EL POZO REVISTA LITERARIA DIGITAL

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El frentazo al volante le había abierto el entrecejo; se desprendió el cinturón de seguridad y bajó del auto, aturdido, dándose masajes con los dedos en la frente. A un metro de la trompa del automóvil pudo divisar a un animal tendido de lado, se acercó a él y reconoció a un perro. Lo tocó con la punta del zapato para verificar si seguía con vida, pero el can no dio ningún signo de ella. Lo empujó con el pie y lo arrastró así hasta un costado de la ruta. Se dio la vuelta para regresar a su auto, pero se encontró con otro perro, este muy vivito y coleando, parado junto a la puerta del conductor. El hombre se sobresaltó y la adrenalina que largó por los poros provocó al animal, que le mostró desafiante su afilada dentadura. La mente del sujeto lo abandonó por completo, lo dejó librado a su suerte, indefenso, sin ideas. Reculó dos pasos y ese pequeño acto hizo que el perro se abalanzara hacia él. El tipo, un viejo con bigotes, de unos sesenta y ocho años de edad, gritó de miedo, estirando los brazos en un estúpido gesto de querer detener el ataque y dando al animal la oportunidad de alcanzar su mano izquierda y de arrancarle el dedo meñique de un tarascón. Una vez, de niño, el anciano se había martillado el dedo gordo al intentar clavar una madera de machimbre en un árbol a modo de escalón. El dolor había sido tremendo, pero el que experimentaba ahora era realmente insuperable. El viejo se agarró la mano lacerada con la sana y se quiso dar a la fuga sin lograrlo: un nuevo perro lo sorprendió de costado arrojándolo al asfalto, y entonces tuvo a los dos predadores sobre él. A uno se lo quitó de una patada en el cuello y, como pudo, consiguió incorporarse con el otro prendido a su saco como si fuera un alfiler de gancho. El hombre luchaba por su vida a pesar de estar agotado y ensangrentado. Se desprendió del segundo perro dándole una patada en los riñones. Aprovechó la ocasión, se apartó de la carretera y salió disparado hacia el follaje a la máxima velocidad que su edad le permitía. Entre el largo pasto y el esfuerzo por sortear los árboles vislumbró de soslayo un Citroën blanco allí cerca, pero no iba a detenerse, pues unos metros más adelante se alzaba su salvación: una casa. Ambas fieras lo acosaban. Podía oírlos tras él. «Dios mío, ayúdame. No permitas que me den alcance». Se cruzó corriendo con un manto negro que, por extraño que pareciera, permanecía manso y parecía temeroso sentado allí desde donde lo observaba. Llegó a la casa con la lengua afuera y el corazón desbocado. Se llevó puesta la puerta con el hombro y la abrió brutalmente.

Vio cómo tres personas desenfundaban sus armas al mismo tiempo y apuntaban en su dirección, mientras otras dos estallaban en un chillido de horror y sorpresa, pero no le importó, solo quería que alguien le prestara ayuda. —7— Algo no anda bien 20:25 p.m. Fuera de la casa —Larguémonos de aquí —dijo Pablo, y se aferró al picaporte de la puerta. El primero en salir fue Melena, y vio al perro al que Tania había intentado disparar sin éxito. Les ladraba con la cabeza ladeada chorreando baba. Una bala fue suficiente para que dejara de molestarlos. —Al auto —dijo Tania refiriéndose al Ford de Laura. —No vamos a dejar el nuestro —manifestó con rotundidad Pablo—. Manténganse alertas y no perdamos más el tiempo, el Tano se desangra… ¡MIERDA! Un enorme san bernardo se les plantó de frente y Pablo le encañonó directo al hocico. Le habría disparado si no hubiera sido por la intromisión de Chad, que atacó al perrote dando comienzo a una tremenda pelea. —¡NO, CHAD! —vociferó Pablo, y Melena lo empujó dándole a entender que era el momento de huir. Chad parecía tener el combate bajo control hasta que otros dos perros se unieron al san bernardo para atacarlo. ¿Sería posible? ¿Un galgo inglés y un border collie? El primero estaba desnutrido y el segundo era tuerto, pero, aparte de eso… ¿Un san bernardo, un galgo y un collie de razas puras? Algo no andaba bien. Dio la impresión de que Chad había perdido todas sus fuerzas. Renunció a la lucha para que sus congéneres se dieran un festín a dentellada limpia con su sangre y su carne perrunas. Le abrieron el ijar cual feroces leones que desmembraran una gacela, y la visión de Chad se difuminó por completo cuando sus vísceras se escurrieron de su interior. Quienes hasta hace un momento habían sido sus dueños y amigos, habían logrado llegar al Citroën a salvo. Melena subió por el lado del conductor y Tania se sentó junto a él. Pablo introdujo a Carmelo en la parte trasera, acostado boca arriba, y se acomodó, a duras penas, en lo que sobraba de asiento. Melena pisó el embrague girando la llave y puso la palanca de cambios en primera, pero el auto no arrancó. —¿Y ahora qué? —preguntó alterada Tania. RRRRRRRR. 36


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