Periodico EL PODER DEL ESPIRITU - Cuaresma 2013

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Tiempo de Cuaresma

El tiempo litúrgico de Cuaresma dura 40 días; comienza el miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos, día en que se inicia la Semana Santa. Cuaresma es el tiempo de preparación para la Pascua, cima del año litúrgico, donde celebramos la Victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal. La Cuaresma es un tiempo favorable para convertir el corazón y volver a Dios Padre, lleno de misericordia. Es un tiempo de reflexión, de conversión espiritual. Durante este tiempo contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia propone y que ayudan a profundizar el sentido de la cuaresma: el ayuno, la oración y la limosna. Los tres son mencionadas por Jesús en el Evangelio de San Mateo 6:1-6 y vs. 16-18; precisamente es el Evangelio que corresponde al miércoles de ceniza. El ayuno, la oración y limosna nos recuerdan que la conversión incluye todos los aspectos de la vida: expresan conversión con relación a uno mismo, a la relación con Dios y a la relación con los demás. Ayuno: Es la práctica de limitar el consumo de comida y bebida para imitar los sufrimientos de Cristo durante Su Pasión y a través de toda Su vida terrena. El ayuno nos recuerda que la conversión afecta y debe afectar todas las áreas de nuestra vida. El ejemplo principal es el de Jesucristo, quién preparó Su Ministerio Público retirándose al desierto para orar y ayunar por cuarenta días (Lc 4 y Mt 4). Basándonos en el ejemplo de Cristo podemos entender que Su crítica al ayuno de los fariseos se fundamenta en la falta de sinceridad con que la hacían y no en el ayuno en sí mismo. El ayuno auténtico debe siempre estar unido a la conversión, la sinceridad y la conducta moral. Limosna: La limosna es esa disponibilidad a compartir «todo», la prontitud a «darse a sí mismo». Significa la actitud de apertura y la caridad hacia el otro. San Agustín escribe: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna». San León Magno nos recuerda que: «Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados». La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.(Catecismo de la Iglesia Católica: 2462). Oración: es apertura a Dios, comunión con Él. Sin oración, tanto el ayuno como la limosna no se sostendrían. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón. La oración es generadora de amor y conduce a una conversión interior; lleva a hacer obras buenas por Dios y por el prójimo. En la oración encontramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones del mal. Dice el Catecismo respecto de la oración: (2752) «... Se ora como se vive porque se vive como se ora» (2757) «Orad continuamente» (1 Ts 5, 17). Orar es siempre posible. Es incluso una necesidad vital. Oración y vida cristiana son inseparables. (2664) No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos «en el Nombre» de Jesús. La Santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. Cuaresma, pues, es un tiempo de intensa oración. Miremos a Cristo en esta Cuaresma. Antes de comenzar Su Misión Salvadora se retiró al desierto cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió Su propia Cuaresma, orando a Su Padre, ayunando...y después, salió por el mundo repartiendo Su Amor, Su Compasión, Su Ternura, Su Perdón. Que Su ejemplo nos estimule y nos lleve a imitarle en esta Cuaresma.

Jesús, acuérdate de mí...

El pecado -aunque también lastima a los demás- daña principalmente a quien lo comete. La Palabra nos dice: « pero el que peca contra Mí se hace daño a sí mismo » (Proverbios 8:36). Es por eso que muchas veces hay quienes sienten en su corazón que no pueden ser perdonados, que su maldad ha sido muy grande, que lo que han hecho es irreparable Y aún cuando se reconocen culpables consideran que Dios ya no los perdonará, apartándose de la Gracia que podría rescatar sus vidas de la miseria del pecado. El pasaje de la Escritura, que la Nueva Biblia de Jerusalén titula como «El buen ladrón», dice así: «Uno de los malhechores colgados le insultaba: ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Pero el otro le increpó: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (Lucas 23:39-43). Palabras pronunciadas en el momento final de su vida y la respuesta de Jesús que le asegura la salvación. Pero aún así puede que a simple vista no se dimensione la grandeza de lo que realmente ocurrió. Sabemos por la tradición de la Iglesia que ese hombre recibía semejante castigo por ser ladrón, saqueador, por haber robado los libros de la Ley en Jerusalén y por haber dejado desnuda a la hija de Caifás. No estamos hablando de «cosas menores» sino de alguien que declaradamente vivió apartado de Dios en un camino de pecado e iniquidad. Sin embargo ante la inminencia de la muerte se arrepintió, se reconoció pecador y clamó por la misericordia de Dios. ¡Y bendito sea el Señor!, pues este hombre recibió el perdón y la salvación. Es bueno aclarar que esto para nada significa «licencia» para vivir fuera de la Voluntad de Dios dejando el arrepentimiento para el mañana, ¡NO! este pasaje es un maravilloso testimonio de la indescriptible misericordia de Dios que siempre perdona al pecador arrepentido: « un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.» (Salmo 51:19). La conversación entre Jesús y el «buen ladrón» nos muestra que Dios ve el corazón y siempre perdona -por más que sea una historia tan terrible como la de este hombre- al pecador que se arrepiente. Jesús derramó Su Preciosa Sangre para limpiar nuestra vida de todo el pecado. Su Misericordia es infinita. En una palabra: para quien se arrepiente de corazón, siempre está disponible el perdón del Señor. Nunca dudes de esto, acércate siempre confiadamente a recibir Su perdón y vive bajo la Gracia, con el firme propósito de apartar tu vida de todo pecado y ocasión de pecado, en el Nombre de Jesús. Amén!!!

Rezamos el «Padre Nuestro» y creemos cada una de las palabras que allí pronunciamos. A la vez, Dios escucha y toma en cuenta cada una de nuestras palabras. Por eso prestemos mucha atención a esta parte: « perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden ». Somos nosotros mismos los que ponemos «la medida» en que Dios nos perdonará. Al respecto, dice San Juan Crisóstomo: «¿Hay cosa más favorable ni más dulce que el precepto de la reconciliación? A nosotros mismos hace Dios jueces de la remisión de nuestros pecados. Si nosotros perdonamos poco, poco nos perdonará Dios: si perdonamos mucho, mucho nos perdonará Dios: si enteramente perdonamos de lo íntimo de nuestro corazón, del mismo modo nos perdonará Dios». www.elpoderdelespiritu.org


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