El bienestar
Carolina Sborovsky
El bienestar
Sborovsky, Carolina El bienestar. - 1a ed. - Buenos Aires : El fin de la noche, 2010. 120 p. ; 20x13 cm. - (El sueño de la razón) ISBN 978-987-1491-20-9 1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título CDD A863
Imagen de tapa: Nora Lezano, “El bienestar” Retoque digital: Florencia Tolchinsky
© Editorial El fin de la noche, 2010 Buenos Aires, Argentina ISBN 978-987-1491-20-9 Editorial El fin de la noche Hecho el depósito que previene la ley 11.723 Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: info@elfindelanoche.com.ar www.elfindelanoche.com.ar
A mis amigos
18 de agosto Dos y veinticinco, ahora y veintiséis. Probé con Melatol, manzanilla y el canal del estado: nada. Si al terminar de contar hasta diez de atrás hacia adelante la compactadora de basura de la calle no hizo ruido, me levanto a comer las galletitas dulces que a la tarde dejé. Si comienzan los chirridos antes, A. está desvelado. Si logro dormirme con la cuenta, alguna sorpresa para mañana. Dos y veintinueve. Necesito masticar. Tres y cuarto: … 20 de agosto Esta tarde A. se llevó lo que quedaba de sus cosas: algo de ropa, la afeitadora de cabezales desmontables y el carnet de abono para la sinfónica que le regalé por su cumpleaños, a pesar de que la última vez que nos vimos me dijo que no pensaba ir, que ya no era lo mismo. Salieri tiene una conducta extraña (pesadillas, temblores persistentes sin motivo, inapetencia). Consulté con la veterinaria Fado: son síntomas poco habituales, aunque esperables, en las mascotas cuyos dueños se separan. 21 de agosto Llamó la homeópata de A. para cancelarle la cita. Cuando le expliqué que ésta ya no era su casa, quiso saber los motivos de nuestra ruptura. Improvisé algo rápido. “Su cuerpo expresaba signos de malestar emocional”, me dijo con tono de confesión, “lo sabías, ¿no?”. Claro. Le dije alguna frase acerca de lo difíciles que son los procesos y me dejó colgar. Volvió a llamar diez minutos más tarde. Quería dejarme en claro que podía contar con ella en caso que me decidiera por la medicina alternativa. Le 9
agradecí con la promesa de llamarla en cuanto termine mi tratamiento con el psiquiatra. Nuestro perro no mejora. 25 de agosto Zoloft: inhibidor selectivo de recaptación de serotonina. Contraindicaciones: el uso concomitante de monoamino oxidasa puede resultar nocivo para algunos pacientes. Desde que lo tomo soy una mejor persona. Estoy menos irritable y agresiva. Igual, ahora volví a llorar con la misma frecuencia que antes de empezar a tomarlo, pero debe ser por nuestra ruptura. 27 de agosto Hace un rato, mientras limpiaba archivos de la computadora, encontré una grabación de A.: una versión tarareada de “Summertime” que me había mandado cuando tuve que viajar sin él a Rosario. Casi al final del tema se tienta un poco y después sigue cantando como si nada. Es la primera vez que noto ese detalle a pesar de haber escuchado la canción unas quince veces en ese horrible viaje de trabajo. Por el momento, y hasta que decida qué destino darles a los archivos de A., la computadora es una tentación prohibida: demasiadas fotos, historiales de chat, mails, videítos, compilaciones musicales –nuestra historia completa en todos los formatos–, y encima su apodo cariñoso como nombre de usuario del Office. Quizás tome un cuartito de Rivotril. Recién llamó Mara para ver cómo me sentía. Hablamos casi cincuenta minutos y no llegamos a ninguna conclusión, pero la charla igual me hizo bien: después de descargarme durante media hora, pasamos a los problemas de ella –novio demasiado apegado a familia 10
castradora, vida laboral estancada– que al menos me sacó de tema. Mara insistió para que cenáramos juntas en un rato. Acepté, aunque me preocupa dejar a Salieri y tengo tortícolis. 28 de agosto Cosas que hago desde que A. no está: - despertarme muy tarde los fines de semana - comer sin plato frente a la televisión - llorar mucho más seguido - apretarme granitos todo el tiempo (sobre todo cuando vuelvo de la consultora y antes de acostarme) - salir sólo con amigos recientes, menos inquisidores que los antiguos: Bibiana, Mara, Jimena, y su complaciente novio, Diego Cosas que no hago desde que A. no está: - cocinar - escuchar música clásica - manejar (el auto es suyo) - coger - regar las plantas - mirar DVDs (se llevó el reproductor y la placa de video de la compu) Cosas que dudo que vuelva a hacer en un breve lapso: - un desayuno para dos - un viaje Cosas que debería hacer en un breve lapso pero no hago: - avisar a amigos y familiares de mi nuevo estado civil - cambiar las fotos de la heladera, tirar mensajes, borrar archivos, notitas viejas y otras señales de A. - transferir los servicios comunes a mi nombre - ocupar el espacio libre del placard 11
- dejar de probar contraseñas en la casilla de mail de A. - ordenar la casa, darle un aire más alegre - cambiar el nombre de usuario del Office y el mensaje de bienvenida del contestador 30 de agosto Mi horóscopo para esta semana indica que tendré que afrontar “tormentas y huracanes en el amor, reclamos de seres allegados y hasta una posible disolución de un vínculo cercano”, aunque hacia el fin de semana “el arco iris se anuncia. Posibilidad de encontrar la paz que tanto buscaba”. Al signo de A. le pronostican “una semana colmada de bienestar y placidez en el amor. El Sol, con sus dorados rayos sobre Saturno, le llevará calor a la pareja. Momento ideal para planificar una escapada romántica o agrandar la familia”. Se aproxima el fin de semana. Muero por llamarlo. 1º de septiembre La contractura lleva cuatro días de dolor. Probé con crema de tomillo, con una barra de azufre (apesto a termas para viejos reumáticos, pero en esta nueva vida de castidad no tiene importancia), y también con 200 mg de diclofenac. Nada funciona. Debería comprarme ese gel que les ponen a los caballos para los males musculares o pedirle a Klezmer la receta de algo inyectable. De paso, tendría que preguntarle si por el momento el alcohol está contraindicado. Más tarde: Cuando volví de la consultora, Salieri revolvía la basura que había esparcido por toda la cocina. En otras circunstancias le hubiese pegado, pero todavía le tengo compasión. Quedé con Jimena para ir a tomar algo a un bar del centro. 12
2 de septiembre Fracaso estrepitoso. Asqueada por el mercado de hombres –sólo se me acercó un rasta con olor a smog que encima me inhibió (estoy totalmente desentrenada en esto de la seducción casual)–, el regreso a casa fue todavía peor: Salieri, con las patas sobre la alacena, devoraba los últimos bocados del peceto que preparé para toda la semana. Le pegué con un diario enrollado. Al rato: El único episodio de violencia física entre A. y yo fue en un colectivo de larga distancia. Había olor a picadillo y la mayoría de los pasajeros estaban dormidos. Nosotros veníamos discutiendo desde la última parada, varios kilómetros atrás, cuando cerca del Chaltén subió un vendedor ambulante al que según A. yo maltraté. Embotados, en algún momento en que yo rascaba el tapizado del asiento de adelante mientras reconstruía los motivos de nuestra discusión del día anterior, A. empezó a contar los mojones de la ruta. Los números pasaban, y A. con la vista fija repetía mis palabras como un idiota en delay. Quise ir a sentarme al fondo del colectivo, pero estaba del lado de la ventanilla y A. subía las piernas cada vez que yo quería pasar. Me tiré en su falda para salir, y A. me apretó las costillas para meterme otra vez en mi asiento. Entonces le saqué su documento del bolsillo del chaleco y le rompí varias hojas. Con su insulto le tiré la primera trompada, que esquivó, y a la segunda me agarró de las muñecas y me hizo pegarme a mí misma. Dijo que yo tenía que cambiar de “pastilla para el bienestar” porque estaba cada vez más intratable, y después se dio vuelta con lo que quedaba de su documento en la mano. Me hice la dormida, y cuando él también cerró los ojos le di una cachetada que hizo gritar al pasajero de enfrente. La noche siguiente, ya en casa, cogimos varias veces. 13
Más tarde: Otra vez le tiré un manojo de llaves que le hizo una marca en la sien, y poco antes de separarnos le apagué el calefón mientras se bañaba. Fin de semana: Postrada en la cama, sin fuerzas. A duras penas puedo apuntar el control remoto hacia el televisor. Desde al lado llegan voces púberes cacareando cortinas musicales: al parecer, mi vecino decidió hacer toda una retrospectiva de Cris Morena. Debería mudarme de este edificio bajo, húmedo y chismoso (ayer la bruja que ese obeso teleadicto tiene de madre me dijo “¿dónde anda tu novio que hace mucho que no lo vemos?”). Se me ocurrieron varias cosas para contestar, siempre tarde. Domingo de noche: Agotada. Me gustaría cambiarme por otra persona por lo menos un tiempo. Es obvio que estoy necesitando otras experiencias, probar cosas nuevas –si no me equivoco, creo que ésas fueron las dos frases hechas que mi primer novio usó para dejarme–. Tenía dieciséis años y el entusiasmo de haber logrado dejar de ser rellenita a fuerza de mucha privación. Él era hippie y superficial, una combinación frecuente en su barrio. Cuando me dejó, después de ocho meses de encendido amor adolescente, creí que me desmayaría. Hoy me parece que hizo bien y no le guardo rencor. ¿Y si llamo a A.? 3 de septiembre Parece que el horóscopo no se equivocaba tanto. No encontré la paz que me pronosticaba, pero de a ratos sí un poco de entusiasmo. 14
Sigo a rajatablas los consejos del psiquiatra y también los de mi nuevo grupo de amigos. Consejos de Klezmer: - actividad física para liberar endorfinas: natación dos veces por semana - no abandonar la medicación, aun si me siento mejor - armarse rutinas: horario fijo de comida, descanso, pasatiempos no adictivos - mantenerse lejos de las pantallas (televisor, pc, celular) - voluntad y esfuerzo Consejos de amigos: - rodearse de gente positiva - apartar los recuerdos de A. - realizar tareas “postergadas” por la vida en pareja (consulté la cartelera de cursos para el próximo cuatrimestre: aún no me decido si fotografía digital o italiano) - no regodearse en el dolor propio - voluntad y esfuerzo Pongo voluntad y esfuerzo. Mi objetivo final: tener alegría; el método: conseguir pequeños logros anímicos en una progresión constante hasta el ansiado Bienestar. Mis amigos recientes y mi psiquiatra avalan este programa, al que llamamos Baby Steps, es decir pequeños pasos para estar mejor. Más tarde: Establecí un régimen secreto de premios y castigos: cada tres logros, me otorgo un bonus para hacer algo que quiero (y sé que no debo porque contradice las reglas del programa). Por ejemplo: fui muy metódica en los horarios de descanso (no me quedé hasta tarde frente a la tele ni hundida en blogs anónimos, y así aproveché las mañanas bien temprano para ir a la pileta), y a cambio 15
escuché la versión de Mina de “Un año de amor”, que en este momento es una provocación al llanto, pero bueno, también es una canción preciosa y tenía ganas de descargarme. Si consigo dos bonus más, lo llamo. Tres horas después: Sólo me falta un bonus para el “operativo llamada”. No sé si ponerle música de fondo, o nomás llamar y cortar. Demasiado inmaduro, mejor ser frontal y confesar que estoy pasando un momento de debilidad; ¿decirlo así sonará muy cursi? Tengo toda la noche para pensarlo (ya es tarde para llamados). En casa: Llamé a A. desde la consultora. Mañana nos vemos. 4 de septiembre Ver a A. me deja todavía más inquieta. Me devolvió una campera de mi hermano y un disco autografiado de Tina Turner. Cuando entró a casa, Salieri empezó a gemir y A. le dio unos menudos de pollo, su comida favorita, que le había traído. Hablamos, a los gritos primero y con lágrimas después y, como era de esperarse, cogimos. No pude acabar. Quise saber si salía con alguien y dijo que no iba a responder ese tipo de preguntas. Para salir del paso hice un chiste sobre las predicciones de su horóscopo. Después se vistió y se fue. Hubiera sido lindo dormir juntos. 6 de septiembre Entre la fecha de mi próximo ciclo y lo que me falta para completar el blíster de los anticonceptivos hay una diferencia de ocho días. Klezmer dice que el estrés de la separación pudo haberme afectado el curso hormonal, 16
que mejor suspenda las pastillas por dos meses para no atiborrar a mis glándulas. También me recomendó un examen completo: sangre, orina, Papanicolau, ecografía uterina, control del endometrio y de las tiroides. (No exagera: en mi familia hay antecedentes de ovarios poliquísticos). También me propuso mantener en 50 mg la dosis de Zoloft pero además reforzar con una mínima de Alplax para evitar posibles ataques de pánico. No sé qué hacer. Tengo miedo a la dependencia, pero Diego, que lo tomó durante una crisis vocacional, dice que está todo bien. Además creo que tal vez el programa Baby Steps pueda funcionar si lo practico con más convencimiento. Qué idiota, volví a tomar cerveza. 8 de septiembre Otra vez el mismo sueño: buceo en una cantera barrosa y una mancha fosforescente me sigue. Cuando acerco los dedos a un pez, me doy cuenta de que se trata de una anguila y que el agua se llenó de pirañas, algunas con hocicos de castores o de cobayos. Desesperada, braceo hasta la superficie pero en el camino algo se me clava en el pecho. Entonces me despierto con un dolor agudo en el esternón y los dientes que todavía rechinan. Cosas que me gustan a causa de A.: - el arroz con azafrán - los niños pecosos (su sobrino, la criatura más dulce que conozco, siempre me hizo soñar con que nuestros hijos serían pelirrojos, talentosos, envidiados) - el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler - los slips pasados de moda (colores lisos, funda de toalla, elásticos en la ingle) - los campeonatos de “dígalo con mímica” entre parejas 17
Cosas que le gustan a A. por mi causa: - Nina Simone, Tina Turner, Mina, Cat Stevens, Coldplay - el omelette de “lo que sobró de ayer” - la historia amorosa de Isabel Pantoja y Paquirri - las conversaciones desde la ducha o desde el inodoro - los corpiños que se desabrochan adelante Cosas que le disgustan por mí: - edredones en primavera - las versiones pop de algunas solistas (Aretha Franklin, Marisa Monte, Grace Jones) - discutir “temas de pareja” en presencia de otra gente - los servicios médicos prepagos - los productos light - los hippies superficiales Cosas que me disgutan por A.: - las estudiantes de Ciencias Sociales - el Yoga, la acupuntura, el Tai Chi, los cantos étnicos, la bioenergética, el psicodrama, la meditación trascendental, la reflexología, la auriculoterapia, la programación neurolingüística, el reiki - el sexo a las apuradas - la gente que rellena con agua botellas en las que antes hubo gaseosa - los cuartetos de cuerdas 9 de septiembre Tristeza y atracón de dulces: SPM (síndrome premenstrual). Más tarde: A la mierda con el Baby Steps.
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11 de septiembre Un día once como hoy, hace varios años, mi novio de cuando estudié Nutrición me organizó una fiesta sorpresa. Creo que nunca hasta ese entonces me habían hecho un regalo que se igualase a ese plan perfecto; creo que nunca, hasta ese día once en que el mundo tambaleaba, me había sentido tan querida, rodeada por algunas amigas del secundario, los chicos del ingreso a la universidad, los de la A.R.T. donde trabajaba por esa época, y él, que irradiaba orgullo desde el centro del salón donde me había llevado con la excusa de una estrafalaria muestra de pintura. La foto muestra mis ojos abiertos, encandilados por la luz que acababa de encenderse, la boca que se abre en un grito, las manos en la cara en un gesto de alegría con algún manchón de horror. Desde atrás asoman unos brazos sosteniendo una torta con más de veinte velas de letras que forman mi nombre y la frase “te queremos mucho”. Y lo mejor de todo es que ni siquiera era mi cumpleaños. 13 de septiembre Otro sueño: A. y yo nos separamos en un insólito juzgado de Bolivia y el juez de paz me obliga a llevarle al perro de visita cada quince días hasta Managua, donde A. se había mudado. Bajo del avión. A. me espera en la pista de aterrizaje, conversamos en buenos términos, y hasta empezamos a tocarnos mientras esperamos que descarguen mi valija, junto con la que viajó Salieri, pero la cinta de embalaje se traba con el collar de nuestro perro y lo vemos dar vuelta tras vuelta.
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14 de septiembre Ex: pal. lat. que significa fuera de. Como prefijo, se coloca delante de algunos nombres para indicar lo que ha sido una persona, por ejemplo, ex presidente. En algún lugar, hace un tiempo, leí que la partícula “ex” también indica el lugar de origen, la procedencia. Es decir que aunque A. ya no es mi novio, desde ahora (y para siempre) yo provengo de ahí. 15 de septiembre El último episodio del perro ladrón de comida tuvo un desenlace inesperado. Cuando lo llevé a desparasitar (ya no por prevención: encontré gusanos en sus excrementos que atribuí a su reciente compulsión por saquear el tacho de basura) la veterinaria le diagnosticó un desorden alimenticio –“Binge Eating Disorder”–. Además de darle Ascaricid-N oral, tengo que someterlo a una dieta rigurosa: durante los próximos tres meses sólo puede comer “Obesity”, un producto adelgazante. Y después, alimento light de por vida. Me preocupa el costo del tratamiento ahora que soy el único sostén de esta familia. Más tarde: Quizás tenga que conseguir algún trabajito adicional al de analista junior en la consultora. Algo como atender un bar los fines de semana, donar sangre con cierta frecuencia, o coordinar un foro de Internet. Jimena y Diego se anotaron en una agencia que contrata extras para publicidades de televisión y dicen que aunque a veces la espera entre una escena y la siguiente se hace aburrida, es un rebusque que vale la pena, plata fácil.
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17 de septiembre La ecografía realizada muestra útero en AVF, de 45 x 41 mm. Tamaño normal, forma conservada y estructura miometral homogénea. Eco endiometrial tipo fase proliferativa. Ambos ovarios de estructura normal. Presentan algunos folículos antrales. No se identifican imágenes patológicas anexiales. Fondo saco de Douglas libre. Sin embargo, me pica. Necesito una segunda opinión. 18 de septiembre De la lista de hijos de puta que se sucedieron entre el hippie superficial y mi novio de cuando estudié Traductorado, sólo odio a Tomás. Su padre era militar y su madre vendía Avon. Tuve que tomar la iniciativa para que pasara algo y también para dejar de verlo. No me correspondió el primer beso. ¿Cómo puede alguien no corresponder un primer beso…? En la caja de la camioneta que nos llevaba al hospital más cercano al paraje donde acampábamos con el curso iba una compañera con fractura de fémur y el preceptor que la consolaba. Nosotros viajábamos atrás. Había estrellas y todavía faltaban quince kilómetros para llegar al pueblo. Conté dos veces hasta diez, de atrás hacia delante, y puse mi boca sobre la suya. Cerró los labios (¡cerró los labios!) y después se puso a silbar: no le deseo a nadie los once kilómetros siguientes. Cuatro meses después, un viernes alrededor de las tres de la mañana, me tocó el timbre, vomitó un poco y se quedó unos cuarenta minutos conmigo. Volvió un par de semanas más tarde con la remera de mi hermano que le había prestado aquella noche. Ayer, mientras esperaba el colectivo de regreso a casa, me entretuve pensando posibles castigos para él. Todos bastante divertidos, pero ni siquiera vale la pena enumerarlos. 21
19 de septiembre Listo. Game over. Fin. Ya está. Siamo fuori. No va más. Se terminó. C´est fini. Corto mano corto fierro. That´s all, folks. Sanseacabó. Fue. Your session has expired. Esto fue todo. The end. Ça y est. Time off. Punto y aparte. Cambio y fuera. Caput. Chau. Basta. Se cerró momia. Shoin. La función ha terminado. Say no more. A otra cosa, mariposa. Stop. The rest is silence. Hasta la vista, baby. Somos “ex”. 20 de septiembre Hace un rato, por teléfono, la siguiente conversación con la homeópata de A.: Cómo estás. Te llamo porque me dijiste que podía contar con vos como profesional, a pesar de… Sí, ya sé, por eso te llamo y además me dí cuenta de que tenés razón, los psiquiatras son mercenarios, sí, tratan a todos los cuerpos como productos en serie… sí, cada ser es único… Sí, claro… ¿Podrás verme el jueves, a eso de las seis? Ocho menos cuarto, lo agendo. ¿Vos, bien?... Sí, un proceso… Sí, hay que transitarlos… ¿Y de A. qué sabés…? De madrugada: Tres horas intentando dormir. Nada como 2 mg de melatonina en estos casos, pero mejor no hacer una coctelera en el estómago. Castigos para Tomás: - Que el labio se le vuelva leporino - Tapón de cera en ambos oídos - Que hipoteque su casa, lo pierda todo y me toque el timbre una noche de invierno así puedo abrirle, ofrecerle algo tibio y luego dejarlo dormir en el sofá - Insomnio 22
- Que aparezca en mi casamiento, con la garganta reseca y gesto desencajado para decir que no puedo casarme porque él me ama. Todos nos reímos. Él insiste. La ceremonia continúa como si nada hubiese ocurrido - Halitosis En la consultora: Diálogo de recién, por teléfono: Cómo estás, dice Mara. Ahí, contesto. Ella hace un largo e incómodo silencio. Podés contarme, dice. Entonces, sin darme cuenta, me pongo muy cursi. Estoy bien, sólo que el pasado no se me pasa. Como dice Klezmer, el duelo duele, insisto. Mara no abre la boca hasta que con una risita dice bueno, a veces un clavo saca otro, ¿no?... Tengo que generar un plan de contención urgente. De noche: Lo pasado pisado; a rey muerto, rey puesto; un clavo saca otro clavo; no hay mal que por bien no venga; el buey solo bien se lame; siempre que llovió, paró; no hay mal que dure cien años; no has de llorar sobre la leche derramada; en la variedad está el gusto; borrón y cuenta nueva. 21 de septiembre Bienvenida primavera: tengo cándida genital. 23 de septiembre La cándida resultó ser la manifestación externa de un HPV que puede tornarse crónico por recurrencia. No puedo creer la incompetencia de algunos médicos. Busqué en la lista de mi prepaga un profesional idóneo, pero en las cartillas no se dan detalles (y si no fuese idóneo, tampoco lo aclararían). Llamé y pedí un ginecólogo con 23
los requisitos que me sugirió Klezmer: hombre, menor de cuarenta años, recibido en la universidad pública. Mañana me atenderá el elegido, que tiene el mismo nombre que mi primer novio: ¿una señal?... Plan Contención en marcha. Más tarde: Cosas que A. no pudo hacer que dejasen de gustarme: - las versiones pop - lencería con inscripciones - comentar las películas en el cine cuando la proyección todavía no terminó - bebidas saborizadas, vinos espumantes, infusiones tibias - dejar pistas que anticipen los regalos Cosas que no logré que a A. le dejasen de gustar: - dedicar los días lluviosos de vacaciones a las ferias de artesanías - sobremesas familiares - pasear sin rumbo - dejar todo para último momento - deportes por televisión - estudiantes de Ciencias Sociales 24 de septiembre, después de la consulta: Doctorcito-con-el-mismo-nombre-que-mi-primernovio, un bombón. 25 de septiembre Algo cómodo de los encuentros con Leo es que nos tenemos cariño. Además, podemos mantener silencios prolongados. Nos conocimos en un focus group que preparaba la nueva campaña de una empresa de celulares, 24
y esa misma semana volvimos a coincidir en un recital organizado por el gobierno del que nos volvimos juntos. Desde esa noche, y como los dos somos enamoradizos, vernos nos resulta un descanso temporario cuando nuestras vidas sentimentales están complicadas. Lo único incómodo es encontrarlo, porque Leo suele mudarse a la casa de su novia de turno (esta vez, tuve que llamar a su madre que vive en Provincia para conseguir su teléfono). Quedamos en el bar de siempre, a la vuelta de su trabajo, y después de cuatro meses lo noto más flaco. Él me ve ojerosa y le explico que es la falta de sol. Creo que él tampoco anda del todo bien: en la cama se le escapa otro nombre que no alcancé a entender y, ya dormido, me abraza y dice “no me dejes”. Pobre. De noche: ¿Soy yo o la gente me mira con lástima? 27 de septiembre El consultorio donde acompañé a Jimena a hacerse un aborto queda frente al hospital municipal de niños. Todo fue muy rápido (la noticia del embarazo, el acuerdo de honorarios con el médico, conseguir la plata, y en especial la intervención). Tanto que no alcancé a leer más que dos o tres artículos de la revista que había en la sala de espera: la nota de tapa sobre el divorcio de una conductora de realities, el reportaje a un modelo recién separado y la breve reseña del aniversario de una pareja de periodistas. Nunca me había fijado, pero me consuela un poco ver que las parejas desavenidas tienen más prensa que las felices. El médico que atendió a Jimena era bastante antipático. Cuando llegamos preguntó si habíamos traído una muda de ropa. Le dije que lo habíamos olvidado con el apuro 25
de la situación. Ni siquiera le trajiste otra bombacha, insistió, entre las dos no hacen una… Ya en casa, pensé que esa última frase quedaba mal en boca de un obstetra y llamé a Jimena. Sonaba alegre (“olvidáte del carnicero”, me dijo). 28 de septiembre Dos episodios extraños me hacen pensar que A. merodea. Al día siguiente a mi encuentro con Leo, el identificador de llamadas registraba tres números desconocidos a las doce y veinte, a la una y a diez y a las tres y cuarto de la madrugada. Marqué esos números: se trataba de un locutorio y dos celulares apagados. Recordé que esa noche cumplía años el cuñado de A. Es decir que: a) A. pudo haber aprovechado el descuido de algún invitado para llamarme desde otro celular sin que lo descubriese. b) El encuentro con su sobrino lo puso melancólico y, de regreso a su cama fría, paró en un locutorio para proponerme dormir juntos, como siempre, otra vez. Por otra parte, el perro dejó un charquito de pis muy cerca de la puerta de entrada. Mi hipótesis ampliada: a) A., de regreso a su cama fría, melancólico por el encuentro con su sobrino, celoso porque no respondo el teléfono (y tal vez borracho), decide volver a casa para proponerme dormir otra vez juntos, como siempre. Salieri, emocionado por la perspectiva, se hace encima. 29 de septiembre Pista falsa. El cuñado de A. dijo que pasó su cumpleaños en cama, abatido por una gripe de la que no termina de curarse. Sin embargo, nada explica todavía lo del pis en la puerta de casa. 26
30 de septiembre En los ocho días de régimen Salieri adelgazó 350 gramos, un buen comienzo para un perro con tendencia a la haraganería (en ese aspecto salió a A.) Cuando no llego demasiado agobiada de las planillas excel de la consultora, lo hago caminar por el barrio a un ritmo intenso al menos veinticinco minutos, el tiempo necesario para que una actividad física se vuelva aeróbica y el metabolismo comience a quemar calorías. Además me distrae y ayuda a controlar mi propio peso ahora que la primavera impone ropa más liviana. 3 de octubre Llamé a A. para contarle mi último sueño en el que pasábamos unas vacaciones en un hotel de las sierras con pileta. Me deslizaba por la escalera, el agua estaba fresca y A. se iba a un quincho para esperarme con una toalla. Al rato yo intentaba salir, pero me raspaba todo el tiempo contra el borde áspero de la pileta. Cuando me daba cuenta, me sangraban los pezones, dos remolachas hervidas. Sentía vértigo: la pileta era un enorme lavatorio con el tapón medio flojo, y yo boyaba entre la loza. A. interpretó algo acerca de la primavera, la proximidad de las vacaciones y mis clases de natación. Por primera vez –inmunda homeópata– sus frases suenan a instructor de yoga. Después me preguntó cómo ando con “la farmacología”. Le comenté lo que piensa mi psiquiatra, su recomendación de Alplax y la opinión de Diego y de una compañera de la consultora, que también lo tomó. Después le hablé del Baby Steps. Nos enredamos en una discusión sobre medicina alternativa versus medicina tradicional que terminó cuando le corté el teléfono. Al rato, un mensaje a mi celular: “Por qué no te relajás”. 27
4 de octubre Inexplicable: Salieri mordió al gordo de al lado. 6 de octubre Mi jefe dijo que el mes próximo al fin habrá un aumento. Le comenté la buena nueva a mi compañera de oficina y dijo que quiere comprarse un buen equipo de audio y también unos anteojos de sol, de marca. Y vos, preguntó. Pensé un rato, intentando enumerar todas las cosas que planeé comprarme antes de que me avisaran del aumento, pero no me decidía. Creo que tantos gráficos torta y barra más los powerpoints sobre “niveles de satisfacción” me anularon. Igual, ya en casa, hice una lista corta. Mañana empiezo el curso de foto con Jimena y Diego. 8 de octubre Tarde pero segura, mi respuesta para A.: “¿Y si te comprás una vida?”. De inmediato, su réplica: “Fuiste vos la que me llamó”. Ojalá todos los celulares del mundo dejasen de funcionar. De noche: El profesor de fotografía confundió mi nombre con el de Jimena en dos oportunidades. 10 de octubre Entusiasmo y vigor. Digan lo que digan, el Baby Steps funciona. Además, cuento con la meteorología a mi favor. Me gustaría confirmar con Klezmer la influencia del clima en el estado anímico de la gente. Así las cosas, me impuse metas. En menos de veinte días voy a estar lista para mi primera serie de pruebas: Primero voy a visitar al sobrino de A. 28
Después voy a escuchar en random “Ne me quitte pas” por Nina Simone, “Amor I love you” por Marisa Monte, “Summertime” por A., “Un anno d´amore” por Mina, más dos canciones de amor que aún no defino. Todo, mientras veo fotos de nuestros tiempos felices y rescato los aspectos positivos de nuestra relación. Más tarde: También creo estar en condiciones de hacer planes más ambiciosos: para el próximo otoño (máximo plazo) estaré otra vez en pareja. Sí, señor. 11 de octubre Salieri está in-so-por-ta-ble. 13 de octubre En la cena de anoche en lo de Jimena y Diego, Mara dijo que encontrar el Amor Verdadero no es fruto de la casualidad sino de una búsqueda laboriosa. Diego y yo coincidimos con ella, pero él además me aconsejó que no valía la pena disimular mi esfuerzo porque los hombres detectaban esa falsa indiferencia y quedaba peor. Al final, todos se comprometieron a ayudarme con este proyecto. Organicé la búsqueda en tres direcciones: a) presentación a través de amigos b) encuentro por afinidades compartidas: en el curso de foto hay un Posible Candidato c) coincidencia por hábitos compatibles: caminatas nocturnas con el perro (variable geográfica sumada al gusto por las mascotas); cines, bares y paseos de compras por la zona (facilidad de comunicación por temas en común); lugares de almuerzo y after office cercanos al trabajo (quizás Amor Verdadero 29
sea un cliente de la consultora o un universitario que sostiene sus estudios con un empleo mediocre: compartir frustraciones une a la gente) Tengo que contarle mis proyectos a Klezmer. Más tarde: Otra vez me pica. 14 de octubre “Sos tan linda por dentro como por fuera”, me dijo el doctorcito-bombón-con-el-mismo-nombre-que-miprimer-novio después de haberme revisado. Un piropo raro, pero suficiente para levantarme el ánimo. Se rió satisfecho de su ocurrencia y me miró a los ojos. Tuve que bajar la mirada y hasta creo que me ruboricé como una nena. Desde siempre me gustan los hombres educados capaces de explicar mis dolores. Esta vez fui sin turno y él, contento de verme de nuevo, me hizo pasar enseguida. El cuestionario clínico del comienzo dio pie a la charla y, casi sin querer, ya le hablaba de A., de mi trabajo y hasta inventé una pasión por la fotografía y la pintura. Me escuchaba atento, sin prestarle atención a la ficha médica ni a la insistencia de su secretaria que le avisaba que otras pacientes reclamaban verlo, y después dijo que cuando el trabajo lo estresa demasiado se descarga pintando. Habló de la pasión, las prioridades en la vida, las ganas de viajar y de conocer “gente interesante”. Le pregunté si podía llamarlo al celular por cualquier consulta y cuando me dio su tarjeta personal volvió a mirarme con intención. En la despedida me guiñó un ojo y aseguró que había sido un verdadero placer conocerme más a fondo. Llamé a Mara desde el colectivo porque quería ver a alguien antes de volver a casa. La invité a tomar algo, pero como no podía charlamos un poco por 30
celular. Le conté lo del ginecólogo y lo festejó como si hubiese tenido una cita. Dijo que lo más divertido de una salida con él sería tener que vestirme para el encuentro. De noche: Entusiasmada, llamé al doctorcito-sexy-con-vocaciónde-pintor con la excusa de una imperdible muestra de arte que termina en tres días, pero no le interesó. Ya sin mucho que perder, le dije que era el primer hombre que me decía que era linda por dentro. Hubiese querido tener una filmadora en el teléfono para después poder ver qué cara tenía en el momento en que se le ocurrió contestarme: “es que el tuyo es un útero de catálogo”. 16 de octubre Klezmer escuchó mis planes con desconfianza. Dijo que la euforia era la contracara de la angustia y me previno sobre posibles bajones anímicos. Si hago síntomas (dolor agudo en el pecho, crisis de llanto inexplicables, insomnio, ataques de pánico o narcolepsia) debo comenzar con el Alplax antes de que sea demasiado tarde, aunque por ahora, y por suerte, nada de eso ocurrió. La propensión a la bipolaridad, me explicó, antes conocida como maníaco-depresión, es cada vez más frecuente en las grandes ciudades, en particular en la gente joven que, como yo, cumple con las siguientes características: sensibilidad extrema, disfuncionalidad familiar, coeficiente intelectual elevado. Ahora que lo anoto, caigo en la cuenta de que esos rasgos describen bastante bien a A. 18 de octubre Más allá de los reparos de Klezmer y de la extraña respuesta de Doctorcito, sigo firme en mi objetivo en pos del 31
Amor Verdadero. Un clavo saca otro clavo. Mara prepara una salida para este fin de semana: ella, su novio, P.A.V. (Posible Amor Verdadero) y yo. Vamos al teatro. 20 de octubre Salieri y yo estamos en sintonía: al parecer, su comportamiento agresivo es causado por la retención sexual. De allí el pis del otro día, su desobediencia y la mordida al vecino hace dos semanas. La veterinaria Fado insiste en que debo cruzarlo cuanto antes y creo que su pedido es justo, él también tiene derecho al amor. 21 de octubre En un portal de Internet, publiqué la siguiente convocatoria: “Soy Salieri, bretón inglés puro, 5 años, virgen. Cariñoso y obediente, desparasitado. Busco novia, preferentemente de raza”.
Cruzo los dedos por él. Nueve horas más tarde: ¡Correo para Salieri! “Cindy, mestiza, 3 años, mamá de preciosos cachorros en dos ocasiones. Vacunas al día (exc. Parvovirus). Busco perro con papeles en zona céntrica.” “¡Hola, Salieri! Me llamo Bonita, soy la consentida de la casa. Mis dueños quieren cruzarme con un bretón inglés puro como yo (blanca con manchas caoba). Según mi veterinario, entraré en celo la semana próxima, ¿por qué no me enviás una foto y la fotocopia de tu ficha de vacunación?”
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30 de octubre Demasiadas cosas que no sé cómo poner en orden: con el decaimiento de estos últimos días ni siquiera pude anotar una frase suelta. En la noche previa a la salida al teatro con Mara, su novio y mi Posible Amor Verdadero tuve un mal presagio. De la ansiedad al insomnio y todo el día siguiente fue una especie de antesala al Infierno a causa del miedo a sufrir un ataque de pánico. Para colmo, Klezmer no atendía mis llamados. Hice algunos ejercicios del Baby Steps y, más reanimada, confirmé mi asistencia al teatro dos horas antes de la función. En la calle comencé a transpirar más de la cuenta y al llegar a la boletería me pareció que todos notaban mis palpitaciones y trataban de disimularlo por pena. Justo cuando se me ocurrió un pretexto para justificar mi plantón (movilización sindical me impide llegar a tiempo y el celular sin crédito), Mara me tocó un hombro. Giré y distinguí al que iba a ser mi PAV –“es grandote, como te gustan”, me había dicho Mara– y ya no pude contener todo lo que sigue: a) sí: soy una triste gorda que merece este horrible tipo para el resto de su vida b) ¿qué diría Klezmer si me viese? c) no es tan feo, y además, debe ser inteligente, creativo, sensible… d) ¡encontré a mi chico! e) un clavo saca otro clavo f ) estoy sufriendo un accidente cerebro vascular g) ¿¿dónde estás, A.?? h) que no se note, que no se note, que no se note… Desde entonces, hasta la internación, sólo recuerdo fragmentos.
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Más tarde: Mamá dice que después del ataque de pánico suele llegar el spleen, que en mi vademecum se traduce como “apatía inquietante”. Desilusionada de la ciencia, me vendría bien creer en algún dios. 31 de octubre Cuando volví de la clínica, Mara me trajo dos nuevas entradas, así que esta noche (y ojalá que con mejor suerte) vamos a ver la obra. Según su opinión, hay que enfrentar obstáculos para superarlos. “Te va a hacer bien, y además me quedé con ganas de verla”, me dijo. Klezmer aprueba, pero no sé si estoy lista. Más tarde: A mamá le pareció que pasar la noche entera en la clínica por un “pico de estrés” fue una exageración. Se olvida de las ventajas económicas de usar en una noche de all inclusive todos los servicios de la prepaga, que igual cubre mi empresa (aproveché para hacer una interconsulta y también me abastecí de algunas muestras gratis). Por ahora: Nada de cafeína, música electrónica, blogs ni redes sociales, películas de acción, alcohol, bebidas energizantes ni dulces (tampoco gaseosas, ni siquiera las light). Lo que sí: caminatas al aire libre, novelas históricas o revistas de interés general, tisanas de hierbas, folklore, jazz o música étnica, tareas manuales y cariño de amigos nuevos y compañeros de oficina a través de sus mensajes de texto (mañana vuelvo a la consultora). Calmar las expectativas, Alopidol en gotas dos días más.
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Opinión de Mara: “Si te caíste del caballo, volvé a montarlo”. Opinión de Klezmer: “Nuestro sistema nervioso tiene sus propias limitaciones de funcionamiento y no puede ser forzado a trabajar al máximo: si a una licuadora de ciento diez voltios la conectamos a doscientos veinte se produce un corte. Lo mismo sucede con la ansiedad fisiológica. Lo importante es que los neurotransmisores no colapsen.” Opinión del Baby Steps: “Algunas personas en fase de superación suelen hablar con su miedo: ‘así que viniste a molestarme un poco, ¿eh? No voy a darte bolilla’. ” Opinión de mamá: “¿Y si llamás la atención de otra forma?” Opinión de amigos nuevos: “Un tropezón no es una recaída” Opinión propia: … Más tarde: De chica, fui a aprender costura a un taller que daba una señora española, gorda y, según ella, refugiada del franquismo. No sé qué razón dio mi mamá para que yo comenzara a asistir, o si sencillamente me depositaba allí para tener dos siestas libres por semana. Éramos seis nenas, casi todas gorditas y, excepto dos, ninguna aprendió a realizar más labores que algún porta-anteojos de matelassé, a forrar con guata algún abrigo para la mascota, o en el mejor de los casos a tejer una agarradera inútil que iría a adornar la cocina. Sin embargo, hace dos días en la clínica, mientras 35
repasábamos con Mara momentos de bienestar en la vida de cada una, me acordé de todo eso como una época de felicidad y aprendizaje. En boca de Tía Lupe, como se hacía llamar esa maestra, aprendí algunas nociones clave de sexualidad. Una de las gorditas, bastante precoz en su desarrollo hormonal, dijo que el algodón que yo llevaba para rellenar un costurero con forma de capelina que me ocupaba ese mes olía a desodorante para autos y Tía Lupe me preguntó si sabía por qué. Me quedé callada. Ella nos miró una por una y dijo que aquél era un algodón íntimo y nos explicó todo lo que seis niñas de diez años (algunas con pechos ya incipientes) necesitábamos saber. Al terminar mi labor, Tía Lupe me regaló un diario, también íntimo, para que me ayudara a entender mejor qué me está pasando. 2 de noviembre De la primera mañana sin A. recuerdo mi pelo húmedo pegoteado en la nuca, una remera ajena y la bombacha puesta al revés. Cuando me despabilé un poco noté que estaba en una casa desconocida porque faltaban A. y Salieri, y entonces me volvieron las arcadas y la taquicardia. Por suerte, en seguida Mara me trajo jugo, galletitas y té “para que te hidrates, vomitaste hasta la bilis”, y se quedó conmigo hasta que me bajaron las pulsaciones. Intenté dormitar un poco más, hasta que el novio de Mara golpeó la puerta para avisarme que en media hora tenían que irse. Me vestí con el pantalón arrugado y la polera dura de la noche anterior y después me lavé la cara. Para agradecerles, invité a Mara y a su novio a cenar en casa, pero ya tenían planes para la noche. Nos despedimos con un abrazo y la promesa de una próxima salida. En la calle tomé dos Falgos y medio Rivotril. 36
Las mejores cosas que A. hizo por mí: - Veinte días de fidelidad y abstinencia durante una dermatitis con herpes e hinchazón - La milhojas para el primer aniversario - Cargar mi mochila los cuatro días de travesía a Machu Picchu - La vigilia durante el peor ataque de pánico de mi vida - Soportar a mi familia las cuatro últimas Navidades 3 de noviembre La obra trataba sobre dos estudiantes del interior que cursaban medicina en la Capital y sus novias, y daba vergüeza ajena. El público –que igual que nosotras conocía a los actores porque trabajaban en la tele– terminaba festejando o riéndose sólo cuando a alguien del elenco se le escapaba un gesto de la sitcom que pasan todos la noches a las nueve. Yo estaba muy desconcentrada, y en vez de seguir el libreto pensaba en qué haría cada actor en su vida real, con quién viviría, si habría alguna pareja en el elenco, en cómo harían para enfrentar al público un día de sensibilidad. En un momento una de las actrices ablandaba todo su peso en una silla porque quería dejarse hipnotizar para ayudar a su novio a practicar para el examen de psiquiatría, y cuando él le pidió que se dejara ir en trance, la actriz apenas abrió los ojos para que no se le viera la bombacha al desplomarse en el piso. Fue un segundo, pero me pareció que los de las primeras filas tuvieron que haberlo notado y me sentí muy incómoda, casi como para irme. Pensé en todas las veces que me había dejado ver en situaciones vergonzozas, y entonces odié haberle pagado a esa actriz toda prolija a la que ahora su novio le ordenaba vestirse con ropa de cuero y collar de perro sólo para que la gente fantasee con ella y deje de prestar atención a la obra, que igual era muy mala. 37
Más tarde: Durante la obra, la pareja sentada en las butacas de adelante cambió de poses a lo largo de las escenas. Primero arrumacos, después se recostaron en los apoyabrazos individuales, y al final ya resoplaban. Mara opinó que a diferencia del cine, en el teatro la gente paga para ver lo mismo que en la tele de sus casas, pero de más cerca. Yo no estuve de acuerdo, porque cuando iba a la sinfónica con A. disfrutaba por hacer lo que en casa jamás hacíamos, como darle propina al acomodador o tener alguna conversación respetuosa con algún compañero de fila, jugar a ser como esa actriz siempre correcta por un rato. En mi celular, una llamada perdida. 4 de noviembre Lo mejor que hice por A.: - disculparme con su padre y con su hermana aunque yo tenía la razón - gastar la mitad de mi aguinaldo en entradas para el concierto de Martha Argerich y la otra mitad en el abono para la sinfónica como regalo de cumpleaños - encargarme de todos los trámites: su inscripción al monotributo, su certificado médico para el club, su carnet para alquilar películas, la denuncia de extravío de su cédula de identidad, la renovación del contrato de alquiler de nuestro departamento, la vacunación de nuestro perro - afeitarme el pubis - cinco sesiones de bioenergía para parejas 5 de noviembre Cuatro llamados a intervalos de diez minutos (en dos ocasiones, cortaron al oír mi voz que fingía enojo). Según mi identificador, el número corresponde al mismo 38
locutorio desde el que me llamaron el mes pasado. Busqué en el 110 de internet la dirección, que resultó a sólo doce cuadras de casa: el martes después de la clase de fotografía paso para conocer a la segunda persona más ansiosa de la ciudad después de mí. Más tarde: Mejor voy el jueves: necesito comprarme ropa. De nuevo: ¿Sos vos, PAV? 6 de noviembre Compensada. Nivel de galanina y neuropéptidos normal. 8 de noviembre Como una tonta, me puse a limpiar toda la casa para recibir a la novia de Salieri. Mientras pasaba el trapo de piso, como si a la perra le importase que las baldosas brillaran y el ambiente oliese a lavanda sintética, volví a pensar en el PAV del curso de fotografía y recordé un detalle: hace algunas clases, sentada dos sillas detrás de él, pude ver que a través de la ojota su dedo gordo sobresalía como un animalito oprimido, ¿sufrirá una sinovitis? Lo seguro es que no tiene ninguna clase de complejo (en su lugar, yo jamás mostraría un pie así). Igual, las desproporciones físicas son preferibles a las emocionales, así que si lo del locutorio no funciona podría acercarme con alguna excusa, tal vez pedirle opinión sobre mis fotos, y ver si entre los dos surge alguna compatibilidad. Suena el timbre.
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De noche: Sin ningún preámbulo, Salieri montó a la perra en el pasillo de casa. Todo iba bien hasta que la muy ingrata se sentó. Pero él, con habilidades sorprendentes para un perro virgen, volvió a la carga: primero lloriqueó y después, decidido, comenzó a sobarle el lomo hasta convencerla. Lo insólito fue que cuando Bonita al fin se levantó comenzó a hacerle a él el vaivén de la cópula. El dueño de la perra ayudó a Salieri a zafarse del error y con mucha paciencia lo guió hasta la posición correcta. Después de un rato sin resultados, le pregunté si estaba seguro de que su perra estaba en celo, y él señaló la gota marrón en el piso que había baldeado en la mañana. El dueño de Bonita me explicó que según el protocolo veterinario la hembra debe quedarse en lo del macho hasta que el plan de apareamiento finalice (mínimo dos cópulas), así que ahora en la convivencia de esta casa volvemos a ser tres. 11 de noviembre En el locutorio, un inquietante cartel de “Cerrado por duelo”. Y el perro todavía virgen. Fin de semana: Harta de esa perra histérica y sin resultados concretos (larguísimos juegos previos sin penetración) llamé al dueño para que retire su animal de mi casa. Más tarde, mientras hacía la cama, conté el número de chicos con los que estuve realmente. Domingo de noche: Cuando le dije a mi hermano que A. y yo nos iríamos a vivir juntos, nos regaló un juego de seis vasos de vidrio esmerilado con una línea verde en la base. 40
En la mudanza se rompieron dos. Meses más tarde, A. (siempre temeroso) tiró el tercero porque decía que se había rajado. El cuarto se nos cayó al piso una noche que, borrachos y aburridos, hicimos el juego de la copa junto a dos parejas más, y el quinto fue volteado por mi propio hermano en la Navidad pasada. Hoy, con el pulso otra vez ansioso, se me cayó el último. 15 de noviembre Lo peor que le hice a A.: - marcar a dos amigas suyas como spam - faltar a su graduación - robar café del bueno, productos de limpieza, aderezos y cosméticos caros de lo de sus padres - inventar que su cuñado me coqueteaba - jurar en falso en tres ocasiones - exagerar una leve taquicardia para apurar una reconciliación 18 de noviembre Como el mother de la computadora de mi oficina está roto y nadie se molesta en arreglarlo, tengo que apiñarme con los de Recursos Humanos que son los peores: se burlan de los postulantes, se fastidian si les pido que bajen esa radio a todo volumen, y dejan la bacha de la cocina común llena de restos de comida aceitosa. Tuve que dejar pasar dos colectivos y, cuando conseguí lugar en uno, una mujer me reclamó el asiento porque sufría de várices. Al cerrar la puerta de casa me cayó un bodoque de cal húmeda en el pelo: otra vez el caño de la vecina que pierde justo hacia mi living, y el calefón no enciende. Necesito un marido por horas. 41
Más tarde: Dios mío, qué sola estoy. 19 de noviembre Según la veterinaria Fado, el fracaso de la cópula no se debió a Salieri sino a un error de cálculos: la fertilidad de las hembras (y por ende su disposición para el coito) aumenta en los dos días posteriores al celo. 20 de noviembre Esta noche Bibiana festeja su cumpleaños y creo que el pantalón que compré hace dos semanas porque la vendedora me juró que cedería no me entra. Confirmado: no voy. 21 de noviembre Fui la sensación de la fiesta. Ocurrente y desenvuelta, los amigos de Bibi compitieron por mi atención que repartí en forma equitativa, aunque por momentos le dedicaba más tiempo a alguno para fomentar la competencia de los otros. En un momento pasaron una vieja canción que aprendí a bailar en unas vacaciones en Brasil hace cuatro años y entonces fingí improvisar unos pasos que enseguida todos imitaban. Cuando jugamos al “dígalo con mímica”, uno de nuestros juegos favoritos con A., me lucí al adivinar todas las películas difíciles de mi equipo y por proponer aquellas imposibles de interpretar para los del grupo contrario. También conversé con tres chicos: un estudiante de agronomía, un camarero con aire desvalido que me pidió el teléfono y un casi arquitecto que prometió invitarme a su fiesta de graduación; conocí un poco más a las amigas de Bibi que me adoraron y repetí mi número gracioso –la coreografía de axé y, a pedido del casi arquitecto, la 42
imitación del muñeco que co-conducía un programa de tele en nuestra adolescencia–. Todos se rieron y hasta alguien me encontró parecida a una cantante. Para coronar este buen momento, mañana reabre el locutorio y un nuevo piropo del doctorcito-fan-de-misórganos por celular cuando lo llamé para que me deletrease lo que anotó en su receta (“con Q de quiero volver a revisarte”, dijo). 23 de noviembre En el locutorio, la histérica que atiende –manchas de vitiligo, cutículas mordidas– me dijo que el chico a quien yo decía haberle dejado por error un papel importantísimo y que ahora me llama para devolverlo no es empleado del local, que estaba equivocada, que si no iba a comprar tarjetas ni a usar otra cabina tenía que irme. Hace un momento aproveché el cambio de turno de atención y volví a pasar, esta vez con la excusa de una encuesta de satisfacción laboral para mi consultora. Pregunté la cantidad de empleados, sus horarios de rotación y el nivel sociocultural de todos los que alguna vez trabajaron ahí. Ni rastros de algún PAV. 25 de noviembre No soy la única “desencontrada de su deseo”, como dice Klezmer: hoy Doctorcito usó de pretexto una fuerte cefalea para no atenderme. En casa: En seis días, cumpleaños de A. En treinta, Navidad. En treinta y seis, Año Nuevo. Y lo peor: veintiún días de vacaciones sin PAVs concretos en puerta. 43
Más tarde: ¿Un clavo saca otro clavo? Objetivos para el próximo año: - mejorar mi aspecto: prevenir la grasitud en los poros de los días calurosos; bajar cuatro kilos; tonificarme - mejorar mi nivel intelectual: estudiar alguna lengua extranjera, perfeccionarme en el manejo de la PC, o aprender edición digital para trabajar con mis propias fotos - controlar la ciclotimia - afianzar el vínculo con mis nuevos amigos - aparear a Salieri - encontrar al autor de los llamados telefónicos - desarrollar algún aspecto interesante de mi personalidad - encontrar a mi AV - mantener bajos los niveles de angustia y aumentar los momentos de bienestar (si todo sale como espero, debería desprenderse de los ítems anteriores) Más tarde: Klezmer me felicitó por tener metas claras y por “quebrar el fanatismo por A.”. Él también adelantó el rumbo para el año próximo: Zoloft, eukodal en gotas, terapia de grupo y cámara Gesell. 26 de noviembre Antes de ir juntas al cumpleaños de Bibiana, Mara habló de los conflictos con su novio con un tono que nunca antes le había escuchado. Él, frustrado porque no logra recibirse ni independizarse de su familia-pulpo, se descarga con ella. Mientras hablaba, Mara no dejaba de refregarse los ojos y rascarse el cuero cabelludo hasta provocarse una erupción de caspa. Desde hace dos meses sólo hablan para discutir y todo empeora los fines de 44
semana. Al parecer, tampoco hay tan buen sexo entre ellos como me imaginé (en las últimas vacaciones apenas si estuvieron juntos, y por momentos hasta siente rechazo). Pensar que casi eran mi modelo. 28 de noviembre Klezmer insiste en que empiece terapia de grupo. Le dije que no me convence del todo usar mi tiempo y mi dinero en escuchar problemas ajenos y opiniones de gente externa al ámbito profesional, pero para él la sociabilidad es un punto clave en el tratamiento, ya que tiendo al “solipsismo y a la introspección melancólica”. Quedamos en que probaría una sesión, gratis. 30 de noviembre Hoy temprano en la plaza, cuando le desaté la correa, Salieri se transformó en ese desaforado demonio de Tasmania de los dibujitos. Daba círculos alrededor del enorme parque para él desconocido –A. lo había llevado una vez pero cuando todavía era cachorro–, ladraba en todas las direcciones y dejaba su marca de pis con el mismo entusiasmo en algún arbusto, una bolsa de basura o la reja del arenero. En el local de baño para mascotas me dijeron que el perro tenía que socializar más y les hice caso (el martes, por ejemplo, lo vi temblar cuando un pointer con cataratas se acercó a olisquearlo, y hasta sospecho que se refriega sobre mi ropa sucia cuando no estoy). Llevé la máquina de fotos que me prestó Diego para practicar tomas con distintos tiempos de obturación, y registré al perro en sus pequeñas hazañas: recoger un palo, olisquear a otras mascotas, gruñirle a un rottwailer (atado y dentro del canil), lamerle las manos al pobre mendigo que junta botellas. Después, tomas puntuales con teleobjetivo de frente y de perfil 45
que podrían conmover a cualquiera. Un book completo de su reciente ex mascota, el regalo perfecto para A. En una hora, turno con Klezmer, esta vez para conocer a mis compañeros de grupo. Los mejores regalos que me hizo A.: - los aros de plata y malaquita que me compró en Traslasierra - ochenta pesos de fichas para el casino flotante - “Summertime” cantada por él durante mi estadía en Rosario - una silla ergonómica de madera de sándalo - Salieri Cosas que hubiera querido que A. me regalase: - una “escapada romántica” a Colonia en ferry - la discografía completa de Ella Fitzgerald - un voucher para el “Day Spa” que queda a una cuadra de mi oficina - un pasacalles - un jean dos talles más chico del que uso Al rato: No. Un pasacalles no. De noche: Integrantes de la terapia de grupo: Gabriel: descendiente de portugueses, afeminado, desagradable. Al menos habla poco. Lorena Vega: sonámbula, aire de manipuladora, ropa de marca, hija única de padres mayores, tendencia a las fabulaciones y a la megalomanía. Anafranil 200 mg. Un escultor de treinta y pico que usa palabras complicadas y anota en un cuaderno para competir con Klezmer. Jonathan: no vale la pena describirlo. 46
Cuando llegó mi turno dije que era alguien normal, sólo que a veces mis estados de ánimo variaban sin razón aparente, sufría sin saber por qué, que sentía que todo me costaba más que a otras personas y que desde hace tiempo estaba como perdida. Aunque después me arrepentí, también dije que me aliviaba conocerlos porque comparados a los de ellos, mis padecimientos eran insignificantes. El supuesto artista plástico escribió “negación”. Corrijo: En realidad, estos no son sus verdaderos nombres: para “librarnos de nuestra personalidad”, según palabras de Klezmer, cada participante de terapia elige un seudónimo. Yo soy Nora, por una fotógrafa que en el curso nombran todo el tiempo, y para que no me llamen por un apodo corto. 1º de diciembre Una y veintisiete: Nauseosa, piel erizada, sensación de irrealidad. Sin embargo, y estoy segura de que no es mi imaginación, los chillidos que me despertaron hace un momento no son los de algún pájaro que eligió mi techo para construir su nido ni los del gato del vecino; son ratas, inmundas obesas ratas en mi territorio. Una y treinta y nueve: Confirmado. Recién una bajó por el tanque de agua hasta la antena de televisión y por ahí llegó a la canaleta del desagüe pluvial para juntarse con otra que la esperaba ansiosa. Otras dos recorren la medianera como si analizaran mudarse conmigo, y en la rejilla al menos tres más festejan el cumpleaños de A. Una y cincuenta y seis: Hace un momento, todavía sobresaltada y mientras buscaba un desratizador habilitado en 47
urgencias entre los anuncios de la guía barrial, disqué el número de A. Atendió el contestador y como mi número ya había ingresado como llamada entrante, le deseé lo mejor, canté happy birthday y colgué. Hubiese quedado mejor llamar más tarde para no parecer tan pendiente de la fecha, pero por una vez preferí dejarme llevar –de todas formas, a quién engaño–. Después hablé al service que según el aviso atiende “emergencias 25 horas”, pero a menos que haya criaturas en riesgo (así dijo el supuesto profesional) tengo que esperar hasta pasado mañana. Tres y cuarenta y nueve: Atenta a los consejos del Baby Steps, y también para despejarme, hice una limpieza a fondo: primero el baño –lleno de sarro porque A. insistía en echar soda cáustica por la cañería–, después la cocina, y al llegar al turno del living me desvanecí cerca de un estante de la biblioteca, uno de los tantos que quedaron vacíos porque, recién lo noto, A. se aprovechó de mi mal estado general al repartir nuestras cosas y desvalijó la casa. Su excusa: yo me quedaba con Salieri y él debía pagar un nuevo depósito de alquiler. Caí en la cuenta de que justo en ese hueco antes estaba el samovar de plata que mi abuela nos trajo de Grecia. Cinco y cuarto: Algo bueno de esta ciudad donde los servicios de emergencias no funcionan es que algunos comercios sí están abiertos toda la noche. Sobre medio kilo de sambayón y chocolate con almendras coloqué la vela que A. había guardado de mi cumpleaños, pedí tres deseos y soplé fuerte; al rato la vela volvió a encenderse (era de las mágicas), repetí mis pedidos y la apagué con saliva. Hasta que amanezca: un cuarto de lexotanil, hojear las páginas de espectáculos del diario, alguna tisana y tratar de descansar al menos unas horas. Afuera Mickey y sus secuaces siguen de festejo. 48
Cinco y treinta y siete: Vigilia anormal. Seis y trece: Tal vez vomite para conciliar el sueño. Ocho y cinco: Desde la persiana saqué nueve fotos: teleobjetivo, diafragma cerrado, filtro magenta. Mejor entro a ducharme, saco al perro y me distraigo con algún informe en la consultora. 3 de diciembre Creer o reventar: Temprano en la consultora, toda ojerosa tras la pésima noche de ayer, al leer en el almanaque de mi oficina que hoy es el “Día del Médico” hice la lista de los profesionales que me atendieron, desde los más comprensivos hasta los más insensibles. De esa lista subrayé a los que tal vez llame: el kinesiólogo que me calmó un bruxismo, la veterinaria de Salieri que en la última consulta se negó a cobrarme, y por qué no, al mismo doctorcito-que-me-piropeó-primero-y-ninguneó-después (quizás lo sorprendí en un mal momento, que a fin de cuentas puede tener cualquiera luego de una jornada laboral plagada de quejas femeninas). Después, cuando salí a almorzar, me pareció que Klezmer cruzaba la calle de mi oficina. Era él: se detuvo frente a la vidriera de un bar, saludó y pasó al interior. Cuando llegué a la puerta del café, y justo cuando estaba a punto de entrar, reconocí el perfil de Doctorcito (¡el doctorcito PAV y mi psiquiatra conversaban como íntimos!). Al rato una cuarentona teñida –y toda inflada– se incorporó a la mesa, pidieron otro champagne y brindaron, puro sonrisas y felicidad. Dediqué la hora del almuerzo completa a observarlos, pero todavía no tengo una hipótesis firme. En un rato, con las ideas más claras, vuelvo a escribir. 49
En la oficina, con las ideas más claras: Hable con Mara. Según ella: a) Doctorcito y Klezmer, como tantos profesionales de la salud, trabajan para la misma corporación clínica que habrá organizado un almuerzo con todos sus empleados por esta fecha, pero ellos decidieron festejar por su cuenta. La tetona es una visitadora médica. b) Afinidades o, como dijo Mara, “ondas energéticas”: si elegí a ambos doctores es porque tienen algo en común; es decir que su amistad es algo lógico. La rubia es otra especialista con quien yo incluso me trataría si la conociese. c) Parentesco. Según mi opinión: a) Klezmer, padrino profesional de Doctorcito, lo ayuda a entender a sus pacientes. Esa mujer, ahora recuperada, fue atendida por ambos (como yo) y ahora cada año los agasaja con un trago en su día. b) Doctorcito fue alumno dilecto de Klezmer. Siempre discuten en ese bar los casos complicados (como el mío: ¿debería tomar Alplax?, ¿mi “útero de catálogo” me vuelve propensa a la insatisfacción crónica?...) Cuando avanzan en las conclusiones, brindan. La rubia es una instrumentista que hacía trámites por la zona, conocida de alguno de los dos, y se sumó a la charla. c) Esa tipa artificial maneja el laboratorio que financió el último congreso sobre afecciones comunes en las mujeres. Ahora festejan lo bien que salió todo. Más tarde: Tercer mensaje a Klezmer sin respuesta. 50
El desratizador, con agenda completa. Mientras sigan los roedores en casa, me quedo a dormir en lo de Bibiana. Aunque me da pena no poder llevarme a Salieri porque en el edificio de Bibiana no admiten mascotas, sigue siendo mejor opción que el deterioro conyugal que se respira en lo de Mara. En lo de Bibiana: ¿Y si las ratas atacan a Salieri? 4 de diciembre Por prevención, dejé al perro con A. Ni bien me abrió la puerta de su nuevo edificio, nos dimos un beso nervioso en la comisura y en seguida le entregué la correa y el Ascarcid-N con todas las indicaciones del tratamiento. Al principio tratamos de ser corteses y creo que incluso tenía intenciones de dejarme conocer su nueva casa, pero después de la discusión que surgió por el samovar, hasta se negó a recibir mi regalo de cumpleaños y dijo que si insistía “con lo del robo” iba a hacer el inventario de las cosas que compramos a medias. Según él, yo salí beneficiada en el reparto. No sé a qué te referís, le dije, y entonces me acusó de haber esperado dos meses para transferir las cuentas comunes a mi nombre y de no haber querido compartir los gastos del flete de su mudanza. También recordó algunos artículos faltantes de lo de sus padres. ¿Quién está en deuda ahora?, dijo. Después tuvo un gesto que no sé cómo entender: mientras me despedía de Salieri rascándole detrás de las orejas, A. me agarró la mano. Me acarició los dedos, la palma, empezó a apretármela tan fuerte como la noche que estábamos solos en el Chaltén y de golpe se puso a llorar. Fui sacando mi mano de a poco, la vista fija en la foto de su sobrino que le asomaba del bolsillo –sus 51
pequitas me parecieron chispas–, y caminé las treinta cuadras hasta lo de Bibiana contando hasta diez de atrás hacia delante. Después: Llanto con hipo. Al rato: Sola. Nueve facturas mientras veía unos capítulos viejísimos de “Mork y Mindy”. Más tarde: Llamé a Klezmer por teléfono para verlo urgente y a solas. Tiene todos los turnos completos: en diciembre el número de pacientes llega algunas veces a duplicarse y debe priorizar a pacientes en riesgo. La misma excusa que el desratizador. Insistí: estar sola, invadida por ratas, con la perspectiva de que A. me haya estafado, y para colmo en el mes de las fiestas no son motivos menores. También le sugerí que necesitaba que me explicase algunas cosas que había visto, y me concedió un “sobreturno”. 5 de diciembre En casa (mientras el desratizador prepara su diagnóstico): Noche de desenfreno y lujuria para los ocupantes de mi terreno. Apestosas heces negras en la persiana de mi dormitorio, detrás del horno y hasta en la alacena. Una cacerola en el piso y un almácigo destrozado. Por si fuera poco, sobre el almohadón del living, el último fetiche de Salieri, encontré un lamparón blanco que no sale ni con lavandina. Como no sabía qué hacer, si tenía que ponerme a acomodar la casa o si eso era parte del trabajo del desratizador, agarré la cámara y saqué varias fotos desde distintos encuadres para mostrar en el curso. 52
El desratizador dejó todo como estaba y mientras armaba el presupuesto me dijo que el error más frecuente de sus clientes es confiar en que las plagas se erradiquen solas, porque entonces actúan ya cuando la gravedad de la situación los desborda. Después se apoyó en el hueco del samovar –falta de aire, mi garganta seca– y me reveló que su lema en la vida es “nunca subestimar al enemigo”. Quise hacerle un comentario hiriente, pero le dije que sí, que tenía razón, y cerré rápido la puerta de casa. En mi casa provisoria: Bibiana come grasoso: picadas con cantimpalo, cerveza negra, empanadas de carne cortada a cuchillo. El botiquín de su baño apenas cuenta con los productos de higiene mínimos y el cuarto está lleno de objetos punzantes, y encima de negarse a poner un filtro al menos en la canilla de la cocina, se ofende si tiro esas botellas de gaseosa rellenadas con agua corriente. Anoche, antes de dormir, le pusimos puntaje a todos los invitados de su fiesta –ella fue más estricta que yo– y planeamos ir a alguna quinta con los de los puestos intermedios de ese ranking (dejo los preparativos por su cuenta, porque no creo que la idea se concrete y todavía no estoy como para dejarme ver en malla), y después vimos una serie sobre tres mujeres que relegan la maternidad por su profesión y nos dormimos. Cuando me desperté, Bibiana abrazaba su almohada como a una pareja. 6 de diciembre Klezmer dijo que no es sano que yo indague en su vida (no veo por qué, ya que él conoce casi todo de la mía), y menos que lo persiga fuera de la hora de consulta. Le dije que pensaba demasiado en Doctorcito, ya no 53
como profesional, sino como hombre. También es un hombre, respondió. Me explicó que dentro del proceso de elaboración de una ruptura era esperable que hiciese “transferencia” hacia algún profesional, que eso marcaba un progreso dentro del tratamiento y que entonces pronto estaré lista para la siguiente fase, a la que debo llegar menos ansiosa y químicamente estable. Antes de dormir: En la sesión de hoy Klezmer se llevó varias veces una mano al omóplato, como si le doliese, y cuando al salir pasé detrás de él, descubrí la punta de una gasa ya sucia. 7 de diciembre Rata gris noruega o de las cloacas (rattus norvegicus). A diferencia de la rata de los tejados (rattus alejandrinus) y del ratón doméstico (mus musculus), más pequeño y casi inofensivo, es peligrosa, apropiadora de viviendas y capaz de contagiar la leptospirosis o el hantavirus, ambos fulminantes. Vive en colonias de entre diez y quince integrantes, y a veces alcanza los cuarenta y ocho centímetros, sin contar el largo de la cola. De allí el tamaño de sus excrementos y la contundencia de sus acciones. En cinco días muestro mis fotos en el curso. 8 de diciembre: Día de la Inmaculada Concepción. En conmemoración a la Virgen dormí hasta el mediodía. Más tarde: La noche de mi primer orgasmo fue la misma que murió mi abuelo. Mamá había ido a la clínica y mi hermano acampaba con sus compañeros de división. Desde hacía varias semanas el hippie superficial y yo ya “nos 54
acostábamos”, como a él le gustaba decir, y sin embargo fue sentada y con ropa que al fin sentí algo. Fue una especie de descarga eléctrica y él me preguntó por qué había temblado así, si era una broma o si quise seguir con la pelvis el ritmo de la percusión que estaba sonando en el equipo de música. Cuando mamá volvió, al amanecer y con los ojos hinchados, yo dormía plácida frente a la pantalla sin transmisión. Durante el velatorio, la mente en blanco: el repique de un grupo de murga que ensayaba cerca de esa sala me aturdía. Pero al día siguiente, inquieta durante el entierro, no dejaba de pensar en conexiones posibles entre lo que había sucedido esa noche. Un año después, mientras esperaba mi turno con un flebólogo, leí en la publicación de un laboratorio que los italianos llaman al orgasmo “pequeña muerte”. O por ahí eran los franceses. De noche: Ahora que lo anoto, me doy cuenta de que ésa no fue la primera vez. Hubo varias antes. Todo mal con Bibiana. 9 de diciembre Si todo sale como espero, en una semana Salieri y yo podremos recuperar nuestra casa. El desratizador me explicó que, a diferencia de otros métodos, él opta por la erradicación por hemorragia interna, más lenta pero definitiva, para evitar los posibles rebrotes de los raticidas de dosis única que suelen alertar al resto de la colonia. Más tarde: Tres llamados al interno de mi oficina sin dejar mensaje. 55
De noche: Escaneé a Doctorcito el siguiente prospecto: “Brumoline mezclado con un cebo extraído a partir de glándulas sexuales de ratas. El deseo de las ratas y ratones por comer es tan fuerte que salen de sus escondrijos y lo prefieren a cualquier otro elemento, retornando a comerlo otra vez, aun moribundos”.
En seguida me llamó y dijo que una de las diferencias entre la especie animal y la humana era la capacidad de manipular instrumentos. Le hice una broma sobre su espéculo que rechazó y luego con un tono menos afectado me animé a decirle que aceptaría ser su “ratón de laboratorio”. Trato hecho, dijo, empezamos cuando quieras. 10 de diciembre La crisis entre Mara y su novio entró en una preocupante escalada de hostilidades. 11 de diciembre ¡Éxito rotundo! Mis compañeros de fotografía se estremecieron al ver mis tomas; el profesor, que hasta ese momento no recordaba mi nombre, destacó mi “singular mirada de lo cotidiano” mientras el alumno PAV –el de desproporciones físicas, no emocionales– asentía, y en la despedida recibí varias felicitaciones. La antigua alumna favorita ni me miró. De tarde, en casa. Segunda etapa de desratización: La fase de ataque incluye medidas en el consorcio. El desratizador insiste en que el foco del conflicto radica en la basura y los escombros amontonados desde hace 56
algunas semanas en la terraza, cuando el gordo de al lado rompió la parrilla, todavía no me explico cómo. Llamé varias veces a la puerta desde donde sonaba un estribillo de Cris Morena y cuando el gordito por fin abrió, su madre desde la cocina me preguntó qué necesitaba sin siquiera saludarme. Le expliqué mi situación, le recordé que ella había prometido tirar Gamexane, y le pedí que dejara su gato en casa mientras Salieri estaba con su ex dueño. Dijo que yo había “metido el dedo en la llaga”, mientras dibujaba una cruz en el aire. Al parecer, el pobre gato se asfixió cuando lo trasladaban a una quinta. No supe qué decirle (sólo a estos imbéciles se les ocurre meter una mascota en un bolso de deportes con 39º en la ciudad). Después, viperina, llegó a sugerirme “un muchacho que se arremangue, no como el otro”... 12 de diciembre Llamó A. para que conversáramos como adultos. Prometí no tocar el asunto del samovar faltante y él, ya más distendido, me dijo que a veces soñaba con los dos, y hasta se sorprendía cuando en la ducha de pronto me hablaba imaginariamente. Me controlé todo lo que pude, y corté con somnolencia, cansadísima. Cosas que incorporé de A.: - Separar los residuos por su origen - Las palabras proceso, transformación y etapa - Ir directo a la góndola de embutidos - Hacer el gesto de dirigir una orquesta al escuchar música clásica - Desayunar en silencio - Airear los ambientes climatizados por losa radiante Cosas que A. incorporó de mí: - Mojar los fósforos apagados antes de tirarlos 57
- Firefox en vez de Explorer - Lavarse los dientes mientras se baña - Confiarle sus ahorros a una operadora de fondos de inversión - Preparar omelette con lo que sobró de días anteriores - Abrir archivos peligrosos o bajar películas, música o sitcoms desde la computadora del trabajo - Quedarse en silencio cuando un taxista pide opinión 13 de diciembre Recién a los once años vi por primera vez un hombre completamente desnudo. En su cuarto, mamá seguía unos índices en el noticiero, mientras varios columnistas explicaban los porcentajes que aparecían en un gráfico de barras. Estaba por irme de la pieza, aburrida, pero pasaron un adelanto del siguiente bloque de información internacional: unas imágenes de archivo en blanco y negro de unos tipos con chaleco verde que arrastraban un cuerpo todo aporreado. Tenía barba. Me impresionó la relación entre los oscuros pelos de la cabeza y los del pubis, esa simetría. Mamá dijo algo acerca de la guerra, y después fue a la heladera a buscar unas uvas. Hace dos años, más o menos, volví a la cama después de haberme quedado bajando música en la computadora hasta muy tarde, cuando A. ya se había dormido. Estaba desnudo, destapado boca arriba, y sin darme cuenta le puse la mano en el pecho para buscarle los latidos. Más tarde, sala de espera de Klezmer: Hace veinte minutos que mis compañeros de terapia secretean. Y a mí que me parta un rayo.
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De noche: Cuando tuve que hablar delante del grupo, inventé este sueño: iba a la cárcel a visitar a Leo, preso por haber robado una pava con poderes: si la vigilaban, el agua no hervía. Tras los barrotes aparecía A., que tenía que atenderme como un esclavo como probation por haberse quedado con mi samovar, y me proponía desfigurar a Lorena Vega y después entregarme a la justicia para así convivir él, Leo y yo, juntos los tres, en la misma cárcel de amor perpetuamente. Creo que los impresioné. Voy a contárselo a Leo. En el bar donde descubrí a Doctorcito (hora de almuerzo): Respuesta de Leo por mensajito: “S.O.S.” 15 de diciembre Leo pasó por la oficina, caminamos en silencio algunas cuadras y cuando salíamos del hotel dijo que su última novia le había pedido que se fuera del departamento que compartían, así que me dio su nuevo número. Fuimos del brazo hasta el subte y antes de bajar las escaleras en sentido opuesto nos deseamos un mejor año con un beso en la mejilla. 11: 55 pm: Al volver a mi casa provisoria, luego de un extenuante día de trabajo, de una reunión vecinal extraordinaria, de una sesión grupal donde todos me atacaron y de consolar a Mara, ya al borde de la separación, encontré a Bibina con el camarero que había pedido mi teléfono en su cumpleaños. Había usado mi mejor pantalón (que dejó pisoteado en el baño), y al notar mi presencia sacó la cabeza a través de la puerta y sin disimular una 59
sonrisa intentó justificarse: no lo había planeado, “las cosas se dieron así”. No puedo ir a lo de Mara porque me da miedo cómo puede reaccionar su novio, mi hermano no contesta el teléfono, Jimena y Diego están de vacaciones, Leo se mudó al conurbano, y después de meses de ausencia llamar a antiguos amigos seguro que deriva en reproches. Hasta que cierre el shopping tengo tiempo de pensar mejores alternativas a lo de mamá. Se acerca un promotor. En seguida: Era un vigilador: en cinco minutos, todos afuera. Lástima, porque no estaba nada mal. Plan a): Ir a un continuado de cine. Plan b): Salir de ronda por bares conocidos, y luego amanecer en el after hour de algún servicentro. Plan c): Hacer una maratón nocturna en la biblioteca pública: revisar todas estas anotaciones, planificar mejor mi año, y con algo de suerte, conversar con algún aplicado estudiante. Plan d): ¿me recibirán en una guardia? 17 de diciembre Quien persevera, triunfa. Después del cine donde el animé resultó violento, mi compañera de butaca, bulímica, y el único hombre joven de la sala se levantó en la mitad de la proyección, fui hasta un gimnasio todo vidriado que jamás cierra. Tuve que consultar por clases de step, de aerosalsa y de box para que me permitieran usar las instalaciones. Limpia y con mejor aspecto, estaba lista para la ronda de bares, pero en el camino un cascotazo en el parabrisas 60
del colectivo nos hizo detener. El chofer explicó que el boleto servía para la próxima unidad de esa línea, pero después de treinta y cinco minutos empecé a caminar. Atravesé dos parques, pasé varias avenidas, un museo, iglesias, y llegué al centro: persianas bajas, carteles que ofrecían servicios de escorts, los timbres del portero eléctrico de mi consultora, cruces de neón en las farmacias, cortinas cerradas de departamentos con parejas que seguro duermen abrazadas, un centro asistencial para mujeres, la vidriera del bar donde descubrí aquel brindis de mis doctores, el frente del registro civil, granos de arroz, engrudo, botellas desparramadas, vidrios rotos, carpetas destartaladas, mus musculus, rattus norvegicus, rattus alejandrinus… Algo se me pegoteó en la sandalia y cuando intentaba quitármelo, me pareció oír la risa de A., después la voz de mi jefe, la de Tía Lupe, la de la homeópata de A., la música de fondo de mi último sueño, los hostiles cuchicheos de mis compañeros de terapia, la compactadora de basura, la letra de dos canciones de Cris Morena mezcladas, Klezmer explicando “crisis es miedo más oportunidad” y entonces me convencí: Sufría un brote de disociación traumática. O, finalmente, había enloquecido. Pero no: Doctorcito, con el mismo ambo celeste que usaba el día que me dio su tarjeta, me acariciaba la nuca. Mi paciente favorita, repetía. Eran las seis y veinte de la mañana, había terminado una guardia y buscaba un kiosco de diarios abierto para desayunar leyendo las noticias. Intentó explicarme por qué estaba seguro de que tarde o temprano coincidiríamos en la calle y por qué había elegido doblar en la esquina donde me encontró, pero yo estaba demasiado shockeada para prestarle atención, así que después de reírse me llevó del brazo hasta un sitio más iluminado. Nos sentamos en el paseo peatonal 61
próximo al río, y mientras yo le miraba el cuello de venas marcadas –su piel trigueña como cuerina recién lustrada–, y me contenía para no saltarle encima, él hablaba sobre la diferencia entre la casualidad y la causalidad, las prioridades en la vida y otra vez insistió en que durante su ejercicio profesional nunca antes había encontrado “ese útero con el que todos soñamos de estudiantes”. Después me propuso un desayuno compartido por el año que termina y por un desafío inspirado en mí que quiere comenzar juntos. Imité la voz del Topo Giggio, y como le causó gracia, le confesé que lo había espiado en el bar. Qué curiosa sos, dijo, y preguntó qué otras cosas me atraían. Le respondí que me gustaría conocer su consultorio, ya no como paciente, y entonces frenó un taxi. En la camilla, que había desinfectado con Pervinox antes de acostarnos, me pidió que pusiera los pies en los estribos de acero inoxidable, y con nuestros movimientos los instrumentos quirúrgicos sonaban secos, metal contra metal. Cuando notó que yo iba a acabar, me mordió el lóbulo y dijo algo que recién cuando estuve encima de él y lo repitió pude entender: “ves, ves, encastramos como dos piezas de ingeniería”. Otra vez vestidos, nos burlamos de Klezmer, del tic de levantarse el cuello de la camisa para esconder una cicatriz en la nuca, su modo gangoso de pronunciar ciertas palabras y esos retratos insulsos que cuelga en el consultorio. Intenté hacerlo confesar cómo conoce a mi psiquiatra, pero evadió las preguntas con jugueteos. De mañana, en el colectivo rumbo a la consultora, me volvió el olor de Doctorcito, una mezcla de pino y alcohol, y escribí detrás del boleto: “Quisiera ser supersticiosa”. 62
De noche: Mandé un mensaje a Doctorcito para recordarle que tenemos asuntos pendientes. Respondió por mail que en pocos días va a convocarme por ese proyecto que inspiré, y también dijo que había disfrutado de mi compañía, que me deseaba un buen comienzo de año y que “ojalá encuentre lo que busco”. En posdata me aconsejó usar ropa interior de algodón blanca y corpiños deportivos, ya que por mi conformación muscular puedo tender a la displacia mamaria. Otra vez: Feliz coincidencia, el hambre y las ganas de comer, Dios nos cría y el viento nos amontona, Alcoyana-Alcoyana, belive it or not, suerte-para-mí-suerte-para-cuando, dichosos los que creen, creer o reventar, la suerte está echada, ¿casualidad o causalidad…? 19 de diciembre En esta misma fecha, hace algunos años, A. y yo salíamos por primera vez. La oficina de la ART donde yo trabajaba había cerrado temprano porque mi jefe decía que la gente podía aprovechar la confusión para robar, así que fui al lavadero a retirar lo que pensaba ponerme a la noche. Al llegar, el local tenía las persianas bajas; volví a casa justo para el bloque final del último capítulo de mi miniserie preferida y me probé un pantalón de gabardina azul que resultó bastante bien. Al rato, A. llamó para confirmar la salida. Aunque era viernes, los bares de la ciudad habían cerrado por un decreto oficial, así que tuvimos que alejarnos hasta un café de zona norte frente al río, el único del conurbano que estaba al margen de las noticias. De camino oímos un discurso en la radio, y también pasamos 63
varias manifestaciones. A. notó que el humo de los neumáticos quemados de la calle me daba alergia y subió las ventanillas. Conversamos un poco sobre los últimos sucesos del país, y luego pasamos a nuestros intereses. Jugamos a adivinar la vida del otro, las actividades, salidas, trabajo, comida, marcas y música favorita. Ganó A. Cuando llegamos al bar, como no había mosquitos y éramos los únicos clientes, nos sentamos en una de las mesas de la terraza para sentir el olor del río y pedimos una jarra de clericó que en seguida trajeron. Aproveché que nadie nos interrumpiría para subir las piernas a la mesa y quedarme en silencio, y A. hizo lo mismo. Ya en confianza mientras volvíamos de ese bar del conurbano, A. se animó a contarme que antes de tratarse con homeopatía había sufrido de intensas cefaleas que empezaban por unas líneas borrosas en el campo de visión (aura, creo que le dicen) y que después venían unos zumbidos en el cerebro que lo anulaban hasta por un día completo. También me contó que cuando se ponía muy nervioso transpiraba incluso en las ingles, y en broma preguntó si quería bajarme del auto. Toqué su pantalón, seco. Dije que no quería, y que además en cualquier momento podían volver los disturbios. A. apoyó la mano libre en mi pierna, y manejó en silencio hasta su casa. El día siguiente fue sábado. Mientras me duchaba oí que A. encendía la televisión: anunciaban que algunas de las personas que protestaban en la plaza habían muerto alrededor de la hora en que A. y yo nos conocíamos en el bar, o quizás cuando nos dábamos el primer beso. Coincidimos en que a pesar de la triste casualidad estábamos felices. 64
Casualidades con A.: - nuestras abuelas maternas nacieron el mismo día y año - la única vez que jugamos al Diccionario dimos idénticas definiciones para una palabra desconocida - los dos sufrimos mononucleosis a los nueve años - dormimos en la misma cama del mismo hotel tres estrellas en Montevideo con una semana de diferencia, poco antes de conocernos - fuimos elegidos fiscales de mesa en las últimas elecciones municipales - sincronizamos el orgasmo en seis ocasiones - nos gustamos 20 de diciembre La consigna de la sesión de hoy fue confesarle a un integrante del grupo, como si estuviéramos ante el espejo, algo vergonzoso de nuestra personalidad con “ejemplos concretos”. Luego debíamos anotar en un papel cinco posibles motivos que explicaran esa conducta y compararlo con el que proponía el compañero. Cuando me tocó “reflejarme” en Lorena Vega, a quien desfiguré en un supuesto sueño, amenacé con irme. Oí un revuelo del otro lado del vidrio Gesell y luego Klezmer me retuvo. “No podés abandonar sólo por intolerancia”, me dijo, “y además, el grupo quedaría mal”. Así que al rato le confesaba a esa chica mis desórdenes alimenticios: mentirle el empleado del delivery diciendo que espero gente, la culpa del día siguiente y mi dificultad para vomitar por asco. Después anoté en una tarjeta mis propias justificaciones: ansiedad, depresión, miedo al silencio, angustia y compulsión a la comida, segura de que en alguna coincidiríamos. Pero antes de exhibir delante de todos su tarjeta, Lorena Vega se tentó; decía “hambre”. 65
Más tarde: La cicatriz que Klezmer tiene debajo de la nuca no es una operación ni una marca de nacimiento: ¿se habrá arrepentido de algún tatuaje?... Lo que me avergonzaba de A.: - su pronunciación afectada en inglés - que transpirase en lugares poco usuales - su inutilidad con las herramientas - su fe en lo cósmico - que oliese la entrepierna de los pantalones que dejé para lavar delante de las visitas - su risa de hiena Lo que a A. le avergonzaba de mí: - mi mezquindad en las propinas - que me apretara granitos en la playa o en el espejo de los ascensores - que no haya terminado ninguna de las tres carreras que empecé - mi opinión sobre los inmigrantes - que terminase mi plato siempre primera para seguir con el de al lado - que gastara la mitad de mi sueldo en cosméticos y terapia - mi mamá De noche: ¡Dulce hogar! 21 de diciembre Salieri sufre de una otitis seborreica causada por un desorden endocrinológico. Según la doctora Fado, el cambio de hábitat, la ansiedad de haberse reencontrado con su ex dueño y luego volver a mi casa (para colmo, 66
el cobarde de A. lo mandó en taxi), sumado a los intentos fallidos de consumar el coito y el clima previo a las fiestas lo estresaron. Si el tratamiento tópico de alcohol boricado y sincerum tres veces al día falla, habrá que administrarle diocodil. Mara, alteradísima. Al rato: Giro inesperado: el novio de Mara le propuso la unión civil. Bibiana le dijo que si acepta es una imbécil. Yo no sé. Chances: Si acepta, tendrá una mejor cobertura médica. Si dice que no, quizás sea revalorizada por su novio. Si duda, puede quedar como una especuladora. Si responde con ironía, la pareja cae en el cinismo. Por lo pronto, vamos juntas a lo de una “asesora”. De noche: Madame Bonnot nos esperaba con un incienso que pedí que apagase porque me secaba la garganta. Me midió la energía con una varita de metal parecida a la que usaba el director del coro al que fui de adolescente, y después de un rato me hizo tirar unos naipes sobre la mesa, los acomodó en dos grupos, pidió que eligiera tres y los ordenase pensando en una palabra “que exprese este momento de mi vida”, por más absurda que parezca. Estuve un buen rato sin poder elegir ninguna porque se me vinieron muchas mezcladas, pasaban como un fichero, o un menú del que todo me tentaba pero no tanto como para pedir. Para salir del apuro dije “pava”, pero me pareció demasiado idiota, y en seguida la cambié por “insatisfecha”: igual me arrepentí porque fue el pie para que ella diagnosticase que me costaba 67
entregarme por desconfianza, y que alguien obstruía mi bienestar. Cuando le pedí detalles, dijo que era una mujer en edad reproductiva con algo de sobrepeso, de mi círculo íntimo, que me envidiaba. También dijo que podía ver una profunda transformación en mi exterior que traería consecuencias en el interior. Quise saber acerca del PAV del curso de foto, de Doctorcito y su misterioso proyecto, de A. y del autor de los llamados que aún recibo de vez en cuando. Respondió algo muy ambiguo, y después dijo que confiara en mi búsqueda, aunque no supiese todavía qué busco. Le pedí que me dijera algo específico, y entonces me pronosticó un nuevo aumento antes de julio y un “potencial artístico redituable”. Después de un silencio calculado, me previno sobre un accidente doméstico de alguien cercano. Dijo que veía peligro, angustia, sondas y profesionales médicos alrededor de mí. También agregó que no descuidase mi propia salud porque percibía un problema en un órgano vital. Le pregunté dónde, y dijo ahí, en el bajovientre. Quiso venderme un polvo para hacerme lavajes, que por supuesto no acepté, y le dejé el resto del turno a Mara. 22 de diciembre No habré encontrado el Amor Verdadero, pero al menos sí mi vocación. Ayer, el último día del curso de fotografía, el profesor puso de modelo mi serie de ratas –que él tituló “Desde la alcantarilla”–, y dijo que yo proponía “una impiadosa radiografía de los despojos urbanos”; después me comparó con un premiado director de cine mientras varios aplaudían. Tres de mis tomas con filtro magenta y teleobjetivo integrarán la exposición de fin de curso la próxima semana y, como caía de maduro, fui la primera elegida para la clínica de imagen que dará a fin de febrero. 68
El alumno-PAV, poco inclinado a los halagos, opinó delante de todo el curso (y para envidia de alguna) que mi trabajo superaba al del resto. Corrí hasta el estacionamiento para dejarle una nota en su parabrisas antes de que él llegara a su auto. Más tarde: ¡Funcionó! Mañana vamos juntos a una “fiesta antinavideña”. 23 de diciembre Ítems para el vestuario de mañana: - Pelo recogido para afinar los rasgos - Escotes que estilicen: redondo, bote o en v - Evitar el blanco, el beige, los tonos pastel y la ambigüedad de la pollera-pantalón - El streech retiene la transpiración; mejor algodón o lino aunque se arruguen - Polleras: debajo de la rodilla, tela con caída pero suave (gabardina, loneta o modal) - ¿Vestido? - Bastante tapaojeras, algo de rímmel, nada de base, y bajo ninguna circunstancia brillo labial ¿Si uso rojo y verde pensará que soy una ridícula? Antes de Nochebuena (en el baño de mamá): Horrible cena en familia: mamá, hostil como siempre; mi hermano, más drogado que de costumbre; mi tío verborrágico que no deja de preguntarme por A.; otros invitados solos y deprimidos; tres más no identificados y bastante antipáticos; A. ausente y Salieri, a quien traje, histérico por los petardos. Después de los regalos vuelvo al baño para tomar nota y confirmar la hora de encuentro con PAV. Quizás también 69
llame a Mara antes de que los celulares, como mi estómago, colapsen. El tío golpea la puerta. Después de los regalos (otra vez en el baño): Por tercer año consecutivo recibo un camisón de viyela. Dejé a Salieri dormido en el cuarto de servicio donde tuve que encerrarlo (menos porque mamá se quejaba de sus aullidos que para alejarlo de los restos de sidra que mi hermano le ponía bajo la mesa). Llamé varias veces a Mara pero su teléfono está fuera del área de cobertura. Plan PAV confirmado. En el baño de la fiesta de “antiNavidad” donde me trajo PAV: Se suman dos regalos: un set de pirotecnia (¡con estrellitas mágicas!) que estrenamos en el camino y una serie de postales de un artista sin manos que pinta con la boca. Antes de venir pasamos por la fiesta callejera organizada por el laboratorio que auspicia nuestra exposición de fotos para brindar con nuestros compañeros, casi todos borrachos, y PAV me contó que se controla con la bebida desde la noche en que atropelló a un vendedor ambulante que se salvó de milagro, y que incluso después de ese episodio había hecho trabajo voluntario (limpieza y reparaciones) en una granja para alcohólicos en recuperación. Al rato bailamos bastante apretados un ritmo centroamericano y mientras giraba noté que cierta persona envidiosa se acercaba para interrumpirnos y lo besé. En el baño de un servicentro, rumbo a lo de PAV: Mi estómago también está nervioso.
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En el baño de PAV: Vía libre de competidoras: ni acondicionador ni protectores diarios en el botiquín. Suena mi celular: ¿quién será a esta hora…? Navidad (desde el cuarto de PAV): Debería bañarme, pero prefiero quedarme con este olor un rato más. Hasta que él despierte aprovecho para resumir mis actos heroicos. Anoche, crisis aguda de Mara. Su novio, de paradero desconocido desde la noche en que decidió anticipar su despedida de soltero en festejo por la unión civil (todavía no confirmada), ni siquiera se presentó a la cena de Navidad programada hace ya tiempo. PAV opinó que debíamos solidarizarnos con ella y salir a buscarla hasta la incierta dirección que me pasó por mensaje de texto (yo hubiese usado como excusa demora en transportes o peligro por balas perdidas, pero él insistió). La encontramos en un monumento público, subida al caballo de un prócer, con los breteles del corpiño anudados a la musculosa, rodeada por unos desubicados que se bañaban en la fuente de ese solar. No lográbamos bajarla de ese caballo de bronce, hasta que se me ocurrió emplear la psicología inversa, como haría Klezmer: PAV y yo nos metimos a la fuente y fingimos divertirnos con ese grupo de desconocidos y hasta participamos de una improvisada ronda de baile, hasta que Mara, celosa, al fin bajó. Faltaba poco para el amanecer y por decisión de ella, ahora trepada a la espalda de uno que tocaba la quena, seguimos a ese grupo hasta un festejo en un centro cultural comunitario. No resultó un mal plan: PAV se destacó como bailarín de danzas populares, me enseñó unos pasos de chacarera y yo me lucí agitando las estrellitas que nos quedaban. Después me dedicó un recitado que no pude oír hasta 71
el final porque el agua fría terminó de descomponerme y tuve que volver al baño (como era previsible, tuve que usar algunos volantes políticos como papel higiénico), y cuando salí Mara dormía sobre la falda del que tocaba el charango. Antes de irnos alguien del grupo nos dio como recuerdo de esa noche una faja roja con galones negros: la nueva correa de Salieri, a quien Papá Noel hasta entonces había olvidado. Siesta: Hora de despertar al bello durmiente. Ventajas de no estar con A.: - ya no tengo que esconderme para comer cosas dulces - puedo ser menos meticulosa con mi higiene personal - testear PAVs puede ser divertido - no más domingos en la casa de su hermana (siempre de malhumor) - todos los estantes del placard para mí - despreocuparme de su satisfacción - ocuparme de la propia 28 de diciembre Salieri duerme sobre el calzoncillo de PAV. Tengo que reeducarlo antes de que interfiera en la relación (ayer, alaridos al pie de la cama y un tarascón cerca de mi brazo cuando lo eché). Mañana, gran exposición de fotos. 29 de diciembre Lorena Vega, protagonista de la sesión de hoy, mintió desde el comienzo: dijo que acudió a Klezmer derivada por un diagnóstico de alergia psicosomática y que tendía a la inseguridad. El artista plástico la hizo contradecirse 72
hasta obligarla a confesar que llegó desesperada por un ultimátum de su novio, harto de sus patologías. Cuando le exigimos pormenores tuvo que dar detalles de los asedios a rivales imaginarias (llegó a explicar sus trucos para espiar agendas, celulares y hasta qué programa usa para hackear cuentas de correo), su dependencia al Clonazepam y varios episodios morbosos con un empleado de su padre. En mi devolución dije lo que para todos era obvio: en pocas semanas su pareja se derrumba. 30 de diciembre Antes de dormir PAV me retó por imitar el tic nervioso de esa pobre chica y después fantaseé que Klezmer organizaba un safari fotográfico en el que yo tenía que convivir con todo ese grupo de resentidos. Por suerte la exhibición de hoy fue todo un éxito: PAV y yo, con el prendedor de “Expositores”, tomamos una cerveza helada y después entramos juntos, con el salón ya colmado. El lugar tenía un estilo despojado de paredes limpias, luces cenitales y algunos almohadones anaranjados sobre el piso de madera flotante. Varios biombos con la publicidad del laboratorio auspiciante dividían la muestra en tres secciones: “Consagrados” (fotos aburridas de temática social), “Nuevos talentos” (donde pensé que me ubicarían), y por último “Experimentales” (donde finalmente me encontré). Luego de pasar por varios retratos sobreexpuestos, Mara, mamá y el resto de los espectadores se topaban con mi obra: una alejandrinus parda, con medio cuerpo asomado al marco de mi ventana y su pata izquierda enganchada en el borde. En otra, un enorme ejemplar de norvergicus come el cebo mientras unos centímetros detrás su cría, los enormes ojos hacia la cámara, intuye la tragedia. La favorita del público fue la gigantografía tomada en 73
teleobjetivo y filtro magenta de la pareja de ratas muertas sobre la rejilla de mi desagüe pluvial: colas endurecidas, hocicos juntos y esas siniestras escamas en el abdomen. Último día del año: Cosas que aprendí desde que no estoy con A.: - que mi útero desata pasiones - que estar en pareja me anestesia (por eso mis malestares se agudizan con la soltería) - que puedo sortear problemas domésticos sin ayuda (cuidar a Salieri, conflictos de consorcio, plagas y arreglos de electrodomésticos) - que puedo ganar plata extra como tester ginecológica - que debería volverme íntima de Mara, conocer más a Diego y Jimena, y alejarme del todo de Bibiana - que escuchar problemas ajenos en terapia ayuda a sacar conclusiones sobre el funcionamiento de la pareja - que el Alopidol eleva mi umbral de tolerancia Antes del brindis de Año Nuevo: Según el Baby Steps el duelo lleva la mitad del tiempo que duró la relación (saqué el cálculo: si sigo en esta dirección me quedan otros 671 días). 3 de enero Por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa. 74
Al rato: En casa, después de festejar Año Nuevo y sobreexcitados por la mezcla de fernet, clericó y cerveza después de mucho tiempo de no tomar tanto alcohol, PAV y yo jugamos a representar la escena de hipnosis de la obra de teatro que yo había visto hace poco, hasta que al rato los gemidos de Salieri que se frotaba sobre unas ojotas de cuero de PAV nos hicieron tentar de risa. En un ataque de carcajadas tuvimos la pésima idea de usarlo como actor. Mientras PAV le colocaba su mejor collar y una oscura musculosa mía de lycra, yo preparé a su “novia”: almohada de plumas cubierta por un abrigo de piel sintética y encima una bota de gamuza de carpincho. Improvisé una frase hacia nuestra actriz, chasqueé los dedos, di fe de su estado hipnótico, y entonces PAV alzó a Salieri hasta acomodarlo sobre aquel engendro. Salieri, encorvado sobre el empeine de la bota, lamió la piel del abrigo y comenzó a arremeter mientras PAV y yo, tirados en el piso de tanto reírnos, lo incitábamos. Cuando se nos calmó la risa volvimos a la habitación. Pero al rato, estampidas contra la puerta. Me levanté a ver: la bota mordisqueada tenía el taco flojo y Salieri, con plumas pegadas y el lomo erizado, parecía dispuesto a todo. Intenté calmarlo con caricias, pero por primera vez en nuestra relación, aferrado a mi pantorrilla comenzó a sacudir la pelvis. Lo reté mientras trataba de sacármelo de encima, pero él me desafió con ojos dementes y más vaivenes, hasta que PAV logró sacármelo de encima con un chorro de sifón. Después, esquivando tarascones, lo echamos a la terraza para volver tranquilos a la cama. Al mediodía nos despertó el timbre. El obeso de al lado trataba de explicar algo que ni siquiera oí: Salieri, con espuma biliosa y miembros rígidos, se retorcía entre espasmos. Corrí hasta él, pero al ver sangre –en las orejas, ojos, hocico, ¡en el ano!– me paralicé: fue como estar 75
conectada a un suero, y que de repente la transfusión se cortara. Recuperé el sentido cuando me escuché gritar, y al rato logré llamar a la doctora Fado, o a emergencias; alguien me indicó que tomase el pulso de Salieri y luego le provocara el vómito para analizar qué había ingerido. Después, la imagen de mi dulce cachorro, mi ser favorito en todo el mundo, el único incondicional en mi vida, que al verme intenta levantarse, unos estertores, desplomarse inconsciente, su pescuezo que cuelga sobre el brazo de PAV cuando desesperados subimos al taxipet rumbo a la internación. De noche (Salieri con pronóstico reservado): Ando deambulando entre camillas hace seis horas: la cocker atropellada se recupera de a poco, pero creo que el lazarillo de una mujer ciega tiene pocas chances. A. sin dar señales. Al rato: Gracias a Dios, Salieri se mantiene estable. Reyes: ¡Salieri superó las 48 horas críticas! Sentirlo aullar y gemir anteayer cuando salió de la anestesia fue lo peor, por más que Fado me aclaraba todo el tiempo que esos delirios eran la reacción del cerebro al retomar sus funciones. Ahora que pasó lo más grave, y como todavía quedan muchos gastos, hablé con Doctorcito para acelerar el proyecto, y él accedió a darme un adelanto para poder financiar el tratamiento veterinario. Me propuso empezar la semana que viene una campaña auspiciada por una marca de DIUs de cobre. Según él, circula el mito de que su colocación está contraindicada para mujeres que nunca estuvieron embarazadas. La idea no termina de 76
cerrarme, pero acepté con la condición de tener siempre charlas previas a las sesiones, y que si me arrepiento igual va a pagarme un mínimo. Espero que esté todo bien porque necesito la plata ya. De noche: Hace un rato, mientras hacía que Salieri tragase su antiespasmódico con un gotero, la doctora Fado me avisó que alguien preguntaba por la dueña del bretón inglés intoxicado. En el pasillo, Lorena Vega. Me llamó Nora y extendió los brazos. No sé cómo, o si fue la descarga de todo el estrés de estos días, pero la abracé y lloré sobre su hombro. Después me acomodó el pelo que se me venía a la cara, me convidó una pastilla de mentol y me contó que todo el grupo estaba preocupado por mí y también que Klezmer la había designado como mi acompañante terapéutica. Dimos una vuelta manzana para cambiar de aire y al regreso pidió ver a Salieri. Sacó de su cartera unas toallitas húmedas para higienizarle las costras alrededor de los ojos y también colocó una estampita de San Roque sobre el tubo del suero. Le acarició el lomo con suaves masajes descendentes para estimular la función renal, según aconsejaba un site de urgencias veterinarias, y después sacó un block para registrar los horarios de suministro de cada droga. Iba a quedarse toda la noche de guardia conmigo, pero finalmente le pedí que se fuera, agobiada de sus comentarios sobre el hamster corriendo sobre una ruedita, y de otras estupideces del petshop que no venían a cuento. 8 de enero Elegimos a Salieri a la semana de su nacimiento sin dudarlo: era el más avispado de su camada y el único al que 77
no le habían cortado la cola. Su mamá Jenny y su padre Bartolo eran hermanos. Jenny falleció en el parto, al igual que el segundo cachorro (al que iban a llamar Kevin), así que tuvimos que darle leche fortificada durante el primer mes para reemplazar el amamantamiento. Durante su primera noche en casa Salieri lloró de corrido. Para la segunda fuimos más precavidos: colocamos un muñeco de peluche similar a un perrito de su raza y un reloj despertador para que sintiese latidos sobre su frazada de dormir (igual, cuando me desperté, mis dos varones favoritos compartían la almohada y respiraban al unísono). Aparte de una parvovirus y la inesperada agresión de un pitbull en una de sus primeras salidas, no tuvimos, por suerte, mayores problemas en su infancia. Momentos críticos que A. y yo atravesamos juntos: - la amenaza de despido de su jefe - un atraso en mi ciclo al segundo mes de conocernos - un asalto callejero con persecución - el coma alcohólico de mi hermano - perder el último micro que iba de un caserío puneño a Salta capital sin un peso en el bolsillo - nuestra separación 9 de enero Al igual que la primera salida, la noche de nuestra ruptura con A. fue viernes. Hacía frío. La tarde previa, en clase de natación, una puntada en el pecho. De noche: Salieri mejora.
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11 de enero. Primer día del proyecto con Doctorcito Doctorcito tuvo la delicadeza de esperarme con ese ambo celeste que usaba el día que nos encontramos en la calle. Después de controlar que el material estuviera esterilizado, firmé un consentimiento, dejé mi ropa sobre el biombo del consultorio y me acosté en la camilla mirando hacia el monitor del costado. Al rato Doctorcito, la cabeza entre los estribos, se secó la transpiración de la frente, dijo “manos a la obra” y de a poco comenzó a aplicarme el dilatador mecánico mientras yo intentaba concentrarme en imágenes agradables para no sentir dolor (un recital de Marisa Monte que pasaron en la tele; mi fiesta sorpresa de hace unos años; las estrellitas mágicas de PAV). Reservé el truco de respirar hondo y repasar letras de canciones de Isabel Pantoja, que aprendí de Tía Lupe, para cuando Doctorcito tuvo que pasar una cánula a través de la pinza con aro. Con el frío del gel que me repartió sobre el abdomen con una especie de micrófono aparecieron las primeras imágenes: en el monitor, un puntero láser seguía cada movimiento. Después de un rato, Doctorcito dio un golpe a la pantalla y dijo que el primer intento había fallado porque el líquido de contraste quedó alojado en mi cérvix y entonces no permitía ver más allá del endometrio. La segunda vez tuvimos suerte: el recorrido del láser por cada parte de de mi cavidad uterina que la pantalla mostraba con total nitidez me recordó a esos flippers con que mi hermano y yo nos divertíamos de chicos. Había que hacer rebotar unas bolitas metálicas por el tablero para sumar puntos. Doctorcito dijo que esa comparación servía para otras pacientes de “interiores inciertos”, porque en realidad por dentro yo parecía un tetris y el diseño de mis trompas de falopio, una herradura invertida. “Tu herradura de la suerte”, dijo, y grabó las imágenes. 79
De noche: Con lo que cobré del testeo de hoy me alcanza para pagar los gastos de la internación de esta semana y devolverle a PAV lo del taxipet. 14 de enero A. vuelve de la costa. 15 de enero Volví al grupo. Klezmer me convenció con el argumento de no abandonar en estos momentos mi red de contención y no se equivocaba: tuve que teatralizar mi “escena temida”, y como detesto la actuación, en lugar de exponerme preferí dirigir la escena del reencuentro con A. mientras nuestro perro convalece. El escultor representó el papel de A., Lorena Vega hizo de mí y Jonathan, acuclillado sobre una mesa, era Salieri. Di pautas mínimas: A. entraba, yo (es decir Lorena Vega) debía recibirlo con dignidad y sin reproches, y Salieri comenzaría a reanimarse. Mis compañeros actuaron bien, y hasta me sentí en evidencia cuando Lorena Vega en medio de su parlamento improvisó algunos gestos de afectación. Al finalizar Klezmer dijo que el silencio de A. decía mucho. Más tarde: Releyendo, me doy cuenta de que al proponer la escena omití a PAV. 16 de enero A. y yo peleamos porque él se opone a que Salieri reciba Cortisona para anular el factor anticoagulante del Brumoline. Según él, nuestro perro tiene capacidad para curarse sin necesidad de recurrir a esa “basura sintetizada”. 80
Le dije que no puedo afrontar sola todos los gastos de la internación, que lo más justo sería que para pagar algunas cuentas empeñáramos el samovar y él respondió que por la marca que veía en mi cuello yo no debía estar tan sola. Se trata de un sarpullido alérgico, le expliqué. Lo que A. y yo envidiábamos de otras parejas: - espontaneidad en presencia de terceros - que se buscaran la mirada en las reuniones sociales - suegros presentables - que se atrevieran a combinar el color de su ropa en casamientos y fiestas importantes - identificación política - que sus versiones del mismo suceso coincidieran - hobby compartido (camping, canto, militancia, baile de salón o deporte en pareja) Lo que (creo que) otras parejas envidiaban de nosotros: - nuestra dupla en el dígalo con mímica - el libre reparto de las tareas domésticas - nuestro fanatismo por Tina Turner - nuestro abono para la Sinfónica - excursiones al sex shop los primeros aniversarios - Salieri - maratón de pizza los domingos 17 de enero, en la veterinaria: Esta mañana ingresó un terrier mediano flaquísimo. Pensé que el chico alto y bronceado que lo trajo era el dueño, pero mientras esperábamos que empezara el horario de visitas, me contó su vínculo real: estuvo en pareja con la dueña de ese perro durante cinco años, pero luego de separarse hace algunos meses se mudó al centro mientras ella se quedó en el suburbio donde vivieron siempre. Ayer se le ocurrió visitar a sus amigos del barrio, y al pasar cerca de un basural a cielo abierto un perro de una pandilla que 81
rapiñaba desperdicios comenzó a seguirlo; después de algunas cuadras, el chico reconoció en ese animal tuerto y sarnoso a la mascota de su antigua novia, y aunque no tenía ganas de reencuentros, lo llevó hasta la casa de ella. Tocó al timbre y nadie respondió; en la Sociedad Protectora de Animales había una faja de clausura por peligro de derrumbe, y como el pobre perro estaba exhausto, decidió llevarlo a la veterinaria para luego darlo en adopción. Le pregunté el nombre del perro y él dijo Magnolia. Entonces prometimos que si Salieri se recupera como corresponde, perdería con ella su virginidad. Más tarde: Cuando en la sesión conté la historia de Magnolia, Lorena Vega se conmovió, así que entre todos la convencimos para que la adoptase. Al principio no parecía segura, pero después aceptó probar por quince días para hacer más llevadero el período de impasse con su novio. De noche: Le dije a A. que la veterinaria Fado pidió que los dos estuviéramos presentes para el próximo parte médico. 18 de enero PAV es sano, inteligente, a veces sexy, y parece quererme bien. Y sin embargo… 19 de enero, en la veterinaria: Cuando la doctora Fado nos dijo que Salieri estaba casi listo para el alta, A. y yo nos abrazamos por un buen rato. Después nos entregó una fotocopia marcada con resaltador y nos pidió que luego de leerla pasáramos a su consultorio. Transcribo: 82
“Como su ancestro el lobo, el comportamiento canino se basa en su herencia genética que lo prepara a vivir en manada según conductas sociales. Dentro del grupo, cada integrante ocupa un puesto según su rango y sólo el “jefe de la manada” (o macho alfa), por sus aptitudes para proteger el bienestar del grupo, domina a todos; el resto de los integrantes toma posiciones jerárquicas según distintas cuestiones como poderío físico, oposición encontrada, o iniciativa de mando. Como la familia es su manada, para escalar puestos el perro intentará desafiar las prerrogativas del líder: *Territorio: los superiores ocupan los mejores sitios, más importantes o estratégicamente ubicados; *Comida: los líderes comen primero y muchas veces su presencia obliga a los demás a cederles sus raciones; *Sexo: además de tener prioridad para el acto, los superiores lo realizan a la vista de los demás y suelen ser los únicos en practicarlo”.
Ya en el consultorio, aproveché que A. estaba callado para adelantarme a la doctora Fado y dar mi diagnóstico: tras nuestra ruptura con A. –el confiable “macho alfa” durante la convivencia–, Salieri asumió el puesto vacante como un nuevo jefe tirano, así que lo mejor para que nuestro perro volviera a fijar roles sería que pasase unas semanas con su antiguo líder. A. estuvo de acuerdo, pero cuando le anoté el teléfono de Lorena Vega para que arreglara la cita con Magnolia me acusó de querer desautorizarlo. 21 de enero Hastiada de PAV, asfixiada de relevar muestras en la consultora y sin Salieri. Necesito cobrar el aguinaldo y salir urgente de vacaciones. 83
22 de enero A mis ocho años mamá y papá me enviaron a una colonia estatal de verano mientras ellos se separaban. Ahí conocí a Flavia, que ya tenía nueve y una medalla de bronce de natación estilo pecho del último torneo municipal. Como yo me destacaba en los juegos de mesa y nos volvíamos en el mismo transporte, Flavia comenzó a invitarme a su casa. Nos encerrábamos en la baulera de su edificio donde su familia guardaba algunas reliquias: un juego de vajilla de porcelana, una mesa plegable, un acolchado de lamé, y un conejo disecado que, aunque no estábamos seguras del sexo, ella bautizó con mi nombre. Con esa escenografía, copiábamos cada capítulo de nuestra telenovela favorita, que trataba de una ciega raptada por su padrastro la noche siguiente a su casamiento con su amor verdadero. Cuando un año más tarde los protagonistas se reencontraban, ella tenía un hijo de cuatro meses y entonces él, ofendido por creerse engañado, pedía la anulación del matrimonio. Luego del martirio de varios capítulos de enigmas y malentendidos sobre el adulterio, en el último episodio Flavia y yo (que habíamos mentido para que nos dejaran faltar a la colonia) preparamos provisiones para ver cómo al fin todo se aclararía. Para el segundo bloque yo ya había devorado todo un paquete de galletitas rellenas y en la última tanda publicitaria nos tapamos bajo el acolchado. Cuando llegó la resolución, el padrastro, en su lecho de muerte, confesaba que la noche del rapto había respetado a la ciega y entonces los protagonistas se besaban, y tras un fundido a negro aparecían felices un año más tarde en el bautismo de un nuevo hijo. Yo, loca de incomprensión, le pedí a Flavia que me explicara. Ella no me explicó, pero la tarde siguiente me hizo actuar una escena de abuso 84
y ya cuando nos preparábamos para dormir después de haber hojeado una revista para adolescentes, me preguntó si quería casarme con ella con la voz suave que ponía la protagonista para que su amor verdadero se acercase a escucharla. Cuando me acerqué, ella imitó el gesto de inclinar la cabeza y entrecerrar los ojos y me besó. Al día siguiente amanecí con síntomas de mononucleosis y dejé de verla. Hace unos meses, al pagar el ticket del estacionamiento donde A. dejaba el auto, la reconocí: nos miramos a los ojos durante segundos y después cada una siguió su camino. De noche: También practiqué besos con muñecos de peluche, pero eso no cuenta. ¡Último momento!: Leo se casa. 23 de enero Lorena Vega se ofreció a cederme la semana de un tiempo compartido en Uruguay que contrató al inicio de su noviazgo: como el plazo para hacer efectivos esos días vence antes que el impasse con su pareja, y además Magnolia no tiene permiso para salir al exterior, ya no va a usarlos. Me pareció una buena idea pero Klezmer opinó que ese intercambio saldría del “encuadre terapéutico”. Entonces el escultor, para no ser menos, dijo que Lorena Vega me manipulaba, Gabriel empezó a angustiarse y Jonathan habló con voz firme por primera vez. Dijo: me tienen podrido. Yo aplaudí, y Klezmer dio por terminada la sesión.
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De noche: Para resaltar mis puntos fuertes, en vez de ir a la playa decidí sacar pasajes para una excursión gourmet a unos viñedos, la misma en la que se conocieron Diego y Jimena, mi actual pareja favorita. 24 de enero Acompañé a PAV a un festival de cantautores donde no había aire acondicionado y además entraban los mosquitos. A pesar del calor húmedo, él pidió vino tinto, humita y un postre regional, y cuando ya lograba convencerlo de que nos fuéramos al patio de comidas de una galería refrigerada, se acercó a nuestra mesa aquel músico del charango que conocimos en Navidad. Nos preguntó por Mara y nos dejó el folleto de un ciclo de teatro cooperativo en el que él participa. Pensé en aprovechar para levantarnos, pero PAV, entusiasmado, lo invitó a cenar con nosotros y hasta ofreció nuestros servicios de fotografía fija para aquel evento. El músico y PAV brindaron por la propuesta pero yo, al ver en el programa que las funciones van a hacerse en un inseguro barrio de las afueras, pateé a PAV por debajo de la mesa. Ya en su casa, le conté que pedí vacaciones en el trabajo porque pienso irme unos días; él me abrazó y preguntó si iba a extrañarlo. Para que mi silencio no se notara tanto le di un beso bastante largo, pero después, cuando dijo que quería pasar más tiempo conmigo y que yo me convirtiese en su compañera, tuve que decirle que lo mejor va a ser que cada uno encuentre compañía en alguien más compatible. Al principio no entendió, así que se lo grafiqué con una teoría del Baby Steps: la clave de una relación a largo plazo es que no haya más de dos puntos de diferencia entre la calificación que uno se asigna a sí mismo y la que le asigna al otro miembro de la pareja. Yo soy un 7, le dije, pero vos un 9,50. 86
Antes de dormir: A. también es 7. 26 de enero Botiquín de viaje: Reliverán, Amoxidal, Dirox, Zoloft, Merthiolate incoloro, Neobitiol, Tetralgín, Dorixina forte, manteca de cacao, Alplax, Hepatalgina, Oralsone, kit de cortaplumas con pinzas, Falgos, Benadryl, tabletas purificadoras de agua, Sertal compuesto en gotas, Plidam, Mebutar. Teléfonos de urgencia. Además: Pedir turno en peluquería y depiladora, escribir tarjeta de felicitaciones a Leo (¿?), controlar vencimiento de impuestos, cerrar persianas y pase de gas, activar el out of office del correo electrónico de casa y la oficina. Candado en el picaporte del dormitorio por si mi hermano viene en mi ausencia. De noche: Llamé a Bibiana para reclamarle el pantalón que dejé en su casa y ya de paso le dije que lo necesito urgente para mi viaje como fotógrafa de la empresa de excursiones gourmet. Sin que le pidiese opinión, ella dijo que en realidad yo “escapaba” de mis problemas. Le dije que ésa también es una buena razón para viajar y le pasé por mensaje de texto el código de la compañía de taxis contratada por mi oficina. Al rato la recepcionista me avisó que había llegado el taxi con mi pantalón y lo retiré sin firmar el voucher. Mañana, tercer testeo con Doctorcito.
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27 de enero Nuestro proyecto con Doctorcito avanza, y para mejor pude conocer interesantísimos detalles de su vida privada, porque como su consultorio está invadido por electricistas –si el split está encendido, el disyuntor salta cada vez que él hace andar el ecógrafo–, tuvimos que ir a su casa para hacer el testeo. Al entrar, su PH tipo loft me recordó a la portada de una revista sobre “espacios Hi-Tec” que hace poco encontré en la sala de espera de Klezmer: el living, integrado a la cocina por una barra de acrílico, tenía revoque blanqueado a cal y dos sillas de acero inoxidable y cuerina oscura sobre una alfombra geométrica en rojo, negro y gris. En un piso superior, un equipo de wellness de minigimnasio y un hidromasaje con venecitas azul eléctrico. Doctorcito me pidió que me acostara sobre la banqueta del equipo de musculación y allí mismo me controló el DIU. Dijo que las paredes del útero estaban intactas, pero que le avisase si durante la ovulación llego a tener pérdidas. Después fuimos al living para ver un documental sobre unos antropólogos que habían descubierto pepitas de cobre en cuerpos de mujeres mayas, lo que según él es una prueba contundente de la nobleza de ese material como espermicida. Le dije que me alegraba contribuir al bienestar de otras mujeres, y le pedí que me dejara recorrer sola el resto de la casa. Al bajar a un garage refaccionado como jardín de invierno donde Doctorcito cultiva hortalizas hidropónicas se encendieron las luces y la refrigeración: los ambientes de la planta baja, según me explicó después, están domotizados. Más tarde, en su estudio de pintura encontré unos horribles y desproporcionados lienzos con las iniciales de Doctorcito. Son de hace cuatro años. La mayoría, manchones oscuros sin ningún trabajo de 88
composición, excepto por los retratos que descubrí tras una puerta: una rubia con la cara borrada y, como fondo, un psicodélico espiral; luego, la misma mujer, de espaldas, con dos hombres idénticos a cada lado. Cuando le pregunté si seguía viéndola, bajó la mirada no sé si por angustia, incomodidad o un híbrido entre ambas cosas, y dijo que sí. De a poco se animó a contarme que después de separarse de esa rubia se abocó por completo a una investigación que casi lo lleva al surmenage, y que ahora está feliz por haber encontrado el útero perfecto. Le dije que lo perfecto es contrario a lo bueno, y como mi frase pareció gustarle, insistí en que su problema era que pensaba de más. Para cerrar, una cita de Mara: “la vida se pasa pasando y no pensando”. Se rió, y cuando nos despedimos, me mandó cariños para Klezmer. 1.57 am: El obeso de mi vecino, que ahora hace escalas con un instrumento de cuerdas, me sacó de una fantasía en la que mi oficina era el cuarto de pintura de Doctorcito. Contra una pared de telgopor había un collage de A.: su cara y su cuerpo eran idénticos a los reales, sólo que al acercarme me daba cuenta de que los ojos eran botones y las pestañas, alambres de fibra óptica. Rompía la pared de telgopor para irme, pero después de diez pasos una tobillera como las de los presos en libertad condicional me daba descarga eléctrica. Mejor me apuro: tengo cuatro horas para terminar con los preparativos para el casamiento de Leo y aprontar varias cosas que me quedan para el viaje. En el colectivo, rumbo a los viñedos: A falta de amor verdadero, el casamiento de Leo y la extranjera tuvo todas las demás emociones. Según lo 89
que pude averiguar en el baño del salón de fiestas donde una prima del novio reforzaba un bretel del vestido verde botella que eligió para taparse, Leo conoció a su nueva mujer en el hostel donde comenzó a trabajar luego de que su última novia lo echara de la casa. Su actual, una holandesa bastante insulsa, trabaja en una ONG del tercer sector que ayuda a países en riesgo. Le pregunté a la prima qué tipo de ayuda y dijo que no sabía bien, pero que ya casados podrían no hacer nada durante varios años y vivir de beneficios sociales. Los novios entraron con “Somebody to Love”, por George Michael, y los pocos invitados, varios extranjeros, no sabían que había que recibirlos con aplausos y abrazos, así que el disc-jockey comenzó a pasar una selección latinoamericana que tuvo más éxito. Sin seguir las convenciones ni hacer caso a los posibles comentarios, en el vals saqué a bailar a Leo después de su madre, y cuando en el plato frío los novios se me acercaron para la foto, la holandesa me preguntó en inglés de dónde conozco a Leo y tuve que decir que él y mi novio, que no había podido venir porque estaba de viaje, jugaban juntos al tenis. La holandesa me agradeció la pava eléctrica que les regalé y cuando se alejó hice un chiste sobre su ramo de tulipanes que festejó toda mi mesa. Luego del segundo plato y de un trencito donde un pelirrojo fláccido me dejó la cintura transpirada, salí al patio del salón para refrescarme los pies hinchados en la pileta. Al rato se me sentó al lado un antiguo compañero de la secundaria que ahora hace una pasantía en el exterior y espera su primer hijo. “Y vos”, preguntó. Le dije que escribía un diario. Para la hora de las cintas de la torta la mayoría de los extranjeros, borrachos o fastidiosos, sólo mostraron algún entusiasmo con el mozo que trajo en una bandeja una pata de cordero para flambear. El fotógrafo retrató 90
a los novios a ambos lados del mozo que rociaba la carne con alcohol, y también a la familia de ella con las manos unidas para apuntar un facón hacia la carne. El mozo acercó un fósforo hacia la bandeja, y cuando el cordero se encendió con un estallido bastante fotogénico una chispa alcanzó el vestido de la novia. Leo intentó apagarla pero sólo logró que se le prendiera su camisa, hasta que el pelirrojo –al final no tan fláccido–, alzó a la novia para tirarla a la pileta. La pareja pasó en una guardia su noche de bodas (el médico del salón de fiestas prefirió que Leo se hiciera revisar las llagas del tórax en un hospital), y según el dermatólogo le espera una luna de miel con gasas furasinadas. Al volver a casa después de saber el diagnóstico, me di cuenta de que había perdido uno de los aros de malaquita que me regaló A. Cosas que planeé de chica y no salieron como esperaba: - que a los doce “me vendría”, a los quince daría mi primer beso, a los veintitrés me casaría y a los veintiséis tendría dos hijos con dos años de diferencia entre sí - que tendría una pareja sólida, profesión exitosa, una apariencia agradable y un auto cinco puertas azul Francia - que pasaría algunos fines de semana con colegas o amigos para evitar la rutina doméstica - que antes de la convivencia conocería la nieve - que estaría asociada a un club donde practicaría algún deporte - que sería mejor promedio en la secundaria o en la universidad - que haría un largo viaje en casa rodante - que por una temporada sería trapecista de circo y el público me aclamaría 91
De siesta: Hace media hora que el colectivo está detenido por un corte de ruta pacífico, casi recreativo, de unos chacareros que a pesar de la hora toman mate al sol. Quise bajar a estirar las piernas pero la tirana de la coordinadora dice que estamos bajo su responsabilidad. Veinte minutos después: Sigue el conflicto. El chofer decidió desviarse por una ruta provincial, y para distraer la atención de los pasajeros la coordinadora anunció la proyección de una película subtitulada. Por suerte el tipo del tercer asiento (creo que es viudo) accedió a cambiarme de lugar y voy a poder verla sin contracturarme. El baño ya está inutilizable. En la ruta del vino: Imposible dormir por los comentarios de la coordinadora sobre el suelo y el clima de la región. Hace un rato pidió que levantáramos la mano cuando ella nombraba la variedad de uva favorita de cada uno y, como era obvio, entre la lista incluyó algunas falsas para hacerse la graciosa. Después, cuando pasó por cada asiento para entregar la grilla de actividades previstas en la excursión y conocer la profesión de cada pasajero, fingió interesarse en mi cámara. Le expliqué la diferencia entre zoom digital y óptico, y también las ventajas de los aparatos reflex (que dudo haya entendido), y como al rato el viudo se acercó para consultarme sobre lentes recambiables y calidades de impresión digital, me propuse para, una vez en los viñedos, enseñarle a todo el grupo a construir cámaras estenopeicas con cajas de vinos.
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Estuve a punto de decirles que podía usar mis contactos para organizar una muestra a nuestro regreso, pero por suerte me contuve. Al rato: Mejor voy a hacerme la dormida. Primera parada: Los pasajeros se inquietan: hace diecinueve horas que salimos y todavía nadie probó una gota de alcohol. 30 de enero, en el hostal: Por lejos, me tocó la mejor habitación –la única que, según averigüé, tiene aire acondicionado y un balcón donde puedo desayunar lejos de las planillas excel de la coordinadora y de la mirada insistente del viudo–. Además, si bajo a la recepción mientras los otros desayunan evito colas frente a la única computadora del hostal para chequear mails y leer blogs. Mañana, excursión a la primera cava y degustación de helado de vino por la tarde. En la parada para almorzar: Es oficial: el viudo quiere estar conmigo. Después del almuerzo regional: Constipada. Ya no tengo cintura. De noche: La visita a la primera cava estuvo bien: aprendí sobre propiedades de la cáscara de la uva, y también que la palabra vino en sánscrito significa amor. Cuando todos iban a entrar a la vinoteca porque la coordinadora 93
anunció que comenzaría la ronda de preguntas al gerente, pedí permiso para recorrer las instalaciones y sacar algunas fotos que pienso mostrar en la clínica de imagen. Primero saqué fotos de algunas herramientas que me habían llamado la atención durante el recorrido guiado (como la despalilladora o la prensa mecánica), y de a poco me gané la confianza de los trabajadores del lugar que comenzaron a hacer poses divertidas ante la cámara. Conversé con algunos operarios que me explicaron el funcionamiento de la cava, desde simples cosecheros hasta los responsables del control bromatológico, y comprobé que, como decía A., quienes hacen trabajos manuales sufren menos estrés. Al rato me llevaron a la finca para que sacara fotos a algunas variedades de parras, y al fin me mostraron hojas deformadas por algún virus, hongo, exceso de riego o pesticida que retraté con lente macro. Volví a reunirme con el grupo justo para el momento de la degustación final. La coordinadora explicó que siglos atrás chocar las copas era un rito de confianza, un modo de asegurarse de que el vino, que se mezclaría en el brindis, no estaba envenenado. Entonces el viudo propuso un “chinchín” por la tradición, y con sus ojos fijos en los míos agregó algo bastante desagradable acerca del intercambio de fluidos. Cosas que a A. y a mí nos resultaban desagradables de otras parejas: - que compartan la servilleta de papel en los asados - apodos ridículos - que él sea más bajo que ella, o ella muy parecida a la madre de él - toqueteos en público - que miren televisión cuando salen a comer afuera - que abran una cuenta de mail a nombre de ambos, o aparezcan juntos en el perfil personal de Facebook 94
- que vistan a su mascota con camiseta o bufanda de su equipo de fútbol - que alguno de los dos responda siempre por el otro De noche: En el locutorio, cuando chequeaba mensajes en mi contestador por tercera vez en el día, vi de reojo que el viudo hablaba por teléfono. No alcancé a escuchar la conversación, pero desde el espejo de mi cabina noté que sus labios repetían: “yo también, mi amor”. El helado de vino, un chasco. Mensajes en mi contestador: La secretaria de Tesorería para confirmarme el depósito atrasado del aguinaldo. PAV: que viajar es una ocasión para ver todo en perspectiva, que le hable de frente, que no me escude en el Baby Steps, que no me guarda rencor, que lo llame para terminar de abrir o de cerrar lo que empezamos, que lo llame. Una nueva compañía de emergencias para ofrecerme tres meses de servicio bonificado. Mamá: que me llevé su protector solar sin autorización. 2 de febrero Después de una caminata guiada por una finca donde aún se fabrica vino patero, fuimos a catar las especialidades de la bodega. La coordinadora pidió que no nos entusiasmáramos con los primeros vinos porque suelen ser los más ordinarios, que esperáramos que llegasen las variedades más sofisticadas, pero como hacía calor tomé tres copas de torrontés hasta que sirvieron el tannat. A la salida estaba prevista una charla sobre desarrollo sustentable, así que fui al centro del pueblo a mirar algunos regalos para la vuelta. Consulté por un 95
decantador de cristal para Mara, y por unos tapabotellas de corcho y aluminio que quizás lleve para el grupo de terapia, aunque no sé si se usa hacer eso. Después me senté en el banco de la plaza a almorzar un sandwich de pan de centeno y jamón crudo con un porrón de cerveza negra mientras leía una revista. Para las tres de la tarde la cabeza me pesaba tanto que sin darme cuenta me quedé dormida. Fue una siesta profunda como las que hacía de chica, apoyada sobre el pecho de mi abuela mientras ella veía telenovelas, o cuando con A. pasábamos todo un feriado sin salir de casa. Tuve un sueño revelador que ahora olvidé. Me desperté dos horas más tarde, justo para sacar algunas fotos con luz natural. Volví a la bodega que visitamos hace tres días (donde dejé varios contactos con los que logré pasar al sector “restringido para personal”) y retraté las frutas descartadas para la primera selección de vino que usan para las marcas alternativas de la misma firma. También me dejaron ver algunos racimos injertados en parras híbridas que dan uvas sin semilla, bastante parecidos a las verduras hidropónicas de Doctorcito. Al atardecer volví al centro del pueblo donde varias personas parecieron reconocerme, y como pasa siempre que una quiere estar sola, encontré compañía. Un chico de orejas grandes comenzó a caminar al lado mío. Quería hablar: me contó que antes de dejar todo para venirse a este pueblo vivía en un semipiso céntrico con una novia rubia, administraba una mediana empresa de regalos empresariales y tenía una culebra, Rita, en una pecera. Un día, mientras llevaba su auto cromado al service, sintió que había quedado en blanco, que desde hacía mucho actuaba “en piloto automático”, y entonces decidió cambiar de vida. Ahora se dedica al comercio justo de ropa tejida a mano y estudia percusión. Me preguntó qué me interesaba retratar en este pueblo y cuando le conté que 96
me había divertido conocer algunos experimentos en las frutas, se refirió al dueño de la finca como “el latifundista”. Después se levantó la remera para mostrarme el piercing que se colocó en su tetilla derecha: un recordatorio de que el dolor puede ser un pasaje hacia momentos de bienestar. O de felicidad, creo que dijo. Camino al hostal pensé si funcionaría vivir en un pueblo: hacer mermeladas, plantar lúpulo, comer frutas secas hipercalóricas, quedar embarazada antes de los treinta. Cosas que hacían feliz a A.: - ver deportes por televisión escuchando el relato de la radio - masajes en el cuero cabelludo - el pastel de papas de la rotisería cara del barrio - sexo en la ducha - atajar los penales de su sobrino - la quinta sinfonía de Mahler, la obertura de la Flauta Mágica y el cuarto movimiento de las Bodas de Fígaro - hacer pogo borracho con sus amigos del secundario - los consejos de la homeópata 23.50 pm: Acabo de recordar parte del sueño de la siesta: Caminaba entre las glorietas de la plaza frente a mi colegio secundario, donde me escapaba cuando tenía clase de Educación Cívica. Cruzaba a comprar licor y estaba en una selva fría. El miedo me daba ganas de hacer pis y me agachaba al costado del grueso tronco de un árbol. En un momento me sentía espiada, pero eran sólo unas ardillas. Después no me acuerdo qué más pasaba, pero me hubiera gustado soñar que de ese matorral aparecía A., que entre risas me besaba y después, con esa mirada pícara que tanto me gustaba, decía “viste, sólo tomaba impulso”. 97
4 de febrero Al parecer el viudo rehizo su vida. En la cena de ayer noté en el grupo un clima más alegre al habitual y cuando esta mañana bajé a dejar las llaves de mi cuarto en la recepción, vi una valija de nobuk percudido y otro pequeño bolso de un cuadrillé pasado de moda. Mientras el resto de la excursión terminaba de prepararse para salir, pude observar a la recién llegada: una huesuda de pelo reseco con anteojos montados al aire y olor a cigarrillos mentolados que el viudo presentó como su “amigovia”. Por suerte, esta vez nos evitaron el recorrido por la bodega y nos llevaron directo a degustar. Aproveché que la huesuda fumaba fuera de la cava para acercarme al viudo y tomar lo que había dejado en su copa. Cuando él se dio cuenta me hice la sorprendida y le dije que había “conocido sus secretos”. Él dijo que no era grave, pidió más malbec y se fue a negociar el precio de unas cajas de vino con la coordinadora. En el colectivo de regreso al hostal me tocó sentarme detrás de la parejita; por un buen rato ella intentó hacer entrar su horrible bolso en la gaveta de arriba de mi asiento, él la ayudó y cuando al fin lo consiguieron, festejaron con un beso a veinte centímetros de mi cara. Después pasé la tarde en Internet. Leí algunos blogs, mandé mails a Mara, a Diego y a Jimena, chatée con Leo (aún con Bacitracina tópica), y casi sin pensarlo escribí el nombre del viudo en dos buscadores. Más tarde: En la ducha, mientras me enjuagaba, otra vez la imagen de ese beso. De madrugada: Hecho. 98
La huesuda no fue al festejo de fin de excursión en una antigua bodega reciclada como restaurant típico porque “estaba indispuesta”. Ni bien encontré el lugar que me habían asignado en la mesa de nuestra agencia de viajes, un dúo comenzó a cantar unos temas folclóricos que todos simulaban seguir. Después de soportar el último bis, la coordinadora pidió levantar la copa por el último día del viaje, y cuando choqué la mía con la del viudo, él desvió la vista hacia la puerta del baño donde una petisa se acomodaba su strapless. Le reclamé brindar de nuevo, esta vez mirándonos a los ojos. Por las dudas, le dije, y entonces sí me miró. Al rato volvió a llenar mi copa, me desafió a “fondo blanco” y lo dejé ganar. Antes de que termináramos el postre volvió el dúo con una pareja de danzas típicas, y entonces saqué de mi cartera el Ipod que Mara me había prestado para viajar y puse un tema de Alicia Keys. Le pasé un auricular al viudo, que empezó a traducirme en simultáneo la letra, y cuando terminó el siguiente track me propuso escuchar “lo que quisiese”. No entendí, pero igual fui con él hasta la remisería de al lado donde el tipo que abría la puerta de los autos nos dio unas indicaciones. Caminamos por la zona residencial: casas de techos a dos aguas, jardines con grama bahiana, golden retrivers de pelo brilloso detrás de las rejas, y casi llegando a un barrio popular el viudo se detuvo en un bar con el cartel de “Rockola” en la entrada. Pusimos cinco fichas cada uno y nos fuimos. A las tres cuadras, el viudo comenzó a hacerme masajes en las lumbares y unos pocos metros después tenía sus dos manos dentro de mi remera. Nos metimos en un garage sin candado de la zona residencial donde tuve que agarrarme del capot de un Megane para no caerme. Después, con las piernas todavía temblorosas, nos tiramos en el césped bahiano, y me quedé dormida con sus suaves masajes en las cervicales. Al despertarme tenía 99
mi cabeza sobre el pecho de él, y como ya amanecía, me impresionó darme cuenta de que muchos de sus vellos eran blancos. 6 de febrero, en el hostal: Ya. Necesito mi baño. Después del check-out del hostal: Intensa puntada en el abdomen anoche con el viudo y hace un instante al levantar mi valija. En el último peaje de regreso: En nuestras primeras vacaciones juntos, A. y yo alquilamos una casa con pileta en las afueras de la ciudad. Salieri todavía era cachorro y como yo no tenía días libres en la consultora porque había empezado a trabajar ese mismo año, decidimos que lo mejor era pasar las noches y los fines de semana en un lugar tranquilo. Habíamos visto varias casas para alquilar, pero ninguna nos convencía: eran caras, quedaban cerca de barrios peligrosos, o estaban en pésimas condiciones. Al fin, A. me llamó al trabajo para contarme que una le había encantado. La dueña era estricta y tenía por norma no alquilar su propiedad a estudiantes, mujeres solteras que no fuesen familiares, ni ciudadanos de países limítrofes. La casa estaba llena de estampitas y vírgenes de yeso; en la puerta, un cartel: “Señor, mantén el vicio y el pecado fuera de esta casa” (también había otros que, una vez instalados, jugábamos a repetir de memoria: A. golpeaba dos veces al llegar, yo preguntaba “¿Ave María purísima?”, y sólo si él respondía “…sin pecado concebida”, le abría la puerta). El día que íbamos a firmar el contrato, el marido de la dueña –todos los botones de la chomba prendidos en 100
pleno enero– nos entregó el control remoto del televisor: la mayoría de los canales estaban bloqueados. Nuestros hijos son adolescentes, explicó. Ya en la escribanía hablé de la consultora de opinión donde trabajo, dije necesitar el descanso por las complejas decisiones que requería mi puesto de analista junior, y A., cómplice, dijo que yo era demasiado responsable mientras me acariciaba la mano. La dueña se enojó al darse cuenta de que yo no tenía anillo, dijo que tendríamos que haberle avisado que no éramos “un matrimonio”. Todavía, se apuró A. “Más les vale”, dijo ella, “Dios regala bienestar siempre y cuando vivan bajo Su bendición”, y después de forzar un suspiro agregó: “y no apiñados como gallinas”. Excepto por esa vez, nunca pensamos que estar casados podría servirnos para algo. En el último semáforo: Voy a bajar última, cuando el viudo y los demás ya estén cansados de despedirse. 7 de febrero, al fin en casa: Mensaje de A.: ¡¡¡SALIERI cAMpEoOón!!! J J J 8 de febrero A. me saludó con el pulgar hacia arriba apenas me distinguió frente a la plaza donde quedamos en encontrarnos. Hacía bastante que no lo veía, y aun desde lejos lo noté encorvado. En cambio Salieri me había olido desde hacía varios metros y, ganador, tiraba eufórico de la correa. Al verlos me pareció increíble que la última vez que estuvimos los tres juntos había sido en la veterinaria, con sueros y prótesis alrededor. A. y yo nos dimos un beso rápido, sin mirarnos, y en seguida tuvimos que desatar a Salieri, panza arriba para 101
recibir nuestras caricias, y de a poco tranquilizarlo porque de la emoción se le escapaba el pis. Me lamió los tobillos y los dedos de los pies un rato y después se fue tras una bulldog. “Está hecho un galán”, dijo A. mientras nos acomodábamos en un cantero dentro de la parte enrejada de la plaza. Según él, el debut de Salieri y Magnolia había fluido de manera espontánea. “Con naturalidad”, dijo, “como nosotros”. Creo que se arrepintió de la última frase porque la voz se le enrareció. Le dije que no se controlara tanto, que me dejase ayudarlo, y él, con los ojos húmedos, se acostó en mi falda. Le acaricié la frente, le hice algunos masajes suaves en el cuero cabelludo, y cuando quise levantarme para ir a comprarle una cerveza me abrazó tan fuerte que no me dejaba respirar. Soltame, le pedí, pero él, con un llanto ya al borde de las convulsiones, no me oía. De mañana: Aturdida. Hasta las 3 am la voz plana de A. taladrándome por dentro. 11 de febrero Volver a la consultora fue terrible. Dos compañeras renunciaron para pasarse a la competencia, así que además de soportar el malhumor de mi jefe, hasta que encuentren reemplazantes voy a tener que quedarme hasta tarde, más por simular colaboración que por necesidad, ya que en febrero el trabajo es poco y aburrido (backups, proyecciones del año, informes, etc.). Mara me llamó deprimida: su noviazgo en fase terminal y ni siquiera tiene plata para despejarse un fin de semana en la costa, y Jimena y Diego adjuntaron en su mail fotos de sus vacaciones donde se los ve bronceados, dependientes, frescos. Al menos acaba de escribirme A. Me agradeció por estar. 102
13 de febrero A. y yo tuvimos una larga y sincera charla en la que coincidimos en que logramos entendernos mejor desde que no estamos juntos. Sin juzgarnos tanto, dijo él. Me pidió el prospecto del Alplax para consultarlo con su homeópata y después pasarme su opinión. Se lo di, ya no sé si para evitar una discusión o porque me da lo mismo, y él dijo que a veces trataba de imaginarse cómo había sido yo antes de empezar a tomar medicación, varios años atrás. Una persona horrible, le dije, ya lo hablamos demasiado. Aunque lo escuché más animado, prefiero que Salieri todavía lo acompañe unos días más. Momentos en que A. lloró delante de mí: - en el reencuentro de mi viaje sin él a Rosario, en el sofá de su antiguo living, después de acabar - cuando despedimos a su padre antes de que entrara al quirófano - después de una desquiciante pelea con un empleado de la compañía de seguros de su auto (con temblores en el mentón) - la segunda noche en el Chaltén, solos en ese parque, mientras sonaba la Quinta Sinfonía de Mahler - cuando la selección quedó fuera del Mundial De noche, otra vez desvelada: Desgano y oscuras profecías: depresión post-viaje. Más tarde: ¿O todavía es por A.? 14 de febrero. Onomástico de San Valentín: Medios corazones, remeras y tazas estampadas, peluches, flores con coloración, señaladores, lencería que 103
destiñe, powerpoints no deseados, clasificados de diarios, tarjetones, pasacalles, graffitis y otros elementos de contaminación visual, bijouterie, bombones, animales domésticos que después se abandonan, cupones para moteles, saturación de celulares. La fecha más imbécil del almanaque. De noche: Al volver a terapia me enteré que Jonathan había abandonado. Cuando le pregunté el motivo a Klezmer, me respondió “cuál creés vos”. Dije que quizás le atraía demasiado alguna compañera de grupo y entonces había tenido que dejar, y vi que el escultor levantaba las cejas mientras se mordía el labio inferior. Para la próxima tengo que llevar un objeto con el que me identifique. 15 de febrero El clima en la oficina, irrespirable (mi jefe dejó sobre mi trackpad el tapacorchos que compré para Jonathan pero tuve que regalarle a él). 16 de febrero Salieri y Magnolia, imparables. De noche: Más cólicos abdominales y algo de sangrado fuera de fecha. Quedé en encontrarme con Doctorcito. 18 de febrero Para la sesión de hoy, Lorena Vega llevó unas muñecas rusas que su tía favorita le trajo como souvenir de viaje. Dijo que sentía que esas muñecas éramos las dos, de una se desprendía la personalidad trastornada de la 104
otra como “cáscara reseca”. Gabriel le marcó que no había tenido en cuenta al resto del grupo, pero yo les señalé los muñecos más pequeños. Klezmer, radiante, habló del “método del antídoto”: algo así como generar anticuerpos a nuestras afecciones por enfrentarlas a las de un compañero con patología similar. No quedó clara su explicación porque el escultor lo interrumpió, desesperado por hablar. Me sacó de la mano el aro de malaquita que yo había llevado envuelto en una bolsa de celofán y empezó a agitarlo en mi cara. Dijo que el papel transparente donde yo había guardado ese aro sin compañero era mi relación con A. “Celofán”, repitió: “sentís celos y sos su fan”. Me burlé de él, pero ya en el pasillo del consultorio pensé que detrás del vidrio Gesell tendrían que haber aplaudido esa interpretación. 19 de febrero, 41º de sensación térmica: Casi dormida después de almorzar, fantaseé que participaba de un programa que tenía corazones de San Valentín en el decorado. Leo, lleno de costras, conducía esa emisión especial dedicada al amor verdadero y en un corte me preguntaba si alguna vez había ido a un club de solos y solas. Yo le decía que no, porque por lo que había oído solían forzar cualquier situación con tal de seguir cobrando. Las cámaras se encendían y Leo me retaba al aire: decía que esa actitud me alejaba de la posibilidad de conocer el amor, el verdadero, y todos los panelistas aplaudían. Klezmer irrumpía, no para defenderme sino para subirse al taxi en el que yo escapaba para que no me linchasen. Tenía en el cuello un tatuaje de esa rubia inflada con un strapless a punto de rebalsar, y entonces yo le escupía la camisa, se la desabotonaba para tirarle de los vellos del pecho y burlarme de su cicatriz. 105
22 de febrero Recién me llamó el novio, o ex novio, de Mara. Se le notaba demasiado que en realidad quería hablar sobre su crisis, así que después de evadir el tema corté con la excusa de preparar la carpeta para la clínica de fotos que empieza la semana que viene. Es obvio que todavía no se animan a separarse del todo, y que si doy mi opinión cuando otra vez reincidan van a evitarme. 23 de febrero Llegué a lo de de Doctorcito doblada por el dolor de ovarios. Me inyectó Espasmospirón 5 ml (de acción más rápida que la Buscapina) y a los veinte minutos ya me sentía mejor. Me revisó y dijo que todo estaba bien, que no me preocupara por el sangrado –spottin– fuera del ciclo, y que incluso mis ovarios, ahora que estaban inflamados por el síndrome premenstrual, dibujaban una admirable cinta de Moebius. Me enseñó a palparme el hilito desde el que puedo alcanzar el DIU. “Como las máscaras de oxígeno de los aviones”, dijo, y con una risa aclaró lo obvio, “cualquier cosa, tirás de la cuerda”. Como era tarde me quedé a cenar –preparó una ensalada con sus lechugas hidropónicas, y también descongeló una tarta– y al rato, mientras él acomodaba los platos sucios dentro del lavavajillas, fui al lavadero a buscar un trapo decente. Entre bolsas de consorcio descubrí una caja con la etiqueta de “No tirar”: adentro, unas zapatillas de medicina, y más al fondo, envuelto por una funda de almohada, un nuevo collage de la rubia, su ex. Tenía las ojeras remarcadas con tinta china. Entonces, desde el incinerador de basura amenacé a Doctorcito con tirar esa caja si no me contaba de una vez cómo conoció a Klezmer y a la rubia, y él, que tenía el café casi listo, sirvió dos tazas para empezar a hablar. 106
Antes de especializarse en “gineco”, Doctorcito fue anestesista. Durante su residencia en un hospital público, atendió en una guardia a una estudiante de enfermería rubia de treinta y seis años que al mes volvió para hacerse una rinoplastía. Doctorcito le colocó los electrodos y luego 4 cm de fentanyl, pero como el instrumental se demoraba, la intervención se pospuso unas horas. La rubia le preguntó a Doctorcito qué le había puesto, él le mintió que era un sedante y ella, antes de entrar al quirófano, le dijo en secreto que la sensación era más placentera que un orgasmo. Ya egresado, Doctorcito reencontró a su antigua paciente que había elegido su hospital para hacer la concurrencia y, algo mareado por los rumores que lo señalaban como próximo Jefe de Residentes, decidió robarse la primera ampolla de Fentanyl para aplicársela junto a esa casi enfermera, lista para ventilarlo en caso de que sus pulmones reaccionaran mal a algún opioide. Para cuando los efectos de la cuarta dosis se habían disipado, ellos ya eran pareja. Doctorcito dijo que se había inyectado hasta en la vena dorsal del pene, y también que dejó de usar esos zapatos calados que vi en la caja por temor a que en el hospital descubriesen los pinchazos de los pies. Me contó que en seis meses bajó 17 kilos y la rubia, 14 (ya recuperada tuvo que recurrir a las siliconas por la pérdida de tono muscular). Durante la abstinencia llegó a canjear drogas del hospital en el mercado negro, hasta que todo salió a la luz por una denuncia anónima de desabastecimiento de morfínicos que hasta hoy le impide ejercer la medicina en el sector público. Cuando todavía tenía episodios recurrentes de craving –la compulsión a consumir porque la mente aún es adicta, según explicó– conoció a Klezmer en un grupo de recuperación. Dijo que los dos, luego de vivir “el Infierno en la Tierra”, lograron salir juntos. Le pregunté a qué fue adicto Klezmer, y dijo que la sustancia era lo de menos. 107
25 de febrero Pasé a retirar a Salieri por ese enorme parque donde una vez le saqué fotos. Lo encontré montado a una perra sin dueño, así que A. y yo decidimos no interrumpirlos. Esperamos en silencio, mirando unas hormigas culonas que trasladaban varios escarbadientes hasta su hormiguero. Al rato los jadeos desde el canil dejaron de oírse, y fueron aumentando los gemidos: Salieri y la callejera, cada uno con distinto frente, abotonados. De noche: Comenzó la clínica de imagen. Cuando me tocó el turno de exponer, esas maravillosas tomas que hice en la excursión me parecieron bastante flojas. 28 de febrero Una noche entre San Valentín y Carnaval, A. y yo fuimos a un local que promocionaban en Internet. Con la reserva telefónica las parejas entraban gratis (mujeres solas pagaban tarifa normal, mientras que hombres solos, casi el doble). En la entrada, una morocha de trencitas con cuentas doradas en las puntas chequeó nuestros nombres, y después de darnos la bienvenida, nos entregó un sobre con las “sugerencias de convivencia” del local. Como habíamos llegado demasiado temprano, hicimos tiempo en la barra, al lado de un enorme sillón donde un tipo acariciaba casi al pasar la pantorrilla de una mujer acompañada por otro hombre. Con algunos temas de los 80 la pista empezó a llenarse. Codeé a A. para que mirase la ronda que se empezaba a formar alrededor de una pareja, y él calculó que debíamos bajar en una década el promedio de edad de todos esos torpes bailarines. Seguimos sentados hasta que la camarera nos sacó con la excusa de liberar el espacio 108
para el espectáculo que iba a comenzar. Al igual que otras parejas ahora de pie, nos acomodamos en un sillón king size, y al rato, cuando ya habían bajado por completo las luces alrededor de la pista, todos señalaron hacia el camastro de enfrente. Me paré para mirar de cerca ese entrevero humano, pero no entendí bien la figura. Me arrimé más, y entonces busqué a A. para mostrarle cómo uno de los tipos se parecía muchísimo a su padre. Él me reprochó que ahora se le superponían las caras y quiso irse, pero yo le pedí esperar a ver el show. Un musculoso de pelo al ras bailó un tema de moda, y después la morocha de trencitas lo acompañó en algunas atrevidas secuencias que provocaron silbidos. Ya con bastante más alcohol en sangre subimos al segundo piso a conocer el “cuarto de fantasías” –aislado por una cortina bordó como la del palco de la sinfónica–, y entre el calor y el juego de copiar la mala performance que acabábamos de ver, nos quedamos sin ropa. Habíamos tomado la precaución de correr la cortina, pero igual por momentos entraban ráfagas de luz. Estaba bastante concentrada cuando alguien me tocó el hombro para sumarse. Más tarde: Doctorcito pasó por la consultora para darme una plata que me debía, y me rogó que no hablara con nadie sobre lo que me había contado. Tenía una mirada rara, débil. Creo que necesita encontrar pareja urgente, o por ahí empezar con alguna droga legal. 1 de marzo Acaba de llamar Lorena Vega. Dijo que Magnolia está algo más gorda y con los pezones hinchados. Ojalá sea lo que pensamos… 109
En la oficina, mientras mi jefe define postulante: Hace un rato, de perfil frente al espejo del baño y con los primeros botones del pantalón desprendidos, probé inflar al máximo el estómago. No me queda tan mal, y hasta distraería de mis caderas. 3 de marzo A. llamó para verme, pero le dije que no le haría bien. Insistió. Le expliqué que luego de la fase maníaca o negadora era común recaer, que no le convenía desandar “el proceso”, y él dijo que no podía evitarlo. Le hablé del craving, le dije que el amor podía volverse una adicción al igual que Internet, el alcohol, el fentanyl, la lectura, el reiki, los viajes compulsivos o juntar animales de la calle. Me contestó que aunque sabía que luego se sentiría peor, estaba desesperado de abstinencia. Controlate, le contesté. Más tarde, mientras A. pasea a Salieri: Una hora después de cortar el teléfono, A. me abrió la puerta de su edificio y Salieri salió corriendo a la calle sin siquiera saltar en dos patas al verme. Dobló hacia la cuadra de la gomería y encaró al perro cruza con ovejero que cuida la entrada. Empezó a lamerlo y a olfatearle el pañuelo de aceite dos tiempos que ese supuesto guardián tenía en el cuello, y de a ratos intentaba montarlo. A. y yo nos sentamos en el zaguán de al lado. Se hizo un silencio incómodo. Después me explicó que había pensado muchas cosas para decirme en este momento, pero que ahora que por fin me tenía al lado se le habían ido. Empezamos a comentar las frasecitas con las que nos habían consolado tras nuestra ruptura: yo le enumeré mi lista –con algunos hits de Mara y de Klezmer–, y él me contó que su homeópata repetía “separarse es 110
un proceso desprolijo” casi como un mantra. También dijo que había planeado pedirme ayuda con un trámite bancario, pero que mejor empezaría a resolver esas cosas por sí mismo de una vez. Al rato sacó de su mochila una camiseta mía que se había llevado la noche que encontré el charco de pis de Salieri en la puerta de casa –no me equivocaba: ¡había sido él!–. Se animó a contarme que la había guardado para olerla de vez en cuando y también que alguna noche la usó para dormir, hasta que una mucama pagada por su madre la lavó. No quiso reconocer las llamadas anónimas, dijo que seguro había sido un preso que buscaba información desde la cárcel, o algún ex comisario que iba a un locutorio para discar mis números (sacados de alguna base de datos o cupón de sorteo que llené). Dijimos que por ahí nuestra relación –como el amor o el bienestar– había sido un estado de excepción en la vida de cada uno, y que entonces mejor ya no volver a vernos. Si sigue así, vamos a tener que castrarlo, dijo de repente A., y vi que el perro del pañuelo, el hocico fruncido como si saliera de un trance, le mostraba los colmillos a Salieri. El dueño de la gomería agarró del collar a ese macho, por suerte a tiempo, y yo también tuve que atar a nuestro perro para llevarlo derecho a casa. Antes de entrar, A. me pidió dar una última vuelta manzana con Salieri, y por supuesto no pude negarme. Llegaron (suena el timbre). Al rato, indignada: Salieri se pasó de la raya. Para que A. y yo pudiéramos abrazarnos y despedirnos sin tironeos de correa, en la puerta del edificio dejamos suelto a Salieri, pero cuando le indiqué que entrara, nuestro perro amagó con pasar y huyó en dirección contraria. 111
Le rogué a los gritos que volviera, A. se lo ordenó con una nueva señal rara, pero Salieri no quiso oír. Lo vimos cruzar la calle con el semáforo en rojo, esquivar una moto de delivery, al gordo de al lado que estaba volviendo y, ya lejos, agacharse para hacer fuerza en el cantero de una torre, apenas darse vuelta a mirarnos, seguir la fuga. Al rato: ¿Nos estará probando? De nochecita: Nada. De madrugada: Ni en los alrededores de la veterinaria, ni en el parque, ni en plaza. Subí varias fotos a los portales de mascotas más visitados (se me rompió el corazón cuando hacía la selección de imágenes…), y hasta retomé contacto con PAV para pedirle que panfleteara unos volantes de búsqueda. Me tiembla el pulso. A la mañana, en el banco del parque favorito de Salieri: Las lumbares destrozadas y la garganta áspera de caminar kilómetros con un mal calzado gritándole a Salieri, pero voy a seguir hasta que aparezca. Taquicardia. De nuevo: Juro que si Salieri aparece sano hago trabajo voluntario en una perrera municipal, le pido disculpas a mi jefe, a mamá, a Bibiana, a PAV, a la mujer del viudo, subo 112
otra vez, y ahora sola, a Machu Picchu, ayuno todo un día, nunca más tomo alcohol, hago yoga y homeopatía, adopto a todos los cachorros de Magnolia. ¿Y si fue a buscarla?... En la puerta de lo de Lorena Vega (ausente con aviso de la oficina): Hace dos horas que espero y nada. Mamá se negó a prestarme el auto para salir a buscar a nuestro perro y, antes de cortar el teléfono, dijo algo que me estremeció: “Salieri está desaparecido”. Al rato: Volvió a llamar mamá, esta vez para ofrecerme plata para la recompensa. En casa: Hace un rato, A. y yo pasamos otra vez por la veterinaria para ver si había novedades, y Fado nos preguntó qué haríamos si Salieri aparece muy malherido, y nos contó de la discopatía severa de una paciente suya atropellada por un auto. Habló de las penurias de esa dálmata antes de morirse: tuvieron que ponerle un carro ortopédico, no podía desplazarse sola ni defecar, y en la última semana hasta necesitó ayuda para tomar algo de agua. Nos fuimos sin responder. Ya en el auto de A., apenas hizo falta mirarnos un segundo para que con los gestos del alfabeto de sordomudos que usábamos cuando no podíamos hablar cada uno hiciera las letras e-u-t-a-n-a-s-i-a. Más palpitaciones.
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Otro día más sin saber de Salieri, de madrugada: Cuando A. llegó a casa para seguir el rastrillaje, me preguntó qué me había metido en la boca. Se me vino una racha de lágrimas y sólo pude señalarle un blíster vacío con el troquelado de Ascaricid-N al lado del bolsón de “Obesity”. A. leyó el prospecto del Ascaricid-N y dijo que no haría falta hacerme un lavaje de estómago, pero que tenía que prometerle que no volvería a tocar las cosas de Salieri, ni a automedicarme. Lo abracé y juré en falso. Entonces A. me preguntó si había pensado en la posibilidad de que nuestro perro haya decidido dejarnos, si no era mejor aceptar su elección, yo le grité algo y no sé bien cómo, cuando quise darme cuenta estábamos en el sofá, en la cama, en la ducha y otra vez en la cama, como siempre, como antes, pero distinto. Nos quedamos dormidos, medio apunados, inflando los pulmones al mismo tiempo, mi cara en su clavícula, hasta que después de un rato sus tironeos de sábana me despertaron. Tenía insomnio. “Es que me acostumbré a dormir solo”, me explicó. Le pedí que se fuera: creo que yo también prefiero dormir sin él.
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Muchas gracias a: Los chicos de los miércoles: Diego Erlan, Joaquín Linne, Ariel Shalom, Matías Gómez y al gran Hernán Vanoli. A Inés Garland y a María Sonia Cristoff por su gererosos señalamientos. A mis queridos amigos colombianos, y en especial a Mario Jursich, Alejandra Jaramillo y Óscar Campo. A la Universidad Nacional de Colombia (la heroica, hospitalaria Nacho). A la UBA, donde aprendí todo lo que sé de literatura. A mis amigos y a mis amigas que fueron leyendo la novela, que acompañaron; a mi familia, que leyó otras cosas. Por esos comentarios que fogonean el deseo de escribir. A ciertos otros nombres propios.
E L S U E Ñ O D E LA RA Z Ó N
Ficciones desbordadas, vocación por la desmesura, goce malsano. En los límites de lo real, el imaginario se regodea.
El fin de la noche, constelación de narrativa y poesía hispanoamericana. Con publicaciones de cuidado artesanal y soporte imperecedero, el sello integra la tecnología de edición más avanzada –impresión bajo demanda, libre acceso de lectura online y distribución digital internacional que permite que los libros estén siempre disponibles– a la delicada paciencia para el armado de cada título. Que los libros luminosos jamás se agoten.
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