LA CONFESIÓN (Aquí el recluso cambia el lugar del crimen y escribe “hostal” por “urinarios públicos”)
Dicen que te maté aquella noche, mientras estabas abrazada con tu amante en aquel hostal, que también era el prostíbulo del barrio. Pero no fui yo quien te mató aquella noche. Aunque te vi..., yo había estado en otra habitación del hostal, con una novia alquilada, en el mismo pasillo de vuestra habitación..., encontré la puerta entreabierta, y tú estabas desnuda sobre tu amante, los dos con el vientre desgarrado por una navaja. No fui yo, aunque es cierto que al verte, al descubrirte allí desnuda y muerta, hundí mis dedos en tu sangre, amándote por última vez. Me condenaron por la sangre, por tu sangre, por mi amor. Un delito de amor que yo no cometí, pero me condenaron por amarte. Condenado a vivir aquí, en la prisión, condenado a recordarte viva y muerta, con esa palidez en el rostro, amada inmóvil, quieta en el recuerdo, y con el olor de tu sangre, que yo no derramé, impregnando mis manos.
74