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Negar el pasado atroz

Estuve en Auschwitz participando como instructor en un seminario internacional que crea una red de estados participantes para elucidar estrategias de prevención de atrocidades. Impartí un módulo sobre el fenómeno del negacionismo a oficiales de gobierno de 30 países. Como sociólogo, ilustré enfoques teóricos y empíricos para comprender la función social, cultural y política que tiene la negación de las atrocidades del pasado. La negación del genocidio, por ejemplo, es una práctica históricamente arraigada que autoriza, justifica e impone un conjunto pernicioso de creencias, manteniendo prejuicios contra el antiguo grupo de víctimas, tergiversando la realidad social, distorsionando los hechos del pasado sobre la violencia, así como las normas sociales, morales y epistémicas que deben guiar la investigación exitosa en este dominio. Sobre esta base, la negación y la distorsión en lugar del reconocimiento del genocidio parecerá ser lo correcto desde la perspectiva epistemológica y moral. Negar el pasado atroz no es nuevo.

Los crímenes y su negación son concomitantes; la negación representa la etapa final de la violencia. En Armenia, Ruanda y Bosnia, los activistas de la memoria histórica, los sobrevivientes del genocidio y sus familiares resisten constantemente estos múltiples intentos de borrado de sus luchas. Esto es debido a que, alrededor del mundo, la memoria cumple una función fundamental para la reproducción de las formas de autoridad política que constituyen el mundo moderno. La forma de autoridad política que representa la nación está íntimamente ligada y hecha posible por la forma en que invoca sus recuerdos, con qué recuerda y por qué. Entonces, en un nivel fundamental, el negacionismo es parte de un intento de elaborar una narrativa nacional mediante el olvido oficialmente decretado y la amnesia institucional.

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En sociedades en democratización, la negación del pasado atroz también está motivada por preocupaciones inmediatas relacionadas con el deseo de evadir la justicia y los pagos de reparación. En Guatemala se ha especulado que miembros tanto del Congreso como de los gremios empresariales estaban preocupados de que ellos o sus familiares fueran los próximos objetivos de la fiscalía. Las élites económicas tradicionales tenían vínculos directos e indirectos con la contrainsurgencia, habiendo señalamientos de la canalización de fondos a las fuerzas armadas cuando EE.UU. suspendió la financiación militar en medio de acusaciones de abusos contra los derechos humanos. Otras motivaciones a menudo articuladas por los mismos negacionis- tas involucran la prevención del daño que una etiqueta de genocidio causaría a la imagen internacional de Guatemala: una imagen empañada perjudica la inversión extranjera en el país, obstaculizando así el “desarrollo.” En épocas electorales, los intentos de reescribir la historia de la guerra civil, además de la explícita negación del genocidio a través de decretos oficiales y las proclamas de las élites político-económicas, iluminan más de lo que ocultan. La tendencia es silenciar el pasado, aprovechando el hecho de que la guerra ya no se discute a menudo entre las familias. Esto da como resultado una falta de perspectiva histórica entre la generación más joven en Guatemala, ya que más del 75 por ciento de los guatemaltecos nació después de la transición de 1985.

El seminario en Polonia iluminó cómo los grupos poderosos de la sociedad intentan reelaborar la historia para hacer que su versión sea la dominante mediante narrativas que borran las desigualdades estructurales, la violencia y el racismo del pasado y el presente, y que convenientemente enmarcan la disidencia como un problema por desarmonizar a la nación. La falta de reconocimiento o la falsificación total del pasado atroz son componentes esenciales para legitimar el ‘statu quo’ actual, profundizando la marginación de grupos victimizados. Sobre todo, la negación es un acto político intencionalmente divisorio en la sociedad. Si bien se enmarca como conciliador y necesario para la sanación y la solidaridad nacional, es la negación la que trabaja para polarizar y dividir en las sociedades posteriores al genocidio alrededor del mundo.

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