23 diciembre 2012

Page 16

16

17

cartóNPiedra → domingo 23 de diciembre del 2012

temACentral creencias precristianas en América; acusan a los indígenas de tener por diosa y madre a la tierra, y al sol como un dios. Sus divinidades eran la Quilla o luna, el Inti o sol y la Pacha o tierra, por ello, probablemente, los indígenas aceptaron a Jesús como Inti. Posiblemente, no fue difícil introducir la Navidad en el territorio andino, pues tenía la fiesta varias coincidencias con las manifestaciones simbólicas locales, por ejemplo, las huacas a veces eran cuevas y contenían ídolos elaborados en oro y plata, lo que se relaciona con el pesebre. Existían dos tipos de representación de los afrodescendientes, la primera doméstica y de servidumbre, dentro de las casas que representan al poder estatal, tales como la Casa de Herodes, y otra muy festiva y carnavalesca donde las figuras bailan y cantan. Las acuarelas decimonónicas dan cuenta de que en fiestas de inocentes algunas personas se disfrazaban de negros. Además, es uno de los tres Reyes Magos, Gaspar, quien generalmente llega al último. Una forma de penalización pública del cuerpo, que se manifiesta en el Pesebre mediante representaciones de enfermedades y deformidades relacionadas con la abundancia y el abultamiento de ciertos miembros, así el coto (enfermo de la tiroides), el jorobado, el panzón, el cojo y el ciego formaban parte de la vida pública de la ciudad ostensible en el pesebre y encarnada usualmente por los mestizos. Esas piezas que pueden ser leídas como parte de la jocosidad y exotismo que guardan en sí un prejuicio contra ese nuevo ser, producto de la colonia. Los oficios y los días “En la ciudad de Quito se ven florecer casi todas las artes, esto es, mercaderes, relojeros, oroplateros, tintores, torneros, silleros, batidores de oro, calderos, libreros, joyeros, confiteros, olleros, asadores, pasteleros, panaderos, cereros, alpargateros, zapateros, sastres, tapiceros, plateros, armeros, ladrilleros, fundidores, cordeleros, sombrereros, curtidores, drogueros, calderos, plateros, joyeros, barberos, carpinteros, escultores, pintores, herreros, doradores, ebanistas, panaderos, boticarios,

tejedores de tela de algodón y lana. (...) De unos años para acá se han perfeccionado también mucho los orfebres plateros, joyeros y herreros, ya que al haber visto y observado las obras y manufacturas más exquisitas, finas y delicadas de los franceses, ingleses y romanos, aquellos artífices se esforzaron en imitarlos y resultaron perfectísimos y famosísimos artífices.”12 Quito también contaba con grandes obrajes de gran valor, donde se hacían paños finos y gruesos y fábricas de azúcar blanca, negra y miel, sombreros de vicuña y tantas otras cosas; Cicala anota que si uno se admira de la perfección del trabajo queda mucho más estupefacto al ver las condiciones de producción, pues los productores de tan bellas y delicadas piezas eran generalmente indígenas que con mucho ingenio adaptaban materiales locales como herramien-

temACentral llos por ser un trabajo de prestigio, que revelaba poder, como se aprecia en las escenas de la matanza de los inocentes y la casa de Herodes. La bolsicona, cuyo nombre español proviene de los grandes bolsos que llevan en las faldas, encarna a costureras o bordadoras de gran talento. Se tiene registro de su existencia en Quito desde el siglo XVII y los indígenas las llamaban llapangas, que en quechua significa descalzas. Se la representa como una dama dulce, de tez blanca que viste con colores llamativos. Su falda llamada también pollera era adornada con vistosos bordados y le llegaba a media pierna, dejando descubierta la pantorrilla, su blusa bordada se acompañaba con un chal de seda. El bordado local era de gran calidad, además de las bolsiconas lo practicaban las damas de sociedad, monjas e indígenas, a veces con solo hilo blanco.

parte importante de la ciudad, la venta ambulante en Quito tiene antecedentes precolombinos, pues el mercado prehispánico denominado catu o tianguis fue la base del comercio colonial, y de hecho la compraventa informal se mantiene hasta la actualidad. Aunque durante el siglo XVI se pretendió restringir el comercio a las tiendas alquiladas por el Cabildo, la venta informal en el siglo XVII se extendió hacia el norte de la ciudad.13 En varias obras se encuentran los yumbos y sus mercancías que permitían que la alimentación fuera variada y la mayor cantidad de piezas corresponde a vendedoras. La mujer participó de la vida urbana, pero continuó siendo parte de un ideal doméstico, que guardaba el honor familiar a través de su cuerpo, pues el honor era un bien esencial comparable a la vida. Se plasmó a la vendedora mestiza, e indígena exclusiva-

“Las acuarelas decimonónicas dan cuenta de que en fiestas de inocentes algunas personas se disfrazaban de negros” tas o usaban unas muy rudimentarias, por ejemplo, a veces gubias o cinceles se adaptaban de cuchillos viejos y sencillos. La mayoría de veces una sola herramienta servía para varios usos y oficios diversos. Otro viajero anónimo en 1763 anota como se improvisan y adaptan las herramientas con mucha facilidad. José, padre adoptivo de Jesús fue llamado Pater Putativus o P.P. Su oficio de carpintero, como el sostén profano de la Sagrada Familia fue un modelo para quienes se dedican a los oficios. Él conduce a la virgen en un ideal patriarcal de familia. Los oficios más representados fueron los militares personificados por crio-

den a la iconografía de pastores cargados de frutas que se dirigen a Belén con ofrendas. Probablemente estas piezas tomaron como modelo a las napolitanas en un primer momento de producción, de esta manera llevan sus cestas repletas especialmente de manzanas, fruta citada en el libro del Génesis de la Biblia como el fruto del conocimiento del bien y del mal. Además, como parte del comercio ambulante se encontraba en la ciudad vendedores de esteras, aguateros, cajoneras, vendedoras de leche y natas, y muchos otros personajes. Las cajoneras, iban de un lugar a otro llevando baratijas para vender, sus artículos iban desde catecismos hasta peinillas. Eran una fuente de expendio de hierbas medicinales traídas por los yumbos de oriente a occidente, quienes llegaban hasta el convento de Santo Domingo, lugar donde todavía se las encuentran. Las cajoneras se originaron en el siglo XVIII con la venta de

“ ...las huacas a veces eran cuevas y contenían ídolos elaborados en oro y plata, lo que se relaciona con el Pesebre” Los buhoneros, viajan a caballo, a lomo de llama, camello o a pie, aparecen rodeados de varios objetos musicales como guitarras y arpas, baúles y alimentos como aves, cuyes y panes. Son vendedores ambulantes de chucherías y parte de la sonoridad de la ciudad. Buhonero proviene de la palabra buhon (bufón), por la palabrería utilizada para comerciar; surge del vocablo Buff (charlatanería). Hacen las veces de los Reyes Magos, su figura es una de las más barrocas, sobrecargada, exagerada, teatral y alegre. El comercio era una manera muy eficaz de comunicar a la ciudad y el campo; fue una

mente. Jorge Juan y Antonio de Ulloa escribió que había más mujeres que hombres, que la vida familiar estaba cargada de mujeres, que estas eran más saludables,14 seguramente por ello la representación femenina es mayor. Santa Gertrudis anotó que los sábados durante todo el año había una gran feria en la calle, donde se encontraban desde sombreros hasta pinturas y esculturas. En esa feria en ocasiones hacían pasar por nueva alguna vestimenta recién restaurada, del mismo modo elaboran esculturillas de tela encolada y las hacen pasar por imaginería en madera. Las figurillas de vendedoras respon-

colaciones y junto había mujeres elaborando y vendiendo encajes. El capariche o barrendero demuestra otros usos conferidos a la escoba, que aún se observan en bailes populares como un bastón de mando, el vocablo proviene del kichwa Cápac richic, es decir que va con el personaje importante, o que grita por el vocablo Caparina. Al parecer era una ocupación prehispánica de acompañamiento a las andas de Inca. Él grita cuando despeja la calle de basura, en algunas conmemoraciones, mientras bailan simulan que barren y amenazan al público con la escoba, convirtiendo a la escoba en un bastón de mando. Su oficio lo realizaba durante la

madrugada. Vestían traje indígena, poncho, calzoncillo blanco, huango envuelto en faja y como complementos. Por su parte los cargadores llevaban pesos inhumanos, las crónicas esbozan que cuando una pareja de esposos cargadores llevaba una fuerte carga de un pueblo a otro, la cantidad de cosas llevadas era la misma, y el ritmo al caminar también. Varios son los relatos donde a la mujer aparte de la carga de su trabajo se le coloca un niño en la espalda o está embarazada. Cargadores y aguadores eran indígenas, caminaban durante días, descansando solo para comer, sostenían mucho peso gracias al uso de la hoja de coca masticada con cal. Hasta la llegada del ferrocarril, los indígenas incluso servían como medio de transporte de los viajeros, lo cual se puede corroborar con las múltiples acuarelas al respecto. El aguatero transportaba líquidos en pesados pondos, conducidos a espaldas y apoyados de la frente gracias a una atamba o correa. Llevaba tanto el agua limpia de la fuente, aquellas de las que se deshacía en las quebradas. Tuvo una fuerte presencia en América. Stevenson anota que “ellos son capaces de soportar bultos muy pesados; un hombre acarrea sobre su espalda, durante la mayor parte del día, un gran jarrón de barro conteniendo de doce a diez y seis galones de agua, este jarrón descansa sobre la parte inferior de la espalda , mientras que un cordel asegurando a cada lado el jarrón sostiene en la frente del cargador, se inclina de tal manera que la boca del jarrón está en posición horizontal y todo el peso descansa en línea perpendicular sobre su rodilla derecha, sobre la cual descansa enteramente”. En Quito usualmente recogían el agua de la fuente de San Francisco y lo distribuían en enormes tinajas a los habitantes, su dependía de la distancia. Si el agua de las fuentes públicas solía contaminarse con desechos, quien podía pagaba diariamente a los aguateros por agua traída desde vertederos naturales de fuera de la ciudad. Existen muchas piezas de bebedores, mendigos, ciegos y deformes. Según Cicala la embriaguez aumentó en 1745, cuando se estableció el monopolio de aguardiente de caña de azúcar y llegó a introducirse rápidamente en toda la sociedad, incluidas

las casas religiosas, al punto que ofrecen al visitante rosado, mistela o aguardiente fortísimo con golosinas; es grande el número de borrachos en las calles, los mestizos e indígenas mezclan el aguardiente con chicha y se la bebe como si fuera agua. En 1755 se introdujo una bebida inglesa y francesa llamada punci (ponche) que contenía agua, limón, nuez moscada, azúcar y ron. Esta llegó a popularizarse entre nobles, frailes y monjas, en un inicio se la bebía como remedio, refresco o diurético y luego por placer. Por las propiedades curativas atribuidas a él se inventaban enfermedades para emborracharse de una manera socialmente aceptada. Las fiestas podían durar hasta ocho o quince días, luego las tabernas y estancos de Quito inventaban bebidas con ingredientes locales para hacer más fuerte al aguardiente. Otra bebida popular era el aguardiente de uva, que se vendía en botijas y se usaba para acompañar comidas. El vino, el pescado y el pan son elementos escolásticos y un llamado a la abundancia. Encontramos un pequeño número de piezas en las cuales se observa a una pareja, donde el hombre consumiendo aguardiente y una mujer lo lleva cargado. Gracias a las reformas borbónicas prolifera el número de mendigos debido en parte a la prisión por deudas y a los sis-

*

temas de explotación. La imagen del pordiosero tiene una función social, demuestra el papel público de víctimas y personifica una oportunidad de ejercer la caridad como una institución legitimadora de la nobleza. La limosna se consideraba obligatoria como un requisito para lograr la salvación. Los mendigos se presentan rasgados en sus vestiduras. Los músicos y danzantes evidencian las formas de festejo y religiosidad popular durante la Colonia, ellos eran alegorías de los villancicos, que nacieron y se han mantenido como cantos populares. Para la población indígena, el baile o el canto fueron prohibidos durante los primeros años de la Colonia, por considerarse un acto impropio e idólatra. Posteriormente se sincretizaron sus costumbres con las católicas y se permitieron sus expresiones musicales y dancísticas. Eran comunes los tamboneros, quienes tocaban también una flauta de huesos de aves llamada pijuano. En síntesis, la vida social y las representaciones de la cultura conformaron el Pesebre del siglo XVIII como un documento que permite acercarse a otro temporal que es parte constitutiva de un nosotros actual.

1. Emilie Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Madrid, Akal. 2007 (1915), p. 145. 2. Gabriella, Palmer, Quitenian nativity scenes of the 18th centuri, Tesis, Nuevo México, Estados Unidos, 1972, p. 24. 3. Juan, Martínez Borrero, La pintura popular del Carmen, Cuenca, CIDAP, Centro Interamericano de artesanías y artes populares, 1988, p. 75. 4. Susan Verdi Webster en “Fiesta y sociedad”, Víctor Minguez y Rodrigo Gutiérrez Viñuales, Ecuador, tradición y modernidad, Madrid, Biblioteca nacional de Madrid, 2007, p. 102. 5. Anónimo, 1924, p. 18. 6. Alexandra Kennedy “Quito: imágenes e imagineros barrocos”, en Jorge Núñez, Antología de historia, Quito, Flacso, 2000, p. 119. 7. Jesús Paniagua Pérez, “Un intento de reactivación económica en Quito del siglo XVIII: La fábrica de loza de Quito”, p. 99. en línea: http://dspace.uah.es/dspace/bitstream/handle/10017/5895/Un%20Intento%20de%20Re

activaci%F3n%20Econ%F3mica%20en%20el%20Quito%20del%20Siglo%20XV III.%20La%20F%E1brica%20de%20Loza%20Fina.pdf?sequence=1 8. Natalia Majfut, “Escultura y espacio público, Lima 1850-1879”, Documento de trabajo N. 67, Serie Historia del Arte N. 2, Lima, IEP, 1994, p. 9. 9. Bolívar Echeverría, “El Ethos Barroco y la estatización de la vida cotidiana”, en Escritos, Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, N. 13-14, México, enero-diciembre 1996, p. 161-188. 10. José María Vargas, El arte ecuatoriano, Quito, Biblioteca ecuatoriana clásica Tomo 2, Corporación de estudios y publicaciones, 1989, p. 268. 11. Magnus Mörner, La historia de las razas en la historia de América Latina, Buenos Aires, Paidos, 1978, p. 67. 12. Cicala, 1743”, en Romero, Op. Cit., p. 135. 13. Fernando Jurado Noboa, Plazas y plazuelas de Quito, Quito, Banco Central del Ecuador, 1989, p. 70. 14. “Ulloa, 1736” en Ximena Romero, Quito en los ojos de los viajeros, el siglo de la ilustración, Quito, Abya Yala, 2000, p. 92.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.