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27 de enero Nuestro proyecto con Doctorcito avanza, y para mejor pude conocer interesantísimos detalles de su vida privada, porque como su consultorio está invadido por electricistas –si el split está encendido, el disyuntor salta cada vez que él hace andar el ecógrafo–, tuvimos que ir a su casa para hacer el testeo. Al entrar, su PH tipo loft me recordó a la portada de una revista sobre “espacios Hi-Tec” que hace poco encontré en la sala de espera de Klezmer: el living, integrado a la cocina por una barra de acrílico, tenía revoque blanqueado a cal y dos sillas de acero inoxidable y cuerina oscura sobre una alfombra geométrica en rojo, negro y gris. En un piso superior, un equipo de wellness de minigimnasio y un hidromasaje con venecitas azul eléctrico. Doctorcito me pidió que me acostara sobre la banqueta del equipo de musculación y allí mismo me controló el DIU. Dijo que las paredes del útero estaban intactas, pero que le avisase si durante la ovulación llego a tener pérdidas. Después fuimos al living para ver un documental sobre unos antropólogos que habían descubierto pepitas de cobre en cuerpos de mujeres mayas, lo que según él es una prueba contundente de la nobleza de ese material como espermicida. Le dije que me alegraba contribuir al bienestar de otras mujeres, y le pedí que me dejara recorrer sola el resto de la casa. Al bajar a un garage refaccionado como jardín de invierno donde Doctorcito cultiva hortalizas hidropónicas se encendieron las luces y la refrigeración: los ambientes de la planta baja, según me explicó después, están domotizados. Más tarde, en su estudio de pintura encontré unos horribles y desproporcionados lienzos con las iniciales de Doctorcito. Son de hace cuatro años. La mayoría, manchones oscuros sin ningún trabajo de 88


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