4 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 20.05.17 EL NORTE DE CASTILLA
Autorretrato de Jo Stempfel. :: CORTESÍA DE
SAMUEL SANTIAGO
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ciones de pareja en el fondo, a veces sexo explícito, como en la serie ‘La mujer y su doble’ que expuso en la Casa Revilla de Valladolid en los ochenta. Casi siempre un toque amable, pero sin caer jamás en lo cursi o en lo empalagoso. Personal, como ella, «la helvética» –en palabras de su compañero– que fumaba Gitanes, como la Maga de Cortázar, y amaba el buen vino. Que admiraba a Federer, su compatriota, que ganaba torneos sin despeinarse. Todo un caballero apreciado por una mujer libre y feminista, para quien Simone de Beauvoir era una especie de guía. Como lo fue el poeta Mayakovski, su preferido. Había trabajado para la ONU en su país natal (nació en Friburgo, en 1939) pero ella quería pintar. Viajó a Portugal, y en Lisboa se unió a un grupo de artistas con el que participó en exposiciones colectivas. En 1969 tuvo su primer contacto con el grupo Simancas, antes de regresar a su país donde entre 1970 y 1974 expuso su obra, comprometida con la causa del feminismo. En el 74 se estableció definitivamente en Valladolid junto a Jorge Vidal y ya no se movería de esta ciudad. Ni de su pareja. Busco su rastro en quienes la conocieron, como los que fueron sus vecinos en la Bajada de la Libertad, Chus y Nacho, que guardan la memoria de largas conversaciones al calor de un buen ‘ribera’ en una casa donde lo más permanente de un artista, su obra, acompaña. De su vitalidad, de ese ‘glamour’ que la pareja introdujo en la ciudad profundamente castellana, (un comentario que he oído y leído en otros testimonios). De la cocina de la casa donde reinaba él (también en esto una pareja adelantada a su época), un lugar de azulejos blancos e intruso fondo negro para albergar pintura.
Volcanes y veladuras Vuelvo al vídeo de Adán Santiago. En él, Stempfel prepara sus pigmentos, luego los extiende sobre el papel con pinceladas anchas, fáciles, rápidamente un jardín aparece sobre el blanco. Ella confiesa
algo que raramente se oye en un artista. Admiraba la técnica de su compañero, esa forma suya de jugar con las veladuras del color, la calidad que conseguía en su pintura. «A Jorge todo le salía bien» dice y enciende un pitillo melancólico... Era el mes de julio de 2007. Una treintena de obras de ese Jorge al que todo le salía bien se exponen en la galería Rafael. Son obras de distinto formato y técnica: hay papeles, óleos sobre lienzo, acrílicos… Su obra, efectivamente, poco tiene que ver con la de Stempfel (y ella, a pesar de la proximidad, trató de que no hubiera influencias) pero pienso que en algo se parecían. Hay en los dos una especie de urgencia en el trazo. Una facilidad que en Vidal deviene en profundidad Cuando llegó a Valladolid con la memoria de los volcanes de su tierra en la retina causó sensación. Lo recordaba el galerista y pintor Mariano Olcese que le homenajeó en su espacio, La Maleta, hace unos años: «A todos nos cautivó la fuerza de su pintura». En la exposición está en efecto la fuerza de sus volcanes y la expresividad de sus ‘cartografías’, la rotundidad del dibujo en arquitecturas apenas insinuadas y la efectividad de esas veladuras entre el reino animal y el vegetal que tanto admiraba su compañera. Era un maestro del color pero no hay que perder de vista la hondura de esas piezas grises, negruzcas de un periodo crítico. Es difícil que la mirada no quede atrapada en una obra que no necesita adornos ni acompañamientos. Se explica a sí misma como todo lo que desprende verdad.
Jorge Vidal, en su estudio. Debajo, dos obras con su firma. :: JAVIER INSAUSTI