Nacimiento del rĂ­o Genal

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