I nt er mar eal Una mi r ada ent r e mar eas
Jos ĂŠ M.Var gasRos a
Intermareal Una mirada entre mareas
JosĂŠ M. Vargas Rosa
© de los textos, sus autores: Agustín Cuello Gijón Mercedes Garcías Pazos José M. Vargas Rosa © de las fotografías, José M Vargas Rosa © 2015, Ediciones Presea S.L. Maquetación y diseño de cubierta: José M Vargas Rosa ISBN: 978-84-94-3595-6-9 Depósito Legal: CA 193-2015 Impreso en España - Printed in Spain Imprime: Estugraf - Ciempozuelos (Madrid)
La costa, esa frontera de dos mundos, siempre distinta, siempre cambiante. Una estrecha franja en la que, de una manera previsible e incesante, la tierra se muestra y oculta periódicamente. La acción de las corrientes y de las olas, que las mareas se encargan de acercar y alejar, modifican y transforman de manera incansable un paisaje de agua, algas, arenas, gravas, rocas, escollos, y acantilados. Es un cuadro siempre distinto y también siempre renovado en el que las fuerzas que actúan unas veces erosionan o esculpen formas inimaginables, y otras, destruyen, arrasan, encubren o transportan aquello que encuentran a su paso. Este mundo tan cambiante es una invitación constante a ser observado y ser descubierto, una sugerencia, una llamada a dejarnos sorprender por sus contrastes, sus estallidos cromáticos o sus gamas tonales, a veces tan distintas, otras tan sutiles. También por las transparencias y reflejos, las texturas sedosas, aterciopeladas o ásperas y abruptas; la contraposición de formas y volúmenes; las simetrías o repeticiones rítmicas, las diferencias... todas capaces de evocar sensaciones de fuerza, violencia, misterio, serenidad, quietud, armonía...
Esta fascinación, que personalmente me lleva con frecuencia a pasear por la orilla del mar, es la misma que me empuja a encarar este proyecto con la intención de descubrir momentos y luces únicos en lo corriente y cotidiano. Y es esta franja, este espacio entre dos mundos, a veces visible a veces cubierta, alternativamente, la que da título a este “Intermareal”. Desde un punto de vista estético, este proyecto conlleva una búsqueda continua de nuevas formas de representación que permitan el tránsito de lo puramente figurativo a lo sugerente, de lo descriptivo a lo evocativo, de lo realista a lo evocado, en un intento de trascender de la fotografía entendida como mera copia de la realidad a la impresión que esta última provoca en cada uno de nosotros. En cuanto al ámbito de trabajo está centrado exclusivamente en las costas gaditanas, deteniéndonos en lo más cercano. Pues se trata también de intentar descubrir, y valorar, nuestros paisajes costeros evitando, al mismo tiempo, caer en los frecuentes modelos repetidos y las fotografías estereotipadas de lugares considerados casi “sagrados” por fotógrafos paisajistas, resaltando nuestro entorno más propio. José M. Vargas Rosa
Intermareal No fuimos conscientes de la riqueza de los tonos ocres, cobrizos y óxidos de las Areniscas del Aljibe hasta pasados unos años de andar por los alcornocales, siempre con la mirada puesta en los escolares que eran en definitiva el motor que nos movía por esas sierras. José Manuel ya le hablaba por aquel entonces de tú a la cámara réflex, cambiaba objetivos, me aconsejaba poner lentes de aproximación para tomar imágenes de las avispillas de las agallas y no sé cuantas cosas más sobre filtros y anillos de extensión. Todo esto sería a mediados de los ochenta. Fue en ese tiempo cuando decidimos hacer una serie de fotografías del color y la textura de las areniscas silíceas, muy familiares para nuestras botas y nuestros ojos, objeto de lecturas reiteradas de la mano de Macpherson, Gavala, Chauve, Didón, Pendón y demás geólogos que las estudiaron, eran las rocas que llenaban de sentido el aprendizaje y de belleza los espacios. Aquel medio centenar de fotografías las presentamos al Simposio de Geología de la Asociación Española para la Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, que ese año de 1986 se celebró en Logroño, dejando entre los asistentes una grata impresión y aumentando en nosotros la motivación por este tipo de actividades. Allí conocí a gente que trabajaba las relaciones entre geología, arte y poesía, profesionales de las ciencias del territorio que hacían fusión con las artes plásticas y que probablemente nadaban ya en el paradigma de la geoestética o del Land Art para mí totalmente desconocidos en esas fechas. Desde entonces he visto crecer la fotografía de José Manuel, perfeccionarse hasta la seriedad mientras adquiría la flexibilidad necesaria para hacer de las rocas entes volátiles y plásticos. La liberación de las exigencias profesionales le ha permitido hacer del tiempo un diálogo permanente con la naturaleza en el que la espera, el disfrute de la luz y el descubrimiento de los pulsos cromáticos han llenado de armonía dinámica su mirada del entorno. Un tiempo lo dedicó a los quejigos, los musgos, los helechos y el corcho. Otro a las orquídeas, el agua del arroyo o a los ojaranzos.
Ahora es el mar. Creo que el mar siempre estuvo, unas veces en su mente, otras en el corazón, unas en calma, otras agitado removiendo el alma, hasta se empeñó y consiguió embarcarse para sentir de cerca la “levantá” del atún frente a las costas de Barbate. En los últimos tiempos el mar se había convertido en objetivo reiterado de sus salidas. Desde El Puerto a Algeciras José Manuel lo ha escudriñado todo, ha esperado las luces en los amaneceres del Estrecho, festejado las tormentas y despedido al sol decenas de tardes, yo sabía de sus caminos pero no hasta el extremo de recoger tanta belleza y provocar con ella mi total estupefacción y es que yo también seguía desde otra perspectiva sus pasos mareales. Hace unos años me impliqué en una experiencia formativa para el profesorado de educación primaria y buscaba en La Barrosa motivos para hacerles atractiva la geología. En una de las sesiones nos sentamos junto a un estrato de piedra ostionera que, emergido por la bajamar, tenía parte del mismo cubierto por una pequeña duna. Comenzamos profesores y profesoras a hablar de los procesos de formación de los fósiles, de la continuidad o no de las rocas del acantilado bajo el agua, del origen de la arena, etc. terminando en un animado debate sobre actualismo y catastrofismo. Continuamos las observaciones en las calas de Conil, en Trafalgar, Los Caños y playa de Yerbabuena, arenas de Bolonia, Los Lances, rasa mareal de la torre de Guadalmesí y faro de Getares. Así, tras varias sesiones de aula y campo recorriendo el litoral, terminamos en una preciosa discusión acerca de la gigantesca catarata que habría llenado el Mediterráneo con aguas atlánticas tras la rotura progresiva y posterior aparición del actual Estrecho de Gibraltar. En efecto, el litoral hizo atractivo el conocimiento geológico y, más aún, la discusión geológica, pues todo el recorrido costero fue un rosario de descubrimientos didácticos, de sutiles bellezas rocosas y de sugerentes incógnitas científicas. Me llamaron especialmente la atención dos aspectos que explicaré brevemente. En las zonas arenosas, las pequeñas pozas que deja la marea en su retirada a merced de los numerosos y minúsculos arroyos que bajan al mar desde las partes más altas de la playa. El discurrir de estos cursos de agua reproduce
sistemas fluviales en miniatura con todos los procesos erosivos, de transporte y depósito a modo de maquetas geomorfológicas. Cuando llegan a las pozas vierten en sus taludes arenas de granulometría variable formando plataformas, abanicos, corrientes de turbidez, canales y otras estructuras submarinas, todo ello a unas escalas de tiempo y espacio minutocentimétricas que facilitan su observación como si de un vídeo didáctico se tratara. En los acantilados y rasas mareales, la inestabilidad tectónica que caracteriza todo el litoral atlántico se evidencia en muchos lugares a lo largo de la banda costera gaditana, pero es especialmente patente cuando baja la marea y deja al descubierto las fracturas en el paleógeno del Roqueo conileño, las estructuras retorcidas en las turbiditas de Tarifa o las series flischoides levantadas de Guadalmesí y Getares. Es en estos lugares donde las huellas de la dinámica geológica dan una idea aproximada de los movimientos que experimentan las piezas del puzle pétreo que ha ido construyendo este lugar de Andalucía en los últimos millones de años. Ya sea en las maquetas fluviomarinas o por las estructuras rocosas trastornadas, el interés pasó de lo geológico a lo estético y quise compartir mis inquietudes con José Manuel, que sabía iba a comprender mis emociones vividas en esta experiencia educativa. Cuál fue mi sorpresa cuando al hilo de mis comentarios me mostró una serie de imágenes de aquellos lugares a los que me refería, resaltando precisamente los motivos objeto de mis observaciones y dándoles un tratamiento plástico de tal seriedad y belleza que todo el discurso geológico quedó relegado a un anecdotario. En su recorrido costero mi amigo y su cámara habían ido localizando y fotografiando huellas y latidos de todos los momentos por los que había pasado el devenir geológico de la costa, habían construido una auténtica historia del mar y la tierra en pulsos intermareales, una oda a modo clásico en la que el color, el movimiento, el misterio y la serenidad constituían los cimientos de un lenguaje casi tan expresivo como la realidad misma. Como en el despertar de los tiempos terrestres, los azules y grises de cielos y mares se funden en un difuso horizonte como lo estuvieron en el nacimiento de los océanos, el principio que fue de la vida. Las tormentas, lejos de suponer
una amenaza, invitan al encuentro con el mar permitiendo amablemente su contemplación, son más bien un abrazo de la naturaleza a la valentía del que espera paciente el momento de disparar y atrapar la imagen. El lenguaje intermareal de José Manuel Vargas no es solo mar y rocas, es también cielo. Es en esta macla de estados de la materia donde surgen los monstruos de vértebras pétreas tendidos al baño relajante del rompiente de las olas, queriendo gritar al viento salado sus orígenes, sus vidas pasadas de largos y cambiantes senderos por el tiempo o, quizás, denunciar bajo su apariencia fósil la angustia de los náufragos que al final de la travesía del Estrecho los abrazan en un último halo de esperanza. Son en todo caso trazos de la historia de la tierra que se sumergen en el mar o que emergen de él exigiendo una mirada más amable, como los corrales de pesca que a modo de serpientes buscan la orilla para recostarse al sol, o como las esculturas rocosas aterciopeladas de algas que guardan en sus cajas de agua cantos esculpidos por las olas. No es necesario saber si se trata de un velo de agua o de una cortina de nubes lo que envuelve o cubre las rocas y las conchas, solo importa el proceso, el ritmo mediante el cual todo aparece y desaparece dos veces al día con la marea, esa es la razón de ser y el armazón del lenguaje intermareal. En él los colores participan en un juego mágico de luces y sombras, del azul cobalto al gris plomo y perla, del púrpura a los dorados, esmeraldas, sepias y ocres. En él la piel de la arena se hace corteza mineral desecada y rasgada en girones de levante y sal. Rizaduras, surcos, fracturas, laminaciones, microestructuras sin fin que dibujan laberintos y fractales de enorme belleza, pasado dormido bañado por las mareas, escondido entre y bajo los pies de los veraneantes, esperando el otoño para descubrirse a la atenta y paciente mirada del objetivo fotográfico. Desde la orilla rocosa el mar es una invitación a la incertidumbre, a la paz, al miedo. Las mareas cambiantes me llevan al mar que conocí con ojos de niño urbano del interior de la mano de mi padre, fue el mejor regalo, me pareció mágico. La inmensa y dudosa ola que protege los roquedos me hacen comprender las largas miradas que mi pequeño surfero lanzaba al azul inquieto, como esperando la nada que nunca llega, él me enseñó a oír la música de
las olas sentado en una piedra junto a Trafalgar. Cuando creí saber del mar lo suficiente como para poder interpretar su atormentado pasado de cambios y movimientos, llega la fotografía de entremareas y todo se confunde, la serena agitación a los pies del acantilado, las rocas sumergidas en las nubes acuosas, la amalgama de grises plomizos a ambos lados del horizonte, los grafos erosivos en las arenas, todo ello conforma un nuevo lenguaje interpretativo del mar. Ahora es el tiempo del mar y las rocas, del cielo y el color, de la luz y el movimiento. El planeta sigue vivo al menos por las costas de Cádiz y José Manuel lo cuenta con un lenguaje nuevo. Agustín Cuello Mayo 2015
Desvelando una frontera variable
“Situado entre los límites de la bajamar y la pleamar”, así recoge la acepción Intermareal el Diccionario de la Lengua Española (DRAE), es decir, como el espacio de tierra, la costa o la franja de orilla de mar resultante entre el tránsito de la marea alta a la baja y viceversa. Se trata de una zona más o menos perceptible, sutil, pero perfectamente definida y variable con las horas, los días y las lunas, con las mareas. En ese territorio a veces oculto, a veces manifiesto y visible, se ha parado la cámara de JMVargas para capturar pequeños paisajes inadvertidos para muchos de nosotros e imágenes de un medio natural rico y complejo. Son las que recoge este libro. La zona intermareal o área litoral es un entorno único, en realidad espacios de agua con profundidad variable que deja tierra al descubierto. Esta extensión aparece, nace, se nutre, forma, desaparece y muere con cada llegada y cada retroceso, con cada regreso de una ola de mar, en definitiva, con el acontecer de las mareas. Para el autor de estas fotografías el flujo y reflujo de esa inmensa, soberbia y bellísima masa de agua que es el mar en el límite con la tierra y la costa, se convierte, en setenta instantáneas, en protagonista de su mirada. Ellas son sólo una cuidada selección de todo cuanto este pequeño universo es capaz de ofrecer. Porque, ante cualquier objeto y frente a la Naturaleza, la observación del fotógrafo es diferente. Cuando cualquiera de nosotros, impresionados, contemplamos el mar desde la orilla, nos sentimos hechizados por ese ir y venir de olas, de agua, de espuma, dejándonos atraer por el horizonte y casi nunca bajamos la vista para pensar sobre la materia que pisan nuestros pies y lo que su pequeño y estrecho mundo encierra. Perdidos en la altura de deseos, miedos,
tristezas o alegrías, apenas nos detenemos en nuestro andar y en ese lugar que recoge nuestro paso. Curiosamente el espacio donde se produce el fenómeno intermareal, una región con un ambiente muy particular, siempre repetido y, paradójicamente, siempre cambiante. Contemplamos un mar que asciende y desciende en un juego alterno y preciso de sus aguas, en una danza cuyos tempos varían en todos sus ritmos: lento, grave, adagio, tranquilo, moderato, allegro, vivace o presto, mientras la tierra aparece y desaparece despejando el fondo y haciendo emerger criaturas y formas tan sencillas, discretas, asombrosas y fascinantes como reales, en transformación continua por el efecto del agua y su movimiento, su ir venir, su fuerza, su ira, su caricia, su compás. Este ritmo, aunque ya conocido, continua siendo un misterio para el espíritu del hombre que, instintivamente, concibe las mareas y su oscilación como un ente vivo y, aun hoy, las denomina “mareas vivas” o “mareas muertas” dependiendo del espacio que dejan al descubierto en su ir y venir, y que se modifica considerablemente cuando cambiamos de tierras o de mares. Una simbólica asociación que nos permite comparar alegóricamente el tiempo transcurrido entre el flujo o la creciente y el reflujo o vaciante con el compás de la respiración del mar. Intermareal sería, entonces, ese trozo de costa que se siente rozado por el pulso de las aguas, esa tira de tierra que se destapa periódicamente quedando desnuda, a veces descarada, a veces pudorosa, y de la que estas imágenes toman prestada una parte de la vida que atesora con cada desarrope, con cada envoltura. Vida difícil, por cierto, y frágil, pues es este un ambiente duro y hostil, golpeado por las olas, con aguas turbias y cambios de temperatura y humedad que complican la supervivencia de cualquier forma animal o vegetal en un paisaje tan reiterado como tenazmente caduco. Hay que adaptarse y unas especies protegen a otras al tiempo que un mismo ser alterna durante los periodos secos o húmedos su existencia. Porque aunque intermitente, casi inapreciable a nuestros ojos y aparentemente sutil, la vida existe. Pero Intermareal es también el espacio entre la pequeñez del hombre y su cámara y la magnitud y grandeza de la Naturaleza. El paisaje y la luz que nos la hace visible queda redoblada en esta colección de imágenes por el espejo imponente del mar, que se nos presenta mostrando sus secretos, su complejidad y sus
aparentes misterios. Y el medio por el que se nos manifiesta es, precisamente, el objetivo o, mejor dicho, la mirada de este fotógrafo para quien todo el mundo que encierra Intermareal sí es apreciable. Él nos lo presenta a través de su cámara, en definitiva, de su ojo observador y atento. Y lo hace con un conjunto de fotografías que, como la misma marea que lo cubre y descubre, va revelando, destapando y convirtiendo en real un universo sorprendente para todos los que carecemos de su privilegiada y excepcional mirada y no contamos con la capacidad de observar la Naturaleza de ese modo. Toda esta obra, claro, no es sólo producto de un clic, de un disparo momentáneo. Cada instantánea es el resultado de horas y días de observación, de trabajo, reflexión y estudio, de años, a lo que hay que añadir además constancia, una especial sensibilidad y curiosidad por las pequeñas y continuas transformaciones, que hacen del medio natural un espacio cambiante y en incesante renovación, a veces inapreciables ante ojos más profanos. Observación, tiempo y paseos han derivado en una recolección de imágenes de diferentes elementos. Algunos se han resuelto por obra natural y temporal, otros, los menos, son producto de la intervención humana: playas, rocas, acantilados, arrecifes, arena, dunas, corrales... cuya apariencia se modifica según su propia naturaleza y el grado de acción de las aguas a las que están expuestos, al impulso de la corriente que los mueve, agita, desplaza, rompe, desgasta, redondea, corta, deshace o desmenuza, alterando continuamente el diminuto paisaje. No faltan, por supuesto, las formas de vida animal o vegetal a ellos asociados: lapas, algas, esponjas, peces o pequeñas plantas. Todo un mundo en la frontera. Pero claro, en un proyecto como el que presenta aquí el fotógrafo las posibilidades son tantas y tan diferentes que es necesario acotar el territorio, delimitar un espacio geográfico como único medio de conservar medida, proporción y perspectiva, además de la idea de conjunto que se pretende ofrecer. Y la costa elegida ha sido, como era de esperar, la más cercana al autor, la costa gaditana: desde Sanlúcar de Barrameda hasta San Roque y Torreguadiaro pasando por Chipiona, Rota, Puerto Real, El Puerto de Santa María, Cádiz, San Fernando, Sancti Petri, Chiclana, Roche, Conil, Barbate, Tarifa, Algeciras… y por sus acantilados, sus extensas playas de arena o sus piedras al descubierto. Una orilla gaditana
que se nos aparece seca, húmeda, inundada, cubierta, destapada,… desconocida y revelada. Y con formas infinitas: lajas afiladas que resisten las acometidas y envites de las olas y hacen de rompiente, como animales fantásticos sacados de cuentos infantiles; rocas que parecen vivas y dispuestas a saltar entre nubes de agua, o a volar; otras huecas, como esponjas; piedras tranquilas que juegan con el agua y le abren camino, corrales que serpentean, espuma, arena fina que espera la caricia repetida de un mar que se desliza, que retrocede y vuelve, ofreciéndose; restos de vida convertida en grava fina... Y a la vez variadas dependiendo de la naturaleza de sus materiales: rocas vacías y gastadas, surcos, ondas,… verdaderas obras de arte tan efímeras algunas que se desvanecen a la siguiente marea. Y, por supuesto, la vida de este entorno cambiante: los brillantes moluscos, las anémonas o las algas de cien colores. Pero esta colección de imágenes no es solo documental, persigue también armonía, belleza y, en definitiva, la emoción del espectador que las contempla. Cuenta, además, con otra intención más personal que se dirige hacia cada uno de los que nos acerquemos a ellas, pues nos invitan a la observación y a la sugerencia, a que encontremos nuestra propia inspiración personal, como ante el mismo paisaje. El fotógrafo nos seduce con primeros planos o con miradas abiertas a nubes y cielos que varían con las horas del día y su claridad, con luces atrapadas en épocas del año que cambian un mismo panorama, con tramas sutiles representadas por aguas transparentes como gasas que dejan ver el fondo, o espesas y cremosas, tupidas. También con presencias majestuosas que revientan, se deslizan o se deshacen bajo apariencias caprichosas por la erosión del agua, el viento o la arena, con aspecto sólido o blando; las paredes arcillosas, los cuerpos bien sujetos o en inestable torbellino, y otros que se han vuelto anfibios y aparecen alternativamente descubiertos, ocultos, oscuros, soleados… O con los dibujos en la arena con mil formas distintas, como llamas, troncos, las virutas de suelo… Y los colores… los colores. En todos sus tonos, en toda su gama: negros, grises, pardos, azules, blancos, turquesas, dorados, rojizos y amarillos, incandescentes, veteados, metalizados, irisados, opalinos, fríos, transparentes, según la sustancia o el ánimo del día. Y la vida color verde que se agarra a las rocas.
Exquisita y armónica, esta colección de imágenes se presenta en un orden estudiado y sentido siguiendo la cadencia y el ritmo de las mareas, la esencia misma de la zona intermareal. Así, JMVargas organiza cada instante capturado según los mismos cambios y flujos de las aguas, acompasadamente: la marea sube, o baja, y luego baja, o sube, dejando a la vista, en el transcurso de las horas que separan pleamar y bajamar, instantáneas rimadas que se presentan, con gran acierto, comparativamente, con imágenes gemelas, casi animadas, como esa concha que se baña o la caracola que grita, quizá, de soledad. Sí, cuando cualquiera de nosotros se detiene ante el mar, conversa con la mar, se nos pierde la vista en el horizonte y no miramos a nuestros pies, que pisan su propia zona intermareal. Sin embargo, cada huida de la mar que los roza, cada retirada, es un presagio, un anuncio de su inmediato regreso. En su incesante marcha de idas y venidas, parece que respira y que las mareas son el soberbio aliento de las aguas. Quizá después de contemplar estas obras nos acordaremos de mirar un poco más a ese pequeño microuniverso, tímido espacio que tanta vida guarda y tanta belleza atesora. Lo que no quita que, como hace el autor de este catálogo, alcemos la vista hacia aquellas otras imágenes que cierran el ciclo, pues su últimas fotografías vuelven, en cierto modo, a evocar las mismas que lo iniciaban, el lugar del que tan majestuosamente vemos venir y hacia el que vemos partir el pulso de las mareas que son las olas, ese punto en el que también nosotros encontramos un principio y un final, en el horizonte, en el horizonte…
Mercedes García Pazos El Puerto, primavera de 2015
Intermareal
Playa de Camposoto. San Fernando (Cรกdiz)
Playa de Camposoto. San Fernando (Cรกdiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera. (Cรกdiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera. (Cรกdiz)
Playa del Camar贸n. Chipiona (C谩diz)
Punta de Montijo. Chipiona (Cรกdiz)
Playa de Punta Candor. Rota (Cรกdiz)
Playa de Punta Candor. Rota (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera (Cรกdiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera (Cรกdiz)
Playa de Sancti-Petri. Chiclana de la Frontera (Cรกdiz)
Playa de Levante. El Puerto de Santa María (Cádiz)
Playa de Levante. El Puerto de Santa María (Cádiz)
Playa de Camposoto. San Fernando (Cรกdiz)
Playa de Punta Candor. Rota (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Cala del Aceite. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Cala del Aceite. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Playa de Cortadura. Cรกdiz
Cabo de Trafalgar. Barbate (Cรกdiz)
Cabo Roche. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Playa El Roqueo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Punta Guadalmesí. Tarifa (Cádiz)
Playa de La Barrosa. Chiclana de la Frontera (Cรกdiz)
Playa Fuente del Gallo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Cala del Puntalejo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Playa Fuente del Gallo. Conil de la Frontera (Cรกdiz)
Punta Paloma. Tarifa (Cรกdiz)
Los Caños de Meca. Barbate (Cádiz)
Playa Chica. Tarifa (Cรกdiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Punta de la Peña. Tarifa (Cádiz)
Playa de Levante. El Puerto de Santa María (Cádiz)
Playa de Levante. El Puerto de Santa María (Cádiz)
Playa de Camposoto. San Fernando (Cรกdiz)
Playa de Camposoto. San Fernando (Cรกdiz)
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