El Callejón de las Once Esquinas. Número 1

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Número 1

despedida y una partida de defunción, papeles de las múltiples internaciones que atravesó el abuelo. Un montón de documentos en los que, en determi­ nado momento (aproximadamente un año antes de que yo naciera), comen­ zaba a aparecer la firma del hijo me­ nor, el bohemio, el que se había ido a recorrer el mundo. Anclas, amarras, ataduras: entonces papá se había vis­ to compelido a regresar para ser el sostén anímico y material de una fa­ milia que se derrumbaba. Había teni­ do que conseguir un trabajo fijo para hacerse cargo del tendal de deudas que dejó el negocio y que tardó años y años en levantar (tantos, que hasta yo lo recuerdo). Había vuelto porque él era todo lo que a sus padres les quedaba. Mamá lo había acompañado y, al poco tiempo, había llegado yo. Entonces, era verdad que nosotros habíamos sido su brú­ jula, su aire y sus alas; el bálsamo que le había ayudado a sobrellevar una situación que de otro modo hubiera sido muy difícil de afrontar. Aún no salía de mi asombro ante el des­ cubrimiento que aca­ baba de realizar,

cuando sucedió algo increíble: al libe­ rarse de todo ese peso que lo oprimía, el barco lentamente se movió, como dotado de vida propia. Lo observé con atención y él se dejó admirar, orgullo­ so. Advertí que era bellísimo y, aun­ que antiguo, todavía brillaba. El mascarón de proa era un joven esbel­ to con el torso desnudo, igual a como se veía mi padre en sus fotos de ju­ ventud, fijos sus ojos en el horizonte lejano. El timón llevaba grabado a fuego el nombre de mi mamá. Las ve­ las, los de mi abuelo y mi abuela. Y de pronto, se desplegaron no sé de dónde dos hermosas alas doradas, y en cada una de esas alas resplandecía mi nombre. No puedo explicar lo que sentí en ese instante, sólo tuve la cer­ teza absoluta de que debía correr a la ventana y abrirla de par en par. En­ tonces resonó en el aire (¿o fue en mi memoria?) la risa diá­ fana de mi padre, y él y su barco, ya conver­ tidos en mucho más que eso y libres al fin, flotaron suavemente en el aire y volaron fe­ lices hacia los mares del más allá.

Silvina Palmiero (Bernal, Buenos Aires ­ Argentina) Twitter: @lacontaok

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