El Guajhú # 8

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Año 3 | N ° 8 | A sunción - Paraguay

Revista de, con y por las letras


Sumario

El Guajhú

Revista de, con y por las letras Año 3- N.o 8 Agosto 2016 Asunción, Paraguay Equipo Editorial Camila Recalde Cave Ogdon Christian Kent Giselle Caputo Miguel Arias Diagramación Camila Recalde Collage de tapa Rebe Ca Diseño de tapa César Daniel Román Diseño de Contratapa: Veintitrés equis Escritores de esta edición Aníbal Cardozo Ocampo Camila Recalde Cave Ogdon Christian J. Kanahuaty Christian Kent Damián Cabrera Diego Florentín Ensoter Fetcita Hugo Fernando Pereira Hugo Mendieta Luis Aguirre Marcos Maiz Miguel Arias Nicolás Sánchez Patricia Cabrera Ilustración de contenido Arami Espiau Camila Recalde Carola Albrech César Barreto César Daniel Román Kenji Espínola Patricia Cabrera Rebe Ca Regi Rivas Ross Flores Vivian Chun Yami Morel Impreso en Arandurã Editorial

3 Editorial 4 Lugares Abiertos Cave Ogdon

8 El Punto Rojo de los ´90 Miguel Arias

10 Franz Liszt, entre la música y la literatura Hugo Mendieta

12 Intersecarse Diego Florentín

13 ¿Por qué gozamos la música? Aníbal Cardozo Ocampo

16 Sonidos fantasmas Damián Cabrera

19 ¿Por qué siempre Josefina? Camila Recalde

21 Esto también es morder Patricia Cabrera

23 Calculus poeticus hominen Ever Román

26 Bocaditos Nicolás Sánchez Hugo Fernando Pereira Marcos Maiz Ensoter Fetcita Christian Jiménez Kanahuaty

31 El Ladrido “El día en que nadie nació” Luis Aguirre “La transmigración de Narciso Colmán” Christian Kent

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El Guajhú permite la copia y difusión de los contenidos de este número siempre que se reconozca a los autores y la distribución se realice con fines no comerciales. ©2016. ElGuajhú.

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Edi tor ial Compartimos la posibilidad del canto con otras especies: la rana, los pájaros, el grillo que tañe sus patas como violines en la oscuridad de los árboles. El viejo Pitágoras, y ahora la ciencia lo confirma, percibió que la estructura matemática del universo (de todas las cosas) produce una música que es tan perfecta, y tan constante, que no puede oírse. Todo tiene su propia música, la piedra, el agua, las esferas celestes, el musgo, la respiración. Pero, la música encuentra en el hombre una particularidad, se separa del sonido espontáneo al tomar asiento en el lenguaje organizado. Y, algo más, lo que nos interesa sobre todas las cosas, se encuentra y se hermana con la palabra. No se puede hablar de la poesía sin pensar en su sonoridad. Hay tanto significado en la resonancia de la palabra poética como en sus valores semánticos, como en sus valores lingüísticos. Los hexámetros homéricos, los endecasílabos de Garcilaso y Boscán, los sonetos alejandrinos, las décimas populares de la Violeta Parra, la musicalidad tremenda de un Dylan Thomas... A lo largo del tiempo, la poesía ha sido ritmo, rima, consonancia, cacofonía, grito, susurro; ha sido el deseo de la palabra de regresar a la boca del pájaro. Y si pensamos en la música, en las canciones especialmente, no puede negarse que sin la poesía una parte esencial de su realidad hubiese estado ausente. EL GUAJHÚ #8 celebra esa simbiosis, ese matrimonio que perdura desde el principio de los tiempos entre el sonido y la palabra, entre la música y la literatura, entre el verso y la vibración.

¡La música frecuentemente me coge como un mar! Hacia mi pálida estrella, Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea, Yo me hago a la vela (Charles Baudelaire)

Ilustración: Vivian Chun

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Lugares abiertos Por Cave Ogdon Fotos: Fotógrafo indie

Rodrigo “Juru” Pampliega, músico y compositor. Líder de un grupo que ya dejó su marca en las páginas del rock nacional: Dokma, sinónimo de letras alucinantes y de gran complejidad instrumental.

Barrio Santísima Trinidad. Tarde fresca y diáfana. Me encuentro con el fotógrafo indie de la revista bajo un árbol y, saboreando unos chupetines de limón, rodeamos un enorme edificio que ahora desparrama su imponencia grisácea sobre la tranquila y maltratada avenida. Aguardamos un rato frente a una hilera de casitas tipo dúplex (unas cajitas estrechas y yuxtapuestas), mientras mi acompañante discurre acerca de la filosofía zen. Con disimulada ansiedad, pienso en qué voy a preguntarle a Juru ni bien aparezca, en lugar de simplemente agradecerle por algunas canciones cuyas melodías incendiaron mi mente como a un yuyal reseco y estéril. Tengo dos atoradas en la garganta (“Vendiendo espejitos” y “Mientras ellos no estaban”) cuando escuchamos, de repente, un saludo a nuestras espaldas.

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La claridad de la tarde me revela a Juru tal como lo imaginaba: un tipo alto, delgado, blanco, manos grandes, dedos estirados de plastilina, ojos verdeazules, una cara angulosa en la que flota el aire de quien vive asomado a los resquicios de esa realidad inmaterial que es el universo de la música. Nos invita a pasar y entramos a la casa, pero, en realidad, nos abrimos paso hacia una zona exterior, hacia un horizonte rojizo de pura creación musical. Atravesamos la sala en dirección a la cocina, con un inquieto perrito enredándose en las piernas largas de nuestro anfitrión. Bajo la luz eléctrica, Juru pone a calentar agua para el café y arrima unas tazas a la mesada. Hablamos de nimiedades y tocamos un tema inevitable: Dokma, sus nuevos proyectos, etc. Juru se muestra ufano, mientras prende un kentucky, y cuenta, medio en broma, medio en serio: ―Tener un grupo es como tener cinco novias y no poder resolver los problemas cogiendo ―refiriéndose a las dificultades de sostener un grupo a lo largo del tiempo.

Sirve el agua, prepara tres cafés bien endulzados y, ante la pregunta de por qué los grupos se desintegran de la noche a la mañana, pronuncia una síntesis contundente: ―Los egos, viejo.


´ Aquello suena tan claro y evidente al verlo apoyado en la mesada, con una mano manejando el cigarrillo y la otra enfundada en el bolsillo del vaquero, que resulta algo desconcertante el que tantos músicos parezcan olvidarlo en algún momento de fervor, de euforia rockera, de momentáneo espejismo de fama. En un momento dado, llega su madre y nos observa curiosa, como divertida ante la idea de que pretendamos entrevistar (en el sentido convencional del término) a su hijo, acaso porque conoce mejor que nadie su peculiar naturaleza, su personalidad artística, la cual parece oscilar entre la gravedad de las verdades simples, esclarecidas por la experiencia, y la comicidad, la sutil ironía, de quien conoce la superficie y el reverso de las cosas cotidianas: materia prima de su música. Algo de eso se trasluce en las morisquetas que suele hacer cuando ejecuta el piano o la guitarra.

Subimos a la pieza donde Juru tiene sus juguetes: dos teclados, una mesita con un cenicero y un fajo de partituras y papeles, una guitarra apoyada en un rincón, una computadora con unos equipos, irreconocibles para mí, conectados a ella. Una ventana deja entrar una luz serena: el fotógrafo indie se mimetiza con una de las paredes (“Para no interferir”, dice) y yo me bamboleo en una silla-hamaca, ansioso y expectante. Ni bien se sienta al piano, sus largas manos se ponen en automático movimiento, reproducen de memoria unas líneas melódicas de música clásica y, antes de que juguemos a adivinar el nombre de la obra, se nos adelanta: ―Me gusta ecualizarme con Bach. Es un mantra matutino que le permite agilizar los dedos y, al mismo tiempo, ralentizar su mente con compases lentos que parecen “respirar”, “llenar de aire” sus pensamientos. Bach le parece “un compositor completo, casi perfecto”, en oposición a “las escalas pentatónicas y otras boludeces sobrevaloradas”, un equilibrio entre el yin y el yang. ―Papá Bach ―parafrasea a Mozart, llegando al clímax de su interpretación, y el verdor de sus ojos cobra brillo y nitidez cuando agrega―: Todas las minas quieren ser Janis Joplin. Todos los tipos quieren ser Steve Ray Vaughan. Todos quieren ser héroes del instrumento y se olvidan de ser músicos. La vida del compositor alemán nos lleva a intercambiar ideas acerca del reconocimiento post-mortem de muchos artistas y entonces me gana el impulso de ahondar en su vocación, conocer detalles, medir la dureza de sus convicciones musi-

cales, y vuelvo a la carga con preguntas sobre Dokma. ―Ahí fue donde crecí ―dice Juru y cuenta cómo la sucesión de ensayos, grabaciones y conciertos, a lo largo de años, lo fue forjando como pianista, ya que, al principio, el piano le resultaba casi desconocido como instrumento, como lenguaje expresivo. ―Al comienzo leía las partituras y eran chino, después, ya parecían francés, después, portugués… Así me fui acercando… Pasea los dedos por las teclas, arrancándole débiles notas, cuando le pregunto qué valor le dio ese lenguaje a su vida. ―Ser feliz ―dice, con un aire de viejo convencimiento, pero es fácil intuir que la música ahora significa algo más para él: es esa cosa misteriosa, llena de energía y frecuencias, que lo trajo de vuelta a la vida tras un prolongado coma. Acaso debido a dolorosas reminiscencias que prefiere guardarse, resume la experiencia en una frase breve: ―La música me salvó. La familia, los amigos, la guitarra, el yoga, pero, sobre todo, una especie de resignación ante el hecho de haber tocado fondo en forma irremediable, representan para él la base a partir de la cual inició su recuperación como persona y artista, el punto exacto en que su vínculo con la música se transformó en una necesidad vital, en una reafirmación de su propia existencia.

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´ Mientras se acumulan puchos y ceniza en la mesita, le pregunto sobre la manera en que compone y, recuperando otra vez esa jovialidad irónica y magnética, se declara sin titubeos un compositor nocturno. ―A la noche uno es más creativo. Sale el vampiro, el hombre lobo. El alimento de sus canciones proviene de la música que escucha, de la sugestión de las horas nocturnas, de la realidad cotidiana: todo lo que pasa en la calle, en el barrio, las cosas que ve al caminar. ―Agradezco no tener auto porque estoy en contacto con el mundo real. En el micro, por ejemplo, siempre hay una historia para contar. Paraguay le parece, en ese senti-

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do, un espacio virgen e inspirador y nos confiesa su incomprensión ante el deseo de muchos músicos de querer marcharse a otros países, pudiendo explotar su creatividad a nivel local. ―Acá hay todo por hacer ―dice y reconoce que, si bien vivimos actualmente un avance de nuevas formas musicales sobre las estructuras tradicionales del folclore, algo que resulta dañino para la cultura es la persistencia de músicos que tocan para obtener reconocimiento, fama o dinero. ―Todos quieren la guita y se olvidan del mensaje. Juru no habla por vanidad, ni con el ánimo de crear confrontación: el coma le hizo replantearse sus razones para seguir haciendo música. En sus días más oscuros, arañando

el piso helado de una crisis física y espiritual, cuando la renuncia a la música era casi una certeza, Juru vislumbró la luz en una escena de su infancia: a los siete años, su madre lo lleva a la Catedral de Brasilia, sin sospechar la impresión que causaría aquel sitio en su mente infantil. La visión de unos ángeles portentosos en el techo y las repentinas notas del “Réquiem” de Mozart rebotando en los vitrales, lo hacen sentir aplastado por un dios ciego e implacable del Antiguo Testamento, anidan en su interior el deseo de reproducir aquel arrebato sobrecogedor en otras personas. ―Quiero que alguien, alguna vez, sin mirarme ni conocerme, escuche mi música y se sienta así de impresionado ―dice. Dejo que apague el resto de un cigarrillo y le confieso que algo pare-


´ cido me sucedió alguna vez con “Déjame salir”: un sobrecogimiento súbito, inexplicable, de esos que marcan la sensibilidad a hierro caliente. Juru me mira con una mezcla de sorpresa e ironía, pero lo cierto es que entiende la indirecta, se inclina espontáneamente hacia las teclas y comienza a cantar una de mis letras favoritas de Dokma. Déjame salir de entre las sombras buscando lugares abiertos que me tengan despierto y sentir las frescas caricias del viento con el sol y el reflejo de vivir sonriendo con ganas y en la oscuridad te encontrarás y digo no Quiero escuchar salir del circo y ponerme a gritar puede acabar lo que hace mal puedo seguir puedo ver más lejos de acá más de lo normal se oyen los pasos de los que caerán

Ahora ha caído la tarde y, acaso porque el cuarto está más penumbroso, a Juru se le hace imprescindible manotear la guitarra, instrumento que lo mantuvo ligado a la música en los duros comienzos de su recuperación, evitando que cayera en el barranco de una total depresión.

“Hay canciones que son como exorcismos: hay que mirarlas y dejar que te quemen los ojos” Así permanezco unos minutos, hamacándome al compás de su voz, imaginando los versos que pronuncia con desgarramiento en el humo que asciende delante de mi cara. ―Hay canciones que son como exorcismos: hay que mirarlas y dejar que te quemen los ojos ―dice Juru, un rato después, con la guitarra apoyada en las piernas cruzadas, repentinamente fijo en una pose que ya he visto capturada en numerosas fotografías. Pero el hecho de apropiarse de nuestra atención, de ocupar el centro de nuestro improvisado espectáculo casero, no parece interesarle a Juru, que se abraza empecinado ya no a la guitarra, sino a aquel firme deseo infantil de despertar emociones en quienes escuchen su música y consigan entender lo que él pretende expresarnos. Luego de tocar una última canción, Juru recupera de golpe su altura vertical, abre la puerta y nos dice con serenidad reflexiva: ―Mi herencia va a ser esa: dejar una idea con la música.

―Juru, ¿guitarra o piano? ―digo y le “buitreo” un kentucky, aprovechando la presencia de las sombras. Juru responde con sorna: ―El piano es la princesa. La guitarra te entra jakare de noche ―y enseguida nos toca una canción del nuevo disco de Dokma, que me transmite, en esa hora crepuscular, una sensación entrañable, difícil de explicar.

Sus palabras quedan flotando en un segundo de silencio arrobador, que a mí me parece una melodía perfectamente audible. Entonces, intento intercambiar una mirada con el fotógrafo indie y descubro que, en realidad, me encuentro lejos, palpando un intersticio en la realidad, una resquebrajadura que cuela el resplandor de una zona externa, un reflejo luminoso, la posibilidad de un renacimiento increíble.

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El Punto Rojo de los ´90 Por Miguel Arias

ta que llegó a la suya. A la mañana siguiente vinieron a despertarlo sus padres, le dijeron que esa noche la policía alteó a un amigo suyo, pero que este no hizo caso de la advertencia y que ahora estaba en el hospital con una bala en la cabeza.

“En otros tiempos, los jóvenes estaban más atados a lo que ocurría en el país; salían a las calles para protestar y luchar por sus ideales. Hoy en día nos conformamos con ser rebeldes de corteza y no de corazón ”

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Algunos días después, Carlos estaba sentado en el colectivo camino a Asunción, y recordaba que hace unos días estaba en la canchita del barrio jugando partido con los perros. El calor agobiante había hecho que se saque la remera, la transpiración bañaba todo su cuerpo, aunque ya era de noche. Nadie se dio cuenta de que ya había pasado un par de horas desde que oscureció. La noche calurosa invitaba a seguir corriendo detrás de la pelota para después terminar con una ronda de tereré. Un rato más, un rato más, era el pensamiento de complicidad entre todos hasta que se dieron cuenta de que un móvil de la policía se acercaba, todos comenzaron a correr, cada uno hacia donde el destino le había preparado el camino, no era la primera vez que esto sucedía, ya lo habían vivido varias veces, siempre se pasaban la hora del toque de queda. Carlos, de un salto, trepó por la muralla de una casa para cruzarla y seguir corriendo; siguió haciendo lo mismo por tres patios más de diferentes casas has-

Los padres de Carlos resolvieron que deje su ciudad natal, Concepción, y que vaya a vivir a Asunción. Carlos recordaba todo esto ahora que estaba en el colectivo, lo que él no sabía era que iba a ser uno de los integrantes de una revista que se llamaría Punto Rojo, junto con Francesco Gallarini quien en el evento del lanzamiento de la revista (1995) anunciaría el lanzamiento de su poemario. Tampoco sabía que formaría un grupo de rock en el 92 y que se llamaría Enemigos de la Klase, ni que se lo conocería con el nombre de Karlos Ackena, y que luego, formaría otro grupo de rock, Armagedom, en agosto del 95. Tampoco sabía que diría, en la segunda publicación de la revista Punto Rojo, que: “este nuevo grupo se formó desde la persistencia en encontrar a personas adecuadas para trabajar en un proyecto divertido, ya que nos gusta y en serio, con metas posibles en nuestro medio empezando por abajo, basándonos en lo


que somos y en lo que soñamos llegar a ser, aprendiendo a caminar”.* Francesco Gallarini, Carlos Acuña y un grupo de amigos, que se iban conociendo en reuniones en las que se hablaba de música y literatura, comenzaron a incubar una idea. Debido a todas estas conjunciones brotó desde los vestigios del oscurantismo dictatorial, “como el ascua de un cigarrillo en lo profundo de la larga noche que sufrió la sociedad paraguaya”, un punto rojo en el que la música y las letras serían la voz de la juventud que aún seguía siendo oprimida. El 15 de septiembre de 1995 se lanza la revista Punto Rojo. Luego, Francesco lanzaría su poeamrio Puertas Imposibles. La revista tuvo una tirada de cien ejemplares en tres ediciones consecutivas desde septiembre. La cuarta y última tirada, ya a comienzos del 96, fue de quinientos ejemplares. El valor simbólico de cada revista era de 3.000 Gs., la última tirada llegó a las manos de los lectores de manera gratuita. La poesía, que ocupaba la primera mitad de la revista, se mezclaba con relatos cortos y ensayos. En esta primera parte se publicaban los trabajos de personas que enviaban sus textos, (mucho tiempo después, cierta revista literaria haría lo mismo). Los poemas presentaban temas variados, aunque en la mayoría de las letras se percibía una temática existencialista, así como también la disconformidad con una sociedad que, a pesar de estar viviendo la famosa “transición a la democracia”, seguía atada al yugo de los prejuicios y a la tibia participación para reclamar sus derechos.

“En otros tiempos los jóvenes estaban más atados a lo que ocurría en el país; salían a las calles para protestar y luchar por sus ideales. Hoy en día nos conformamos (lastimosamente tendré que ser grosero) con ser rebeldes de corteza y no de corazón. Nos fascinan las trampas que el sistema crea para nosotros; nos conformamos tomando unos tragos y comentando farras olvidando los problemas que a otros afligen. Así, nuestros ideales que alguna vez nos hicieron ser diferentes, pasan a ser tontas excusas para existir sin fundamento, para ser esclavos que presumen ser libres”. * La segunda parte de la revista contenía notas, entrevistas e informaciones sobre los grupos de rock y metal nacionales que ya estaban o que recién aparecían en la escena under de las noches asuncenas. “No teníamos un lugar fijo en donde tocar, a veces se hacían conciertos en las plazas, allí iba más gente, pero por curiosidad y para tener con qué acusarnos después. En los conciertos que hacíamos en alguna casa de los perros o de si por ahí surgía algún local, nos juntábamos entre veinte o treinta, si llegábamos a cincuenta personas ya era algo genial para nosotros, pero hacíamos lo que nos gustaba, además, eran otros tiempos, se hacían otras cosas, cosas más reales, más directas entre las personas, ahora, todo pasa primero a través de un aparato que nos ponen en la mano”. Casi treinta años después, Carlos estaría sentado en un bar en el centro de Asunción diciendo es-

tas palabras y contando esta historia. Es imposible abarcar todos los recuerdos, una pequeña parte de la vida de estas personas quedó escrita en cada línea de las páginas amarillentas por el tiempo de la revista Punto Rojo. La literatura y la música fueron el nexo entre jóvenes que hicieron frente a los pensamientos retrógrados, jóvenes que gritaban por un verdadero cambio, que tenían ideales firmes y que no se conformaban con la mediocridad democrática reinante. “Una cosa que siempre ayudó a ponerme violento es el espíritu aldeano que lastimosamente rige en gran parte a la prensa nacional. Vivimos en un tiempo en el que debemos aprender a convivir y no a atacar, especialmente cuando se trata de diferencias existenciales. Con el mismo fervor con el cual las fuerzas dictatoriales oprimían todo esfuerzo de superación, toda ideología en desacuerdo con su absolutismo, nuestra prensa ataca a un sector juvenil usando la vieja espada herrumbrada de la ignorancia. Es algo triste que en pleno fines del siglo veinte, faltando cinco años para un nuevo milenio, tengamos que pasar por otra “inquisición” habiendo tantos problemas sociales y ecológicos en nuestro medio”* * Editorial 2° edición (fragmento)

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Franz Liszt, entre la música y la literatura Por Hugo Mendieta Ilustración/Collage: Rebe Ca

Se suele decir que a los grandes compositores de la talla de Mozart o Beethoven la vida no les alcanzó para dejar al mundo toda la obra que quisieron plasmar en partituras. Algunas veces por una muerte prematura, otras veces por eventos que parecieran maldiciones fortuitas para un genio creador. Sin embargo, este no es el caso de Franz Von Liszt. La vida de este pianista y director de orquesta húngaro está plagada de numerosas actividades, una tanto más diferente de la otra; desde rockstar de la época hasta monje franciscano. Así también la vida de este compositor en sus diferentes etapas quedó plasmada en partituras, por lo que podemos apreciar diferentes caras de Franz en las numerosas páginas que fue escribiendo a lo largo de los años. Los musi-

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cólogos suelen dividir la obra de Liszt en dos grandes partes: por un lado la música “inédita” original de Liszt y por el otro lado, la música de la música, es decir, música escrita por Liszt en base a otras obras, aunque en este apartado también se incluya a la música escrita por Liszt basada en obras literarias, tema que nos interesa en el presente

“Liszt nos dejó 13 grandes poemas sinfónicos, 13 obras maestras que son un claro ejemplo de la perfecta relación que puede existir entre música y literatura”


´ artículo. En efecto, Franz Liszt tuvo mucha influencia de la literatura para la producción de sus obras. Por ello se lo conoce como el creador de lo que se denominó Música programática, es decir, la música que tiene por objeto describir un programa. También denominada Música descriptiva, este género fundado por

Liszt creó un género específico denominado Poema sinfónico. Se trataba de una obra para orquesta que tenía por objeto describir con música una obra creada previamente en otro escenario artístico, como la literatura o la pintura. Como legado, Liszt nos dejó 13 grandes poemas sinfónicos, 13 obras maestras que

son un claro ejemplo de la perfecta relación que puede existir entre música y literatura. Para los semióticos esto constituye una traducción intersemiótica, es decir, una trasposición de un campo semiótico a otro totalmente distinto (entiéndase por campo semiótico a la obra artística en general).

En orden cronológico, los Poemas Sinfónicos son los siguientes: N° 1: Lo que se escucha en la montaña (1848 - 1849), inspirado en el poema Feuilles d’autonne (Hojas de otoño) de Víctor Hugo N° 3: Los Preludios (1848), inspirado en la oda homónima de Alphonse de Lamartine y musicalmente basada en la cantata de Liszt Les quatre elements (Los cuatro elementos,1845) N° 2: Tasso, lamento y triunfo, basado en el poema Tasso de Lord Byron N° 5: Prometeo (1850). En un principio pensado como obertura del Prometeo Liberado de Johann Gottfrird Heder N° 8: Heroida fúnebre (1849/50), basada en el primer movimiento de la inacabada Sinfonía Revolucionaria de 1830 N° 6: Mazeppa (1851), basado en el poema homónimo de Víctor Hugo N° 7: Sonidos de fiesta (1853) N° 4: Orfeo (1853/54) N° 9: Hungaria (1854) N° 10: La batalla de los hunos (1856/57), basado en la pintura de Wilhelm von Kaulbach N° 11: Los ideales (1857), basado en el poema de Friedrich Schiller N° 12: Hamlet (1858) basada en la obra homónima de Shakespeare N° 13: De la cuna a la tumba (1881 - 1882)

Además de estas obras, Liszt nos dejó otras obras maestras como son la Sinfonía Dante, sinfonía divida en tres movimientos cuyos respectivos nombres son idénticos a los tres cantos del poema de Dante: Infierno, Purgatorio y Paraíso, además de la Sonata Dante para piano, en la que el piano por medio de notas descendentes y en intensidad creciente, evoca la caída del errante Alighieri por los círculos del infierno. Como último ejemplo son una

muestra muy interesante los Valses de Mefisto, valses para piano en honor al demonio Mefistófeles de la famosa obra de Goethe. La música programática en Liszt es sumamente importante porque inició en su momento el comienzo de la indisoluble relación entre música y literatura y permitió que el lenguaje artístico se consolidara como uno solo hasta llegar a lo que conocemos en el lenguaje cinematográ-

fico. Tal vez conocer la obra de este compositor nos haga dar cuenta de que ninguna disciplina artística es absoluta, al final son caminos de un mismo arte, un mismo mensaje, que se pretende universal.

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Intersecarse Por Diego Florentín

He aquí dos ejemplos típicos del uso incorrecto de este concepto: El punto Q donde se intersectan* o concurren las tres alturas se llama “ortocentro”. El punto I donde se intersectan* las tres bisectrices se llama “incentro”. *Fuente: libro de Geometría & Trigonometría. Fecha: octubre de 2012. En proceso de corrección. El error (*) fue señalado y será eliminado.

Aclaración: En el DRAE no figura el verbo “intersectar”. Sí hay “intersección” y el verbo pronominal “intersecarse”. También existe “interceptar”: interceptar. 1. tr. Apoderarse de algo antes de que llegue a su destino. 2. tr. Detener algo en su camino. 3. tr. Interrumpir, obstruir una vía de comunicación.

intersecarse 1. prnl. Geom. Dicho de dos líneas o de dos superficies: Cortarse o cruzarse entre sí.

He aquí la conjugación, según el DRAE: (Presente indicativo): me interseco te intersecas / te intersecás se interseca nos intersecamos os intersecáis / se intersecan se intersecan

Entonces, la forma correcta del verbo, tan usado en geometría, es: El punto Q donde se intersecan o concurren las tres alturas se llama “ortocentro”. El punto I donde se intersecan las tres bisectrices se llama “incentro”. En resumen: Existe el sustantivo “intersección”. Pero no el verbo “intersectar”. Esto es lo que causa la confusión, porque a cada sustantivo suele corresponder un verbo derivado. Ejemplo: “sección - seccionar”, “reacción – reaccionar”, “inyección – inyectar”, etc.

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intersección. (Del lat. intersectĭo, -ōnis). 1. f. Geom. Encuentro de dos líneas, dos superficies o dos sólidos que recíprocamente se cortan, y que es, respectivamente, un punto, una línea y una superficie. 2. f. Mat. Conjunto de los elementos que son comunes a dos conjuntos.


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¿Por qué gozamos la música? Preguntas sin respuestas

Por Aníbal Cardozo Ocampo Ilustraciones: César Barreto

Muchas veces me he preguntado ¿por qué me gusta la música?, y otras tantas me sumí en la penumbra del rumor silencioso que siempre obtuve como respuesta. El siguiente escrito no aspira en absoluto a obtener una respuesta satisfactoria, muy por el contrario, se limitará a exponer algunos pensamientos que rodean a la cuestión. Se suele considerar a la música como el arte de combinar los sonidos con el objeto de generar emociones en el oyente. Una exploración del texto y de sus significados subyacentes pone de relieve las siguientes interrogantes: ¿en qué consiste tal combinación de sonidos?, y ¿por qué tales combinaciones sonoras suelen provocar emociones en el oyente?

combinaciones sonoras nos placen y otras no?; y, como contrapartida, ¿por qué algunas combinaciones sonoras nos placen más que otras?

Desde una lectura más detenida, emergen significados que nos enfilan hacia otras penumbras crujientes, tales como: ¿por qué ciertas

Bien se puede observar que esta retahíla de preguntas genera expectativas que, lamentablemente, este artículo no llegará a satisfacer.

Y, como postrer enigma a develar, cabe preguntarnos si tales combinaciones sonoras ¿nos placen a todos los seres humanos del mismo modo o no? y, finalmente, ¿por qué sucede así?

Sin embargo, considero que ello es positivo porque, posiblemente, lo más importante sean las preguntas; mientras que las respuestas, podrán ir apareciendo o no, acorde con el interés o preferencia de cada lector. Una organización sonora se refiere específicamente a la manipulación ordenadora del sonido yacente en la turbulencia de los ruidos. Con este criterio, producir música equivaldría entonces a la extracción del sonido ordenado y periódico del medio tumultuoso de los ruidos. Por lo tanto, la matriz genérica de la música reside en lograr una determinada organización interna en el infinito ámbito de vibraciones sonoras en el cual estamos inmersos. Sin embargo, el sonido es un objeto subjetivo que, a pesar de

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tener una presencia constante y continua en nuestra existencia, no puede ser tocado. El hecho de encontrarnos envueltos en ese ámbito de inasible aprehensión contamina tales atributos intangibles de simbolismos cercanos a algunas prefiguraciones metafísicas de la realidad. Es así como el concepto de la música que fluye como “magia del sonido” se vuelve metáfora y nos proyecta hacia la concepción del universo que instaura el pensamiento pitagórico, entendido como un orden conformado según la “armonía de las esferas”. Tal concepción sostiene que el universo o “cosmos” se organiza como un sistema de correspondencias ordenadas por una red de armonías numéricas, y este orden constituye la “música celestial”. Por lo tanto, tal complejidad organizada que regula el “gran todo”, involucra desde la traslación de los cuerpos celestes hasta el infinito orden que subyace en sus profundidades, de acuerdo a proporciones matemáticas estables y a las com-

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binaciones surgidas entre ellas. Por lo tanto, el “macrocosmos” y el “microcosmos”, se consuman, acontecen y se desplazan obedeciendo a estructuras complejas de vibración regulada. Consecuente con esta perspectiva pitagórica alguien sostuvo que un sonido constante “o bien un único sonido musical afinado disminuye el grado de incertidumbre en el universo porque insemina en él un principio de orden”.1 Esta modalidad de pensamiento, originario de la temprana edad de la cultura occidental, encuentra su contrapartida en el pensamiento oriental denominado taoísmo. El concepto de “tao”, si bien muchos ciñen su significado en torno a la idea de “camino”, es, en realidad, un concepto inefable. Y en este ámbito, la música, se halla instalada como núcleo central; y allí despliega sus atributos hasta la instancia extrema de constituirse en la expresión de la armonía del universo. Y ello lo logra en base al orden de la “sincronicidad”, que implica un solo tiempo, en el cual la totalidad se interrelaciona y se armoniza. Este concepto es bien diferente al universo newtoniano que sostiene que todo es producto de la relación causa-efecto y que se deriva a través de una concepción secuencial, que lleva implícito el concepto de tiempo. Acorde con el pensamiento taoísta, el Universo se compone de partes o sub-sistemas, y el todo y

cada una de sus partes se halla interrelacionados entre sí en virtud de la sincronicidad genérica, en la cual “todo acontece”2 , tal como se establece en el I Ching o Libro de las Mutaciones. Según refiere Carlos Fregtmann3: “La idea fundamental del I Ching se expresa en una sola palabra… Resonancia…”. Y es la música la responsable de crear la “armonía central”, en donde sentimientos y emociones se compensan recíprocamente. Volviendo a la música específica, pensemos que: “Un coro cantando una única nota, contra el «ruido blanco»4 de las ondas, contiene, digamos así, una especie de reducción sumaria de todas las posibilidades de la música, y oscila entre la organización y la entropía, el orden y el caos”.5 De esto inferimos que la música se manifiesta a modo de diálogo entre el ruido y el sonido, entre la consonancia y la disonancia. En términos musicales, se produce consonancia cuando se perciben los sonidos de forma distendida, y suenan sin ser rechazados por el oído; mientras que hay disonancia cuando los sonidos, que se repelen y chocan entre sí, son percibidos con tensión, y generan rechazo. La armonía musical, será entonces la conjunción organizada entre ambas percepciones y su acción repercute en nosotros a modo de resonancia. Como seres vivientes, somos como cajas resonadoras susceptibles a alterarnos con los sonidos que nos penetran en el acontecer de la consonancia-disonancia, y que hacen vibrar las pulsaciones internas de nuestro ser vital. Expansión y contracción son procesos energéticos elementales que determinan la frecuencia; y es esta una magnitud que mide el número de repeticiones por unidad de tiempo


´ de cualquier fenómeno o suceso periódico a modo de patrón cíclico de todas las cosas. De acuerdo a lo que sostiene Josh Richardson: “Toda la existencia... toda la materia, toda la vida, todas las experiencias - todo debe su existencia en el mundo físico a la frecuencia. Absolutamente todo es frecuencia-. No se puede tener una experiencia en este planeta sin llamar a través de la frecuencia. Cada emoción, incluyendo amor y odio sintoniza con una frecuencia específica. La salud tiene una frecuencia. La enfermedad tiene una frecuencia. Sus órganos están cada uno sintonizados a una frecuencia específica, así como todo su cuerpo, que resuena en su propia frecuencia. Usted es una sinfonía de frecuencias mientras se proyecta a través de este universo y crea su realidad física. Usted es un maestro de su energía, y por lo tanto es capaz de controlar todo lo que usted es, todo lo que hace, todo lo que experimenta. Desde el día en que nace hasta el día de su muerte, nada va a cambiar el hecho de que usted es tanto un emisor como un receptor de frecuencia en proceso de cambio con su entorno interno y externo” 6.

minadas obras musicales estará ceñido a las preferencias desarrolladas mancomunadamente. De acuerdo al pensamiento kantiano, un juicio estético es de orden privado y tiene un profundo contenido subjetivo. Un juicio de gusto, en cambio, posee un supuesto carácter universal y público; por lo tanto, la capacidad del juicio del gusto será un saber compartido, a pesar de la subjetividad implícita que lo define.

Referencias 1 Attali, Jacques, Bruits – Essai sur l´economie politique de la musique (París, PUF, 1977). Citado por José Miguel Wisnik. 2 El subrayado es nuestro (Carta de Roa Bastos a Jacques Leenhardt) 3 Fregtmann, Carlos; El Tao de la Música; Editorial Estaciones; Buenos Aires;

Finalmente y como último elemento a tener en cuenta hacia una reflexión más específica, habría que referirse a la cuestión de la sensibilidad individual y/o colectiva, en relación a experiencias personales y colectivas, tanto de nivel intuitivo como gnoseológico y a todo el universo que rodea la experiencia de la percepción, en tanto adquisición, desarrollo y evolución interna y como proceso de simbolización que caracteriza toda aprehensión del universo sonoro.

1985 4 “El sonido del mar: duraciones oscilantes entre la pulsación y la inconstancia, en un movimiento ilimitado; alturas, en todas la frecuencias de las más graves a las más agudas, formando lo que se llama el ruido blanco” Cf. Wisnik, José Miguel. Sonido y sentido. Otra historia de la música- 1ª.ed.-Ciudad Autónoma de Buenos Aires: la marca editora, 2015 5 Ibídem. (pág. 26) 6 Josh Richardson es blogger, sanador, y un constante perseguidor del estado natural de la conciencia humana.

Considero que estos pensamientos podrían ser la punta del ovillo inicial para desenredar el intrincado y aventurado intríngulis de saber por qué nos gusta la música.

http://www.bibliotecapleyades.net/ ciencia/ciencia_genoma99.htm

Cuando la música se organiza como sistema en una comunidad humana, adquiere el carácter de modelo cultural. Consecuentemente, los patrones de organización, sociabilización y simbolización que la vehiculizan y la vuelven objeto de intercambio social, estarán contaminados de los rasgos peculiares de cada cultura y, por lo tanto, no poseen carácter universal. De acuerdo a esto, el gusto de deter-

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Sonidos fantasmas Por Damián Cabrera Ilustración: César Daniel Román

En 1997, el Centro de Documentación e Investigaciones del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro dio a conocer, de la mano del antropólogo y etnomusicólogo Guillermo Sequera, el libro Paraguay: Música Mbya. Acompañado de un disco con

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29 documentos sonoros, que incluyen canciones Mbya Guaraní y sonidos de ambiente, recopilados por Sequera en distintas comunidades Mbya del Paraguay, el libro/disco da cuenta no sólo de la música de este pueblo, como expresión fundamental de su cultura, sino de una atmósfera sonora natural y social del cotidiano Mbya tradicional. Este

dispositivo híbrido nos introduce, fundamentalmente a través de los sonidos, a un universo compuesto, en el que lo imaginario y la realidad se ven afectados mutuamente por el oficio simbólico, en tanto la música Mbya, como organización sensible de los sonidos, estaría enhebrada en una práctica que excede el horizonte de lo disciplinario


´ (eso que estrictamente llamamos música): los ritmos del trabajo, los compases del ejercicio del cuerpo en la transformación de materias, los ecos de la alegría y el canto de la lengua guaraní en su acento Mbya cuando se acaricia la esperanza, son destellos que integran ese cielo; y excede la frontera del lenguaje humano: los sonidos del mundo aparecerían interpretados como lenguaje susceptible de organización e inteligibilidad en la cosmogonía Mbya, y ni qué decir capaces de suscitar experiencias estéticas. Reeditado el álbum en Brasil, en 2006, con un nuevo libro organizado por el poeta brasiguayo Douglas Diegues bajo el título de Kosmofonia Mbya, el material, que en su primera versión ya incluía una interpretación de Guillermo Sequera, se completa ahora con lecturas de antropólogos y especialistas de diversas disciplinas frente a la experiencia de la audición de estos sonidos provenientes del mundo Mbya (el humano, el cotidiano, el mágico y el natural); así como con traducciones al portuñol (mezcla de portugués y castellano) del organizador del libro, cuya obra

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poética se ha cifrado, precisamente, en la frontera entre lenguas: específicamente entre el castellano, el portugués y el guaraní. Ya en sus comentarios de la primera edición del álbum, Guillermo Sequera (Mito Sequera para los amigos) contemplaba el concepto de cosmofonía, como “organización cultural de los sonidos” (SEQUERA, 1997, p. 10) para referirse al universo sonoro Mbya: uno que comprende una diversidad de sonidos, en correspondencia con una biodiversidad del mundo natural, perceptible por la sensibilidad de los sujetos que se inscriben en esta cultura, y asociable a los oficios lingüísticos y musicales, tanto vocales como instrumentales (que, como anticipábamos, no serían un privilegio humano). Escuchaste por primera vez este disco en casa de la poeta Maggie Torres, y quedaste inmediatamente deslumbrado: así parecen haber quedado muchos de los que se han topado con las canciones Guaraníes.1 ¿O acaso no? ¿Cómo es que la música popular del Paraguay

mestizo (ese que dice ser la nacionalidad de un sincretismo hispanoguaraní) haya ignorado la música Guaraní, y en particular la música Mbya? Y aún la música erudita de carácter indigenista (que, a veces, antes que mostrar con su fantasía vela la verdad deslumbrante), ¿cómo pudo no beber de estos universos sonoros?2 Reflexionando acerca de lo ignorado por la historia del arte, por aquello que pasa desapercibido en el tiempo (quizás porque pasa tan veloz y tan antes que llega tarde a la Historia), DidiHuberman se pregunta: “¿qué es lo que, en la historia del arte como disciplina, como “orden del discurso”, pudo mantener tal condición de enceguecimiento, tal “voluntad de no ver” y de no saber?” (DIDIHUBERMAN, 2011, p. 23); lo dice pensando en el gesto impreso de Fra Angélico3 , pero vale para toda forma de anacronismo; y la música Mbya es anacrónica, como lo insinúan Douglas Dieuges y Sérgio Medeiros, en el sentido más amplio de lo anacrónico. 4 Sequera advierte sobre esta falta que brilla por su ausencia, y afirma que escuchar música Mbya es “recostar nuestros oídos sobre aquello que

Pensás en León Cadogan, en Egon Schaden, o en el etnólogo Curt Nimuendajú, que escribiera en su Nimongaraí la música de los

Apopukuva: “Después se siguieron melodías que nunca antes había oído” (NIMUENDAJU, Curt. Nimongaraí. Hans Peter Welper (trad.). Mana 7(2), 2001, p. 146. Disponible en: http://www.etnolinguistica.org/biblio:nimuendaju-2001-nimongarai Acceso en 04 de Julio de 2016) [Traducción del autor]. 2

Valgan como ejemplos de estas fantasías canciones tan varias como India de José Asunción Flores y Manuel Ortiz Guerrero, Can-

ción del mimby de Cristóbal Balbi y Emilio Bobadilla Cáceres, y hasta Nacionales 1 de Oscar Nelson Safuán. 3

Fray Juan de Fiésole O.P. (circa 1390-1455), pintor cuatrocentista italiano.

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Douglas Diegues afirma que: “Los Mbya-Guaraní son los grandes artistas de vanguardia primitiva en las fronteras del Paraguay

con el Brasil y la Argentina. Ellos ya eran constructivistas, minimalistas y dadaístas mil años antes de que esos movimientos fueran fundados en Europa” (DIEGUES, Douglas. “Viagem ao orvalho em chamas” IN: SEQUERA, Guillermo. Kosmofonia Mbya Guarani. Douglas Dieuges (org.). São Paulo: Mendonça & Provazi Editores (O morto q fabla), 2006, p. 33) [Traducción del autor]. Mientras, por su parte, Sérgio Medeiros dice que “no siendo arte experimental, se acerca a éste, por la feliz circunstancia de abolir la frontera entre arte y naturaleza, música y ruido y, consecuentemente, en un sentido más amplio, entre el ritual (la cultura) y lo cotidiano” (MEDEIROS, Sérgio. “A velha-nova música Mbyá-Guaraní ou os sons-ruídos das canções indígenas” IN: SEQUERA, Guillermo. Kosmofonia Mbya Guarani. Douglas Dieuges (org.). São Paulo: Mendonça & Provazi Editores (O morto q fabla), 2006, p. 19) [Traducción del autor].

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´ nos fuera negado” (SEQUERA, 1997, p. 14). Pero quizás haya más que una falta de perspectiva con visibilidad en la ausencia de lo Guaraní en el horizonte paraguayo, más allá de una lengua: no se trata sólo de la negación del componente indígena en una cultura mestiza, sino de lo que Augusto Roa Bastos propone al aseverar que “estos cantos no tienen parangón en toda la literatura paraguaya escrita en castellano hasta el presente” (ROA BASTOS, 2011, p. 23). Para Roa Bastos: “los textos de esta literatura mestiza escrita en castellano, segregada de sus fuentes originarias, se apagan, carecen de consistencia y de verdad poética ante los destellos sombríos de los cantos indígenas tocados por el sentimiento cosmogónico de su fin último en el corazón de sus culturas heridas de muerte” (ROA BASTOS, 2011, p. 23).

Lo dice, probablemente, para referirse a los cantos míticos de los Mbya, recogidos por el sabio León Cadogan en su Ayvu Rapyta [Fundamento del lenguaje], que el antropólogo Bartomeu Melià reconoce como “la obra cumbre de la literatura y del pensamiento del Paraguay” (MELIÀ, 2010, p. 34). Y es que estos cantos dados a conocer por Sequera son el anverso sonoro de esos poemas transcriptos por el australiano en el departamento de Guairá, que te habían encandilado en la adolescencia, llenando con un fuego vivo tus sueños, hasta incendiar, posteriormente, tus palabras. Hace un año recordabas con el artista Fredi Casco estas canciones, y el desinterés que la música mestiza del Paraguay mostrara hacia ellas: “La música Mbya no es música popular”, constataban, “es música erudita”, en el sentido de saber profundo. Este saber profundo que tantos insisten en elogiar (vos entre ellos), que es producto de los estratos más marginados por la sociedad paraguaya, o, como diría Nimuendajú, de “bugres “mansos” y, por lo tanto, […] perezosos, ladrones y dados a la borrachera” (NIMUENDAJÚ, 2001, p. 143-144) 5 .

Bibliografía CADOGAN, León. Ayvu Rapyta: Textos míticos de los Mbya Guaraní del Guairá. España: Ediciones Etopeia, 2014. DIDI-HUBERMAN, Georges. Ante el tiempo: Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Antonio Oviedo (trad.). Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2011. NIMUENDAJÚ, Curt. Nimongaraí. Hans Peter Welper (trad.). Mana 7(2). P. 143-149, 2001. Disponible en: http://www.etnolinguistica.org/biblio:nimuendaju2001-nimongarai Acceso en 04 de Julio de 2016. ROA BASTOS, Augusto. Culturas Condenadas. 2ª edición. Asunción: Servilibro, 2011. SEQUERA, Guillermo. Kosmofonia Mbya Guarani. Douglas Dieuges (org.). São Paulo: Mendonça & Provazi Editores (O morto q fabla), 2006. SEQUERA, Guillermo. Música Mbya Guaraní. Asunción: Centro de Documentación e Investigaciones. Centro de Artes Visuales/Museo del Barro, 1997.arai Acceso en 04 de Julio de 2016) [Traducción del autor].

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Traducción del autor.


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¿Por qué siempre Josefina? Por Camila Recalde I l u s t r a c i ó n : Ya m i M o r e l

Es poco probable que aquellos que hemos pasado el periodo escolar en Paraguay no hayamos escuchado alguna vez el nombre de Josefina Plá, aun desconociendo su obra. Ha sido vilmente utilizada como nombre de concurso literario, premio, galería, colecciones editoriales y un largo etcétera. Es uno de esos nombres que se repiten y a fuerza de repetición uno termina creyendo que la conoce, incluso sin haber leído más que uno que otro poema impreso con pomposa cursiva en un boletín de alguna institución pública, pero ¿por qué siempre Josefina? Arrastramos cierta tendencia centralizadora que choca con la concepción de trabajo y creación en colectividad, nuestra historia está plagada de experiencias de centralización, los grupos tienden a buscar un “guía” y existe cierta dificultad en el trabajo cooperativo de grupo, parte de este fenómeno es responsable del hecho de que el nombre de Josefina Plá se repro-

duzca constantemente incluso por voceros que desconocen el motivo de su consolidación como ícono de la literatura paraguaya. Esa recurrencia “josefínica” resulta, en gran medida, contraproducente; ya que, como pasa con las bandas de rock cuando se vuelven famosas, empiezan a ser rechazadas por el público que busca lo under considerando que lo establecido o lo oficial tiene un correlato sospechosamente perpetuador del status quo, esto se acentúa en el ámbito literario nacional, en el que los buenos escritores suelen tener menos seguidores que el rockero menos popular del barrio. Pero detrás de las popularidades, de los nombres y los renombres, yace la obra esperando ser descubierta, y la obra de Josefina Plá, como escritora, tiene un valor opacado por la aureola de expectativas que genera la constante mención, además, es una de las escritoras más prolíficas de las letras paraguayas, incursionó en la crítica de arte

cuando en la escena nacional prácticamente no había crítica, realizó investigaciones antropológicas y sociales, escribió poesía, narrativa y drama, hizo trabajos radiales y participó activamente en la formación y consolidación de grupos de artistas tanto en literatura como en artes plásticas, y en todos los ámbitos dejó una huella y su aporte. Fue, indudablemente una mujer excepcional, no solamente en relación a su obra sino también en su vida misma, se aventuró al Paraguay a los 24 años y se integró a la esfera local dedicándose plenamente a la labor artística e intelectual, se encargó de cuidar de su hijo natural y de otra hija adoptiva como mujer soltera e independiente, lo cual ya constituía una especie de escándalo para la sociedad machista del Paraguay del siglo XX. Dejando de lado la biografía y su rol de lo que hoy llamaríamos algo así como “gestora cultural”, su obra es un pasaje ineludible en el tape de nuestra literatura, en mi caso particular, me parece especialmente interesante como poetisa y haciendo uso y abuso del espacio que me es concedido en esta edición, quisiera dejar debajo tres de mis poemas favoritos de Josefina, poemas que si

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´ no bastan para responder a la pregunta del título, en el peor de los casos, pasarán a abultar la lista de los poemas leídos en boletines.

La imposibilidad de la libertad no mengua, sin embargo, que sea un constante objeto de anhelo humano. El hecho de nombrarla hace que exista y el afán de encontrarla logra convertirla en sentimiento:

Libre *Satélites Oscuros, 1966

Glosa III Libre para nacer sin elegir el día libre para besar sin saber del porqué esta boca y no otra libre para engendrar y concebir lo que ha de traicionarte libre para pedir lo que después te será inútil libre para buscar lo que mañana ya no tendrá significado libre para morir sin elegir el día libre para pudrirte sin escoger el sitio libre para volver al polvo sin memoria libre para seguir el rumbo de la raíz pequeña libre para mirar al sol que no te mira Libre para nacer sin elegir el día Este poema es muestra de una literatura que, como toda buena literatura, crea tópicos que configuran una dinámica particular. En el mundo poético construido por Josefina la libertad es un tema recurrente, y está signada por un artificio que la envuelve:

El hombre nace libre *La nave del olvido, 1985

”El hombre nace libre” Oh mentira hecha droga Desde antes de nacer el hombre está en prisiones Por túneles de sangre a ser esclavo viene Nace llevando el látigo del latido en el pecho El espacio le oprime pupilas labios tímpanos Le numera los pasos Le cuenta los suspiros Mide con la metáfora la altura de su ergástula gradúa su voz le dosifica la palabra Le encadenan los Números los Signos y los Días Por donde va resuenan chirriantes sus cadenas A esa música llama imbécil su poesía Y cree liberarse lanzando al viento el llanto sin saber que ese canto es la imagen del perro en traílla que caza sólo el propio ladrido

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*Cambiar sueños por sombras, 1984

A Elvio, poeta del alma trasterrada Libertad no es un sueño. Es poder tener sueños El sueño es libertad El sueño aquello que te da pasaporte como hombre Nacido libre nunca abdicarás un privilegio que nunca has de ejercer eterno pretendiente al trono del misterio Libre en el sueño eres esclavo de tus sueños Condenado a la pena de libertad sin tiempo no hay Genio que te ayude porque tú mismo eres el siervo de la lámpara Hombre la libertad no es tu indulto es tu condena


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Esto también es morder Por Patricia Cabrera Ilustración: Camila Recalde Contracultura y bilis

Pero no voy a quedarme como un boludo esperando que alguien venga a limpiar el cenicero donde me consumí. Voy a romper todo. ¿Por qué no salen a la calle y rompen todo? Estoy Muerto.

La música dialoga con el movimiento literario, se alimentan entre sí haciéndose préstamos, rituales de sincretismo. Sabemos que la musicalidad interviene en la métrica de los versos y el compás en el detalle lingüístico que en la prosa crean la cadencia necesaria para el disfrute sinestésico. Algunos autores adaptaron el ritmo de un determinado estilo musical en sus obras escritas, ejemplo conocido el de Jack Kerouac que introdujo las vertiginosas síncopas del jazz creando su “spontaneous bop prosody”. Los cambios en las diferentes vertientes artísticas que pudieran producirse van de la mano de los contextos social y cultural, ya sea para resistirse a ese sistema cimentado en la cronología diaria y su zona de confort rodeada de alambre de púas. Si nos situamos en la década de los 70’s en las calles de los bajos fondos de Londres respiraríamos el humo de las fábricas, el óxido y algo a punto de estallar por el creciente desempleo. La escena musical estaba desbordada de estrellas pop, glam, mostraban su iluminado mundo plástico (Plástico cruel, diría José Sbarra) que desentonaba con la realidad de muchos jóvenes. Fue entonces que tomaron sus guitarras desafinadas y al son de gritos proclaman su “No Future”. Poco im-

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´ portaba el conocimiento musical o la destreza en los instrumentos, ahí prevalecía el ruido silvestre y la rabia purgante. Nacía el punk cubierto de placenta y bilis. Aquellos primeros punks se caracterizaban por ser iconoclastas, nihilistas, anarquistas, cuyas letras estaban cargadas de críticas social y política. Muchos influenciados por una poesía trasgresora, desde Rimbaud (Patti Smith decía que fue el primer poeta punk) hasta William Burroughs, quien inspiraría a Richard Hell, autor del himno a la generación vacía, esos jóvenes que se sentían incómodos con la sociedad y la cultura que los rodeaba.

riffs rápidos y sucios, apenas sin editar después de una larga resaca e intercambio de jeringas. Prosa venida de entrañas violentas, prosa desesperada. Este tipo de literatura entra en la denominada ficción transgresiva, similar al realismo sucio, centrado en personajes que se sienten asfixiados por las conductas normativas y escupen a las expectativas sociales, deciden liberarse de esas limitaciones de una manera inusitada o ilícita.

Marc, la sucia rata.

El ya mencionado José Sbarra es un claro ejemplo de vivir en las márgenes, entre la prostitución y el ejercicio de autor de libros infantiles, se hacía de tiempo para terminar sus obras más representativas: Marc la sucia rata y Plástico cruel. Ambas novelas breves y brutales hasta las pústulas, exploran el mundo de los marginados y subversivos que se oponen al paradigma de la gente bien educada y anestesiada. Con un lenguaje crudo y diálogos cargados de ironía y humor, una sensación de tierna crueldad invade las páginas de los relatos de Sbarra. Plástico cruel es una novela a base de puros diálogos entre Axel, un yonki menor de edad; y Bombón, la puta y poeta travesti, alternados con pequeñas reflexiones subjetivas a modo de Señales de tránsito. Marc, la sucia rata, cuando no está intentando suicidarse, solo piensa en seguir cultivándose en el arte de las agujas mientras escribe el libro perfecto. La novela se divide en diálogos entre un policía acosador y Marc, intercalados con extractos de la novela que está escribiendo, “Los pro y los contra de hacer dedo”.

Si hablamos de retratar un presente de subsuelo, por estos lares fueron varios los que se atrevieron a una literatura trash, donde poco importan los artificios líricos, son

Otro autor que describió el submundo de los desbancados fue Enrique Symns. En La banda de los chacales, su primera novela, relata la historia de una banda de desadaptados (El

Mucha de esa actitud fue trasladándose a la literatura. El sufijo punk es utilizado para nombrar a distintos subgéneros, pero intrínsecamente unidos por una misma filosofía. El primero de ellos fue el cyberpunk, que retrata un futuro de alta tecnología pero baja calidad de vida; el steampunk nos narra sobre un futuro alternativo donde se mezclan tecnología futurista y maquinaria de la época victoriana movida a vapor. La estética de ambos subgéneros consiste en mundos desolados, ruinas, desiertos, sociedades distópicas. Delicada suciedad -¿Entonces qué está buscando? -Escribir un libro perfecto, matar a un policía y morir de sobredosis.

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Pijo, Estoy Muerto, Itaka y el Lacra) quienes deciden tomar por asalto el programa argentino de TV “Feliz Domingo para la juventud” para lanzar una proclama antipolítica. O antitodo. ¿Qué pasaba con la gente? No son gente, son ratas. Ni ahí. Las ratas capaz que mueren defendiendo a sus crías. Pero acá estos roñosos se dejaron llevar todo (…). Eso que pasó ahí es un cáncer. Todos tienen cáncer y se los va a comer despacito. Y nosotros, los chacales, no vamos a matar asesinos, vamos a matar giles, a esas malas ratas, y lo vamos a hacer de puro cáncer que somos. El Lacra Quedan los muchos anónimos que expanden esos escritos de perros rabiosos a través de fanzines, esa literatura a lo DIY (Do It yourself): recortar, pegar, gritar (claras reminiscencias del dadaísmo): para crear un gran cadáver exquisito, acaso un nuevo Prometeo que prefirió incendiarlo todo con furia piromaniaca, moviéndose al ritmo del ruido de miles rompiéndose. Así, Punk es la deconstrucción de la propia existencia ante lo preconcebido. En síntesis, el ritual de la iconofagia.

Patricia Cabrera: Publica en revistas kañys y actualiza los blogs Disculpe el disfraz (http://sarambiblues.blogspot.com) y Postales del ahorcado (https://medium.com/ postales-del-ahorcado).


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Calculus poeticus hominem Por Ever Román En La Monadología, Leibniz nos dice que todos los seres vivos tienen mente, res cogitans, un aparato de percepción, inclusive las plantas. En estas mentes, jugarían libremente las mónadas (imágenes esenciales del universo). A partir de esta idea, inventó el calculus ratiocinator, un concepto que encierra un aparato-lenguaje mediante el cual era posible efectuar todos los cálculos, es decir, interrelacionar mónadas, hacerlas bailar, abrazarse, rechazarse, etc. Finalmente, inventó una calculadora matemática. Por su parte, Jonathan Swift, en Los viajes de Gulliver, inventó una máquina literaria universal: era un bastidor hecho de madera, alambre y papelitos en los que se leían palabras de todo tipo imaginable, puestos sin ningún orden. Al mover unas palancas, todo giraba y cambiaba la disposición de las palabras, ordenándolas de alguna forma peregrina. La máquina de Swift podía usarse para escribir textos de filosofía, derecho, naturaleza, poemas, política, novelas, matemáticas, estética, cábala, ciencias, teología, historia y así... Una particularidad de estas máquinas: eran automáticas, o sea, funcionaban por sí mismas, la manipulación humana solo permitía encenderlas, dar una orden -¡actuá!- y era la máquina la que se arreglaba sola con el asunto: llegado un punto, prescindían de la humanidad. En fin, hay una gran cantidad de máquinas de este estilo. También tenemos el cuerpo del escritor como máquina. Pensemos, por ejemplo, en la escritura automática de los médiums y espiritistas, que los surrealistas utilizaban para hacer poemas. Con este método, el escritor se vuelve una cosa que abre sus compuertas, entra el lenguaje en él, hace oleada y sale escupido a través de la mano, que la escribe en un papel o en lo que sea. Finalmente, el texto está listo para ser leído. El primer lector suele ser el propio escritor, que recién en este

acto secundario se entera del contenido del texto que fue escrito por medio de él, que pasó a través de él –venido de alguna parte, inconsciente o extraterrestre, de más allá de la vida y aún más allá de la muerte, etc. Cuando decimos inspiración, decimos también escritura automática: las musas someten nuestra voluntad a su antojo. ¿Quién escribe el poema, a fin de cuentas? ¿Es el propio lenguaje que se escribe a sí mismo, son las musas las que dictan, el inconsciente?, ¿hay voluntad y raciocinio, o es solo el cuerpo inyectado de cierta energía el que reacciona maquinalmente moviéndose en determinadas formas lo que permite la aparición de la letra, es decir el poema? Esto que leí es un prólogo para un par de poemas que traje esta noche. El primero lo escribí (?) con http://poetweet.com.br/. Basta con poner la dirección de twitter y el software arma un poema con tus twitts.

Poco Desmejorada By @barcoborracho Estos tarados, made in cambiemos Noble, entregado, ultraviolento En altas dosis provocan orgasmos? En un furgón del tren Sarmiento. Momento de cunnillingusear la vida Jardín retórico del relato macrista Aún así la virilidad erguida A la literatura existencialista Rosal – UNA Audiovisuales) ( - Brixton: “Lo mismo que vos”.) Este miércoles

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´ Y Twitter lleno de depresivos On voudrait attendrir les etoiles A diferencia del primero, en el segundo poema que escribí (?) trabajé un poco más. Recorrí las entradas de Facebook de la poeta Paula Daverio y fui extrayendo fragmentos de sus entradas. No leí lo que decían, sino que tan solo extraje los primeros fragmentos. Los ordené cronológicamente, los uní y salió este poema:

acciones por el cauce correcto. Necesitaba, sin embargo, lo más importante: ¿bajo qué mandatos funcionaría el calculus poeticus hominem (así lo bauticé)?

El poema de Paula Cualquier vereda cubierta de hojas secas o el vuelo irregular de los pájaros con el cielo color hueso de fondo Una pastilla se derrite entre mi lengua y mis dientes es el santo remedio de las mascotas Me rasco un cachete del culo colorado el hueco del sillón es mi nido ese ruido es mi corazón haciéndose trizas Sigo la música en los túneles del subte y la bruma que sale de los trenes me enceguece Los poemas escritos por presos anónimos no serán liberados No habrá poesía sino cuando las hojas caigan sobre el cuerpo del sobreviviente ALERTA: cielo fucsia con probabilidades de ráfagas emocionalmente inestables Dios dame paciencia o Rivotril Soy hija del rigor pero no una talibán de la semántica La ventana del amor se me tapó. Para este poema tomé algunas decisiones, aunque lo hice de manera azarosa, sin mucha conciencia de los parámetros que seguía. Es decir, corté versos sin saber la melodía que buscaba, la mayoría de las veces cortaba palabras o frases porque sí. No definí criterios. Improvisé. ¿Los poemas deben tener criterios y evitar ser improvisados? No sé. En cualquier caso, me embarqué en un último proyecto: construir una cruza entre el caculus ratiocinator de Leibniz y la máquina literaria universal de Swift. Hablando en términos actuales, un software y un hardware para hacer poemas. No sé nada de computación, así que fui a lo seguro: yo mismo. Mi cuerpo ejecutaría el poema y mi mente retendría las órdenes y guiaría las

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Ilustración: Kenji Espínola

Una máquina debe ser veloz, pensé. Un poema debe estar estructurado rítmicamente. Además, el poema construye un poeta y es, en muchas ocasiones, territorio de empatía entre sus componentes. Una máquina recibe el material que procesa, es decir, no crea por sí misma. Una máquina tiene una lógica de funcionamiento. Podría seguir, pero con esto basta: el calculus poeticus hominem funcionaría con velocidad; armaría estructuras, ritmos, trabajaría de acuerdo a una lógica -la de la empatía entre sus elementos- , y no crearía nada por sí misma, sino que procesaría materiales que le fueran dados. Entonces, para conseguir el material a utilizar, le escribí a un grupo de poetas de distintos países: Argentina, Paraguay y Uruguay. Les pedí que improvisaran inmediatamente un verso y me lo pasaran. Finalmente, enhebré esos versos, utilizando el calculus poeticus hominem, y el resultado es el siguiente poema:


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Algo del mar me hunde y me levanta me arrasa y me salva Enferma de lluvia escucho su canto violento las gaviotas en hilera, al borde del último suspiro de las olas, miraban el mar, quietas, de cabeza erguida ante la ventisca, como madres que estuvieran esperando que el agua les trajera los cadáveres de sus hijos desde un naufragio el agua viene con perlas perlas del fondo, espirales de todas tus vidas Estoy agitando el sonajero mental Necesito reptar a los pies de algo mirar adentro y tocar afuera un oscuro manto caleidoscópico viajar en el tiempo en un app piola/ no nacer Pero no puedo irme Sin despedirme Porque yo ya me fui más tiempo pasa menos cosas sé El Silencio Es Una Herida Los sonámbulos espermáticos no terminan de despertar A la fecunda vida de insectos y langostas También es agua la cicatriz en mi mano derecha, la que muere como un mandala busco amor infinito, despojar el cosmos de nosotros mismos correr sin permiso, sin dinero -entre paréntesis una sonrisa Suaves modos, ojos de miel la libertad vegetal donde te encuentro Posdata Los versos enviados por los poetas: “las gaviotas en hilera, al borde del último suspiro de las olas, miraban el mar, quietas, de cabeza erguida ante la ventisca, como madres que estuvieran esperando que el agua les trajera los cadáveres de sus hijos desde un naufragio” (Jorge Montesino)

falta que se despoje el cosmos de nosotros para verlo, ahora fuera y finalmente darnos cuenta, para empezar otra vez” (Florencia Gargiulo) “Vuelvo a jugar otra vez con la cicatriz en mi mano derecha” (Luciana Reif) “el agua, que viaja el camino, viene con perlas perlas del fondo, espirales de todas tus vidas”(Rocío Maruenda) “Suaves modos, ojos de miel” (Elvis Attack) “Los sonámbulos espermáticos no terminan de despertar al mundo de su fecunda vida de insectos y langostas” (Cristino Bogado) “Mientras más tiempo pasa menos cosas se, sobre todo de mí misma” (Acheli Panza) “El Silencio No Es Un olvido Ni Una Conjetura Es Una Herida Que Grita Fuerte Y Se va” (Valentina Vidal) algo del mar me hunde y me levanta me arrasa y me salva (Fedra Spinelli) No puedo irme / Sin despedirme / Porque yo ya me fui / Yo ya me fui / Ya me fui (Jazmín Rodríguez)7 “entre paréntesis encerraba una sonrisa” (Marcelo Sosa Guridi) “la libertad es el límite” (Sebastián Zaiper Barrasa) “viajas en el tiempo / por medio de un app re piola / conocés a tu abuelo / lo matás por gato / entonces no podes nacer / entonces no podes viajar / entonces quedate piola, gato” (Walter Godoy) “enferma de lluvia escucho su canto violento” (Patricia López) “Esto también es agua”(Patricia Duarte)

“Necesito reptar a los pies de algo. Con los párpados así, sólo se puede mirar adentro y tocar afuera.” (Lorena Arabia)

“entrando a la casa de cuando no estuve màs casi se me muere una mano, ésta, tomala” (Santiago Márquez)

“Estoy agitando el sonajero mental para regalarle un verso a Ever” (Jonás Gómez)

“corre Mandala una ollita de arroz --- sin permiso, sin dinero” (Cecilia Perna)

“dentro de un oscuro manto caleidoscopio vamos buscando lo que ya está dentro, amor infinito, hace

“Siemrpe es en la oscuridad vegetal donde te encuentro” (Jorge Hardmeier)

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Bocaditos

Aperitivos literarios de autores paraguayos contemporáneos

Lacrimosa Quedate quieto mientras te miro en esta sala espaciosa, solos los dos, y concentrate en mis ojos, ojos llorosos, que se clavan en tu cuerpo curvado y hueco. ¡Ah, si tuvieras corazón lo unirías al mío! Pero las simples emociones, a veces tristes, que guarda tu garganta son inigualables; ¡extraño demonio sinfónico o ángel musical! ¿Por qué pretendo que no te muevas cuando estar petrificado es tu habilidad? ¡Solamente mis dedos contraen tus cuerdas y mi brazo se balancea con las caricias del arco!

Tocame como el instrumento que sos, ¡reliquia del diablo! ¡No ignores mis gritos! ¿Acaso te burlás de mi dolor? Afuera escucho risas y los poemas de amor del vecino, pero sus versos fallecen acá; estamos solos los dos. Siento nuestro alrededor más vacío que antes. Las partituras se volvieron más negras que ayer. En esta última noche, mi amado violín, quedate quieto contra mi rostro; mi canción llegó a su fin. Nicolás Sánchez: Nací en Asunción el 6 de junio de 1997. Me inicié en el mundo de la literatura a los 12 años, escribiendo

¡Soy el único que lamenta lo que nadie lamenta! Quisiera que me hables más que esas melodías; quisiera hacerte trizas contra la dura y fría pared. Yo sobreviví, ¿por qué vos no podrías?

cuentos y poemas cortos. Me considero poeta por los innumerables versos que guardo en mis cajones y un pseudo cuentista por la misma razón. Tengo un gran afecto por la escritura; es algo indescriptible a lo cual

Pero quedate quieto mientras te miro; bajo el invierno de esta noche indiferente, donde una vez más me absorbe con el silencio por haberme hartado de tus típicos lloriqueos. Una vez deseé que me amaras, lo admito. Y que tu rígido cuerpo penetrara mi alma; que infectara a esta arrugada y sucia esencia que se expresa chirriante, cual campana oxidada. Quiero que me mires como yo y vivas para mí; que te nutran mis cabellos y los besos de mi boca. Quiero que me eleves hacia preciosas escalas infinitas; que roces con el arco las cuerdas flojas de mi corazón.

26 Ilustración: Carola Albrech

simplemente llamo “pasión”.


Cucarachas Nocturnas Debías apagar las lámparas, silenciarlo todo y oír cómo se multiplicaban en las alacenas. Los dispensarios debían estar bien tapados para que evitaras llevarte al amanecer una sorpresa. El jardín poblado de palmeras permitía que la luz de la calle de vez en cuando entrara por la ventana y pudieras ver a uno o dos cruzando. A Neli le daba pavor la idea de que uno se le metiera en la cama y ella no se diera cuenta. Mi madre decía que alguna función debían de estar cumpliendo en la naturaleza y que no teníamos la necesidad de eliminarlos en demasía. En lo que a mí respecta, ya me los había encontrado cara a cara en una cantidad innumerable de oportunidades, a veces boca para arriba, a veces apareándose, en otras pegando sus huevos en las esquinas y en otras avanzando hacia mis pies temerosamente como si estuvieran diciendo: venimos en son de paz, por favor no nos hagas daño. Hugo Fernando Pereira. Luque-Paraguay 16 de abril de 1992, egresado de la carrera de contabilidad y consecuentemente de profesión contador siempre ha alternando su formación literaria con los estudios de su carrera y los quehaceres laborales. Ha sido publicado en la revista electrónica de poesía Alcorce ediciones, en el blog de poesía Poetas siglo XXI, en el blog de poesía La Esquina Paradise con traducciones al búlgaro de la poeta y docente búlgara Violeta Boncheva, en la revista electrónica de poesía Crear en Salamanca, en la revista literaria Con voz propia, en la revista de poesía POESIS con traducciones al rumano a

Charcos

cargo del poeta y periodista rumano Costel Drejoi, en la revista Isla Negra de poesía enviada a muchas partes del mundo, en la revista de poesía VERSEADOS de las Islas Canarias, ha participado en la antología ENTRE TODOS N° 2 y ha participado en el evento THE CONTEMPORARY LITERARY WORLD. Actualmente publica en el Blog Microrrelatos y Poemas de Hugo Fernando Pereira.

Ilustraciones: Arami Espiau

He olvidado cómo pisarlos, cómo saltar dentro de ellos. De niño me encantaba el sonido que producían cuando mis zapatos se hundían en su interior para llenarse de agua y barro. De eso ya hace bastante, digámosle que de tiempo una cantidad considerable. Ahora en días de lluvia ya no salgo a chapotear, expresamente por temor a pescar algún tipo de resfriado.

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Graffitis de Aregua Súbita cabeza de ángel en una demolición este graffiti fuera de la carne ¿estás ahí? Busco una señal tuya oigo la canción del hidrógeno. Ciego, sale mi tórax diminuto con su tierna carga de veneno, mi reino animal se acopla o muere Al otro lado de la mirada tus ojos abiertos en el paraíso sellan mi destierro de Aregua, la radiante agonía de este mundo Hago punta escribo una herida que no cierra perforo con una palabra sobre otra Contra el exceso de dragones en los cuentos de hadas. Te enciendo, te alejo, los niños de Orión te constelan conmigo He girado mi cabeza con el sol, la carne pegada, la mirada dispersa. Nimbo de una esquina de Aregua con calles rayadas hasta el infinito. Camino en círculos, no puedo pensar en vos sin decir tu nombre

Marcos Maiz Montanaro (Asunción, 1963) Editor, librero y yerbatero. Vivió en Aregua y en San Telmo. Estudios de Comunicación en la UCA, interrumpidos por formación superior de especie asilvestrada con perros y árboles y kinder en intemperies de Rilke y Thoreau.

28 Ilustración: Ross Flores

Craic Yo vi una vez arder la eternidad. Yo las vi: soñadas, el gran lomo devorado por el mito de espuma, tan hermosas. En la estepa nocturna del cielo y ojos partidos a cuchillo las he visto reír, feroces, en el mercado de índigo, alta la cabeza, la cabellera helada. Las he visto, sí. Radiantes de tabaco y alcohol, en racha de aniquilación, oí quemar el gas de los astros, las vi toda una noche beber, aspirar. Y exhalar entre el fluo de mis huesos el silbo de los suspiros, cuenca de ojos que en la oscuridad tañe a distancia, estertores, la noche, la marea de una edad ya pasada. (Ya saben, no soy del tipo con el vaso y el cigarrillo en una sola mano que las fulmina con un gesto, dos o tres palabras y se sienta a su mesa)


´ X1

X4

Caminaremos, a través de los vastos campos de cuerpos pornografiados y nadie estará allí para hacernos compañía solos, en el valle de los gemidos ¿Oiremos la voz de nuestro ángel proxeneta? Con la mente envuelta en latex miles de pantallas nos mostrarán miles de caminos ¡Cantarás el salmo en karaoke! A nuestros cuerpos de nube el señor ha arrojado una semilla La palabra es un virus La tentación un formato Lo sagrado un disco virgen

El son de los cuerpos dorándose al bracero fatigando los ojos acopiando piojos impregnándose en la historia y no. No les dan la voz tienen machete la materia prima del horario central el sermón los atrapa, los chupa y escupe. Luna siempre llena. Río amigo, nadie nos entiende. Mi horóscopo son las estadísticas y ya me han puesto casillero ya no soy un hombre ya no soy una persona ¡Soy un rayo catódico!

X2 La hora mordaz que vendrá para hacerse cargo para inmovilizarnos la yema de la lengua dedo del alma y la marcha oída en el subsuelo submundo subcabeza cuánto nos tapa la boca nos carcome los dientes con el grafiti del capital más falsamente rebelde de toda la historia. Todos tendremos nuestro vómito instantáneo indignación virtual realidad disminuida ¿Editaremos alguna vez el final del mundo?

Ensoter Fetcita. 1981Es compositor y poeta. Publicó poesías en revistas literarias de la Academia de Letras del Colegio San José y en blogs literarios. Actualmente se encuentra en proceso de edición de su primer poemario El canto de la mula.

Ilustración: Patricia Cabrera

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´ Reverso Versionas un canto, el trinar de un ave que pasa por la lejanía es sólo una adolescencia. La cantina de antaño, es sólo lluvia de tus años; nada es simple, mejor respirar. Limpiarás los vidrios empañados, recorren la ciudad. En una libreta libre de canciones anotas una palabra. El nombre de una composición es quizá el aullido de tu corazón.

Christian Jiménez Kanahuaty (Cochabamba, Bolivia-1982). Estudio el pregrado de Ciencia Política y es Master en sociología por FLACSO, Ecuador. Invierno, su primera novela se publicó en 2010, luego en 2011, se publicó la segunda novela llamada Te odio. Tiene publicados dos libros de cuentos: El Mareo (2008) y No quedan tardes de verano (2015). Es parte de la antología de poesía Tea Party I (Cinosargo, Chile) y de la antología poética Traductores del silencio (2013) de la revista mexicana Letrasértica

30 Ilustración: Carola Albrech

Anochecer Sólo palabras, sólo un ritmo en la puerta que se cierra. Tras la confusión el metal explota. La detonación tras el golpe, ruido en la calle, el camino serpentea y las piedras del camino se hacen trizas como el cielo en la tormenta; y en la canción de la radio alguien grita fuera de tono.


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El Ladrido

Cuentistas paraguayos contemporáneos

Luis Aguirre

Un bueno trabajando para los malos Es un publicista, ilustrador y cineasta paraguayo. Redactor creativo de profesión, trabajó en diferentes agencias . Estrenó dos largometrajes, varios cortometrajes y videos musicales. En el 2012 fundó la productora Antagonista

interpretada como amenazadora: “Tu deseo…ahora”.

Mujeres?

Y fue ahí cuando le contesté con el primer disparate que me vino a la cabeza para que aquel anciano senil me deje ir en paz; pero viéndolo ahora en retrospectiva me doy cuenta de que las siguientes diez palabras que salieron de mi boca estaban tatuadas en el ADN de mi propio destino desde que alguien se dio cuenta por primera vez de que cada día nuevo es una oportunidad para vengarse del día anterior.

Poder?

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día en que nací”.

Vida eterna?

Y así como estoy escribiendo esto y así como ustedes lo están leyendo, fue de una manera similarmente sencilla. Al abrir de vuelta mis ojos, que se cerraron a causa de un minúsculo pestañeo ocasionado por un destello proveniente de ese tercer ojo el cual al escuchar mi deseo repentinamente se abrió. Me encontré parado en el mismo lugar en el que había estado un segundo antes pero 35 años en el pasado. El año en que nací.

El día en que nadie nació Oro?

Qué hubieras elegido vos? De haberle tomado en serio a ese viejito al que salvé de ser arrollado por un Línea 24 cuando me dijo que me concedía un deseo, el que yo quiera, quizás hubiera elegido algo muy diferente. Quizás si prestaba más atención y notaba que eso que estaba en su frente no era un grotesco lunar sino un tercer ojo, es más que probable que hubiese reconsiderado el deseo que a continuación elegí. Sus palabras exactas: “Setenta años de vida le otorgan a uno el poder de conceder un deseo, yo tengo setenta años y ese deseo es ahora para vos”. Me reí y me despedí. Los locos son entretenidos pero yo estaba llegando tarde al trabajo. El señor de setenta años me agarró del brazo con una fuerza que no coincidía con su apariencia y me dijo en una voz que podía fácilmente ser

“Quiero viajar en el tiempo hasta el día que nací”, el enigma del porque dije eso permanecerá conmigo para siempre. Esta historia no está escrita en un tiempo particular y las cosas van a oscurecerse antes que aclararse. No consumía drogas fuertes, bebía sólo socialmente y había dejado de fumar hace un par de años, ese era todo mi historial vicioso. Psicológicamente me consideraba una persona sana. Mi punto es que pude discernir al instante que eso que me pasaba no era una alucinación ni la bienvenida a un estado de demencia y mucho menos

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´ un sueño, porque los sueños tienen una especie de guiño constante en el que tratan de revelarnos lo que son.

jearme le convertí en mi mejor amigo con sólo seis palabras: “Quedáte con el vuelto, mi cuate”.

Caminé por las calles, que hasta hace instantes me eran tan familiares, como si estuviese en otro planeta. Todo era extraterrestre: la gente, los autos (los modelos y la escasa cantidad de ellos), el tranvía, nadie hablando por celular, las palabras “Paz y Progreso” escritas hasta en el carrito de un panchero y la temperatura…era marzo y hacía frío.

Cuando tenía más o menos 6 años le pregunté a mi mamá si muchos niños nacieron el día en que yo nací, su respuesta se quedó conmigo mucho más allá del momento en que entendí la hermosa mentira que siempre fue: “Ese fue el día que nadie más nació, sólo vos”. La idea de ser el único nene del mundo cumpliendo años ese día me hacía inexplicablemente feliz hasta que empecé preescolar y vi que dos compañeritos y Felicia, nuestra cantinera, cumplían años conmigo ese día. De un momento a otro el mundo se hizo un poco más grande y mi mamá un poco más chica. Con los años por suerte uno pasa a entender que todos finalmente pertenecemos al Club de Futuros Fantasmas, y para pertenecer en relativa armonía a ese club es aconsejable entender lo más rápido posible que las cosas que sencillamente no nos deberían importar son demasiadas.

Pasó una hora y mi shock bajó sólo un cambio. Por suerte el bigote hipster que me había dejado irónicamente para molestar a mi novia, me estaba ayudando a camuflarme, teniendo en cuenta que absolutamente todos los hombres en aquella época usaban bigote. De golpe me di cuenta de que así como yo observaba atentamente todo, todo me estaba empezando a observar atentamente a mí. Eran mis vaqueros rotos, los que en el tiempo del que yo venía ya pasaron de moda y en la época en la que aterricé todavía no entraron de moda. Hice la nota mental de que es peligroso viajar en el tiempo sin un sentido de estilo y empecé a caminar un poco más rápido. Había escuchado historias de cómo te metían preso por mucho menos que vaqueros rotos en ese salvaje momento en nuestra línea de tiempo. Me subí a un taxi y le pedí que me lleve al hospital donde en ese momento yo tendría que estar naciendo, al fin y al cabo vine hasta acá con un propósito. En el futuro ese hospital ya no existe, fue demolido para hacer lugar a un shopping. O sea, el lugar en el que yo vine al mundo es hoy día probablemente un Ricky Sarkani®. Al ver la reacción de mi taxista al mirar el billete de diez mil guaraníes con el que estaba tratando de pagarle no me tomó mucho tiempo descifrar la situación. Diez mil guaraníes valía considerablemente más en aquel entonces y cuando el hombre se alistaba a cara-

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Ilustración: Regi Rivas

A mi papá lo reconocí de espaldas. Tenía ese pelo alocado que conocía tan bien de las fotos y esa tribilinesca postura que los genes fueron tan graciosos en pasarnos a mi hermano y a mí. Mi papá estaba fumando en la sala de espera y no sé si me chocó más ver a una persona fumando en el sector de maternidad de un hospital o enterarme de


´ que mi viejo fumaba, dato que me hubiese sido muy útil a los trece cuando me encontró con una caja de Marlboro y me persiguió por toda la casa con cinto en mano. Yo: Hola. Mi viejo: Hola, qué tal? Yo: Bien, vos? Mi viejo: Está naciendo mí primero, manejando los nervios. Cigarrillo? Yo: No, gracias. (Pausa) Mi viejo: Y vos? Tu mujer está adentro también? Yo: No, yo estoy…de visita. Pausa y mi viejo me mira fijamente. En ese momento tiene exactamente diez años menos que yo. Es literalmente un pibe y hay tantas cosas que quiero decirle, consejos y predicciones que le pueden cambiar drásticamente el destino para bien, pero no, no puedo. En el peor de los casos el universo se parte en dos y en el mejor de los casos un tipo 10 años menor que yo me termina persiguiendo con su cinto por los pasillos de un hospital para fumadores. Me quedo callado y mi viejo me sigue mirando. Mi viejo: Me tenés cara conocida. Yo: Ah sí? Mi viejo: Cómo te llamás? Yo: Yo? Mi viejo: Si amigo, tu nombre. Yo: Eeeem…..Martín, Martín McFly. Mi viejo: McFly? Yo: Si. Mi viejo: Es yanqui eso? Yo: Irlandés creo. Mi viejo: Irlandés? Yo: Sí, de Irlanda. Mi viejo: Yo me llamo Luis, mucho gusto. Mi papá me extiende la mano y en ese instante me arrepiento de las veces que le voy a fallar en ese futuro que arranca hoy. El nudo en mi garganta afortunadamente me impide pedirle perdón por todas las mentiras que van a envolver las pocas verdades que con el tiempo le voy a decir. Me doy cuenta de lo realmente parecidos que somos y que todas esas veces en las que me sentí como un mal cover fueron una pérdida de tiempo. En ese instante me disculpo en silencio por todo lo que algún día le voy a defraudar y le extiendo la mano a mi papá. Yo: Mucho gus… Una enfermera abre una puerta y le llama. Sin decirme una palabra más se da la vuelta, se aleja corriendo y me deja con la mano extendida al vacío. Teniendo en cuen-

ta que se fue a verme a mí la falta de cortesía es matemáticamente anulada. Trato de absorber el momento todo lo posible y me retiro. Elijo no ver a mi mamá, elijo no verme a mí mismo. No creo poder tolerarlo. Cuando desciendo las escaleras al primer piso me cruzo con un doctor que me recuerda mucho al papá de la serie “Blanco y Negro” que en ese momento todavía no existía y hoy ya no existe. Estar perdido dentro de lo que va a ser y lo que ya no es más, es una experiencia difícil de recomendar. Doctor: Traumatología es en el segundo piso, joven. Yo: Perdón? Doctor: Andá a traumatología y preguntá por Nuria. Esa contusión no se ve nada bien. Yo: Contusión? Eso es como un chichón? Doctor: Sí, te golpeaste fuerte en la frente por lo visto. Permiso, tengo un parto. Mucha gente naciendo hoy, más de lo normal. Me toco la frente y siento el chichón. Entro al baño y me miro al espejo. Cuando un hemisferio de mi cerebro registra a ese tercer ojo abriéndose por primera vez en el centro de mi frente, el otro hemisferio suma 35 más 35.

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Christian Kent Nació en Asunción, Paraguay, en 1983. Estudió Literatura y Lengua en la Universidad de Chile. Publicó los libros Lieutenant (La Calle Passy, 2011); El Conde Orloff (Okára Japu, 2013); Arifina (Okara Japu, 2014), Cuatro Cuentos (2015) y El Rey del Planeta Rojo (2016). Participó en varias antologías de poesía latinoamericana como 1000 millones, poesía en lengua española del siglo XXI (Editorial Municipal de Rosario, 2014); Gramma, Revista de la Escuela de Letras de la Universidad del Salvador de BSAS (2015); Poetas x km2 (CCJS, 2014).

La transmigración de Narciso Colmán Comencé a frecuentar el comedor “Óscar” únicamente por Narciso Colmán, el mozo. La comida no está mal, es algo vulgar pero rica; estofados, guisos, caldos y alguno que otro jueves de pastas. El salón es un tanto lúgubre, un solo salón rectangular, de techos altos y manteles apagados. Hay siempre un aroma acre, a polvo o a pis de ratón, atenuado por los humores del aceite quemado y la transpiración de las cervezas de litro. La caja está custodiada por una mujer obesa, de manos aceitosas, que no tiene sentido del humor alguno. Y las mesas por Narciso, uniformado con chaleco color rubí, como los manteles, y corbata de moño. La primera vez que noté que Narciso no era como el resto de lo hombres, me froté la cara como si intentara despertar de un sueño increíble. Todo lo que estaba dentro de “Óscar” perdía su luz propia, se volvía opaco, se acostumbraba a la naturaleza sombría del entorno. Uno podía ver como una hermosa oficinista, de curvas acentuadas y piel brillante, era tragada por esa ballena triste, dónde inevitablemente todo perdía su encanto. La luz de la ciudad se quedaba atrapada en las ventanas, blancas, intensas, como el túnel que vislumbran los que mueren. No pasaba de ahí, no tocaba siquiera las primeras mesas, donde solían sentarse los clientes de la

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mañana a tomar el café y leer los diarios, que son en “Óscar” un anzuelo más que una gentileza. Llegué temprano para almorzar, aprovechando que hice algunas diligencias en el centro. Habrá sido la tercera o cuarta vez que comía allí. Narciso me ofreció el plato del día y me pareció bien, tallarines con estofado de carne en salsa de tomate. Después de servirme el plato de tallarines, se colgó el trapo para limpiar las mesas al hombro y se acercó a la puerta. Lo que hubiese sido normal que ocurra, es que la silueta del mozo perdiera sus contornos y se hiciera más oscura en la contraluz. Pero en cambio, la luz se reflejaba en Narciso como en un espejo. A tal punto tenía lugar este raro fenómeno, que no era posible distinguir la cara del mozo. En lugar de rostro una esfera resplandeciente proyectaba un haz de luz intenso que atravesaba el salón hasta el fondo. Y no solo el rostro, sino todo su cuerpo fue dominado de pronto por la luz. Un ángel, pensé, tragado como nosotros por esta ballena triste. Pero cuando lo llamé para pedirle la cuenta se alejó de las ventanas y se tornó opaco, diría incluso que difuso, como si -de la misma forma que con las lucesaquel sujeto atrajera sobre sí mismo todas las tinieblas. No, un ángel no, pensé esta vez, un fantasma, o un demonio.


´ Dejó la cuenta sobre la mesa y dijo algo por gentileza, algún comentario anodino sobre lo que ocurría en el noticiero del mediodía, en el sucio televisor que colgaba sobre la cabeza de la cajera. Asentí yo también por gentileza, viendo, con algo de susto, que la exánime potencia del foco sobre nosotros se replicaba entre sus ojos, como un tercer ojo, búdico, esencial. Al voltear la vista hacia el espejo -sucio, cubierto de manchas cobrizas-, noté que el reflejo demasiado nítido de Narciso sobresalía en ese universo de réplicas difusas. ¡Era eso! Lo había descubierto: Narciso y su re flejo cambiaron lugares. Las mesas de “Óscar” estaban siendo atendidas por un impostor, por una sombra. Desde que lo supe, volví al comedor con frecuencia religiosa, con la intención de encontrar el momento preciso para abordarlo y obligarlo a confesar la verdad. Un par de semanas después, dejé con la propina un papel con el siguiente mensaje: “Plaza Uruguaya, cuatro en punto. Conozco tu secreto”. Llegó quince minutos tarde, casi no lo reconocí sin el uniforme; traía puesto un chaleco de hilo, una camisa a rayas desteñida y vaqueros claros. Al verlo pensé que como siempre había tenido que imitar los movimientos del verdadero Narciso, tomar decisiones para vestirse le sería en extremo complicado. Seguramente habría decaído también en la calidad de su dieta, la limpieza de la casa, las relaciones sociales. Era pues necesario, ahora que estaba complicado en el conflicto, restablecer la presencia del mozo y devolver al espejo a su réplica. Si pudiera ocurrir una vez, ¿cuántos serían los casos de reflejos que han ocupado el lugar de los hombres andando ahora por la Tierra? Difícil saber si además no estaremos nosotros, aquellos que nos creemos los originales, supeditados a los movimientos de otro yo invisible, que nos observa como nosotros nos observamos en los espejos. Todo eso pensaba cuando Narciso se sentó junto a mí en el banco de plaza y me estrechó su mano fría, vidriosa, donde mis huellas dactilares quedaron impresas por algunos segundos para luego desvanecerse. Esperó a que pasara un vendedor de peces dorados y una pareja de estudiantes uniformados, para luego referirme toda la historia, antes de que yo le diga lo que sabía, antes de que pudiera formular una pregunta. Transcribo, con cierta infidelidad, lo que escuché esta tardecita en boca del reflejo desertor. Por la manera de expresarse, pensaría uno, que, muy en el fondo, tiene también algo parecido a un alma, con sus propias tendencias. “Usted adivinó lo que yo pensaba seguir ocultando. No sé

qué es lo que espera de mí, pero déjeme por lo menos contarle cómo pasó lo que pasó. Como usted, el otro fue un cliente del comedor “Óscar”. Y, sospecho que como usted comenzó a frecuentarlo no por los estofados y guisos, porque si usted los ve prepararse dudo que vuelva a comerlos con la misma fe, sino por algo más. Como usted también, vea cómo se enumeran las coincidencias, se sentaba junto al espejo. Se miraba comiendo, se arreglaba el cuello y alisaba tristemente sus ojeras. ¡Hasta que un día lo vi! Y no solo eso, al verlo tuve por primera vez conciencia de mí mismo y de las formas del universo que entonces habitaba. Créame por favor que sería inútil querer narrarle lo que transcurre dentro del espejo, sería como pedirle al muerto que narre sus aventuras, o al recién despierto que detalle sus sueños. Confórmese con saber que, no sé por qué razón, pude escaparme de la prisión de la mímesis y despertar mi propia conciencia. Y el otro me vio desobedecer a uno de sus gestos. Porque ya no era para mí tan fácil, al saberme yo mismo algo se rompió para siempre, el vínculo con mi creador. A partir de entonces mis brazos corrieron detrás de los suyos, y mis labios, y mis ojos y cada ínfimo temblor llegaba con atraso, despertando en el otro una terrible sospecha. Comenzó entonces un periodo de vigilancia estricta, con más frecuencia estábamos en “Óscar”, nuestras mesas pegadas la una a la otra. Comíamos viéndonos a los ojos, forzando pequeñas variaciones en la trayectoria de los cubiertos para sorprenderme en el error. Tomábamos el té llenos de desconfianza. Luego el otro se iba y yo aparecía de vez en cuando en alguna vidriera, en algún charco, donde el difícilmente podía verme, pero desde donde yo lo veía caminar ansioso, casi pudiendo reflejar sus pensamientos más oscuros. Las cosas no podían seguir así, la desconfianza y ese terrible régimen de control me estaban por acabar. El otro comenzó a notar que por más que se acercara al espejo, yo, del otro lado, mantenía alguna distancia. Como en un espejo de feria, se veía empequeñecido, distorsionado por mis caprichos. “Ya no quiero seguir jugando”, susurró aquel día frente al espejo de “Óscar”. Tuvo cuidado de que nadie lo pillara conversando solo, pero con la determinación de ponerle fin a toda aquella farsa que estábamos representando entre ambos. “Quiero que sepas que no te tengo miedo”, continuó. “Voy a alzar ahora el brazo derecho y si podés escucharme y entenderme, te pido que te quedes quieto, que no correspondas al movimiento”. Entonces levantó el brazo y yo me quedé con ambas manos posadas en el reflejo de la mesa. Mi otro empalideció. Tragué saliva con él para que no se sintiera solo en su an-

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´ gustia y luego, con cuidado de no ser visto, le indiqué con el dedo que se acercara a mí. Se acercó y apoyó su frente contra la mía, ya no le importaba lo que pudieran pensar los demás parroquianos, y del fondo del espejo, una voz de cristal -sospecho que ha sido la mía-, fría como la garúa de julio, pronunció las palabras que convocaron nuestra permutación. “Narciso Colmán”, dije, y desperté de este lado, donde por primera vez respiré los olores del mundo, sentí la caricia del aire, conocí la cercanía de otros cuerpos y el magnetismo con que nos atraen todas las cosas. Mi otro, ahora en mi lugar, no parecía darse cuenta de nada, estaba en el estado de inconsciencia en el que había estado yo casi toda mi vida. Por fin era libre, libre para descubrir el mundo y sus voluptuosidades. Invertí los recursos de mi doble para conocer estos placeres. Atravesé el océano, de vez en cuando nos veíamos en los espejos de París, de Hungría, de Grecia pero él no daba signos de alerta. Estaba sumido en el sueño de la imitación. En cambio yo estaba más vivo que nunca, emocionado hasta perder el aliento con los Alpes, con los pintores flamencos, con los trenes, con la cerveza y el filet mignon. Pero tanto el dinero como la emoción llegaron a su término. Mi más grande descubrimiento fue que los hombres no son muy distintos a sus reflejos, que se mueven también ellos guiados por otros gestos, que son más antiguos que todos los hombres. Todo lo que pudiera hacer aquí fuera es una repetición, un juego de espejos. Y yo extrañaba el mío, su fondo borrascoso, que, como ya le dije, se resiste a ser descripto, y donde uno se retira a descansar de las formas y las acciones. Es por eso que volví. Es por eso que conseguí el trabajo de mozo en “Óscar”, aunque mis capa-

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Ilustración: Camila Recalde

cidades, heredadas del otro, sobrepasen lo requerido para el cargo. Tengo la esperanza de recuperar mi sitio, de ceder de nuevo al otro el albedrío de este mundo. Cuando se va el último cliente y la señora se mete a la cocina a contar la plata, repito vanamente el ritual que propició la transmigración. Su frente contra la mía, sus manos sobre las mías, ¡Narciso Colmán!, pero sigo atrapado siempre en este espejo engañoso que llamamos realidad”. Abandoné la plaza con la sensación angustiosa de que mis pasos no eran míos, ni mis pensamientos. Alrededor de mí, los pájaros, los árboles, las librerías, toda la vida no era más que un plagio, donde Narciso Colmán es el más real de los seres.


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Publicaciones recientes

Imagine un imán, reúne doce poemas cortos de Lucy Yegros, interpretados por doce mujeres ilustradoras del libro y editado por Laura Mandelick Yvytu yma, poemario de Susy Delgado, Editorial Arandurã

Humberstone, novela de Mónica Bustos, Abc Color y Editorial El Lector Ingrávidos, cuentos para volar de Cintia de Estay, Editorial Servilibro

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Memorias del planeta extraño, cuentos y poemas de Norma Flores Allende, FONDEC

Generación picnik, antología bucólica de autores contemporáneos, El Guajhú Ediciones

Poems and Songs Poemas y canciones de Juan Manuel Marcos. Versión bilingüe. Editorial Stockcero, de Miami, Florida Por debajo del radar, compilación de cuentos de Javier Viveros, colección ABC Color y la Editorial El Lector

Causas perdidas, novela de Armando Rivarola, Editorial Servilibro. Se trata de la primera novela del hijo del recordado escritor Juan Bautista Rivarola Matto

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El rey del planeta rojo, cuentos de Christian Kent, Editorial Arandurã


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