El archivo del copista

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El archivo del copista

El taller de poesia, 207


ALBERTO TUGUES

EL ARCHIVO DEL COPISTA

emboscall


© Alberto Tugues © del colofón: Jesús Aumatell Edita: emboscall (Jesús Aumatell) www.emboscall.com

Depósito legal: B 17478-2014 ISBN: 978-84-92563-73-9 Primera edición: Edicions de les Arts del Llibre, 1990 Segunda edición (primera en emboscall): julio de 2014


PELUCAS DE TUMBA EN LA CATEDRAL



I RETRATO DEL COPISTA Y SU PELUCA Lo tems vai e ven e vire. BERNART DE VENTADORN Había de copiar su primer verso: Concierto barroco en la taberna del cementerio, la noche sin murciélagos en que una familia y media de brujos ilerdenses lo encontraron tendido en una acera: empapado de música y lluvia, vestido —de medio cuerpo arriba— de monaguillo o violinista incrédulo. Calle de Escudellers, amarilla. Calle del Vidrio, azul. Plaza Real, luz de gas —golondrinas y palomas de madera me abanican los tobillos. Cartelera a pleno sol, fotogramas de islas y grutas encantadas en las vitrinas, ventiladores eléctricos, programas de mano, ojos de cuervo. Cine Castilla. Cine Alarcón. Cine Latino. Cine Barcelona. —Verdes campiñas al este del edén. Risas de máscara esculpidas en la corteza de aquellos inviernos, Bar y Hotel Cosmos, chapas de infancia 7


resbalando alcantarilla abajo, cerveza a presión, un espejo doble, un espectro en el vaso, deme otro, moscas y transparencias de nieve y oro. Largos cabellos de hielo platino, piel escarlata, noches de espuma rota, cuerpos, deseos iluminados e inanimados durmiendo en bancos de piedra o de madera, serrín de horas nada mágicas, palabras, sonidos envasados en memorias y botellas más pequeñas que nosotros. Una, dos hormigas de papel, rodajas de patatas fritas crujiendo en bolsas de colores, diamantes en el codo, perlas negras en la boca, calamares con sol y harina del mes de junio. Esfera celeste, cariada, de futbolín, blanco, verde y rojo de billar, cejas de humo rubio cayendo al suelo, las pompas fúnebres del Bar Tequila, camarero macilento, prohibida la entrada a menores, vana puerta verde, iniciación al jazz, insinuaciones frondosas, topacios venéreos tatuando brazos extranjeros. Quioscos en donde venden estuches redondos, brillantes, con sorpresas de globo pecaminoso dentro (preservativos), ratas vénetas que salen despacio, marcando el paso de moda, con sobres herméticos de tebeos bajo la pata o el brazo, sustraídos cuando Bill Coleman desnudaba de nuevo la trompeta en la cueva del pecado, carteles desfigurados, los visitadores metrónomos del Jamboree. Dos niños y un perro tenor —ahora entra la Camioneta 36, jaula municipal de púas en busca de pies errantes de postguerra, y diez años después nos pincharía la estrella de mar de Robert Desnos, Man Ray y dos mancos amantes, domingos muertos en el Paseo Marítimo.

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Ausiás March y Francisco de Quevedo venían a expeler vino negro por la uretra, detrás de las palmeras inclinadas, nada salvajes en apariencia. Se subían a las farolas de Gaudí, obstruían el surtidor del jardín, jugaban con el grifo de la fuente, silbaban a las doncellas vestidas de niebla y vendían cupones de la ONCE caducados. Yo les saludaba desde la arcada, apoyado en la luna resquebrajada del escaparate de los animales disecados. Cromos de barcos y futbolistas, estampas de la selva, paraguas y esqueletos olvidados en los últimos tranvías, olor a Lavanda de Myrurgia, Brujas la Muerta, la Sagrada Familia, un dólar dedicado y un chicle de Nebraska, dedos con gin, habitaciones cerca del cielo, del cieno, escaleras de caracol, cinturas bailando un rock lento: No seas cruel./ Muñeca viviente./ Deja que soplen los cuatro vientos: estela providencial, dadivosa, de los exóticos marinos de frac y sus caras novias teñidas de misterio muerto. Lo que vino después (aquellas oraciones que te dictaba el hombre de cristal), no debe designarse como poesía, sino tela haraposa de araña o velo de aguas residuales tejido por la heredera resentida de Washington Square, en el bar americano de los 4 hermanos catalanes.

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O tal vez una colilla sólo –húmeda aún– del tercer hombre, con la muerte en los talones; me pide con la mirada que le dispare veneno amarillo en las manos, mientras sube por la escalera de una alcantarilla secreta, donde con sed de mal conjuran los boyardos. Tenías mala edad y miedo. Años y golondrinas de madera surcan las tinieblas de agua del puerto, con una banda incompleta de acordeones desafinados y navajas furtivas de Melilla —y más tarde mudabas de traje y postura en el nicho vacío que el guardián académico de la cripta te había recomendado: así verías mejor la llegada de las sirenas, de las raíces a tu cuerpo venidero. «De piedra ha de ser mi cama. Como un vientre de rosas grises. Con musgo tierno. Me voy, me voy con la música zíngara a otra parte, a otra isla, con mi gato de nieve.» Risas, aplausos, llega la madelón con sus canciones apócrifas mitad Edith Piaf, mitad François Villon, le petit monsieur triste, mal marinero hazme bailar el vals, canción para taberna y acordeón, tenderetes de violines rotos (lejos todavía Marc Chagall), tabaco rubio de otros mares en la Rambla de los paraísos artificiales, sueños anunciados y representados en la misma acera de todos los caramelos, coitos demoníacos a bajo precio, algunos vecinos hacían llover hexágonos de bayeta con aforismos inéditos incluidos, bacines y bacinillas, edad media y moderna vertiéndose sobre la calle del humo triste, cuando la ciudad se dormía entre dentaduras postizas de confeti. 1 0


II PELUCAS DE TUMBA EN LA CATEDRAL 1 La pulga. JOHN DONNE Espacios de piedra, misteriosos, de otro tiempo, espacios húmedos en la catedral. Un niño raya con ceniza los espejos biselados de la memoria, amorfa retorna su imagen, de perfil: se dispone a orinar líneas espirales bajo el sarcófago iluminado con velas votivas. Estoy aquí aún, sentado —de codos— a la mesa de piedra de aquellos años, contando, archivando las escamas impares de los peces rojos, la tristeza, el naufragio lento de los barcos de papel, falsas memorias del estanque envenenado. Cruzo de nuevo los dos mil enigmas petrificados en el urinario público del claustro, ranas y gorriones expendedores de colillas, sellos y billetes de lotería. El mono gramático de T.S. Eliot se acaricia las ingles con un lápiz y copia el lema bordado en el trono de María Estuardo (vendedora de caramelos): En mi principio está mi fin. 1 1


Canciones de capilla y taberna en el Pasaje del Reloj, aguas menores de cuarteto, mi noche, mi silencio, micción. —Los gritos de Londres. Se rasgan las bolsas corporales de un altar: viene su espectro: perfil: signos de humedad: senos con mariposas disecadas: no seque la hoja después de usarla, enjuáguela simplemente: cien amapolas, cien noches acuchilladas: un ramo de insectos blancos cerrando la cruz herida de su vientre: pliegues de mármol, el exvoto de un glande mínimo, errante, perros de nieve anuncian tumbas a buen precio, tafetán inglés para esqueletos. El pequeño rosetón, la vidriera de arco ojival —mosquitos de colores, polvo iluminado—. Abro la puerta inferior de vidrio del monumento. Me incrusto en el vacío de piedra, bajo el sarcófago del obispo Arnau de Gurb ( 1284). En la capilla de santa Lucía nadie me guiña el ojo. Miércoles, aves de ceniza señalan el cuerpo ausente. Tijeras de aguanieve entre las piernas, el espejo, el vientre listado, la voz cubierta de musgo, y me reconozco cadáver no deseado y deseante. El tañedor (con dos palomas escayoladas sobre los hombros) sube al campanario de la catedral, 1 2


me revela las nueve maravillas del urinario del claustro, pero he de salir corriendo con la colilla apagada oscilando entre las piernas. Infancia acurrucada en la silla de betún donde el silencio bájase los calcetines (a rayas de plata). Siluetas. Pelucas de tumba. Siluetas, varillas de agua y deseo, enjambre de ceniza, éxtasis de segunda mano, postizos de sepulcro, noches póstumas, guantes y bucles de limón podrido, claveles de semen, tinieblas durmiendo boca abajo, un vagabundo copia el otro mar, el diablo cojuelo quema silencios, ternuras, lecho de espinas de sardinas dramáticas, manos sinuosas (ebrias) en la penúltima acera del verbo. Piel y hueso de belleza, gaviotas zurdas en la esquina, todas las piedras me señalan en latín (diría Septimus). Ya desciendes a la cripta de santa Eulalia: dibujas cuerpos desnudos en la pared sagrada, cercenas sus miembros, uno a uno, con medio guijarro de soledad hasta que sola y desnuda aparece su memoria, aquella cálida humedad, vientre donde siempre clavas la punta roma del lápiz, cuando, de pronto, el vigilante (bata azul) 1 3


te sujeta la mano pecadora con un cordón lila de penitencia, y te arrastra urinario adentro, humillándote el rostro y las manos en el nuevo desagüe jaspeado de tabaco (después, te dejará lavar un poco en la fuente de las monedas) —diseño tu perfil, tu lado ahuesado con los pantalones de yeso caídos, reptando por calles heladas, iniciales viscosas, —muerta, la palabra—, sepulcros de sílabas, nieve atada al pie.

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2 Entre dos aceras cae la memoria otra vez, recortando tinieblas, hastío con bolsillos, dos recuerdos compran una calavera a medias. «Todos los espectros cojos del barrio vinieron a exonerar parásitos en torno a mí, que intentaba el éxtasis con astillas de hielo y cerillas», dice el vendedor. El vacío me unge los tobillos (vértigo). Esta noche de agosto, en plena feria, me sonríe el espectro de una niña —manzanas rojas y algodón de azúcar—. Los difuntos pasan cada cinco días, a las ocho de la tarde, y recogen las palabras heridas depositadas aquí en secreto. Una pulsera de imperdibles en la acera, alguien se inclina para darte el hueco de su antebrazo. Mas sería el muslo del silencio quien al fin rompería la luna del escaparate, cuando la sombra no pasaba de la rodilla, te ponías agujas de coser en la boca y contabas hasta tres (como penitencia). Nos saluda un vientre en camisa, un gato negro perdido en la acera donde juegas a buscarte. Cadáveres en cuclillas, arden burbujas ¿de qué color? en la espalda del sueño. 1 5


Me recuerdo así, con espinas de cera clavadas en mitad del nombre, arañando nubes y olas, señora, no tema, somos tan sólo una colección de cromos repetidos (siempre me falta uno, el mismo), dos gorriones enumerando los insectos que veranean bajo el ala esmaltada. Ceros de lluvia, nos bajamos los pantalones cortos entre dos cirios, axilas estampadas, excreta, memoria, excreta en este sombrero de paja, y ponme luego ramos de tristeza aquí, en este ojo violeta, y una serpiente muerta en la cabeza. Pongo a secar las mangas demasiado largas de un deseo. Con un tallo de perlas entramos a visitar el archivo de los coitos más tristes, mientras llega otra gaviota, desplumada, crucifijo de nácar en el pico, y ambos —no sé quién y yo— salimos corriendo hacia el mar, envenenados, con plumas de cristal prendidas al ano; estrellas de fracaso, balcones quemados, y trajes de gas butano para agonías modernas, carátulas con párpados de serrín.

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Si lo deseas podemos jugar a palabras olvidadas, a lirios rotos, en medio de la calle, ahora que la noche zurcida, de blanco satén, baja del estanque para decirnos que estamos muertos, aunque bailemos un minué con todos los gusanos maquillados. (Cartas de suicidio flotando en la playa). Tengo un ramo de saliva en las manos y en la rodilla un verso que no voy a leer. No me preguntes en qué espalda olvidé mis bolsillos, mis bigotes postizos, y ayúdame a niquelar muertes de cara al mar. Del sarcófago huyen recuerdos y rayas de esperma. Juntando las rodillas de un cadáver enamorado olisqueo sábados y domingos, cuyos escarabajos de oro narran películas al oído externo de mi infancia (un vestido rojo al lado del cementerio). Hojas de hielo me cubren hasta la cintura. No me digas quién soy. Ambos desnudamos sólo gusanos amaestrados, palpamos nieves de antaño, alcantarillas, con los dedos pintados, hisopos difuntos colgados al cuello. De hinojos dos niños se besan esta noche, sobre telarañas y comisuras de hierro forjado. Agua y muerte, túnicas estampadas de abismo, 1 7


hendiduras y extremidades de aquellos días, cuerpos que al amanecer se desfiguran en los vasos sepulcrales que profanan mis zapatos. De niños sólo éramos piratas barbarrojas, con las manos atadas a la espalda, una pata de araña surcando mares y turbios estanques, las piedras húmedas de la catedral, y ahora qué solos y muertos se quedan los vivos (con labios postizos).

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3 Gustavo Adolfo Bécquer entra y sale, encorvado, del urinario público de la catedral, con un ramillete de verdes moscas pequeñas, y dos claveles ausentes en la oreja, caracoles blancos tatuando sus dedos en el monedero falso del recuerdo. De espaldas voy saltando de un lugar a otro, del sol a las tinieblas, de la infancia al hielo, dejando un cesto de palabras quemadas en la verja del claustro. Me saludan seis espíritus de vino dulce, consagrado a medianoche, cremalleras estropeadas, velas votivas, hojas de helecho, plegarias, espaldas de mármol, laberinto espumoso, marchito, pelvis sola y de luto, corrientes de aire, incienso, estornudamos y clavamos alfileres en el fetiche resfriado.

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4 Sí. Desde hace quince años vivo solo con su cadáver. Los días de fiesta lleva una falda de cubitos de hielo, rectangulares, y una blusa de cerillas, algunas encendidas a modo de volantes. A pesar del gesto secreto, de las palabras furtivas en el jardín, es ya la segunda vez que me dice, con labios de cera, que esta noche no puede salir conmigo a perseguir recuerdos y murciélagos por el valle de los cirios amarillos: una paloma desalmada le ha quitado de nuevo la suntuosa y definitiva peluca de rizos violetas, que una sombra le había tejido como regalo de aniversario. Adiós, infancia.

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LOS CUADERNOS DEL ARCHIVO DEL COPISTA



1986 3 noviembre Infancia clavada en la pared. Un niño vende tinieblas. Yo de mí me aparto —anuncia Juan Boscán. 4. noviembre Cuando regresó ya no había nadie detrás de aquel recuerdo: siempre llevaba una pequeña lata de ceniza en la mano. Ahora nadie recuerda su nombre, e ignoran que, a esta hora, ocultaba su infancia postiza en el bolsillo. 5 noviembre (mañana) No hay nadie en la calle. Quizá todo el mundo haya muerto. Palabras y manos colgadas en las esquinas, pero ellas tampoco saben dónde vive el espectro de mi infancia. 5 noviembre (tarde) En esta ciudad nadie recuerda su domicilio. («¿De quién son los poemas manuscritos que recibo? ¿Quién es el copista que me los envía?», pregunta el mecanógrafo a una calavera de papel.)

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Seguramente, era ya demasiado tarde. Tinieblas en las manos: nunca hubo nadie, en realidad, detrás de aquel recuerdo. 6 noviembre (Espacio para casi nadie.) 7 noviembre (a las nueve de la mañana) TARJETA POSTAL DE FRAY LUIS DE LEÓN Alargo enfermo el paso, y vuelvo, cuanto alargo el paso, atrás el pensamiento. 7 noviembre (a las seis de la tarde) TARJETA POSTAL DE HENRI MICHAUX Perdido en un rincón lejano (o ni eso), sin nombre, sin identidad. 7 noviembre (noche) AUTORRETRATO DEL COPISTA Tengo un silencio detrás de la oreja, y un ramo de violetas en la cabeza. Nadie me conoce;

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tus palabras de nieve, mecanógrafo, no descubrirán la verdadera ceniza de mi rostro. Sin embargo, no ignoro que, al anochecer, alguien me introduce gorriones muertos en el recuerdo. 8 noviembre CARTEL LUMINOSO Ausencia rayada con lápices de colores, formando un rectángulo de infancia. 9 noviembre CUENTOS DE NADIE 1 Con el ocaso en la mano, entreabre las puertas de musgo del tiempo, y vuelve a preguntar si los difuntos más nuevos desean aún pasear con él hasta el mar. 10 noviembre Llevaba siempre una lata de ceniza atada a la espalda.

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11 noviembre Viene la piel del vacío (vestida a cuadros heridos) y te señala el lugar donde se extravió para siempre tu infancia. 12 noviembre INFORME DEL MIÉRCOLES 1) 2) 3) 4) 5) 6)

Un recuerdo abandonado en la acera. Siente añoranza de ya no recuerda quién. Si tienes miedo, no te escondas debajo de la [mesa. No, me pondré este misterio. ¿Si disimulas y cambias de nombre volverás a sufrir lo mismo? Si te ríes, apoya la frente en el musgo del recuerdo más lejano.

13 noviembre (tarde) Siempre llevaba dos latas de ceniza colgadas de la mano. 13 noviembre (noche) Llaman a la ventana... 2 6


13 noviembre (noche, diez minutos después) Abro la ventana... Un cristal de nieve me atraviesa la memoria y no tengo dónde caerme de lado y muerto. 14 noviembre CUENTOS DE NADIE 2 Armonizo las tintas de mi ataúd, para que no desdigan unas de otras. De súbito, uno de mis huesos se pone a murmurar, parodiando mi difunta manera de viajar (voy al cementerio en autobús). «No hay nada como el verano para los insectos del alma», me recomienda el farmacéutico del autobús. 15 noviembre ESCRITO EN LA PLAYA Hoy también sale de la tumba para darme conversación —y yo le doy las gracias. Pero dentro de cinco semanas —añade— dejará de salir, porque la tristeza ya será mayor y demasiadas raíces le clavarán ceniza entre los dedos. 2 7


16 noviembre CONVERSACION EN EL METRO —Un alambre me ayuda a salir de la fosa, y antes de lo previsto llego a tu estancia. —Con un ramo de tiempo. —Ambos menos difuntos esta mañana. 17 noviembre Cuando la noche se hace más tierna, dobla la esquina un espectro, con una carpeta de ausencias y copias de poemas goliardos. Me habla de su familia: media tristeza en las manos. 18 noviembre CUENTOS DE NADIE 3 Son las siete de la mañana: nadie me responde. Otro día vendré más tarde. Me habían dicho que a los difuntos nuevos les gustaba madrugar. Mañana vendré más tarde, y hablaremos otra vez del violinista que andaba de espaldas y no podía crecer. Cada seis o siete palabras, me darás un estuche de pequeñas tinieblas, que debo esconder en la playa quemada, llena de amapolas, donde nos conocimos 2 8


de lejos. Sí, mañana vendré más tarde y tampoco me recordarás. 19 noviembre Ceniza en el ojo. 20 noviembre No hay nadie —me dijo en voz baja, y desapareció. 21 noviembre Más ceniza en el ojo. 22 noviembre Se resquebrajan todas las paredes. Novalis y Hölderlin salen del portal de mi casa, y pegan un cartel en el edificio de enfrente: Compra y venta de tinieblas usadas (paso a domicilio). 23 noviembre CUENTO GÓTICO 1 Detrás de una puerta, hallo de nuevo a mi esqueleto, sin metacarpos. Ahora tiene una cita. Debe ir al puerto. Y me dice adiós 2 9


con su calavera pintada y un poco de silencio entre los huesos. 24 noviembre CUENTO GÓTICO 2 Pasa un espectro con la dentadura postiza en el bolsillo. Me saluda con el dedo meñique. No sé quién es: lagartijas de hielo en el rostro. 25 noviembre CUENTO GÓTICO 3 Mi esqueleto, vagabundo, se despoja de mí. Me abandona en un portal. Con todo, me levanto y sigo sus pasos, dispuesto a recoger las palabras y los huesos que su nostalgia vaya perdiendo. 26 noviembre (Espacio para que el lector se olvide de sí mismo y del autor.)

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27 noviembre La ola se retira: tréboles en pedazos, conchas rojas, despojos. MATSUO BASHO 28 noviembre (Véase la recomendación del día 29.) 29 noviembre Abra una lata de soledad y ponga este mensaje de Simónides dentro: En la necesidad, aun lo más áspero pasa a ser dulce. 30 noviembre Esta noche, detrás de cada grúa, hay un muerto que lleva mi nombre —pero ninguno quiere hablarme ni señalarme el camino de regreso a mi infancia. Al fin, caigo herido entre dos silencios o entre dos paredes húmedas. Prefiero dos silencios. TENEMOS CENIZA 3 1


Y RECUERDOS —a buen precio. 1 diciembre MELODRAMA Con un palmo de silencio atado al pie, reptas por las calles de otro tiempo, subes y bajas por las vértebras de tu propio esqueleto, siempre con un sueño y una palabra olvidada en el tobillo. 2 diciembre Se levanta de la acera y me advierte: —Conjunto de nubes propias del verano, y 2 nostalgias. 3 diciembre Nada, medio recuerdo. 4 diciembre Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. La fugitiva. Espectros. Descripción de una lucha. El licenciado Vidriera. Sólo hablaba para decir estos títulos, y después se alejaba. 3 2


5 diciembre No hables demasiado. 100 gramos de tristeza en el suelo. 6 diciembre Vuelvo a mirar cómo mi propio cadáver me hace señas desde el mar. 7 diciembre Me deslumbran los zapatos tristes de tu esqueleto —un poco de infancia en los talones. 8 diciembre Palabras heridas entre las rodillas: un niño extrae sueños de las puertas quemadas. 9 diciembre Plástico y neón detrás de la memoria. Ojos de asfalto. Te quedas con la cabeza vuelta, mientras en silencio esmaltas los peldaños que siempre conducen al fondo de una alcantarilla para adjetivos errantes... Ojos de asfalto que, por otro lado, cada noche te guardan un rincón en el hospital. 3 3


10 diciembre Voy al cementerio a verme y me encuentro con esta nota: Aquí yace —no tardaré en volver, he ido a buscar palabras de nieve. En vano esperé sentado sobre una lápida. 11 diciembre Me contempla, desde la otra acera, una memoria solitaria que lleva una infancia muerta en el bolsillo —se parece a la mía. Me da un panfleto contra el siglo XX y un ramo de frases inéditas. (Un niño extraño —¿yo mismo?— juega a mi lado.) 12 diciembre Nada, silencio entre los dedos. 13 diciembre Nadie, ceniza entre los dedos. 14 diciembre Rótulos luminosos anunciando fracasos. Un delirio, otro abismo, media sombra. Sueños que desaparecen por la alcantarilla, solos, hacia abajo, diciendo un nombre desconocido. Tu nombre. 3 4


15 diciembre Una página, solo una página helada me separa del tiempo. (Metáfora gratuita.) 16 diciembre 1986. Serpentinas de harina se enroscan a tus piernas y te hacen caer sobre los vidrios de colores de tu infancia. 1955. 17 diciembre NOTICIA Un mono gramático salta y se orina en el coche fúnebre de los duendes neoclásicos. Un gato blasfema y rasga el luto de los conserjes vanguardistas. Un niño y un alucinado, escondidos detrás de la realidad, descifran seis escamas del vacío mal encendido. 18 diciembre Aquel día te acercabas a todos, de puntillas, pero sólo un sueño te conocía de vista. 19 diciembre ¿No tienes miedo? En la segunda bocacalle, a mano derecha, te espera el calidoscopio roto de Maldoror. 3 5


20 diciembre AVISO URGENTE He perdido mi esqueleto en la Diagonal. Quien lo encuentre, no será recompensado. Gracias. 21 diciembre Si las palabras tatuadas en la piel del vacío... 22 diciembre Si descubres signos tatuados en la superficie del sueño, sal corriendo hacia la playa, no hables con nadie por el camino, sonríe a todas las paredes, de vez en cuando puedes dar un saltito, no digas que no a las sombras, pronuncia sílabas desconocidas, no gesticules demasiado, dobla con humor las esquinas, conversa sólo con la música, pero no digas dos veces que nada ni nadie te espera en la playa. 23 diciembre Silencio y tinieblas blancas en la memoria. 3 6


24 diciembre Con polillas disecadas en los ojos vas clasificando los fragmentos de musgo que se desprenden de tu esqueleto, mientras caminas, alegre, por la calle más iluminada de tu infancia. 25 diciembre Rayas de hielo en la memoria, la voz cubierta de ceniza: así pues, verso chamuscado. 26 diciembre (¿Quién es el verdadero autor de estos cuadernos?) 27 diciembre Un sueño y una pared húmeda me separan del tiempo. 28 diciembre A (Caminando de lado).— Tengo ceniza en las manos. B (En cuclillas). — Pues yo la tengo aquí. 29 diciembre Al otro lado del sueño: un niño empuja ataúdes por las aceras. 3 7


30 diciembre Siempre se pasea con un ramo de tristeza en la cabeza, y nadie quiere mirarse en el espejo ovalado que lleva en la mano. 31 diciembre De aterradores cuentos fatigado referidos por todos los poetas. LUCRECIO

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1987 1 enero Esta mañana he seguido los pasos de mi infancia por todas las calles de la ciudad, hasta que un círculo de silencios se ha erguido del suelo, haciéndome caer de bruces en el interior húmedo de un espejo roto. Después, no he regresado a casa. 2 enero Menipo contempla las bellezas de otro tiempo convertidas en repugnantes esqueletos, y se admira de que los griegos sostuvieran tan larga y desastrosa guerra por la bella Helena. LUCIANO DE SAMOSATA 3 enero MANUSCRITO HALLADO EN EL SÓTANO DE UNA BIBLIOTECA ABANDONADA I Hace dos semanas que va detrás de un cortejo fúnebre. Pero al fin lo reconocen y le dicen que no se disfrace más, 3 9


que no oculte sus manos en el vidrio, en la nieve de otro nombre: ya es hora de que lo cubran de musgo. Pero se hace el ausente y prosigue rayando espejos. Cambia de piel y de residencia para contemplar mejor, ignorado, ajeno, el paso de su ataúd vacío. 4 enero MANUSCRITO HALLADO... II ¿Amanece? Un violinista, somnoliento, me hace pasar al patio interior del cementerio. Me ofrece una taza de té. Me enseña sus macetas de tinieblas. Pero no puede recordar quién le dio un mensaje para mí. Oscurece, nos separamos lentamente divulgando anécdotas misteriosas entre las sombras. (¿Y el mensaje?)

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5 enero MANUSCRITO HALLADO... III Encuentra frases abandonadas sobre el asfalto, mientras camina, perdido, por las calles de otro tiempo, de otro lugar. Cada día, a las seis de la tarde, viene el espectro de su infancia y dan una vuelta por el puerto, vestidos de memoria y fiesta, sonriendo entre la niebla de un paisaje que nunca ha existido. 6 enero MAGIA Todos los niños del barrio extraen sueños y serpentinas de la chistera de mi esqueleto. 7 enero Venimos demasiado tarde para los dioses y demasiado pronto para el ser. El poema que éste ha iniciado es el hombre. MARTIN HEIDEGGER

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8 enero Todas las noches viene a esta esquina, se sienta en el suelo, y espera a que yo pase, solo, para echarme un soneto arrugado a la cabeza. 9 enero Deambulas sereno por la ciudad cuando, de improviso, las raíces del vacío empiezan a subir por tus piernas, hasta llegar a la memoria, donde los días que ya no recuerdas vienen a vengarse de ti. 10 enero Una pared de musgo dentro del cuerpo, párpados ajenos. 11 enero Ausencia. Ausencia. Ausencia. MIGUEL HERNÁNDEZ 12 enero (mañana) Erase una vez un sueño petrificado.

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12 enero (tarde) Érase una vez lo mismo, pero quizá menos triste. 13 enero Puedes contarlos: sólo me quedan 6 estuches de tiempo perdido. 14 enero Nunca más volvió a hablar de su infancia, pero cada domingo ordenaba musgo por las esquinas más solitarias. 15 enero Al fin, un día apareció el cadáver que todos buscábamos. Se había escondido, él mismo, en el armario donde guardábamos pelucas de flores y palabras. Y estaba allí, disfrazado de niño. 16 enero (Dícese de un ácido líquido de olor picante que segregan las hormigas.) Escribe esto u otra cosa 4 3


cuando la tristeza te mande por correo sus cristales. 17 enero NOVELA 1 Cuando tenía seis años se quedó sin sombra para siempre. 2 A los veinte años, descubrió la espalda del misterio que ya todos conocían. 3 Diez años más tarde, se alejó de sí mismo, sonriendo, con un melocotón de cera en el bolsillo. Mientras tanto, bajo la lluvia, por las arcadas más oscuras de la ciudad, su cuerpo, sin nombre, con otra voz y otros ojos, sólo hablaba para anunciar serpentinas y bombillas de colores a los niños que jugaban con las tinieblas. 18 enero POEMA Sentado solo, entre los bambúes, toco el laúd, y silbo, silbo, silbo. 4 4


Nadie me oye en el inmenso bosque, pero la blanca luna me ilumina. WANG WEI 19 enero VARIACIÓN Corría siempre en línea quebrada, hacia el mar, para olvidarse de las palabras y de sí mismo, pero el musgo de la infancia no dejaba de subirle por la espalda. 20 enero CRÍTICA ANÓNIMA Cuatro líricos y dos teóricos de la formalización del poema, arrojan ensayos contra la peluca del copista —y crítico— errante, que estaba hojeando las Elegías de Duino, de R. M. Rilke. Un cliente de la librería —que asegura haber perdido la memoria antes de entrar—, se compadece del copista, lo levanta del suelo y lo lleva a un rincón, entre cajas sin abrir (más libros, seguramente), donde ambos se ocultan del rigor violento de los teóricos del poema.

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21 enero 1 Alguien tropieza con su tristeza. 2 Cuando la ciudad se duerme, sale de su casa, furtivamente, y empieza a buscar, por jardines y plazas, las páginas de otra edad. 22 enero LA FILOSOFÍA DE LOS GRIEGOS Una hierba decía a su hermana: «Veo acercarse a un animal horrible, un monstruo devorador; sus grandes pies me aplastan, su boca está erizada de hoces afiladísimas con que me corta, me desgarra y me traga. Los hombres llaman a este monstruo, un cordero.» Platón, Sócrates y Aristóteles no llegaron a oír esta conversación. STENDHAL 23 enero Que regrese el lector al día 18 (enero). 24 enero Todas las mañanas se ponía una máscara, en medio de la calle, y seguía las huellas 4 6


de ese desconocido a quien debía entregar un mensaje que había encontrado, hacía años, en el suelo de una peluquería. En realidad, no ignoraba el enmascarado que ese desconocido era él mismo, pero continuaba buscando al azar las huellas de otro ser. 25 enero ENIGMA Al ver que su memoria pasa, ligera, por la otra acera —indolente, fingiendo ausencia—, crece su tristeza y del sombrero se le cae un lazo de calaveras. 26 enero Daba vueltas y vueltas por el puerto, sin decir nada. De pronto, dejaba en el suelo una pequeña caja de madera y hacía ver que se moría, junto al mar. Llamaba a los portuarios más dulces y les encargaba una corona de flores (de la Rambla). Después, se levantaba y saludaba a los escasos espectros que le aplaudían.

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27 enero Hoy, en la pizarra del Archivo, escribe el copista un poema de Heine: ¡Qué fragmentarios son el mundo y la vida! Tendré que recurrir al catedrático alemán. De la vida, sabe unir todas las partes y hacer con ellas un sistema comprensible; con el gorro de dormir y trozos de su bata tapa los agujeros en los muros del mundo. 28 enero El copista borra los versos de ayer —de Heine—, y escribe, en la pizarra, que no tiene nada más que decir —al cabo de seis minutos borra también esta frase y dibuja un esqueleto en la pared. 29 enero Aquel niño arrastraba siempre un féretro. De vez en cuando, lo abría y mostraba al público el tesoro de musgo y azufre de su infancia. 30 enero (Esta mañana, a las ocho y diez, hubo un pequeño incendio en el archivo del copista. Sólo se han quemado veinte sonetos.) 4 8


31 enero INFORME SECRETO (El copista y yo nunca nos hemos visto, pero él dice que me conoce, de lejos. Una vez al mes, viene a mi casa un adolescente misterioso, para entregarme una selección de los manuscritos que el copista halló junto a la puerta de un cementerio. Entre las hojas que recibo, siempre encuentro alguna nota del copista o un poema que éste me atribuye —lo cual me alegra, aunque yo no recuerde haber escrito nunca ese poema.) 1 febrero Todos los difuntos nuevos del barrio se reúnen esta tarde en el circo del puerto para anunciar a la ciudad húmeda la llegada de otro séquito de espectros y... (palabra inaudible). 2 febrero (Como decíamos ayer, se reúnen en el puerto y me guiñan el ojo derecho. Más tarde, suben a mi casa y me arrojan por la ventana: ya en el suelo, encuentro debajo de un coche 4 9


la última sextina inédita del copista —que, hoy puedo decirlo, no siempre leo con placer.) 3 febrero No había nadie detrás de sus palabras. No había nadie detrás de su mirada. No había nadie. —«Mejor. Qué reiterativo eres», me respondió. 4 febrero DOS CUENTOS MÍNIMOS DEL COPISTA 1 Una noche de invierno, el alma, enferma de ti y de sí misma, desaparece por una acera desierta, de noche, un sábado cualquiera de invierno, y entra, casi desnuda, en un bar ruinoso, donde liabla mal de ti con el primer diablo ebrio que se le acerca. 2 Como no quería molestar a nadie el día de su muerte, llevaba siempre una tumba de su medida en el bolsillo del abrigo. 5 0


5 febrero Sobre el asfalto húmedo, boca abajo, sólo quedaban tres sueños, sin perfil, y mil palabras heridas, impronunciables. 6 febrero Me dijo: «No era un día de otoño cuando el mundo se alejó de pronto, y él era el único mono que aún saltaba, con sus recuerdos de infancia, por las ciudades arrasadas, con un álbum quemado en la mano.» 7 febrero NOTA DEL COPISTA Cristales de silencio e idiota el que lea esta nota. Cordialmente, su... 8 febrero «Recuerda: si no puedes huir de tu ser místico, lo más espiritual es morir cada mañana en el puerto más cercano, dentro de una barca abandonada», dice un desconocido, golpeándome la cabeza con sus rimas. 5 1


9 febrero Adivina quién muere primero en este poema. Mas se fue corriendo al sol, con la ceniza del ser entre los labios, y nunca más regresó. «¿Cómo dices que se llamaba?» 10 febrero La memoria abre un maletín y muestra sus formas postizas a los transeúntes. En la esquina, Francisco de Quevedo escribe en la pared: A fugitivas sombras doy abrazos. 11 febrero RECADO URGENTE PARA SOLITARIOS Más de ocho espectros beben juntos tres veces a la semana, y dicen una palabra que nadie conoce cuando rasgan los bolsillos vacíos de su infancia. (Además, todos los sábados entran a comprar 50 gramos de fracaso —25 de negro, 25 de blanco—; salen de la tienda murmurando ternuras, temblando como una hoja de ceniza entre las extremidades del misterio.)

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12 febrero Tampoco hoy te esperaba nadie detrás de las tumbas: vuelves al poema con la memoria entre los dedos. 13 febrero Hay una palabra que, de vez en cuando, se arroja por la ventana de mi casa, y cae siempre de pie a un metro de distancia de mi asombro. Mañana le preguntaré por qué lo hace. 14 febrero Niebla en la mano. No puedes huir: anuncios luminosos te descubren y clasifican los huesos más tristes de tu esqueleto. Máscaras de hielo. Nadie dice nada. Ojos de ceniza se abren en todas las aceras. 15 febrero Esta noche no tienes ningún difunto para dar una vuelta alrededor de tu infancia. Allí, en el número 5, está llorando un fantasma porque nadie lo reconoce cuando vende helados de tres colores. 5 3


16 febrero El bazar del misterio: compra y venta de fragmentos de vida. El único cliente del bazar sigue esperando aún que alguien mueva un poco la losa sepulcral que no le deja ir a ninguna parte. 17 febrero Viene un desconocido a decirme que tiene los bolsillos llenos de años muertos. Me enseña mi propio cadáver. ……………………………. Con una mosca de nieve detrás de la oreja, aquel día se propuso no volver a jugar con los muertos que le hablaban de una edad que él ya no recordaba. 18 febrero Nadie. Calles y espejos de ceniza. No hay nadie. Ruinas, espectros en la ciudad. Un sueño en el desagüe. Palabras, con una cinta de abismo en la cabeza. Ramas, delirios de asfalto. Dedos y ojos errantes bajando a las alcantarillas de los barrios húmedos. Cuerpos solos detrás de casi nada. 5 4


Esquinas, tobillos sin luz. Imágenes con los párpados negros en el suelo. 19 febrero NOTICIA La policía descubre el cadáver en la parte inferior de un recuerdo. 20 febrero Aquella noche cayeron más cristales de abismo sobre la ciudad: un niño jamás regresó a su infancia. Todo el mundo dejó de hablar a la misma hora. 21 febrero Medio silencio. Espíritus muertos en la playa. Un reloj parado. Todo el mundo dejó de hablar el mismo día, y a la misma hora —nadie recuerda nada. 22 febrero CARTEL DE CIRCO Vea cómo un poeta sin caballo repta en la taberna del cementerio. 5 5


23 febrero Nos sentamos en el claustro y me dijo: —Aquella mañana entré en el urinario público de la catedral. Mi esqueleto se despojó de mí. Me abandonó en un rincón (sin luz). Sin decirme nada salió corriendo detrás de otro cuerpo, que le había prometido menos angustia y más misterio. Ahora, al cabo de seis años, él anda sin cuerpo y yo sin esqueleto. 24 febrero Siempre aparece cuando me asomo al balcón. Atraviesa el puerto (mi infancia) llevando un esqueleto a hombros. Irreconocible, me saluda la calavera, me nombra, me recuerda. Triste, miro a otro lado: ni siquiera me acuerdo de mis huesos. (De pronto: un incendio de hielo entre los sueños. Desaparece el puerto: ceniza en los labios.) 25 febrero Desde una caja de zapatos —abandonada en el claustro— 5 6


me llama el cadáver de mi infancia. Me pregunta si quiero ayudarle a clasificar y trasladar los días y las palabras que dejé olvidados en la caja de zapatos, donde ella —mi infancia reside desde que salí huyendo en busca de otra memoria. 26 febrero Un espectro —siempre el mismo—, con pantalones cortos, aparece cada mañana en mi casa, dando un portazo eterno. Va de una calle a otra, infatigable, silbando, con una caja de zapatos atada a la cintura, y una ensaimada en la mano. Cuando llega al claustro, abre la caja ritualmente, enciende una vela y muestra a todo el mundo en qué bajos fondos habita la forma difunta de mi alma. Avergonzado, me escondo detrás de un retablo. 27 febrero Érase una vez un espectro singular, locuaz, que siempre decía lo mismo: —Esta mañana me han vuelto a sepultar 5 7


en el claustro. De momento, no me quejo: desde aquí podré ver mejor cómo se mueven las patas de araña, plateadas, que las visitadoras del claustro llevan colgadas entre sus piernas —donde tejen una peluca blanca. Y empezaba a reír, mientras por la escalera rota del tiempo bajaba rodando, lejos de él y de la ciudad, el cráneo de su propio esqueleto. 28 febrero Un sueño... Un tesoro de silencio, fundido, bajo una capa de serrín..., no, ni sueño ni tesoro, no hay nada detrás de las orejas de nieve del ser. 1 marzo La ciudad se hunde en el mar: dibujas ausencias en la pared quemada de tu infancia. Las esquinas no recuerdan tu perfil. No sabes qué decir cuando tu infancia te llama desde la otra acera. Los días difuntos siempre hacen el mismo gesto al entrar o salir del patio del misterio.

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2 marzo Entre los varios edificios públicos de cierta ciudad, que por muchas razones será prudente que me abstenga de citar, y a la que no he de asignar ningún nombre ficticio, existe uno común, de antiguo, a la mayoría de las ciudades, grandes o pequeñas; a saber: el hospicio. CHARLES DICKENS 3 marzo Desde esta esquina de la ciudad ya sólo haces señas a los muertos que no recuerdas. También juegas a bolos con tus huesos más tristes cuando hay feria gótica en la calle. A veces habla sola tu mirada postiza dentro del bolsillo de la memoria: dice que un día el silencio te bajó los pantalones y un ramo de cerillas te nació entre las nalgas. Culo encendido, ahora escribes que arden las tinieblas. 4 marzo Naturaleza muerta, de Giorgio Morandi.

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5 marzo No me ve nadie, pero un desconocido me hace señas. Con un pie en el sueño y otro en la acera, me advierte que solo vende serpentinas y calaveras. Por eso convoca a todos los solitarios que ocultan la memoria entre los dedos. 6 marzo La roca roja, de Paul Cézanne. 7 marzo Cada mañana, alrededor de la catedral, perseguía a su propio esqueleto, arrojándole calidoscopios y arena hasta llegar al lugar de su infancia, una plaza, donde ambos se ponían a jugar con serrín y lluvia de otros días. 8 marzo TELEGRAMA DEL COPISTA Desde que era adolescente el misterio lleva una arqueta atada a sus nalgas chamuscadas: guarda perfiles y vacíos pretéritos. 6 0


(En realidad, nunca he sabido qué texto es mío y cuál del copista. Me dejo orientar por las indicaciones que él anota al pie de los mismos.) 9 marzo OTRO TELEGRAMA DEL COPISTA 6, acurrucado en la esquina: ya no dices nada, sólo cuentas 1 2 3 4 5 6 —oh, triste, el copista se ríe. 10 marzo Me he quedado sin palabras. Quizá mañana reciba otro paquete de manuscritos. Lentamente, el copista me ha convertido en su amanuense. Estoy en sus manos, pero no me quejo. Hay que proseguir. Mañana acaso reciba, por correo certificado o a través de un mensajero adolescente, otro legajo de prosas y versos, de cuya autoría hoy sé que dudaré siempre. 11 marzo Son las diez y diez de la noche. Una palabra herida se acuesta bajo tierra. 6 1


Un mendigo cuelga su esqueleto en la pared húmeda de mi infancia. Un niño, cojo de tanto silencio, salta y orina sobre la camisa de su sombra, detrás de la puerta verde que nadie ve. Las once y media. 12 marzo —¿Me permitirá usted preguntarle —dijo el curioso anciano— qué fue de la silla? —¡Ah! —replicó el tuerto viajante—. Se la oyó crujir mucho en el día de la boda, pero Tomás Smart no pudo decir con seguridad si fue de gusto o de enfermedad corporal. Se inclinaba a pensar lo último, porque el mueble no volvió a usar de la palabra. CHARLES DICKENS 13 marzo ADIVINANZA Dícese de algunos insectos cuyas larvas se desarrollan entre excrementos. 14 marzo (Llueve y hace sol, las brujas se peinan.)

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OFRECEMOS AQUÍ UNA RECOPILACIÓN DE LOS TEXTOS DEL COPISTA, QUE EL EDITOR PUDO ENCONTRAR EN UNA CARPETA DEL MECANÓGRAFO, ENCARGADO, COMO YA SABEN, DE LA TRANSCRIPCIÓN Y DATACIÓN DE LOS MANUSCRITOS DEL ARCHIVO DEL COPISTA, Y VÍCTIMA HOY DE UNA RARA OBSESIÓN: SE IMAGINA QUE EL GATO DIABÓLICO DE BULGAKOV LE QUEMA SUS CUADERNOS, ANTE LA COMPLACENCIA DE LOS GRAMÁTICOS SIN TRABAJO. ESTA EDITORIAL DESEA QUE SE RECUPERE LO ANTES POSIBLE. EN CUANTO AL COPISTA, DECIR SÓLO QUE FUE ACUSADO DE TENENCIA ILÍCITA DE POEMAS INÉDITOS DE OTROS AUTORES, Y UN DÍA DESAPARECIÓ SIN DEJAR FAMILIA NI RASTRO ALGUNO. Escrito en el dorso de un billete de autobús: Estoy tiernamente enfermo de recuerdos de infancia. ESENIN …………………….. ¿Ocho silencios, mal vestidos, han caído al puerto? ¿Ya no tengo un espectro en las manos? ¿De quién habláis? Entre los dedos de este poema hay dos niños que dibujan calaveras en las alcantarillas, en los futbolines de los sótanos de Barcelona. Demasiada ilusión en los codos: 6 3


ahora tus ojos se ocultan siempre en el bolsillo de atrás. …………………….. POEMA DEL POEMA (Parodia) De noche, cuando arde toda la miseria, con las nalgas flanqueadas de mustios geranios, bajas de dos en dos los 39 escalones, o las barritas de hielo de tu propio esqueleto. ¿Acaso enyesas sílabas rotas en el escritorio del vacío —que nunca te olvida? (Eliges la calle más solitaria, te escondes detrás de tu esqueleto: ahora ya puedes morirte de risa.) …………………….. EL COPISTA RECUERDA A SU AMADA Corría siempre delante de sí misma, contando y ordenando los huesos pálidos que iba perdiendo su existencia —pero resbalaba en todas las aceras más allá de los espejos rotos del tiempo. A veces salía en pos de sí pintando de verde los siete recuerdos que perdían sus labios. 6 4


Desde entonces sólo habla con la espalda de su infancia. …………………….. Fragmentos: 1 mar 2 ceniza 3 nadie lo sabe 4 nieve 5 bosque petrificado 6 ni 6... 7 ausencia de sí mismo, nadie 8 escamas 9 déjalo 10 sepelio en la playa 11 niños con máscaras 12 miradas inclinadas sobre el asfalto. …………………….. DOS VERSOS ILEGIBLES Niebla... Una mano... en la plaza... Tristeza... re... días y vagabundos... (Con esta dedicatoria: A los niños callejeros de todos los barrios.) …………………….. Siempre llegamos demasiado tarde, cuando los párpados de la esperanza ya no están debajo de la mesa. …………………….. Paisaje con árboles rojos, de Maurice de Vlaminck. 6 5


…………………….. Cada noche se buscaba a sí mismo por calles y plazas. Cuando estaba a punto de encontrarse, aparecía una novia a su lado, en el jardín cerrado, con un cuchillo rosa en la memoria. …………………….. Aquel niño jamás regresó a su infancia. …………………….. TÉCNICA PARA NO DECIR NADA Las estalactitas del Ser. Las estalagmitas del No-ser. …………………….. La lección de piano, de Henri Matisse. …………………….. NARRACIÓN 1 Al bajar se cayó por la escalera de los espejos. No había nadie detrás de la memoria. Las calles desaparecieron. Jamás pudo regresar. 2 (Arde un esqueleto en la acera.)

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3 Nadie sabe decirle cómo se llama el tiempo inacabado que lleva en la mano (entre postales anónimas y alfabetos de arena). 4 Ven, sube a mi casa, no digamos nada. Tengo un sepulcro de vidrio para cada uno. La primavera también es hermosa para los difuntos. Otra expresión absurda. 5 «—, — n.... nada más, bombillas verdes para las tinieblas» —me dijo al oído, dándome una palmada en el vientre, y se fue por entre las grúas del puerto. …………………….. 26 de octubre de 1986 Un desconocido se cae al suelo. Sin moverse, arrodillado en mitad de la calle, me llama y me sugiere metáforas inéditas. Quiere bajarme el olvido y los pantalones. Me niego. Quiere introducirme un sello blanco en el ano. Me niego otra vez. Se enfada, me da un codazo y un puntapié. 6 7


Me voy a otro lugar, demasiado tarde, como siempre, pero me voy. …………………….. NOTICIA DE ÚLTIMA HORA El esqueleto de un poema anterior —que era llevado a hombros por el puerto— lee ahora una reseña literaria a la luz de una ventana. Se incorpora, me saluda, reitera que no me conoce y prosigue leyendo. …………………….. NOTA DEL EDITOR (Se ha descubierto, en el sanatorio donde está ingresado el mecanógrafo, que éste no era en realidad el autor de ninguno de los textos aquí reproducidos. Obviamente, el copista le hacía creer, por pura maldad e interés, que en el paquete hallado en el cementerio había algunos poemas del mecanógrafo, extraviados años atrás. Así, engañado, creyéndose autor, el dactilógrafo pasaría en limpio, con infinito rigor, el material que el copista le mandaba. Ausente el copista para siempre, alucinado el mecanógrafo, al editor no le resulta fácil, de momento, descifrar a qué autores pertenecen los textos aquí recopilados. Siempre que ha sido posible, hemos hecho constar el nombre del autor al pie del texto.) …………………….. Una hoja del libro de la ciudad, de Paul Klee. 6 8


…………………….. EL COPISTA ENVÍA UN ELOGIO AL DACTILÓGRAFO Ventaja grande es que esté ya muerto y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden los descendientes mismos de quienes le insultaban inclinarse a su nombre, dar premio al erudito, sucesor del gusano, royendo su memoria. (Plagio del poema Góngora, de Luis Cernuda.) …………………….. ANTE LA ACTITUD DEBELADORA DE LA FAMILIA DEL MECANÓGRAFO, EL EDITOR RECONOCE QUE EL SUJETO INTERNADO NO CARECÍA A VECES DE PEQUEÑAS LUCES, QUE LE PERMITIERON ILUMINAR EL ORIGEN DE ALGUNOS TEXTOS (WANG WEI, CHARLES DICKENS, POR EJEMPLO). EL EDITOR LES OFRECE ADEMÁS UN FRAGMENTO, EN PROSA POÉTICA, DE SUS PROPIAS MEMORIAS. «Yo era incapaz de resucitar a Albertina porque lo era de resucitarme a mí mismo, de resucitar mi yo de entonces.» ……………………..

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TRANSFIGURACIÓN-1 Alguien escribe en la pared donde acabo de incrustarme: Vacío húmedo. Un espectro salta una lápida y me pisa. Una pluma de oca detrás, hurgando hasta la nada. TRANSFIGURACIÓN-2 Aún estoy incrustado en la pared. Un espectro se sienta a mi lado: abismo para dos. Palabras, sueños en el desagüe del tiempo. Nos atamos el silencio a la cabeza. Una sílaba en la mano. Un espectro sentado a mi lado. Después, le compro una familia de plástico, no, prefiero aquélla. 100 pesetas. …………………….. Son las 10 de la mañana. Pasan los espíritus del servicio de la limpieza. Acércate, mira, aún me sobran tres pelucas de tumba y dos espejos rotos y una polvera para infancias solitarias. …………………….. BALADA I Aquel día se asomó dos veces al balcón, bebió una cerveza, y desde allí dirigió la ceremonia 7 0


de su propio sepelio. Todos los presentes, desnudos, vientre enlutado, bebieron también una copa de licor a la memoria del difunto —que seguía en el balcón, meticuloso, jovial, ordenando sus pompas fúnebres con una cerveza en la mano. II El vigilante cierra la puerta, sin avisar, ahora golpea mis piernas, me tumba, me desnuda... y de mala manera me arroja al osario, donde, al fin, alguien me reconoce. III En el jardín de los muertos descubro los juguetes de madera que había perdido el espectro que vive conmigo. Cuatro gusanos de seda —que recuerdan mi nombre— me descifran el enigma de una carta copiada en el muro del jardín. Pero ya no puedo oír nada. Al día siguiente, todos los difuntos nuevos salieron corriendo del cementerio, y me devolvieron, restaurados, días y palabras de otros lugares. ……………………..

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PROYECTO LÍRICO Cuando todos crucen el espejo y se vayan con el ataúd y la música a otro espacio, me disfrazaré de violinista y le pediré un refresco al camarero triste. Me sentaré aquí mismo: así nadie me verá. Además, bajo esta sombra blanca renace y se orea el perfil de plumas de mi calavera. …………………….. NOTA URGENTE DEL EDITOR (Según los últimos datos del sanatorio, parece ser que el amanuense-mecanógrafo del copista sí escribió algunos de los poemas que éste le enviaba para los Cuadernos del Archivo del Copista. Sin embargo, solo conoceremos la verdad del copista y del mecanógrafo el día luminoso en que este baje del árbol y recupere el habla común.) …………………….. POEMA ATRIBUIDO AL DACTILÓGRAFO Deposito cartas en los buzones de todos los espectros del barrio; dejo mensajes claros entre las flores de las tumbas, pero nadie me ha respondido todavía. ……………………..

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INSISTE EL DACTILÓGRAFO ¿Quién, quién me remite nubes y tarjetas postales desde la cripta de un cementerio? (Realizadas las oportunas gestiones en las oficinas de Correos, el editor considera que el citado mecanógrafo —quien, nótese, ya no recordaba al copista— empezaba a ser víctima de una obsesión epistolar.) …………………….. Una noche, mientras jugábamos al escondite, perdí de vista, para siempre, a una parte de mi esqueleto, que huyó con un sobre de recuerdos bajo el brazo. (N. del E. Aquí el dactilógrafo regresa a su infancia.) …………………….. AFORISMO DEL COPISTA Mírate bien las cuerdas vocales, el silencio. No tengas miedo y sal del espejo: no hay nadie detrás de la silla rota. …………………….. NOTA DE LA EDITORIAL (Ante los numerosos comentarios malignos, esta Editorial quiere hacer constar: 1º Nuestra total confianza en el informe que el Comité 7 3


de Lectura ha redactado sobre los Cuadernos del Archivo del Copista, de suerte que nuestro editor poseía información suficiente al redactar sus Notas para la segunda edición de la obra citada. 2° Las posibles contradicciones de esta edición no deben ser atribuidas a dichas notas, elaboradas y cotejadas, noche a noche, por el propio editor.) NOTA DEL COMITÉ DE LECTURA (Aparecida en una revista de provincias) (Este Comité notifica a la opinión pública que: No se responsabiliza de las Notas que el editor ha incluido en la segunda edición de los Cuadernos del Archivo del Copista.)

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HISTORIAS BREVES



BIOGRAFÍAS I Tenía un pie más largo que el otro, y se ponía de perfil, cariñoso, cuando alguien le rozaba con el brazo en el autobús. Aún llevaba en el bolsillo de la americana aquel regalo, dorado, un reloj de marca desconocida, que se paró a las 10 1/2 de la mañana, para siempre, el mismo día de su primera comunión. II Se sentó en la acera, con la cabeza inclinada, cerró las manos como si apretara un recuerdo vacío, y se quedó así durante muchos días, sonriendo dulcemente a las paredes resquebrajadas de enfrente, del todo ajeno a los transeúntes que se acercaban a él, curiosos. Cuando se lo llevaron a la camioneta, una pared se estremeció. III Después de hacerle varias preguntas, se puso a llorar, de espaldas a todos. Era inútil, no podía recordar —decía— el año en que acabó su infancia.

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LA CUARTA NOVIA Enderezó la cabeza y dijo a la pared que no volvería a esperar más. Miró de reojo a los transeúntes que pasaban, raudos, saludó a uno con la mano, y resbaló. Postrado en el suelo como una figura rota de hielo, murmuró que esta vez no le perdonaría, a su cuarta novia, que llegara con tanto retraso —nueve años y quince días— a aquella cita fundamental. Esto ya era demasiado, se incorporó, miró a los lados, con dureza, se levantó de un salto, y se fue calle arriba, dispuesto a no justificar más la demora de su cuarta novia. Al llegar a casa, rompió el último álbum de cromos de su vida. Un vecino suyo contaba de él otras cosas que no deben ser transcritas.

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NOCTURNO De tanto disimular, se quedó con un pie más torcido que el otro. Algunas noches, en vez de acostarse, se pasaba las horas dando saltitos de una habitación a la otra, hasta que los pacientes vecinos del piso de abajo, invocaban a no sé qué muertos. Entonces, impertérrito, daba dos saltitos más y se acostaba en seguida, sonriendo, mientras elaboraba aforismos líricos sobre la intolerancia de los espectros.

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UN EMPLEADO Aquella noche no pudo dormir. Salió de su casa al amanecer. Se arrastró por todas las aceras, mirando, indiferente, los escaparates de las tiendas cerradas. Llegó maltrecho, con dos horas de antelación, a la puerta de la oficina de aduanas, en donde trabajaba desde hacía varios meses. Se acurrucó en el rellano de la escalera, desesperado, extraño ya al género humano, con las manos y los pies helados de terror. Cuando empezaron a llegar los otros empleados, se incorporó lentamente, con todos los miembros dolidos, sonriendo a lo lejos. Fue entonces cuando pidió disculpas a todos: él —lo volvía a reiterar una y otra vez— no quería hacerlo, de verdad, aún no comprendía cómo pudo archivar mal aquel documento tan importante. Después de confesar esto, hizo dos absurdas reverencias con la cabeza, tropezó, y se fue corriendo escaleras abajo. Nunca más lo volvieron a ver. Aquel documento lo encontraron al día siguiente, mezclado con otros papeles, sobre la mesa del conserje, que siempre había despreciado a los empleados nuevos.

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SIN TÍTULO Conservaba, entre pañuelos blancos bordados, una estampa de la primera comunión de otro niño. Esto fue lo único de lo que no se arrepintió en toda su vida.

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VIDAS EJEMPLARES I Siempre que hablaba con desconocidos, se le volvían a romper los vidrios rayados de su infancia y le crecían, otra vez, dos palmos de ceniza alrededor del cuerpo, que subían y subían hasta alcanzar su boca. II Estuvo cuarenta años corrigiendo la misma carta, hasta que un buen día la mandó por correo certificado y urgente. Al cabo de seis meses de espera dolorosa, le comunicaron que, por desgracia, aquellas palabras tan bien intencionadas y presentadas (incluso había impregnado unas gotas de perfume en el interior del sobre), habían llegado demasiado tarde a su destino. Retraso ciertamente inoportuno, ya que les obligaba a recordar un asunto que hubieran preferido no tener que resolver. (Por otra parte, también le hacían saber que una de las últimas frases de la carta no carecía de confusión gramatical.)

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FRAGMENTOS DE VIDAS ANÓNIMAS 1 Ahora no pasaba nadie por la calle, y al fin lo hizo. Clavó un testículo en la pared de una esquina, y se fue corriendo. Al cabo de un tiempo, volvió a pasar, con precaución, por delante de su obra, pero no ocurrió nada especial. Ni una mancha de sangre en la pared. Desengañado, se pellizcó el otro testículo. 2 Ladeaba la cabeza, decía que sí a las paredes de las calles de su barrio: éste era todo su lenguaje desde que le confirmaron que ya nadie le quería.

3 «No conoció más cuerpo que el suyo, y vivió así cuarenta y seis años», me dijeron dos hombres que, a empellones, me llevaron al funeral de aquel desconocido. Aún hoy siento aquella humedad de agua bendita en los dedos. 4 Bajó otra vez a la calle, más decidido que antes, y fue a saludar a los espectros que fumaban en la esquina; luego 8 3


intercambió un par de cromos con una vecina que pasaba corriendo, y, sintiéndose ya menos solo, volvió a su casa, silbando una canción de moda mientras subía por la escalera oscura. Ahora apenas si recordaba las palabras envenenadas que le habían enviado por correo certificado, e incluso sonrió al ver un gato bizco dibujado en la pared del rellano de su casa. 5 Decía que había salido de su casa al anochecer, y ahora, al cabo de quince días, después de merodear por las calles más estrechas de la ciudad, no sabía qué hacer: había olvidado el lugar exacto de su domicilio, en donde, es cierto, nadie le esperaba, propiamente hablando, pero, con todo, él temía llegar demasiado tarde: si alguien, inolvidable, generoso, locuaz, llamaba en vano a su puerta y no lo encontraba, el visitante se ofendería tanto que jamás regresaría, y por ello ya no podrían debatir a fondo la gran hipótesis que todo el mundo ignoraba. 6 Por las mañanas, hacia las once, extraía cartas y fotografías de las papeleras públicas. Al atardecer, después de merendar un poco, repartía su botín entre las personas que pasaban por la calle. Pero nadie le preguntó nunca por qué lo hacía. Una tarde, merendando como de costumbre un té y dos galletas, se sintió más solo que otras veces. Bajó a la calle, lentamente, y luego de mirar de reojo a las calles de su infancia, a su propia vida, le dieron un navajazo y sucumbió al pie de una papelera, delante mismo de su casa, sin poder acabar de saborear un trocito de galleta impregnado de té.

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EL PASEANTE DEL CLAUSTRO Un día leyó una carta que no era para él, y ya no volvió a ser el mismo. Empezó a frecuentar urinarios públicos, en busca de algo o de alguien que ignorara todas las palabras. Cada tres días iba a la catedral, daba vueltas por el claustro, escudriñaba los rincones, junto al estanque, entre las lápidas, acariciando las velas votivas hasta quemarse, pero no podía encontrar la segunda carta de aquel remitente desconocido. Cuando le pregunté si realmente buscaba algo concreto, apoyó el perfil de su cabeza en la verja y se puso a llorar, sin decir nada. Ahora bebemos juntos un par de cervezas, cada tres días, siempre cerca de la catedral, y luego damos vueltas y vueltas (de setenta a ochenta, aproximadamente) por el claustro, guardando, sin abrir, todas las cartas urgentes que alguien —ahora ya lo sabemos— nos envía desde una lúgubre escalera de nuestra infancia.

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OTRA VEZ EN LA PARADA DEL AUTOBÚS Siempre me lo encontraba allí, embobado, con el cuerpo inclinado hacia atrás, como un misterio fijo entre un árbol y la parada del autobús. Le habían dicho que ella bajaría del próximo vehículo y, dado que él no tenía prisa alguna, hacía tiempo que esperaba, levantando un poco la cabeza para ver más allá de los árboles. A veces me miraba de reojo, sonriente, complacido de que alguien le acompañara en el momento más importante de su vida. Sin embargo, han pasado ya algunos años, y como él no puede venir todos los días a la parada, me ha pedido que ocupe su lugar los miércoles y viernes, siempre junto al árbol, a fin de que pueda ver mejor la llegada del próximo y ya definitivo autobús. Impaciente, con las manos en el bolsillo, mirando a lo lejos, espero estar a la altura de las circunstancias cuando ella, la desconocida, se asome y baje al fin del autobús, sin duda ligeramente sorprendida, pero ya pronunciando con toda claridad mi nombre y el de mi compañero.

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EL VECINO Hacía mucho tiempo que no bajaba a la calle. Por eso los vecinos organizaron una pequeña fiesta, instalando una mesita de noche en la acera, con unas cuantas naranjadas y limonadas y un par de aceitunas rellenas para cada uno de los invitados. Cuando el muchacho salió de la escalera y vio lo que le esperaba, tropezó consigo mismo, bailó de un lado a otro, pero frenó su caída el vientre de una mujer, a cuya falda se agarró desesperado. Se incorporó definitivamente —una aceituna rodaba por el suelo—, y, sin dar las gracias a nadie, volvio corriendo a su casa. Han pasado los años..., él sigue arriba, en su casa, sin bajar a la calle..., pero sus vecinos no se sienten ofendidos por ello, y esperan, esperan, afirmando que no dejarán de celebrar como es debido la próxima salida de ese extraño vecino cuyo nombre, es verdad, todavía ignoran.

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TRANSEÚNTES Son las ocho de la mañana. Desde las cinco que anda por la calle, con las manos en los bolsillos de la americana. Las aceras ahora se van llenando de gente. Con todo, aún no se ha decidido. Es necesario hacer bien las cosas. No en vano sigue siendo, a pesar de las intrigas más variadas, un oficinista responsable y respetado, al que no le faltan ni diplomas ni buenas relaciones. Sin embargo, aún no sabe con certeza a quién dirigirse esta mañana; cuál de aquellos transeúntes —se pregunta— puede ser el más adecuado para escuchar una lectura rigurosa de la carta de amor que empezara a escribir años atrás, cuando era sólo un joven solitario enamorado de ella, la hija mayor del estanquero.

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MENSAJES Se aproximaba a un transeúnte, lenta, furtivamente, y, sin que éste se diera cuenta, le introducía un nota, muy bien doblada, en el bolsillo más accesible. Después, seguía a esa persona, con disimulo, escondiéndose detrás de todos los árboles y farolas, hasta el mismo portal de su casa. Una vez allí se presentaba, correcto pero demasiado estático, diciendo un nombre inaudible; y a continuación solicitaba ya, imperioso, el mensaje urgente que, unos desconocidos sin duda, le habían entregado para él, mensaje que, sin duda, reiteraba, debe llevar usted en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. Entonces, el otro individuo, más asombrado que ofendido, extraía el papel del bolsillo indicado y se lo entregaba, un poco arrugado, al muchacho, siempre cortés y de perfil, que tenía delante. Éste lo desdoblaba, ceremonioso, guiñando el ojo derecho al paciente espectador que le había tocado aquella noche, y sonreía, no dejaba de sonreír cada vez que leía, pomposamente, las frases finales del citado mensaje: Llegó corriendo, pero ya no había nadie detrás de aquel recuerdo. Tropezó de nuevo con el bordillo de la acera, y perdió la memoria para siempre. En esta ocasión, sin embargo, tuvo que gritar casi las últimas palabras, dado que el ingrato oidor ya se escapaba por el

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grandioso portal escaleras arriba, pidiendo auxilio a su familia. EN LA PLAYA Al anochecer se sentó, cabizbajo, en la arena menos húmeda de la playa, con las manos cruzadas. Y esperó, en esta misma postura, durante días, sin apenas mover su cuerpo, ni hablar con nadie; sin mirar hacia el Paseo Marítimo, en donde le aguardaba su novia de siempre, seguramente encogida de hastío en el extremo de un banco de piedra. Esperaba que el mar le devolviera aquella carta que —hoy lo comprendía mejor— no debía haber redactado nunca. En aquel tiempo, sin embargo, era considerado normal escribir confesiones sentimentales a los muertos, pero ahora se arrepentía de ello, ya que les había confesado demasiadas cosas íntimas, y desde entonces vivía angustiado. Sobre todo, a partir de la última carta, en la que narraba con todo detalle el fracaso de su primera experiencia laboral, que incluso su novia de siempre ignoraba. A su edad —cuarenta y siete años— le inquietaba que se divulgara aquella noticia que tanto le hiciera sufrir en su juventud. De ahí su interés en recuperar dicha carta, sentado en la playa, ahora con la cabeza menos inclinada, mientras su novia de siempre lo miraba de lejos, cariñosa, demasiado comprensiva, con el cuerpo

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ya medio helado. EL REGALO Se pasaba las tardes y las noches buscando aquel precioso regalo que, según le dijeron un día, alguien había escondido, sigilosamente, para él, sólo para él. Por tanto, nadie conocía el lugar exacto del escondrijo, añadían sus vecinos, sarcásticos. De ahí, pues, que escudriñar armarios y toda clase de rincones fuera la actividad más importante de su vida. Miraba una y otra vez debajo de las sillas; se acercaba a todos los espejos colgados y los separaba un poco de la pared, palpando en vano la franja más humedecida de ésta; también ponía la mano entre los visillos y los cristales de las ventanas, por si acaso, y entre los pliegues de las cortinas; hundía asimismo casi todo el brazo en las alcantarillas más propicias, esperaba un rato, pero nada, allí no había sino papeles y chapas de cerveza y más humedad, confirmaba contrayendo los dedos, como si realmente temiera encontrar al fin lo que desde hacía tiempo andaba buscando (desde que era niño, aseguraban algunos). Todos los vecinos se mofaban de él, sobre todo cuando lo veían allí parado, en la escalera, extasiado, interrogando a las paredes. Preferían no preguntar nada al contemplativo, pero más de uno movía la cabeza reprobando aquel hábito, sin duda pernicioso, que el buscador de tesoros representaba en el rellano de la escalera, a todas horas, ajeno a la moral pública de sus vecinos. Aunque a veces, no podía evitarlo, de pronto empezaba a llorar, con los ojos cerrados y una piel de plátano en la mano alzada: hoy tampoco había tenido mucha suerte, decía, enarbolando aquellas tiras amarillentas, pútridas ya, por encima de su cabeza. 9 1


CUENTO DE HOSPITAL I Desde que le dijeron que no volviera a casa, a su propia casa, empezó a frecuentar nuevas amistades en las salas de visita de los hospitales. Con ellos, con los convalecientes y sus familiares, al menos se podía hablar de cualquier cosa, sin que nadie se ofendiera por ello. Allí, sentado en la sala, se distraía viendo pasar a las fugaces enfermeras; allí, también, celebraba su cumpleaños y la nochebuena, de manera discreta (siempre llevaba una cerveza pequeña en el bolsillo del abrigo), ofreciendo su brazo a los enfermos que ya salían a caminar por los pasillos del hospital. Así, pues, quizá debamos concluir diciendo que también él fue a veces dichoso. No digamos nada más. II Ellos ya sabían que no era necesario que se levantara de la mesa de aquella manera, con tanta prisa, como si realmente tuviera algo urgente que hacer, pues a él nunca le había esperado nadie; ellos ya sabían, por tanto, que sólo iba al hospital para sentirse menos desolado, haciendo ver que los familiares de los pacientes eran también, de alguna manera, sus familiares, aunque no le recordasen a primera vista. De todos modos, había familiares que preferían no desengañarle cuando él les confesaba que allí, en un desván confortable de la parte trasera del hospital, había una cocinera exuberante que, entre plato y plato, suspiraba por él (no en vano llevaba siempre en el bolsillo del delantal un 9 2


cuadernillo de poesía lírica regalo de primera comunión de una vecina solitaria). «Se abre la blusa estampada y me ofrece sus pechos entre plato y plato», explicaba a los familiares que aún le escuchaban.

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BALADA DEL FRAGMENTO DE QUESO De momento, nadie del bar, ninguno de sus amigos se había dado cuenta, pero ya empezaba a sentirse cansado. Hacía demasiado rato que fingía paladear aquel trocito cuadrado de queso. No era nada fácil, por otra parte, reseguir con la lengua las dimensiones exactas de aquel objeto inoportuno: una grapa incrustada en un vértice del trozo de queso, que le habían obsequiado para acompañar la cerveza (semiseco, como a él le gustaba de niño). Hacía ver que masticaba, aunque en realidad lo único que le preocupaba era constatar una vez más la peligrosidad de aquella espina de metal, sin duda de color ocre, como las que usaba en la oficina, recordaba ahora, poniéndose el dedo índice en el párpado derecho, que le temblaba. Porque él no quería alterar en absoluto, con los pormenores de su quehacer bucal, el buen equilibrio de la vida cotidiana, el fluir habitual de la existencia. Por eso, a veces, se obligaba a masticar de verdad, resignadamente, minúsculos fragmentos de queso, mientras con la punta de la lengua mantenía a distancia la porción del mismo que contenía la grapa. Toda una labor de artesanía, se decía a sí mismo, sin dejar de sonreír a los otros comensales, a todo el público, al cual ofrecía él su secreta laboriosidad. Cuando ya no pudo aguantar más la salivación, miró a todos con desolación, por última vez, y se tragó discretamente el bocado punzante, farfullando una breve pero cortés despedida. Estuvo más de veinte días internado en el hospital de su mismo barrio (cosa que después le avergonzó a menudo). Al ser dado de alta, toda la tristeza del mundo entró en sus bolsillos raídos, y por fin salió a la calle, perplejo, con las manos cruzadas detrás de la espalda, sintiéndose, de nuevo, profundamente burlado, ya que, a lo lejos... 9 4


NOCTURNO Aquella noche me sentía feliz, vagaba de una calle a otra, daba un saltito para bajar y subir de las aceras, palpaba las esquinas más solitarias..., cuando, de súbito, se acercó a mí aquel individuo: figura enjuta, hombros inclinados, zapatos desiguales, un párpado translúcido, pronunciando mi nombre en voz baja. Le aseguré que no nos conocíamos, pero él insistió en pronunciar mi nombre y en acompañarme hasta casa, a lo que, dubitativo, me vi obligado a acceder. Anduvimos cinco minutos sin decir nada más. Fue entonces, al llegar a la plaza Sant Just, cuando me dijo que debía contarme, sin más dilación, la verdadera historia de mi infancia, así como —sonrió, malévolo— algunas maledicencias sobre una primera novia que yo ni recordaba. Confieso que su relato me dejó perplejo, y, quizá asustado por mi reacción, quiso rectificar algunas opiniones, en especial una interpretación que yo juzgué demasiado atrevida... Fatigados, nos sentamos en la acera y nos pusimos a hipar, evocando nombres, paisajes y situaciones que yo había olvidado. Al vislumbrar el portal de mi casa, él se ruborizó, dio media vuelta, sacó una navaja y se despidió de mí. No volvimos a vernos.

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Índice PELUCAS DE TUMBA EN LA CATEDRAL I RETRATO DEL COPISTA Y SU PELUCA II PELUCAS DE TUMBA EN LA CATEDRAL

LOS CUADERNOS DEL ARCHIVO DEL COPISTA 1986 1987 OFRECEMOS AQUÍ UNA RECOPILACIÓN...

HISTORIAS BREVES BIOGRAFÍAS LA CUARTA NOVIA NOCTURNO UN EMPLEADO SIN TITULO VIDAS EJEMPLARES FRAGMENTOS DE VIDAS ANÓNIMAS EL PASEANTE DEL CLAUSTRO OTRA VEZ EN LA PARADA DEL AUTOBÚS EL VECINO TRANSEÚNTES MENSAJES EN LA PLAYA EL REGALO CUENTO DE HOSPITAL BALADA DEL FRAGMENTO DE QUESO NOCTURNO

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La primera edición de El archivo del copista, obra original de Alberto Tugues, la hizo Edicions de les Arts del Llibre en Barcelona el año 1990. Esta nueva edición, de emboscall, se ha hecho entre Barcelona y Tordera en el mes de julio de 2014.




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