El Creacionista #9

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2019. Jul.

El Creacionista

Poesía: Aleqs Garrigóz. Agatha Cervantes

No. 9

Narrativa con dos grandes La nieve de Andrzej exponentes de la Itzul L. Vergara literatura. actual. EL SAMURAI EN LA SOMBRA Nicholas Gutiérrez Pulido

SENTIMIENTO: EL VALOR DEL ALMA

Photo by Zhen Hu

Al leer una frase, una situación nace dentro de una historia por la simple libertad del lector; el alma busca la identificación del sentimiento, es ahí donde florece el valor dentro de nuestra empatía con el texto. “Escribe de lo que conoces” una frase dicha entre talleres y círculos literarios – dicha hasta el cansancio – nos quedamos pasmados luego de escucharla y nunca salimos de los blancos lindes de la página, sin embargo… ¿Qué pasa al escribir desde el sentimiento? Las experiencias son la carne del verbo, pero todo parte del pensamiento; el sentir es una herramienta literaria que no se compone desde la medida exacta, podemos sentir desmesuradamente o podemos desarraigar por completo el sentimiento desde nuestro ser, pero para convencer y hacer latir al lector al mismo ritmo, hay que entablar un diálogo cordial con la propia forma de sentir.

Alma Carbajal

"Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace". Jean Paul Sartre


2

AUTOLACERACIÓN ALEQS GARRIGÓZ

El adolescente en disforia entra a su habitación. Lava hirviendo es el interior de su cabeza. Quisiera no pensar, no ser, no sentir. Sufre, sufre el caos del mundo, el dolor vital. Su inocencia es, hoy por hoy, una flor de pétalos marchitos, pisoteados. (Abandono o rechazo: alternativamente perdido y perdedor: no poder más de lo que se puede) Toma la navaja guardada en su bota, -su amistad sin traición ni competencia-la aprieta en su mano como a un crucifijo y corta su pierna.

No duele… ¡Cómo fluye sensualmente el ansia contenida! ¡Cómo se desliza la sangre sobando sus piernas y escurre calentándolo, ofreciéndole su benigno olor! Su placer se adivina en su lúcida sonrisa, en su aspecto tremendamente relajado.

Photo by Brian Patrick Tagalog


3 A ESCONDIDAS AGATHA CERVANTES Intentos en la espesura, coplas, susurros, insondables cosas. Tus labios a oscuras, advienen memorias húmedas, a lento titubeo les doy encuentro, quedas inerme, como el animal fingiendo muerte, por mas que parpadees, no veo mas que el vado de tus besos, y únicamente esbozo con la imaginación figuras que nadan en la pecera de tus ojos, profundidades que se extinguen entre estremecimientos y meditabundo concluyo, que no es tu boca, ni la comisura, es la templanza que se cubre con el calor y la escarcha que en tu cuello se derrama.

Photo by Caju Gomes


La nieve de Andrzej Itzul L. Vergara

4

La noche se tira a recoger su recuerdo. La noche va caminando sobre todas las cosas, se las va tragando. Andrzej toma sin ganas sus memorias, una a una las va hilando, hasta quedarse dormido. Despertó antes de que la nieve nocturna hiciera crujir las ventanas y, desde la ventana se miraban las sombras de las personas como las personas mismas, hechas escarabajos, bien cubiertos, luchando contra el viento, la nieve y la noche. La nieve te cierra los ojos― pensó―mientras contemplaba afuera, sin mirar realmente, sólo para irse más adentro de sus recuerdos.

La voz de su madre con el sonido de la regadera, sonaba clara, se acompasaban en el cuarto de junto, como si su madre se estuviera bañando allí, junto a él. Vivían en un piso pequeño, de tiempos del comunismo. Afuera andaban las personas con los rostros entablados, como perdiendo las ganas de seguir andando, como viviendo sólo porque así se debe hacer.

Photo by Kalle Kortelainen


La noche no le gustaba a Andrzej. Extrañaba el verano, que le hacía mirar desde la ventana a la demás gente, con menos prisa, a las flores, el olor de la vida gestándose, y no en proceso de conserva. Las gotas de la regadera le recordaban a la voz de su nana cuando lo bañaba, cuando lo levantaba de la silla de ruedas e iba limpiando cada uno de sus brazos. Andrzej detestaba recordarlo. Se sentía como atrapado, y le escupía en los sueños a su niñera.

Afuera el viento parecía ir contando algo a todos, como sollozando; la gente como rocas continuaba circulando. La madre de Andrzej había rentado una casa con un gran ventanal, para que su hijo pudiera tener un poco más del mundo. Andrzej no debe salir de casa, decía el doctor, y Andrzej sólo escuchaba y con un mohín dejaba claro cuánto detestaba al doctor.

La nieve, completamente blanca y pura, era la única que parecía conservar las esperanzas entre todos estos vehículos. Ya vendrá mi padre― sollozó otra vez ―mientras alcanzaba a deslizar su dedo por la ventana, destruyendo esa estela de cristal humeado por el frío.


Papá va volver― decía― y un deber inusitado le recorría, esperaba su llegada sin hacer otra cosa que mirar por la ventana, entre tanto la nieve caía y sus esperanzas parecían congelarse poco a poco. A veces le daban ganas de abrir las ventanas y escuchar el silencio, el blanco silencio de las esperanzas― pensaba― pero ya se había enfermado hace poco de gripa y su madre le había prohibido abrir el portillo.

Las gotas de lluvia rebotaban contra el cristal; la ducha de su madre le pareció eterna. Imaginó a su padre, con su espalda ancha, le había dicho que volvería, para emprender un viaje a la playa. Él sabía que iba volver. La madre ya se había cansado de escucharlo repetir: Volverá, papá tiene que volver. Se enojaba con su madre, y no le hablaba por semanas, abría la ventana para escuchar el silencio blanco y las esperanzas crujir contra los vehículos, al deshacerse en el siguiente amanecer más caluroso.

Desde su ventana miraba pasar el tranvía, en llamativos y acelerados amarillos y rojos. Los sentía elegantes, divisaba a todas las personas con gorros grandes y guantes, con esperanzas de llegar a algún lado. Ser conductor de un tranvía era un trabajo difícil. A él le encantaba mirarlos pasar, conocía cada uno de los tranvías que circulaban frente a su casa, cuándo él fuera grande quería ser conductor de tranvía; se lo había dicho a la nana, después de muchos silencios, y dudas, y ella le había sonreído con lástima. Andrzej había llorado de rabia en su cuarto. En el silencio de la noche, mientras miraba a las personas esperando que alguna de ellas fuera su padre.

Photo by Darius Cotoi


Una mañana tibia, cuando el sol parecía querer aparecer detrás de aquél edificio nuevo, miró a un hombre con la espalda ancha y el cabello oscuro, pensó que era su padre. Abrió la ventana y gritó fuerte, esperando que volteara, que le escuchara― Ven te estoy esperando―pero cuando se dio vuelta, miró que no era aquél que tanto estaba esperando. Tenía cada vez más tos.

Una tarde escuchó a su madre discutir con su mejor amiga― Bueno Andrzej debería ir al colegio ―decía su amiga ― Mi tesoro es tan débil, no debe salir de casa, los demás chicos lo molestarían mucho ― respondía su madre, y a él le hacía rabiar escuchar que le llamaran tesoro, lo sentía ajeno, superficial. Las palabras se filtraban detrás de la puerta, dejando sólo los ecos, rebotando contra él.

Andrzej, prefería mirar a la ventana, y esperar a que su padre llegara y pudiera ir por fin a las olas. A veces cerraba los ojos y sentía el mar sobre su cuerpo, sentía sus piernas; se había soñado varias veces corriendo en el mar con su padre, se había soñado fuerte, independiente, como un ave. Esa noche estaba llena de nieve. Cerró su cuarto con llave y abrió la ventana para que entrara la esperanza, y en su silla de ruedas se sentó a esperar a su padre. Poco a poco sintió que la nieve le cubría como una cobija de esperanza, como el calor de su padre.


La nieve caía igual que la ducha de la regadera, aunque con menos fuerza, la cual ceso cuando la madre de Andrzej terminó de bañarse; consecuentemente la noche paso larga y áspera. El sol permanecía cubierto por la nieve que no paraba de caer; la mama de Andrzej tocó la puerta del cuarto, y nadie contesto. La nieve no paraba de caer. Esperó mientras hacía el desayuno, y después del medio día volvió a tocarle. Andrzej no abría la puerta y la nieve no paraba de caer.

Llamó por teléfono a su vecino, la mamá se alarmó. Andrzej había escondido hace mucho tiempo la llave de su cuarto. Entre el vecino y ella lograron tirar la puerta. Andrzej aún estaba vivo, completamente blanco, cubierto de nieve, con una sonrisa colgándole de la cara. Dile a papá que no vuelva, que lo veré después, que ya me he ido― dijo― mientras la nieve lo arropaba. Y Andrzej feliz, dejó de respirar.

Photo by Martin Adams


5 EL SAMURAI EN LA SOMBRA Nicholas Gutiérrez Pulido

Un leve murmullo vencía al torrente de brisa. Zumbido de mosquito. Sobre hojarasca, la hoja seca dio vueltas. Y era más grande el nido de calandria. Sus pensamientos iban lentamente regresando a la cabeza. Se percató con dificultad de dónde estaba y quién era. Ignoraba el tiempo transcurrido y de momento no podía ubicar ni el día de la semana o la hora. Aquella meditación se había prolongado demasiado. Abelardo tardó mucho en salir del cobijo de la sombra del sauce llorón. Su equino no se había movido y pastaba tranquilo, como si tan solo hubiera pasado un minuto. Recordó entonces que cuando la mente estaba en blanco, cien años podían caber en un instante.

Photo by Glen Carrie

Se acercó a la tranca para desenfundar su revolver ColtPeacemaker, colocando el índice entre disparador y guarda monte. Empezó a hacer que el arma girara. Después la descolgó por los demás dedos en sucesión. Repitió la operación hasta sentirlos otra vez ágiles. Luego movió los pies hacia adelante y atrás para desplazarse a lo largo de la tranca, mientras hacía la acción de subir y bajar el arma con ambas manos. Entonces colocó la izquierda a su espalda y con el mismo ritmo de pasos, hizo girar la pistola con la derecha. No terminó hasta sentirse satisfecho. Montó el caballo para dirigirse a Montecinos.


El caporal escribía y tachonaba números en una libreta a la sombra del zaguán. Cuando Abelardo le saludó, el hombre contestó sin quitar los ojos del papel. – ¿Cómo te llamas? – preguntó. –Abelardo Rodríguez pa servirle señor. Vengo porque en Cempoaca me dijeron que Don Gerardo Támez quería gente. –¿De dónde eres? –De Tlahuapa. – Al oír eso, aquel rostro se fue volviendo con lentitud al interlocutor. Abelardo trató de adivinar las sombras que sus ojos reflejaban. Quiso pensar que, en su mente, pasaban las imágenes de un casco de haciendo en llamas; de graneros y tapias con incrustación de balas y quizás; de un hombre, en vida noble y respetado, colgado de un árbol frente a las cenizas de su feudo. El caporal adoptó una expresión de conmiseración y sorpresa. – Es cierto, necesitamos hombres. Desde que empezó esta guerra. Se han estado yendo. Entonces Abelardo escuchó rumor de caballos. En el potrero, frente a la tapia perimetral, tres jinetes arriaban un novillo. El más diestro era un hombre que vestía chaleco y pantalón de jerga roja y negra. Tenía un sarape colocado bajo la montura al estilo antiguo. Los vaqueros intentaban la terna, siendo aquel hombre el que logró la parte más difícil: sujetar las patas traseras. En cuanto terminaron de atar el novillo, se dirigieron al portón de la hacienda, alertados ya de su presencia.

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El hombre diestro, sin bajar del caballo, se dirigió a él. Abelardo pudo apreciar su rostro de mejillas hundidas, la barba incipiente, el abultado bigote y la ausencia del ojo izquierdo. Era tuerto. – Forastero ¿Quieres trabajar en Montecinos? Pos aquí solo entran hombres de verdad. –¿Tienes vieja? – preguntó el caporal. Abelardo solo negó con la cabeza. –El charro sin su mujer, muy poquito ha de valer – dijo el hombre diestro. Los demás rieron en tono de burla. Abelardo respondió – En el paisaje de primavera, no hay mejor ni peor. Las ramas que florezcan crecen naturales,algunas mucho, algunas poco.El caporal, con una sonrisa maliciosa, se dirigió al diestro. –¡Qué bonita piedra pa darse un tropezón! Más Abelardo agregó – No busques la verdad, sólo deja que te abriguen opiniones. El tuerto apoyó su brazo en el cabezal, a fin de examinarlo con detenimiento. –Haber si eres bueno. ¡Anda! ¡Lázate esa!– Y señaló un novillo que pastaba a media legua. Uno de sus hombres, desde su caballo,arrojó una reata a sus pies. La miró por unos momentos sin responder. Caminó a su caballo y partió de la hacienda. Tomó el camino a San Manuel. Al llegar al río Suchiate decidió detenerse. Se quitó la ropa y se paró bajo la cascada, cerrando los ojos durante varias horas.

Photo by Scott Warman


Al pasar por el pueblo, decidió detenerse en un estanquillo. Vio que los arrieros llegaban con morunas, por temor, decidió llevar la suya. Buscó mesa y pidió un pulque. Antes de que la moza le llevara el tarro, se percató de que, al fondo, había un grupo de doce gentes departiendo con pulque y tequila. Algunos llevaban el uniforme del ejército federal, posiblemente desertores. Rodeaban a un hombre de lentes y barba de chivo, también de uniforme, que parecía ser el líder. Cuando el tarro estaba ya en su mesa, un hombre de calzón de manta y camisa de lana, entró al lugar. Al pasar junto a Abelardo, lo saludó muy respetuosamente con el sombrero. Luego él se concentró en su bebida. Habían pasado unos minutos cuando oyó gritos e improperios venir del rincón. Reconoció al tuerto de la hacienda, que en esta ocasión, con ayuda de un cómplice, amenazaba al hombre que lo había saludado. Le exigían dinero. Abelardo advirtió que la víctima sólo acertaba a decir frases sueltas en náhuatl. No sabía castellano. Se levantó de la mesa. –¡Déjenlo! –No te metas. No es tu asunto. –¡Claro que me importa! ¡Cobardes! ¡Son dos contra uno! Además no lleva arma. El tuerto se dirigió a él con la moruna al cinto. Se quedó mirándolo fijamente.

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–¡Te largas de aquí o hago que te arrepientas de haber nacido! – Gritó en la cara de Abelardo, pero éste percibió sus intenciones. Con la mano en la que sostenía la moruna todavía enfundada, hizo presión con el pulgar sobre el mango.

Entonces las mozas del estanquillo gritaron. Manchas de sangre se proyectaron en la empalizada. Un cuerpo caía con una línea roja trazada en el abdomen. El vencedor, sin limpiar la cuchilla, volvía a introducirla en su funda. El compañero hizo la acción de desenfundar el revólver,no obstante cayó muerto con la mano aún en el carcaj. Uno de los hombres de la mesa grande se levantó, sacó su arma para disparar al vacío y caer también mal herido. Los demás se quedaron de pie, con las manos separadas del cuerpo y sin saber qué hacer. Les sorprendía, no sólo su manera de tomar la pistola, con las dos manos, sino también sus movimientos de gacela. Imperceptibles.

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Abelardo, caminó al líder sin dejar de apuntar. –¿Usted quién es? –Soy Venustiano Carranza. Comandante de la División del Noreste. –Ese canalla era suyo. ¿Verdad? –Su nombre era Elpidio Velásquez. Y era un espía a mis órdenes. –¿No le suena a usted el nombre de Lorenzo Garza? Era el hombre más noble que he conocido. Era como mi padre. Pero está muerto. Y los suyos. También están muertos. Una partida de sus tropasles cortó la vida. –Por lo que mis hombres hayan hecho, lo siento. Lo siento mucho. Sólo le puedo pedir disculpas. – Entonces Abelardo dejó el arma sobre la mesa, frente al comandante. –A usted lo han deshonrado sus hombres. Si usted es hombre honorable de a verdad, tome el arma y dese un tiro. Asuma lo que su gente hizo. Hace ya mucho tiempo, un hombre sabio dijo: que aunque uno no valiese nada y fuera torpe, sólo sería digno de confianza con la pura determinación de tener la mente centrada en su patrón. Abelardo dejó la estancia sin que nadie se lo impidiera. Montó el caballo para proseguir su camino.

. Photo by Mahir Uysal


Photo by Stas Svechnikov

Poesí d últim minut Christabel

Samuel Taylor C.

Like one that shuddered, she unbound The cincture from beneath her breast: Her silken robe, and inner vest, Dropt to her feet, and in full view, Behold! her bosom - and her side.

Como aquel que siente escalofríos, ella desata el cinto que está bajo su pecho: Su bata de seda, y la prenda interior, Caen a sus pies, y en un cuadro completo, admira! Su seno -y su costado.

Traducción: César romero


El Creacionista 2019 Alma Carbajal ©


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