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Viñetas de la provincia Historia de un armadillo

Don Manuel Sánchez Silva

Para conmemorar el primer centenario del histórico “Grito de Dolores”, el gobierno del presidente Díaz organizó grandes festejos en todo el país, especialmente en la capital, donde la vieja, solemne y hermosísima Alameda Central, fue inmenso teatro de todo género de espectáculo nacionalistas, habiendo llamado poderosamente la atención de propios y extraños la exposición ahí instalada, en la que México y numerosas naciones amigas construyeron amplios y bien acondicionados pabellones.

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Entre los artículos de manufactura criolla que más gustaron y fueron objeto de generales elogios, figuró una mandolina construida sobre la piel disecada de un armadillo, de cuya cabeza arrancaba el diapasón, labrado en madera de tampicirán, con clavijas de granadillo.

El instrumento aquel era toda una obra de arte y a las gráciles proporciones de sus partes e irreprochable presentación, correspondía la excelente calidad de los sonidos que emitía al ser pulsado. Además, la idea de haber utilizado para caja de resonancia el cuerpo endurecido de un animal, no podía ser más original.

Y fue precisamente por lo curioso y estético de la mandolina en cuestión, que despertó el interés del señor embajador norteamericano, quien la adquirió en una suma considerable, para tiempo después obsequiarla al presidente de su país, el cual apreció en mucho el raro objeto, que tiene una historia digna de ser contada, sobre todo por haberse iniciado en Colima, donde un modesto afinador y “componedor” de pianos y órganos, llamado Refugio Comparán, fue el autor intelectual y material del instrumento. Era don Refugio Comparán un ebanista de inagotables recursos y hombre de grandes habilidades. Con la misma admirable facilidad reparaba el más delicado sistema de un órgano, afinaba a la perfección un piano, hacía llaves de un clarinete, sustituía el cabezal de un arpa o fabricaba íntegramente una guitarra, que por su sonoridad podía compararse ventajosamente con cualquiera otra de procedencia sevillana.

Estos talentos de don Refugio se debían en gran parte al ejercicio de una bohemia desenfadada, de la que nada ni nadie logró curarlo, entre otras causas, porque él gozaba en cultivarla.

Era amiguero y bromista. Le gustaba la compañía de gentes despreocupadas y de buen humor, para entre ellas desentenderse de la tiranía del reloj y del calendario, disfrutando del lento deslizarse de las horas entre charlas picantes, comentarios políticos, ocurrencias burlonas y cuentos subidos de color, todo esto hecho y dicho, entre copa y copa de perfumado tuxca “sin bautizar” y sabrosas botanas…

También era aficionado a la “tirada”, y de vez en cuando los madrugadores veíanle salir de la ciudad, rumbo a La Estancia o El Escribano, con la “chispeta” en la mano y pendiente de un hombro el costalillo del bastimento y del otro el “cuerno” del polvorín y el “gamiel” con municiones y fulminantes.

Al caer la tarde regresaba empolvado y sudoroso, pero contento con las güilotas cobradas, que le hacían saborear de antemano la suculenta cena.

En cierta ocasión, volvió de una cacería con un armadillo de gran tamaño. Personalmente lo destazó con el esmero que ponía en todas sus cosas y fue ahí donde concibió el proyecto de aprovecharlo para una mandolina. Mandó arreglar la piel para que, mediante un procedimiento especial, adquiriera rigidez. Cuando el curtidor se la devolvió, comenzó a poner en práctica su idea. Ajustándose a la forma natural que tuvo en vida, colocó dentro de

(21 de enero de 1957) la concavidad de un armazón de madera ajustado a la exactitud del milímetro, sobre la cual adhirió la cubierta, hecha de madera fina con incrustaciones de nácar y ensambló después el diapasón, separando los trastos que determinan la tonalidad, con pequeñas placas también de concha iridiscente.

Al quedar concluido el instrumento, mi padre, que era uno de los amigos predilectos de don REfugio, tal vez porque ambos coincidían en sus gustos por la música y la bohemia, elogió merecidamente el trabajo y expresó su deseo por adquirirlo, habiéndolo logrado, por la cantidad $30. Tiempo después, lo vendió a don Remigio Rodríguez, en $40. Don Remigio se deshizo del instrumento pasándolo a don Pedro Osorio, en $50 y este último aceptó de su cuñado, don Francisco Milanés, la increíble suma de $200 por la ya famosa mandolina. Don Francisco era hombre de negocios, dinámico y sagaz, e intuyó en parte el mérito e importancia del armadillezco objeto.

Por los días en que se quedó con él, se estaban instalando en México los pabellones de la exposición, y aprovechando una ida a la capital, se deshizo de la mandolina por $500, dinero que le fue entregado por uno de los funcionarios encargados de organizar la exhibición dicha, y que soltó esa para entonces fabulosa cantidad de dinero, convencido de que hacía un magnífico negocio, como realmente lo hizo, pues el diplomático yanqui que en definitiva compró la obra de don Refugio mucho tiempo después del éxito de su mandolina y del fin que tuvo, se limitó a decir a sus amigos, con ese dejo socarrón que le era natural:

-Hay animales con suerte, ¡quién iría a creer que mi armadillo iba a parar a Estados Unidos, cuando yo no conozco siquiera el “camposanto de los gringos”.

Para la narradora mexicana Cristina Rivera Garza, Premio Xavier Villaurrutia 2022, la impunidad existente en México le da una dimensión distinta a la manera de asumir la muerte, un tema presente en su prosa y en su poesía.

“La impunidad hace que preguntar sobre la muerte sea constante. No es una cuestión de fijación sicológica; es una cuestión social. La impunidad hace que la pregunta sobre la muerte no desaparezca”, aseguró a EFE la autora.

Rivera Garza (Matamoros, 1964) publicó hace 2 años El invencible verano de Liliana, una novela alrededor del feminicidio causante de la muerte de su hermana, que cuestionó la impunidad en México y estremeció a la comunidad literaria del país.

Después de esa obra, ganadora del premio Villaurrutia al mejor libro editado en México en 2022, y del Mazatlán de novela, la narradora acaba de sacar a la luz “Me llamo cuerpo que no está”, una antología de poemas en la que vuelve al tema de la muerte.

“Tenemos muchas tradiciones de comunicación con la muerte. Más allá de cualquier realismo mágico o de cualquier cosa metafórica, me parece que hay una presencia material concreta de las personas y las experiencias que han pasado por la tierra. La virtud de los libros tal vez es esa, que ayudan a comunicarnos con los muertos”, comentó.

Exploradora del lenguaje

Al reflexionar acerca de la importancia de la poesía, Cristina Rivera Garza huye de los encasillamientos y opina que también quienes escriben crónicas y obras de ficción deben estar preocupados por lo poético en su prosa.

“Me gusta, no tanto cuidar el lenguaje como si necesitara nuestra protección, sino como una forma de explorarlo que también es de cuestionarlo. Quienes escribimos ficción y no ficción, también estamos explorando con el lenguaje; esa tendría que ser también la preocupación de aquellos que escriben narrativa”.

Esa idea la aplica la autora en sus novelas, en la que suele hacer poética su prosa. En obras como Nadie me verá llorar, calificada por Carlos Fuentes como una de las novelas más hermosas y perturbadoras escritas en México, hay hilos narrativos bien entrelazados, pero también una preocupación por el lenguaje.

“En esos trabajos mi preocupación ha sido siempre, qué estoy haciendo con el lenguaje, qué me permite hacer, qué preguntas estoy tratando de lanzarle al lenguaje. Es nuestra responsabilidad como escritores estar cerca de nuestras herramientas, conocerlas bien y todo eso tiene que ser consciente, con intención”.

Abanico poético

La antología, editada por Random House, reúne los poemarios de Rivera Garza hasta 2015. Al entrar en ellos el lector se ve ante un abanico de temas, entre los que sobresale la relación con el cuerpo.

En el poemario “La más mía” gira alrededor del tema de la enfermedad, a partir de un aneurisma; en “La muerte me da” hay una relación con el lenguaje de la nota roja y en “La imaginación pública”, hay un juego con la manera de expresarse de la wikipedia y de enfermedades, a partir de experiencias de la autora.

“Me interesan las complicaciones en las que entramos cuando pensamos en la escritura como la práctica del cuerpo y en la relación de estos cuerpos con otros; las relaciones desiguales, las discusiones acerca de qué cuerpos dejamos entrar en nuestros campos de visibilidad. Me interesa cómo nos convertimos en cuerpo, cómo nos convertimos en géneros”.

El libro toca el tema de la violencia, que en México forma parte del día a día, con la indiferencia del gobierno actual, como sucedió con los anteriores.

“Entender que la violencia es estructural es importante. Que no se ponga a hombres contra mujeres y a mujeres contra hombres, sino, entender que hay un sistema patriarcal que crea relaciones desiguales que generan violencia. Del lado de la escritura habría que contar eso”.

Con información e imágenes de EFE

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