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LA SAGRADA IMAGEN DEL SEÑOR DE MURUHUAY
Debemos señalar primero que la lomada sobre la que se levanta el moderno santuario del Sr. de Muruhuay, fue el asiento de un antiguo centro ceremonial que se remonta al Horizonte Temprano. Aún quedan en el cerro contiguo, -abuelo marca- antes, ahora “San Miguel”algunas construcciones de piedras, muchas de ellas de forma circular. En la tradición oral se habla de movimientos poblacionales entre Acobamba y Muruhuay debido a los desbordes de la laguna de Quiulacocha y también a la aparición de una epidemia de viruela, lamentablemente no tenemos más información acerca de alguna continuidad de cultos precristianos en este lugar. Es prácticamente con el advenimiento de la República que se produce la aparición del Señor y se inicia la peregrinación cristiana.
Sobre la aparición de la imagen de nuestro Señor de Muruhuay se han dicho muchas versiones, se han escrito leyendas y se han recreado diversas historias, nosotros les damos a conocer algunas de las leyendas, que nos parece, según la literatura oral se acercan más a la verdad.
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Primera Version
En la versión recogida por Adelaar, se señala que cuando dos ancianos que vivían en el sitio de Muruhuay, cuidando su ganado, un día que la pastora se encontraba en la llanura del frente (llamada abuelo marca, el pueblo de los abuelos-, hoy cerrito “San Miguel”) vió a un jinete salir de una piedra, y entrar de nuevo en la misma. El texto recogido es el siguiente:
“ Entonces, en medio de nubes, de la otra banda, ella vio allá, su mujer, ella vio un Huiracocha , montando un caballo blanco, su poncho, bien vestido en un poncho y con sombrero blanco de paja, que allá en la esquina de la roca de donde salió, desapareció. Entonces lo que vio, le contó a su marido anciano: - Aquí, en su atrás de nuestra choza, aquí, en su atrás del corral de ovejas, entró un Huiracocha. Cuando yo estaba e n la otra banda y miraba para acá, montando, blanco su caballo, con un poncho, tenía un poncho, pantalón blanco y sus botas, buenas botas. Por el mismo sitio que había salido desapareció”.
Luego del suceso, los pastores cavaron en la roca y finalmente encontraron a un crucificado borroso, es decir, que ese jinete entró en la piedra y en ella se quedó, o vivía normalmente en la piedra y salía de vez en cuando a cabalgar, en ambos casos, el jinete se grabó en la piedra.
Segunda Versi N
Según don Fortunato Cárdenas, quien en el libro “Tarma, Acobamba, Muruhuay ” sostiene lo siguiente “El primitivo caserío de Acobamba estuvo situado en la falda del cerro que mira la ruta de Palca, hondonada por medio del otro macizo llamado Shalacoto, cuyo frente da al camino que desciende de Tarma. Fue en uno de esos sectores del citado cerro en que apareció una cruz sobre el plano inclinado de una piedra pizarra”. Don Fortunato Cárdenas, también puntualiza que en el año de 1750 “Cuando el antiguo caserío se encontraba en las faldas del cerro, apareció entre los indígenas el terrible flagelo de la viruela, enfermedad infecto contagiosa que aún no había sido estudiada debidamente.
En tal emergencia las autoridades españolas señalaron a las laderas del Shalacoto, como lugar de sanación, la continuidad de la quebrada Tranca sirvió para defenderse de la infección de los pobladores del caserío. Sucedió entonces que los vecinos acaudalados o pudientes iniciaron el éxodo hacia el llano en el que ahora se levanta la Villa Acobamba, y llevaron al nuevo pueblo todos sus enseres, y todo aquello susceptible de llevarse”.
En consecuencia, en el antiguo caserío solo quedaron los pobres y en la quebrada tranca y en las faldas de Shalacoto los enfermos miserables.
La situación apremiante de los pobladores vino a completarse con el desborde de la laguna “Quiulacocha” y huyen a las alturas. Al romperse los diques naturales el agua destruyó el caserío arrasándolo todo.
Cárdenas en su escrito, continúa afirmando lo siguiente: Cuarenta y cinco años pasaron, y por los años de 1795 recrudece la viruela y los pocos moradores de Acobamba abandonan el poblado. Y en aquellos parajes se alternan y riman los cienos y la soledad con los ululantes gritos de los agonizantes y los angustiados clamores de los sobrevivientes de tamaña tragedia.
“Ni él más refinado infierno dantesco habría alcanzado el horror de las escenas que a diario se sucedían en aquellos parajes de honda desolación. Grupos de hombres, mujeres y niños harapientos recorrían las laderas de aquellos sectores. La fiebre, con su séquito de trastornos fisiológicos, de sed y hambre, enloquecía a aquellos desventurados, llenos de pústulas asquerosas en las que las moscas se posaban para luego inocular virus a los demás habitantes de aquellos parajes.
“Más, cuando se sintieron abandonados por todos sus semejantes volvieron sus ojos a Dios, y El que todo lo ve y todo lo sabe, se hizo presente entre ellos, y por su mandato, surgió al pie del cerro Shalacoto un manantial de agua fresca y cristalina con la que curaron sus heridas”.
Una tarde de los primeros días del mes de Mayo, uno de los picapedreros que había sido confinado por vía de castigo, al arrancar una laja, cual si fuera una esquirla de un cuerpo descuartizado, apareció la cruz, orlada por filtraciones de humedad, y con la imagen del Señor crucificado que al cruzar alguna zona ferruginosa, parecía verter sangre.
Fuertemente impresionado, el hombre dio grandes voces llamando a sus compañeros de infortunio y todos cayeron de rodillas, profundamente emocionados.
Tercera Versi N
Doña Justa Segura Vda. de Santibáñez dama Acobambina, conocida como Mamá Justa, nos relataba por lo años 1970 – 1975: - “Mis abuelos me contaron que un día, cuando se encontraban trabajando en las chacras, vieron al pie de una peña cuatro velas encendidas, no dándole importancia, por la distancia y la oscuridad. Pero, como el fenómeno se sucedía, optaron por averiguar de qué se trataba y solo encontraron, cuatro huesos. Con mayor razón, le volvieron a restar importancia a ese hecho, pero al otro día, al regreso de la chacra, vieron nuevamente las cuatro velas encendidas y cuando se acercaron a la peña notaron que se hallaba pintada la imagen del Señor. Quisieron sacarla y nunca pudieron ya que la roca se partió en cuatro partes. Recién allí mis abuelos pensaron “De seguro no quiere salir de este lugar”. Fue así como le colocaron una ramadita y empezaron a adorarlo. Mi abuelo, Justo Suárez fue el primero que le hizo esta capilla”.
Cuarta Versi N
Dicen que por ese tiempo, cuyo año no se precisa, se encontraba un pastorcillo cuidando sus ovejas y demás ganado, una tarde de aquellas, vió una luz que era más intensa a medida que se acercaba, el temor fue invadiéndolo cada vez más y opta por retirarse, pero como el suceso era continuo, decide averiguar de qué se trataba, dándose con la sorpresa que en dicho lugar se encontraba una cruz pintada. EL niño inmediatamente dio aviso al señor cura de Acobamba, quien luego de dudar sobre la información del pastorcillo, se constituye al lugar de los hechos con el objeto de testificar lo relatado por el menor, mandando luego a cubrir dicha cruz con la finalidad de no crear un interés colectivo dentro de la población, pero los habitantes enterados de este acontecimiento, rodearon de piedras a la cruz que se indica, para luego rendirle homenaje, colocar flores y encender velas.
Quinta Versi N
El año de 1824 se había presentado más agitado que años anteriores. Las villas y pueblos de la Intendencia de Tarma, se encontraban convulsionadas, sobre todo la capital, Acobamba y Palcamayo eran la ruta obligada de las tropas realistas y patriotas.
En los primeros días de Agosto, luego del paso del Ejército de Canterac, encaminada hacia los llanos de Bombón, guerrilleros armados pasaron en confuso tropel, con banderolas al viento. Eran los patriotas de la Capital de la Intendencia que iban a unirse a las fuerzas de Miller, que reconocía los llanos de Junín. A su paso por Acobamba repicaron las campanas, estallaron disparos, las mujeres rezaban y vitoreaban, pronto la multitud entusiasta se dirigió hacia Palcamayo poblando las cumbres al son de gritos y algarabías.
Al anochecer del día 6 de Agosto, “Cuando la luna crepuscular teñía las casas, irrumpió por la hondonada, elevándose hasta las crestas andinas, enfiebrado galopar de hombres y bestias, rutilantes guerreros realistas, perseguidos por las falanges irregulares peruanas, dejaban cadáveres, fusiles y arreos en su pavorosa huida hacia el sur. Las cañadas mismas se conmovieron al insólito trepitar” mientras los pobladores de la ruta, campesinos, ancianos, mujeres y niños se ocultaban en las quebradas, en las cumbres de los cerros, llevando consigo algunos menajes y rebaños hasta que volviese la tranquilidad rota por los vencidos de Junín.
Días después, pasaría triunfante el ejército Patriota bajo el mando del Libertador don Simón Bolívar con destino a la villa de Tarma.
Se necesitaron varios días y semanas, para que se hicieran olvidar la invasión desusada de la población agrícola y pacifica de estos lugares.
Más una noche, en el paraje de Muruhuay, donde pastaba el rebaño de la Parroquia, se le presento al mayoral la presencia de gran cantidad de zorros, viéndose obligado a irse a otro lugar seguido de los mastines de la Iglesia.
“Era tan clara la luna, que era grato caminar dice el rabadán o pastor, testigo principal, que llegué a las peñas sin cansancio ni pena y arrojando mi bastón me senté sobre los peñones. La luna emergió de los cerros del campo santo, alumbrando las lomas y al abrillantar la roca cercana vi, mudo de asombro, la faz de Cristo en el suplicio, promisoria visión que iluminaron mis párpados, atenace mis carnes para convencerme de mi existencia y me puse a mirar, con los músculos en tensión, el corazón anhelante, el rostro del Redentor que resplandecía como una figura humana”.
- “La duda era imposible, fascinado, caí de hinojos y mis labios pecadores musitaron los pobres rezos aprendidos en el cortijo”.
- Bajé luego al pueblo y comuniqué al Párroco la misteriosa aparición. El religioso al oírme, se río a carcajadas, se abrió entonces la puerta de la sacristía dando paso a su sobrino, teniente de granaderos del Rey, quien avanzando escalones varios dijo: - Tío, es verdad lo aseverado por tu mayoral.
El destrozado uniforme del oficial español, su brazo en cabestrillo y su aparición brusca hizo exclamar al cura:
- Te has entregado a este zagal, te denunciara inmediatamente. Los Montoneros de Bermúdez y Otero te apresarán.
- Poco importa, Nada temo contestó, salvado de las ordas enemigas por la imagen del Crucificado enviado por mi madre y conservada junto a mi corazón, grabe con mi toledana en la piedra bruma, el semblante de Jesucristo-.
Y en frases emocionadas contó al sacerdote el desastre español, el desbande y como, junto a las lomas de Muruhuay, cerca del camino a Huasahuasi, había escapado de la furia patriota oculto en una acequia.
Mostró luego al Párroco la efigie burilada por él. Ya frente a la Imagen, los tres personajes, el religioso, el militar y el jefe de los pastores rezaron y dieron gracias al todopoderoso.
Fuente: Recuerdo de la Misa ofrecida por Aurelia Villanueva Ch. y Angélica Mariscal , el día 31 de Mayo de 1950. Fotografía proporcionada por mi estimado amigo Javier Neri Hidalgo Vicuña.
Y después, para evitar su captura en manos patriotas que se encontraban cerca, el teniente se dirigió a Maco por la ruta de Tapo, donde los señores de la Canal, dueños de la hacienda le proporcionaron facilidades para que se volviera a unir a las tropas de Canterac.
El párroco, temiendo que el mayoral divulgara este suceso y se le acusara de contrario a la causa nacional le ordenó cubrir la imagen esculpida con una gruesa capa de arcilla. Más, transcurridos apenas siete días otro pastorcillo lo volvió a descubrir y la noticia del hallazgo se difundió por todo el valle de Tarma.
Asombrada la gente, comenzó a ir y venir, diremos mejor a subir y bajar, de manera interminable, abriendo un sendero.
La multitud creyente sin escuchar las protestas y reservas del presbítero rindió culto al misterioso hallazgo, extremando su devoción y defendiéndolo de la intemperie con una rústica ramada echo a manera de ermita.
Pronto el Cristo de Muruhuay “curó heridas, sanó enfermos, reconstituyó inválidos y paralíticos, derramó bendiciones y hoy su fama milagrosa cruza por mesetas y valles, punas y montes, ilumina con su fé, como cuando el sol con sus rayos, da vida a todo nuestro planeta.

SEXTA VERSIÓN: EL SOLDADO SOLO LIMPIÓ LA IMAGEN
El autor de esta versión es Alberto Minaya (1992), según este historiador la historia comienza con el episodio de la viruela, relatando como en esas circunstancias aparece el manantial de aguas curativas y la imagen en la piedra es descubierta por el picapedrero, quien da aviso al párroco, quien al principio no les cree y muestra una actitud hasta hostil con respecto a los indígenas. Para él, no era posible que el Señor hubiera aparecido en ese lugar, tampoco que hayan sido indios los primeros testigos. Solo después que se le aparece en sueños acepta el milagro y lo oficializa con una misa. Y es aquí que interviene el teniente español quien refugiado en Muruhuay y protegido por el cura de Acobamba- como agradecido al Señor de Muruhuay y por encargo del padre, limpió la roca, mientras más limpiaba, más se iba aclarando la imagen. Demostrando así su agradecimiento al todopoderoso por haberle salvado la vida. Los pastores de la zona notaron el embellecimiento de la imagen y corrieron la voz, con lo que se originó “una peregrinación que poco a poco creció”. Y al párroco no lo acusaron de encubridor, quien tuvo que guardar silencio de aquel que había aclarado la imagen y tuvo que marcharse. La fama del señor creció ya que los milagros se hacían más, sanaba enfermos, protegía a los débiles, derramó bendiciones y su nombre llegó a valles y punas, montes y ciudades.
La duda de si el soldado fue un instrumento del creador queda a consideración individual, a la cuota de fé que cada oyente o lector tenga.