DESCOLONIZAR EL AMBIENTE SABERES Y POLÍTICAS PARA OTRO IBAGUÉ

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Descolonizar el Ambiente

Martínez Rivillas, Alexander Descolonizar el ambiente : saberes y políticas para otro Ibagué / Alexander Martínez Rivillas. -- Ibagué : Universidad del Tolima, 2015. 208 p. : il., fotos, figuras, tablas Contenido: Elementos teóricos para la comprensión de los problemas ambientales, y desafíos epistemológicos frente a su realidad “compleja”. -- Hacia un modelo de estudio de actores y consensos para la construcción de políticas ambientales, y un nuevo ordenamiento ambiental colombiano. -- Cambio histórico del paisaje rural y latifundismo secular en Ibagué ISBN: 978-958-8932-06-4 1. Política ambiental 2. Protección del medio ambiente 3. Conservación de los recursos naturales I. Titulo

333.7 M385d ©Sello Editorial Universidad del Tolima, 2015 © Alexander Martínez Rivillas Primera edición: 500 ejemplares ISBN: 978-958-8932-06-4 Número de páginas: 206 p.p Ibagué-Tolima Descolonizar el ambiente: saberes y políticas para otro Ibagué Facultad de Ingeniería Agronómica Grupo de Investigación en Desarrollo Rural Sostenible publicaciones@ut.edu.co alexandermartinezrivillas@gmail.com Impresión, diseño y diagramación: Colors Editores Portada: (Título) Escenificar un ambiente propuesto (aceleración) (Versión 1: Fotografía). (Lo que llaman técnica sería) Fotografía de una pintura hecha con vinilo y acrílico sobre MDF. (Los autores son) Pintura por Oscar Ayala. Fotografía por Deisy Wilchez. (El año de realización es) 2015 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso expreso del autor. 2


DESCOLONIZAR EL AMBIENTE SABERES Y POLÍTICAS PARA OTRO IBAGUÉ

Alexander Martínez Rivillas Profesor de la Universidad del Tolima Grupo de Investigación en Desarrollo Rural Sostenible Departamento de Desarrollo Agrario Facultad de Ingeniería Agronómica Universidad del Tolima

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Agradezco la valiosa colaboración del Grupo de Investigación en Desarrollo Rural Sostenible de la Universidad del Tolima. Especialmente el apoyo de los investigadores Andrés Montes, Pierre Díaz, Jorge Gantiva, Boris Moreno, Carlos Gamboa y Jaqueline Chica; sin ellos estas reflexiones críticas y aportaciones empíricas no habrían sido posibles.

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A los luchadores contra la gran minerĂ­a en el Tolima

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CONTENIDO ÍNDICES FIGURAS MAPAS IMÁGENES FOTOS

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PRÓLOGO

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INTRODUCCIÓN

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CAPÍTULO I. Elementos teóricos para la comprensión de los problemas ambientales, y desafíos epistemológicos frente a su realidad “compleja”

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Descolonizar el Ambiente: Una exhortación Resumen 1.Propedéutica: Los currículos del capital 2.Saberes propios e hibridaciones posibles 3.Epistemología ambiental y riesgos positivistas 3.“Goznes” socionaturales 5.Irreductibles del “paisaje policéntrico” Conclusión: “Ciencia propia” con arreglo a fines emancipatorios Bibliografía El poder en la naturaleza: una relectura desde Michel Foucault Resumen 1.Introducción 2.La naturaleza como objeto de iuspoder 3.La naturaleza como objeto de logopoder 4.La naturaleza como objeto de patopoder 5.La naturaleza como objeto del biopoder

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6.Biopoder y desarrollo sostenible Conclusión: Contra el biopoder y el ecopoder desde el cultivo de sí Bibliografía Ladinismos, colonialismo del saber y epistemología emancipatoria en Latinoamérica Resumen 1.Introducción 2.Antecedentes del “desarrollismo” 3.Modernización y desarrollismo en Colombia y Latinoamérica 4.Epistemología de la emancipación Bibliografía Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana. Resumen 1.Introducción 2.El lugar epistemológico del caos y la complejidad 2.1.“Ley del vórtice” 2.2.“Ley de la influencia sutil” 2.3.“Ley de la creatividad y la renovación colectivas” 2.4.“Ley de lo simple y lo complejo” 2.5.“Ley de los fractales y la razón” 2.6.“Ley de los rizos fractales de la duración” 2.7.“Ley de la corriente de una nueva percepción” 3.Límites de la teoría del caos y la complejidad 4.Complejidad y geografía 4.1Complejidad y geografía latinoamericana Conclusiones Bibliografía CAPÍTULO II. Hacia un modelo de estudio de actores y consensos para la construcción de políticas ambientales, y un nuevo ordenamiento ambiental colombiano 8

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La izquierda y el liberalismo en Colombia y Latinoamérica: Actores políticos, paradojas del liberalismo, gobernabilidad, paradigma de bienestar y desafíos de la elección racional. Resumen 1.Los actores políticos 2.El “buen gobierno” 3.Las paradojas del liberalismo 3.1.La paradoja de escala 3.2.La paradoja del mínimo vital 3.3.La paradoja de las decisiones 3.4.La paradoja de la sostenibilidad 3.5.Las paradojas de las estructuras de gobierno democráticas y autoritarias 3.6.Las paradojas de los “buenos gobiernos” latinoamericanos 4.La gobernabilidad 5.Un nuevo “Estado de bienestar” 6.El nuevo paradigma de bienestar 7.Las oportunidades de la izquierda colombiana en perspectiva optimista 8.Propuesta de un modelo matemático para el estudio de consensos Conclusiones Bibliografía Discusión Epistemológica y Crítica sobre el Ordenamiento Ambiental en Colombia Resumen 1.Introducción 2.El problema del reordenamiento ambiental local 3.Hacia un ordenamiento ambiental local más integrado y beligerante 3.1Una metodología alternativa de ordenamiento ambiental local Conclusiones Bibliografía

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CAPÍTULO III. Cambio histórico del paisaje rural y latifundismo secular en Ibagué Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH) Resumen 1.¿Cómo se revela la transformación del espacio rural desde la GH? 2.Transformaciones del espacio rural de Ibagué, Colombia 2.1.La conquista (1492-1550): Un “espacio pijao a la sombra”, e interpretaciones ibéricas del paisaje “natural” 2.2.Colonia temprana (1550-1700): Espacios “doctrineros” y monotonía de las puniciones 2.3.Colonia consolidada (1700-1810): Espacio “archivístico” y proceso civilizatorio sin “audiencia” 2.4.Siglo XIX: Espacios agrícolas sin “ecosistemas” 2.5.Siglo XX: Espacios “desarrollistas” Conclusiones Bibliografía De haciendas y gamonales en Ibagué Resumen 1.La Colonia 2.La República en el siglo XIX 3.Gamonales y distribución de la propiedad de la tierra en el siglo XX Conclusiones Bibliografía Entrevistas

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ÍNDICES FIGURAS Figura 1. Sinopsis de una crítica a las teorías de la complejidad y el caos, y su influencia en la geografía latinoamericana.

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Figura 2. Paradigma de las ciencias socioambientales emancipatorias.

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Figura 3. Epistemología de las ciencias socioambientales.

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Figura 4. Método de diagnosis inicial para el ordenamiento ambiental.

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MAPAS Mapa 1. Proyecto de Archivo Digital Vergara y Velasco (finales del siglo XIX). Atlas completo de Geografía Colombiana. Memorias del Camino del Quindío, 2009.

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Mapa 2. Haciendas tabacaleras articuladas a la incipiente centralidad de Ibagué en 1783.

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Mapa 3. Aldea de Ibagué: La Colonia consolidada desde el proceso territorial bajo el poder-resistencia.

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Mapa 4. Municipio de Ibagué: La Colonia temprana y consolidada desde la hibridación de los procesos ambientales y territoriales, bajo el poder-resistencia.

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Mapa 5. Configuración hipotética de la Hacienda Tolima, Ibagué: La República en el siglo XIX desde los procesos territoriales bajo el poder-resistencia.

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Mapa 6. Municipio de Ibagué: La República en el siglo XIX desde la hibridación de los procesos ambientales y territoriales bajo el poder-resistencia.

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Mapa 7. Aldea de Ibagué: La República en el siglo XIX desde los procesos territoriales bajo el poder-resistencia.

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Mapa 8. Áreas deforestadas del valle del Magdalena, 1911.

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Mapa 9. Fragmentación hipotética de la Hacienda Tolima, Ibagué: La República en la primera mitad del siglo XX desde los procesos territoriales bajo el poder-resistencia.

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Mapa 10. Geosistemas de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000).

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Mapa 11. Territorios de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2010).

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Mapa 12. Paisajes de Ibagué bajo el poder-resistencia (19502000).

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Mapa 13. Geosistemas de Ibagué bajo el contrato (19502011).

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Mapa 14. Territorios de Ibagué bajo el contrato (1950-2012).

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Mapa 15. Paisajes de Ibagué bajo el contrato (1950-2000).

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Mapa 16. Hibridación Geosistema-Territorio de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000).

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Mapa 17. Hibridación Geosistema-Paisaje de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000).

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Mapa 18. Hibridación Territorio-Paisaje de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000).

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Mapa 19. Interacción Geosistema-Territorio-Paisaje de Ibagué (1950-2000).

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IMÁGENES Imagen 1. Cerámica prehispánica. Cajamarca, Tolima. Colección particular de H. Tovar. 12

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Imagen 2. Gonzalo Jiménez de Quesada atormenta al Rey Bogotá. Iconografía del Indio Americano. San Sebastián, Madrid, 1992.

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Imagen 3. Fundación de una aldea en Colombia según las cédulas reales del siglo XVI.

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Imagen 4. San Bartolomé de Honda, Tolima. Vista del balcón de la casa de Don Joseph Diago, 1809. Archivo Histórico Nacional, Madrid.

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Imagen 5. Campamento de la Expedición Botánica.

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Imagen 6. Alexander Von Humboldt por el Camino del Quindío en 1801.

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Imagen 7. Palmas de Cera en el Camino del Quindío en 1801.

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Imagen 8. Interior de un caney en la provincia de Mariquita, 1852.

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FOTOS Foto 1. Frank Chapman, expedición de noviembre 10 de 1910 a junio 4 de 1911. Ibagué, Colombia.

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Foto 2. Frank Chapman, expedición de noviembre 10 de 1910 a junio 4 de 1911. Deforestación de la cuenca del río Tochecito, Ibagué, Colombia.

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Foto 3. Agricultura mecanizada en el abanico de Ibagué.

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Foto 4. Procesos degradaciones de montaña en la zona rural de Ibagué.

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Foto 5. Deforestación secular en laderas templadas de la zona rural de Ibagué.

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Descolonizar el Ambiente

PRÓLOGO Este libro es resultado de distintas reflexiones entorno a la investigación denominada “Determinación de la línea base socioambiental del territorio rural de Ibagué, Cuenca mayor del río Coello, Tolima, Colombia”, elaborada entre los años 2012 y 2013 y financiado por la Universidad del Tolima. Su tema fundamental son los problemas socioambientales en general. El autor se pregunta por el abordaje teórico de retos epistemológicos de naturaleza multidisciplinaria y cuestiona las metodologías empleadas en Colombia para diagnosticar y crear programas, planes, políticas de gestión y manejo de problemas socioambientales. De manera particular, se presenta parte del estudio realizado en el territorio rural de Ibagué y la dinámica social y ambiental propia que se encontró. Esta última tarea se afronta con base en la metodología Geografía-Territorio-Paisaje de G. Bertrand, la cual fue aplicada para desarrollar una propuesta teórica y metodológica de geografía híbrida. El primer capítulo es una reflexión teórica de dos posiciones extremas y contrarias que estudian los problemas socioambientales y también de visiones intermedias. Como lo advierte el autor al inicio, es un reto teórico y epistemológico, que apunta a rescatar lo valioso de las propuestas contemporáneas novedosas para afrontar las relaciones socioambientales del territorio, y hace un llamado para plantear verdaderos cuerpos teóricos “Desde el Sur” que respondan a nuestros problemas ambientales. En el terreno de lo particular, el capítulo dos identifica el rol de actores políticos como una variable decisiva del proceso de creación de políticas públicas para la gestión ambiental territorial. Examina el paradigma del “buen vivir” como fin último de dichas políticas, y en contra de la visión desarrollista del Norte; mientras en lo metodológico, cuestiona los axiomas de la teoría neoliberal de la elección como fundamento de la construcción de consensos.

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PRÓLOGO

También desde lo particular, y en referencia a la interacción de los problemas ambientales y sociales de Ibagué rural, el tercer capítulo trata de interpretar la geohistoria del territorio a través de la transformación del paisaje. Entre otras cosas, este capítulo busca, en la praxis, esbozar los retos teóricos y metodológicos a los que se refiere el autor en los capítulos anteriores. No hay duda que las relaciones sociales y ambientales del territorio constituye hoy uno de los problemas centrales de la ciencia, en respuesta a una realidad histórica. Esa que evidencia, en las políticas públicas de casi todos los gobiernos, la presencia de fines como conservar y proteger el ambiente; y simultáneamente superar problemas como el hambre, la desnutrición y la pobreza. Toda la reflexión que el autor presenta en su obra responde a esa realidad sin intención de mostrarse como una respuesta final, sino como una invitación al análisis desde muchas visiones. Finalmente, el libro es un profundo acto de rebeldía que nos invita a repensar los problemas ambientales desde una óptica propia que supere el colonialismo.

Jaqueline Chica Lobo Profesora de la Universidad del Tolima Directora del Grupo de Investigación en Desarrollo Rural Sostenible Departamento de Desarrollo Agrario Facultad de Ingeniería Agronómica Universidad del Tolima

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Descolonizar el Ambiente

INTRODUCCIÓN Descolonizar el Ambiente es una categoría reflexiva que impone varios retos: estudiar los fundamentos teóricos y epistemológicos que preconfiguran los “problemas” y “soluciones” inherentes a las relaciones socioambientales; revisar los elementos colonialistas y positivistas de dichos fundamentos, y arriesgar metodologías de investigación pluriepistémicas, amplia y diversamente participativas, sin pretensiones de universalidad, o sin recurrir a fundamentos metafísicos últimos; y afectar las políticas y saberes con una especie de teleología razonable o comprensiva de diversificación y multiplicación de la vida en todas sus formas. La obra apenas barrunta estas pretensiones, pues queda ante el horizonte un campo de trabajo intergeneracional: la empresa de unas ciencias emancipatorias y descoloniales, que ciertamente no aceptan la sustitución de las “lógicas sociales” por las “lógicas ciegas de lo natural”; o sencillamente, “fisicalizar” lo humano por la vía de la “representación matemática”, a decir de Heidegger; sino que se impone la tarea de “desmantelar” las políticas, ideologizaciones y moralizaciones implicadas en cada narrativa científica euronorteamericana o sus “isomorfismos” latinoamericanos. Se trata, por tanto, de cuestionar a fondo su oxímoron denominado “neutralidad valorativa”, y restituir lo substancial de la “ciencia primigenia”: el “poner ahí ante los ojos” e “imaginar lo posible para ser felices”. Lo primero es una semiótica convencional de referencias instrumentales a los hechos de la experiencia, cuya “objetividad” se predica de su utilidad social y no de su esencia realista; y que apenas podemos distinguir de las semióticas reguladas por el deseo y las ideaciones. En aquella semiótica convencional reverberan signos de múltiples preconceptos, prejuicios de toda naturaleza, pero sus efectos se suspenden para activar su proceso de “señalización” del mundo exterior, de la misma manera que se usa una herramienta para un único propósito y no para otros, a pesar de ser posible hacerlo. Respecto a las prescripciones potenciales de este “poner ante los ojos” admitiremos que se constituyen en función de cada contexto 16


INTRODUCCIÓN

político, social o cultural. Así pues, el lenguaje científico debe renunciar a cualquier esencialismo como condición para acceder a la pluralidad de saberes sobre el mundo, y esto no excluye de ninguna forma la posibilidad de que siga conservando cierto poder descriptivo en distintos contextos que suelen sobredeterminarlo. En cuanto a lo segundo, es necesario predeterminar aquél contexto que afecta la praxiología científica, es decir, “imaginar lo posible” según una idea de “vida buena” no es una cosa que debamos dejar a la “lógica espontánea” del capital, sino que exige una elección política previa que obliga a la producción científica a circular por un cuerpo ideológico, moral y cultural que determina sus medios e induce sus fines. Dicho cuerpo es un contexto ciertamente ambientalista, cuya teleología se inscribe en las nociones más exigentes de la sostenibilidad: “sostenibilidad fuerte” o “súper-fuerte”, según sea la elección política de las plataformas ambientalistas. De este modo, es posible continuar desarrollando una agenda científica descolonial y antipositivista, sin reproducir las lógicas dominantes del paradigma euronorteamericano de investigación “objetiva”, y seguir contribuyendo a la construcción de epistemologías emancipatorias y proyectos políticos de autogobierno local anticapitalistas. Lo que Boaventura de Sousa Santos suele denominar una “traducibilidad” de las relaciones interculturales en planos no jerárquicos y homogéneos. Una de las principales motivaciones de esta obra es recobrar cierto “derecho a renombrar” las cosas de nuestro mundo. Se piensa aquí en las críticas posibles a muchas de las técnicas de medición y evaluación de los “bienes ambientales”, a los maximalismos sobre una “naturaleza intocada”, a las taxonomías cientificistas que en su afán “extractivista de información” segrega a poblaciones enteras de estos saberes, a las típicas “soluciones masivas” de planificación y ordenación del territorio que continúan aplicando “plantillas” desarrollistas inherentes a ambientes mediterráneos (como el esquema “silvopastoril”, típico de las “dehesas”, que resurge en otro intento colonialista de nuestra agroecología tropical, y continuará estimulando el latifundio), entre otros ejemplos. En este propósito se entrega al lector un conjunto de investigaciones y reflexiones, articuladas alrededor de estas ideas descolonizadoras 17


Descolonizar el Ambiente INTRODUCCIÓN

del debate ambiental, sin otra pretensión que estimular la crítica y la pesquisa de nuevos horizontes de investigación científica “Desde el Sur”, y especialmente, contribuir a la comprensión de los problemas socioambientales de Ibagué y su región de influencia. Así pues, se ha dividido la obra en tres capítulos: el primero, Elementos teóricos para la comprensión de los problemas ambientales, y desafíos epistemológicos frente a su realidad “compleja”, dedicado a distintos debates conceptuales que habrán de preparar al lector para abordar la “complejidad” de la comprensión, gestión y ordenamiento ambiental de Colombia. El segundo capítulo: Hacia un modelo de estudio de actores y consensos para la construcción de políticas ambientales, y un nuevo ordenamiento ambiental colombiano, discutirá los presupuestos desarrollistas de los esquemas planificadores euronorteamericanos, y propondrá alternativas de estudio de los procesos de diseño y concertación de las políticas públicas orientadas a gestionar problemas socioambientales. Y el tercer capítulo: Cambio histórico del paisaje rural y latifundismo secular en Ibagué, ofrecerá una lectura “geohistórica” de las transformaciones del espacio rural de Ibagué, acompañada de valoraciones críticas respecto a las sobredeterminaciones del colonialismo (entendido en clave desarrollista y epistemológica), implicado en sus políticas territoriales y otras acciones institucionales. En este aparte, se tratará de observar una alternativa metodológica de estudios territoriales, que hemos denominado “Geografía Híbrida”, con base en estudios previos realizados por el autor.

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CAPÍTULO I Elementos teóricos para la comprensión de los problemas ambientales, y desafíos epistemológicos frente a su realidad “compleja”

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Descolonizar el Ambiente: Una exhortación

Descolonizar el Ambiente: Una exhortación Resumen Se discutirán de forma esquemática las tensiones epistemológicas que subsisten entre las ciencias sociales y las ciencias naturales, y los distintos retos que deberán enfrentar las metateorías que intentan establecer un diálogo horizontal entre estas dos esferas del saber. Finalmente, se realizará una aproximación a otras maneras de investigar los hechos “socioambientales”, pero desde una perspectiva policéntrica del saber. 1. Propedéutica: Los currículos del Capital Los actuales planes de estudio o currículos de la universidad en general se debaten en una tensión epistemológica propia de nuestro tiempo: las relaciones entre lo que se puede llamar (en perspectiva del saber como “práctica en el mundo”) el paisaje del conocimiento “sociocéntrico” y el paisaje del conocimiento “biocéntrico”, y las contradicciones propias entre las disciplinas de cada uno de estos paisajes. El primero corresponde al campo de las ciencias, fragmentadas o analíticas, del mundo social y humanístico; y el segundo, al escenario de las ciencias analíticas del mundo natural. Entre las características propias de estas tensiones se encuentran: el extrañamiento existenciario de los entornos cotidianos propios por efectos de narrativas euronorteamericanas, referidas siempre a problemas o intencionalidades inherentes a sus realidades locales o regionales; la inoculación de una teleología del saber que “naturaliza” las finalidades prácticas de las ciencias fisicalistas y las ciencias culturalistas, casi siempre funcionales al proyecto del capital global y sus instituciones liberal-burguesas o liberal-subalternas; la presencia transversal de una cosmovisión utilitarista de la naturaleza y el hombre en los “axiomas” mismos de sus disciplinas e interdisciplinas; y la idealización de categorías interpretativas del mundo como “hechos universales” o “hechos singulares” que dan 21


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cuenta, o bien de la hegemonía del Capital y la cultura dominante, o bien, de la multiculturalidad que causa la “maximización” de las relaciones sociales planetarias (“gracias” a la democracia liberal y la institución de los derechos humanos). En efecto, estas categorías constituyen solo “actos de fuerza” de una política mundial del saber que “naturaliza” leyes universales, patrones regionales y normas locales en cada pueblo y lugar de la tierra, empleando sus propias matrices de operatividad y predictibilidad del saber. 2. Saberes propios e hibridaciones posibles Ante el desafío de “narrarnos a nosotros mismos” en una matriz moderna antiburguesa o antimoderna, de cuño “agrobucólico”, o abierta al “horizonte de lo nuevo”, para asegurar la “venganza” y emancipación de los “vencidos”, a decir de Benjamin (Löwy, 2005); se impone el siguiente imperativo: reconstruir el edificio sintético de la ciencia del hombre, unificar el edificio sintético de la ciencia de la naturaleza, y restituir puentes de comunicación entre estos dos edificios, los cuales fueron desmantelados o prediseñados por el proyecto moderno-burgués y la cultura positivista o del progreso. Para ello, los saberes propios, los novedosos esfuerzos de la “transdisciplinariedad” y la matriz epistemológica de la scientia premoderna y renacentista, pueden hibridar con relativa complejidad, si nos atrevemos a hacerlo. Lo mismo que es posible establecer vasos comunicantes con los saberes cosmológicos del romanticismo alemán, el racionalismo integrador y sensible del pensamiento francés protomoderno, el utopismo inglés en las albores de la modernidad, o el saber estético-filosófico del socialismo utópico francés, entre otras prácticas de saber que criticaron profundamente la modernidad burguesa, o liberal, o del progreso. Lo que es más, siempre es posible volver sobre las formas clásicas de la sabiduría griega y latina, y reinventar el logos (que también refiere “agrupar” en sus expresiones compuestas antiguas) de la physis y la polis, o reincorporar el “pensar poético” de la naturaleza 22


Descolonizar el Ambiente: Una exhortación

de los fisicalistas latinos, como Lucrecio, tal como se hizo en varias oportunidades de la historia “judeocristiana”. En esta historia debemos destacar aquellos momentos de emergencia de lo “nuevo” de la mano de lo “viejo”, los cuales, a veces, establecieron conexión con proyectos emancipatorios, como el caso de la burguesía en sus momentos de ascenso, o quizás se puede entrever en el “Semanario” de Caldas con sus esfuerzos de “ciencia propia”, y otras experiencias en México, Perú y Bolivia, que fueron eclipsadas o reprimidas severamente en los siglos XVII, XVIII y XIX. 3. Epistemología ambiental y riesgos positivistas Sin embargo, estas empresas de síntesis traen consigo varios riesgos, que se inscriben en el mismo orden del positivismo, o en la racionalidad eficientista que destruye la riqueza de la vida, como la “eugenesia” o el “drama ambiental del planeta”. Se trata de constituir una visión de un “paisaje policéntrico” de los saberes, o una epistemología socioecológica, que en términos contemporáneos llamamos “epistemología ambiental”; advirtiendo que las “lógicas naturales” no pueden reemplazar las “lógicas sociales”, o viceversa; pero también, teniendo en vista que cada una de estas lógicas no existen en “estados puros”, y que solo subsiste un haz de relaciones entre lo social y lo ecológico. Una zona “osmótica” y “difusa” de intercambios de fuerzas difíciles de determinar, pero que se experimenta de manera irreductible, y que compulsivamente se separa o simplifica en clave culturalista, o en clave fisicalista, en virtud de ideaciones casi esquizofrénicas. Lo que afirmamos es que estas “lógicas abstractas” solo existen como “sistemas de creencias” que encubren la experiencia de lo real concreto y singular, y que son usadas como “dispositivos” metafísicos para la intervención del mundo. De hecho, lo concreto y singular es la forma más “dura” de realidad, y sus formas existenciarias se expresan siempre a la manera de aquella zona “osmótica”. ¿En qué expresiones del saber constatamos aquellos reduccionismos? Del lado biocéntrico o fisicalista, se pueden ver esfuerzos orientados 23


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a proyectar lo “natural” en lo “humano” en los trabajos de la “genética poblacional”, la “ecología profunda”, la “biosociología”, la “psicología genética”, el “evolucionismo contemporáneo”, la “bioeconomía”, la “ecología política” (v.g. “La verdadera riqueza es el ingreso de energía utilizable y no puede ser ahorrada”, “La lucha por la existencia es la lucha por la energía disponible”, cf. MartínezAlier, 1995. Y en otras obras conocidas sobre el tema se pueden ver este tipo de afirmaciones), y la “teoría general de sistemas”. Y del lado sociocéntrico podemos evidenciar la proyección de lo “humano” en lo “natural” en el “materialismo histórico” (“… todas las ciencias habrán de convertirse en una sola ciencia, la Ciencia de la Naturaleza…”, se lee en el Marx de 1844), los “grandes sistemas de las ciencias humanas” (al estilo de la “sociología” de Weber, Durkheim, Habermas, entre otros, para los cuales lo natural es un simple receptáculo de fuerzas sociales), las “teorías semiológicas y antropológicas omniabarcadoras” (casi siempre fundadas en el “pragmatismo”, donde un “fractal” imaginario es la nueva “mónada” que explica objetivamente el mundo, a despecho de Carlos Reynoso1), y el “culturalismo geográfico” (hay tantos valores como lugares, diría por su parte). 4. “Goznes” socionaturales Ante estos riesgos, muchas veces insalvables para poder dejar a salvo la “practicidad” de las ciencias analíticas y las aspiraciones de unificación sociocéntrica o biocéntrica de las mismas (si se observan las necesidades operativas de cualquier ambientalismo radical, hibridado o no con otras epistemes emancipatorias en “busca de lo nuevo”), se debe persistir en la investigación de aquellos A pesar de las imprecisiones, simulaciones y retóricas del “pensamiento rizomático” de Deleuze en el “ajuste de cuentas” de nuestro colega argentino, aun se defiende sin explicación alguna una matriz de “práctica científica” paradigmática, objetivista, formalista, en una idea típica de la “verdad asintótica” (muy cerca de los hechos, pero sin atraparlos, y capaz de enunciados universales), propia de las teorías lingüísticas neopositivistas. Sin mencionar que la filosofía, desde siempre, se ha desplegado en planos especulativos, metafísicos y místicos, que no necesariamente deben seguir el canon del Logos, Scientia, Wissenschaft, o Science (cf. Reynoso, 2014, p. 89 y ss.). 1

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Descolonizar el Ambiente: Una exhortación

“goznes socionaturales”, los cuales no pueden sustituir el mundo natural por el social, o viceversa, sino tan solo establecer relaciones instrumentales de “comparabilidad” y “sustituibilidad” entre estos mundos, mediante matrices “ordinales”(cuantitativas o cualitativas) o “cardinales” (siempre cuantitativas) sujetas a teleologías de cualquier orden, o finalidades políticas. Lo que recientemente se ha dado en denominar “epistemologías políticas” (a propósito de Funtowicz y Ravetz), las cuales aparecen bajo sus formas “axiomáticas” como “sostenibilidad fuerte o súperfuerte”, “mesianismo emancipatorio” de cuño judeocristiano, “pachamamismo”, “igualitarismo ecosférico”, “epistemologías emancipatorias desde el Sur”, entre otros. Y que por supuesto no han dejado de beber de la “economía ecológica”, la “historia ambiental”, la “sociología ambiental”, la “psicología ambiental” y la “antropología de la naturaleza” (el nuevo relativismo de Descola es un buen ejemplo). Aspiraciones de “traducibilidad” a un “paisaje policéntrico” del saber que se pueden resumir en las siguientes metateorías con intentos unificadores, deudoras de sistemas filosóficos tradicionales, y con fuertes elementos metafísicos (casi siempre insalvables también): teoría de la complejidad (donde Morin sigue siendo paradigmático, y sobre el cual las ciencias de la sostenibilidad levantan sus tesis), teoría del caos (en cuyo caso los fisicalistas místicos contemporáneos tienen preponderancia, y varios obtuvieron el nobel, como Prigogine), y teorías híbridas (con expresiones diversas en distintas escuelas euronorteamericanas, de la India y Latinoamérica, las cuales están dando origen a modelos de matemática sociológica, física sociológica, geografía híbrida, teorías ambientalistas y antropológicas descoloniales, y teorías emancipatorias socioambientales2).

En estas teorías descoloniales se inscriben algunos trabajos de Arturo Escobar, algunas reflexiones de Boaventura de Sousa Santos, entre otros. En la India destacamos algunos abordajes de Vandana Shiva. Y en aquellas teorías socioambientales son relevantes algunos trabajos de Gudynas, Max-Neef, Leff, Vidart, Toledo, entre otros. 2

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5. Irreductibles del “paisaje policéntrico” A pesar de los esfuerzos de estas metateorías y sus aplicaciones a estudios de caso, lo que se percibe a primera vista es un conjunto de prácticas de saber que se debaten en las siguientes contradicciones o condicionamientos inherentes a toda “epistemología política”: • Lo que se gana en “singularidad” se pierde en operatividad y predictividad de las ciencias biocéntricas o sociocéntricas, elementos necesarios para dar respuesta a demandas en el fenómeno general metropolitano, o por ejemplo, en el espacio indigenista andino en general. • Lo que se gana en “universalidad” se pierde en diversidad sociocéntrica o biocéntrica, o en diferenciación de las relaciones socionaturales concretas y singulares. Lo que es indispensable para “calibrar” de manera diferenciada las políticas y prácticas de saber. • Generalmente, lo que se constata como un “avance” problemático para algunos o interesante para otros, en el horizonte de trabajo de estas metateorías es: una multicausalidad y multiescalaridad delirante, sin jerarquizaciones, sin primeras causas o causas intermedias, sin observadores privilegiados, en fin, un “paisaje policéntrico” extendido hacia un horizonte infinito (con cantidades infinitas contables, o no contables; determinable con conceptos o representaciones, o no determinable), a veces “ondulado”, a veces “llano”3. Aquí se remoza el sueño foucaultiano de un tejido explicativo de infinitos entrecruzamientos, cuyos hilos son meras interpretaciones instaladas en un solo plano de importancia, según se lee en la “Arqueología del Saber”. De allí que un “hecho”, propio de aquella realidad “dura”, distribuida en esa interfaz de lo social y natural, apenas pueda ser “embestido” y al mismo tiempo “oteado” desde Por “ondulado” se entiende que en ciertas ocasiones se privilegian algunos puntos de vista para “otear” el todo desde la cresta de la “ondulación”. Y por “llano” se entiende toda noción de “orden causal” se diluye en una llanura donde ningún punto de vista es privilegiado. 3

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múltiples disciplinas, interdisciplinas y transdisciplinas, para poder dar cuenta de él en el horizonte de una “ciencia propia” que emerge de y con lo “viejo”. Conclusión: “Ciencia propia” con arreglo a fines emancipatorios Quizás, para erigir esta ciencia que al unísono es nueva y vieja, se deba seguir construyendo una epistemología difusa, mutable, poética, mística, operativa, predictiva, comprometida y contemplativa, más o menos organizada en una suerte de sinfonía con temas disonantes, variaciones de lo mismo, sutiles crescendos e impetuosos llamados a la emancipación; cuyo paradigma podría figurarse así: • Aproximaciones sobre un mismo “hecho”: miradas sociocéntricas en un momento dado, devaneos biocéntricos en otro. Intervenciones discursivas desde la bioeconomía y la genética poblacional, por ejemplo, casi a la manera de una determinación ambiental, pero solo en escalas regionales o mayores, y sometidas a periodos de larga duración, o más allá. Retirada y toma de posición en otro “mirador” para referir los procesos al modo del materialismo histórico y cultural. Encontrar así ciertas pautas “epocales” o “transhistóricas”, siempre a escalas regionales o planetarias. Luego “descenso al bosque” para inundar la mirada de cierta antropología de lo “natural” para singularizar o relativizar mejor el objeto. Y sin perder de vista el camino de regreso, restituir la etnografía del lugar para diferenciar los “murmullos” de cada cosmovisión o imaginario. Ascender de nuevo para cambiar de perspectiva y ver lo “no visto” tradicionalmente. Nombrar las cosas importantes de otra manera para obtener los ecos de lo vernacular, en una especie de nueva semiología de lo cotidiano, que también será “vieja”. Poetizar el lugar y el horizonte, quizás con música, tal vez con pintura, de repente con palabras. Finalmente, adentrarse a las llanuras y los bosques de nuevo, y hacer sonar el “cuerno” para congregar, disipar, imprecar y seducir a los “vencidos” sobre la incertidumbre de la emancipación, y sobre la urgencia de que cada uno de los “llamados” toquen alguna vez su propio “cuerno”. 27


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Bibliografía Löwy, Michel, (2005). Walter Benjamin: Aviso de Incendio, Fondo de Cultura Económica, Argentina. Martínez-Alier, Joan, (1995). Los principios de la economía ecológica, Argentaria, Madrid, España. Reynoso, Carlos, (2014). Árboles y redes, Crítica del pensamiento rizomático, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, Colombia.

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El poder en la naturaleza: una relectura desde Michel Foucault

El poder en la naturaleza: una relectura desde Michel Foucault4 Resumen Hasta donde es conocido, Foucault nunca se ocupó de los problemas ambientales, y tampoco fue motivo de una mínima reflexión en sus periodos de estudio del poder y de las “políticas de sí”, las cuales coincidieron con momentos de agitación ambiental en Europa y Norteamérica. No obstante, se debe suponer que el aparato conceptual foucaultiano: diverso, sensible y capaz de llevar la dialéctica hasta el “silencio” y la “autodestrucción” de los sentidos del mundo, fácilmente podría dar cuenta de los problemas ambientales; y más allá de ello, sugerir maneras de ver y actuar sobre ellos. Este es pues, el propósito de esta reflexión, llevar el pensamiento de Foucault a las orillas de cierto “telurismo” planetario. 1. Introducción La teoría del poder de Foucault, que para muchos estudios no representa una teoría, sino un profundo acontecer de interpretaciones no sistemáticas, densas y diversas sobre la vida humana objetivada a través de los otros, si bien no provee un conjunto definido de conceptos que permitan descentrar la vida humana para ubicarla como un acontecimiento periférico, tal como lo es la vida orgánica e inorgánica, sí que puede sugerir un esquema de compresión de la producción de sujetos y subjetividades funcionales a un régimen de control de la vida en todo sentido, conocido hoy como la “globalización”. Para ello es necesario recurrir a unas categorías previamente justificadas en otro trabajo, las cuales son iuspoder, logopoder, patopoder y biopoder.

Las ideas de este trabajo fueron inicialmente expuestas en el marco de la Cátedra Libre, bajo la coordinación del profesor Jorge Gantiva Silva. Temas y Problemas de Nuestro Tiempo, semestre B de 2010, Universidad del Tolima; y fueron desarrolladas en el libro “Estudio sobre la Teoría del Poder en Michel Foucault” (Martínez, 2011). 4

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El iuspoder, como formas aseguradas de dominio de la subjetividad mediante las normas, los usos y las costumbres. El logopoder, como formas de producción de subjetividades lingüísticas que hacen “pensar y decir” en el campus de control del dominio. El patopoder, como formas de patologizar la condición humana mediante un arquetipo de normalidad fisiológica y psicosociológica, conexas al régimen de productividad del capitalismo. Y el biopoder, como formas de regulación y control que llevan al clímax la política de dominación de las poblaciones humanas; ofrecen también, en su conjunto, una función explicativa de los problemas ambientales. Se iniciará, entonces, con una interpretación de cada una de estas categorías, y luego se propondrá una valoración cratológica de conjunto que deberá incorporar la dimensión ambiental. 2. La naturaleza como objeto de iuspoder Con el “poder monárquico”, “soberano” y “disciplinario” de la modernidad se ve nacer una arquitectura jurídica no solo de desacralización de la naturaleza, sino de humanización integral de la misma. El mundo natural habría de ser gobernado por las mismas leyes humanas que rigen a los hombres, y habría de ser sometido a las condiciones de control que en el laboratorio ejecutan las ciencias experimentales, de la misma forma como se haría en los reclusorios del siglo XVI y XVII en Ámsterdam, Londres y París con aquellos individuos “ingobernables” o “peligrosos”. Reducir la vida humana a condiciones observables, o gravar en sus propios corazones los jueces y carceleros de sus acciones, o persuadirlos al menos del crimen o la ilegalidad mediante un arsenal infinito de advertencias, contravenciones y vigilancias; no solo representó el régimen del iuspoder que recaía sobre los hombros de los ciudadanos, sino también la incorporación global e infinitesimal de todo aquello diferenciado de lo humano, esto es, la naturaleza, en la esfera de las normalizaciones humanas. La “imagen del mundo”, a decir de Heidegger, se convirtió en la representación de lo normalizable, y en lo normalizable se incorporó a la naturaleza como un atributo humano complementario o subsidiario, 30


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susceptible de una lógica implacable de antropologización de lo que no es humano, y por tanto, susceptible de ser juzgado, observado y medido en provecho del bienestar del “reino de los hombres”. Esta “judicialización” de la naturaleza condujo, por supuesto, al ocultamiento de los factores condicionantes de la naturaleza misma para el desarrollo biológico de la vida humana y no humana, y con ellos a la visión utilitaria de los bienes comunes que ingresaban a estados de escasez. Por ejemplo, regular el uso de los bosques comunes era regular la potencia humana que subyacía a los bosques. Y es en este bucle lógicoontológico que opera todo el liberalismo jurídico desde Bentham hasta Rawls en materia ambiental. 3. La naturaleza como objeto de logopoder Ahora bien, el logopoder encuentra en la Grecia Clásica su fuente originaria. “Decir por las evidencias” o por los razonamientos que reconstruyan las evidencias (tema de Edipo Rey que interesa poderosamente a Foucault), no solo representa una de las mayores invenciones de la cultura occidental en el propósito de conquistar lo “bárbaro”, esto es, lo extraño, sino también la más profunda escisión que se hubiese operado en la totalidad del mundo. Vale decir, la materia del lenguaje, la materia del pensamiento, la vitalidad de la voz, en últimas, la experiencia del sentido, fue sustituida por el artificio de la lógica representativa y predictiva del mundo. Por lo cual, los “hechos dejaron de decir” por la experiencia o el hábito, y empezaron a hablar separadamente o bien por los sentidos, o bien por la razón, lo que en efecto constituyó una metafísica de fundamentos últimos en lo sensible, o de fundamentos últimos en lo inteligible. El lenguaje no hablaría de las cosas por la experiencia o por la dialéctica con el otro (pues hablar así se convertiría en hablar sin sentido), sino que hablar de ellas solo se certificaría mediante la lógica reproduccionista o anticipadora de las cosas. Así pues, la naturaleza de la palabra, o sea, la “verdad”, se instaló en lo abstracto, en completa separación de la existencia. Si la naturaleza del lenguaje fue la naturaleza en la frontera con el pensamiento, 31


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entonces las condiciones de posibilidad de una verdad capaz de dar cuenta del mundo, sucumbieron ante el campus de dominio del logos ordenador del lenguaje, esto es, la lógica, y en consecuencia, sucumbió también la posibilidad de comprensión de la “totalidad” de la naturaleza. Si una sucesión ordenada de signos, es decir, la sintaxis, habría de “parecerse” al flujo de las cosas (lo que en estricto es imposible, a decir de Borges), entonces la verdad habría de constatarse en la sintaxis y no en la experiencia del sentido. Este es el tema central de la ontología medieval y de las obsesiones monacales del silogismo aristotélico, y es en sentido estricto el fundamento de las ciencias experimentales que desde Bacon se ha aprendido y enseñado: los saberes del laboratorio científico son en realidad la sintaxis de la desnaturalización de los hechos, la sintaxis de los signos sin contenido material con el propósito de mejorar la predictividad o manipulabilidad del mundo. De este modo, la matriz que “hace pensar y decir” en función del logopoder lógicodemostrativo se instaló de modo fundamental en el régimen disciplinario y normalizador de la modernidad, pues la potencia productivista y acumulativista de esta matriz enriquecería formidablemente el ethos burgués. En resumen, la naturaleza se convirtió en la sintaxis misma de signos desnaturalizados, o mejor, en una imagen matemática del mundo, a propósito de Descartes, y que en griego por supuesto se denomina mathema, cosa aprendida o previamente aprendida. 4. La naturaleza como objeto de patopoder La medicalización de lo humano, la taxonomía y fisiología de lo sano o insano, no solo opera como una ciencia humana de carácter humanista, sino que también actúa como un saber práctico de una política del cuerpo que naturaliza de modo abstracto lo humano (proceso absolutamente inverso a los anteriores). Dicha naturalización no se ejecuta mediante la naturaleza misma, sino mediante una imagen cartesiana o lógicodemostrativa de la física del cuerpo. Si el iuspoder y logopoder desnaturalizan la experiencia humana del mundo, desnaturalizando la naturaleza misma; el patopoder 32


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naturaliza el individuo entendido como totalidad existencial, para convertirlo en un objeto desprovisto de las funciones vitales del pensamiento. En efecto, naturalizar lo humano es tan excesivo como desnaturalizar lo natural. De este modo, el régimen disciplinario y normalizador de la modernidad logró volcar la mirada “inquisitiva” de los hechos conexa a las ciencias naturales y las prácticas jurídicas, hacia el cuerpo mismo, a fin de restituirlo como agente funcional a las “maneras de hacer y decir” del régimen de dominancias del capitalismo industrial y postindustrial. La “locura” como forma de enfermedad orgánica o inorgánica, o la “disfuncionalidad orgánica” del trabajador, sería objeto de control y observación científica para restituir la funcionalidad del cuerpo, y su consecuente reinserción al mercado del trabajo. Y en vista de que no se trata de estudiar los signos que reverberan en el pensamiento o la existencia total del enfermo, sino los signos revelados por el cuerpo mediante una diagnosis clínica fisicalista, entonces el humanismo predicado del enfermo se reduce a una función cartesiana y benthamiana que deshumaniza lo humano (tal como sucede con todo humanismo, en opinión de Foucault), de la misma manera que las ciencias naturales y sociales desnaturalizan la naturaleza. Sobre cómo las ciencias sociales deshumanizan lo humano no es tema de esta reflexión; sin embargo, esta idea general deberá tenerse presente cuando se haga el abordaje del biopoder. Finalmente, esta naturalización desracionalizadora de lo humano en virtud de la matriz de saberes y prácticas del patopoder habría de ensamblarse progresivamente con los campus de sentidos y habitus, a decir de Bourdieu, inherentes al iuspoder y logopoder. Dicho de otro modo, las ciencias humanas (articuladas al patopoder), las ciencias sociales (integradas al iuspoder) y las ciencias naturales (vinculadas al logopoder) habrían de integrarse, como agentes y como efectos, al sistema total de dominio del poder disciplinario y normalizador del siglo XIX y XX.

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5. La naturaleza como objeto del biopoder Aquí ya no se trata de estudiar o normalizar grupos o individuos, ni de observar los resquicios “infinitesimales” del cuerpo, del loco o del condenado, ni tampoco de establecer por qué se dice o se piensa algo. Con el biopoder se aborda el acontecimiento de la “totalidad social”. De algún modo, las ciencias sociales enfocadas en el control y vigilancia de un ciudadano proclive siempre al “delito” o a “pequeños ilegalismos”, pasa del plano del derecho y la sociología al plano de las ciencias administrativas históricas y geográficas (asunto que Foucault no estudió a profundidad). Y una vez en dicho plano, firmemente constituido por el taylorismo, el fordismo, el estalinismo y el fascismo (entre otras fuerzas históricas), se procuró la integración total de las ciencias del iuspoder, del logopoder y del patopoder a las ciencias globales de la administración, la historia y la geografía, esto es, a las ciencias del biopoder. De este modo, la economía, la estadística, la administración pública, la planificación, la psicología social, la epidemiología y la historia, tomaron una importancia inusitada durante el siglo XX. Regular los agentes o efectos del universo de las poblaciones fue el tema central de Keynes, en perspectiva macroeconómica, aunque también fue el eje fundamental de Stalin, en la perspectiva de la planificación centralista. Asimismo, la economía neoclásica, que matematizó el mercado, es una poderosa herramienta que desde la “individuación” puede ver y prever algunos efectos totales de la economía. Por otro lado, los estudios del “materialismo histórico” soviético o heterodoxo se enfocaron en el desvelamiento de la “totalidad” de los efectos sociales y económicos derivados de los cambios históricos de los “modos de producción”, o conexos al desarrollo de las “fuerzas productivas”. De esta forma, con el biopoder y los saberes propios de su campo de dominio, se reveló el “misterio” de la conservación (duradera, pero siempre dinámica) del poder mediante el control de los recursos naturales (biogeográficos, etnoecológicos y mineroenergéticos), de las fuerzas productivas (antrópicas y tecnológicas) y del excedente económico (capital y bienes culturales). Y aquí no solo se habla del “poder capitalista”, como forma de organización económica, o solo 34


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del “poder de la democracia”, como forma de organización política, o del “poder del liberalismo”, como forma de organización sociocultural, sino de cualquier otra forma de poder que supere el capitalismo, la democracia y el liberalismo. Lo que en efecto pensó Foucault hasta sus últimos días. En este contexto entonces, ¿cómo el biopoder percibe y trata con la naturaleza? Nunca se había visto un régimen disciplinador y normalizador capitalista capaz de tanto control y sujeción, individualizada y masiva, local y global, individual y poblacional, como el de la época contemporánea. Nunca se había visto porque el biopoder no había logrado antes naturalizar la especie humana misma, y desnaturalizar la base biofísica del planeta. Lo que el patopoder lograba en el campus de control del cuerpo, el biopoder lo llevó al clímax del campus de control de la vida biológica misma de los seres humanos. Lo que el logopoder consiguió con la desnaturalización del pensamiento para la predictividad y manipulabilidad de los objetos, el biopoder lo llevó al grado superior de la planificación técnicocientífica de los recursos naturales. Y lo que el iuspoder logró con el control de la subjetividad sociocultural del ciudadano, el biopoder lo extendió vigorosamente a un régimen jurídicosocial mundial. En todos los casos, las operaciones de desnaturalización de la naturaleza o de deshumanización del hombre, se obtuvieron mediante el biopoder de la siguiente forma: a) La observación y explotación de la vida biológica de los seres humanos deshumanizó la humanidad al llevarla al plano instrumental de la reproductividad o del control de natalidad, del conflicto como genocidio, del genocidio como estrategia de extracción de recursos, de la alimentación controlada para potenciar las fuerzas del ejército o para apenas reproducir la fuerza física laboral, entre otros ejemplos; b) La deshumanización cartesiana del pensamiento constituyó la base de una política técnicocientífica que vio en la naturaleza un stock de recursos infinitos para la “máquina infernal” del modo de producción capitalista; y c) El régimen jurídicosocial mundial desnaturalizó la naturaleza mediante una legalidad planetaria que normalizó los modos de ver, hablar, sentir y tratar la dimensión de la naturaleza a través del sistemático confinamiento, aprovechamiento y apropiación antropocéntrica de la 35


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misma. En efecto, bajo estas operaciones, el biopoder se instauró en la naturaleza misma, desatando los consabidos dramas ambientales de nuestro tiempo. Ciertamente, si el biopoder es esencialmente un sistema de dominio que desnaturaliza y deshumaniza el mundo, entonces cualquier proyecto emancipatorio deberá pasar por la humanización “total” de la existencia humana misma e indefectiblemente por la naturalización “total” de la existencia de la naturaleza. Lo que quiere decir que el problema ambiental es también el problema de la “utopía social”. 6. Biopoder y desarrollo sostenible Las dos expresiones son casi tautológicas. El “desarrollo sostenible” en general es la operación del sistema de Naciones Unidas para afianzar el sistema de dominancias desnaturalizadora de la naturaleza y deshumanizadora del hombre, con la diferencia radical de que esta política de la vida humana, orgánica e inorgánica, aplicada a escala planetaria ha logrado constituir un campus de saberes y sentidos mucho más “complejo y multicausal”5 que cualquier otra política del régimen normalizador capitalista. Aquí, la sociedad y la naturaleza aparecen imbricadas en un plano donde la cientificidad y la gobernabilidad ocurren de manera simultánea, y donde el capital encuentra posibilidades de planificación técnicocientífica más sensibles a los procesos de agotamiento de los recursos naturales. Sin embargo, más allá de esto, lo que se constata es que el régimen de saber del capitalismo, que también es su régimen de dominio, se ha hecho más sensible a las leyes de la termodinámica y de los ciclos biogeoquímicos de la tierra, pues de su observación y control dependen también las condiciones de posibilidad del biopoder o el capitalismo. En consecuencia, lo que podría estar apareciendo en el horizonte del sistema de dominancias mundiales sería la constitución de algo que se puede denominar ecopoder, el cual, en efecto, sería Para una lectura ampliada, véase la investigación de este libro: “Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana”. 5

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mucho más insidioso y frenéticamente más normalizador que todas las insidias, disciplinamientos, confinamientos y patologizaciones que estudió Foucault. Conclusión: Contra el biopoder y el ecopoder desde el cultivo de sí

El poder es irreductible en cualquier forma de organización social, económica y política, y esta es la triste conclusión de la teoría del poder de Foucault, que luego quiso ser superada con la perspectiva de una “teoría del cultivo de uno mismo”, pero sin posibilidades claras de emancipación social. Ante esta desesperanza, quizás en un futuro lejano, las filosofías de la intersubjetividad, la teoría social crítica, la ecología profunda, las ciencias de la sostenibilidad fuerte, entre otras, puedan contribuir a superar el estado mundial de cosas conexo al régimen de dominancias del biopoder y del incipiente ecopoder. Quizás las “prácticas de cultivo de la existencia de uno mismo”, formuladas por Foucault como una forma de reconstrucción de la divisa kantiana que exige servirnos de nuestro propio entendimiento, sean una posibilidad cierta de emancipación individuada, debido a que dichas prácticas van más allá de la divisa kantiana al sugerir servirnos de nuestra propia existencia total para doblegar o anular los efectos de los regímenes de dominio. No obstante, dicha forma de emancipación deberá resolver primero el problema de la “reconstrucción” de los vínculos existenciales con el otro y la naturaleza, ausentes en la nueva forma de autonomía estética de Foucault, para que sea posible no una emancipación individuada, sino una emancipación social y en “equilibrio dinámico” con la naturaleza6. Bibliografía Martínez Rivillas, Alexander, (2011). Estudio sobre la Teoría del Poder en Michel Foucault, Pijao-Caza de Libros, Ibagué, Colombia. Para una lectura de caso véase en este libro “Discusión Epistemológica y Crítica sobre el Ordenamiento Ambiental en Colombia”. 6

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Ladinismos, colonialismo del saber y epistemología emancipatoria en Latinoamérica Resumen Se tratarán de explicitar, en perspectiva de la filosofía política y la psicosociología, los procesos históricos que dieron lugar a la constitución de la personalidad ladina latinoamericana. Luego, se abordará su relación con las dinámicas modernizantes y desarrollistas que reforzaron dicha personalidad. Con base en estos análisis se discutirán algunas ideas generales que fundamentarían una epistemología emancipatoria, como matriz de “ciencia propia” y “militante” de los proyectos políticos latinoamericanos articulados a la noción de “buen vivir”. 1. Introducción Arturo Escobar acuñó una expresión que podría encerrar el “misterio” de la autenticidad cultural latinoamericana, esto es, el posdesarrollo (Escobar, 2010, pp. 27-30). Su categoría no acepta el colonialismo político, económico y cultural; y arguye que el trauma en que constituye nuestra artificiosa modernidad explica buena parte de las incapacidades para resolver las demandas de nuestros propios patrones de bienestar o felicidad, y las dinámicas radicalmente perturbadoras del entorno natural. De hecho, sugiere que el ambiente solo es aprovechable de modo duradero mediante una especie de ecologismo místico (o hibridado con ciertos avances técnicocientíficos), de cuño indigenista o campesinista. Sin embargo, la autenticidad del posdesarrollo se pone en cuestión de modo radical cuando se introduce la participación activa de la vida urbana latinoamericana (buena parte del total de la población), sus patrones hedonistas de bienestar, y las formas modernoliberales de sus sistemas políticos y económicos. Así, el posdesarrollo parece condenado a una imagen bucólica y agrarista del mundo (a pesar de todo el activismo

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ciberespacial de origen urbano. Ibíd., p. 1857), funcional a espacialidades cuasiautónomas de comunidades con fuertes lazos colectivistas, las cuales representan la inmensa minoría latinoamericana. La hipótesis que se intentará probar aquí no es simple: el posdesarrollo o cualquier forma auténtica de “buen vivir” no puede desfundamentar el desarrollismo de cuño colonialista y racialista, sin la construcción de otra imagen política, económica y técnica del mundo. Dicho de otra manera, una forma distinta de democracia, otra forma de metabolismo social, y un cartesianismo del espacio lógicooperativo sin pretensiones de universalidad y necesariedad. Lo que solamente será posible mediante la fundamentación de unas ciencias socioambientales “militantes”, las cuales a su vez podrían dar soporte a una personalidad social auténtica, razonablemente colectivista y realmente ecológica. 2. Antecedentes del “desarrollismo” Los agentes que operaron los cambios fundamentales en la imagen cosmológica de los pueblos ancestrales, mestizos y las élites criollas, no fueron ni el Banco Mundial ni la ONU. Sus antecedentes hunden sus raíces en las reformas urbanas de la Colonia, los procesos doctrineros de agustinos, jesuitas y franciscanos, las reformas borbónicas, y el coloniaje agroextractivista del siglo XIX. Las cédulas reales mediante las cuales se constituyeron las ciudades coloniales obedecieron a un plan hegemónico de control de recursos mineros, retaguardias militares, y “civilización” moral y económica de los pueblos. Las cédulas de Carlos V insistían por ejemplo en la adecuación de espacios cercanos a fuentes de agua, construcciones en damero, plazas centrales que concentraran el poder civil, religioso y económico, asentamientos con fácil interconexión fluvial o terrestre, La deficiencia de la apuesta por el posdesarrollo reside precisamente en su persistente elaboración de estrategias y tácticas de articulación de los movimientos sociales, eludiendo el problema fundamental: los principios existenciarios y operativos de la vida colectiva que aspira a un buen vivir “auténtico”, lo que en efecto no puede suplir el recetario de las ciencias de la complejidad. 7

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y proximidad a centros mineros claves. Dispositivos de construcción espacial del poder de la corona que vehiculó una cosmovisión medieval de la ciudad, mezclada con algunas formas modernas de administración de la riqueza. La ciudad prehispánica en efecto era radicalmente distinta, pues mientras esta sostenía una relación míticofuncional con el entorno rural y sus relaciones sociales urbanas, el modelo urbano español recreaba una forma de relación instrumental con los pobladores y recursos del entorno rural, y una relación violenta de adoctrinamiento intramuros con los “incivilizados”. El mundo cuadrangular que suponía el damero o la retícula urbana, obligaba a la construcción de un hábitat euclidiano, con nociones disciplinantes del trabajo y la simbología del hogar, como perpendicularidad, intersecciones en escuadra, líneas a plomada, cubiertas de varias aguas, entre otros. Estos elementos perturbaron la cosmología indígena de su espacio vital, e indujeron formas de ver el mundo en clave occidental: los materiales constructivos, la asepsia del espacio, la distribución simbólica del lugar, los espacios funcionales para la cocción de alimentos y ceremonias, fueron sustituidos por espacios funcionales con semánticas vacías o por lo menos invasivas. Así pues, se introducía una lógica espacial cartesiana y tautológica que expulsaba del hogar el mito, el rito y una sabiduría de balance metabólico con el entorno. La ciudad como centro de acumulación de materia, como el lugar donde se puede concentrar la infinitud de las fuerzas humanas y el consumo de todos los adminículos del mundo, provocó una transformación brutal del imaginario teleológico de los pueblos indígenas. La ciudad parecía ser un espacio sin fin, constatación de un destino infalible: el antropocentrismo radical europeo. La noción de finitud del indígena (lo que se constata en sus limitados sistemas de conteo), base de las operaciones de crecimiento cero de sus economías domesticas, o de una producción de autoconsumo o de intercambio fuertemente sacralizada, fue destruida por completo en beneficio de una lógica cuantitativista de dominación total del espacio y el tiempo. Lo que es más, la lógica de conteo limitada de sus pueblos, parecía consagrar el infinito de lo no contable a dimensiones mágicoritualistas, en una muy clara distinción de lo 40


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infinito contable (solo aclarada realmente desde Cantor), de lo cual eran conscientes cuando aplicaban nociones de subconjuntos, o en casos más cotidianos, la noción de biyección. La tesis aristotélica según la cual “quien dice uno está obligado a decir dos, y de este modo hasta el infinito”, hace pleno sentido, pues los indígenas fueron introducidos a una preconcepción de lo infinito como aquello que es siempre contable y apropiable, lo que en efecto solo era inherente a los pueblos occidentales. En lo que se refiere a la empresa doctrinera, fácilmente de desarrollar dentro de la “ciudad”, pero realmente heroica en nuestros suelos rurales, contribuyó de modo importante a la construcción de una imagen autojustificatoria de la Conquista y la Colonia. La tesis de Dussel según la cual Bartolomé de las Casas introduce un humanismo concreto y con pretensiones de universidad (anterior a toda filosofía política europea), también podemos verla como la mejor forma de resolver en clave teológica (o sea, como cristianismo racional) la contradicción vida útil-muerte inútil y alma cristiana-alma no cristiana, en los procesos doctrineros. El canon doctrinero ciertamente no siguió a Bartolomé de las Casas en todas sus recomendaciones. No obstante, sí incorpora en el registro un procedimiento fundamental y por demás fácil de comprender: aunque estén equivocados los indígenas, ellos, por sus propios razonamientos, sabrán que la mejor doctrina es la cristiana, pues ella les dará la libertad. Al respecto escribe Bartolomé de las Casas: Obrarían ligeramente y serían dignos de reprensión y castigo si en cosa tan ardua, tan importante y de tan difícil abandono [...] prestaran fe a aquellos soldados españoles, haciendo caso omiso de tantos y tan graves testimonios y de tan grande autoridad, hasta que con argumentos más convincentes, se les demostrara que la religión cristiana es más digna de que en ella se crea, lo que no puede hacerse en corto espacio de tiempo (Tomado de Dussel, 2007, p. 24).

El “problema” de la Colonia reside en la temporalidad del proceso civilizatorio, y no en una esencia constitutiva de la autodeterminación de los pueblos, como a veces se hace creer. Para Bartolomé de las Casas, la cristianización del alma del “no cristiano” se resuelve con buenos argumentos y planes de largo plazo, lo que lo convierte en 41


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el más antihumanista de los doctrineros, y el más insidioso de los cristianos (lo que por supuesto no puede creer Dussel). De otro lado, la modernidad por vía de la cristianización, propia de los Estados Absolutistas, no es un asunto ajeno a Bartolomé de las Casas, debido a que siempre insistirá en lo siguiente: Nadie puede legítimamente (legitima) [...] inferir perjuicio alguno a la libertad de sus pueblos (libertati populorum suorum); si alguien decidiera en contra de la común utilidad del pueblo, sin contar con el consenso del pueblo (consensu populi), serían nulas dichas decisiones. La libertad (libertas) es lo más precioso y estimable que un pueblo libre pueda tener”(Tomado de Dussel, 2007, p. 26).

Aparecen entonces las nociones de legitimidad, utilidad, consenso y libertad, todas inscritas en el proyecto liberal burgués, que más tarde será explicitado por Locke. Se ha constatado que la mayoría de las comunidades indígenas incorporaron de modo ladino estas expresiones de utilidad y libertad (que es lo mismo que ocurrió con los pueblos españoles en sus regiones “premodernas” hasta bien entrado el siglo XX), pues en efecto le fueron ajenas en todo sentido: la libertad no se comprendía porque su orden cosmológico tenía un fluir predeterminado, y la libre elección muchas veces era vista como una falta de apego al plan de balance con la naturaleza y los dioses. Los valores eran en efecto mítico-rituales, y no podían introducir una idea de causalismo moral o fisicalista, pues ello implicaría dividir el mundo en fuerzas independientes que generan su propia serie de causas (como el movimiento de los cuerpos, los astros y del “criminal”). El “consenso” con arreglo a la “utilidad del pueblo”, o aquellas formas primigenias del contrato social moderno, no habrían de hacer sentido sin la noción moderna de libertad, ni en comunidades con formas de intercambio sin mathema cartesiana (materia subdivisible, medible, comparable, sustituible y autovalorizadora8), ni tampoco con formas Debió ser muy artificioso para ellos el hecho que algo, por sí mismo, generara o perdiera renta, como la tierra, el oro, o la fuerza laboral. En efecto, esta espaciotemporalidad del valor de intercambio destruyó su noción cosmológica de valor de uso, por demás muy necesaria para el ambientalismo contemporáneo. 8

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agonísticas de la política secular que consagra el interés particular como patrón de constitución del destino colectivo. Recordemos que Adam Smith creía que si cada persona hacía lo mejor para sí, haría lo mejor para el colectivo. Esta transitividad de lo individuado a lo societario, en la cual radica el consenso, no era posible, por ejemplo, en la cosmovisión de un pijao o chibcha, pues el tejido social capaz de agregar los individuos no tenía su origen en una “carta de derechos”, sino en la inmanencia de leyes cósmicas, por supuesto infalibles e incuestionables. De este modo, el crisol cultural de la Colonia habría de dar lugar a formas ladinas de reacción al canon moderno de la libertad y la utilidad, y a una psicología social representativa del campesinado con o sin autorreferencias indigenistas, ampliamente estudiadas en Erich Fromm para México, y para Colombia, por José Gutiérrez, las cuales son también útiles para explicar la mentalidad de nuestras élites sociales. Al respecto dicen Fromm y Maccoby: “Solo cuando su manera de adquirir cosas y de relacionarse con los demás es esencialmente improductiva, su capacidad de aceptar, tomar, ahorrar o intercambiar se transformará en el deseo voraz de recibir, explotar, acumular o traficar como modos predominantes de adquisición” (1995, p. 113).

La condición improductiva del campesino o el indígena, a decir de Fromm y Maccoby, configura un tipo sociológico que fue producto directo de los procesos de coloniaje cultural, y de las sistemáticas violencias sobre sus lenguas, hábitos y simbologías mítico-rituales. Es relativamente fácil de explicar lo ladino en la personalidad social latinoamericana una vez constatamos que sus formas económicas, políticas y culturales consuetudinarias, capaces de darse una forma propia de buen-vivir y unas técnicas específicas de supervivencia y balance ecológico, fueron seriamente perturbadas o destruidas. Así, las formas auténticas de la personalidad individual en una cultura que “respeta y enriquece la vida”, en palabras de Fromm, fueron trastocadas en la personalidad ladina de la siguiente manera: quién es “capaz de aceptar”, es visto como “pasivo; quién es “dedicado” es visto como “sumiso”; quien es “modesto” es valorado como alguien “sin orgullo”; quién es “cortes” es “rastrero”; quien es “optimista” es “iluso”; quien es “confiado” es “crédulo”; quien es “tierno” es “sensiblero” (Ídem.). 43


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En el campo de la actitud de “tomar” algo, la transvaloración fue de este tenor: quien es “activo” es “explotador”; quien tiene “iniciativa” es “agresivo”; quien “reclama” es “egocéntrico”; quien es “orgulloso” es “presuntuoso”; quien es “confiado en sí mismo” es “arrogante”; quien es “cautivador” es “seductor”. Y en la dimensión de una actitud de conservación, se produjeron estos cambios: quien es “práctico” “carece de imaginación”; quien tiende a economizar es “mezquino”; quien es “reservado” es “frío”; quien es “paciente” es “letárgico”; quien es “constante” es “obstinado”; quien es “imperturbable” es “indolente”; quien es “ordenado” es “pedante”; quien es “metódico” es “obsesivo”; quien es “fiel” es “posesivo” (Ibíd., p. 114). Y la lista de temperamentos sería inagotable. A la luz de lo anterior podemos ver la constitución misma del terrateniente, del burócrata que exigió la titulación de baldíos, del trabajador agrícola que se insertó en la guerra o al pillaje, el político que hizo de su cargo un medio de enriquecimiento, el ciudadano que ve en el Estado un botín de guerra, el hombre violento con sus seres queridos, el simulador, el falsificador, el canibalismo simbólico, la enorme dificultad para solidarizarnos, la crisis de diálogo transparente y respetuoso, la patente incapacidad de reconocer nuestros propios talentos, el fanatismo católico, el fanatismo político violento de nuestros pueblos, y hasta el dogmatismo atroz de nuestras izquierdas y derechas. Todas ellas formas destructivas y autodestructivas de la personalidad que contribuyen a despejar nuestra cultura ladina, y a constatar la crisis de “autenticidad cultural” de nuestros pueblos, con sus formas conexas de inviabilidad para la supervivencia y su actitud depredadora con el ambiente. En lo que toca a las reformas borbónicas, el principal objetivo fue la configuración de una subjetividad criolla modernizante y procolonialista, y no, especialmente, el inventario geográfico y científico de las “Indias”. La reacción negativa de la élite política criolla y de la iglesia católica ya se conocen, y su consiguiente estímulo a los procesos separatistas. No obstante, las consecuencias negativas para la Corona, la formación de una mentalidad criolla pragmática protomoderna sí tuvo lugar en la “Nueva España”, lo 44


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mismo que sus efectos en algunos sectores mestizos (por la vía de la carrera militar, por ejemplo). Evidentemente, la necesidad de un aparato burocrático eficiente en la Hacienda Pública y la Administración local y regional, implicó para la reforma borbónica un cambio en la concepción de las dignidades nobiliarias (aunque los empleos de mayor importancia siguieran en poder de españoles), pues una capa de americanos privilegiados accedieron a una educación ilustrada, y otra capa de mestizos se instruyeron en la doctrina militar. De hecho, las élites sociales que fomentaron los procesos independentistas provenían de nuevos ricos de origen criollo, o españoles con privilegios que abrazaron la causa americana para preservarlos. Así las cosas, la mentalidad protomoderna de los americanos configuró tres principios de constitución de la subjetividad de las élites sociales: (a) Los recursos naturales de América son dones inagotables y desaprovechados por sus pobladores, y por tanto deben ser explotados para el progreso de las colonias. (b) Las gentes que habitan sus valles y laderas comportan una naturaleza holgazana, relapsa y licenciosa, que debe ser sometida a estrictos disciplinamientos en la encomienda y el resguardo. (c) La instrucción o educación son medios lícitos para el enriquecimiento personal, y fuente de privilegios sociales. El primer caso configura la imagen moderna extractivista de los recursos de América, objeto de técnicas y vasallajes de todo tipo, pero que habría de desacralizar cualquier relación con el ambiente. El segundo caso, la imagen racialista y desdeñosa de los caracteres psicológicos propios del indígena y mestizo, y por supuesto de sus valores y habitus, por lo cual habría que redenominarse su mundo “primitivo”, mediante un lenguaje “civilizador” (el caso de la Expedición Botánica es claro), y constituir una valoración negativa del habitante natural con una teleología claramente colonialista (el caso de los diarios de campo de Humboldt y Caldas es evidente, cuando por ejemplo describieron, de modo negativo a los habitantes 45


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de la parte alta de nuestro valle del Magdalena). De hecho, el determinismo ambiental, heredado de una Ilustración racista, fue el responsable de la construcción de la imagen del “calentano” en nuestras tierras. Lo que en efecto indica el provincialismo de la Ilustración europea que desconocía el surgimiento de culturas del trabajo fuertemente arraigadas en medios hostiles o extremadamente cálidos, como en la India, o África del Norte. El tercer caso es un síntoma de la vida cortesana heredada de España, que insertó la Ilustración borbónica como forma de simulación de la alcurnia y las buenas costumbres, y que luego definirá para Colombia la tipología del gramático político, por demás “timador” y “holgazán”. Ciertamente, estas tres imágenes de América, acompañada de las reformas urbanas y el adoctrinamiento fomentador de mentalidades ladinas, solamente fueron posibles mediante la operación de una mentalidad colonialista muy particular, es decir, los ladinos americanos fueron engendrados por otros ladinos premodernos, quizás más “pertinaces” y “pérfidos” que los nuestros: los españoles. En efecto, lo ladino no surge en la hibridación cultural solamente, también emergió de un “trasvase” cultural. En lo tocante a la agroextractivismo del siglo XIX, los estudiosos han mostrado que sus economías conexas, continuaron la estructura del proceso extractivista minero de los siglos precedentes, en las formas extractivas del caucho y de explotación agrícola de la quina, el añil, el tabaco, el café, entre otros. No obstante, aquella vieja estructura, además de hacer circular las riquezas que soportaron las revoluciones industriales y el comercio de ultramar en los territorios europeos, experimentó un cambio en los dispositivos de disciplinamiento, regulación social y control jurídico en el campo del trabajo, y unas transformaciones radicales del espacio colonial mismo. Aquel primer siglo de repúblicas independientes sofisticaron y sustituyeron el orden económico colonial por otro orden económico igualmente estamental, improductivo y exportador, cuyas consecuencias en la subjetividad ladina podemos resumir así: (a) Los nuevos patrones de bienestar de las élites regionales y nacionales, y los campesinos e indígenas que ingresaron a una incipiente 46


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urbanización de su mentalidad, fijaron todo sentido de progreso en los bienes y servicios producidos en el viejo mundo o Norteamérica. Lo que desestimuló cualquier iniciativa de autorreproducción de nuestras economías domésticas, y reforzó la idea de dependencia de nuestros bienes primarios de exportación. (b) La configuración de un régimen hacendatario funcional a las demandas de productos primarios europeos (a la sazón muy inestable; lo que explica por ejemplo la ruina de la agroindustria tabacalera), desató la definitiva disolución de los resguardos, la individuación de la propiedad de la tierra, la colonización de baldíos no aptos para la producción (como contraprestación a los servicios prestados en la construcción de infraestructura para poder movilizar la producción de las haciendas, o como contraprestación a los servicios militares prestados), y una sobreexplotación de brazos que incorporó a toda la familia, separando a los adultos y niños de cualquier experiencia educativa, o bien en los cánones de los saberes ancestrales, o bien en los cánones de la Ilustración. (c) El despliegue de un cultura del trabajo no auténtica o superficial mediante regímenes disciplinarios (que en el caso colombiano es ejemplificado por la hacienda y el mediofundio cafetero9), y políticas públicas “protocalvinistas”, que en Colombia dieron lugar al consabido “neoborbonismo”, y que en la segunda mitad del siglo XIX, y mediante reformas liberales, produjeron un plan educativo de técnicos e ingenieros (a la sazón más “burocrático que empresarial”), que ciertamente no fue suficiente. Respecto a este tema, dice José Gutiérrez: Y tampoco faltó quien diera una explicación weberiana para la ética antioqueña, atribuyéndole virtudes desarrollistas. En realidad, según J. Peirce, con la necesidad de trabajo cierto en los albores del café se propagó el pago con tierras a mano de obra para caminos y vías férreas, despertándose tal mentalidad: el afán de lucro y trabajo es muy reciente… (Gutiérrez, Sf., p. 136). El minifundio y la renta cafetera constituyen una experiencia liberal muy significativa y distinta a las demás formas de tenencia. Pero solo se concentró en algunas regiones de Colombia. El Líbano, Tolima, y su pasado emancipatorio, están fuertemente relacionados con este modo de tenencia, sin olvidar que también estuvo acompañado de conflictos por la tierra del gran cafetero y ganadero. 9

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De esta forma, la vocación laboral aparece como un interés compensatorio, un acto de facilismo o sacrificio, el efecto de una estrategia pública “limosnera”, y una alternativa improvisada a la alta concentración de la tierra productiva. Si observamos los reglamentos de la hacienda cafetera, se comprobará, por ejemplo, que sus subjetividades producidas en el siglo XIX, propalaron hábitos cortesanos y ladinos, antes que un principio de relaciones sociales “productivas y auténticas”, a decir de Fromm. Esto es explicable por las relaciones instrumentales y destructivas que se instalaron en la vida laboral del campesino y el indígena, las cuales impidieron el fomento de una religiosidad interior o una autopercepción reforzadora de su autonomía y vitalidad. De este modo, el trabajo se configuró definitivamente como un valor negativo de la cultura, y multiplicó la propia imagen cotidiana del “americano holgazán”. O dicho de otra manera, la vocación de trabajo ancestral del indígena fue totalmente desfundamentada por dichos regímenes disciplinarios, y sus sustitutos superficiales en el campesinado fueron el efecto directo de una construcción histórica de las élites sociales que lo definieron como “perezosos”. Y (d), la constitución de una subcultura delincuencial en la concepción e implementación de la norma (Ibíd., p. 211). Los grandes ensayistas latinoamericanos del siglo XIX, como el ecuatoriano Juan Montalvo, denunciaron el leguleyismo articulado a los privilegios de los monopolios y la titulación de tierras incultas, entre los cuales los líderes políticos resultaban ser los más beneficiados. Dice Medardo Rivas, connotado periodista colombiano con aspiraciones terratenientes, en un trabajo de 1899, refiriéndose a los derechos de compra de un resguardo en el Alto Magdalena: El número de los que tenían derecho a esas tierras era trescientas. De estos derechos setenta y dos eran míos, y los de personas que pretendían tener derecho sobre la tierra serían tres mil; y para desenmarañar este enredo tuve que seguir un complicado juicio, cuyo expediente llegó a ser la carga de una mula (Tomado de González, 2006, p. 97).

La realidad fue sustituida por la gramática y formulismos jurídicos, mediados casi siempre por una intrincada red de favores personales, amiguismos, complacencias políticas, y trámites “kafkianos”, esto 48


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es, comprobaciones archivísticas inútiles para preservar ciertos privilegios. De hecho, varios países latinoamericanos han sufrido los efectos de códigos delirantes e impracticables, como Chile y Colombia. Para nuestro caso es sabido que la Nación se articuló territorialmente mediante el bipartidismo político, y que primero ostentábamos una nacionalidad de cuño ideológico antes que idiomática o cultural. De este modo, el leguleyismo decimonónico y el electorado rural configuraron relaciones de encumbramiento o exclusión social, que contribuyeron a un radical clasismo regional y nacional (Gutiérrez, Sf., p. 255). En resumen, la ladinización latinoamericana fue posible por la transmutación y trasvase de valores ladinos premodernos de origen ibérico, operados mediante formas de subjetivación de la organización espaciotemporal cartesiana y protomoderna de la vida social urbana; las misiones doctrineras y civilizadoras desfundamentadoras de valores culturales ancestrales, que contribuyeron de modo importante a la producción de una personalidad social destructiva y autodestructiva; la formación de una mentalidad ilustrada en las élites sociales deliberadamente indiferente con lo real y capaz de una burocracia diseñada para su enriquecimiento; y la configuración de una vida social cortesana y superficialmente aplicada a la cultura del trabajo, mediante el régimen señorial hacendatario. Así las cosas, la mentalidad ladina de todas las clases sociales latinoamericanas fue el canon sociocultural que preparó el camino para una modernización accidentada y arbitraria de nuestros pueblos en el siglo XX, y para un desarrollismo reciente fatalmente instalado en la típica personalidad intelectual y política latinoamericana. 3. Modernización y desarrollismo en Colombia y Latinoamérica Los países latinoamericanos experimentaron distintas formas de modernización económica durante las primeras décadas del siglo XX, agenciados en la mayoría de los casos mediante sucesivas dictaduras militares. El proceso de secularización cultural se presentó a la luz de reformas legislativas y políticas públicas que intentaron operar reformas urbanas estructurales, medidas de redistribución de la tierra, 49


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liberación de la fuerza laboral, incentivos a la industrialización del campo, y fomento del empleo urbano para generar acumulaciones de capital y, en consecuencia, dinamizar sus economías. Desde los años cincuenta del siglo XX, es mucho más evidente la participación activa de los medios de comunicación, los cuales movilizaron a fondo patrones de consumo “hedonistas” tanto en el campo como en la ciudad, que en efecto ridiculizaban o subvaloraban nuestras costumbres campesinas o ancestrales. Igualmente, se divulgaron políticas nacionalistas profundamente retóricas y muy inusuales, esto es, al mismo tiempo que se invocaba la raza, la sangre y la gloria de los pueblos “mestizos” (aunque no fueran visibles los afros e indígenas), se les exigía ser “gente moderna”, afecta a los hábitos de los países del Norte, tal como sucedió en Perú, Ecuador, Colombia, entre los más destacados. Los anteriores planes modernizadores fueron agenciados desde principios del siglo XX por élites sociales formadas en Estados Unidos, en la mayoría de los casos (incluso hoy se repite el mismo patrón ideologizante en nuestras tecnocracias), las cuales intentaron superar la condición extractivista de sus economías, fortalecer su industria nacional y consolidar una élite social moderna. Ciertamente, en la mayoría de los países latinoamericanos esto no fue posible. Las razones son variadas y complejas, pero por lo menos sí se puede constatar el surgimiento de una personalidad social muy interesante, que se denominará aquí ladinismo funcional. Este singular ladinismo del siglo XX se funda sobre el ladinismo cultural configurado en la Colonia y el siglo XIX. Sin embargo, opera unas diferencias especiales, es decir, interiorizó una modernidad desde la perspectiva subalterna (lo que ya Ranajit Guha y Aníbal Quijano habían estudiado), lo que en clave latinoamericana hemos querido llamar aquí una perspectiva desarrollista. “Modernidad para pobres” podría ser la definición esquemática de nuestro desarrollismo. Su diferencia con la protomodernidad de la Colonia y el siglo XIX reside precisamente en la concepción muy deliberada de un programa de inserción a la modernidad con dependencia económica, subalternidad cultural y privilegios ilimitados para sus actores fundamentales. 50


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Este programa no solo se elaboró en las misiones económicas contratadas con Estados Unidos, sino que reverberaba desde antes en la clase terrateniente e industrial en ascenso o instalada (basta mirar el intercambio epistolar con sus representantes políticos para comprobarlo). Para el caso colombiano, entre 1907 y 1934, el determinante auge industrial antioqueño de sustitución de importaciones fue posible por el: …mercado de consumo ampliado (…), oferta abundante de mano de obra (…), tendencias populares empresariales y mercantiles (…). Pero otra, esencial para el cumplimiento del proceso, es el producto del enlace geográfico y cultural creado por los nuevos transportes entre la estructura social antioqueña y la de la antigua zona hacendataria: la manipulación del poder público como elemento primordial y casi único del lucro y de la riqueza (…) Al poner en contacto activo e interdependiente las dos estructuras sociales (…) engendró el feudalismo industrial monopólico, que es hoy la característica más importante de la ‘modernización’ económica y cultural de Colombia y de sus convulsiones políticas (Guillén, 2006, pp. 421-422).

Este peculiar “feudalismo industrial monopólico” no fue un resultado espontáneo, sino el producto de aquella “manipulación del poder público”, que a su vez impulsó la infraestructura de comunicaciones en la región central del país durante el mismo periodo. Nuestro “protocalvinismo neoborbónico” agenció la transformación de esta “manipulación” en un verdadero ladinismo funcional, parcialmente emprendedor, parcialmente extático, parcialmente eficiente, parcialmente delincuencial, parcialmente humanitario, según fuera la circunstancia legal, política o económica que se les impusiera. Posteriormente, dicho ladinismo permeó toda la clase media y algunas capas de la población “pobre”, tanto en el campo como en la ciudad, lo que se hizo patente con el proceso de secularización pseudoliberal de las sociedades latinoamericanas desde la Segunda Guerra Mundial, y las políticas de un Estado de Bienestar pseudoindustrializador que hicieron crisis en 1973, con la gran recesión del sistema mundo capitalista, a decir de Wallerstein. De hecho, cuando se opera la universalización del modelo desarrollista para los países “pobres”, que propuso Truman en 1949, y las declaraciones etnocentristas 51


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de la ONU que desde 1951 lo consagran como canon de progreso para el mundo, ya nuestras élites políticas lo habían interiorizado mediante aquel ladinismo funcional, con la misma enjundia retórica de un Samuel Phillips Huntington. Evidentemente, la dialéctica de los hechos ha mostrado que la construcción colonialista del “subdesarrollo”, “el tercer mundo”, el “pobre”, el “emprendedor”, el “atrasado”, entre otras, no se desencadenan en el tráfago mismo del imperialismo de la ONU, el BM o los Estados Unidos, sino estableciendo con ellos una relación de paternidad, minoría de edad, vergüenza social y minusvalía cultural. En suma, lo que operó fue la autodefinición deliberada de una “pobreza” e incapacidad de “progreso” imposibles de superar sin la ayuda de las naciones del Norte. Y dicha autodefinición se concibió, sin lugar a dudas, en nuestras élites sociales y clases medias en ascenso. El vacío o la indigencia de valores nacionales se llenaron con versiones negativas de “nosotros mismos”, pero desde la perspectiva positiva del paradigma de desarrollo y confort de los países “desarrollados”. Se trata finalmente de lo que Foucault llamaría la interiorización total del poder disciplinario y biopolítico. Aquella noción de “pobreza” es en realidad una pobreza de definición auténtica de “nosotros mismos”, y el “desarrollismo” es una pobreza de definición auténtica de “nuestra propia” noción de buen-vivir. Estas ausencias de autenticidad se convirtieron, en las últimas décadas, en el principal trauma de nuestro ladinismo funcional, es decir, ante la palpable incapacidad de reproducir las condiciones de desarrollo del capitalismo clásico, ante la inviabilidad de instalar en las matrices culturales del trabajo el capitalismo industrial, ante el déficit de “burocracias eficientes”, ante la consecuente privación de medios materiales para realizar aquella noción colonialista de bienestar, y ante la contrahegemonía Soviética y China que se disputaban con Estados Unidos el control de América Latina; la reacción de las capas ilustradas de las clases medias y altas fue sin duda variada y contradictoria: emergencia del antiimperialismo, pero a su vez la aparición de un segundo impulso a la burguesía industrial; concepción de una “teoría de la dependencia”, pero también el apoyo 52


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incondicional a las reformas institucionales burguesas; nacimiento de plataformas marxistas ortodoxas, y a la par, el reforzamiento del liberalismo económico; y surgimiento de un indigenismo, campesinismo y ambientalismo beligerante, siempre construido en fronteras políticoculturales, que se desplegaron en las regiones con ladinismos funcionales de mayores “traumas existenciarios” (que en el caso colombiano, se encuentra tipificado en Popayán y su región de influencia), y por otro lado, la instalación de una normalidad social pluriétnica y multicultural mediante tratamientos humanitarios, como el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, reformas legislativas especiales, territorialidades con autonomías parciales, políticas liberales compensatorias de minorías, entre otras. Aquellos traumas del ladinismo funcional al desarrollismo, revelaron un conjunto de contradicciones o dialécticas entre una subjetividad pragmático-liberal, hedonista y protoproductivista, y otra subjetividad pragmático-conservadora, colectivista y protoecologista. Estas dos subjetividades han sido igualmente ladinas pero en direcciones opuestas, y han contribuido, por una parte, a constituir distintas plataformas políticas neoliberales y urbanizantes de la mentalidad latinoamericana (tipificadas en el modelo de “ciudad-región competitiva”, por ejemplo), y por la otra, a la fundamentación de plataformas izquierdistas de vocación agrario-colectivistas y ruralizantes de la mentalidad latinoamericana (tipificadas en el modelo de la “biorregión autonomista”, por ejemplo). Aquella subjetividad pragmático-liberal, fuertemente anclada en los centros de poder de los países del Norte y coautora de los modelos de política pública para nuestros países latinoamericanos, prefiere la articulación infraestructural y comercial con el mercado mundial, nichos industriales o de servicios especializados, ciudades con alta concentración de mano de obra calificada y con alta capacidad de consumo, centralismos urbanos con una relación depredadora o extractivista con el entorno ambiental, y pobremente compensadora con sus funciones ecológicas, entre otras características. Y aquella subjetividad pragmáticoconservadora, fuertemente anclada en las redes internacionales de organizaciones sociales alternativas, ha preferido plantear dispersiones urbanas, redes de producción y comercialización intrarregionales, 53


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tecnificación básica de sus economías locales, programas de agricultura urbana y agroecología rural, relaciones ecológicas compensatorias de la ciudad con el campo, formas cooperativas de producción y distribución, mecanismos de autogobierno local, diversificación de dispositivos de resistencia social tanto en las calles, plazas o carreteras arteriales, como en el ciberespacio, entre otras características. Por supuesto, es aquella subjetividad pragmático-conservadora la que atraviesa el campesinismo, indigenismo y ambientalismo de una densa red de organizaciones políticas locales y regionales latinoamericanas, cuyas imágenes existenciarias del mundo se deben estudiar a fondo en respuesta a las imágenes utilitarias del mundo correspondientes a la subjetividad pragmático-liberal. ¿Qué tipo de ladinismo funcional opera en la subjetividad pragmáticoconservadora, colectivista y protoecologista? Antes de que se aventure una respuesta, se deben estudiar las categorías fundamentales que explican el ladinismo funcional de la subjetividad pragmático-liberal. Aquellas categorías se pueden resumir así: (a) Ladinismo cultural o psicosocial aferrado a una imagen autodestructiva y destructiva con el otro, heredada de la Colonia. (b) La concepción de la naturaleza como recurso ilimitado, heredada de las formas de organización económica y social del espacio del nuevo mundo. (c) La operación de una noción causalista fragmentadora del mundo, la cual disolvió la imagen cósmica y organicista del mismo, y que fue fomentada por el racionalismo cristiano y otras formas ilustradas de su percepción. (d) La transmutación de cualquier valor de uso en valor de intercambio, la cual introdujo la monetarización del trabajo y la naturaleza, y tuvo su origen en las formas “precapitalistas” heredadas de España. (e) Sistemas morales sin formas autorregulatorias del placer, los cuales menoscaban radicalmente nuestras ancestrales formas de “apercepción”. (f) La imagen de una sustituibilidad abstracta de unos bienes por otros, o de unas personas por otras, la cual no solo opera en el valor de cambio 54


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de los mercados, sino en toda instrumentalización de la naturaleza y las personas. (g) La conmensurabilidad del mundo sensible y simbólico, la cual implicó la disolución del cosmos en formas designativas abstractas de conteo, con infinitos símbolos, y dieron soporte a la imagen cartesiana y monetarizada de la realidad. (h) La idea de la reversibilidad de los procesos sociales y naturales, cuya arrogancia antropocéntrica destruyó las formas conservacionistas de los ecosistemas e impuso una imagen eficientista y derrochadora de las fuerzas naturales y humanas; (i) La instalación de una imagen monovalente de la verdad, fuente de toda suerte de fanatismos, simplificaciones, reduccionismos y generalizaciones gratuitas en nuestros modos de construir la “verdad”, lo que en efecto consagró una imagen no plural del mundo, y destruyó toda forma de biocentrismo cultural y ciertos policentrismos políticos ancestrales, tal como lo registran, por ejemplo, los mitos de la creación de la serpiente ancestral de los uitotos. Ahora bien, los presupuestos de la Ilustración, los cuales influyeron poderosamente en la constitución de las anteriores imágenes del mundo de nuestra subjetividad pragmático-liberal, mediante el neoborbonismo, el protocalvinismo y las reformas seculares del siglo XX, también dieron lugar a formas sofisticadas de interrupción y manipulación de estas imágenes existenciarias, que explican suficientemente este tipo específico de ladinismo funcional. Este ladinismo en realidad opera mediante una dialéctica compleja que se debe aclarar. Pues, se pueden encontrar fenómenos sociales en los que el ladinismo cultural puede salir, en clave pragmática, de su egocentrismo y ofrecer, temporalmente, una perspectiva no destructiva del otro, como es el caso de una política redistributiva. También podemos encontrar una actitud o medida pública que impongan restricciones a la explotación de los recursos naturales, en una perspectiva meramente rentística o instrumentalmente planificadora. También se pueden constatar formas sistémicas de percepción de la naturaleza, consagradas en una reforma legislativa, 55


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pero en el marco de una política de resolución utilitarista de un conflicto socioambiental. O una institucionalización del valor de uso de un bien ambiental y su regulación correspondiente como un bien inalienable, pero en el marco de la preservación de una función ecológica importante para un enclave industrial. Los ejemplos serían infatigables, pues lo que aquel ladinismo funcional plantea es la distribución espacial y temporal de los beneficios monetarizados de unos pocos, mediante fórmulas de minimización del conflicto político o social. Por otro lado, la subjetividad pragmático-conservadora, colectivista y protoecologista ha configurado otra forma de ladinismo funcional, que podemos caracterizar así: (a) Las formas solidarias de la personalidad social son parcialmente autodestructivas cuando agobian la capacidad de disenso individual, o destructivas, cuando este disenso es invocado como un derecho liberal, para inducir una elección social que persigue beneficios personales (esta situación se presenta con frecuencia en un gobernador indígena, o en algunos líderes de un consejo comunitario de afrodescendientes). (b) Las operaciones cosmológicas o ambientalistas pueden establecer relaciones sacralizadas o conservacionistas con la tierra, aunque ellas se han visto suspendidas por la aceptación voluntaria de un proyecto minero o maderero, recurriendo a una justificación puramente rentística en la cual la tierra se convierte de nuevo en un recurso ilimitado. (c) La preconcepción organicista del mundo se ha empleado para argumentar la inconveniencia de un proyecto de infraestructura o productivista (surgido al interior o por fuera de sus organizaciones). No obstante, en situaciones similares, y por intereses de grupos específicos de la misma organización, se ha empleado una argumentación causalista para justificar su implementación inmediata. (d) Siempre es posible que cualquier valor de uso sea convertible en valor de cambio, según las circunstancias de cada miembro del 56


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colectivo o de la organización, es decir, un bien inalienable por valores intrínsecos o disposiciones legales externas puede ingresar al mercado si, por ejemplo, la comunidad renuncia a la copropiedad (lo que en efecto ha ocurrido en algunos resguardos indígenas colombianos), o si un miembro renuncia al uso de su parcela asignada por una compensación monetaria. (e) Los sistemas de valores de la “apercepción”, cualquiera sea el origen del imaginario existencial, han tomado formas de simulación y engaño, en variadas ocasiones, para generar relaciones hedonistas con el “mundo occidental”, o beneficios personales (por ejemplo, se han visto ceremonias del agua y rituales de limpieza en manos de sabedores impostores). (f) La noción de insustituibilidad de bienes se ha relativizado en varias colectividades, de tal modo que ha sido posible la implementación de formas gerencialistas que simulan relaciones comunales con los trabajadores y prácticas productivas sostenibles. (g) La imagen de un mundo conmensurable se ha visto profundizada por la incorporación desmesurada de saberes tecnocráticos y cientificistas, o bien por las asesorías contratadas con las organizaciones no gubernamentales, bien por sus propios miembros, que se han capacitado en escuelas positivistas. (h) La idea de irreversibilidad de los procesos sociales y naturales se ha visto seriamente cuestionada por la anterior imagen conmensurable del mundo. Y ha alcanzado niveles de deterioro mayores con la introducción de “políticas y tecnologías verdes” de cuño occidental, es decir, la idea del “desarrollo sostenible”, en sus versiones más blandas e instrumentales, se ha convertido en el canon de sus políticas de “autodesarrollo”, lo que en efecto ha sido muy perjudicial. (i) La visión monovalente de la verdad ha debilitado el pluralismo cosmológico o político de sus organizaciones por la influencia directa de narrativas etnocéntricas o “telúricas”, lo que ha dificultado la comprensión existenciaria del otro, occidental o no occidental, y sus mecanismos colonizadores y racialistas, al mismo tiempo que las 57


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oportunidades auténticas que ofrecen para potenciar sus resistencias sociales. No obstante, este ladinismo particular se ha desarrollado en una relación dialéctica con la imagen liberal y utilitaria del mundo, por lo que puede interpretarse como un proceso de “supervivencia” cultural o política tanto de las izquierdas como de las minorías étnicas latinoamericanas. Sin embargo, por otro lado, dichos mecanismos de supervivencia en la frontera con la subjetividad pragmáticoliberal, están ingresando a procesos de transmutación de sus propias subjetividades que terminarán por desfundamentar los elementos más auténticos de su ladinismo funcional, descritos atrás. Así las cosas, es necesario restituir los fundamentos emancipadores de este ladinismo funcional, pero en la perspectiva de destruir esta personalidad social, mediante acciones de resistencia y contrapoder de largo plazo. El propósito último será entonces la constitución de una personalidad social auténtica, razonablemente colectivista y realmente ecológica. 4. Epistemología de la emancipación Se entiende aquí por epistemología de la emancipación el proceso de construcción de una teoría general de la producción del saber científico o míticorreligioso con una teleología específica, esto es, la emancipación auténtica de los pueblos. Previamente se concebirá el saber científico como actos de saber meramente operativos o controladores del mundo, a fin de conjurar los efectos de una política de la “verdad objetiva” y su noción de progreso inherente. Y previamente se considerará el saber míticorreligioso como actos de saber, pobremente predictivos y operativos en el mundo, aunque poderosamente colectivizadores y ecológicos. Con estas aclaraciones, se tratarán de esbozar algunas ideas generales sobre la epistemología de la emancipación, la cual es necesaria para dar fundamento a aquella personalidad social auténtica, a la manera de cualquier cosmovisión. Sin ella, los proyectos emancipatorios se seguirán moviendo, indefectiblemente, en esa vacilante frontera entre los saberes liberales y positivistas.

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Ladinismos, colonialismo del saber y epistemología emancipatoria en Latinoamérica

La epistemología liberal requiere de una crítica demoledora, dado que desprecia el saber como hecho e historia, a decir de Henri Lefebvre, o el saber como proceso de aprendizaje social, a decir de Habermas y Fals Borda, o el saber como ciencia con la gente y para la gente, a decir de Ravetz, Funtowicz y Martínez Alier, o simplemente el saber como acción transformadora que persigue un “bien supremo”, es decir, la comunión de todos los hombres, a decir de Marx. De hecho, el joven Marx escribió algo importantísimo y casi misterioso a propósito de este debate: “La Historia misma es una parte real de la Historia Natural, de la conversión de la naturaleza en hombre. Algún día la Ciencia natural se incorporará la Ciencia del hombre, del mismo modo que la Ciencia del hombre se incorporará la Ciencia natural; habrá una sola Ciencia” (Marx, 2001[1932]).

Las ciencias modernas han dividido el saber en general en dos grandes dimensiones: el saber biocéntrico y el saber sociocéntrico. El primero es típico de todas las narrativas científicas e ideologizantes que registran la realidad no humana tanto en perspectiva antropocéntrica, como en perspectiva mítico-ecocéntrica. El segundo es típico de los actos discursivos de las ciencias sociales y humanas, los cuales analizan e ideologizan los hechos sociales en distintas escalas desde una perspectiva siempre antropocéntrica. El reto contemporáneo de aquella “sola Ciencia”, intuida por Marx, consiste entonces en crear un acto de saber sintético e hibridado que pueda integrar el saber biocéntrico y sociocéntrico a fin de “darnos nuestro auténtico lugar en el mundo”. No obstante, esta síntesis solo es posible mediante una teleología políticomoral asumida como axioma fundamental, esto es, un saber hibridado para construir otro mundo, el cual potencia y enriquece la vida en tiempos suprageneracionales. De lo contrario, los saberes liberales seguirán imponiendo su teleología propia, es decir, el progreso y la destrucción ambiental, y los saberes biocéntricos seguirán persistiendo en una imagen bucólica, autista y sumisa frente a aquellos saberes liberales. Este saber hibridado será entonces el insumo de trabajo de la epistemología emancipatoria, y esta a su vez será el soporte

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de aquella personalidad social auténtica, razonablemente colectivista y realmente ecológica. Ciertamente, a la luz de las investigaciones contemporáneas, es posible rediseñar una epistemología emancipatoria con un enfoque socioambiental, lo que en efecto convierte a nuestra “única Ciencia” en un ejercicio de epistemología de las ciencias socioambientales, la cual deberá contener hibridaciones entre ciencias disciplinarias y militantes fundamentales10. Bibliografía Escobar, Arturo, (2010). Una Minga para el Postdesarrollo: Lugar, medio ambiente y movimientos sociales en las transformaciones sociales. Perú: Arturo Escobar & Programa Democracia y Transformación Global. Dussel, Enrique, (2007). Materiales para una Política de la Liberación. México-España: UANL & Plaza y Valdez Editores. Fromm, Erich & Maccoby, Michael, (1995). Sociopsicoanálisis del Campesino Mexicano. México: FCE. Gutiérrez, José. Sf. ¡Doctor! Algunas tendencias de la cultura colombiana, del letrado al gamín y el colono. Bogotá: Spiridon. González Calle, Jorge Luis, (2006). De la Ciudad al Territorio. La Configuración del Espacio Urbano en Ibagué, 1886-1986. Ibagué: Universidad del Tolima. Guillén Martínez, Fernando, (2006). El poder político en Colombia. Bogotá: Planeta. Marx, Karl. 2001[1932]. Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Biblioteca Virtual Espartaco. Recuperado de http://www. marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/index.htm. Visitada el 12 de septiembre de 2011. Para una ampliación de la categoría “epistemología emancipatoria”, véase el artículo de este libro “Discusión Epistemológica y Crítica sobre el Ordenamiento Ambiental en Colombia”. 10

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Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana

Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana Resumen El propósito fundamental de este trabajo será mostrar que la realidad experimenta distintos niveles de complejidad u ordenación, solamente en función del observador, y que admitir una realidad en sí misma caótica u ordenada es una mera afirmación metafísica. Asimismo, se argumentará que persisten enormes dificultades para que la geografía incorpore los fundamentos conceptuales de la teoría de la complejidad y el caos, lo que es explicable por sus propias limitaciones epistemológicas. 1. Introducción Se intentará probar que las narrativas del caos y la complejidad suponen de modo metafísico que la realidad es por sí misma caótica, y que sus dinámicas inherentes dan lugar a un orden excepcional, el cual es considerado también de modo realista. Para ello, se expondrán los axiomas de la teoría del caos y la complejidad, identificando su dependencia con las viejas teorías metafísicas materialistas. En este contexto se mostrará que la geografía ha incorporado con dificultad, y muchas veces de manera irreflexiva, aquellas teorías, dando lugar a interpretaciones del espacio meramente geométricas, sacrificando los contenidos mismos de saberes geográficos disciplinarios e interdisciplinarios. Finalmente, se constatará que reconocidos teóricos de la geografía latinoamericana han sucumbido a los efectos retóricos de las “leyes de la complejidad”, o al menos, han experimentado enormes dificultades para comprender las raíces positivistas del lenguaje científico, especialmente, en sus esfuerzos de comprensión de los fenómenos espaciales (véase la Figura 1).

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Figura 1. Sinopsis de una crítica a las teorías de la complejidad y el caos, y su influencia en la geografía latinoamericana 2. El lugar epistemológico del caos y la complejidad El prologuista de una obra conocida sobre la teoría del caos, escribe con ciertas reservas lo siguiente: Hoy se entiende por caos una disciplina científica dedicada, justamente, a la comprensión de la complejidad del mundo, sus procesos creadores e innovadores (…) El caos es hoy, sobre todo, un gran paradigma de la ciencia moderna y, como todos los grandes paradigmas, es también una gran ilusión (Jorge Wagensberg, Tomado de Briggs y Peat, 1999, pp. X-XI).

De hecho, asume que aún se trata de una ciencia moderna, lo que en efecto es cierto por su fuerte relación de dependencia con las ciencias positivistas. Por otro lado, un reconocido articulista advierte que lo caótico también puede estar regulado por un sistema formal: Los sistemas caóticos también pueden estar ‘ordenados’ de modo determinístico, y usualmente tienen una estructura sistémica y estadística bien definida. Un ejemplo simple de tales sistemas es el propuesto por May (1973) en su modelo logístico de crecimiento poblacional: Xt+1 = aXt [1-bXt/a] (Trad. prop. Hepple, 2009, p. 78). 62


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Lo que se constatará aquí es que existe en la realidad varios niveles de “complejidad” u “orden”, según el observador, y que su epistemología, aún en ciernes, requiere de enormes esfuerzos intelectuales para poder superar su condición positivista. Para ello, revisaremos algunas obras clásicas de la teoría del caos y la complejidad a fin de evidenciar sus limitaciones y fortalezas. Así pues, escriben Briggs y Peat: La turbulencia, la irregularidad y la imprevisibilidad se encuentran por doquier, pero siempre pareció justo entender que esto era ‘ruido’, una confusión resultante de la manera en que se apiñan las cosas de la realidad. Dicho de otro modo, se pensaba que el caos era el resultado de una complejidad que teóricamente se podía desnudar hasta sus ordenados cimientos (…) Ahora los científicos están descubriendo que este supuesto era erróneo (…) pues ‘la mayoría de los sistemas biológicos, y muchos sistemas físicos, son discontinuos, no homogéneos, irregulares’ (…) Caos, irregularidad, imprevisibilidad. ¿Es posible que dichos elementos no serán mero ruido, sino que tengan leyes propias? (…) Las ciencias del caos y el cambio están forjando una revolución en nuestra perspectiva precisamente al dar sustancia al término totalidad, que habitualmente es vago (Briggs y Peat, 1989, pp. 14-15).

Esta es la misma crítica al positivismo de todo el humanismo crítico desde los cincuenta. Sin embargo, lo que llama la atención es el olvido total, respecto a los procesos psicológicos implicados en la investigación, de que genera más asombro o sorpresa, ante la percepción, el orden, y no el caos. La armonía, la cromática, la linealidad, la circularidad, son más interesantes, en clave estética, para el científico, que el ruido, la disipación, o la irregularidad. De hecho, la estética de estos fenómenos se ajusta mejor a las matrices espaciales y temporales de los métodos lineales, no lineales y probabilísticos de la ciencia. Lo que es más, los modelos no lineales, estadísticos y probabilísticos siguen principios de ordenación previa del caos, como la Ley de los Números Grandes (Popper, 2002[1935], pp. 168-175), la cual implica también una racionalización previa del mismo. El caos ahora es visto como la nueva substancia de la realidad, su heterogeneidad, irregularidad y discontinuidad, apenas restituidas mediante la intuición o las sensaciones, constituyen los nuevos 63


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atributos de otra filosofía esencializadora, o por lo menos, más pretensiosa que las metafísicas clásicas. En estas, el noúmeno, a decir de Kant, o la cosa en sí, a decir de Hegel, se debatían, solamente, en la dimensión de la teoría pura o la especulación, sin mayores ambiciones cientificistas. Ciertamente, una teoría del caos, que aspira en sus ejercicios supremos de síntesis de la experiencia de lo natural y social, resguarda una paradoja en su propia episteme, esto es, expone leyes universales de la realidad, pero ellas mismas debilitan cualquier universalización por la vía de la ciencia “positiva” o “regional”. La pregunta es en efecto la misma: ¿cómo aceptar leyes universales si el método de la complejidad no admite universalizaciones? Y la respuesta no puede ser en el mismo tono caótico de sus narrativas, es decir, que al ser lo “paradójico” un elemento esencial de la epistemología de la complejidad, entonces es válido tener premisas que al mismo tiempo que son universales también son singulares, pues la premisa misma de la coexistencia entre lo universal y lo singular, lo nomotético y lo ideográfico, debe ser universal y no singular, a despecho de destruir la misma teoría del caos o de la complejidad. Esta petición de principio (pues no podemos constatar empíricamente que la realidad misma sea simultáneamente caótica y ordenada, en tanto que toda comprensión se funda en una racionalidad ordenadora del mundo), es fundamental para el funcionamiento de su marco metodológico y conceptual, y convierte a aquellas teorías en ejercicios igualmente arbitrarios como los de las ciencias positivas, o mejor, en metafísicas materialistas o sensualistas. En cuanto a la aspiración de la teoría del caos a convertirse a lo más en una ciencia regional, supone el debilitamiento de sus leyes o premisas universales, es decir, el socavamiento de sus fundamentos mismos. Por tanto, su aspiración a ciencia regional debe pasar por el reconocimiento, en sus axiomas mismos, de que la realidad no es substancial y necesariamente caótica, interconectada, no lineal y holística, sino que puede ser todo lo contrario, o al menos en otros grados de ordenación substancial. O sencillamente puede renunciar a tal aspiración de esencialización sintética (de raíz empírica), y aceptar que se mueve en los órdenes de la especulación sintético-a priori 64


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(esencialización metafísica), tal como lo hizo Kant (1984[1783], pp. 43-133) en el siglo XVIII. Sin embargo, veamos en detalle los axiomas de la teoría del caos, con el propósito de poder obtener una valoración más adecuada de sus limitaciones, y su evidente deuda con otras disciplinas o ideologías. 2.1 “Ley del vórtice” La creatividad natural o social produce orden a partir del caos, mediante la autorganización, pero dicho producto es diferenciado y a su vez inseparable del entorno (Briggs y Peat, 1999, pp. 1740). Se supone que el caos sigue una lógica de A y ⌐A (A y no A) al mismo tiempo. En la versión de Morin se le conoce como “autoproducción de sí”, y es el segundo mandamiento de su teoría de la complejidad (Morin, 2007, p. 61). En vista de que la realidad es frecuentemente caótica, se debe superar la lógica formal y pasar a una lógica material, o mejor, a una lógica dialéctica, la cual tolera aquel principio de autocontradicción, y renuncia a una formalización completa y consistente de una teoría. Esta consecuencia de la ley del caos también es expuesta por Morin en sus mandamientos doce y trece de la complejidad (Morin, 2007, p. 71). Y sorprende también cómo la “ley de los saltos”, en el marco de la lógica dialéctica de Lefebvre, es formulada casi en los mismos términos de aquellos principios (Lefebvre, 1980, p. 277). 2.2 “Ley de la influencia sutil” El caos opera mediante fenómenos no lineales o impredecibles que se retroalimentan, a partir de pequeños cambios en la mayoría de los sistemas, para producir cambios globales. Se supone una interconexión total de los elementos del sistema (Briggs y Peat, 1999, pp. 43-68), y se conjetura también que la realidad es frecuentemente caótica, y excepcionalmente ordenada. Aquí podemos inscribir el cuarto mandamiento de la complejidad de Morin, esto es, los sistemas siguen una relación “orden-desorden-interacciones-organización” 65


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(Morin, 2007, p. 64). Asimismo, estos principios corresponden en Lefebvre a la “ley de la interacción universal” de su método dialéctico (Lefebvre, 1980, pp. 275-276), confirmando una vez más la deuda que tiene la teoría del caos con el materialismo dialéctico. 2.3 “Ley de la creatividad y la renovación colectivas” Individuos comportados aleatoriamente pueden crear, mediante sus acoplamientos retroalimentados, nuevas formas colectivas ordenadas. Se conjetura así que la competencia de los individuos que actúan de modo impredecible está ligada siempre a la cooperación (que genera orden o estructura colectiva), esto es, A y ⌐A. Se supone también que los sistemas (naturales y sociales) se autoorganizan primero, y luego se descubren sus reglas (Briggs y Peat, 1999, pp. 7085). En esta ley se inscribe el tercer mandamiento de la complejidad de Morin, esto es, lo singular no constituye nada, es la interacción de estos elementos lo que constituye algo (Morin, 2007, pp. 61-62). Aquellos principios tienen su equivalencia en la “ley del desarrollo en espiral” de Lefebvre, al decir que la “vida es la unidad siempre renovada de lo singular y lo universal” (Lefebvre, 1980, p. 278). 2.4 “Ley de lo simple y lo complejo” Se afirma que la complejidad y la simplicidad coexisten en el mismo tiempo y espacio, siendo una el producto de la otra, o viceversa, mediante un proceso de interacción, repetición y retroalimentación. Este proceso es inherente al caos y explica sus productos; también se puede hacer equivaler a la autorganización. Y aquellos dos estados de los fenómenos representan la “unidad de los contrarios” (Nicolás de Cusa, siglo XV). Se supone que el caos genera tanto lo complejo como lo simple, y que el primero se atribuye a la aleatoriedad de lo individual, y lo segundo a una estructura u orden colectivo. De hecho, Lefebvre formula en este mismo sentido la “Ley de la unidad de los contradictorios” (Lefebvre, 1980, p. 276). La coexistencia entre lo singular y lo universal corresponde también al primer mandamiento de la complejidad de Morin (2007, p. 59), y se enmarca en su quinto 66


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y sexto mandamiento correspondientes a la noción de “retroacción” y “recursión organizacional” (Morin, 2007, pp. 65 y 67). La teoría del caos “nos invita a adoptar otras estrategias vitales”, a la luz de esta ley, pues advierte a las personas que el “equilibrio dinámico” (social o natural) implica que no se puede “hipersimplificar” la realidad, ni en las acciones ni en el pensamiento. La teoría del caos es también una ética o un estilo de vida (integrado), que retoma la “sabiduría tradicional”, como el misticismo sufí. La racionalidad de la dualidad genera opuestos irreconciliables por efectos de aquella hipersimplificación, pero en realidad cada opuesto contiene al otro (Briggs y Peat, 1999, pp. 104-126). En efecto, se trata en el fondo de una dialéctica de los fenómenos que se organiza aún por valores de verdad binarios o lógicas binarias, cuya sutil diferencia con el positivismo es la aceptación de la autocontradicción, esto es, los opuestos coexisten. Esta dialéctica no es para nada nueva, y está presente en los griegos (Heráclito y varios fisicalistas), en algunos teólogos medievales, en Hegel, Marx, Lefebvre (dada su cercanía con la geografía), en la ortodoxia del materialismo histórico y del materialismo dialéctico11, y en la teoría general de sistemas (Bertalanffy, 2007, pp. 28-29)12. 2.5 “Ley de los fractales y la razón” Los fractales son formas producidas por la acción de sistemas caóticos (naturales o sociales). Dichas formas tienen una estabilidad dinámica. Si son naturales, corresponde a la complejidad del mundo físico; si son representaciones, son modelos no lineales menos complejos que aquella, pero que se aproximan a los naturales. Los fractales están unidos a la experiencia estética y religiosa, por su naturaleza “formal”. De allí que la teoría del caos también acepte que debe estar Para una revisión de un autor consistente en el desarrollo de la lógica dialéctica véase Ilyenkov (1977, p. 289-371). 12 A propósito, Bertalanffy discurre en debates epistemológicos de la complejidad con un mayor conocimiento de sus limitaciones que sus teóricos canónicos, y aporta ejemplos de patrones causales, generalizables para la vida social y natural en muchos casos concretos. 11

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orientada por una “racionalidad estética”, que conjugue arte, ciencia analítica y lógica (Briggs y Peat, 1999, pp. 137-167). Aquí muchas veces se hace creer que el modelo matemático que representa la forma natural opera en intervalos con números irracionales; lo que no es cierto, pues ellos son previamente delimitados en los algoritmos con cantidades racionales o naturales. E igualmente, se hace creer que la teoría del caos, en aquella versión estética, es la invención de una cosmología más “integral” (“nueva clase de racionalidad”, le denominan los autores) que las cosmologías antiguas. No obstante, sistemas de saberes de este tipo están presentes en la sabiduría empírica de todas las culturas, de ayer y de hoy, con la diferencia de que no han sido parte de un poder político hegemónico para propalar sus representaciones dominantes del mundo. De hecho, contra aquella clase de racionalidad es que se constituyen los sistemas de poder que conocemos, a excepción de sistemas comunitarios pequeños en población y con un poder central débil. Aquí se manifiesta de nuevo una “indiferencia” de esta teoría respecto a los problemas sociales, en los cuales el poder centralizado con poblaciones masivas persiste históricamente en una racionalidad controladora y simplificadora, cuyas retroalimentaciones –del poder– no se superan fácilmente, por la sencilla razón que profundizan en la naturaleza humana las psicopatías egotistas y destructivas. En efecto, estas patologías solo son corregibles con racionalidades políticas colectivistas, y resistencias sociales desconcentradoras del poder, las cuales, paradójicamente (y sin garantías constatables de que sean superadas en una suerte de teleología del progreso), pueden caer en las mismas psicopatías de sus antiguos “enemigos de clase”. Por otro lado, y como una consecuencia de las anteriores leyes, si lo simple y lo complejo, lo ordenado y caótico, lo global y lo singular, tienen relaciones de cooperación o coexistencia, ¿por qué no denominar esta ciencia teoría del orden, o teoría del orden a la inversa? Si solo podemos tener intuiciones, sensaciones, experiencias místicas, o iluminaciones religiosas, del caos, y solo le podemos atribuir por estas vías vaporosas de representación o cuasicognitivas, su existencia primigenia y causa primera de todo orden, ¿por qué 68


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no admitir que su comprensión o teorización estricta no es posible (sin dejar de observar sus respectivas intuiciones de la legalidad del caos), y abocarnos a la comprensión de los fenómenos naturales y sociales por las vías de una cognición más integrada, pero orientada por la constatación empírica, esto es, una teoría del orden fundada en la experiencia racional y estética a la vez? La única respuesta posible a esta pregunta consiste en una especie de fetichismo del caos, que a la sazón no reconoce ampliamente otros esfuerzos milenarios o locales de sistemas estético-racionales de cuño cosmológico. De hecho, es posible hacer ciencia empírica o teórica con estos enfoques multiescalares (distintos niveles de espaciotemporalidad) y multicriteriales (distintos niveles de valoración cuantitativa y cualitativa), sin excluir aquellas premisas metafísicas de la teoría del caos, superando parcialmente las ciencias positivas (cuyas premisas metafísicas son otras), pero admitiendo sus métodos esenciales de constatación empírica, los cuales serán necesariamente menos pretensiosos, menos universalizantes y menos inductivistas, debido a las mismas exigencias de las leyes del caos (que serían las mismas premisas de una teoría del orden así entendida). En efecto, hasta hoy solo podemos constatar algo mediante los recursos experimentales o lógicos elaborados en la matriz de las ciencias positivas o neopositivas. Aún más, si pretendemos derivar de la teoría del caos, saberes científicos sintéticos o de la totalidad (o del ser, lo que es actualmente un mero acto metafísico), solo podemos validarlos mediante aquellos recursos, deuda experimental que a propósito no ha sido saldada ni por la teoría del caos, ni por su versión “euroinstitucional”, la teoría de la complejidad (cuyo exponente clásico es Morin)13. A propósito de los resultados empíricos de las leyes del caos, solamente encontramos un arsenal de analogías geométricas (euclidianas, no euclidianas y fractales) entre fenómenos naturales, o entre fenómenos naturales y sociales. Pero dichas analogías, que están realmente en función de la escala o posición del observador y de sus criterios perceptuales, y no en función de una representación de las cosas mismas (otra forma de realismo ingenuo y crítico), no prueba en estricto las leyes o mecanismos causales que hacen posible tales semejanzas o equivalencias estructurales. Véase en este sentido las ilustraciones de los libros de Briggs y Peat (1989; 1999), y se constatará que no hay ninguna prueba que explique las causas físicas o psicológicas concretas de las analogías (o conexiones) 13

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Por otro lado, es evidente que la racionalidad estética y ética de la teoría del caos fatiga su condición científica14 (no entendida en clave positivista, sino en su sentido más débil, anotado arriba); paradoja que solo es resoluble con una inusitada y extraordinaria epistemología ético estético racional de sofisticados balances dinámicos de estos polos opuestos. Se trata de nuevo de la utopía social con fundamento en el epicureísmo, el romanticismo alemán y el socialismo utópico, de lo que Foucault llamó “la vida como una obra de arte”, que en una versión “descolonial” latinoamericanista solo es posible con una insondable epistemología político ético estético racional de la vida cotidiana de los pueblos. 2.6 “Ley de los rizos fractales de la duración” Afirma que hay que vivir en la dimensión del tiempo fractal, de la misma manera que hay que vivir en la dimensión del espacio fractal de la anterior ley mencionada. Existen distintas experiencias de la duración, o la experiencia del tiempo del reloj no es la única. De este modo, la experiencia íntima o interior de la temporalidad es un fenómeno no lineal, singular, aleatorio, y toma formas temporales impredecibles, tal como se predica de las formas espaciales inconmensurables (fractal espacial). Solo gracias a la autorganización de las temporalidades singulares, se pueden producir ordenaciones temporales globales. En fin, el tiempo fractal tiene matices infinitos, y solo el tiempo mecánico es lineal y delimitable. De hecho, este tiempo es el de la ciencia y el comercio (Briggs y Peat, 1999, pp. 170-190). Para Morin, esta ley se inscribe también en su segundo mandamiento de la complejidad (Morin, 2007, p. 61). Y en una versión materialista se puede identificar con la “ley del movimiento universal”, formulada por Lefebvre, que no es otra cosa que buscar espaciales entre dichos fenómenos, a excepción de intuiciones como “se gobiernan por el caos”, “se autoorganizan de manera semejante”, “se retroalimentan del mismo modo”, “interactúan de la misma manera”. Se debe aclarar de paso que aún en las ciencias del caos, los mecanismos causales o multicausales se emplean de modo generalizado para explicar algo, pues hasta ahora no ha inventado otra forma de “mostración” o “demostración”. 14 Pues la ciencia tiende por su naturaleza cognitiva a simplificar la realidad, y la ética y la estética tienden por su naturaleza cuasicognitiva a complejizarla. 70


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el “movimiento esencial” de la “conexión de las cosas” (Lefebvre, 1980, p. 276). En realidad el fractal, espacial o temporal, es una sinonimia de las formas espaciales y temporales de lo infinito y transfinito, nociones ya introducidas por Cantor en el siglo XIX. Su giro metodológico consiste solamente en aplicar dichas nociones a los fenómenos naturales y sociales. 2.7 “Ley de la corriente de una nueva percepción” La teoría del caos impone una percepción de un mundo interconectado, orgánico, fluido, en fin, una percepción de la totalidad. Esta es caótica, y en el caso de la tierra, opera como un organismo vivo, es decir, como Gaia, a propósito de Lovelock (Briggs y Peat, 1999, pp. 192-213). Esta ley se corresponde con el séptimo mandamiento de la complejidad de Morin, denominado: “no desunir, sino distinguir los seres de su medio” (Morin, 2007, p. 68). Aquí de nuevo se cree, en particular Morin, que hay conocimientos “ciertos” que no necesitaron del medio, y que otros requieren de él para poder progresar. En efecto, lo que se ignora es que la validez del conocimiento científico no pasa por el problema parte-todo, sino por la escala y criterio de trabajo del observador, factores que en realidad son los que definen en consecuencia el tipo de relación parte-todo. Se trata de nuevo de substancializar un orden para unos fenómenos “simples”, y substancializar un caos para unos fenómenos “complejos”; suponiendo una “verdad” científica dura para unos, y una “verdad” científica en progreso para otros. De otro lado, el realismo de la mayoría de los autores de la complejidad les impide ver el problema de la “validez” del conocimiento en una perspectiva más ajustada a los hechos de la experiencia15, esto es, Respecto a esto Morin escribe: “En el límite, esta mesa puede aún existir tras nuestra vida, nuestro aniquilamiento, aunque no tuviese ya la función de mesa; eso sería lo que continuaría su existencia. Pero los dioses morirían todos desde que cesáramos de existir” (Morin, 2007, p. 77). Este es el típico razonamiento del positivismo, o de un teórico de la complejidad con fuertes lastres positivistas. 15

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una epistemología escéptica (fundada en Hume, 1739, Secciones 2 y 14; Wittgenstein, 1918, Numerales 1-4.53 y Popper, 2002[1935], pp. 3-26, especialmente16). Este tipo de lenguaje científico renuncia a hacer pasar por evidencia sensible lo que no lo es para una época determinada (gravedad, dios, mitos, sueños, libertad, belleza, utopía, amor, etc.), pero no renuncia a constatar su evidencia inteligible o subjetiva. Admite que por medio del lenguaje no podemos mostrar ninguna conexión física entre el lenguaje mismo y el mundo físico que pruebe su poder de representación, es decir, no podemos establecer si es una proyección físicoespacial (como el primer Wittgenstein creía), o una adecuación por correspondencia (como cualquier realismo admite), o una aproximación (como ciertos positivismos arguyen). Ante esta limitación, solo puede afirmar que su relación con el mundo físico es instrumental, o bien para predecir sus comportamientos, o bien para manipular con más eficiencia sus objetos, o para ejercer poder sobre la voluntad humana. Y en vista de que los procesos de generalización no pueden agotar todos los casos de una investigación, y que están influenciados por axiomas, hipótesis e intereses en todos sus actos cognitivos, es mejor admitir que la validez de su lenguaje depende del contexto social e instrumental de las investigaciones, y no de su poder objetivista. Es decir, es menos pretensioso y ajustado a los hechos “falsar” teorías (a decir de Popper) y aceptar que son construcciones sociales, antes que derivados realistas. Finalmente, dado que la experiencia consciente de los hechos son la única fuente de constatación de su existencia (sean hechos singulares, definidos por nuestra escala natural antropométrica de la percepción, o sea, conjuntos de hechos del mismo tipo o de varios tipos, definidos también por aquel criterio antropométrico), es más ajustado a la evidencia aceptar que no podemos probar su existencia cuando no se hace presente aquella consciencia, y que la intersubjetividad (o la comunicación humana en general) constituye nuestra única vía de acceso a los hechos que no han sido percibidos por “todos”. Para una relectura de las epistemologías dominantes en el mundo científico y sus relaciones generales con la geografía, véase un resumen crítico y escéptico en Castree (2005, pp. 73-75) y Rhoads y Thorn (1994, pp. 92-95). 16

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En consecuencia, los hechos singulares o generales, no ofrecen ninguna evidencia de que existan si no se hace presente su consciencia, y dado que la intersubjetividad es una vía de transmisión de la experiencia de los hechos, siempre es posible “sospechar” que los hechos referidos por el hablante nunca ocurrieron. Estas aclaraciones son claves para revisar el tema de la verdad o validez del lenguaje o las teorías, pues ninguna puede abstraerse de nuestra limitación de no poder probar lo que no se percibe, y de no poder asegurar con certeza un hecho o una ley sobre los hechos por la vía de la comunicación. De este modo, no solo los enunciados de lo singular y las generalizaciones contienen sistemas de creencias (o intereses, como mencionamos arriba) por no poder acceder a los objetos mismos y a su “cardinal” completo, sino que además están revestidos de creencias intersubjetivas (“creer en lo que dice el otro”). Dichas creencias operan en el lenguaje cotidiano (de la vida social) y en el lenguaje de la ciencia, y explican la pertinencia de un fuerte criterio de falsabilidad de todo enunciado, especialmente en la ciencia, y explican la naturaleza conflictiva de la “verdad” en el lenguaje cotidiano de la arena social. Por tanto, la realidad misma no es ni caótica ni ordenada, debido a que no es posible probar una cosa o la otra, y evidentemente solo sabemos que aparece ante nosotros, o bien definida, o bien aleatoria, o bien contradictoria, según la escala espaciotemporal y el criterio valorativo de nuestras percepciones. Al respecto, la geografía tiene casos aplicados (pero aún con algunas improntas positivistas) de este axioma cognitivo, por ejemplo en Clifford, French y Valentine (2010, pp. 11-12) y Wohl (2010, pp. 253-268). 3. Límites de la teoría del caos y la complejidad En resumen, el problema de la complejidad reside en biologizar el caos, subsumirlo en la naturaleza como lo hizo Aristóteles con las esencias. En efecto, no es constatable científicamente cualquier forma de esencialización, dadas las limitaciones de la percepción humana y del lenguaje. Lo único que podemos afirmar es que a determinada 73


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escala epistemológica las cosas aparecen ante la percepción como ordenadas o no ordenadas, y que no podemos nunca constatar o probar que este orden mismo subsiste en la realidad, tal como lo afirman Morin, Prigogine, y otros. Adicionalmente, con relación a la geografía, creer que cierto patrón espacial de la ciudad sigue el mismo patrón de un fluido, hace suponer que las leyes de la complejidad reducen la complejidad misma, pues decir que las formas orgánicas tienen analogías estructurales con el mundo social, es por ahora pura metafísica. El problema de estas analogías es que pretenden predecir el comportamiento de los sistemas como si estuvieran regidos por el mismo patrón. Y aún si se encontrara un patrón que los homologara geométricamente, solo podremos decir que a esa escala se percibe la misma configuración, y no que la esencia de los dos fenómenos sea la de seguir el mismo patrón. La deuda de una ciencia sintética de un amplio conjunto de fenómenos aún no está saldada, pues antes que nada debe pasar a los niveles de explicación estructural, causal, o multicausal, de las configuraciones espaciales, y no conformarse con estas. Ciertamente, lo interesante de la teoría de la complejidad es que sus analogías ayudan a recrear un lenguaje más polivalente, o con más movimiento. Expresiones tales como “topofagia”, “metástasis”, “progresión”, “mecanismos antagónicos inhibitorios”, “apoptosis” (resistencia a la extinción normal), “neoplasma maligno” (analogía con el crecimiento urbano), hacen, por supuesto, un énfasis muy productivo en lo multicausal y las interconexiones de los objetos. De acuerdo a lo anterior, debemos aceptar que por ahora las leyes, principios o mandamientos de la complejidad o el caos, se mueven en un plano eminentemente metafísico, tal como lo hace a su manera los axiomas de las ciencias positivas, de la lógica dialéctica y de la teoría de sistemas. 4. Complejidad y geografía La teoría de la complejidad o del caos, usualmente se aplica a los fenómenos en general, a través de sistemas de modelación matemática, 74


Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana

o mediante estudios cualitativos (Hepple, 2009, p. 105). Tal como advertimos arriba, estas modelaciones no explican estructuras causales o multicausales de fenómenos generales, y solo en algunos casos de hechos singulares. En cuanto a los primeros, solo subsiste una analogia entis, a decir de Aristóteles, entre los fenómenos singulares relacionados; y en cuanto a la segunda, la legalidad “descubierta” del hecho singular es meramente descriptiva, u obedece a formas de representación espacial de sus cambios, muy refinados por cierto. No obstante, las leyes sociales e históricas, la físicoquímica, o la biogeoquímica, según sea el caso, de los acontecimientos caóticos o complejamente ordenados, sigue quedando en el limbo, y la promesa de una síntesis de su totalidad siempre se pospone. En efecto, solo se limitan a volver a las ciencias analíticas, con cierto aire metafísico, para poder explicar sus estructuras causales al modo positivista tradicional. En este marco de trabajo, la geografía ha podido beneficiarse de estas intuiciones geométricas, en tanto que ayudan a ver el contexto general de los objetos de estudio y sus interconexiones siempre dinámicas, no sin antes reconocer que tal estilo de trabajo investigativo puede ser perfectamente abordado desde la lógica dialéctica tradicional, o desde un positivismo debilitado o regional. En sistemas urbanos y regionales, se han aplicado conceptualizaciones matemáticas o cualitativas, con trabajos relevantes en el mundo anglosajón, según Hepple (2009, p. 106), de Allen (1997), Portugali (2000), Manson (2001), O’Sullivan (2004) y Wilson (2000). Y en lo que respecta a la geografía cultural se han introducido recursos metafóricos de los modelos complejos (como contingencia, diferencia, retroalimentación, desorden, local-global, complejidad global) para estudiar el espacio social. Se destaca en opinión de Hepple (2009, p. 106) el trabajo de Urry (2003) y Thrift (1999). De otro lado, la noción de fractal (modelada matemáticamente o no, y vista en clave positivista, es decir, como formas irregulares e inconmensurables que existen en la naturaleza por sí mismas) se ha aplicado a cualquier fenómeno natural o social (olas, árboles, ríos, redes) en distintos estudios de geografía física. En trabajos de geografía humana, se han servido de ella para investigaciones en 75


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morfología urbana y modelos de crecimiento urbano (con ciertos niveles de predictibilidad). Harris (2009, p. 263) considera de interés los trabajos de Batty and Longley (1994) y Batty (2005). Asimismo, la geografía ambiental se ha visto influenciada por la teoría del caos (en maridaje con el postestructuralismo), al igual que la geografía histórica, mediante modelos de investigación de una “ecología científica” (estabilidad y clímax de complejos vegetativos). Al respecto, Wynn (2009, p. 200) destaca los estudios de Demeritt (1994, 1998, 2001), Braun (2003), Castree (1995), Braun y Castree (1998) y Castree y Braun (2001). Al tener que lidiar con problemas epistemológicos, la teoría del caos ha tenido el mérito de estimular el debate sobre la definición de lo “natural”, las “fronteras” entre lo natural y cultural, y qué tipo de “ciencia” se requiere para abordar asuntos complejos. Autores como Asdal (2003), Worster (1990) y Cronon (1995), cuentan con avances interesantes en opinión de Wynn (2009, p. 200). Al mismo tiempo, es evidente que ha fomentado una fuerte discusión sobre las relaciones entre el poder y el conocimiento, lo que ha implicado la incorporación de reflexiones sobre el ambiente, la ética y la justicia social (“codicia del capital” y “soberbia humana”), según refiere Wynn (2009, p. 200). 4.1 Complejidad y geografía latinoamericana En el plano de la literatura latinoamericana, la complejidad ha ingresado en las ciencias sociales de modo accidentado y casi escolar. Así, se comprueba una incorporación facilista o superficial de los modelos o narrativas anglosajonas, especialmente, sin reparar en sus antecedentes positivistas o materialistas. Muchas veces se presentan interpretaciones forzadas de la teoría, para explicar fenómenos sociales relativamente fáciles de interpretar con métodos tradicionales, como la sociología parsoniana, o la teoría general de sistemas. De hecho, los resultados son pobres en la medida que la pesada estructura de la complejidad no arroja patrones explicativos prácticos17. Un ejemplo interesante del modo como la teoría general de sistemas y de los problemas complejos ingresaron a Colombia, es un trabajo dirigido por Carlos Vasco sobre 17

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En cuanto a la geografía latinoamericana, debemos decir que la teoría de la complejidad no ha logrado consolidar un ejercicio sistemático propio de investigación. Los modelamientos que se han realizado contienen altos niveles de formalización, pero sin contenidos materiales apropiados. Estudios urbano-regionales con formas geométricas automatizadas sin geohistoria, ni sociología urbana y “rurbana”, por ejemplo. Inclusive, los teóricos más consagrados especulan con formulismos tautológicos (los que a la sazón son abundantes en las teorías fundacionales del caos y la complejidad), que producen verdaderos edificios metafísicos del espacio, o mejor, galimatías del mismo. Por ejemplo, constátese esto: El espacio no es algo que esté “al lado de otros” objetos físicos, sino que es condición de existencia de éstos. Quedan así descartadas las concepciones que substancializan el espacio y aún aquellas que los presentan como un continente homogéneo, en el cual están las cosas ocupando (o dejando vacío) el espacio mismo (…) El espacio es, pues, la condición categorial de lo extenso, pero no es extenso en sí mismo. El espacio no existe por sí mismo. Como ocurre con el tiempo, su momento categorial fundamental es la dimensionalidad. Pero es imposible que las dimensiones existan más allá de aquello de lo cual son las dimensiones (Coraggio, 1994, pp. 28-29).

La primera impresión de un lector ilustrado es la confusión total. Pero más allá de ello, la reflexión indica la profunda dificultad que hemos tenido para comprender la “totalidad” del espacio en general, y del espacio geográfico en particular. Haciendo referencia al sistema territorial, escribe Boisier:

“aplicaciones de la teoría general de procesos y sistemas a la problemática educativa”, que a pesar de ser un opúsculo reflexivo suscitado por las premisas de aquella teoría, no le hace justicia a ningún problema concreto de la educación colombiana, en tanto que sustituye con la intuición intelectual las experiencias comunicativas y sociales en general de toda la comunidad educativa. De hecho, se puede leer esto: “mientras parece que las máquinas se autocontrolaran, las personas dan la impresión de no haber cultivado esa capacidad y, al contrario, los gobiernos tienen que dedicar altos presupuestos a imponer el orden por medios externos, o sea, por heterocontroles”. En efecto, esto es lo que sucede con la teoría de la “totalidad” sin la experiencia de lo singular: una tautología discursiva. Véase Vasco et al., 1995, pp. 491-531. 77


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Hay tres maneras de enfrentar el problema de controlar un sistema. Se puede reducir la variedad, mediante mecanismos reductores que disminuyan las interacciones entre los elementos del sistema, que reduzcan los estados posibles. Estos reductores, en los sistemas sociales, son normas, valores, costumbres, leyes, pautas culturales, etc. Se puede, alternativamente, amplificar la variedad, aumentando la complejidad del elemento de control hasta equipararla con la del sistema controlado, en el ejemplo del refrigerador doméstico su elemento de control es el termostato, que tiene un grado mayor de variedad o complejidad que un interruptor eléctrico, puesto que el termostato interactúa con el refrigerador, o sea, al pasar del interruptor al termostato se amplificó la variedad. Hay que notar que esta segunda posibilidad, la ampliación permanente, puede llevar a situaciones prácticas imposibles de manejar, por tanto es la reducción de la variedad o de la complejidad del entorno acompañada de un aumento de la variedad o complejidad del sistema la forma adecuada de evitar el caos. Hay una tercera manera de tratar la cuestión del control del sistema: absorber la variedad. Se dice que en Occidente se usa como método tradicional de control la reducción de la complejidad, en tanto que en China se usa la absorción de la complejidad, todo ello debido a patrones culturales diferentes (Boisier, 2005, p. 47).

Reducir la complejidad del entorno y aumentar la complejidad del sistema territorial para no caer en el caos, es la fórmula para encontrar otra forma de desarrollo, especialmente en nuestros países. Esta dialéctica, en realidad de inspiración hegeliana o marxista, no dice nada en concreto respecto a los condiciones de posibilidad de otro desarrollo, ni nos ubica en un camino reflexivo distinto al que ya conocemos con las viejas teorías revolucionarias leninistas. Ahora bien, tratar el sistema territorial al modo de un conjunto de interacciones que incrementan sus interacciones (impredecibles por demás), y disminuir las relaciones de retroalimentación con el entorno para facilitar su control (aumentar su predictibilidad), desdice de la misma teoría del caos, pues no se trata de evitar el caos del sistema, sino de mejorar su autorganización a partir de sus elementos aleatorios, o sea, formular reglas que ya operan en algunos casos de autorganización. De hecho, hacer más complejo el sistema no mejora para nada las posibilidades de su regulación, pues su efecto directo será la producción masiva de elementos no 78


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predecibles, a no ser que se suponga que todo sistema complejo necesariamente tiene un equilibrio dinámico, lo que al menos no es cierto para la teoría del caos. Finalmente, se pueden encontrar despliegues místicos en otros autores que insuflados por la complejidad y otras narrativas, acometen formulaciones de este tipo: Capra cree que es posible establecer la actividad que organiza los sistemas vivos, en todos los niveles de vida con su idea de la actividad mental; para él, las interacciones de un organismo vivo (…) con su entorno, son interacciones cognitivas: vida y cognición están indisolublemente vinculadas y la mente –la actividad mental– es inmanente a la materia en cualquier nivel de vida (Giraldo, 2003, p. 42).

Si esto es así, entonces las ciencias se han convertido en una sola ciencia sin que nadie lo advirtiera, tal como lo soñó el joven Marx, y todos sus mecanismos de constatación empírica fueron reemplazados por la especulación metafísica, sin que el sistema de la ciencia del “todo” resultara cuestionado. Aún dándole crédito a la noología (“ciencias de las cosas del espíritu”) de Morin (2007, p. 78), sus desarrollos han sido realmente escasos. Se destaca hoy sus estudios estadísticos de la premonición o precognición, como una hipótesis cuántica de que el futuro (ya realizado) afecta el presente. Sin embargo, si Capra fuera constatado, toda doctrina sobre el libre albedrío sería cuestionada, y seríamos de nuevo el juguete de un dios panteísta, ahora secularizado y menos intervencionista. En efecto, son ya conocidas en Latinoamérica las divulgaciones o aplicaciones de la geometría “fractal” (con fuertes “reducciones” de los R, evidentemente18) a situaciones de modelamiento de costas, ciudades, islas, cadenas montañosas, crecidas de los ríos, redes de distribución, clima, metabolismos agrarios, magnitud de terremotos, entre otros. Todo ello en virtud de un arsenal matemático que permite encontrar o estimar la dimensión “fractal” D (el grado de similaridad de la forma de un objeto cuando este es percibido a diferentes Conjunto de los números Reales. Y lo mismo aplica cuando se trata del manejo del conjunto C, o Complejos. 18

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escalas, gracias a los trabajos de Mandelbrot, 1975). Un ejemplo intuitivo de esta dimensión sería la “forma” del árbol que se “repite” cuando se detallan sus componentes. Esta noción se conoce como “autosimilaridad” (para un corto balance véase García-Naumis, 2002). Sin embargo, la autosimilaridad que puede presentarse entre las nubes y montañas; entre las crecidas de un río, los errores de las líneas telefónicas y las fluctuaciones de las acciones en la bolsa; o entre el sistema sanguíneo de los animales, vascular de los árboles, las redes de “internet”, la distribución de agua, electricidad y gas, y los drenajes del agua superficial, entre otras; solamente expresa una relación meramente formal, cuyos contenidos materiales están aún por definirse. De hecho, la geografía no puede conformarse con esas “analogías”, sino tratar de penetrar en su multicausalidad concreta, con la ayuda, por supuesto, de varias ciencias analíticas. De otro lado, reconocer de antemano que el “fractal” es solo otro instrumento de medición o control de los fenómenos, el cual emplea el mismo instrumental de las ciencias positivas, como el cálculo (geometría diferencial), ecuaciones diferenciales y métodos estocásticos, principalmente; y no la esencia misma de lo “inconmensurable”, tal como se suele decir entre sus divulgadores latinoamericanos. Conclusiones No es posible constatar una realidad caótica u ordenada en sí misma, debido a limitaciones inherentes a los actos cognitivos del hombre. Solamente se puede aceptar la existencia de una realidad determinada o aleatoria según la perspectiva del observador. La teoría de la complejidad y el caos exhiben pretensiones científicas que solo pueden constatarse con los métodos tradicionales del positivismo, lo que en efecto constituye una paradoja. Subsiste una indiferencia sospechosa de la teoría de la complejidad y el caos, frente a la política del saber, originada en las instituciones y poderes colonialistas. Esta “neutralidad valorativa del mundo”, cuya política se expresa en una especie de “budismo zen”, desconoce la dialéctica misma de los procesos históricos. 80


Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana

La geografía con enfoque en los discursos de la complejidad y el caos, no ha advertido sus limitaciones conceptuales y metodológicas, y especialmente, sus dificultades epistemológicas para dar explicaciones científicas en las relaciones socioambientales de los objetos espaciales. De hecho, lo que se comprueba es la defensa de una retórica metafísica de sus supuestos, y una “geometrización” de la ciencia geográfica, dejando de lado los elementos esenciales de la teoría social y las ciencias naturales analíticas, siempre presentes en la geografía moderna y posmoderna. La geografía latinoamericana ha recepcionado de manera ingenua los instrumentos formales de interpretación de los objetos espaciales inherentes a la teoría de la complejidad y el caos, muchas veces ignorando la inaplicabilidad de sus modelamientos geométricos en nuestros contextos concretos, y otras veces aplazando aproximaciones científicas analíticas que son indispensables para la comprensión de nuestros problemas socioambientales. Bibliografía Bertalanffy, L. V, (2007)[1968]. Teoría general de los sistemas. México: FCE. Boisier, S, (2005). Un ensayo epistemológico y axiológico sobre gestión del desarrollo territorial: conocimiento y valores. Santiago de Chile. Recuperado en mayo 5 de 2012, de http:// www.redelaldia.org/?Un-ensayo-epistemologico-y. Briggs, J. y Peat, F. D, (1999). Las siete leyes del caos. Las ventajas de una vida caótica. Barcelona: Revelaciones. Briggs, J. y Peat, F. D, (1989). Espejo y reflejo: Del caos al orden. Guía ilustrada de la teoría del caos y la ciencia de la totalidad. Barcelona: Gedisa. Castree, N, (2005). Is Geography a Science? En: Edited by Noel Castree, Alisdair Rogers and Douglas Sherman. Questioning Geography. Fundamental Debates. USA: Blackwell Publishing Ltd. 81


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Hacia una crítica de los discursos de la Complejidad y el Caos, y su recepción en la geografía latinoamericana

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CAPÍTULO II Hacia un modelo de estudio de actores y consensos para la construcción de políticas ambientales, y un nuevo ordenamiento ambiental colombiano

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La izquierda y el liberalismo en Colombia y Latinoamérica: actores políticos, paradojas del liberalismo, gobernabilidad, paradigma de bienestar y desafíos de la elección racional Resumen La historia reciente de los líderes de la izquierda colombiana merece una mirada reflexiva y crítica, en el marco de las experiencias de la izquierda latinoamericana. De este modo, se tratará de conceptualizar la personalidad social de sus líderes y militantes, intentando valorar los contenidos de sus plataformas ideológicas, en una perspectiva “antiliberal” y descolonial. Asimismo, se estudiarán los desafíos políticos y epistemológicos implicados en estas plataformas ante un complejo campo de relaciones sociales, económicas y ambientales inherentes a la realidad colombiana y latinoamericana. 1. Los actores políticos Se han identificado en Colombia tres actores políticos que definen el quehacer de nuestra izquierda: líderes fundacionales, militantes y ciudadanos simpatizantes. En el primer nivel se encuentran los “líderes naturales”, con amplia experiencia en la lucha electoral, la gestión pública y las instituciones legislativas, los cuales actúan, desde las corporaciones públicas, en el nivel mediático con golpes de opinión, y ofreciendo reformas sociales locales de relativo impacto cuando participan de la administración pública. Difícilmente estarán dispuestos a desarrollar debates ideológicos, o participar del diseño de un nuevo modelo de gestión pública, y en plataformas de confrontación activa del modelo económico vigente. Es una capa de actores definidos por los principios fundadores de la constitución política de 1991, que participan fuertemente de los canales institucionales, logrando representar frente al país los actores políticos más consecuentes con el espíritu de la democracia liberal colombiana.

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En esencia, se trata de una minoría de actores políticos mediáticos de izquierda fuertemente institucionalizados, con algunos matices que caracterizan perfiles de trabajo específicos: unos apoyados en sus redes clientelistas, pero necesarias para la supervivencia de sus movimientos; otros apoyados en sesudas denuncias públicas; otros respaldados por una tradición de lucha social; y otros acompañados de una “gestión decorosa” en instancias decisorias del poder. No son arquitectos de un nuevo modelo de Estado, son los refinadores de los viejos mecanismos de implementación de las políticas públicas, lo que los convierte en piezas claves de las instituciones democráticas, y los subsume en una red inextricable de mecanismos legales de acción (Stolowicz, 2004; Chávez, 2004). Por ello mismo, frente a los militantes de base solo pueden construir apoyos virtuales; como diseñadores de políticas, solamente pueden “diferenciar” los efectos adversos de las mismas sobre la población; y como líderes alternativos, solo pueden contribuir al fortalecimiento de un partido de izquierda desde los medios de comunicación, lo que a su vez los obliga a “compensar” a una amplia red de líderes sociales y amigos para instalarse de nuevo en sus corporaciones o administraciones. A falta de base social, deben exacerbar sus mecanismos de participación mediática, y oxigenar sus redes clientelistas cada vez que les sea posible. En efecto, la vía de la toma de las instituciones democráticas constituye, para ellos, el camino más eficiente para la modernización del Estado, o lo que es lo mismo, para la construcción de una democracia social de una fuerte influencia europea. La apuesta es bastante clara, la construcción de un primer Estado social en Colombia, mediante la lucha electoral, con el uso de instrumentos tradicionales o mediáticos, a fin de orientar socialmente el mercado y garantizar un mínimo de dotaciones públicas para toda la población. Evidentemente, con dos referentes importantes: el modelo económico y administrativo del “Estado de bienestar” europeo de la Segunda posguerra, y el modelo de “Estado social” en construcción en Uruguay y Brasil, principalmente (Stolowicz, 2004).

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Por ello, aquellos líderes naturales no discuten modelos, pues consideran que su estructura fundamental ya está inventada y sistemáticamente probada; y por tal razón concentran todos sus esfuerzos en las contiendas electorales y los golpes mediáticos. En vista de ello, su escogencia de candidatos a las elecciones, solo puede obedecer a la regla del mayor “consenso” de ciudadanos en sus preferencias electorales, y no al mayor consenso de inclinaciones ideológicas. Los éxitos de la socialdemocracia europea (desde verdes hasta socialcristianos han participado), y los éxitos de la nueva izquierda funcional latinoamericana, representan para ellos su umbral de trabajo político y sus metodologías de trabajo social (Bahro, 1980; Goldfrank, 2004; Hardt & Negri, 2002; Meny & Thoenig, 1992). La plataforma política de estos líderes naturales se puede entrever en cada una de sus actividades, pero también se puede leer en los modelos sanitarios de Suecia y Dinamarca, en los modelos legislativos del Bundesrat alemán, en los modelos de participación democrática local suiza, en los modelos productivos cooperativos o solidarios vascos y catalanes, o en los modelos de seguridad social franceses (Morata, 2000). Y también se pueden estudiar en los modelos de inversión social eficiente de Uruguay, en los modelos de gestión pública participativa de Brasil, y hasta en las versátiles políticas macroeconómicas de Argentina de los últimos años (Goldfrank, 2004; Chávez, 2004). El segundo nivel de actores se puede distinguir en la siguiente definición: son militantes de una izquierda tanto institucionalizada como radicalizada. Los primeros representan los actores más identificados con los líderes fundacionales, y los segundos representan actores coyunturalmente alineados en sus partidos. Aquellos militantes institucionalizados (donde se cuentan los cuadros y muchos académicos) perciben en ellos la oportunidad de constituir aquel “Estado de bienestar” históricamente aplazado, y cada uno, desde sus intereses, está dispuesto a contribuir al fortalecimiento de las organizaciones políticas, con argumentos pragmáticos o refinados, en aras de la “gran unidad de la izquierda colombiana”.

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De hecho, la mayoría de estos actores son empleados públicos sindicalizados, contratistas temporales, o intelectuales que hacen significativos aportes desde sus espacios laborales. Siendo unos militantes activos, constituyen los cuadros políticos de base más determinantes, y los agentes mediadores más versátiles entre los militantes radicalizados. Y efectivamente, son los únicos canales de comunicación e intervención política de los líderes de nivel regional o nacional, y constantemente traducen con suma destreza los lenguajes académicos y las narrativas políticas, a fin de suministrar alternativas de solución a los problemas internos de sus organizaciones, o discursos propositivos y retóricos a aquellos líderes fundacionales. Casi siempre desempeñan actividades organizativas, pero con fuertes esquemas de trabajo de la izquierda tradicional colombiana: lenguajes simbólicos sectaristas, lenguajes de exclusión de grupos, lenguajes de defensa dogmática de presupuestos ideológicos, formas organizativas de trabajo lentas e ineficientes, lenguajes carismáticos y retóricos, lenguajes de autorreferencia intimidantes, y una fuerte práctica de desmantelamiento de una comunicación desprevenida y tolerante, por la defensa de una comunicación reduccionista, prejuiciosa y mentalmente perezosa (con base en Gutiérrez, 1966). En la mayoría de los casos son actores ejemplarmente funcionales en la lucha electoral, la retórica alternativa, y la traducción ideológica de lenguajes académicos, pero radicalmente disfuncionales en la construcción de militantes de base, especialmente jóvenes. Generalmente aspirando a ingresar al selecto grupo de los líderes de izquierda de envergadura nacional, algunos participan de las redes clientelistas, otros juegan su papel en la logística política alternativa de sus regiones u organizaciones, y otros se desempeñan en actividades burocráticas, casi siempre públicas, con el propósito de constituirse en el arquetipo eficientista del servidor público (Goldfrank, 2004). Aquellos militantes radicales, representan los lenguajes más ácidos, pero también más creativos de la izquierda colombiana. Bastante perspicaces unos, y dogmáticamente incurables otros, constituyen la fuerza militante de base más productiva. Son estos actores los que construyen interesantes experiencias culturales en distintas regiones 90


La izquierda y el liberalismo en Colombia y Latinoamérica: actores políticos, paradojas del liberalismo, gobernabilidad, paradigma de bienestar y desafíos de la elección racional

del país, contribuyen al fortalecimiento de las organizaciones sociales de base y de las redes sociales alternativas que pueblan el territorio nacional. Militantes que continuamente inventan y reinventan formas de lucha y resistencia social, y nutren los proyectos de izquierda con nuevos militantes de base. Se trata de una izquierda no institucionalizada, armada de discursos pachamamistas, neoestructuralistas, contracratológicos, entre otros, adiestrada en los discursos criollos de la acción participativa, y característicamente antisistémicos (Bahro, 1980; Gow, 2005; Rappaport, 1984; Hardt & Negri, 2002). Generalmente disfuncionales en el manejo de la cosa pública, exigen transformaciones estructurales de la realidad colombiana, al mismo tiempo que participan en buena parte de las jornadas de resistencia, movilización y protesta que se desarrollan en sus regiones. Más identificados con los proyectos de Estado del Chavismo y Evo, y bastante críticos con las experiencias de good governance del Cono Sur, prefieren enfrentar debates espinosos de teoría política y económica, y resolver de un “solo golpe” las paradojas fundamentales de la epistemología contemporánea. En efecto, buena parte de este estrato de militantes son desempleados o subempleados, estudiantes universitarios e intelectuales polifuncionales (es decir, contratistas), los que a su vez representan una minoría dentro de la minoría de la izquierda. De hecho, caracterizan la versión más purista de la izquierda, recusan el clientelismo en cualquiera de sus formas, no aceptan donaciones de cooperación de EEUU (pero en muchos casos, sí de la Unión Europea), y se debaten en infatigables discusiones o intuiciones sobre nuevos modelos de bienestar, nuevos modelos de partido, nuevos modelos económicos, nuevas formas de cultura, nuevas formas de resistencia social, nuevos modelos de gestión pública, nuevas formas de gestión de los servicios básicos, en fin, nuevas maneras de construir el Estado. Evidentemente, se trata de un derroche de energía creativa, que quisiera instaurar un nuevo orden a contraluz de todo lo existente (Gow, 2005; Hardt & Negri, 2002). Finalmente, un tercer nivel de actores: los ciudadanos de a pie que apoyan, simpatizan y se identifican con la izquierda colombiana, o bien por los efectos mediáticos de sus figuras más visibles, o bien 91


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por una fuerte convicción en sus consignas, las cuales no han dejado de ser la siguiente tautología: reformas sociales, redistribución del ingreso, reforma agraria, superación de la pobreza, democratización de la riqueza, entre otras. Aquellos simpatizantes, fuertemente instalados en las capas medias de la población colombiana, no solo perciben una cierta imagen mesiánica de la izquierda empoderada, sino también una relativa capacidad de administrar, gobernar y despejar las fórmulas sociales que garanticen su bienestar concreto. A continuación, se revisarán los presupuestos ideológicos que cruzan a estos actores, y se explicitarán sus paradojas más relevantes, para finalmente volver sobre estos actores, a fin de discutir las implicaciones políticas de sus acciones sociales. 2. El “buen gobierno” A riesgo de simplificar los problemas fundamentales de la actual teoría política, todo paradigma de gobierno contemporáneo se enfrenta a cuatro escenarios de acción difíciles de ignorar: a) Las “reglas de juego” de las luchas sociales mundiales, poderosamente convalidadas y resguardadas, están dadas por la democracia política inherente al liberalismo (Hardt & Negri, 2002; Habermas & Rawls, 1998). b) La gobernabilidad no solo guarda una alta correlación con la resolución efectiva de las demandas sociales, sino también con la participación activa e incluyente de los actores sociales de base en las decisiones de gobierno (Meny& Thoenig, 1992; Alexander, 1996; Anastasi, 2003; Arnstein, 1969). c) La crisis persistente del Estado de bienestar (derivada de los efectos globales del liberalismo económico) ha obligado a los gobiernos a delegar en las élites económicas la prestación efectiva de los servicios básicos, reducir sus gastos de funcionamiento, debilitar sus sistemas fiscales (en un claro favorecimiento de los gremios económicos), consensuar decisiones con aquellas élites (la tecnocracia económica en ascenso en la Unión Europea es un buen ejemplo), consolidar 92


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mejores acuerdos comerciales para suplir la demanda interna y abrir sus fronteras nacionales a la inversión extranjera directa, con los subsecuentes efectos nefastos para unos, o muy positivos para otros. d) La constitución del modelo de bienestar occidental (además de ser ambientalmente insostenible), no solo conlleva el imperativo del mejoramiento progresivo de la “calidad de vida”, sino que propicia y fomenta un campo de intereses cotidianos altamente conflictivo e ingobernable (Fromm, 1976). En efecto, cada uno de los anteriores escenarios experimentan paradojas irreductibles, o mejor, solo resolubles mediante principios de acción verificables en la práctica social, y no mediante un proceso de argumentación racional, sereno y consistente, anclado en principios universales o metafísicos. Esencialmente, el socialismo real se funda en un principio de distribución igualitaria del bienestar individual y garantiza el pacto social –bienestar colectivo– mediante un sistema de decisión autoritario –Asambleas Nacionales–, y el liberalismo se funda en un principio de distribución diferenciada del bienestar individual y garantiza el pacto social mediante un sistema de decisión colectiva –Democracia Política–; y cada uno de estos principios invocan entelequias metafísicas como naturaleza humana, dios, derecho natural, necesidades biológicas, entre otras (Engels, 1976; Bahro, 1980; Habermas & Rawls, 1998) 3. Las paradojas del liberalismo Así pues, en el escenario de acción a), el liberalismo exige la práctica de la democracia política, en tanto que es el único escenario de decisiones colectivas en el que es posible diferenciar el bienestar individual de manera duradera, eficiente, y sin poner totalmente en riesgo el pacto social. Sin embargo, este escenario experimenta las siguientes paradojas: 3.1 La paradoja de escala, esto es, comunidades “desarrolladas”, fuertemente autogestionarias, y con un eficiente desempeño económico, solo pueden derivar un incremento adicional de su bienestar a costa del detrimento del bienestar de otras comunidades 93


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locales, regionales, nacionales y hasta subcontinentales. Alcanzado un mínimo bienestar colectivo, el imperativo del bienestar individual diferenciado le exige al sistema democrático una política económica mucho más liberal y agresiva a fin de mejorar progresivamente los costos de oportunidad de sus capitales. Asimismo, comunidades “subdesarrolladas” y con pobres desempeños económicos, especializan (en virtud de la presión de las élites económicas) sus sistemas democráticos para la implementación de políticas económicas que garanticen un mejoramiento adicional de su bienestar colectivo, mediante la “venta o transferencia” de los “recursos” necesarios a aquellos mercados del norte (materias primas y fuerza laboral, especialmente) para alcanzar el “desarrollo”. Por tanto, al mismo tiempo que aquellas comunidades “desarrolladas” practican la democracia política de manera ejemplar, gracias a que su estructura de decisiones colectivas les ha asegurado un éxito relativo, fomentan la desfundamentación de la democracia misma en otros lugares del mundo. Al mismo tiempo que aquellas comunidades “subdesarrolladas” requieren de sistemas democráticos incondicionalmente implicados en el fortalecimiento de aquellos mercados del norte, retroalimentan un sistema democrático liberal mundial, pero abiertamente expoliador, y destruyen las premisas mismas para alcanzar su propio “desarrollo” y consolidar su propia democracia. La paradoja consiste pues en que la práctica consecuente de la democracia política en el marco del liberalismo económico hace inviable la globalización de la democracia misma. 3.2 La paradoja del mínimo vital: Un mínimo bienestar colectivo está fuertemente asociado con la profundización de la democracia política, el fortalecimiento de la participación ciudadana y la construcción de consensos políticos. No obstante, los logros esperados del sistema democrático, derivados de una política de garantías del mínimo vital, aún no aparecen en toda su dimensión, excepto por una consolidada democracia representativa, es decir, un consolidado sistema de democracia electoral, una aceptable cultura civilista, y una mínima división de poderes.

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En efecto, lo que ya se evidencia en los países “desarrollados” es el fortalecimiento de una democracia corporativa (el sueño de la tecnocracia mundial), en cuyas dinámicas se simula la participación y el control ciudadano con la intervención directa en la agenda de gobierno de distintos grupos de presión altamente cualificados y fuertemente vinculados con las élites económicas. De hecho, las altas tasas de abstención aún persisten, como también la ausencia de ciudadanos de base en la toma de decisiones locales y regionales. Al mismo tiempo que la democracia política garantiza un mínimo bienestar social mediante controles razonables del liberalismo, destruye el fundamento de la democracia, pues el orden de preferencias de este homo oeconomicus, una vez asegurado su bienestar material, no es afianzar primero su voluntad de ciudadano político, sino, antes que nada, afirmar su voluntad de ciudadano productivo para incrementar su renta personal (sin mencionar los problemas de desintegración social y de ruptura de modelos familiares tradicionales derivados de esta escogencia, los cuales han sido estudiados rigurosamente por Todd, 1999). Se trata de una especie de venganza cultural de la sociedad de mercado: el tiempo para la democracia es tiempo perdido para el bienestar del ciudadano, una externalidad que cualquier ciudadano debería facturar. 3.3 La paradoja de las decisiones: En vista de que la democracia política es un sistema de decisión colectiva, sus métodos de decisión deben ser por tanto democráticos, esto es, deben tener en cuenta (en teoría) todos los puntos de vista u opiniones de una comunidad. Sin embargo, la realidad social ha mostrado que cualquier método de decisión colectiva o democrática, sacrifica a lo menos un punto de vista o una decisión individual (esto se debe a las reflexiones de Condorcet y a los trabajos de Arrow, entre otros, sobre mayorías conformadas por preferencias) (Arrow & Raynaud, 1986; Bandura, 1977). Lo que es más, la mayoría de los métodos de decisión de las democracias contemporáneas sacrifican un número significativo de opiniones, lo que se explica por las exigencias ejecutivas de la realidad misma y, en consecuencia, por el uso de criterios de decisión arbitrarios (principios dictadores o reduccionistas de acción). Así pues, la unanimidad, en principio democrática, hace absolutamente disfuncional la toma de decisiones ante una sociedad 95


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que espera decisiones urgentes. La mayoría simple (el mayor número de elecciones sin condición alguna; o con algunas restricciones, como por ejemplo, mitad mas uno o cualquier umbral arbitrario, compensaciones porcentuales, entre otros) también elimina muchos puntos de vista, y no siempre decide según la opinión mayoritaria. Y el mayor número de preferencias (una lista conformada según el orden de importancia de las propuestas), no eliminará ningún punto de vista, y siempre decidirá según el mayor número de puntos de vista; pues, en efecto, no ganará la propuesta que tenga el mayor número de aprobaciones en desconocimiento de las demás opiniones, sino ganará la propuesta contenida en la lista con el mayor número de preferencias sobre las demás opciones (Arrow & Raynaud, 1986; Munda, 2004). Véase el siguiente ejemplo: Supóngase que un partido convoca una asamblea de 60 personas para elegir su presidente, y se decide de antemano que el método de elección es la mayoría simple sin ningún tipo de condiciones o compensaciones. Así las cosas, se presentan 3 candidatos, los cuales obtienen la siguiente votación: el candidato A=23, el B=19 y el C=18. En efecto, el incuestionable ganador sería el candidato A. Sin embargo, cabe preguntar: ¿es democrático votar por un solo candidato y eliminar de golpe las opciones restantes? ¿Por qué es necesario elegir una única alternativa sin que exista la posibilidad de valorar la importancia de los demás candidatos? Evidentemente, si cada elector tuviera la posibilidad de conformar una lista de candidatos ordenada según su grado de preferencias, sin que ninguno de ellos cambiara de decisión en cuanto a su mejor candidato, el resultado final de las votaciones muy seguramente le daría la victoria a otro candidato, como sigue a continuación: Electores Primero Segundo Tercero

23 A B C

17 B C A

2 B A C

10 C A B

8 C B A

Entonces, 23 electores decidieron ordenar los candidatos así: A como el más preferido, B como el segundo preferido, y C como el menos opcionado, lo que se puede escribir así: ABC. 17 electores decidieron 96


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el orden BCA, 2 el orden BAC, 10 el orden CAB, y 8 el orden CBA. De este modo, cualquier observador podría declarar que el candidato más votado sigue siendo A con los mismos 23 votos, y que B y C conservarían los 19 y 18 votos respectivamente, dado que ningún elector ha cambiado de decisión en cuanto al mejor candidato. Sin embargo, es necesario decir que el candidato más preferido fue el candidato B y no el A. En efecto, si se calcula el número de veces que se prefirió A sobre B se tendría un total de 33 (23+10); el número de preferencias de B sobre C un total de 42 (23+17+2), de B sobre A un total de 27, de A sobre C un total de 25, de C sobre A un total de 35, y de C sobre B un total de 18. En consecuencia, si se reconstruyen las listas de ordenación de candidatos y se le asigna a cada uno de ellos el total de veces que fueron preferidos con respecto a los demás en el conjunto de las votaciones, se obtendrá, en efecto, la lista más preferida, un eficiente resultado de elección colectiva donde ningún candidato es desechado, y se puede decidir el más preferido por las mayorías, esto es, el mejor mecanismo de decisión democrática hasta ahora conocido. Así las cosas, la lista ABC contiene los siguientes puntajes: A es preferido a B 33 veces, A es preferido a C 25 veces, y B es preferido a C 42 veces, para un total de 100 preferencias. Por extensión, en la lista BCA se obtiene un total de 104 preferencias, en la lista BAC un total de 94, en la lista CAB un total de 61, y en la lista CBA un total de 80. Finalmente, para ser consecuentes con este mecanismo de decisión, se pueden establecer listas ficticias a fin de cerrar el número de posibles combinaciones entre A, B y C, esto es, la lista ficticia ACB, cuyo número total de preferencias es 76. Por tanto, la lista con el mayor número de preferencias en el conjunto de las votaciones es BCA, lo que indica en consecuencia que B es el candidato a la presidencia del partido más preferido en el conjunto de las elecciones, y A el menos preferido. Este sistema de decisión, democrático por excelencia, gracias a la matemática, solo hace uso de un sistema de medición ordinal, y no admite otro tipo de sistemas a riesgo de distorsionar sus resultados consistentes con las preferencias de cada individuo, como por ejemplo el sistema de medición de intervalo (una sola escala de medición, 97


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esto es, una victoria de cualquier equipo del fútbol colombiano es premiada con 2 puntos, o la asignación de 1 voto por elector), empleado en cualquier esquema de elección de mayoría simple, o muy utilizado en la asignación de puntajes en los deportes. Ni con un sistema de medición de razón (varias escalas de medición: x grados Celsius en un punto, serán y grados Fahrenheit en el mismo punto). Sistemas de medición que, por supuesto, miden los hechos de un modo antidemocrático y privilegian solo un punto de vista: el del deportista que en mejores posiciones llegue a la meta o más puntos acumule independientemente de su desempeño con relación a sus demás compañeros, y el del científico que construye arbitrariamente su propio rasero de medición. De hecho, si Juan Pablo Montoya ha llegado a la meta según el siguiente desempeño: circuito A, primer lugar con 10 puntos; circuito B, segundo lugar con 8 puntos; circuito C, tercer lugar con 5 puntos, y circuito D, un mismo tercer lugar con 5 puntos; en efecto, un acumulado de puntos estaría suponiendo que llegar dos veces en tercer lugar es lo mismo que llegar en primer lugar, lo que es ciertamente inconsistente con los hechos, pues en los 4 circuitos no ha logrado dos primeros lugares, y claramente inconsistente con el desempeño del competidor o los competidores que ganaron los 3 circuitos restantes, quienes deberían experimentar la sensación de que el sistema de puntajes les ha quitado un triunfo o ha inventado gratuitamente otro triunfo. En suma, si se mezclan los puntos asignados en los distintos lugares de llegada se obtendrían desempeños imaginarios agregados, y muy seguramente no ganaría el deportista más competitivo o mejor ubicado con respecto a sus compañeros, sino el deportista que más situaciones ideales haya logrado acumular a su favor, lo que por supuesto es absolutamente antidemocrático. En este sentido, el anterior sistema de medición ordinal permite corregir aquellas inconsistencias de los sistemas de medición de intervalo, cuando se trata de decidir los mejores o mayores desempeños de un grupo de competidores. Aun así, cuando se ha mostrado que el método de elecciones por mayoría simple sin condiciones es sustancialmente antidemocrático, es posible, por extensión, probar que cualquier criterio de mayoría 98


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simple bajo distintas condiciones o compensaciones sería un método igualmente arbitrario, incluyendo la regla de mitad mas uno. Si en las elecciones a la presidencia de un partido se decidiera aplicar esta regla (lo que no es común en este tipo de escenarios), se aseguraría un mecanismo de decisión que de antemano seleccionaría un candidato consistente con las mayorías, pero evidentemente eliminaría los puntos de vista o aspirantes restantes, es decir, no cabría la posibilidad de que el elector ordenara sus distintas preferencias ante el abanico de candidatos. Y lo que es más, ante decisiones colectivas aparentemente simples, como la escogencia o rechazo de una sola proposición, los mecanismos usualmente utilizados (mayoría simple sin condiciones), generan serias inconsistencias. Si la asamblea de un partido, mencionada arriba, decidiera someter a votación la propuesta de publicar una carta de rechazo a una posible intervención militar norteamericana en Colombia, en la que el partido advertiría sobre su participación activa en el conflicto, las alternativas ordinarias serían: “apruebo” a denotar como A, “me abstengo” a denotar como B, y “no apruebo” a denotar como C; los resultados mediante el mecanismo tradicional serían (en atención al ejercicio anterior): A=23, B=19 y C=18, por lo cual la carta sería publicada. Sin embargo, si se realizara el ejercicio del Mayor Número de Preferencias (bajo las mismas condiciones del ejercicio anterior), los resultados serían totalmente distintos: la carta no sería publicada y la opción menos preferida sería publicar la carta, dado que el orden de alternativas mayoritario sería BAC. En efecto, mientras el ejercicio tradicional hubiera determinado una alternativa en desconocimiento de las demás percepciones, el ejercicio de preferencias daría un resultado preocupante que exigiría la revisión o modificación de la carta, o un rechazo absoluto de la misma; y muy seguramente permitiría un debate mucho más riguroso y razonable sobre la proposición en cuestión. Ahora bien, a pesar de que se ha probado que un Sistema de Medición Ordinal como el Mayor Número de Preferencias, garantiza mejores resultados democráticos que los criterios tradicionales, sus limitaciones prácticas son evidentes: a) Si las alternativas en competencia son mayores (10 candidatos por ejemplo), la posibles 99


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combinaciones serían 10! (10 factorial), esto es, 3’628.800, una suma solo manejable con algoritmos de computador. Por lo cual, sería necesario un cambio radical de la cultura electoral de los participantes; b) En la medida que la lista incrementa sus alternativas (20 candidatos por ejemplo), las decisiones de ordenación de preferencias del elector se hacen más subjetivas o aleatorias, por lo cual la consistencia del sistema se rompería; c) Este sistema de decisión supone que cada uno de los electores deben exponer, en escenarios “tolerantes de comunicación”, sus puntos de vista (cuando existen electores que no estarían dispuestos a hacerlo por varias razones, por lo cual se eliminarían por sí mismos), y lo que es más, construir argumentaciones en las cuales se pongan en juego sus intereses, a fin de recabar la información suficiente para ordenar las preferencias (Barreteau, 2003; Bandura, 1977; Arnstein, 1969; Arrow, & Raynaud, 1986). Esto implicaría, por supuesto, un cambio radical de la cultura de la comunicación o una ficción de comunicación. Y d) Una cultura de la comunicación no está exenta de los campos de intereses de control o manipulación de los electores, lo que implicaría que cualquier exposición de un punto de vista podría (como también no podría) obedecer a estrategias clientelistas o a imperativos de beneficios particulares. Finalmente, la paradoja de las decisiones consiste en que cualquier sistema democrático debe suponer el uso de mecanismos de decisión colectiva antidemocráticos (por sí mismos eliminan puntos de vista), de cara a ofrecer decisiones pragmáticas a los problemas de una realidad social compleja que exige soluciones urgentes. Y ciertamente, el mecanismo más idóneo de decisión (Mayor Número de Preferencias), requeriría de una cultura de la comunicación transparente, lo que en efecto es metafísico; o al menos una cultura de la comunicación más argumentativa. Por ello mismo, este sistema es bastante útil en estudios tecnocráticos o en grupos de trabajo altamente cualificados, o grupos de aprendizaje social muy acotados, tal como se evidencia en los procesos académicos contemporáneos de Análisis Multicriterio, Modelización Participativa, e Integración Participativa Dialógica (Ackoff, 1978; Tàbara, 2002; Munda, 2004; Barreteau, 2003; Anastasi, 2003; Alexander, 1996).

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3.4 La paradoja de la sostenibilidad: Por un lado, las élites económicas exacerban el principio del bienestar individual diferenciado mediante la agregación exponencial de utilidades de sus corporaciones, y estas a su vez intervienen en la agenda de gobierno de manera expedita, por lo cual cualquier política pública de regulación ambiental pasa por su consentimiento, en la mayoría de los casos (cuando no, las resistencias sistemáticas de aquellas élites obtienen sendas moderaciones a las regulaciones). Asimismo, el imperativo de la garantía de un mínimo (o progresivo) bienestar colectivo, inherente al sistema democrático, le exige a la agenda de gobierno un crecimiento económico sostenido para atender sus demandas sociales conexas. Igualmente, los grupos de presión de los asalariados, en virtud del mismo principio de bienestar individual diferenciado, exigen incrementos reales de sus ingresos, lo que a su vez presiona una agenda de gobierno que garantice el crecimiento económico y legitima a aquellas corporaciones para expandir sus planes productivos. Y en vista de que el actual crecimiento económico depende necesariamente de la extracción y contaminación de los recursos naturales, y que la agenda de gobierno ejecuta políticas de mitigación ambiental (cambio climático, desertización, incendios forestales, erosión, contaminación de acuíferos, polución, entre otros), las cuales no logran restaurar efectivamente los impactos sobre el medio ambiente; en consecuencia, ni la democracia política, ni el liberalismo económico, pueden garantizar la sostenibilidad ambiental del planeta (con base en Schnaiberg, 1980). Ahora bien, a pesar de que los países “desarrollados” han logrado implementar algunas legislaciones ambientales (como las directivas ambientales de la Unión Europea), la paradoja de escala presiona un crecimiento económico soportado en la contaminación de recursos naturales transfronterizos, o sea, del “Tercer Mundo”, por lo cual los impactos ambientales seguirán persistiendo a escala planetaria. Igualmente, regímenes democráticos en proceso de crecimiento económico, como Brasil, India y Corea del Sur, con planes nacionales de desarrollo fuertemente cofinanciados por capitales provenientes de los países ricos, también reproducen aquel esquema de producción 101


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contaminante, aunque esta vez a tasas exponenciales. Por otro lado, regímenes autoritarios, como China, fundamentalmente, y Corea del Norte, pero sometidos a esquemas liberales de crecimiento económico, también contribuyen al deterioro insostenible de los recursos naturales, o bien por las dinámicas contaminantes internas, o bien por la degradación ambiental transfronteriza que genera su comercio internacional. Así pues, la paradoja de la sostenibilidad consiste en que ningún régimen político actual (democrático o autoritario) puede derivar un incremento adicional de su bienestar si no es a costa de la destrucción paulatina del planeta, dado que, en ambos casos, el liberalismo económico propicia un uso insostenible de los recursos naturales. 3.5 Las paradojas de las estructuras de gobierno democráticas y autoritarias: A fin de simplificar la discusión, por un lado, los regímenes democráticos se caracterizan por un sistema de decisión colectiva sustancialmente antidemocrático, cuyas determinaciones solo tienen sentido (en aras de conservar el pacto social) si garantizan un sistema de distribución diferenciada del bienestar individual, denominado aquí liberalismo (por la paradoja de las decisiones, el ejercicio de la democracia real elimina muchos puntos de vista, esto es, excluye otros intereses y permite la constitución de grupos de poder ilegítimos, es decir, élites económicas). En efecto, estos regímenes gozan de una separación débil de poderes, promueven la retórica de la democracia directa y la descentralización del Estado, establecen ciertos mecanismos de control del desempeño de los poderes, propician la participación ciudadana, entre otros propósitos, pero, efectivamente, son las élites económicas las que deciden los ejes fundamentales de la agenda de gobierno y son sus corporaciones las que usurpan los campos de acción de la democracia participativa. Evidentemente, dado que su matriz de producción, distribución y fomento del ingreso es el liberalismo económico, tanto en países “desarrollados” como “subdesarrollados”, la garantía del mínimo vital y las exigencias de un incremento adicional del bienestar colectivo, desfundamentan la democracia universal (por la paradoja de escala), y producen daños ambientales insostenibles a largo plazo (por la paradoja de la sostenibilidad). Finalmente, hacen uso de una 102


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retórica mediática para resguardar un pacto social fundamentado en principios de acción que desalientan el mismo pacto social (en virtud de la paradoja del mínimo vital), esto es, igualdad de oportunidades (sin garantías de acceso efectivo), libre iniciativa y un mínimo bienestar colectivo. Y ciertamente, el mínimo vital es asegurado por una política de bienestar colectivo básico, pero a su vez el financiamiento sostenible de esta política y la exacerbación del bienestar individual minan las premisas del pacto. Por otro lado, los regímenes autoritarios resuelven aquellas paradojas de las decisiones colectivas con determinaciones centralistas e inconsultas, las cuales solo tienen sentido (de cara a la permanencia del pacto social) si garantizan un sistema de distribución igualitaria del bienestar, esto es, socialismo real. De hecho, estos regímenes están regulados por una Asamblea Nacional o Popular (es la figura común, aunque democracias representativas pueden dar lugar a una suerte de microestructura de Asamblea Nacional, es decir, presidencialismos omnipresentes con una fuerte injerencia en los poderes públicos, como Venezuela y Colombia, así los contenidos políticos sean distintos), constituida mediante elecciones directas, las cuales están sometidas a una serie de distorsiones que van más allá de las paradojas matemáticas conexas a las decisiones de las mayorías simples, como manipulaciones, intimidaciones, chantajes y relaciones clientelistas (el caso más patente es China, aunque “democracias en crisis” también padecen de estos fenómenos). Algunos deciden sus primeros ministros al interior de aquella Asamblea, y otros practican una simulación de democracia directa pero con candidatos del partido único. De hecho, la división de poderes no existe, y las libertades funcionales a la democracia política son condenadas, pues, efectivamente, ninguna de estas expresiones consagradas en la democracia es esencial al funcionamiento del régimen. Ciertamente, dado que su matriz de producción y distribución del ingreso se ha convertido progresivamente en un circuito transfronterizo (por los efectos de la globalización), esto es, en una estrategia de crecimiento exponencial y de expansión comercial ejemplarmente funcional al liberalismo económico, sus consecuencias negativas sobre las “democracias en crisis” 103


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son evidentes (se trata de una paradoja de escala ya no desde la perspectiva de los sistemas democráticos, sino desde la perspectiva de los sistemas autoritarios). En este sentido, los desastres económicos que genera China en los países “subdesarrollados” en virtud del bajo costo de sus bienes manufacturados son tan lesivos como los que genera el neocolonialismo anglosajón, como también su contribución a la destrucción del medio ambiente (por la paradoja de la sostenibilidad). Evidentemente, aquellos regímenes autoritarios, con persistentes índices de pobreza, aunque han logrado garantizar algunos servicios públicos básicos de manera igualitaria, no han despejado la fórmula que garantice ese mínimo bienestar colectivo de los sistemas democráticos avanzados. Y lo que es más, solo las políticas de fomento a la inversión privada y el aprovechamiento de los circuitos económicos mundiales se han convertido en la única fórmula efectiva para el mejoramiento de sus índices de pobreza. Igualmente, la retórica mediática de estos regímenes entraña sus propios principios de acción para proteger a toda costa el pacto social, los cuales son, esquemáticamente: igualdad de acceso efectivo a las oportunidades, control planificado de las iniciativas, y bienestar individual igualitario. No obstante, si estos regímenes persisten en aquella política acotada de liberalización de sus economías, la retórica igualitarista del bienestar muy seguramente no podrá contener los efectos del paradigma universal del bienestar individual de cuño occidental, es decir, de raíces liberales, sin considerar las posibles configuraciones de nuevas élites económicas poderosas capaces de presionar transformaciones “democráticas”. Lo que efectivamente se demuestra con los altos flujos migratorios de estos regímenes hacia los sistemas democráticos, y la progresiva independencia económica de ciudades chinas como Shanghai. En suma, mientras los regímenes democráticos aseguran las libertades básicas (libertades inherentes al liberalismo) para diferenciar el bienestar de su población mediante mecanismos de decisión antidemocráticos, el socialismo real constriñe aquellas libertades e instrumenta con eficiencia las tradiciones colectivistas de sus pueblos en muchos casos, para redistribuir los ingresos mediante 104


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otros mecanismos de decisión evidentemente antidemocráticos. Además, al mismo tiempo que los sistemas democráticos avanzados y autoritarios en crecimiento económico desfundamentan la democracia universal y fomentan una concentración inusitada del ingreso tanto al interior como al exterior de sus fronteras, contribuyen de manera importante al deterioro insostenible del planeta. Y finalmente, dado que todas las democracias se encuentran alineadas con el “eje del bien” con el respaldo del mayor poderío militar del planeta, evidentemente, los valores “sagrados” de esta estructura de gobierno seguirán siendo defendidos en proporción a este poderío. Dado que los países alienados con “el eje del mal” (aquellos que desarrollan una política internacional en abierta oposición a Estados Unidos) se encuentran en un tránsito efectivo hacia el liberalismo económico (aun en los casos más extremos de Corea del Norte y Cuba, cuyos sistemas productivos son estatales, pero globalizados en algunos niveles), los escenarios esperables a largo plazo serán la reconstitución de élites económicas y la consecuente lucha por la instalación de las democracias (en el supuesto de que no se desencadene una guerra que conduzca a la destrucción del planeta). En efecto, las consecuencias conexas a aquellos regímenes ya mencionados serán: fortalecimiento de la democracia en unos lugares del mundo y su desfundamentación estructural en otros, el cuidado ambiental en unas regiones y su destrucción con efectos globales en otras, una concentración inusitada de la riqueza y el empobrecimiento de amplias capas de la población mundial, la exacerbación de un paradigma de bienestar individual de cuño occidental altamente conflictivo y auto-devorador del planeta, y la consolidación de un sistema mediático universal capaz de interiorizar con una eficiencia sin precedentes los dogmas básicos del liberalismo. En atención a estas tendencias y en términos especulativos, nuevos regímenes autoritarios vendrán, como también la reinstalación de sus viejas experiencias, en una especie de bucle de rotación de poderes sociales, bastante escéptico, anticipado ya por Elias Canetti. 3.6 Las paradojas de los “buenos gobiernos” latinoamericanos: Así las cosas, ¿cuáles son las oportunidades de las luchas sociales latinoamericanas a corto plazo? La interesante escogencia de 105


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modelos de gobierno socialdemócratas, como en Uruguay, Argentina y Brasil, y las experiencias innovadoras de gobierno local en distintas ciudades del Cono Sur, ya han resuelto un interrogante político e ideológico de las izquierdas latinoamericanas: es posible gobernar con relativa eficiencia, crear condiciones de crecimiento económico, orientar socialmente el mercado, incrementar el bienestar colectivo, profundizar la participación ciudadana, defender los intereses fundamentales de la nación en el marco de la globalización, sin renunciar al sistema democrático, ni al liberalismo económico (aunque tal resolución obedece a la percepción de algunos éxitos locales y a logros indudables de envergadura nacional en algunos temas sociales). En suma, se trata de la constitución del paradigma de la democracia social europea, o sencillamente, de un proceso de modernización de algunas instituciones democráticas. Justamente, aunque tal paradigma conlleva todas las paradojas sociales, económicas y ambientales mencionadas atrás, su “desarrollo” consecuente a largo plazo, muy probablemente les asegurará ese mínimo bienestar colectivo que ha suscitado toda suerte de conflictos e inestabilidades sociales. Y por ello mismo, los líderes naturales y los militantes institucionalizados de la izquierda colombiana, consideran de modo vehemente que, aquellos esquemas de gobierno alternativo constituyen adecuados imperativos de acción política, y no requieren de ajustes estructurales, sino apenas revaloraciones instrumentales, a pesar de que se ignoren las verdaderas consecuencias globales y regionales de la práctica sistemática de la democracia política (o se soslayen, bajo el supuesto de un programa mínimo de gobierno, que en caso de ser así solo podría ser la invención de una microestructura de cuadros políticos autodesignados) en el marco del liberalismo económico, explicitadas en las anteriores paradojas. No obstante, ¿cuáles son las oportunidades de los nuevos modelos de gobierno alternativo latinoamericanos? Por supuesto, lo que se puede percibir en algunas instituciones bolivarianas del chavismo, las narrativas pachamamistas y empoderadas en Ecuador y Bolivia, y la retórica antisistema de la izquierda colombiana, es la intención de constituir una democracia radical en el posdesarrollo (a decir 106


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de Arturo Escobar, García Linera, entre otros). O mejor, la relativa profundización de la democracia con algunos visos de cultura deliberativa (que no abandona del todo la utopía habermasiana), la extirpación progresiva de algunas instituciones del liberalismo económico, y la garantía de cierta antimodernidad política (que nace en la misma modernidad, y se opone al autoritarismo, las “libertades ciegas”, la inequidad y la destrucción de la naturaleza). Lo que en efecto representaría la fórmula de acción política más avanzada y compleja que haya conocido la historia de la democracia, y en consecuencia, una especie de programa máximo de gobierno de la izquierda radical, si tal fuera posible implementar en el mundo de las posibilidades reales. Ciertamente, ¿por qué se trata de una fórmula solo concebible como un horizonte de ideas a seguir, e impracticable como un imperativo dogmático? a) El sistema mundial de democracias funcionales al liberalismo económico ha intervenido violentamente en cualquier esquema colectivista exitoso de producción, distribución y fomento del ingreso (lo que en efecto solo se ha probado para comunidades pequeñas, fuertemente acompañadas con recursos de cooperación, y paradigmas de bienestar campesinistas e indigenistas) (Gow, 2005; Martínez, 2006; Martínez, 2003). b) La modernización accidentada de ciudades y campos latinoamericanos en los últimos 100 años (urbanización, industrialización y desfundamentación masiva de valores culturales premodernos y ancestrales de poblaciones mestizas, afrodescendientes e indígenas), ha derivado en un omnipresente sistema de aculturación que ha logrado instalar un fuerte paradigma de bienestar occidental, de cuyos malogrados imperativos han surgido megaciudades, desabastecimiento alimentario, conflictos sociales, dictaduras, entre otros. Por lo cual, las necesidades materiales e inmateriales de la mayorías latinoamericanas no corresponden a la canasta familiar agro-bucólica de hace 50 años, sino a un estilo de vida egotista, exitoso y hedonista (en atención a la psicología social de Fromm, 1976; Fromm, 1989), cuyos costos sociales solo son financiables mediante modelos de liberalismo económico (entiéndase también 107


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globalización), aún bajo el supuesto de que gobiernos contaran con presupuestos “ilimitados” como Venezuela. c) La constitución de un paradigma de bienestar “plurinacional” y “plurieconómico”, cuyo sistema de justicia garantice la realización de las premisas de la “antimodernidad política” depende del debilitamiento de aquel paradigma de bienestar colectivo de cuño occidental, lo que obligaría a los gobiernos alternativos a cerrar una guerra definitiva con el liberalismo económico. 4. La gobernabilidad En consecuencia, los gobiernos socialdemócratas instalados en Latinoamérica se han visto abocados a desarrollar esquemas eficientes de “good governance”, lo que los sitúa en el escenario de acción b (mencionados en el Título 2), es decir, los retos de una gobernabilidad permanente en el marco del liberalismo económico. En efecto, se ha visto que las experiencias democráticas más avanzadas de los países “desarrollados” no han logrado superar las paradojas sociales, económicas y ambientales conexas al buen funcionamiento de sus regímenes. Asimismo, distintos estudios sobre el ejercicio de la democracia participativa latinoamericana han mostrado que solo es posible ofrecer (hasta ahora) experiencias localistas de buen gobierno, con presupuestos públicos participativos previamente acotados, fuertes filtros ideológicos y evidentes intervencionismos de las tecnocracias vinculadas a la administración pública (Goldfrank, 2004; Chávez, 2004; Stolowicz, 2004). De hecho, se ha probado que esta democracia local no ha conseguido resolver ningún problema estructural de pobreza en las comunidades implicadas, a pesar de que los procesos de aprendizaje social sobre el funcionamiento de la cosa pública sean significativos, como también las formas organizativas de cooperación de las comunidades para contribuir a la solución de sus propios problemas (Martínez, 2006). Adicionalmente, este interesante ejercicio de gobierno también se ha constituido en un instrumento demagógico de la izquierda democrática, lo que de paso ha contribuido a erosionar sus mejores 108


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propósitos. Ciertamente, algunos modelos de gestión participativa ya han hecho crisis en Montevideo, Porto Alegre y Caracas, en vista de que los esfuerzos institucionales no han logrado sostener los niveles de participación de sus comunidades, explicable por las altas exigencias de los compromisos inherentes al proceso en un contexto de desempleo e informalización de la economía, la presión de los partidos de derecha, y la ausencia de propuestas de solución a corto plazo ante las persistentes deudas sociales. Efectivamente, los programas de obras públicas participativas implementados en Bogotá han experimentado rechazos de parte de las Juntas de Acción Comunal, y muy seguramente, en lo sucesivo, el agotamiento de este esquema de gestión será evidente si no se realizan los ajustes adecuados. En virtud de los anteriores escenarios de acción política, ¿es posible diseñar un programa máximo de gobierno a escala nacional y subcontinental para la constitución progresiva y a largo plazo de un modelo de democracia radical? O finalmente, ¿será posible la constitución progresiva de un modelo de democracia radical mediante la cooperación de redes de gobiernos alternativos locales, organizaciones sociales de base y cooperativas productivas, a nivel nacional e internacional, tal como se entrevé en las propuestas más avanzadas de la izquierda latinoamericana? Si esta última alternativa fuera la escogencia, las dificultades radicarían precisamente en la reestructuración de las tres condiciones de toda intervención política en la constitución de un nuevo modelo de gobierno en la región, mencionadas atrás: contener la oposición y agresión del sistema mundial de democracias, la revaloración de los patrones de consumo urbanos y rurales del paradigma de bienestar occidental inherente al liberalismo económico, y la constitución de un nuevo Estado de bienestar capaz de asegurar un mínimo bienestar colectivo (valorado ahora con otros parámetros) sin sacrificar los fundamentos de la antimodernidad política, las premisas innegociables de la sostenibilidad fuerte, y las oportunidades de mejora de otras naciones pobres o “subdesarrolladas” ¿Cómo y quién agenciaría esta descomunal tarea? Nadie tiene la respuesta a esta pregunta. No obstante, lo que sí es posible afirmar sin 109


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ambages es que los sistemas democráticos y autoritarios mundiales no podrán garantizar, según las tendencias actuales, la realización de aquella famosa divisa kantiana de un progreso infalible de la humanidad hacia lo mejor. Contextos que ciertamente conllevan al escenario de acción c (del Título 2), esto es, la superación de un Estado de bienestar en crisis y su reconstitución radical, bajo el supuesto de que fuera posible la instalación de aquel nuevo modelo de gobierno alternativo en un escenario internacional relativamente pasivo y con estilos de vida relativamente “agrobucólicos” y casi “antimetropolitanos” (dado que los patrones de bienestar occidental fuertemente individualistas, hedonistas y consumistas solo son realizables en esa noria autodestructiva del liberalismo económico). 5. Un nuevo “Estado de bienestar” Efectivamente, un nuevo Estado de bienestar que extirpara el liberalismo económico, pero que al mismo tiempo fuera garante de la sustancia del liberalismo político, en el marco hipotético de una política de bienestar menos “costosa” (o sea, parcialmente “agrobucólica”, según los ejes fundamentales de las plataformas agroalimentarias de la izquierda campesinista e indigenista latinoamericana), más redistributiva y ambientalmente sostenible, constituye una nueva paradoja. En otras palabras, ninguna forma de liberalismo es compatible con estilos de vida “materialmente regresivos”, ni con la autonegación de la diferenciación del bienestar individual de carácter material (económico), lo que constituye una consecuencia directa de la extirpación del liberalismo económico. De hecho, el liberalismo económico solo opera en virtud de las funciones cotidianas del liberalismo político, y éste solo actúa en virtud de las gratificaciones de la práctica del liberalismo económico. ¿Por qué? El derecho a la diferencia y al disenso presupone el derecho a la diferenciación del bienestar material, pues, contrariamente, supondría una comunidad de iguales que no requeriría de buena parte de las instituciones fundadas en el liberalismo político, esto es, un sistema de justicia social, en tanto que sus vidas cotidianas se desarrollarían en una suerte de consensos interpersonales 110


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permanentes, lo que por supuesto no sucederá bajo ningún régimen democrático o colectivista. En efecto, se trata del mismo principio interpretativo de carácter “ahistórico” de Habermas o Rawls, es decir, la diversidad de intereses con miras a establecer consensos pragmáticos es por naturaleza irreductible, por lo cual requiere de un sistema normativo, en el caso del primero; o las pretensiones del ciudadano de diferenciar su bienestar con respecto a los demás son también irreductibles y solo compensables mediante una política redistributiva, por lo cual requiere de un sistema de justicia adecuado, en el caso del segundo (Habermas & Rawls, 1998). Ahora bien, se puede alegar que la profundización del liberalismo político establecería una sana diferenciación del bienestar individual de carácter espiritual (la conquista de la autonomía plena de cuño estoico, o cristiano, o budista, o ecologista), desfundamentando por sí mismo los imperativos individualistas del bienestar material. Sin embargo, tal circunstancia implicaría, irónicamente, la extirpación misma del liberalismo político, en tanto que supondría la universalización de valores supremos, especialmente aquellos referidos a la sacralización de la vida humana, en una clara oposición a la multiculturalidad y diversidad de estilos de vida del mundo, especialmente los conexos al utilitarismo occidental. Son ya famosas la reconstrucciones utópicas de una sociedad radicalmente distinta, en la cual sus ciudadanos conviven en una suerte de comunión espiritual (una comunidad regentada por Maestros de la Vida, en el caso de Fromm, 1976), o se relacionan en una especie de club de científicos (Engels, 1976; Bahro, 1980), o desenvuelven sus vidas en guetos de artistas (como es el caso de la concepción estética del individuo de Nietzsche, Foucault, y el posmodernismo mediterráneo y americano, con algunas excepciones). Sin embargo, el sueño de aquel individuo autorregulado en observancia de valores sagrados, racionales o estéticos, son absolutamente incompatibles con el liberalismo político, y por tanto, contrario a la sustancia de la democracia. Ciertamente, la esperanza de una comunidad paradigmática de voluntades autogobernadas es en realidad la esperanza de una comunidad sin individuos, una totalidad de intereses 111


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comunales. Lo que en efecto solo puede percibirse en pequeñas comunidades con concepciones cosmológicas u organicistas del mundo, que en Latinoamérica apenas subsisten en algunos resguardos o reservas indígenas. En suma, la experiencia de un nuevo gobierno alternativo, bajo la situación hipotética de un paradigma de bienestar materialmente regresivo (en consecuencia con los dogmas telúricos de los movimientos sociales latinoamericanos), no podría aspirar a la implantación de una democracia plena. En perspectiva, la franca y desprevenida discusión sobre los alcances de un sistema democrático radical, y la consagración de un liberalismo político heredero de las revoluciones burguesas, conducen a un debate marxista con 150 años de antigüedad, esto es, todas las libertades derivadas del derecho burgués, ciegamente funcionales a la competencia económica e inequidad social, solo pueden garantizar la constitución de un sistema democrático fuertemente conflictivo (por no decir peligroso), y la consecuente práctica de una democracia política al servicio de las élites económicas. Ciertamente, un programa máximo de gobierno de la izquierda radical, practicable en el mundo de las posibilidades reales, deberá pasar primero por la desfundamentación del liberalismo en todas sus formas, la restitución de un nuevo sistema democrático, y la reinvención de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales, en cuyas funciones imperativas se configura, previamente, las formas de producción, distribución y fomento del ingreso operativas a la economía de mercado. En este caso, se trata de las contracorrientes herederas de la metafísica del poder de Foucault, cuyas representaciones arquetípicas son ahora Hardt y Negri (2002); con la diferencia de que éstos desvanecen la militancia en una autonomía y autoorganización abstracta aún de cuño liberal, y aquél propone al menos una militancia individual concreta de raíces estoicas profundamente antiliberales. No obstante, cabe preguntar de nuevo: ¿cómo y quién instalaría un nuevo sistema de valores democráticos de estas características? O ¿la izquierda radical latinoamericana, y en especial, las buenas voluntades de la izquierda colombiana, deberán conformarse con un programa máximo de gobierno obstinado con la profundización 112


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del liberalismo político, y el fortalecimiento de una democracia social simuladora de sus principios radicales, con la subsiguiente preservación de las paradojas sociales, económicas y ambientales, mencionadas arriba? En realidad, una lucha sin cuartel contra el liberalismo es una lucha contra la modernidad y la postmodernidad, un ejercicio político descomunal tal vez impracticable en estas épocas, cuyos imaginarios frutos no dejarían de representar la utopía de “Utopía”, o de la “Atenas” de Pericles. Efectivamente, los hechos políticos parecen indicar que el destino de la izquierda colombiana será su indudable contribución a la constitución de la socialdemocracia colombiana (tarea de por sí compleja), sin que aquellas consideraciones sobre las condiciones de posibilidad de la democracia radical y planetaria sean tomadas con seriedad en el tráfago de sus negocios políticos cotidianos. Así las cosas, cada una de las paradojas derivadas de la práctica de la democracia en el marco de cualquier forma de liberalismo, han conducido a un bucle insuperable a largo plazo: la imposibilidad concreta de la redefinición de la democracia o la radicalización de los conflictos sociales, o mejor, la inviabilidad práctica de la democracia radical o la constitución trágica de la democracia liberal. Evidentemente, este escepticismo, bien fundado por cierto, legitimaría en principio toda suerte de plataformas políticas antisistema violentas, lo que en efecto se puede percibir en sus diferentes lenguajes, esto es, desde el panarabismo dogmático con sus proclamas sobre la naturaleza “infiel” de la democracia, pasando por las consignas de las guerrillas marxistas sobre la lógica del “democraterismo”, hasta las autojustificaciones de los “anarquismos subsidiados” que suelen florecer en los países “más democráticos”. La escogencia de “ir contra el mundo” parece ser tan válida como aquella que defiende la continuidad del “teatro trágico del mundo”. El “eje del mal” ha echado en suertes la vaga esperanza de implementar la idea abstracta, difusa y per se diversa de un “mundo mejor”; y el “eje del bien” ha decidido prolongar la operatividad concreta y ciega de un sistema mundial solo gratificable en una competencia

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individualista peligrosamente conflictiva, y apenas dirimible en la fugacidad del aquí y el ahora (para decirlo en términos posmodernos). Ahora bien, supóngase una alternativa optimista, es decir, consecuente con las premisas de la democracia radical, pero dispuesta a desfundamentar el liberalismo político y económico, con el objeto de restituir los valores innegociables de la democracia: el ejercicio de la diferencia y el disenso en todos los órdenes de la vida cotidiana, sin sacrificar un mínimo bienestar colectivo, garantizar la sostenibilidad fuerte, y propiciar la mejora de otras naciones. En suma, se trata de refundar el sistema democrático, constituir un nuevo Estado de bienestar, restituir un nuevo modelo de bienestar, y reinventar una nueva forma de individualidad, frontalmente antiliberal, pero respetuosa de la multiculturalidad de los pueblos, en un escenario internacional permeable a estos valiosos experimentos. En efecto, lo anterior conduciría al escenario de acción d (del Título 1), esto es, la revaloración integral del actual modelo de bienestar occidental con los subsecuentes deslindamientos del sistema democrático liberal. Desde esta perspectiva, se estaría frente a un programa máximo de gobierno alternativo ambicioso y optimista, pero de la estatura ideológica de la izquierda radical. Dicho de otro modo, cualquiera sea el camino para la instalación de la socialdemocracia en Latinoamérica, su implementación no puede representar sino un programa mínimo de gobierno alternativo. 6. El nuevo paradigma de bienestar En atención a lo anterior, ¿cuáles serían los contenidos de una nueva individualidad? O mejor ¿Cómo desfundamentar el liberalismo respetando los valores antimodernos de la democracia: el desarrollo de la individualidad y la práctica dialógica cotidiana (secular o no) de cara a establecer consensos y acciones sociales para el aseguramiento del bienestar colectivo? En efecto, al menos para las comunidades rurales colombianas, la respuesta parece estar en la rica simbiosis entre la moralidad judeocristiana y la cosmología ancestral de las comunidades indígenas y campesinas con experiencias locales de autogobierno19. 19

Al respecto, los estudios sobre Colombia son escasos, pero existen importantes precisiones

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Se trata de una individualidad que produce una ruptura radical con la tradición liberal de occidente, cuyas características fundamentales son: a) La instalación de un principio moral consuetudinario de trabajo colectivo conocido en Colombia como Minga (“hermanamiento hecho costumbre”), en cuya tradición cristiana se justificó y diferenció para la resolución de los contenidos del mínimo vital, pero en cuya tradición cosmológica se garantizó su validez cultural; b) El fomento regulado de la libre iniciativa, derivado de las suscitaciones seculares del cristianismo doctrinero fuertemente autogestionario, para la resolución competitiva de las necesidades conexas a una canasta supra-alimentaria, en donde aún el espíritu de la Minga se conserva con el objeto de garantizar cierta justicia de la competencia; y c) El aprovechamiento controlado de los mejores frutos de la racionalidad técnica y administrativa del mundo occidental, en virtud de las dinámicas modernizadoras implantadas en sus territorios, en donde el espíritu de la Minga exige el disfrute colectivo de aquellos frutos, pero también los imperativos cosmológicos tratan de resguardar el equilibrio de los ecosistemas (existen prácticas antiecológicas, pero de bajo impacto, y explicables por la escasez de suelos productivos). Ciertamente, la restitución de estas formas solidarias concretas solo puede constituir la imagen utópica de aquella individualidad. Sin embargo, sus principios rectores sí que ofrecen el suelo nutricio para la reestructuración de los tipos morales de la individualidad euronorteamericana en cuestión, o para el caso particular de las perspectivas políticas de la izquierda, de una nueva individualidad colombiana. Esquemáticamente, se está frente a la instauración de un principio de acción solidaria culturalmente válido, o mimetizado en distintas formas de goce colectivo, para la resolución de las necesidades vitales; frente a la reformulación de un principio de acción de competitividad cuasitransparente para la resolución de necesidades supravitales; y frente a un principio de acción racional autorregulado moralmente para la planificación e incremento sostenible del bienestar social. en Orlando Fals, Joanne Rappaport, David Gow, entre otros. Y sobre nuevos modelos de gestión pública participativa en estas comunidades, existen trabajos de campo en Jhon Jairo Rincón, Alexander Martínez, entre otros. 115


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Las consecuencias de esta escogencia son evidentes: se extirpa el liberalismo desde el individuo mismo para la garantía universal de sus auto-determinadas necesidades vitales, es decir, se asegura el pacto social de antemano para la restauración de la democracia, pero también se fomenta una individualidad autoconstreñida para garantizar sus autodefinidas necesidades supravitales, esto es, el desarrollo material y la multiculturalidad de los pueblos. ¿Cómo definir los matices concretos de estas transformaciones? ¿Cómo precisar los contenidos básicos, per se diferenciales, del mínimo vital y las necesidades supravitales? O lo que es lo mismo, ¿Cómo sacralizar y a su vez planificar infatigablemente la dimensión del mínimo vital, sin disolver al individuo mismo en una estructura despótica de decisiones? ¿Cómo restablecer la tradición de las formas de organización económicas solidarias? ¿Mediante qué instrumentos de aprendizaje se debe desfundamentar el hombre oeconomicus y el hombre edonais (entre placeres), y qué contenidos concretos deberán preservarse de la tradición moral cristiana y de aquella cosmología que resguarda el hermanamiento de las cosas? ¿Cómo refundar el modelo económico y asegurar una adecuada redistribución del ingreso? ¿Qué patrones culturales habrá que revalorar para validar estos cambios revolucionarios? (con base en Vasco, 2002). Evidentemente, las respuestas a estas preguntas pertenecen a la dimensión de las luchas políticas. No obstante, las pocas experiencias de aquellos autogobiernos locales de cuño indigenista o campesinista han demostrado una capacidad inusitada de autoorganización colectivista para la producción de bienes agroalimentarios, una planificación razonable de su comercialización, estructuras de decisión asamblearias en la construcción de presupuestos públicos o gremiales, una promoción cooperativa de la libre iniciativa, un ejemplar fortalecimiento del sistema de fiscal, y un desempeño eficiente de las políticas públicas locales. Resultados que, a pesar de todas las adversidades, ofrecen ejemplos concretos sobre cómo una individualidad puede ser funcional a las formas colectivistas de trabajo, y al mismo tiempo eficiente en la organización productiva,

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sin sofocar la creatividad, ni sacrificar las posibilidades de una sostenibilidad fuerte, en el marco de una democracia local20. En otras palabras, la profundización o regulación del liberalismo no sería el camino para la consolidación de la democracia, sino que a su restauración plena se llegaría mediante la destrucción del liberalismo mismo. Por lo tanto, ningún sistema de justicia sería válido sin las evidencias cotidianas de una resolución colectiva del mínimo vital; la dimensión de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales se disolvería en la noria consuetudinaria de la vida cotidiana, y perdería toda su connotación liberal de competencia, oportunidad y disputa ciega por la diferenciación del bienestar material; y la dimensión de los derechos civiles y políticos solo serían la consecuencia de la gratificación inmediata de los anteriores derechos. 7. Las oportunidades de la izquierda colombiana en perspectiva optimista Efectivamente, las paradojas sociales, económicas y ambientales reseñadas atrás son irreductibles bajo regímenes democráticos de raíces liberales, o bajo regímenes autoritarios sometidos a las presiones de la globalización económica y a la masificación de un paradigma de bienestar occidental. Algunos países latinoamericanos han iniciado el largo camino hacia el “desarrollo” en el marco de una democracia social inspirada en las instituciones europeas, cuyas dinámicas concretas permiten prever desde ya la instalación de una política decidida de mínimo bienestar colectivo, pero en el espíritu de un modelo de bienestar occidental conflictivo, ingobernable y ambientalmente insostenible. En lo que corresponde a Colombia, es bastante probable que la izquierda, en sus luchas por la profundización de la democracia política, logre interesantes procesos de control e innovación de las políticas públicas de la derecha, con o sin la conquista del poder Al respecto, existen informes de gestión de la Alcaldía de Inzá, Cauca, Colombia, 20042007, en cuyo gobierno alternativo concurrieron organizaciones campesinas e indígenas. 20

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nacional. Lo que no impedirá el proceso de intervención agresiva de los mercados de Norteamérica y Europa, de las economías emergentes de Asia, y de la penetración abiertamente liberalizada del MERCOSUR y Chile. Sin embargo, el horizonte de las luchas políticas será suficientemente amplio y prolongado en el tiempo. Ciertamente, más allá de esta izquierda institucionalizada, ¿cuáles serían los imperativos de una izquierda radical en la arena de las luchas rurales, al menos? Precisar los modelos de trabajo alternativos locales, regionales y nacionales en las tres dimensiones básicas de reconstitución del poder: la gestión pública, la organización económica y la formación política. Y precisar implica desarrollar mejores modelos de investigación social, modelos de elección social más incluyentes, estructuras de planes locales y sectoriales de sostenibilidad fuerte e integral, formas participativas de planificación, esquemas locales de economía solidaria, paradigmas de infraestructura pública básica, compromisos de articulación económica entre los gobiernos locales alternativos, políticas concretas de bienestar para sus militantes, esquemas particulares de rediseños jurídicos del sistema normativo vigente, escuelas políticas para el aprendizaje tecnocrático y participativo, criterios de ordenación territorial, paradigmas probados de políticas públicas concretas, estrategias eficientes de comunicación, en fin, se trata de intervenir en los más finos resquicios de las conductas institucionales establecidas. De hecho, las exigencias de toda reestructuración social deben pasar primero por el reconocimiento y estudio de la complejidad propia de Colombia. Las metodologías y paradigmas concretos de resolución de las necesidades sociales (muchos de ellos copiados vulgarmente de los países anglosajones), deben someterse al escrutinio riguroso de su pertinencia, eficiencia e impacto sobre el bienestar colectivo: el control de calidad de un producto alimentario, la evaluación de los diseños de una depuradora de aguas residuales, el diseño de materiales constructivos, los criterios de evaluación de un proyecto, las parámetros de estudio de cualquier riesgo, la concepción adecuada de todo esquema de suministro de un servicio público, la implementación de un sistema educativo descolonial, entre otros; 118


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deberán pasar por el fino cedazo de un control político y tecnocrático concebido por la izquierda y para los requerimientos concretos de los problema locales colombianos. En una palabra, la izquierda radical deberá contribuir a la restitución de las formas concretas de una nueva cultura de la democracia, la técnica y la ciencia para su aprovechamiento social. A manera de provocación, y para subrayar la dificultad casi “natural” de una nueva cultura democrática de cara a consensos de acción social, en el seno de la izquierda radical, se presentará un modelo teórico para el estudio de acuerdos. Ante los resultados desafiantes del mismo, se espera que sus militantes asuman mejores habitus colectivistas y dialógicos, sin perder de vista su creatividad personal. 8. Propuesta de un modelo matemático para el estudio de consensos21 En atención a lo anterior, supóngase el siguiente escenario ideal: A, B, C, D y E, son miembros de un partido, los cuales tienen opiniones distintas sobre la “salida negociada al conflicto armado colombiano mediante una ley de reinserción”. A no está de acuerdo con esta salida negociada. B prefiere esta salida negociada. C se inclina por una salida negociada, pero mediante una Asamblea Constituyente. D defiende la idea de negociar con la condición de una reforma agraria integral. Y E argumenta la necesidad de una reestructuración profunda del modelo económico. Así pues, admítase que cada uno de ellos tratará de convencer al otro mediante estrategias de disuasión e, solamente en función del orden de las posibles permutaciones entre ABCDE. Si la primera permutación fuera ABCDE, entonces A sería el individuo que interviene sobre B, C, D y E, con 4 estrategias diferentes e, dado un proceso de aprendizaje que permitiría refinar las argumentaciones así: una Este modelo fue diseñado por el autor en el marco de un proyecto de investigación para el modelamiento de decisiones en la construcción de políticas públicas integralmente sostenibles, 2007, bajo la orientación de Joan David Tàbara, IUEE, Universitat Autònoma de Barcelona. España. 21

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primera estrategia que A emplearía frente a B, una segunda frente a C después de intervenir B, una tercera frente a D después de intervenir C, y una cuarta frente a E después de intervenir D. Asimismo, si la nueva permutación fuera ACBDE, entonces A no empleará las mismas estrategias e de la anterior permutación al intervenir C, B, D y E, en tanto que este nuevo orden de intervenciones le impondría un nuevo proceso de aprendizaje para diseñar sus estrategias, por el solo hecho de enfrentarse primero a C y no a B. De este modo, este escenario ideal explicaría la maximización de las estrategias de disuasión de un grupo social con las anteriores condiciones, es decir, cada individuo defendería opiniones distintas sobre un mismo problema, cada individuo elaboraría estrategias distintas frente a otro individuo según el orden de intervención, no se admitirían repeticiones de permutaciones, y solo se admitirían repeticiones de intervención de un individuo sobre otro según el orden preestablecido por las posibles de permutaciones. De hecho, en la realidad se presentan estas excepciones, pero, evidentemente, en estas situaciones las estrategias de disuasión tienden a perder sus matizaciones o su fuerza retórica, o sencillamente tienden a replicarse indefinidamente. En consecuencia, si las posibles permutaciones ABCDE es 5!, es decir, 120 posibles conjuntos ordenados, y en cada uno de éstos se diseñan 4 estrategias e distintas, entonces existirá un máximo posible de 480 (120*4) estrategias e radical o razonablemente distintas, en cuyo caso cada individuo experimentará la influencia de 96 ([51]*[5-1]!) estrategias de persuasión distintas en abierta competencia, y cada individuo diseñará también 96 estrategias de persuasión distintas. En efecto, las estrategias de disuasión elaboradas por cada individuo podrían reducirse de 96 a un número arbitrario según las matizaciones concretas de sus argumentaciones, pero tal situación implicaría descartar algunos procesos de aprendizaje, lo que distorsionaría el criterio de maximización de las estrategias supuesto en este modelo. Igualmente, a pesar de que algunas estrategias de persuasión diseñadas por un individuo recaen en varias ocasiones sobre el mismo individuo, el modelo supone, en virtud de las condiciones anteriores, que cada una de ellas se enfrentan entre 120


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sí en franca competencia, debido a las probables concesiones o negociaciones que se presentan en cada estrategia de persuasión. Por lo anterior, las probabilidades teóricas de que en un grupo social de 5 personas (en la situación ideal de competitividad individual descrita atrás) una estrategia e logre una persuasión exitosa sobre un individuo, es de 1 en 96, o sea, 0,01; cifra que, ciertamente, es bastante baja y por lo demás desalentadora. Finalmente, si se sigue el mismo procedimiento para 10 individuos en aquella competencia dialógica, se tendría que la probabilidad de que una estrategia e obtenga una respuesta consensuada será de 1 en 3’265.920 ([10-1]*[10-1]!), esto es, 0,0000003; una suma que arroja una idea realmente apabullante de la dificultad de lograr acuerdos, o sencillamente, de cambiar una conducta cotidiana concreta por una conducta cotidiana ideal en el marco de una política pública, donde los disensos son aún más fuertes que en el razonable debate democrático. Ahora bien, supóngase otro escenario ideal, en el cual el grupo de los 5 individuos del partido, después de tramitar el debate anterior, solo logran obtener consensos en tan solo un subgrupo de 2 personas, es decir, (AB)CDE, BD(AC)E, ACE(BD), E(AD)BC…, y las sucesivas combinaciones posibles de 2 individuos con sus respectivas permutaciones de 4 elementos, bajo la condición de que cada subgrupo tendrá que diseñar una nueva estrategia e para intervenir en los demás individuos, dado que el consenso logrado los obliga a renunciar a algunas pretensiones defendidas individualmente. De este modo, si se mantienen las restricciones del ejemplo anterior, o mejor, si el número máximo de estrategias e elaboradas por (AB) para persuadir C, D y E, o de B para disuadir D, (AC) y E, o de A para enfrentar a C, E y (BD)…, dependen solamente del orden de intervenciones posibles derivadas de las permutaciones de 4 elementos, donde uno de ellos equivale a una de las fusiones o combinaciones posibles de dos individuos, entonces se tendrán 240 ([5!/2!*[5-2]!]*4!) permutaciones posibles o conjuntos ordenados. Y dado que en cada uno de estos conjuntos se diseñan 3 estrategias e, entonces el número máximo de estrategias distintas en este grupo social ideal será de 720 (240*3). Por tanto, cada individuo experimentará la presión competitiva de 180 ([4-1]*[4-1]!*[5!/2!*[5121


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2]!]) estrategias de persuasión distintas, o bien en situación de subgrupo, o bien de manera individual, lo que en efecto indica que la probabilidad teórica de que una de ellas logre su propósito es de 1 en 180, o sea, 0,005; una cifra menor que la probabilidad calculada para grupos sometidos a una competitividad individual. Finalmente, si el número de personas ascendiera a 10, la probabilidad de disuasión para este escenario dialógico sería de 1 en 14’515.200 ([9-1]*[9-1]!*[10!/2!*[10-2]!]), o sea, 0,00000007; una probabilidad mucho menor que la calculada en el ejemplo anterior, y que recuerda la paradoja de la imposibilidad de la comunicación, ciertamente de ascendencia pitagórica. Pero lo que es más. Si se supone otro escenario ideal, en el cual solo fue posible constituir consensos de subgrupos con 3 individuos, después de tramitar los debates en los 2 escenarios anteriores, es decir, (ABC)DE, E(ABD)C, BC(ADE)…, y las sucesivas combinaciones posibles de 3 individuos con sus respectivas permutaciones de 3 elementos, bajo las mismas condiciones planteadas atrás, entonces los nuevos subgrupos o individuos conformarán 60 ([5!/3!*[53]!]*3!) conjuntos ordenados posibles. Por lo cual, el número máximo de estrategias e será de 120 (60*2), y el número de estrategias distintas que experimentará cada individuo, en calidad de grupo o en solitario, será de 40 ([3-1]*[3-1]!*[5!/3!*[5-3]!]). En consecuencia, la probabilidad teórica de que una nueva estrategia e diseñada para este escenario específico sea exitosa es de 1 en 40, o sea, 0,025; una cantidad que hace pensar que los consensos construidos en función de díadas es mucho más difícil que aquellos emprendidos de manera individual o en tríadas. En conclusión, si el escenario en cuestión contara con 10 personas, la probabilidad de que una estrategia persuada efectivamente es de 1 en 4’233.600 ([8-1]*[8-1]!*[10!/3!*[10-3]!]), es decir, 0.0000002. En otro escenario de deliberaciones, supóngase que, después de agotar el trámite de los 3 escenarios anteriores, solo fue posible constituir subgrupos de 4 individuos en pleno consenso. Por lo cual, en este cuarto escenario de trabajo, cada conjunto ordenado será de la forma: (ABCD)E, B(ACED), (AECB)D…, y las sucesivas combinaciones posibles de 4 individuos con sus respectivas permutaciones de 2 122


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elementos. En este sentido, se configurará un total de 10 ([5!/4!*[54]!]*2!) conjuntos ordenados posibles, en cada uno de los cuales se diseñara 1 estrategia e nueva, en virtud de las concesiones implicadas en un consenso de 4 individuos y el nuevo proceso de interacción entre este subgrupo y un individuo en solitario, para un total de 10 (10*1) estrategias de persuasión distintas. Así pues, cada individuo, en el subgrupo o en debate solitario, experimentará 5 ([2-1]*[21]!*[5!/4!*[5-4]!]) estrategias e distintas, por lo que la probabilidad teórica de una persuasión exitosa será de 1 en 5, esto es, 0,2; una cantidad interesante que incrementa las posibilidades de obtener consensos, y reduce ostensiblemente las diferencias en el debate. Finalmente, si el grupo en cuestión contara con 10 individuos, la probabilidad de obtener un persuasión exitosa sería de 1 en 907.200 ([7-1]*[7-1]!*[10!/4!*[10-4]!]), o sea, 0,000001. Ahora, acéptese que los 5 individuos se vieron obligados a conformar consensos en distintos subgrupos de 2 personas, quedando siempre un individuo en solitario. Así pues, en este quinto escenario dialógico, los conjuntos ordenados serán: (AB)(CD)E, (AD)(CE)B, B(CA) (DE)…, y las sucesivas combinaciones posibles de 2 parejas con sus respectivas permutaciones de 3 elementos. En este caso el conteo de los posibles conjuntos ordenados es más complejo. No obstante, se puede resolver así: ([5!/2!*[5-2]!]*[3!/2!*[3-2]!]*[1!/1!*[11]!]*3!)/N!, siendo N el número de subgrupos diseñados con elementos equivalentes en cualquier conjunto ordenado, que en este caso es 2. Por tanto, los conjuntos ordenados posibles serán 90 (([5!/2!*[5-2]!]*[3!/2!*[3-2]!]*[1!/1!*[1-1]!]*3!)/2!), y el número de estrategias e distintas serán de 180 (90*2), dado que en cada conjunto se elaborarán 2 estrategias de persuasión diferentes. De este modo, la probabilidad teórica de que una estrategia de disuasión obtenga una respuesta afirmativa de un individuo, o bien sea en el subgrupo o solitario, es de 1 en 60 ([3-1]*[3-1]!*[([5!/2!*[52]!]*[3!/2!*[3-2]!]*[1!/1!*[1-1]!])/2!]), o sea, 0.016; una cifra aproximada a la calculada en el escenario donde los individuos se entraban en una competencia individual. Finalmente, si el grupo reseñado aquí contara con 10 individuos organizados en distintos subgrupos de 2 personas, donde por supuesto no quedaría ninguna 123


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persona en solitario, entonces la probabilidad de persuasión sería de 1 en 90.720 ([5-1]*[5-1]!*[([10!/2!*[10-2]!]*[8!/2!*[8-2]!]*[6!/2!*[62]!]*[4!/2!*[4-2]!]*[2!/2!*[2-2]!])/5!]), es decir, 0,00001. Igualmente, si el sexto y último escenario dialógico fuera conformado por distintos subgrupos de 2 y 3 miembros, así: (ABC)(DE), (BE) (ACD), (CED)(BA)…, y las sucesivas combinaciones posibles de parejas y tríos con sus respectivas permutaciones de 2 elementos, entonces el número máximo de conjuntos ordenados sería 20 ([5!/3!*[5-3]!]*[2!/2!*[2-2]!]*2!)/0!), siendo N igual a 0 dado que no existen conjuntos de igual tamaño. Asimismo, si en cada conjunto se elabora 1 nueva estrategia e, entonces se presentarán 20 (20*1) en total, y consecuentemente, cada individuo experimentará la presión de 10 ([2-1]*[2-1]!*([5!/3!*[5-3]!]*[2!/2!*[2-2]!])/0!]) estrategias diferentes, por lo cual la probabilidad teórica de que una de ellas sea exitosa es de 1 en 10, es decir, 0,1. Finalmente, cuando los individuos ascienden a 10, las posibilidades de conformar distintos subgrupos se hacen mucho más complejas, en tanto que deben diseñarse conjuntos ordenados que relacionen entre sí los subgrupos de 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8 personas, y con 1 o más individuos, según sea el caso, de tal manera que no se repliquen los casos anteriores y se desarrolle el número máximo de conjuntos ordenados: (ABC)(DEF)(GH)(IJ), (ABC)(DEF) (GHI)J, (AB)(CD)(EF)(HIJ), (ABCD)E(FGH)(IJ), (AB)C(DEFGH) (IJ)…, así sucesivamente. De este modo, cuando los escenarios dialógicos se hacen más numerosos se requieren de algoritmos de computación a fin de completar satisfactoriamente los cálculos22 Así pues, un escenario de deliberación previamente organizado en los distintos órdenes posibles mencionados atrás, puede ofrecer, ciertamente, una recreación del comportamiento de los grupos sociales en cualquier escenario de comunicación, o lo que es lo mismo, un modelamiento lo suficientemente complejo como para restituir las reglas concretas que operan al interior de los consensos o disensos.

Al respecto, los algoritmos están disponibles para ejercicios de investigación y fueron desarrollados por Daniel Orlando Martínez, Profesor de Matemáticas y Estadística, Universidad de Cundinamarca, Colombia. 22

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Efectivamente, este modelo es posible en virtud de los siguientes supuestos fundamentales: siempre existe un proceso de aprendizaje según un orden de intervención no repetitivo de cada individuo o subgrupo sobre los subsiguientes elementos, lo cual permite renovar para cada caso las estrategias de disuasión; y en toda nueva configuración de subgrupos debe consensuarse una estrategia de disuasión diferente para cada intervención. En este sentido, si se suman las diferentes estrategias e que experimentaron cada uno de los individuos para el grupo compuesto por 5 personas en los 6 escenarios anteriores, se tendría un total de 391 (96+180+40+5+60+10) estrategias, lo que indica que la probabilidad teórica de que una estrategia de disuasión concebida por uno o varios individuos logre un resultado exitoso, en un escenario de maximización de estrategias posibles de disuasión o de intervenciones posibles de persuasión, es de 1 en 391, o mejor, 0,002. Desde otra perspectiva, cada individuo, o bien en solitario, o bien en grupo, deberá estar dispuesto a producir al menos 390 matizaciones o ajustes a su estrategia de disuasión inicial para construir todos los consensos posibles derivados de aquel grupo social, o simplemente, para poder decidir un solo consenso duradero después de probar los posibles acuerdos con los demás individuos. Por último, cualquiera sea la escogencia mayoritaria o unánime de los 5 miembros del partido correspondiente al escenario hipotético mencionado inicialmente, muy seguramente su contenido concreto deberá considerar buena parte de las posturas radicales o moderadas de cada uno de ellos. Evidentemente, este modelo (con las restricciones propias de una situación particular como por ejemplo que un individuo no quiera modificar su postura, o que otro decida reducir la complejidad del aprendizaje por negociaciones previas de distinta naturaleza, entre otras) puede ser normativo para controlar y ordenar los procesos consensuales, e igualmente, puede ser descriptivo para estudiar el desarrollo de una discusión donde persisten intereses diametralmente opuestos, como en el caso de la resolución negociada de un conflicto político armado.

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Conclusiones Se adelantó un análisis esquemático de distintos actores políticos de izquierda, destacando los intereses substanciales que motivan su participación. Asimismo, se identificó en el ejercicio de la militancia radical una incapacidad para la construcción de la democracia política y electoral, pero también una fuente inagotable de creatividad y participación transformadora bastante exigente con la realidad, lo que en efecto ofrece una oportunidad interesante para diseñar a largo plazo y en perspectiva optimista una nueva experiencia de democracia, distinta a la socialdemocracia de ascendencia europea. En las paradojas del buen gobierno, se introdujeron los debates contemporáneos sobre los fundamentos y verdaderos alcances de la democracia liberal y del socialismo real, en el marco de la globalización. En este sentido, se reseñaron 4 paradojas (paradoja de escala, paradoja del mínimo vital, paradoja de las decisiones y paradoja de la sostenibilidad) fundamentales e insalvables en el funcionamiento tanto del sistema mundial de democracias, como del socialismo autoritario. Subsecuentemente, se elaboró una aproximación a los sistemas democráticos y autoritarios desde la perspectiva integral de aquellas 4 paradojas (paradojas de las estructuras de gobierno democráticas y autoritarias), identificando los conflictos que persistirán en estos dos sistemas de gobierno, y las causas de una desintegración progresiva de los regímenes socialistas autoritarios por la vía del sistema mundial de democracias liberales y la globalización. Igualmente, fue indispensable realizar una relectura de las oportunidades de “desarrollo” de los sistemas democráticos latinoamericanos o en transición a la democrática, los cuales pueden ser divididos en dos grandes bloques geoeconómicos: el bloque de países latinoamericanos funcionales a EEUU, y el bloque de países latinoamericanos funcionales al MERCOSUR. En este sentido, las señales regionales son evidentes, pues el primer bloque se ha alineado con un modelo de democracia liberal agresivo y permeable al poder unipolar de EEUU; mientras el segundo bloque se ha alineado con un paradigma de democracia social de inspiración europea, empeñado

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en profundizar las regulaciones básicas del mercado y aprovechar “planificadamente” las fuerzas del comercio internacional. En este escenario abiertamente escéptico, aunque ajustado a las tendencias regionales, el proyecto socialista o de democracia radical del Chavismo, Correa y Evo, tendrán serias dificultades para subsistir a largo plazo, en tanto que sufrirá los efectos normalizadores del modelo global de la socialdemocracia, con crecimiento económico y bienestar colectivo de mínimos inherente al paradigma euronorteamericano. Por otro lado, y superando aquella perspectiva escéptica a pesar de las evidencias, se ha propuesto un breve estudio de las posibilidades reales de implementar el proyecto de democracia radical para comunidades rurales colombianas, en cuyas experiencias de gobiernos alternativos locales se inscribiría la oportunidad de hacerlo. No obstante, los obstáculos son evidentes e implicarían hasta efectos regresivos en el paradigma de bienestar material de la población, en atención a sus plataformas políticas agrobucólicas vigentes. En lo que concierne al desarrollo de la democracia radical, se ha tratado de demostrar que sus posibilidades concretas pasan primero por la destrucción de la democracia liberal y la instalación de una nueva individualidad/colectividad, lo que en efecto sería impracticable en cualquier horizonte de corto plazo, al menos a nivel regional o nacional. Finalmente, el autor se ha empeñado en mostrar un modelo de aprendizaje social que contribuya a fortalecer las capacidades dialógicas y consensuales de los militantes de la izquierda radical, lo que constituye una de las peores debilidades en su proceso de unidad y ampliación. Bibliografía Ackoff, R. L, (1978). The art of problem solving, Wiley, New York. Adams, J, (1996). Cost-benefit analysis the problem, not the solution, The Ecologist, 26 (1): 2-4.

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Discusión Epistemológica y Crítica sobre el Ordenamiento Ambiental en Colombia Resumen Se propondrá una metodología borrador para la ordenación ambiental del suelo en Colombia, ajustada a las condiciones de una epistemología socioambiental y a los fundamentos de una teoría de la descolonización y emancipación. 1. Introducción Las ciencias ambientales han reflexionado de modo amplio sobre el problema del ordenamiento ambiental, y particularmente se han concentrado en el reto de la implementación de estas disposiciones normativas. De hecho, Funtowicz y Ravetz han argumentado al respecto que la planeación ambiental ofrece uno de los escenarios de implementabilidad de mayor incertidumbre y difícil control si se le compara con otros procesos de política pública (Funtowicz & Ravetz, 1990). En efecto, el problema esencial sigue siendo la perspectiva sectorial y analítica del ordenamiento, su desvinculación de los procesos económicos (per se ordenadores radicales del espacio), de los procesos socioculturales (per se ordenadores estructurales del espacio) y la evaluación ingenua de la relaciones de poder implicadas en los anteriores procesos que, en efecto, sintetizan mecanismos dominantes de decisión sobre la cuestión espacial urbana y rural. Cualquier ordenamiento ambiental colombiano debe pasar por la valoración de los flujos espaciales definidos históricamente por el capital, en primer lugar, y las formas espaciales definidas históricamente por el poder regional, nacional e imperial (que no siempre se expresa en formas monetarizadas), en segundo lugar, las cuales construyen una espacialidad urbana y rural altamente funcional al poder político clientelar. En tercer lugar, se debe considerar un asunto estratégico y quizás el más difícil de gestionar de cara a la implementación de un ordenamiento espacial, cual es la 131


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representación sociocultural dominante del espacio que refleja un paradigma desarrollista, altamente contaminante y concentrador de riqueza (Garrido et al., 2007). Esta representación neutraliza el espíritu de cualquier gestión ambiental del territorio, y fomenta los conflictos ambientales por su perspectiva utilitarista del espacio. La cuestión central no es en consecuencia la definición e implementación tecnocrática o participativa de una metodología de este saber prescriptivo y complejo, es decir, el ordenamiento ambiental, sino las condiciones de posibilidad, de raigambres políticas y culturales, de un paradigma ambiental que proyecte la imagen de otras formas de desarrollo no utilitaristas, no crematísticas y socialmente excluyentes, hoy denominadas como autodesarrollo o posdesarrollo (Escobar, 2010). El autodesarrollo en clave ambiental supone una noción de sostenibilidad fuerte (Ökaynak et al., 2004), la cual cuestiona de fondo la estructura del capital global, pero, evidentemente, dificulta de modo increíble la gestión ambiental del territorio. La elección de las alternativas de una gestión débil, flexible o radical de los “recursos naturales” depende, indiscutiblemente, de las decisiones políticas y los paradigmas culturales del bienestar individual y colectivo. De cualquier modo, es evidente que la elección contra el capital global garantizaría una mejor “racionalidad de larga duración” del espacio, los materiales y la energía de los ecosistemas urbanos y rurales, y sus interacciones complejas. Y el problema de la ordenación ambiental se revelaría de modo más integrado o multidimensional si la perspectiva de estudio fuera la sostenibilidad fuerte23. El diseño e implementabilidad del ordenamiento ambiental El ordenamiento ambiental de un municipio y el manejo sectorial del impacto de una vía de circunvalación, por ejemplo, se limita a las acciones de mitigación ambiental que tendrían altos costos sociales y políticos para el régimen de dominio del capital de una región específica, y no contempla de fondo soluciones espaciales que racionalicen de modo sostenible el uso del espacio, los materiales y la energía. Una nueva vía, que antaño era una demanda para la movilidad, se convierte de nuevo en otro problema mayor, esto es, un corredor de alta accidentalidad, fuente de contaminación del aire, estresor de aves, y espacio de alta demanda para nuevos flujos de tránsito que terminan por colapsar de nuevo un corredor vial que fungió como una solución. El problema del crecimiento económico produce estas paradojas y demanda del ordenamiento ambiental soluciones de corto plazo para la reproducción del capital en ciclos de corta duración. 23

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no es un asunto meramente técnicocientífico, se trata de un asunto profundamente político, esto es, del establecimiento de soluciones espaciales del capital para la reproducción del capital mismo, en una dinámica ambientalmente insostenible. Inclusive, el discurso del ordenamiento ambiental ha sido, en buena parte de las regiones del mundo, el resultado de un ordenamiento del capital que le trasfiere los espacios residuales urbanos y rurales para su gestión. Al respecto escribe Harvey: Un arsenal poderoso y persuasivo de los discursos están incrustados (a veces sin saberlo) en sus prácticas asociadas, instituciones, creencias y poderes. La economía ambiental, ingeniería ambiental, derecho ambiental, planificación y política, así como una amplia gama de esfuerzos científicos confluyen en aquellos discursos. Éstos son perfectamente aceptables para las formas dominantes del poder político y económico, precisamente porque no hay un desafío implícito a la hegemonía de la acumulación de capital. El apoyo financiero y logístico por lo tanto fluye desde el Estado y las empresas para los que promueven estos discursos ambientales, lo que los convierte en discursos característicos del poder (Trad. prop. Harvey, 1997, p. 376).

Estos “vacíos” urbanos y rurales han sido definidos técnica y políticamente por los discursos de urbanistas, arquitectos, economistas, empresarios industriales y agrícolas, partidos políticos, entro otros, los que en efecto jamás se han cuestionado sobre sus roles sociales con las simples preguntas de Harvey: ¿por qué y para quién se ordena el espacio?, o sea, si la actividad planificadora es realmente consistente con los imperativos de la “justicia social y ambiental”. Imperativos ni siquiera de orden ambientalista radical o ecocentrista, sino fuertemente liberales y desarrollados en distintas legislaciones nacionales. El ordenamiento ambiental no solo es un discurso ambiental, sino también una estrategia institucional de gestión ambiental del capital. No obstante, lo que llama la atención en este aspecto es la infatigable retórica ecologista que movilizan los discursos legislativos de casi todas las naciones, y su correlato, los procesos de planeación ambiental. A pesar del cuño liberal de sus discursos, los enunciados parecen mostrar una atención beligerante frente a 133


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la contaminación ambiental, y formulan legislaciones que invocan principios conservacionistas valiosos. Evidentemente, la justicia social y ambiental como discurso y práctica institucional del orden liberal moderno (a la base de la planificación territorial, por ejemplo) se revela para algunos autores como el logro de una civilización que históricamente tiende hacia lo mejor. Lo que se ha venido explicando como un fenómeno de “progreso moral” de los individuos y grupos sociales, así: El mecanismo primordial mediante el cual el progreso moral se hace presente parecer ser la reducción de la distancia moral entre las acciones y las consecuencias de los individuos. ¿Hay evidencia de tales acciones? Singer (2009) expone el caso de que no hay distinción moral entre salvar una vida a través de una acción directa y adoptar medidas para evitar el daño sobre aquellos con los que no se tiene una relación directa. Y también desmantela las objeciones a esta noción universal de responsabilidad por los demás, que frecuentemente se plantean: la ciudadanía, la difusión de la responsabilidad, o la falta de relaciones de causalidad directa entre las acciones y las consecuencias. Rifkin (2009) despliega argumentos similares y examina empíricamente cómo la distancia moral ha sido reducida mediante el incremento de la empatía entre las personas, esto es, la esfera de las relaciones humanas se ha ampliado del parentesco y la tribu a la totalidad de la humanidad (Trad. prop. Adger & Brown, 2010, p. 547).

En efecto, la hipótesis de un progreso moral civilizatorio es problemática, y su particular manifestación del paso de los lazos de hermanamiento de la tribu a la comunidad humana no parece ser el registro de lo real. Por el contrario, la crisis ambiental y social civilizatoria evidencia un modo de desarrollo que progresivamente hace insostenible la vida humana en el planeta. Y el ordenamiento ambiental es uno de los tantos instrumentos de planificación de este modo de desarrollo que trata de mitigar los impactos socioambientales negativos de su dinámica propia. En el caso colombiano, existe un arsenal normativo para el ordenamiento territorial y la gestión ambiental en general, que en efecto enviaría al mundo un mensaje de solidez jurídica sobre

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el asunto24. No obstante, las debilidades regulatorias y el déficit institucional para su control o monitoreo son enormes. Especialmente los municipios colombianos han sido objeto de una retórica de ordenamiento ambiental (expresada en agendas ambientales y en la estructura ecológica principal del POT de primera generación), que invoca los principios del desarrollo sostenible y distintas formas de protección y regulación ambiental, incluyendo los viejos esquemas de incentivos, sanciones, descontaminación al “final del tubo”, entre otros.

Entre las principales normas nacionales, directa o indirectamente relacionadas con la gestión ambiental del territorio, especialmente rural, y sus desarrollos posteriores, podemos mencionar las siguientes: Ley 2 de 1959 (reservas nacionales forestales protectoras), Decreto Ley 2811 de 1974 (Código Nacional de recursos naturales renovables y de protección ambiental), Ley 21 de 1991 (protección de territorios colectivos indígenas), Ley 70 de 1993 (reconocimiento a la propiedad colectiva de comunidades negras y sus tradiciones), Ley 99 de 1993 (creación del Ministerio del Medio Ambiente y organización del Sistema Nacional Ambiental), Ley 101 de 1993 (norma general de desarrollo agropecuario y pesquero), Ley 141 de 1994 (regulación de regalías por explotación de recursos naturales no renovables), Ley 152 de 1994 (regulación orgánica del plan de desarrollo), Ley 160 de 1994 (reforma agraria y desarrollo rural campesino), Decreto 1777 de 1996 (zonas de reserva campesinas), Ley 388 de 1997 (regulación general para el ordenamiento territorial), Decreto 879 de 1998 (reglamentación del ordenamiento territorial), Ley 614 de 2000 (coordinación de entidades para la implementación del ordenamiento territorial), Decreto 097 de 2006 (licencias urbanísticas en suelo rural), Decreto 3600 de 2007 (reglamentación del ordenamiento territorial y ambiental del suelo rural), Ley 1151 de 2007 (Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010), Decreto 4066 de 2008 (reglamentación de suelo suburbano y rural), Decreto 1069 de 2009 (reglamentación de la ocupación en suelo rural), Decreto 2372 de 2010 (reglamentación del Sistema Nacional de Áreas Protegidas), Ley 1450 de 2011 (Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014), Ley 1454 de 2011 (norma orgánica de ordenamiento territorial), Decreto 1640 de 2012 (ordenación de cuencas hidrográficas como determinante ambiental superior para el ordenamiento territorial), Ley 1523 de 2012 (política nacional de gestión del riesgo), Decreto 953 de 2013 (reglamentación de áreas estratégicas para la conservación del agua y esquemas de pago por servicios ambientales). En el nivel de estandarización ambiental internacional se suelen invocar y aplicar normas ISO 14000 y 18000, Declaraciones de las Naciones Unidas suscritas por el Estado colombiano sobre Medio Ambiente (Convenio de biodiversidad biológica, 1993[1992], Convención Ramsar de humedales, 1975[1971], Convenio de Basilea de residuos, 1992[1989], Convenio de Viena y Protocolo de Montréal sobre ozono, 1989[1987]). Y para otros casos, se invocan Directivas y Libros Blancos de la Unión Europea, y Recomendaciones del PNUMA, la OMS, la FAO y la EPA; pero solo a manera de motivaciones políticas o técnicas. 24

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Sin embargo, el balance sigue siendo negativo25, y sus actuales programas formulados en distintas áreas siguen exhibiendo serias dificultades para mejorar sus impactos, tales como escasez de recursos, falta de seguimiento y control, carencia de personal capacitado, discontinuidades y excesiva sectorización de la política ambiental, entre los más importantes. En resumen, el ordenamiento ambiental local de hoy y sus técnicas de formulación y gestión, no parecen ser suficientes para ordenar de modo sostenible y en perspectivas de larga duración los espacios rurales y urbanos colombianos, con persistentes y complejos problemas ambientales. Efectivamente, la salida que ha ofrecido la legislación ambiental colombiana no ha garantizado la implementación eficiente de un modelo consistente de ordenamiento ambiental, cuyas limitaciones van desde una normativa excesivamente flexible y sin capacidad sancionatoria efectiva, hasta una institucionalidad ineficiente que implementa de manera acrítica un modelo desarrollista del territorio profundamente degradador del ambiente. 2. El problema del reordenamiento ambiental local El proceso de ordenamiento “espontáneo y dictador” del capital global sobre los elementos del espacio, no se puede gestionar con un ordenamiento tecnocrático o participativo que ignore las relaciones de poder que prefiguran su dinámica, las cuales se expresan en distintos mecanismos de poder y control del espacio. Y no ignorarlo significa disputarle a esta especie de “tecnología del poder espacial”26 que ha constituido el capital, sus decisiones y modelos desarrollistas. En este sentido, una metodología de ordenamiento ambiental que aspire a transformar las relaciones de poder que producen espacios funcionales al capital, debe ser al mismo tiempo una metodología de Para un completo balance de los POT colombianos de primera generación véase Carrión (2008). 26 Respecto a las investigaciones sobre la construcción del espacio mediante las relaciones de poder, se debe destacar el estudio del panóptico, la ciudad industrial y posindustrial, la microfísica del poder sobre los espacios cotidianos o íntimos, el pospanóptico, que realizaron Foucault, 2002; Bauman, 2004; Esposito, 2006, entre los más destacados. 25

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interpelación, crítica, transgresión y reordenamiento beligerante de dichos espacios. No se trata solo de una herramienta técnicocientífica, sino también de una herramienta de lucha por la conquista de una justicia socioambiental, entendida en esta ocasión desde la perspectiva de la sostenibilidad fuerte27. Y en efecto, no se puede comprender esta herramienta de lucha sino en el marco de una teoría de la emancipación socioambiental aún en ciernes. Esta teoría hunde sus raíces en varias vertientes del pensamiento político contemporáneo, como la ecología profunda, el igualitarismo ecosférico, la ecología política, la economía ecológica, la etnoecología, el ecofeminismo, el ecosocialismo, el nuevo marxismo postestructuralista, los cuales han introducido la dimensión ambiental en la teoría social, con todas las implicaciones que ello tiene (Garrido et al., 2007, pp. 12-26). Y sus principios rectores se resumen en el conocido Manifiesto Ecosocialista, así: En suma, el sistema capitalista mundial está en una bancarrota histórica. Se ha convertido en un imperio incapaz de adaptarse, cuyo propio gigantismo deja al descubierto su debilidad subyacente. Es, en términos ecológicos, profundamente insustentable y debe ser cambiado de manera fundamental, y mejor aún, reemplazado, si ha de existir un futuro digno de vivirse (Kovel & Löwy, 2002).

Sin embargo, en perspectiva de la sostenibilidad fuerte y la lucha socioambiental contra el gran capital, los problemas que plantean dichas alternativas son innumerables: ¿Cómo definir los límites entre los procesos biogeoquímicos de la tierra mitigables y no mitigables en Recuérdese que el paradigma de la sostenibilidad fuerte se caracteriza por cuestionar de fondo las nociones de comparabilidad y conmensurabilidad que se encuentran a la base de las valoraciones cualitativas y cuantitativas de los bienes ambientales e intangibles. En consecuencia, el paradigma solo acepta una comparabilidad de carácter fuerte, a fin de preservar mejor la diversidad y stock de los elementos biofísicos, y una conmensurabilidad limitada en tanto que no todo bien ambiental es medible, ni todos sus atributos son valorables. De otro lado, la sostenibilidad fuerte reclama un imperativo sociocultural adicional para superar la crisis de la modernidad, esto es, no solo se debe observar la liberté, égalite, et fraternité, como fundamentos de la utopía social moderna, sino también la sostenibilidad, como un elemento que introduce la noción de la finitud de los recursos naturales, la diversidad ambiental y cultural, el derecho intergeneracional, el balance de los flujos de materia y energía del metabolismo social, entre los más importantes. Al respecto véase Ökaynak et al., 2004, p. 299 y ss., y Tábara, 2002, p. 69. 27

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escalas de larga duración? ¿Cómo entender y balancear los derechos biocéntricos en contraste con los derechos antropocéntricos? ¿Cómo transformar el paradigma de bienestar hedonista y utilitarista de nuestros modos de desarrollo y progreso? ¿Cómo desfundamentar la estructura funcional del capital global, la cual moviliza toda suerte de relaciones de dominio y normalización social a distintas escalas espaciotemporales? ¿Cómo reordenar el espacio del capital a escalas locales de larga duración en el horizonte del ecosocialismo, por ejemplo? Las preguntas son irresolubles si nos atenemos a las experiencias emancipatorias de los socialismos fracasados, y de las limitadas formas de autogobierno local comunitario de algunos proyectos indigenistas y campesinistas colombianos y latinoamericanos (Martínez, 2008, pp. 68-73). Dicho de otro modo, las fórmulas emancipatorias exigen el aumento y diversificación de experiencias alternativas de comprensión y gestión de los problemas socioambientales, y demandan la reflexión permanente sobre las condiciones de posibilidad de implantar nuevas formas de gobierno y nuevas políticas públicas de cara a la transformación de las lógicas de poder del capital global, que en efecto tiene expresiones glocales. En consecuencia, el problema del reordenamiento espacial local de enfoque ambiental será asumido aquí en clave teórica, pero en perspectiva de la sostenibilidad fuerte, sin considerar el problema de su implementabilidad a corto plazo. De hecho, el propósito es seguir inspirando a los ordenadores ambientales con otras maneras de ver el “desarrollo”. 3. Hacia un ordenamiento ambiental local más integrado y beligerante En primer lugar, es necesaria la constitución de una epistemología ecologizada28, es decir, que sea capaz de equilibrar la valoración antropocéntrica del mundo con una valoración biocéntrica. En segundo Existen desarrollos muy destacados bajo la categoría de ciencia post-normal véase Funtowicz y Ravetz 1990, Funtowicz et al. 1990, Funtowicz y Ravetz 1994, Funtowicz et al. 1999, Funtowicz et al. 2002. 28

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lugar, se requiere la formulación de una ciencia socioambiental29 que sea capaz de interpretar los fenómenos del mundo en la interfaz socionatural, y no en cualquiera de sus extremos o por fuera de ellos. En tercer lugar, se hace indispensable un saber técnico o instrumental que se ocupe de la planificación ambiental o de los problemas ambientales espaciales concretos, que mejore ostensiblemente la implementabilidad de sus políticas en el marco de los imperativos de la ciencia socioambiental. Sin embargo, las anteriores premisas de trabajo deben instalarse en una dimensión política más beligerante. De hecho, esta dimensión en las ciencias post-normales y las ciencias de la sostenibilidad se nos aparece completamente dócil frente a las lógicas de poder del capital global. Con relación a este punto, es claro que estos discursos emergentes aún persisten en realizar ajustes progresivos al proceso tradicional de “modernización ecológica”; lo que seguramente puede prolongar en el tiempo y el espacio las operaciones de destrucción ambiental y exclusión social del capital global. De hecho, una teoría de la emancipación en estricto, se les aparece como una idea política ortodoxa y conflictiva que no contribuye a la solución de los problemas socioambientales, sino por el contrario a su exacerbación. Esta idea beligerante no es de sus afectos, pues obliga a considerar una teoría de la intersubjetividad que incorpore fenómenos de resistencia social, valores metafísicos existenciarios, religiosidades de vocación social, experiencias mesiánicas de cuño ambientalista, entre otras, a fin de superar su condición meramente descriptiva, analítica, asépticamente “pluralista” y abstractamente “multicriterial”. En efecto, estas narrativas de la sostenibilidad configuran el ideal de la sociedad habermasiana, lo que ha definido sus cánones de comprensión de los fenómenos y toma de decisiones frente a los problemas del mundo, y ha terminado por operar como sustituto somnífero de una teoría y pragmática radical de la transformación de lo real. Si consideramos las consecuencias de una epistemología ecologizada y emancipatoria, la interfaz sociedad-naturaleza obliga no solo a restituir los conocimientos científicos de la dimensión social y natural, y las formas de valoración multidimensional de los actores sociales “expertos Al respecto, se encuentra en emergencia un discurso integrador de los saberes conocido como ciencias de la sostenibilidad. Véase Kates et al. 2000 y Kasemir et al. 2002. 29

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y no expertos”, con sus respectivos principios éticos comunicacionales de transparencia y el compromiso civilista por el cambio mediante formas de aprendizaje social y participativos, sino una perspectiva de acción reflexiva que instaure una política activa de transformación del mundo en la dimensión intersubjetiva de la vida cotidiana. Dicha política es, ciertamente, una política que cuestiona las formas compensatorias del capital y sus relaciones de dominio, y que le es imperativo no solo comprender socialmente el mundo, participar en su cambio y pluralizar sus escenarios decisorios, sino también neutralizar los efectos de la lógica del poder del gran capital, mediante el debilitamiento político de sus perspectivas utilitaristas, dictadoras y reduccionistas. La ciencia de la sostenibilidad debe declarar su capacidad de resistencia militante contra el capitalismo, a despecho de convertirse en otro efecto normalizador del poder, es decir, un experimento de comunidad dialógica legitimadora de un orden civilizatorio en crisis (véase la Figura 2). Ahora bien, según los presupuestos de las ciencias socioambientales, su lenguaje epistemológico de interfaz o hibridado representa un reto enorme para la ontología y gnoseología. La primera categoría se debate en la comprensión previa de lo real en general, mientras la segunda implica la comprensión de la comprensión en general. Pero en esta epistemología, que aspiraría a la interpretación de la totalidad de los hechos (sensibles e inteligibles), no cuenta aún con el lenguaje adecuado para conceptualizar sus hibridaciones socionaturales, ni menos con las herramientas para abordar problemas tan espinosos como el material de la memoria, onírico, instintivo, genético y del pensamiento, o asuntos como las patologías de origen ambiental, la salud de los ecosistemas, la reversibilidad de los procesos naturales, los balances de energía, entre otros; todos ellos implicados en la interfaz socio-natural, pero abordados hasta hoy de modo analítico y con saberes de naturalezas distintas. Por otro lado, una teoría de la intersubjetividad emancipatoria, con raíces en el vitalismo, el existencialismo, el materialismo histórico y la metafísica de lo cotidiano, de autores tan destacados como Husserl, Heidegger, Sartre, Shütz, Benjamin, Habermas, MerleauPonty y Buber, no ha logrado salir de la esfera sociocéntrica, dado el tratamiento completamente subjetivado o estético de los problemas ambientales y de los fenómenos naturales en general. 140


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Figura 2. Paradigma de las ciencias socioambientales emancipatorias Fuente: Elaboración propia con base en Bertrand, 2002, pp. 21-31; Bertrand, 1990, pp. 125-136; Garrido et al. 2007, pp. 7-53; Foucault, 2002, pp. 118-137; Foucault, 1998, pp. 83-87 y Buber, 1994.

A pesar de estas serias limitaciones, es imperativo continuar las exploraciones en la búsqueda de una epistemología ecologizada o hibridada. En este sentido, se propone un método general de integración de saberes para tratar de resolver de modo provisional el problema particular de un lenguaje policéntrico, que permite asumir el reto de la comprensión de los espacios ambientales y su reordenamiento radical respectivo. Se trata en efecto de una propuesta de lo que hoy se ha dado en llamar “epistemología regional” sin mayores pretensiones (véase la Figura 3).

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Teoría del poder crematístico

Figura 3. Epistemología de las ciencias socioambientales Fuente: Elaboración propia con base en Bertrand, 2002, pp. 21-31; Bertrand, 1990, pp. 125-136; Garrido et al., 2007, pp. 7-53; Martínez-Alier, 1994, pp. 42-50; Martínez-Alier, 1995, Martínez-Alier, 1994, pp. 42-50; Martínez-Alier, 1995; Tello et al., 2008; Toledo, 2008; Munda, 2006; Foucault, 2002, pp. 118-137; Foucault, 1998, pp. 83-87; Tàbara, 2001; Tàbara, 2002 y Buber, 1994.

Ciertamente, las dimensiones biofísica, social, económica y política exhiben saberes propios analítico-teóricos y analítico-empíricos, con pobres ejercicios de síntesis. No obstante, si vinculamos los saberes biofísicos a los de la teoría social en general, podemos obtener los problemas de investigación sintéticos de la sociología ambiental y la antropología ecológica. Si aquella dimensión se integra a la economía, permite revelar la potencia de los saberes propios de la economía ecológica; y del mismo modo, si se le integra a la dimensión política podemos ver con claridad la importancia de la ecología política. Por otra parte, si vinculamos la dimensión social con la política, se pueden evidenciar los escenarios de trabajo de la teoría del poder

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regulatorio y disciplinario30; y si articulamos la dimensión política a la económica, podemos evidenciar los objetos de estudio de la teoría del poder crematístico, que no es otra cosa que una teoría del poder con énfasis en la economía convencional31. Ahora bien, con estos saberes interdisciplinarios es posible de modo provisional integrar un saber mucho más sintético que hemos llamado ciencias socioambientales, cuya epistemología se nos revela parcialmente en la teoría general de sistemas, la teoría de la complejidad, la teoría del caos, la bioética, para mencionar las más consistentes. Finalmente, cuando la epistemología de las ciencias socioambientales incorpora a sus reflexiones el contenido de una teoría de la emancipación fundamentada en la intersubjetividad de la vida cotidiana y el enfoque de una geografía ambiental, podemos establecer las bases conceptuales de una metodología interdisciplinaria y aplicada para un ordenamiento ambiental local integrado y emancipatorio. 3.1.

Una metodología alternativa de ordenamiento ambiental local

La epidermis terrestre de un municipio debe ser vista como una unidad espacial que sostiene procesos osmóticos32 con el exterior. Estos procesos son de carácter multiescalar y multidimensional, lo que demanda una mirada tanto analítica como sintética de los elementos socioambientales de la epidermis municipal y su entorno. Del mismo modo, las zonas urbanas sostienen fuertes relaciones osmóticas con la zona rural dentro del municipio, y cada una de ellas puede desarrollar de modo independiente relaciones osmóticas con el exterior. Por definición, las ciencias socioambientales y una teoría de la intersubjetividad emancipatoria exigen que la noción de Respecto a las categorías “poder normalizador” y “disciplinario”, véase el artículo de este libro “El poder en la naturaleza: una relectura desde Michel Foucault”. 31 Investigaciones en este sentido son relevantes las obras de Wallerstein, 2007 y Harvey, 2004. 32 Se entiende esta noción como el proceso de intercambio de materiales, energía e información entre espacios terrestres previamente definidos. El concepto de información hace referencia a todos los productos inmateriales del hombre. 30

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sostenibilidad fuerte imponga de modo razonable unos umbrales de sostenibilidad en la epidermis municipal, y unos vehículos de lucha social para instalarlos en todos los niveles del debate democrático. Dichos umbrales se deben definir mediante métodos de evaluación ambiental profundamente integrados y participativos (los cuales están siendo aplicados en Europa33), pero separando del proceso a las perspectivas más reduccionistas y utilitaristas34, e integrando perspectivas de saberes militantes ambientalistas y colectivistas (que también suelen ser marginados o docilizados por los expertos y tecnócratas). Aquellos métodos no pueden operar adecuadamente si la diagnosis territorial no se realiza en el marco de una epistemología socioambiental, tal como la describimos atrás, por lo que el esfuerzo implicado en sus actividades serán importantes y costosos, si se considera la participación activa de distintos actores sociales y el nivel de detalle de los estudios técnicocientíficos. Dadas las limitaciones de espacio, nos concentraremos en los alcances de aquella diagnosis inicial y en las discusiones en torno a la definición de algunos umbrales de sostenibilidad. Finalmente, veremos en términos generales cómo esta diagnosis y umbrales constituirían la base fundamental de un reordenamiento ambiental radical. Se han seleccionado entonces 10 variables espacializables de interés para la diagnosis inicial de cara a un reordenamiento ambiental local, presuponiendo que todas ellas habrán de ofrecer unos umbrales de sostenibilidad relevantes (véase la Figura 4). En primer lugar, los niveles de biostasia/rexistasia de medios naturales con escalas espaciales de geotopos/biotopos de medios naturales, ofrecen una exigente observación sintética de las interacciones y sus niveles de clímax o desequilibrio de los elementos de un ecosistema. Se trata de estudiar las relaciones complejas entre procesos geomorfológicos, Para un resumen de estas evaluaciones véase Tàbara, 2003. Se trata de actores no válidos, que introducen un ruido inmanejable tanto en los procesos de aprendizaje de la evaluación, como en sus procesos de decisión multicriterio. Evidentemente, en esta categoría suelen inscribirse gremios económicos, élites sociales y partidos políticos prodesarrollistas y procolonialistas, pero no necesariamente son actores no válidos para todos los casos. 33 34

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Figura 4. Método de diagnosis inicial para el ordenamiento ambiental Fuente: Elaboración propia con base en Bertrand, 1968, p. 45; Bertrand, 2000, pp. 366-368; Ortiz, 1989, pp. 122-123; Fernández, 1994, pp. 227-269; Romero et al., 2001; MartínezAlier, 1994, pp. 42-50; Martínez-Alier, 1995; Martínez-Alier, 1994, pp. 42-50; MartínezAlier, 1995; Tello et al, 2008; Toledo, 2008 y Munda, 2006.

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clima, vegetación, fauna, suelos e hidrología35. Dado el nivel de detalle, es indispensable la conformación de varios equipos interdisciplinarios con experticia en el análisis integrado del ambiente, a fin de caracterizar con relativa eficiencia extensiones territoriales importantes. En efecto, la zonificación resultante dará lugar a un complejo de geotopos y biotopos diferenciados mediante categorías que expliquen el estado integral de sus elementos. En segundo lugar, los niveles de biostasia/rexistasia de medios antropizados, caracterizados a escalas de geotopos/biotopos de medios antropizados, proveerán los estados de las interacciones de los procesos geomorfológicos, sistemas productivos, fauna, vegetación, clima, relieve, suelos modificados y drenajes36. La zonificación resultante podrá ofrecer un complejo de geotopos y biotopos con distintos grados de antropización bastante útiles para identificar los procesos agroecológicos establecidos y los impactos de los procesos agropecuarios herederos de la “revolución verde”. Del mismo modo, tales caracterizaciones solo podrán realizarse por un número importante de equipos interdisciplinarios con experticia en análisis integrado del ambiente. En tercer lugar, el diferencial de materiales y energía incorporada entre el sistema agrícola identificado y el agroecológico de referencia, caracterizado a escala de zonas diferenciales de eficiencia material y energética de medios rurales y suburbanos, ofrece la posibilidad de conocer el metabolismo social de los ecosistemas modificados, rurales y suburbanos, de sistemas productivos insostenibles; y su eficiencia respecto al metabolismo de un ecosistema modificado por sistemas productivos sostenibles. De este modo, se debe valorar el consumo directo o indirecto de combustible fósil, fertilizantes, fungicidas, herbicidas, fuerza de trabajo, uso de agua, pérdida de fertilidad y contaminación de suelos para la producción agrícola o pecuaria característica de los geotopos identificados atrás. Una vez hecho esto, se debe comparar su eficiencia energética y material respecto a un sistema productivo sostenible y similar, previamente Para este propósito se deben seguir los trabajos avanzados de Bertrand, 1968, p. 45, Bertrand, 2000, pp. 366-368 y Ortiz, 1989, pp. 122-123. 36 Para un referente de trabajo, véase Ortiz, 1989, pp. 122-123. 35

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caracterizado, donde en efecto se debe considerar un comparativo de rendimientos37. El resultado final será una zonificación de diferentes sistemas productivos con sus respectivas eficiencias materiales y energéticas. El equipo de trabajo que asumirá esta labor deberá ser interdisciplinario y poseer experticia en bioeconomía. En cuarto lugar, el diferencial de materia y energía incorporada entre el sistema urbanizador identificado y el sostenible de referencia, caracterizado a escala de zonas diferenciales de eficiencia material y energética de medios urbanos, nos ofrece un estudio del metabolismo social de la ciudad o asentamientos humanos, sus requerimientos directos e indirectos de combustible fósil, material constructivo, formas de consumo de suelo y consumo de agua e hidroenergía. Este estudio posibilitará comparar su desempeño en el uso de materia y energía respecto a modelos constructivos sostenibles de vivienda e infraestructura urbana en general, previamente identificados. Los resultados del estudio permitirán realizar una zonificación de sectores urbanos diferenciados de eficiencia material y energética. En quinto lugar, se deben identificar las amenazas volcánica, sísmica, de inundación, de avalancha, de remoción en masa y de accidentes industriales, las cuales se deben representar mediante una zonificación de amenazas urbanas y rurales. Sobre este aspecto existen avances importantes. No obstante, en una diagnosis más integral, la sociología ambiental y la economía convencional deberán estar en capacidad de identificar las vulnerabilidades y riesgos respectivos. En sexto lugar, se deberán identificar las emisiones contaminantes de agua, suelo, aire, y ruido, a fin de obtener una zonificación de fuentes contaminantes rurales y urbanas. Vale aclarar que las fuentes móviles y fijas de contaminación deberán ser consideradas en la espacialización. Sobre este aspecto se tienen dificultades para la medición adecuada y diferencial de la calidad del aire, contaminación de acuíferos, dirección de los vientos que transporta la contaminación y ruido. Sin embargo, se debe aprovechar la información existente e instalar estaciones auxiliares para suplir las deficiencias de información.

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Al respecto existen importantes avances en Tello et al., 2008 y Toledo, 2008. 147


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En séptimo lugar, es necesario calcular las huellas ecológicas de carbono, agua, alimentos y residuos, con el propósito de hacer la zonificación de huellas ecológicas en la zona rural. Las metodologías para afrontar estos estudios se han venido refinando; sin embargo, requieren ajustes para nuestros casos concretos. Estas zonificaciones serán localizadas de modo más didáctico que definitivo, dado que solo queremos determinar la extensión y las condiciones adecuadas de las zonas que deberían suplir la demanda de las huellas ecológicas identificadas. Estas zonas pueden también solaparse por la diversidad de funcionalidades ecológicas que ofrecen. En octavo lugar, se deben identificar y caracterizar las áreas de extracción/pérdida de materiales y energía aprovechable, con la finalidad de obtener la zonificación de actividad maderera, minera, gasífera y petrolera en la zona rural y suburbana. Dada la complejidad de las mediciones de los inputs y outputs de materiales y energía de cualquier sistema natural, nos enfocaremos en la medición de los recursos principales extraídos para propósitos comerciales o de autoconsumo, como por ejemplo madera, gravilla, arena, caliza, arcilla, pizarra, oro, entre otros. Recuérdese que el recurso forestal es altamente explotado en Colombia no solo con fines madereros, sino también para cocción domiciliaria, producción de carbón de leña, cercos y otras infraestructuras asociadas a la producción agropecuaria. De este modo, la zonificación de esta actividad deberá incorporar estos usos tradicionales y diferenciar sus niveles de extracción. En noveno lugar, se deberán caracterizar los geotopos/biotopos con riqueza y diversidad de especies endémicas y amenazadas, lo que en efecto nos permitirá realizar una zonificación de fauna y flora en la zona urbana y rural, con especial énfasis en ecosistemas con algún grado de importancia biocéntrica. Por último, se requiere la identificación y caracterización de las fuentes/pérdidas de almacenamiento, calidad y transporte de agua, con la intención de realizar una zonificación hídrica en la zona rural y urbana. El objeto de esta zonificación es comprender la distribución de los drenajes, la calidad de sus aguas, la forma como 148


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se aprovecha el recurso, la oferta hídrica histórica y sus tendencias, y el análisis de sus ciclos en distintas zonas. Para cualquier caso se debe considerar la relación precipitación-evaporacióntranspiración-almacenamiento-escorrentía en zonas de páramo, reservas forestales y otras áreas con algún grado de protección, las cuales serán identificadas de modo detallado en los geotopos. Con las anteriores diez variables zonificadas se pueden obtener distintos niveles de degradación ambiental de la epidermis territorial del municipio y sus interrelaciones multiescalares. Con esta información empírica inicial se debe determinar el umbral de sostenibilidad para cada una de ellas, haciendo uso de métodos de evaluación ambiental en las condiciones mencionadas atrás, e imponiendo inicialmente un principio razonable de maximización ambiental a fin de asegurar la propuesta de una malla ambiental fuerte del municipio. El método de integración de las variables y la técnica de síntesis espacial de las mismas puede recurrir a operaciones espaciales de solapamiento, pero, primeramente, tendrá que considerar una síntesis de orden cualitativo. Conclusiones El ordenamiento ambiental de un municipio colombiano es un campo de investigación complejo y bastante adecuado para el desarrollo de epistemologías regionales. Pues tenemos la confluencia de toda suerte de problemas territoriales y formas socioculturales dominantes y en resistencia, sometidos a procesos de cambio e hibridación con distintos imaginarios o cosmovisiones. Y en efecto, las ciencias socioambientales proveen un arsenal de conceptos, incipientemente integrados, que contribuyen a la comprensión general del espacio con enfoque en problemas ambientales. La metodología borrador propuesta aquí corresponde al orden de la geografía ambiental, con una enorme influencia de Bertrand, pero ajustada a las condiciones de una epistemología socioambiental en ciernes, y a las premisas de una teoría de la intersubjetividad con miramientos descolonizadores y emancipatorios. 149


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Se deben advertir, permanentemente, los límites ideologizantes y moralizantes de distintas perspectivas implicadas en las luchas sociales, dado el carácter también reduccionista y no dialógico de algunas de sus dinámicas políticas. De hecho, los nuevos modelos de gobernanza y los nuevos órdenes económicos colectivistas respetuosos del ambiente, se encuentran en un serio trance de legitimidad y se enfrentan a una presión imponderable del gran capital. Circunstancias que obligan, mucho más que antes, a un debate científico y político no fanático que, sin renunciar a las luchas sociales, proponga y colectivice nuevas maneras de darnos un orden social justo y ambientalmente sostenible. Los municipios colombianos requieren de modo urgente un reordenamiento ambiental. No obstante, dadas sus condiciones adversas de implementabilidad (en la que también actores políticos, sociales y económicos diversos se opondrían), se hace indispensable la participación permanente de perspectivas políticas ambientalistas que movilicen en sus luchas sociales la agenda de un desarrollo alternativo con sostenibilidad fuerte. Bibliografía Adger, N. & Brown, K, (2010). Progress in global environmental change. En: Global environmental change, 20,4. UK: Elsevier. Bauman, Z, (2004). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica. Bertrand, C. & Bertrand, G, (1968), (1978), (1990), (2000), (2002) y (2006). En: Geografía del Medio Ambiente, El Sistema GTP: Geosistema, Territorio y Paisaje. España: Universidad de Granada. Buber, M. (1994). ¿Qué es el hombre? Colombia: Fondo de Cultura Económica. Carrión, G. A, (2008). Debilidades del nivel regional en el ordenamiento territorial colombiano. Aproximación desde la normatividad político administrativa y de usos del suelo. En: Revista ACE. AÑO III, núm.7, junio 2008. 150


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CAPÍTULO III Cambio histórico del paisaje rural y latifundismo secular en Ibagué.

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Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)38 Resumen Se presentan de forma breve las distintas transformaciones que ha experimentado el espacio rural de Ibagué-Colombia desde la Conquista hasta el presente, pasando por etapas coloniales y etapas desarrollistas intermedias. Asimismo, se intentará abordar el estudio de estas transformaciones en la perspectiva de las incipientes teorizaciones de la geografía híbrida. 1. ¿Cómo se revela la transformación del espacio rural desde la GH? La geografía híbrida procura hacer un refinado balance entre la geohistoria y las nuevas corrientes de la geografía postmoderna. El propósito de este balance es constituir una perspectiva de comprensión de los fenómenos socioambientales mucho más multidimensional e integral de lo que tradicionalmente se hace. Lo anterior obliga a introducir las reflexiones contemporáneas sobre las perspectivas filosóficas antipositivistas, descoloniales, estéticas, feministas y ambientalistas, que cuestionan profundamente las relaciones de dominio implicadas en las epistemologías eurocéntricas (Santos, 2008; Vitte, 2011; Kwan, 2004). En ese sentido, la geografía híbrida nos ofrece una matriz conceptual rica en perspectivas de aproximación a los asuntos socioambientales; lo que brinda la posibilidad de que otras narrativas filosóficas, discursos científicos y culturas (Legg, 2010; Vitte, 2011; Descola, 1998; Descola, 2012), que no han participado en el proceso de construcción de la geografía euronorteamericana, también tengan Este trabajo se deriva de algunos apartes de un proyecto matriz de investigación realizado entre 2012 y 2013, denominado “Determinación de la línea base socio-ambiental del territorio rural de Ibagué, Cuenca mayor del río Coello, Tolima, Colombia” (Martínez, 2013), financiado por la Universidad del Tolima, Colombia, y desarrollado mediante un equipo interdisciplinario, y bajo metodologías de las geografías híbridas en construcción. 38

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lugar en la reflexión interdisciplinaria de la geografía latinoamericana como ciencia activa o militante. Por otro lado, restituir el pasado desde la perspectiva de la geografía híbrida es un reto enorme y tiene varios supuestos. El primero, indica que la fuente de constatación de los hechos socioambientales sigue siendo el archivo, el vestigio, la arqueología, la paleontología, entre otras. Lo que ciertamente depende de estudios positivistas, y configura una potencialidad de verdad histórica. No obstante, dicha noción de verdad puede ser vista con un enfoque relativista, a fin de evitar su universalismo, siempre falible. Y el segundo, sugiere que la diversidad, singularidad y complejidad de los hechos socioambientales apenas pueden ser reconstruidos a manera de esbozos o composiciones generales, y bajo conjeturas sobre cómo ocurrieron (Popper, 2002; Foucault, 1985). Sobre estos supuestos se abordará entonces el estudio de la geografía rural de Ibagué-Colombia en sus distintas fases históricas. Metodológicamente, la geografía híbrida nos invita a realizar una lectura en tres perspectivas dialécticas de los fenómenos socioambientales, entendidos como la integración de los tradicionales conceptos/objetos de “Geosistema, Territorio y Paisaje”. Una perspectiva consistente en abordar estos fenómenos espaciales asociados a una dialéctica de poder-resistencia. Una segunda perspectiva orientada a estudiar estos fenómenos bajo una dialéctica de mutualismo o cooperación. Y una tercera perspectiva que obliga a considerarlos en virtud de una dialéctica de contrapoder o “destrucción creativa”, la cual se opone a los fenómenos hegemónicos o institucionalizados, y que de alguna manera no están explicados o controlados por las relaciones de poder-resistencia vigentes (con base en Bertrand, 1978a; Bertrand, 1991b; Bertrand, 1978b; Mercier, 2009; Elias, 2012; Morin, 2007; Bertalanffy, 2007). Sin estas tres perspectivas metodológicas consideradas de forma simultánea, no es posible tener una lectura diversa e integral de los fenómenos socioambientales, ni mucho menos esbozar la composición multicausal de los mismos, donde en efecto ninguna causa es más importante que la otra. En este sentido, se considerarán los fenómenos asociados al poder (conflictos socioambientales), 158


Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

al mutualismo (contratos socioambientales) y al contrapoder (caos creativo de un nuevo contrato socioambiental), para poder “ver” la historia de las transformaciones de esos paisajes “naturales”, o profundamente humanizados. Finalmente, se debe advertir que las tres dialécticas invocadas son aplicables al mundo ambiental, en tanto que la biofísica terrestre, a pesar de su dinámica relativamente independiente, solo se revela y comprende en virtud de lo humano. Asimismo, las ciencias interdisciplinarias o transdisciplinarias experimentales, que han tratado de integrar los mundos biocéntricos y sociocéntricos, como la genética poblacional, la bio-sociología, la sociogénesis y psicogénesis (genética y epigenética de la conducta), la bioeconomía, el materialismo cultural, entre otras (Georgescu-Roegen, 1971; Smith, 1984; Harris, 1990; Dobbs, 2013), solo podrán ser consideradas en los estudios de la geografía híbrida, en la perspectiva de escalas espaciotemporales regionales y planetarias, y bajo procesos de larga duración. Dado que sus epistemologías, para los niveles escalares detallados y contingentes, conducen a formas de determinismo ambiental. 2. Transformaciones del espacio rural de Ibagué, Colombia 2.1 La conquista (1492-1550): Un “espacio pijao a la sombra”, e interpretaciones ibéricas del paisaje “natural” Las comunidades indígenas asentadas eran denominadas pijaos (pueblos extendidos sobre el Alto Magdalena en cuya región se estimaba la presencia de 120.000 habitantes para el año 1500. Tovar, 2010, p. 82) (Imagen 1). Se escribe que estaban organizados en “parcialidades”, lo que podía equivaler a clanes ampliados. Las referencias a los espaciosos “bohíos” indican que familias ampliadas habitaban bajo el mismo techo, sin conocerse la cosmovisión que inspiraba su arquitectura (en las zonas más cálidas del Alto Magdalena se conjeturan viviendas pequeñas de base circular. Salgado y Llanos, 2010).

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Imagen 1. Cerámica prehispánica. Cajamarca, Tolima. Colección Particular de Tovar (2010) La imagen de la belicosidad del pijao quedó impresa en la historia oficial de la región y el país, después de los enormes esfuerzos que hicieron la soldadesca de Galarza y doctrineros, para poder domeñarlos y “aculturarlos”. El mercado del pijao es asociado con una orgía de sangre, en la que se “mataban a golpes” después de que sus mujeres intercambiaran sus productos. En ocasiones, el doctrinero evidencia que se practicaba el canibalismo. Sobre la agricultura y hábitos alimentarios, frecuentemente se limitan, en sus narraciones, a nombrar tubérculos y bebidas fermentadas. La pesca y la caza se revelan como fuente de cárnicos, sin referir ninguna domesticación, excepto por las referencias a pequeños venados, que después dejaban volver a su hábitat. Los dioses, caciques y sacerdotes (el “Mohán”), apenas se mencionan, pero el silencio sobre las ritualizaciones o ceremoniales es evidente. El “paisaje natural” se les ocurre “pelado” en el valle y abanicos, e inexpugnable y feroz en sus montañas (Foto1). Siempre hay una noción de “baldío” en cada descripción de la montaña, o al menos, escasamente ocupados (Pedro Simón, 1626; Pedro de Aguado, 1572; Cardona, 2012).

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Foto 1. Frank Chapman, expedición de noviembre 10 de 1910 a junio 4 de 1911. Ibagué, Colombia (Chapman, 1917, p. 30) La arqueología y antropología contemporáneas han confirmado algunas descripciones sobre sus usos y costumbres (Salgado y Llanos, 2010). No obstante, la imagen del pijao aparece hoy como una construcción de “letrados” y narrativas folclóricas, fundada, esencialmente, en elementos descriptivos y valorativos de los cronistas, y cierto indigenismo fomentado por las élites regionales desde mediados del siglo XX. Las representaciones del pijao denotan el olvido del indígena mismo y su entorno ambiental. Su casi exterminio (en Colombia, se pasó de 9 millones de indígenas hacia 1500 a 803 mil en 1788. Tovar, 2010, p. 87) (Imagen 2), la destrucción de su lengua (quizás de origen Caribe, y de amplio uso en el valle del Magdalena en su momento), las sombras sobre sus prácticas agrícolas y el manejo de la erosión en montañas degradacionales, la caricaturización del Mohán, la desaparición de varias semillas, la “noria infinita” de doctrinas que demonizaron al pijao, las contradicciones existenciarias de mestizos e indígenas que elaboraron una imagen esquizoide de sí mismos, entre otros asuntos, son poco mencionados en sus representaciones contemporáneas (Bernal, 2008). 161


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Imagen 2. Gonzalo Jiménez de Quesada atormenta al Rey Bogotá. Iconografía del Indio Americano. San Sebastián, Madrid, 1992 (Tovar, 2010) El proceso de la Conquista inició las primeras hibridaciones en clave cultural del Pijao con algunas estructuras de la personalidad social española, obedeciendo a motivaciones profundamente materiales y militares: los distritos mineros, especialmente de oro (aluvión y socavón), sirvieron de atractores primarios del Alto Magdalena. Pero también la zona debía ser objeto de control por ser parte del “Camino del Quindío”, un tránsito obligado para acceder al centro-occidente del país, y una ruta importante para descender al sur del mismo y los países andinos (Mapa 1).

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Mapa 1. Proyecto de Archivo Digital Vergara y Velasco (finales del siglo XIX). Atlas completo de Geografía Colombiana. Memorias del Camino del Quindío, 2009 Existen vestigios de litigios por derechos de explotación minera, por el dominio de indios encomendados y latifundios controlados por doctrineros o primeros poseedores, lo que en efecto evidencia el imperativo de expoliar un paisaje pijao –en disputa– a la manera de una “cantera infinita” de recursos y mano de obra (SBI, 1952). Se trata de una cosmovisión española de inspiración imperialista con elementos cortesanos, clasistas, racialistas, conflictos interestamentarios, entre otros, que penetraron progresivamente en la región de Ibagué, produciendo complejas y accidentadas interacciones con el Pijao, que apenas intuimos, o podemos reconstruir artificialmente desde el presente.

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2.2 Colonia temprana (1550-1700): Espacios “doctrineros” y monotonía de las puniciones Una vez el asentamiento de Ibagué logra cierta estabilidad, y concentra los poderes coloniales en el marco de su plaza central, se desarrolla una centralidad política y fiscal alrededor de su región de influencia (Imagen 3). Se lee en archivos que el sacerdote católico podía desempeñarse como juez y alcalde, y a veces era líder militar. El Alcalde Mayor podía concentrar todos los poderes en un solo cargo, en ausencia de los demás representantes. La polifuncionalidad del doctrinero llama la atención, al igual que el omnímodo poder del Alcalde. Un paisaje natural y cultural aún en disputa por distintas razones: tierras incultas, páramos inexpugnables, bestias que “tragan piedras”, infestación de “alimañas” que amenazan la civilización, climas insanos, casi sórdidos en algunos cronistas, indios pobres vagando por caminos o vejados en encomiendas, “gentes naturales” arrancando la compasión del “buen cristiano” en la aldea o las primeras haciendas, indios relapsos o indomables que se resisten a cambiar de “alma”, entre otros acontecimientos, empiezan a poblar el espacio cotidiano de Ibagué (Con base en Pedro Simón, 1626; Pedro de Aguado, 1572).

Imagen 3. Fundación de una aldea en Colombia según las cédulas reales del siglo XVI (Tovar, 2010) 164

En efecto, la civilización también se improvisa, tiene plasticidad frente a los retos que impone el otro, inventa maneras de entronizar la fe, investir cristiandad y, con ella, la conversión de “bestia” en humano, o de indio en súbdito de los poderes soberanos. La Colonia temprana vio la “expiación y la piedad” en los espectáculos punitivos que recaían sobre indios y mestizos. La india Constanza, condenada a la horca por herbolaria y hechicera en 1601, antes fue obligada a caminar


Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

las calles de la aldea de Ibagué, junto a sus “cómplices”, sometida a latigazos, y con heraldo a la cabeza, para expresar en rigor al pueblo recién adoctrinado la “infinita compasión” y abnegada lucha tanto de Imperio como Iglesia contra la “potencia del mal” (Con base en SBI, 1952). 2.3 Colonia consolidada (1700-1810): Espacio “archivístico” y proceso civilizatorio sin “audiencia” Las gentes “naturales” participan bajos distintas formas de subordinación en encomiendas y haciendas (Mapa 2). El español se disputa derechos de “uso” de minas, fincas e indios, interpelando una pesada y compleja red de acciones burocráticas, que contaban, en varios casos, con la aprobación o desaprobación directa de España o Santa Fe de Bogotá. Cédulas reales, actos resolutivos, cartas jurídicas, informes de oidores, conceptos de tesorería, estudios de títulos de propiedad, en fin; Ibagué se proyecta en los archivos como un lugar en disputa, como una aldea “pobre”, una tierra inculta y menesterosa de párrocos (ya no se mencionan doctrineros), y aún bajo el vivo recuerdo de ser “usurpada” por el Pijao (SBI, 1952). De allí que el paisaje doctrinero hecho ahora objeto “administrativo” de la Corona, se imponga las más sistemáticas tareas de afianzamiento del proceso de “civilización cristiana”. El “Devocionario de Ibagué”, una cantinela inagotable de epopeyas y exaltaciones del soldado Don Baltazar (quizás indio o mestizo) por “ensartar con su lanza a 100 Pijaos”, fue concebido por doctrineros (sin fecha precisable) en este periodo para profundizar, específicamente en Ibagué, el proyecto de “aculturación” o cristianización. Lo que en efecto fundó la matriz esquizoide de un aldeano y campesino fisonómicamente Pijao, pero con el “alma” de un “otro” fragmentado, difuso, profundamente “ansioso” de aceptación en la vida social del hacendado, encomendero, juez, alcalde y soldado, de origen español o entronizado en las incipientes élites regionales. Radicalmente comprometido con el “blanqueamiento” y “enclasamiento” en esas caricaturas de Cortes que trataban de instalarse en la aldea, o en las casonas de las haciendas (SBI, 1952; y con base en Elias, 2012; Bourdieu, 1987) (Imagen 4).

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Mapa 2. Haciendas tabacaleras articuladas a la incipiente centralidad de Ibagué en 1783 (González, 2001).

Imagen 4. San Bartolomé de Honda, Tolima. Vista del balcón de la casa de Don Joseph Diago, 1809. Archivo Histórico Nacional, Madrid (Tovar, 2010).

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Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

La audiencia de aquella civilización prehispánica fue eliminada o adoctrinada con un “barroquismo” católico continuo en el espacio y el tiempo. No se conservan si no algunas toponimias en la lengua Pijao (“Ibagué”, “Combeima”, “Methaima”, entre otras). De hecho, las plantas medicinales o más representativas de la región tomaron designaciones en el crisol cultural de la Colonia. Por ejemplo, los Páramos (antes sagrados) ahora se vestían de “Frailejón” (un pedazo de trapo de terciopelo del Fraile), y su nombre ancestral desapareció. O el “Guaco”, la planta medicinal que mitigaba los efectos de la mordedura de serpientes, fue denominada de nuevo y redescubierta en sus propiedades curativas por el “negro Pío” (un jornalero de Mariquita) a finales del siglo XVIII, según Matiz, el ilustrador de Mutis (RHC, 1989) (Imagen 5).

Imagen 5. Campamento de la Expedición Botánica, RHC, 1989 Dadas las fuertes presiones de encomenderos, hacendados y algunas órdenes religiosas, se disuelven rápidamente los resguardos indígenas y encomiendas de la región, para convertirse en latifundios controlados por españoles y mestizos encumbrados, pero también para profundizar la cristianización entre “peones libres” en haciendas dominadas por la Iglesia, sin desaprovechar su fuerza laboral (RHC, 1989; González, 2001) (Mapas 3 y 4). Asistimos entonces al nacimiento de un régimen señorial-hacendatario, íntimamente ligado a las jerarquías religiosas, que aún hoy perdura en las relaciones laborales, la personalidad social de la región, formas de gobierno y algunas prácticas socioespaciales (“no tocar lo del patrón” es la máxima del mayordomo) (García, 1981; García, 1986; Fals, 2010). 167


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Mapa 3. Aldea de Ibagu茅: La Colonia consolidada desde el proceso territorial bajo el poder-resistencia

Aldea y zona de influencia

Elaboraci贸n propia con base en Mercier, 2009.

1a. Territorio subdominante de indios y mestizos en servidumbre o empleos precarios.

1. Territorio dominante de orden estamental con incipientes rentas urbanas. Descolonizar el Ambiente


de

Mapa 4. Municipio de Ibagué: La Colonia temprana y consolidada desde la hibridación de los procesos ambientales y territoriales, bajo el poder-resistencia

Elaboración propia con base en Mercier, 2009.

1b. Metabolismo subdominante de extracción de madera en abanico y laderas de montaña.

1a. Metabolismo minero subdominante extracción de oro en aluviones y vetas.

1. Metabolismo agrario orgánico dominante de sementeras, plátano, ganadería, caña de azúcar y tabaco, en parcelas y latifundios.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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2.4 Siglo XIX: Espacios agrícolas sin “ecosistemas” Humboldt visita Ibagué en Septiembre de 1801, y nos deja una memoria rica en contrastes y percepciones, lo que ha permitido precisar algunos cambios concretos en el espacio rural (Imágenes 6 y 7). El valle del Magdalena y el abanico de Ibagué se encontraban poblados de palmas, especialmente. Los caimanes abundaban en el río Magdalena, lo mismo que venados y osos de anteojos en las zonas montañosas, según algunos diarios de viaje. De hecho, la selva en el piso cálido existía, lo mismo que la intervención en la montaña y páramos era escasa en la primera mitad del siglo XIX. Se sorprende el geógrafo por la longevidad de la gente de la aldea de Ibagué, pero reclama atención médica para niños y ancianos en distintos lugares rurales. Por primera vez, para la historiografía, tenemos en sus “cuadernos” una referencia a la existencia de una comunidad “pijao” ultramontana (localizada en la “cabecera del río Saldaña”), que no fue reducida por el español o mestizo. No se supo, en los años posteriores, sobre el destino de dicho reducto de indios en resistencia (Humboldt, 2013). En haciendas del Alto Magdalena se extendieron aún más los monocultivos de tabaco (Imagen 8), y se generalizan los usos de ganadería extensiva (el “orejinegro” de origen ibérico, y bien adaptado a varios climas y topografías durante la Colonia), ahora con una mayor optimización de las pasturas endémicas por la introducción del “alambre de púas” en la década de 1870. Las montañas de Ibagué (y de otros municipios del norte tolimense) empezaron a ser desbrozadas de forma sostenida desde 1850, dada la extraordinaria migración antioqueña (mestizos con una fuerte presencia de la personalidad social andaluza desde la Colonia, y a veces proclives a cabildos autonómicos. Fals, 2010) hacia sus crestas y laderas, correspondientes a pisos templados, especialmente. Deforestación que se vio estimulada desde 1875, aproximadamente, dada la introducción de cafetos, que paulatinamente modificaron el “paisaje colonial”, y consolidaron los actuales territorios cafeteros de Ibagué, con algunos cambios en la cota inferior de la zona óptima (que hoy por cambio climático y otras degradaciones ambientales se ha desplazado de los 1000 a 1400 msnm, aproximadamente) (Con base en Humboldt, 2013; Chapman, 1917; González, 2001). 170


Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

Imagen 6. Alexander Von Humboldt por el Camino del Quindío en 1801 (Humboldt, 2013).

Imagen 7. Palmas de Cera en el Camino del Quindío en 1801 (Humboldt, 2013).

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Imagen 8. Interior de un Caney en la Provincia de Mariquita, 1852 (Comisión Corográfica, 1850). En el valle del Magdalena, asistimos a la potrerización de la selva del piso cálido seco y semihúmedo, y a la introducción de hatos ganaderos con mayor presión sobre los ecosistemas, que en efecto requirieron de un alto consumo de biomasa en pasturas naturales no aptas para estas demandas, las cuales solo podían ser atendidas con mayores extensiones de tierra. Las razas de ganado mejoradas se empiezan a incorporar desde finales del siglo XIX, pero, en efecto, sus nuevas demandas de biomasa son mucho mayores, y contribuyeron a la destrucción de sus bosques secos tropicales. Del mismo modo, la ganadería extensiva de ladera y valles alto andinos, también introdujeron cambios en el “paisaje natural”, con especial impacto desde mediados del siglo XIX, a causa de la migración antioqueña; lo que vino a ser reforzado, posteriormente, con la presencia de colonos del Eje Cafetero, y el asentamiento de migraciones cundiboyacenses desde principios del siglo XX (González, 2001; LGI, 2012).

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Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

Por otro lado, la economía cafetera y ganadera (en pisos templados y fríos) también contribuyeron a la degradación ambiental de los “ecosistemas turbulentos” de montaña, potenciando sus procesos degradacionales. Entre los primeros impactos ambientales estructurales se debe destacar la disminución alarmante de mamíferos medianos silvestres, y la deforestación de palmas de cera o palma nacional, la cual dejó en Humboldt bellas impresiones (Chapman, 1917; Humboldt, 2013) (Foto 2). Finalmente, agrosistemas y sistemas pecuarios, constituyeron, durante el siglo XIX, un espacio rural antropizado con prácticas productivas exógenas a las dinámicas socioambientales construidas en el mundo prehispánico, y originadas en ecosistemas mediterráneos (como el agrosilvopastoril de dehesas, especialmente), o al menos producidas en el “crisol” de la hibridación durante el periodo de la Colonia, con los primeros impactos ambientales de escala regional (Mapas 5-7).

Foto 2. Frank Chapman, expedición de noviembre 10 de 1910 a junio 4 de 1911. Deforestación de la Cuenca del río Tochecito, Ibagué, Colombia (Chapman, 1917).

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174 Centralidades rurales al borde del camino de herradura, con procesos de fragmentación de hecho de la hacienda, regulados por el río, quebradas y divisorias de agua.

Mapa 5. Configuración hipotética de la Hacienda Tolima, Ibagué: La República en el siglo XIX desde los procesos territoriales bajo el poder-resistencia

Elaboración propia con base en Mercier, 2009.

Parte media y alta de la cuenca del río Combeima, con zonas de influencia de centralidades rurales.

1a. Territorio subdominante de explotación aurífera, maderera y animales de caza.

1. Territorio dominante de hacienda, con explotación cafetera, ganadera y sementeras, bajo servidumbre, jornal y aparcería.

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Mapa 6. Municipio de Ibagué: La República en el siglo XIX desde la hibridación de los procesos ambientales y territoriales bajo el poder-resistencia

Elaboración propia con base en Mercier, 2009.

1c. Metabolismo subdominante de extracción de madera en abanico y laderas de montaña.

1b. Metabolismo minero subdominante de extracción de oro en aluviones y vetas.

1a. Metabolismo agrario orgánico subdominante de ganadería, cacao, sementeras, plátano y caña de azúcar (panelera), en latifundios, mediofundios y minifundios.

1. Metabolismo agrario orgánico dominante de tabaco y café, en latifundios, mediofundios y minifundios.

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Mapa 7. Aldea de IbaguĂŠ: La RepĂşblica en el siglo XIX desde los procesos territoriales bajo el poderresistencia

Aldea y zona de influencia

1a. Territorio subdominante de mestizos en servidumbre o empleos precarios.

1. Territorio dominante con incipientes rentas urbanas.

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Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

2.5 Siglo XX: Espacios “desarrollistas” En la primera mitad del siglo XX, el abanico de Ibagué empieza a soportar los primeros procesos de “modernización agrícola”, con especial enfoque en la producción de arroz (Foto 3). La montaña, por su parte, recepciona una agresiva política de producción intensiva cafetera, que roturará una parte importante de los paisajes naturales del piso templado de la zona (Foto 4). En efecto, los impactos ambientales regionales se consolidan, modificando de manera generalizada los bosques secos, húmedos, de alta montaña, y los ecosistemas de páramo, que aún no se encontraban intervenidos en el siglo XIX (Mapa 8). Por otro lado, en los valles glaciáricos y páramos se instalaron, durante ese periodo, las haciendas ganaderas de pisos fríos, generando una desregulación importante en el ciclo del agua de la región, entre otros efectos (Chapman, 1917; González, 2001; LGI, 2012).

Foto 3. Agricultura mecanizada en el Abanico de Ibagué (Martínez, 2012)

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Foto 4. Procesos degradaciones de montaña en la zona rural de Ibagué (Martínez, 2012) Dada la concentración excesiva de la propiedad rural, y en un contexto de irrupción de doctrinas comunistas y liberales radicales, se producen en los años 20 y 30 del siglo XX varias “guerras campesinas” en el cañón del Combeima, Ibagué, pobremente documentadas. De hecho, una hacienda de más de 16.000 has (“Hacienda Tolima”), concentradas en manos de un solo hombre, se sometió a algunas parcelaciones por la presión de los campesinos, pero otros aparceros fueron desplazados por la represión del Estado (Mapa 9). Asimismo, en otros sectores rurales se constituyen cooperativas agrarias para los años 60, que obligaban a un campesinado sin medios a reintegrarle al Estado el costo de la tierra, por lo que solo algunas parcelaciones tuvieron éxito (González, 2001; LGI, 2012).

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Mapa 8. Áreas deforestadas del Valle del Magdalena, 1911 (Chapman, 1917)

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180 Centralidades rurales al borde del camino de herradura, con procesos de fragmentación intensiva de la hacienda, regulados por el río, quebradas y divisorias de agua.

Mapa 9. Fragmentación hipotética de la Hacienda Tolima, Ibagué: La República en la primera mitad del siglo XX desde los procesos territoriales bajo el poder-resistencia

Elaboración propia .

Parte media y alta de la cuenca del río Combeima, con zonas de influencia de centralidades rurales.

explotación

1a. Territorio subdominante de maderera y animales de caza.

1. Territorio dominante de hacienda, con explotación cafetera, ganadera, panelera y sementeras, bajo servidumbre, jornal y aparecería. Descolonizar el Ambiente


Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

En la segundad mitad del siglo XX, la violencia bipartidista (1948-1964) impactó profundamente en la vida social del campo ibaguereño. La destrucción de cosechas e infraestructura contribuyó al empobrecimiento del campesino (pequeño y mediano propietario), y el desplazamiento de importantes masas de población hacia la ciudad de Ibagué y Bogotá, principalmente, generaron daños estructurales a la economía rural, que hoy mismo persisten. Por otro lado, el escalamiento del conflicto armado colombiano durante los años noventas y dos mil, produjo un tercer ciclo de desplazamientos de población campesina, asociados a la pérdida de patrimonios o inversiones. Actualmente se puede constatar la restauración natural de algunas zonas de bosque seco (abanico) y semihúmedo (laderas de montaña de templado a frío), y la recuperación paulatina de algunos sectores del páramo, explicables en buena parte por las últimas violencias, y las crisis agrarias de los años 90, que perduran en varios sectores de la economía agrícola hasta hoy (Sánchez y Mertins, 2011; Rincón, 2005; BDNN, 2013). No obstante lo anterior, el bosque secundario y primario de los pisos templados empezaron a experimentar presiones adicionales, en tanto que los productores empezaron a localizarse en zonas cercanas a los carreteables y lejos de la influencia del conflicto armado. De hecho, se constató una pérdida importante de cobertura boscosa en estos pisos climáticos, y en el balance global municipal sigue en aumento (LGI, 2012) (Foto 5). En resumen, se trató de la implantación de sistemas productivos protomodernos, con procesos de desarrollismo rural muy localizados, diseñados con enfoques colonialistas desde la FAO, misiones internacionales del BM, consultorías de Harvard, y otras instituciones universitarias euronorteamericanas, en la mayoría de los casos. En un contexto de segregación socioespacial sistemática por la vía del régimen hacendatario, el clasismo y el racialismo, se suscitaron cruentos conflictos sociales en la región, y se desataron procesos de degradación ambiental en el Abanico y la Montaña del municipio de Ibagué, mucho más agresivos que los estudiados para la primera mitad del siglo XX (con base en García, 1981 y 1986; Santos, 2008; Escobar, 2010; Mapas 10-19). 181


Foto 5. DeforestaciĂłn secular en laderas templadas de la zona rural de IbaguĂŠ (MartĂ­nez, 2012)

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Mapa 10. Geosistemas de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

10. Diversidades florísticas dominantes: herbáceas y arbustivos: 38 especies o familias; y arbóreos: 57 especies.

9. Diversidades faunísticas dominantes: aves: 242 especies; peces: 48 especies; y mamíferos: 15 especies.

8. Hidrología superficial superior a 7525 l/s.

7. Suelos dominantes: Conjunto Ibagué, Conjunto Alvarado y Conjunto Venadillo.

6. Climas dominantes: Cálido semihúmedo, Cálido semi-árido.

B. Geosistema de Abanico: Delimitación espacial: Geología regional desde el Cuaternario (depósitos vulcanoclásticos) ∩ Geomorfología regional de abanico ∩ Límite Municipal.

5. Diversidades florísticas dominantes: herbáceas y arbustivos: 260 especies o familias; y arbóreos: 184 especies.

4. Diversidades faunísticas dominantes: aves: 521 especies; peces: 34 especies; y mamíferos: 30 especies.

3. Hidrología superficial superior a 22.941 l/s.

2. Suelos dominantes: Conjunto Totare, conjunto Lisboa, Conjunto Rovira-Remanso, y Conjunto Santa Isabel. La mayoría asociados a cenizas volcánicas.

1. Climas dominantes: Templado semihúmedo, Frío húmedo, Frío súper-húmedo, Páramo bajo húmedo, Páramo alto súper-húmedo.

A. Geosistema de montaña: Delimitación espacial: Geología regional desde el Mesoproterozoico (ígneas plutónicas, esquisto verde, ígneas volcánicas) ∩ Geomorfología regional de montaña ∩ Límite Municipal.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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Tenencias del suelo dominantes: Persistencia del latifundio con alta cobertura de riego. Y fragmentación mediofundista y minifundista en algunos ejes viales principales y bordes dela ciudad.

Mapa 11. Territorios de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2010)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

7. Prácticas socioeconómicas subdominantes: actividades agroindustriales e industriales localizadas.

6.

B. Territorio de Abanico: Delimitación espacial: Prácticas socioeconómicas dominantes arrocera y ganadera ∩ Límite Municipal.

5. Prácticas socioeconómicas subdominantes: cultivos de “pan coger” localizados.

4. Conflictos dominantes: Presencia histórica de acciones armadas, desplazamiento y violaciones a los DDHH y DIH.

3. “Pobreza” dominante: Participación alta de “pobreza material” en la zona rural, con una leve disminución desde los 90. Y persistencia de desempleo y subempleo alto.

2. Demografía dominante: Pérdida progresiva de población rural, con algunos periodos de crecimiento.

1. Tenencias del suelo dominantes: Persistencia de haciendas en las partes altas de las cuencas Combeima, Toche, Cocora y La China. Y fragmentación minifundista y microfundista en vecindades del perímetro urbano y centros poblados.

A. Territorio de Montaña: Delimitación espacial: Prácticas socioeconómicas dominantes cafetera y ganadera ∩ Límite Municipal.

Descolonizar el Ambiente


Mapa 12. Paisajes de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

4. Paisaje ganadero subdominante: Consolidación del paisaje ganadero mediante una modernización tradicionalista de origen latifundista.

3. Paisaje arrocero subdominante: Consolidación del paisaje arrocero mediante la “revolución verde”.

B. Paisaje dominante de Abanico: Delimitación espacial: Prácticas socioculturales desarrollistas y tradicionalistas articuladas a las actividades arrocera y ganadera.

2. Paisaje ganadero subdominante: Consolidación del paisaje ganadero mediante una protomodernización de origen latifundista.

1. Paisaje cafetero subdominante: Consolidación del paisaje cafetero mediante la “revolución verde”.

A. Paisaje dominante de Montaña: Delimitación espacial: Prácticas socioculturales tradicionalistas y desarrollistas articuladas a las actividades cafetera y ganadera.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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Mapa 13. Geosistemas de Ibagué bajo el contrato (1950-2011)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

2. Geofacies o geotopos con máxima diversidad faunística: Peces: 2,6 en distintas fuentes del abanico (Shannon-Weaver); Aves: 0,7 especies por km2 en el abanico; Mamíferos: 0,04 especies por km2 en el abanico.

B. Geosistema de Abanico: Delimitación de subconjuntos: Bosque de galería (incluye fuentes), bajo distintas formas de biostasia con direcciones climácicas diferenciadas no definibles.

1. Geofacies o geotopos con máxima diversidad faunística Shannon-Weaver: Peces: 2,7 en el río Coello; Aves: 4 en la cuenca mayor del río Coello; Mamíferos: 2 en reserva Bellavista.

A. Geosistema de Montaña: Delimitación de subconjuntos: Bosque primario, bosque secundario, bosque de galería (incluye sus fuentes), y zonas de páramo, en geofacies de montaña, bajo distintas formas de biostasia con direcciones climácicas diferenciadas no definibles.

Descolonizar el Ambiente


Prácticas instituidas

Mapa 14. Territorios de Ibagué bajo el contrato (1950-2012)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

2. Rentas del suelo instituidas históricamente: Rentas del suelo altas en las zonas de influencia de los ejes viales Ibagué-Gualanday, Ibagué-Totumo, Ibagué-Hacienda San Isidro, Buenos AiresDoima y Variantes de Ibagué (recientemente).

B. Territorio de Abanico: socioeconómicas arroceras históricamente en latifundios.

1. Rentas del suelo instituidas históricamente: Rentas del suelo altas y medias en las zonas de influencia de los ejes viales Ibagué-Cajamarca, Cañón del Combeima, Ibagué-Ambalá, IbaguéCalambeo, principalmente.

A. Territorio de Montaña: Prácticas socioeconómicas cafeteras instituidas históricamente en mediofundios y minifundios de la zona media de las cuencas Combeima, Coello, Cocora y La China.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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Mapa 15. Paisajes de Ibagué bajo el contrato (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

B. Paisaje de Abanico: Consolidación de una cultura campesina suburbana (estilos de vida consumistas euronorteamericanos, imágenes “mafiosas” de ascenso social y algunas prácticas tradicionales). 2. Representación sociocultural histórica: Persistencia y hegemonía del régimen señorial-hacendatario en la vida sociocultural del campo.

1. Representación sociocultural histórica: Persistencia del régimen señorial-hacendatario en la vida sociocultural del campo.

A. Paisaje de Montaña: Consolidación de una cultura campesina híbrida (tradicionalismos, estilos de vida consumistas euronorteamericanos, imágenes “mafiosas” de ascenso social).

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Mapa 16. Hibridación Geosistema-Territorio de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000)

de GH

Fuente: Elaboración propia con base en metodología

6. Agrosistemas arroceros de explotación mecanizada y riego.

B. Geosistema-Territorio de Abanico: Metabolismo social agrario de altos inputs energéticos y externalidades ambientales en el abanico.

5. Degradación generalizada del suelo de uso agrícola, y contaminación generalizada del agua superficial.

4. Riesgos de avalanchas, inundaciones y deslizamientos, asociados o no a la actividad volcánica, con potencial afectación de poblaciones en laderas de montaña y cotas bajas de las cuencas del Combeima y Coello, tanto de Ibagué como de la región central del Tolima.

3. Riesgos de origen volcánico, sísmico y “Cambio Climático”, con potencial afectación de Ibagué y la región central del Tolima.

2. Procesos de deforestación de 330 has/año (19592011).

1. Agrosistemas cafeteros de explotación intensiva y manual .

A. Geosistema-Territorio de Montaña: Metabolismo social agrario de altos inputs energéticos y externalidades ambientales en laderas de montaña.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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Mapa 17. Hibridación Geosistema-Paisaje de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

B. Geosistema-Paisaje de Abanico: Consolidación de una matriz proto-moderna utilitarista del ambiente en la vida sociocultural del productor del abanico.

3. Regulaciones y auto-regulaciones ambientales localizadas, debido a distintos riesgos ambientales y expectativas de explotación turística.

2. Representaciones socioculturales clasistas en el mediano y gran propietario rural.

1. Prácticas autodestructivas del ambiente.

A. Geosistema-Paisaje de Montaña: Consolidación de una matriz proto-moderna utilitarista del ambiente en la vida sociocultural del campesinado de ladera de montaña.

Descolonizar el Ambiente


políticas

Mapa 18. Hibridación Territorio-Paisaje de Ibagué bajo el poder-resistencia (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

5. Intervención y gremialización productivista del arrocero bajo el control elitista de Fedearroz.

contradictoria de procesos disciplinarios y normalizadores del productor de abanico en clave modernizadora y desarrollista.

B. Territorio-Paisaje de Abanico: Implementación

Nacional de Cafeteros.

4. Intervención y gremialización productivista del cafetero bajo el control elitista de la Federación

de

Implementación de políticas sociales e individuadas higienistas y de salud publica.

2.

3. Implementación accidentada sociales asistencialistas.

Implementación de políticas sociales e individuadas de escolarización rural en contextos de modernización tradicionalista.

1.

A. Territorio-Paisaje de Montaña: Implementación contradictoria de procesos disciplinarios y normalizadores del campesinado de montaña en clave modernizadora y desarrollista.

Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

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Mapa 19. Interacción Geosistema-Territorio-Paisaje de Ibagué (1950-2000)

Fuente: Elaboración propia con base en metodología de GH

E. Degradación ambiental por procesos de deforestación, disminución de la oferta hídrica, degradación de suelos, contaminación de agua superficial, disminución de diversidad y abundancia de especies, en beneficio de una racionalidad desarrollista y monocultivista.

D. Desgobierno por procesos desarrollistas violentos, autoritarismo, clasismo y racialismo de las élites regionales.

C. Alta conflictividad social y socioespacial por concentración de la tierra, desempleo, persistencia de “pobreza material”, personalidades sociales pasivas y destructivas, y degradación ambiental.

B. Descenso de longevidad en el periodo 1938-1964 por crisis agrarias, violencias sociales y políticas, y contaminación ambiental. Aumento leve de la longevidad en el periodo 1964-2005 por políticas asistencialistas y políticas de salud pública.

A. Persistencia de “pobreza material” rural por concentración del ingreso y la propiedad rural, en el marco de patrones de bienestar desarrollistas contradictorios.

Integración GTP de Montaña y Abanico:

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Transformaciones de la geografía rural de Ibagué. Una aproximación desde la Geografía Híbrida (GH)

Conclusiones La GH exhibe una significativa capacidad de diferenciación socioambiental en el plano histórico y actual de una localidad. En la escala subrregional o regional, las “diferenciaciones de área” se pueden ver sometidas a reduccionismos insalvables en lo que corresponde a las prácticas socioculturales. No obstante, en las dimensiones ambientales siempre es posible derivar diferenciaciones significativas. Gracias al enfoque histórico de la GH, se estableció que el “desarrollismo” colombiano o tolimense desde mediados del siglo XX, tienen fuertes antecedentes en los procesos de modernización de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Y ciertamente, estos procesos revelan una fuerte hibridación con el tradicionalismo de cuño señorial-hacendatario, constituido desde la Colonia. Las transformaciones del “paisaje natural” en la zona rural de Ibagué se pueden abreviar en cuatro categorías: espacios de conquista y construcción de lo “pijao”, espacios doctrineros y “archivísticos”, espacios hacendatarios sin “ecosistemas” y espacios desarrollistas. Cada uno de los cuales contribuyó a la configuración de la “cultural material” de la ruralidad ibaguereña, persistiendo el inveterado régimen latifundista, y distintas prácticas sociales y agrarias inherentes a la “modernización tradicionalista”. Bibliografía BDNN, (2013). Base de Datos de Noche y Niebla. CINEP. Recuperado de https://www.nocheyniebla.org/consulta_web.php. Visitada el 20 de mayo de 2013. Bernal, Leovigildo, (2008). Los Pijaos: Historia e importancia antropológica. CIMAZ. Bogotá. Colombia. Bertalanffy, L. V, (2007)[1968]. Teoría general de los sistemas. FCE. México.

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De haciendas y gamonales en Ibagué Resumen Se reseña de forma breve la geohistoria del régimen hacendatario de Ibagué y sus zonas de influencia, destacando la persistencia del latifundismo actual asociado a las élites políticas y económicas del Tolima, y su fuerte influencia en los poderes políticos nacionales. 1. La Colonia Después de la disolución de “Encomiendas”, como en Doima, y “Distritos Mineros”, como “La China”, durante el periodo colonial; a lo que le siguieron la disolución temprana de algunos “Resguardos”, en el “abanico de Ibagué” (sin límites definibles); siempre se evidenció la existencia de “Haciendas” desde la Colonia temprana, principalmente controladas por órdenes religiosas, y “notables” vinculados a la administración local. Desde principios del siglo XVI hasta finales del siglo XVIII se encuentran litigios por tenencias de latifundios, o por derechos de explotación de minas. Sobre Ibagué, por ejemplo, subsisten detalles de los procesos judiciales en el siglo XVIII por tenencia de “ejidos urbanos” o extensos terrenos rurales periféricos, donde se reconocen hacendados como “los Peñaranda”, Ignacio Buenaventura (contertulio de Humboldt cuando visitó la aldea de Ibagué), entre otros. También se constatan, para la misma época, litigios por el control de haciendas entre doctrineros (o párrocos) y particulares en la zona de Coello y Espinal (SBI, 1952). 2. La República en el siglo XIX En Septiembre de 1801, Humboldt refiere el maltrato de indígenas a la vera del camino real Tocaima-Coello (antes de Gualanday), y condenó la aberrante acumulación de suelo productivo en esta región del valle del Magdalena, señalando especialmente a los párrocos que regentaban sus predios. Pero también el siglo XIX ofrece un 198


De haciendas y gamonales en Ibagué

paisaje de “pobreza material” en el “Camino del Quindío”, entre los habitantes de la aldea, y en los “caney” del abanico (habitados por indígenas). En éstos se retratan “pústulas”, erupciones en la piel, bajo peso de los niños, derivados de enfermedades “calentanas” o mala nutrición. Curiosamente, Humboldt señala que la aldea de Ibagué no exhibe ese cuadro de enfermedades, y por el contrario atina a decir que su gente es saludable y longeva (Humboldt, 1814; Humboldt, 1989[1801]; Humboldt, 2013[1801]). A mediados del siglo XIX ya se habla de la Hacienda “El Vergel”, y su propietario (“Don Pereira”) se queja de la consuetudinaria práctica de sus gentes de “no respetar lo ajeno”. Incluso hace referencia a “invasiones” de terrenos (Clavijo, 2004). Lo que caracterizará a Ibagué en la conformación de la “ciudad marginal” mediante la ocupación de latifundios urbanos y peri-urbanos. Asimismo, durante el siglo XIX se destacan procesos de asignación de baldíos con extensiones latifundistas por servicios militares o burocráticos, y por compensaciones de obras públicas como la construcción de vías, especialmente en las zonas de ladera de Ibagué, Cajamarca, Anzoátegui, Santa Isabel, Casabianca, Líbano y Villahermosa (Tovar, 1995). Y a finales del siglo XIX ya se encuentran con facilidad en Ibagué referencias a las haciendas Doima, El Aceituno, Buenos Aires, Tolima, San Jorge, entre otras. 3. Gamonales y distribución de la propiedad de la tierra en el siglo XX En la primera mitad del siglo XX, se pueden identificar otras haciendas como Siberia, Pajonales, Asturias, La Miel, Llanitos, El Papayo, La Linda, Yunque, Santa Elena, entre otras; producto de subdivisiones de grandes latifundios del siglo XIX. A mediados del siglo XX, las subdivisiones prediales en mediofundios se concentran alrededor de cabeceras de corregimientos o cruces de caminos: Totumo, San Bernardo, San Juan de La China, El Salado, Tapias, Coello-Cocora, Toche, Juntas, Villarestrepo, Llanitos, Chapetón, entre los más importantes (E3, 2012; E4, 2012; E5, 2012). Y durante la segunda mitad del siglo XX, se conformarán algunas fajas de minifundios en 199


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las zonas de influencia de estos centros poblados y los carreteables que los interconecta con la ciudad de Ibagué (con base en González, 2001; González, 2006; E3, 2012; E4, 2012; E5, 2012). Sin embargo, el campo de Ibagué seguirá mostrando una concentración inusitada de la tierra en pocos propietarios Durante el siglo XX, el gamonal ibaguereño, asentado en la región, vinculado al poder político, militar y religioso (por relaciones familiares, sociales y económicas), influenció el carácter piscosocial de la región de forma importante. Lo que en el plano de sus relaciones políticas, sociales y económicas con las clases populares y el territorio, se expresó del siguiente modo. El gamonal monopolizó los recursos públicos para construir carreteras que lo beneficiaría (Coello-Cocora, Salado-San Juan de la China, Ibagué-Juntas, y las variantes de la ciudad); concentró las redes de servicios públicos en sus latifundios urbanos (urbanizaciones de Belén, Interlaken, Cádiz, El Vergel, entre otras); financió las fiestas religiosas apareciendo ante la gente como el generoso hombre de emprendimiento y modelo de conducta moral (aún hoy se les ve en las graderías de los notables en un típico cuadro de clasismo y racialismo); incursionó en la construcción de viviendas de clase media (v.g. Belén, Santa Elena, El Vergel, Interlaken y Cádiz); manipuló el avalúo y las tasas de liquidación de los impuestos prediales (en 2006 existían avalúos catastrales de $30.000 por hectárea en suelos del abanico); e irrigó sus tierras con prestamos subsidiados o dotaciones públicas (el “Canal Laserna” y otros Distritos operados desde los cincuenta fueron financiados con recursos públicos) (con base en González, 2001; González, 2006; E4, 2012; E5, 2012; E6:2012; IGAC, 2006b; IGAC, 2012). Asimismo, implementó una molinería ineficiente con control de precios y chantajes a la política alimentaria con amenazas de desabastecimiento; financió empresas criminales contra campesinos sin tierra que invadieron sus tierras o, sencillamente, contra aquellos que se movilizaron por la adjudicación de baldíos o suelos improductivos (las “Guerras Campesinas” del Combeima en los veinte y treinta, y el fomento reciente del paramilitarismo en el Totumo y el sector de Buenos Aires-Payandé, son buenos ejemplos) 200


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(con base en E4, 2012; E6, 2012; BDNN, 2013). De hecho, entre 2001 y 2011, los registros consolidados de “Noche y Niebla” arrojaron para la zona rural de Ibagué: 83 casos de persecución política, la mayoría asesinatos; 24 personas amenazadas por distintos conflictos sociales; 14 homicidios en persona protegida; 11 ejecuciones extrajudiciales; 32 colectivos desplazados; 28 colectivos amenazados por diversos conflictos; 7 civiles muertos en acciones bélicas; 19 eventos de daños a bienes civiles por acciones armadas, entre otros (BDNN, 2013). La mayoría de las veces, estos gamonales gobernaron el municipio como “pequeños mandarines”; abusaron de sus relaciones de poder para clientelizar el servicio público (las invasiones de terrenos o la expectativa de acceder a un techo fueron aprovechadas para extraer votos por años), o en otras, transgredieron el poder judicial para salvar sus responsabilidad en crímenes o arbitrariedades; explotaron la mano de obra de manera inmisericorde en haciendas cafeteras y arroceras; y obligaron a los productores bajo el influjo de su poder a que les vendieran la cosecha a menos precio (hasta las cooperativas campesinas de la vereda El Rubí tenían que venderles el grano en los sesenta), entre otras injusticias (con base en E3, 2012; E4, 2012; González, 2001; González, 2006). Actualmente, con algunos cambios relevantes, el gamonal y la hacienda siguen sobre-determinando la vida social y económica del campo ibaguereño, y en menor medida, de la ciudad. Especialmente, se continúa con una estructura de la tenencia de la tierra profundamente injusta. Para 2012, el 0,2% de la tierra rural de Ibagué se encontraba en manos de 6.623 propietarios de predios menores a 0,5 has (38% del total de predios); microfundios que no ofrecen ninguna posibilidad de ingresos y formas de autoconsumo para solventar las necesidades alimentarias de una familia. El 5,3% de la tierra se hallaba en manos de 5.591 propietarios de predios entre 0,5 y 5 has (32% del total de predios); minifundios, generalmente cafeteros, que no pueden soportar las demandas de una canasta básica familiar, localizados en los ejes viales de Ibagué-Combeima, Ibagué-Cajamarca, TúnelesTapias, Ibagué-Ambalá parte Alta, Coello-Cocora, Martinica201


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Totumo, El Salado-San Bernardo, principalmente (con base en IGAC, 2006a; IGAC, 2006b; IGAC, 2012). Por otro lado, el 30% de la tierra de Ibagué se encontraba bajo el control de 397 propietarios de predios entre 100 y 500 has; latifundios que persisten en el abanico, y las partes medias y altas de las cuencas del Combeima, Toche, Cocora, Coello y La China. En este rango, los clanes Laserna-Jaramillo, Valencia-Laserna, Aparicio-Laserna, Valencia-Laserna, Londoño-Laserna, Laserna-Phillips y Sociedades Laserna, concentran 5.457 has, especialmente en el abanico. Y el 19% de la tierra se encontraba en manos de solo 54 propietarios privados de predios mayores a 500 has (se excluyen todos los predios del Estado); grandes latifundios que se distribuyen en el abanico, y las partes altas de las cuencas del Combeima, Toche, Cocora y La China. En este rango, los clanes Melendro-Serna, Melendro-Iriarte, Salinas-Salinas, Bedoya-Bedoya, Botero-Uribe, Botero-Escobar, Díaz-Pecchenino, Orozco-Díaz y Laserna-Jaramillo, concentran la extraordinaria suma de 18.204 has (Con base en IGAC, 2006a; IGAC, 2006b; IGAC, 2012). Conclusiones Ciertamente, esta distribución de la tierra no dista mucho de las viejas tenencias del mundo hacendatario de la Colonia, y explican en parte la persistencia de varios fenómenos de “pobreza material” rural y urbana, como también la alta presión antrópica sobre ecosistemas de montaña, extensamente deforestados. Buena parte de las acciones violatorias a los DDHH y el DIH de la década del dos mil, se concentraron en zonas bajo la influencia del régimen hacendatario, y en algunas ocasiones, en lugares de conflicto entre la insurgencia armada y el latifundista (con base en E4, 2012; E5, 2012). En este contexto histórico, la pregunta fundamental es: ¿Cómo hacer posible la paz, sin hablar de otras regiones, si aquellos latifundistas, profundamente vinculados al poder político regional y nacional, son los propietarios casi seculares de la tierra? 202


De haciendas y gamonales en Ibagué

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E5, (2012). Entrevistas a habitantes de la vereda Toche, Ibagué. Yesid Peñalosa, Inspector de Policía. Reynaldo Torres, campesino. Y campesino anónimo por seguridad. Realizadas el 13 de noviembre de 2012. E6, (2012). Entrevistas a habitantes del sector El Rancho y vereda Juntas, Ibagué. Hernando Caicedo, miembro de la Junta de Acción Comunal de Juntas, y otros. Realizadas el 15 de noviembre de 2012. E7, (2012). Entrevistas a habitantes de la vereda La Linda, Ibagué. Norbey Herrera, miembro de la Junta de Acción Comunal, y campesino. Aristóbulo Patiño, campesino. Realizadas el 23 de noviembre de 2012.

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