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La salvación del Laird (2-Lairds de las Highlands) 1ª Edition Sarah Mcallen

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La salvación del LAIRD

La salvación del LAIRD

Marzo 2024

© de la obra de Sarah McAllen

Instagram: @sarahmcallen_

Facebook: Sarah McAllen

Corrección: Sonia Martínez Gimeno

Portada: Sara González

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de su autor.

La información de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal)

Todos tenemos miedos que nos paralizan, solo debemos conseguir que nuestros sueños sean mayores para que nos atrevamos a perseguirlos.

Agradecimientos

Quiero dar las gracias a mis guardianas y guardianes, que siempre me acompañáis en todas mis aventuras, soñando junto a mí y mis personajes.

A mi madre y mi abuela, por ser un ejemplo para mí de mujeres fuertes y valientes, que jamás se rindieron ante nada y darían la vida por las personas a las que quieren. Espero poder ser el mismo modelo de fortaleza para mi hija algún día.

A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu profesionalidad y eficiencia. Ya no solo trabajamos juntas, también hemos forjado una bonita amistad.

Al aquelarre de brujitas formado por Lisbeth Cavey, Esperanza Mancera, Sonya Heaven, Enri Verdú y Nani Mesa. Qué buenos momentos pasamos juntas, chicas.

Deseo que disfrutéis de esta historia tanto como yo lo hice al escribirla y que parte de ella quede para siempre grabada en vuestros corazones.

Prólogo

Inglaterra, 1715

Palacio Kensington

Sylvia se escabullía por los pasillos del castillo mientras en la planta baja se celebraba un baile por todo lo alto. Su esposo, el laird de los Hunter, fue invitado a la corte, del mismo modo que otros tantos jefes de clanes. El rey Jorge tenía la esperanza de poder congraciarse con los señores de las Highlands, dadas las tiranteces que tenía con los escoceses tras su inesperado ascenso al trono.

Sin embargo, ella no pensaba conformarse con aceptar que el rey de los ingleses tratara de controlar Escocia, así que se unió a los rebeldes que, en la sombra, tratarían de desbancar al que para ellos era un falso rey. Según algunos rumores, la reina Ana dejó un escrito escondido donde declaraba que Jacobo Francisco Eduardo Estuardo era quien debía sucederla, y por eso estaba ella allí, para encontrarlo.

Viendo que no había nadie cerca y que todos estaban disfrutando del baile, Sylvia se coló en la habitación real. Notaba el corazón acelerado y la sangre correr con fuerza por sus venas. Aun así, comenzó a rebuscar en el arcón con la esperanza de encontrar dicho escrito.

No obstante, no le dio demasiado tiempo, ya que la puerta se abrió de golpe, sobresaltándola, y dando paso a su esposo, que la miraba con expresión acusadora.

—¿Qué demonios estás haciendo? —bramó.

Sylvia le agarró de la mano y tiró de él, lo metió dentro de la habitación y cerró con suavidad. Apoyó la espalda sobre la robusta madera de la puerta y lo miró con una expresión de culpabilidad reflejada en el rostro.

—Puedo explicártelo, Harris…

—¿Estás registrando la alcoba de nuestro monarca? —la interrumpió.

La mujer se removió nerviosa.

—No, en realidad era de la difunta reina —le corrigió—. Pero es por una buena razón.

Harris la tomó por los brazos con fuerza y la zarandeó.

—¿¡Una buena razón!? —exclamó alterado—. ¿Qué buena razón puede haber para cometer traición contra la corona?

—Soy una jacobita —respondió de sopetón, logrando que el rostro de su esposo se quedase pálido.

—¿Qué estás diciendo, Sylvia?

—No podía permitir que un rey que ni tan siquiera sabe hablar nuestro idioma nos represente —le explicó tratando de mantener la calma —. ¿No te das cuenta de lo que representa esto?

—Claro que me doy cuenta. —La soltó y se pasó las manos por el oscuro cabello—. Y también de que con esta actitud te estás poniendo en peligro. ¡A ti y a nuestros hijos, maldita sea! A todo nuestro clan, en realidad.

—Solo intento hacer lo correcto.

—¿Lo correcto? —Se la quedó mirando a los ojos con incredulidad. Esa mirada parda que él adoraba se veía suplicante, como si esperara que la comprendiera. Y en el fondo lo hacía. Entendía sus motivaciones porque él mismo se sentía ofendido de que un monarca que despreciaba Escocia los representase.

Harris suspiró.

—Tenemos que hablar de este tema largo y tendido, pero ahora es mejor que salgamos de aquí antes de que alguien nos descubra.

Por desgracia, no tuvieron opción de hacerlo, ya que los guardias reales trataron de abrir la puerta en ese mismo instante. Harris se abalanzó contra ella para bloquearla.

—¡Abrid la puerta! —escucharon gritar.

—Dios santo —murmuró Sylvia, asustada—. ¿Qué vamos a hacer?

—Quiero que te asomes por la ventana.

—Harris…

—¡Hazlo! —le ordenó con vehemencia entre susurros. Sylvia, dando un respingo, se apresuró a hacer lo que le pedía.

—¿Qué quieres que mire?

—¿Hay alguien? —preguntó con las venas del cuello hinchadas de hacer fuerza para evitar que lograran entrar.

—No, no veo a nadie.

—En ese caso, súbete a la cornisa y ve hacia la alcoba de al lado.

—¿Te has vuelto loco? Voy a matarme.

—Si te encuentran aquí, te acusarán de traición y te colgarán. Tienes que intentarlo.

—¿Y qué hay de ti? —inquirió con los ojos anegados en lágrimas.

—No te preocupes por eso, mi amor —murmuró con calma, expresándole con su mirada cuanto la amaba—. Tú debes volver junto a nuestros hijos y estar a su lado para afrontar todo lo que ocurra a partir de ahora.

—Harris —sollozó.

—Te quiero, Sylvia —declaró—. Por eso debes marcharte ahora mismo.

Con lágrimas corriendo por sus mejillas, salió por la ventana agarrándose a las piedras de la fortificación con cuidado de no resbalar. Solo podía pensar en su esposo y el sacrificio que estaba haciendo por ella. Si le ocurría algo, sería la única culpable de su destino.

Dio un pequeño resbalón, por lo que tuvo que agarrarse con fuerza, consiguiendo que un par de sus uñas se partieran. Un intenso dolor le recorrió la mano, pero se mordió el labio para no gritar.

Avanzó unos pasos más y miró al interior de la alcoba colindante, que en aquel momento parecía vacía. Pasó una pierna por la ventana y después saltó dentro.

Corrió a ponerse contra la puerta para poder escuchar lo que estaba pasando con su esposo. Oía las voces de los guardias reales y también la de Harris. Parecía querer explicarles que no había hecho nada, aunque no le creían.

Cuando las voces se alejaron, abrió la puerta con desesperación.

¿Qué iba a hacer?

Se alzó un poco las faldas y corrió hacia la planta baja. Suponía que se lo habrían llevado a los calabozos y necesitaba verle para hablar con él.

—Sylvia, han apresado a tu esposo —le dijo la mujer del laird Fraser al verla pasar—. Lo han acusado de traición.

—No, no puede ser —consiguió balbucear—. Es un error.

—Al parecer, lo han encontrado registrando los aposentos reales prosiguió diciendo su amiga.

—Harris es un hombre íntegro, jamás haría nada semejante —le aseguró, sintiendo un nudo que aprisionaba su garganta—. Necesito hablar

con él.

Avanzó entre las personas que allí se arremolinaban y trató de bajar hacia las mazmorras, sin embargo, los guardias la detuvieron.

—¿A dónde cree que va, señora? —le dijo uno de ellos.

—Tengo que ir a hablar con mi esposo.

—No puede, ahora es un preso real.

—¡Claro que puedo! —gritó fuera de sí—. Es mi marido.

—Cálmese, si no quiere que la encierre también.

—Debe comprender que tengo que hablar con él.

—Mañana podrá hacerlo, justo antes de que sea ejecutado.

Aquellas palabras hicieron que su mundo se pusiera del revés. ¡No podía ser verdad!

Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, justo antes de que se tornase negro y cayese al suelo, inconsciente.

Sylvia despertó sobre un mullido colchón.

En un principio no recordaba los últimos acontecimientos ocurridos, pero cuando estos le vinieron a la cabeza, se incorporó de golpe.

Trató de salir de la alcoba donde la instalaron al desmayarse, no obstante, nada más abrir la puerta, un guerrero real la esperaba tras ella.

—Acompáñeme, señora, el rey le permite despedirse de su marido.

Durante los escasos minutos que fue tras el hombre, el corazón de Sylvia no dejó de bombear con fuerza. Iba a confesar, lo haría porque no podía permitir que su adorado esposo cargara con las consecuencias de sus actos.

El guardia se paró justo antes de llegar a la puerta de una celda y se giró hacia ella.

—Tiene pocos minutos para despedirse, así que aprovéchelos bien —le aconsejó antes de abrir las rejas y permitirle pasar.

Sylvia vio a Harris apoyado contra la mohosa pared de piedra. Lo habían golpeado y su semblante se veía hinchado y amoratado.

Corrió hasta él y se arrodilló a su lado.

—Mi amor, estoy aquí —consiguió decir con la voz entrecortada, mientras tomaba su magullado rostro entre las manos.

—Sylvia —balbuceó con voz ahogada.

—Sí, soy yo.

—¿Qué haces aquí? Debes volver a casa.

—No, no me iré sin ti —dijo con vehemencia.

—Ambos sabemos que eso no sucederá.

—Sí, si yo confieso… —no pudo continuar la frase, ya que su esposo le cubrió la boca con su gran mano.

—Ni se te ocurra —susurró—. Eso solo serviría para que te condenaran también.

—Pero podría salvarte a ti —respondió entre murmullos cuando él retiró la mano.

—Nada puede salvarme, Sylvia —le rebatió, mirándola directamente a los ojos—. Yo estaba en la alcoba de la difunta reina…

—Si les cuento la verdad…

—Eso solo nos condenaría a los dos —la interrumpió como ella hizo con él segundos antes.

—No puedo dejarte morir sabiendo que todo es culpa mía, Harris sollozó.

Su marido posó la mano sobre su mejilla acunando su hermoso rostro.

—Cuando nos casamos, juré protegerte y cuidarte, y es justo lo que estoy haciendo. No quiero que te culpes, yo entré en ese cuarto, fue mi decisión y asumiré las consecuencias, pero antes, quiero que me prometas que seguirás adelante. Ayudarás a nuestro hijo a tomar las riendas del clan y a Catriona a casarse con un buen hombre que la ame y la respete —le pidió —. Ellos te necesitan.

—Y yo te necesito a ti. —No pudo seguir conteniendo las lágrimas.

—Siempre me tendrás, estaré a tu lado guiando tus pasos, te lo prometo.

—No puedo perderte.

—Eres fuerte y saldrás adelante. —La besó con suavidad en los labios—. Te amo, Sylvia.

—Yo también te amo.

Les dejaron declararse sus sentimientos durante unos segundos más, antes de que sacaran a rastras a Sylvia del calabozo.

Un par de horas después, contempló con todo el estoicismo con el que fue capaz el momento en que colgaban a su esposo del cuello hasta la muerte, consciente de que su vida ya nunca volvería a ser la misma.

Capítulo 1

Escocia, 1721

Catriona andaba organizando todos los trastos viejos que estaban esparcidos por el desván. Quería renovar las cortinas de su cuarto y recordaba que por alguno de aquellos arcones estaban guardadas las que tuvo hacía unos años. Trató de mover uno de los pesados arcones, pero no pudo, por lo que acabó tambaleándose hacia atrás y chocando contra un viejo escritorio que cayó al suelo con un fuerte estruendo.

—Perfecto —refunfuñó procediendo a levantarlo con bastante dificultad.

Una serie de papeles se habían desparramado sobre el suelo de piedra, sin embargo, lo que más le llamó la atención fue algo que ponía en uno de aquellos documentos que estaban fechados tres días antes de que ejecutaran a su padre.

Se agachó y tomó la carta con las manos temblorosas, temiendo que pudiera ser una prueba de que su padre en realidad sí que traicionó a la corona, cosa que nadie de su clan creía. Al comenzar a leerla se dio cuenta de que la carta no iba dirigida a él, como creyó en un principio, sino a su madre. En ella se le explicaba que se creía que en la alcoba de la difunta reina Ana podía haber una carta en la que se especificaba claramente que un Estuardo debía ocupar el trono de Escocia. El escrito estaba firmado por un tal Jamie.

¿Acaso su madre formaba parte del movimiento jacobita? Continuó leyendo el resto de cartas que le dejaron muy claro que, en efecto, era parte de la revolución que se alzaba contra el rey Jorge.

Con el corazón acelerado, se guardó en el escote de su vestido todas las cartas, que tenían el mismo remitente, y trató de asimilar toda la información que acababa de descubrir.

¿Debía decírselo a su madre? En ese momento tenía muchas ganas de echárselo en cara, pero quizá no lo hiciera de las mejores maneras, ya

que tenía serias sospechas de que lo más probable era que su padre hubiera perdido la vida a causa de eso.

Sintiéndose aturdida, subió las escaleras sin dejar de darle vueltas al contenido de esas cartas y a la vida secreta que su madre había llevado y que, de repente, la hacía verla con otros ojos.

—Se acerca alguien —oyó que decía una de las sirvientas al entrar en el salón.

—¿Quién es? —preguntó, apresurándose a mirar por la ventana.

Por los colores que lucían sus tartanes, supo que se trataban de los Hamilton y el que encabezaba el grupo era el hombre del que llevaba enamorada desde que era tan solo una niña.

Atesoraba dentro de su corazón cada uno de los momentos que pasaron juntos en su infancia y adolescencia, incluso aún guardaba entre las páginas de su libro favorito una flor seca que le regaló hacía bastantes años.

Respirando hondo para tratar de frenar los acelerados latidos de su corazón, subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a su alcoba para poder arreglarse. Sacó las cartas de su escote, abrió el arcón y las metió debajo de sus vestidos.

Después, se giró hacia el espejo y miró su imagen reflejada en él. Tenía el pelo revuelto y el vestido verde que lucía se veía un tanto arrugado y cubierto de polvo, pero ya no podía cambiarse de ropa sin que su madre o su hermano sospecharan que algo extraño ocurría. Así que se limitó a pasarse las manos por el rojizo cabello para intentar acomodárselo y se pellizcó con suavidad las mejillas para darle un poco de color a su pálida piel. También sacudió su ropa, tratando de quitarle la mayor cantidad de suciedad posible.

Irguiéndose de hombros, se dispuso a encontrarse con Arran Hamilton y sus impresionantes ojos oscuros que siempre hacían que miles de mariposas revolotearan en su estómago, mientras disimulaba sus sentimientos como siempre había hecho.

Conforme se iba acercando a las escaleras, la voz del hombre al que amaba se fue volviendo más clara. Podía escuchar a su hermano Callum responderle con frialdad, aún estaba dolido por la huida días antes de su boda de la hermana de Arran. Cat lo entendía, puesto que dicha actitud supuso una afrenta pública, aunque también comprendía a Morrigan, si ella se hubiera visto en la tesitura de casarse con un hombre al que no amara, era probable que hubiera actuado del mismo modo.

—No nos conviene estar enemistados, Hunter —decía Arran—. Entre nuestros clanes siempre ha reinado la paz, no me gustaría que ahora tuviéramos que iniciar una guerra.

—No creo haber sido yo el que ha tomado esa decisión —respondió Callum con el ceño fruncido.

—Comprendo tu disgusto con Morrigan, pero…

—No estoy disgustado, ha sido una humillación pública y, créeme, ya he tenido más que suficientes para el resto de mi vida.

—¿Y qué es lo que propones?  la voz ronca y contenida de Arran denotaba que estaba preparado para desenvainar su espada si fuera necesario.

Y, por el modo en que Callum apoyó su gran mano sobre la empuñadura de la suya, Catriona supo que él también, por lo que creyó necesario intervenir.

—Vaya, ¿a qué debemos esta agradable visita? —comentó la joven bajando las escaleras con una sonrisa en apariencia tranquila.

La mirada de Arran se clavó sobre ella, recorriendo su esbelta figura de arriba abajo.

—Señorita Hunter —la saludó con cortesía.

Laird Hamilton —le imitó Cat al pararse frente a él—. No le veo muy buena cara, ¿se encuentra bien?

Arran apretó los dientes, sabía que lo estaba provocando, aquella mujer siempre se divertía haciéndolo.

—Me encontraría mejor si las decisiones impulsivas y estúpidas que tomáis las mujeres no me volvieran loco y me trajeran tantos problemas. Catriona enarcó una de sus pelirrojas cejas.

—¿Impulsivas y estúpidas? —repitió.

—¿Cómo llamas tú al hecho de que mi hermana escapara en plena noche y que tú me distrajeras para ayudarla?

—Lo llamo unión femenina —rebatió con una sonrisa de satisfacción que hizo que Arran pusiera los ojos en blanco.

—¿Qué os parece si demostramos nuestra hospitalidad y le enseñamos al laird Hamilton donde puede acomodarse? —intervino Sylvia entrando en el salón.

Todos se volvieron hacia ella, aunque Catriona no pudo evitar que le acudiera a la mente que era muy probable que su padre muriera por su culpa.

—Señora Hunter. —Arran se aproximó más a ella, tomó su mano y depositó un beso con galantería sobre su dorso.

—Disculpa la actitud de mis hijos, los Hamilton siempre seréis bien recibidos en nuestro hogar.

—Creo que sería yo quien tendría que decidir eso, madre —espetó Callum malhumorado.

—¿Qué estás diciendo? —Con un gesto de la mano le restó importancia a sus palabras—. ¿Acaso vas a echar a la calle al laird de nuestro único clan vecino?

Su hijo gruñó y, a regañadientes, negó con la cabeza.

Sylvia sonrió y se volvió hacia su hija.

—Catriona, acompaña a nuestro invitado a la habitación azul, si eres tan amable.

—Cómo no, madre —respondió con cierto tono de amargura en la voz, que ella no pareció percibir—. Venga conmigo —le pidió a Arran.

—Continuaremos después con nuestra charla —le dijo a Callum antes de seguir a su hermana escaleras arriba.

—Veo que tienes muchas ganas de pelea —terció Cat cuando se quedaron a solas.

—¿Pelea? Yo no quiero pelear con nadie.

—Entonces, ¿por qué te has presentado aquí?

—Para aclarar las cosas con tu hermano.

—Mi hermano estaba muy tranquilo hasta que tú llegaste.

—¿Tranquilo? —La tomó por el brazo para que se detuviera—. No es eso lo que me pareció cuando uno de mis guerreros pisó sus tierras y los Hunter lo echaron de ellas a patadas.

—Solo necesita tiempo —dijo la joven liberándose de su agarre—. Créeme, conozco a mi hermano mejor que tú, sé qué reflexionará y hará lo mejor para todos.

Arran rio con ironía.

—Cómo no, la señorita siempre lo sabe todo.

Catriona ladeó la cabeza y se colocó en jarras.

—¿Qué estás insinuando?

—Creo que ha quedado bastante claro —repuso imitando su postura —. Insinúo que siempre crees tener la razón y estar al corriente de todo.

—¿Te sientes amenazado por una mujer más inteligente que tú? —lo provocó.

Arran sonrió de medio lado.

—Cuando algún día tenga delante a una con dichas capacidades, te lo diré —le devolvió la pulla.

Ambos se sostuvieron la mirada unos segundos, retándose y negándose a ser el primero en dar su brazo a torcer. Finalmente, fue Arran el que habló:

—¿Me indicas mi habitación o no?

—Es la puerta que tienes a tu derecha —respondió con voz firme, ocultando lo mucho que le afectaba su cercanía.

El hombre asintió, puso la mano en el pomo y la abrió.

—Gracias.

—No hay de qué —repuso dispuesta a tener la última palabra antes de que entrara en la alcoba y se encerrase dentro.

Cat suspiró y se dispuso a marcharse, cuando se percató de que su madre la estaba observando desde el inicio del corredor.

—¿Te ocurre algo con el laird Hamilton, Catriona? —le preguntó con una sonrisa traviesa dibujada en su atractivo rostro, muy parecido al de su hija.

—¿Qué iba a ocurrir? —respondió a la defensiva.

—Me da la sensación de que ocultas alguna cosa, querida.

—Todos tenemos secretos, madre. ¿No estás de acuerdo? —inquirió pasando por su lado sin esperar a que respondiera.

Se sentía dolida por su reciente descubrimiento y le gustaría poder hablarlo con ella, pero, por otro lado, necesitaba saber más antes de acusarla de algo sin tener la certeza de lo que ocurrió realmente.

Capítulo 2

Catriona se cambió de ropa para la cena, aunque evitó arreglarse en exceso para no dejar al descubierto sus verdaderos sentimientos.

Cuando estaba entrando en el salón se encontró con su hermano, que miraba ceñudo un retrato de su padre. Ambos se parecían, compartían altura, la ancha espalda, el cabello oscuro y los ojos pardos, aunque Callum poseía un aspecto más salvaje y peligroso, apariencia que también le daban las cicatrices que marcaban el lado izquierdo de su rostro.

—¿Buscando consejos en padre? —le preguntó mientras se le acercaba.

—Ojalá pudiera hablar con él y que me aconsejara cómo actuar, Cat —reconoció volviendo sus ojos hacia ella.

—Sé que jamás seré padre, no obstante, se me da bien escuchar si necesitas hablar.

Su hermano resopló y se pasó las manos por el pelo.

—Estoy perdido. ¿Cómo debo actuar? ¿Cómo he de comportarme con Hamilton? le reveló sus preocupaciones—. Siento que debería pasar por alto la afrenta de Morrigan, pero, por otro lado, tampoco estoy dispuesto a convertirme en el hazmerreír del resto de clanes.

—Nadie se atrevería a reírse de ti, Callum.

—Puede que no en mi presencia, aunque, sin duda, sí que lo harán a mis espaldas. Nuestro clan ya ha sufrido bastantes humillaciones y habladurías.

—¿Qué nos importa a nosotros lo que digan los demás? —preguntó abrazándolo.

Entre ellos siempre existió una relación maravillosa de complicidad y apoyo fraternal. Confiaban mucho el uno en el otro, Catriona le demostraba su afecto y pese a que él era más frío para esas cosas, lo aceptaba con gusto.

—Esa no es la cuestión, Cat, no puedo mostrarme como un laird débil, ¿lo entiendes?

—¿Y qué quieres hacer? ¿Declararle la guerra a los Hamilton? ¿Batirte en duelo con Arran? ¿Enemistarte con los Campbell? Ninguna de

esas opciones me parece acertada.

—Ese es el problema, a mí tampoco. —Con dos dedos se apretó el puente de la nariz tratando de aliviar el tremendo dolor de cabeza que sentía —. Nunca debí aceptar casarme con Morrigan.

—Lo hiciste para unir nuestros clanes y asegurarte de que en la Isla de Arran reinara la paz. ¿Cómo podías prever que ella escaparía?

—Y mucho menos que mi hermana la ayudaría a hacerlo refunfuñó con una ceja enarcada.

La joven se puso de puntillas y le besó en la mejilla.

—¿Qué querías que hiciera?

—¿Detenerla?

—No podía hacerlo, percibía su desesperación.

—Desesperación por huir de mí —gruñó.

—Eso es porque no te conoce tan bien como yo, cualquier mujer que lo hiciera daría lo que fuera por convertirse en tu esposa.

—Permíteme que lo dude.

—Con permiso —la voz de Arran hizo que ambos se volvieran hacia él.

Vestía un kilt con sus colores y llevaba el cabello negro peinado hacia atrás, haciendo que quedaran aún más patentes sus atractivas y masculinas facciones, que se realzaban con la barba de días que lucía.

Su mirada oscura se detuvo sobre Catriona, que sintió como un escalofrío la recorría de pies a cabeza.

—Buenas noches, Hamilton —terció Callum rompiendo el silencio —. Espero que la cena que mi madre ha dispuesto sea de tu agrado.

—Pobre de él que no sea así —dijo Sylvia apareciendo en el salón y agarrándose del brazo del invitado.

Arran le dedicó una amplia sonrisa y la mujer se la devolvió. Lo conocía desde que era un niño, puesto que su difunto esposo y el anterior laird Hamilton fueron buenos amigos.

—Estoy convencido de que todo estará delicioso —respondió Arran con amabilidad, retirando una silla para que Sylvia tomara asiento.

Callum hizo lo mismo con su hermana, que acabó sentada frente al hombre de ojos negros que parecía atravesarla con la mirada.

Comenzaron a comer en un incómodo silencio que solo era roto por algún que otro comentario de Sylvia, que parecía ajena a la tensión que existía entre el resto de los presentes.

Cuando llegaron a los postres, Arran dejó los cubiertos sobre la mesa, se recostó sobre el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.

—Creo que va siendo hora de abordar el tema que he venido a tratar —dijo dirigiéndose a Callum—. ¿Estás dispuesto a olvidar lo ocurrido y que volvamos a mantener la paz que siempre ha unido a nuestros clanes?

—Me gustaría que así fuera, pero es complicado.

—¡Maldita sea! —Golpeó la mesa con los puños, sobresaltando a las mujeres—. Lo complicado será cuando nuestra gente empiece a enfrentarse y comience a morir.

Callum se puso en pie con una expresión asesina dibujada en el rostro.

—¿Cómo osas hablarme así? Te recuerdo que estás sentado a mi mesa.

Arran se incorporó, apoyó las palmas sobre la sólida madera y se inclinó hacia delante, enfrentándolo.

—Y yo te recuerdo a ti que estoy tratando de evitar una guerra que no nos beneficiaría a ninguno de los dos. ¿O tu orgullo está por encima de la vida de tu gente?

—Tus insinuaciones me ofenden y en este momento estoy muy tentado a que nos batamos en duelo, Hamilton.

—Si eso es lo que necesitas para resarcirte, que así sea. Haré cualquier cosa por mantener la paz entre nuestros clanes.

—¡Nooo! —gritó Catriona poniéndose en pie de un salto, haciendo que la silla cayera hacia atrás con un sonoro golpe—. ¿Os habéis vuelto locos? No podéis hacer semejante estupidez.

—No es cosa suya, así que le rogaría que no se metiera en esto, señorita Hunter —respondió Arran malhumorado.

La pelirroja lo fulminó con la mirada y se puso en jarras.

—Estoy aquí presente y diré lo que me venga en gana —repuso con el mentón alzado.

—En este caso, Cat, creo que Hamilton tiene razón, este asunto es entre él y yo.

La joven le miró con los ojos muy abiertos.

—No puedo creer que me digas eso —le reprochó—. ¿Estás dispuesto a jugarte la vida por una nimiedad?

—No es una nimiedad, Cat. El modo en que su hermana me dejó plantado irá de boca en boca y me convertiré en el hazmerreír de las

Highlands si no hago algo —bramó con frustración.

—Es posible que yo tenga una solución que pueda beneficiarnos a todos —intercedió Sylvia.

Los tres se volvieron hacia ella.

—¿Qué solución? —preguntó Arran con interés.

—¿Y si les hacemos creer a todos que mis hijos no fueron a tu clan por el motivo que piensan?

—Eso es imposible, saben que el padre Balfour venía de camino para asistir a una ceremonia nupcial —continuó diciendo el hombre.

—Y así era, pero no la que todos creían.

El corazón de Catriona comenzó a latir acelerado al intuir lo que su progenitora iba a decir.

—Explícate mejor, madre —le exigió Callum.

—¿Por qué no decimos que la boda que iba a celebrarse en realidad era la de Arran y Cat? Sería un motivo factible para que ambos estuvierais allí y para explicar la presencia del sacerdote. Además, que Morrigan escapara habría sido una buena excusa para posponer dicho enlace.

—Oh, no —negó Arran moviendo la cabeza de un lado al otro con vehemencia—. Yo… —Señaló a Catriona—. Nosotros no podemos casarnos.

—¿No decías que estabas dispuesto a cualquier cosa por mantener la paz entre nuestros clanes? —inquirió la mujer con una ceja enarcada.

—¿Y mi opinión no cuenta para nada? Yo tampoco quiero casarme con él —soltó Catriona molesta.

—¿Que tú no quieres casarte conmigo? —ironizó Arran aproximándose a ella—. A tus veintiséis años se te considera una solterona, ser mi esposa sería lo mejor que podría pasarte.

La joven emitió una risa sarcástica.

—¿Estar unida a un fanfarrón engreído es lo mejor que puede pasarme en la vida? Porque yo veo un futuro más halagüeño en estar metida en un convento rodeada de viejas monjas.

Arran bufó furioso.

—Madre tiene razón, es una buena idea —apuntó entonces Callum.

—Gracias, hijo —se jactó Sylvia satisfecha.

—Hunter…

—No, espera un momento, Hamilton —le interrumpió—. Si te casas con mi hermana mataremos dos pájaros de un tiro. Por una parte, no tendré

que matarte para resarcir mi orgullo, y también, a través de vuestro enlace, nuestros clanes quedarán unidos, como siempre fue nuestra intención. ¿O acaso no estás dispuesto a hacer el mismo sacrificio por el que yo pretendía pasar?

—¿Casarse conmigo es un sacrificio? —protestó Catriona indignada.

—No es por ti, Cat —le aseguró Callum tomándola por los hombros para poder mirarla a los ojos—. Sería igual de sacrificado casarte con cualquier persona que no ames. También lo será para ti.

Catriona parpadeó con rapidez.

—Sí, claro, por supuesto —se apresuró a decir para no delatar sus verdaderos sentimientos.

—No obstante, en este caso, el matrimonio solo representa una transacción, nada romántico, y creo que si te casas con Hamilton puede beneficiar mucho a nuestra gente. Aun así, si no estás de acuerdo, nos olvidaremos de esto, ya encontraré otro modo de solucionarlo.

—¿Como batirte en duelo con Arran? —Miró al aludido por encima del ancho hombro de su hermano.

—Por ejemplo —reconoció con el semblante serio.

—Ni hablar, no voy a permitirlo, no quiero cargar con ninguna de vuestras muertes a mis espaldas. —Negó con la cabeza—. Me casaré con él si con ello consigo la paz.

—¿¡Qué!? —exclamó Arran—. Pero… pero…

—¿Te has quedado sin palabras, querido? —se mofó Sylvia.

—Yo… es que…

—Dios santo, ¿en serio? —inquirió Catriona poniendo los ojos en blanco—. ¿Voy a tener que soportar esos balbuceos toda la vida? Pero… pero… yo… yo… —lo imitó haciendo muecas.

Arran gruñó y se pasó las manos por el pelo.

—Eres… —dijo entre dientes tratando de contener su temperamento.

—¿Qué? Dilo de una vez. ¿Qué soy?

Observó aquellos rizos rojizos que contrastaban a la perfección con su pálida tez y sus rasgados ojos verdes claros. Era bonita, aunque no en exceso, sin embargo, lo que hizo que su entrepierna se endureciera no fue su aspecto, sino la manera retadora con la que le miraba. Catriona tenía fuego dentro de ella, podía sentirlo.

—Al parecer, eres mi prometida porque, por desgracia, voy a casarme contigo.

Capítulo 3

Arran envió a uno de sus hombres a su clan para que avisara a Donald —el mejor amigo de su padre y el que se quedaba a cargo del clan en su ausencia

—, de que tardaría unos días más en volver porque iba a contraer matrimonio con Catriona. Estaba seguro de que esa noticia le sorprendería, en especial, porque la boda se celebraría al día siguiente, ya que el padre Balfour se encontraba en el clan Hunter en aquellos momentos.

De vuelta al castillo, tras haber estado ocupándose de su caballo, vio una sombra escabulléndose entre los árboles que llamó su atención. La larga melena pelirroja no le dejó lugar a dudas de quien se trataba, así que decidió seguirla.

¿A dónde iría ahora esa joven testaruda? No estaría pensando en huir del mismo modo en que lo hizo Morrigan, ¿verdad? Porque si era así, la ataría a su cama para que no pudiera librarse de su enlace después de que se había comprometido a ello.

De repente, aquella imagen de Catriona atada a los postes del lecho le resultó de lo más atrayente. ¿Qué demonios le estaba pasando?

Cat, ajena a que la seguían, iba caminando en medio de la oscuridad del bosque. Sabía perfectamente a donde se dirigía porque hizo ese mismo recorrido en innumerables ocasiones.

—Ya creía que no ibas a venir —dijo un hombre de cabello rubio saliendo a su encuentro.

—Debería estar muerta para no acudir a nuestro encuentro aseveró echándose a sus brazos.

—Un año sin verte ha sido demasiado tiempo.

—Lo sé —respondió la joven sonriendo y alzando los ojos hacia él.

—Qué bonito reencuentro —ironizó Arran a sus espaldas, sobresaltándolos.

—No es lo que piensas —se apresuró a decir Cat alejándose de los brazos del hombre al que acababa de abrazar.

—Por supuesto que no, que te restriegues con un hombre en medio de la noche como una vulgar fulana es lo más normal del mundo.

—No te consiento que le hables así —espetó el desconocido, desenvainando su espada.

Arran alzó su arco apuntándole directamente a la cabeza.

—¿Acaso tú vas a decirme como hablarle a mi reciente prometida?

—¿Prometida? —El hombre miró a la joven pelirroja con la confusión reflejada en el rostro.

—Vaya, aún no le ha dado tiempo de darte las buenas nuevas —se jactó Arran, sarcástico.

—Deja de decir necedades, ¿quieres? —espetó Cat enfadada—. No entiendo por qué te comportas como un hombre celoso, tú y yo solo nos vamos a casar por mantener la paz entre nuestros clanes.

—Eso no significa que pase por alto que tengas amantes.

—¡Amantes! exclamó ofendida—. Estoy tentada a darte una bofetada. Yo no estoy aquí para retozar sobre la hierba, como pareces empeñado en pensar. En este lugar está la tumba de mi padre y cada año, al pasar las doce de la noche del día de su cumpleaños, vengo a reunirme con él. —Se apartó hacia un lado para que pudiera ver las piedras que indicaban el lugar donde estaba enterrado su cuerpo.

Arran desvió la mirada hacia el sitio que señalaba, aunque rápidamente volvió a centrar su atención en la pareja que tenía frente a sí.

—Eso no explica qué haces a solas con él, lanzándote a sus brazos.

El hombre avanzó enfundando su espada y alargando la mano hacia él.

—Soy Arthur, el hermano pequeño de Harris.

Arran estudió la mano unos segundos antes de volver a colocarse el arco a la espalda y tomarla. La verdad es que no se parecía en nada a la imagen que él recordaba del anterior laird de los Hunter, que era un fiel reflejo de su hijo.

—¿Y por qué no te conozco?

—Digamos que soy un nómada, nunca paso demasiado tiempo en el mismo lugar, pero siempre vuelvo a casa para celebrar el cumpleaños de mi querido hermano.

—Y ahora que has comprobado que tu honor permanece intacto, lárgate —le soltó Catriona furiosa antes de arrodillarse frente a la tumba de su padre y poner una de sus manos sobre las piedras que la componían.

Arran se quedó un par de minutos mirando en silencio su imagen en la oscuridad, decidiendo si debía disculparse por haberla juzgado mal.

Finalmente, optó por darse media vuelta e irse por donde vino, sin decir una sola palabra más.

—Así que prometida, ¿eh? —comentó Arthur con ironía—. Y, por lo que puedo apreciar, con un hombre con el que te llevas a las mil maravillas.

—Cállate, tío Arthur, no estoy de humor.

—¿Cómo ha ocurrido esto? Creía que estabas decidida a mantenerte soltera —comentó acuclillándose a su lado.

—Y era así, sin embargo, las circunstancias me han llevado a estar al borde de dar el «sí, quiero» —se lamentó—. Deja que te lo cuente todo.

Catriona se tiró toda la noche hablando con Arthur, que además de su tío, lo consideraba un buen amigo. Era cierto que jamás pasó largas temporadas en Tùr Eilein, pues era un trotamundos, pero cuando lo hacía, su relación siempre fue muy cercana, sobre todo, porque solo se llevaba diez años con Cat y cinco con Callum, cosa que los convertía en confidentes.

Al llegar la mañana, la joven se sentía muy nerviosa, pese a que de todos modos estaba decidida a seguir adelante. No tenía nada que ver con sus sentimientos hacia Arran, estaba enamorada de él, sí, no obstante, no le agradaba la idea de que se casara con ella por obligación. De todos modos, jamás se perdonaría que su hermano y él se enfrentaran en un duelo y que alguno de los dos acabara herido de gravedad, o incluso algo peor, muerto. Unos leves toques en la puerta la hicieron volverse y ver a su madre, que entró con una sonrisa tierna dibujada en los labios.

—¿Cómo estás?

Catriona desvió de nuevo la mirada hacia el espejo, apreciando las pronunciadas sombras que se marcaban bajo sus ojos.

—No sabría decirte, madre —contestó con sinceridad.

Acercándose a ella por detrás, Sylvia posó una de sus manos sobre el hombro de su hija.

—Comprendo tu nerviosismo, pero todo va a ir bien. Esto es lo que siempre has soñado.

—¿Cómo sabes tú con lo que sueño? —inquirió con el ceño fruncido.

—Porque soy tu madre y te conozco —respondió con calma—. Hace años que sé los sentimientos que albergas hacia el joven Hamilton.

—Yo también creía que te conocía a ti —repuso con cierta amargura.

Sylvia frunció el ceño, extrañada por sus palabras.

—¿Qué quieres decir, Cat?

La joven negó con la cabeza.

—Nada, solo estoy nerviosa —dijo, restándole importancia a sus palabras.

—No te preocupes, cariño, todo va a salir bien. Ahora te ayudaré a arreglarte y ponerte bellísima para impresionar a tu futuro marido.

—Aunque me pusieras uno de los vestidos de la mismísima reina, Arran no se fijaría en mí de ese modo —comentó con tono irónico.

—No digas estupideces, cariño, eres una mujer preciosa, cualquier hombre puede apreciarlo.

—Se nota que me ves con ojos de madre —apuntó emitiendo un suspiro cansado.

Arran estaba en los alrededores de Tùr Eilein con su inseparable halcón al hombro. Necesitaba respirar un poco de aire fresco.

Cuando acudió al clan Hunter, lo que menos hubiera imaginado era que acabaría casado con aquella pelirroja que siempre quería tener la última palabra. ¿Cómo iba a lidiar con una esposa así?

Su ideal de mujer siempre fue una joven hermosa, que luciera una sonrisa adorable en el rostro, con un carácter tranquilo y hogareño, y que le respetara a él y sus decisiones. Tenía claro que Catriona jamás podría ser esa persona.

—¿Qué voy a hacer con esta mujer, amigo? —le dijo a Sealgair, que ladeó levemente la cabeza como si le entendiera.

—¿Hamilton?

La voz ronca de Callum hizo que se volviera hacia él.

—¿Querías algo, Hunter?

El aludido asintió y se aproximó más, hasta que ambos quedaron a pocos pasos.

—Quería hablar contigo sobre mi hermana.

Arran se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva.

—Adelante, di lo que tengas que decir y acabemos de una vez con esto.

—Cat es una mujer excepcional, no se merece sentir que, para ti, casarte con ella es un castigo.

—¿Pretendes que finja estar encantado con todo esto? —rio con amargura—. Porque déjame decirte que es lo opuesto a lo que siento.

—Si es preciso que lo hagas para que no la ofendas, adelante, hazlo.

—Escúchame bien, Hunter, no soy ningún pelele que vaya a ir todo el día detrás de tu hermana para tenerla contenta. Deberá adaptarse a las costumbres de mi clan y aprender a ser una buena esposa.

Callum gruñó entre dientes.

—Una vez que te cases con ella, tu deber es protegerla y cuidarla, no lo olvides.

—Jamás olvido mis obligaciones, Hunter, y también espero que ella tampoco lo haga con las suyas.

Ambos se mantuvieron la mirada un par de minutos, retándose.

—Si me entero que la haces infeliz, te mataré —sentenció Callum con solemnidad, con una expresión que hubiera asustado a la mayoría de los hombres de Escocia.

—Preocúpate más de que ella sepa permanecer en su lugar, yo tengo bien claro cuál es el mío —dijo alejándose y dando por zanjada la conversación.

Ya era suficiente con tener que soportar a aquella pelirroja que creía saberlo todo, como para que, encima, su hermano tratara de amedrentarle.

¡Maldita la hora en que decidió presentarse en el clan Hunter para asegurar la paz entre sus gentes!

Capítulo 4

Catriona vivió la ceremonia nupcial como si estuviera dentro de un mal sueño. Por una parte, Arran no dejaba de echarle miradas fulminantes, mientras que su hermano lo hacía con lástima.

No le gustaba que nadie sintiera pena por ella, y mucho menos, por unirse en matrimonio al hombre que amaba en secreto y que, al parecer, y teniendo en cuenta su actitud, la odiaba.

—Puede besar a la novia —dijo el padre Balfour.

—¿Es necesario? —inquirió Catriona dando un paso atrás para poner mayor distancia con su reciente marido.

El párroco la miró con las cejas enarcadas.

—Amm… sí, claro… es lo que suele hacerse en estos casos.

—Que suela hacerse no significa que sea algo obligatorio —le rebatió, poniéndose en jarras.

—Oh, vamos —gruñó Arran tomándola por la cintura y pegándola a su cuerpo—. ¿Hasta esto vas a discutirlo?

Cat se disponía a contestarle cuando los labios del hombre se posaron sobre los suyos, acallándola. Fue un beso suave y fugaz, y, aun así, hizo que a la joven la recorriera un escalofrío.

Cuando se separaron, los ojos de Arran se quedaron mirando a los de Catriona por unos segundos, apreciando las diferentes tonalidades verdes que en ellos había. Sintió deseos de volver a besarla para poder degustar a sus anchas la dulzura que percibió en ella, por eso mismo la soltó de mala gana, no le gustaba que aquella cabezota despertara esos deseos en él.

—Prepárate para el viaje, partiremos ahora mismo hacia Fjord Castle —le comunicó mientras se dirigía hacia el exterior de la ermita.

—¿Qué? —Catriona se alzó un poco las faldas y corrió tras él—. No puedes hablar en serio.

—Créeme, siempre hablo en serio.

—Es imposible que partamos ya, necesito tiempo para preparar mi equipaje.

—Coge lo esencial, mandaré a alguien para que vuelva a por el resto de tus cosas —dijo sin tan siquiera volverse para mirarla.

—¿Y no voy a tener tiempo ni para despedirme?

—No creo que se tarde tanto en decir adiós.

—¡Eres un arrogante insensible! —exclamó deteniéndose con los puños apretados.

Arran se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

—Te exijo que me tengas respeto, Catriona, ahora eres mi esposa. La joven alzó el mentón con actitud retadora.

—¿Así va a ser a partir de ahora?

—¿A qué te refieres? —preguntó entrecerrando los ojos.

—A que tú dispongas lo que hay que hacer y yo tenga que obedecer a pies juntillas.

—Reconozco que me gustaría que así fuera, aunque conociéndote, lo veo bastante improbable —repuso sardónico—. Y ahora, te sugiero que no pierdas más tiempo y hagas lo que te he pedido. Antes de que el sol comience a bajar nos pondremos en marcha, estés lista o no.

Catriona estaba cogiendo algunos vestidos, mientras iba rezongando maldiciones hacia su nuevo esposo. Pasaría la noche de bodas cabalgando, cubierta de polvo y con las posaderas doloridas. ¡Qué maravilla!

—Cómo me gusta ver la felicidad que irradiáis las recién casadas ironizó su tío en una postura relajada con un hombro apoyado en el marco de la puerta de su alcoba, los brazos cruzados y un tobillo descansando sobre el otro.

—No estoy de humor para tus bromas, tío Arthur.

—Eso ya lo veo —comentó burlón—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No hace falta, ya tengo casi listo todo lo que me puedo llevar en estos momentos, mi madre organizará el resto de mis cosas. —Miró su habitación con nostalgia—. No puedo creerme que no vaya a dormir aquí nunca más.

—No seas dramática, sobrina. —Pasó una mano por encima de sus hombros y la apretó contra su costado—. Volverás de visita, ¿no?

Catriona puso los ojos en blanco.

—Sabes perfectamente a lo que me refiero.

—Lo sé, y entiendo que al principio puede resultarte difícil, pero te conozco y sé que te adaptarás rápido. Eres una Hunter.

—No lo tengo tan claro —comentó pensando en la actitud distante que Arran mostraba con ella.

Un carraspeo ronco hizo que ambos se volvieran hacia la puerta, que en aquel momento estaba ocupada con la enorme envergadura de Callum.

—¿Interrumpo?

—No, para nada, yo ya me iba —se apresuró a responder Arthur besando los rizos pelirrojos de la joven—. Que tengas buen viaje —le deseó guiñándole un ojo.

Al pasar junto a su sobrino le palmeó el hombro y los dejó a solas.

—Te he traído tus frascos de hierbas, he pensado que te gustaría llevártelos —repuso entregándole el saquito donde las llevaba guardadas.

—Muchas gracias. —Lo cogió con una sonrisa triste dibujada en la cara.

—Cat, si crees que esto es un error…

—No es ningún error, no voy a permitir que os matéis batiéndoos en duelo cuando puedo evitarlo.

—¿A cambio de sacrificar tu felicidad?

—No seas tan dramático, Callum. —Le acarició la rasposa mejilla —. Me hice a la idea de permanecer soltera para siempre, solo necesito algo de tiempo para adaptarme a las nuevas circunstancias, eso es todo.

—Si en cualquier momento sientes que no eres feliz con Hamilton, recuerda que esta siempre será tu casa.

Catriona sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Conocía lo suficiente a su hermano para saber que no le importaría enemistarse con quien hiciera falta con tal de que su familia estuviera bien.

—Lo sé, hermano. —Lo abrazó con afecto—. Yo jamás dejaré de ser una Hunter.

Después de que Catriona se despidiera de su familia y del resto de los integrantes del clan, iniciaron la marcha.

Arran iba a la cabeza del grupo, con su inseparable halcón sobrevolando en círculos sus cabezas. No estaba de buen humor, en especial, cuando no dejaba de oír la cantarina risa de Cat, que conversaba de un modo animado con algunos de sus hombres. Colin, un guerrero joven

y apuesto que solía hacer a las muchachas suspirar por sus huesos, era el que más parecía captar su atención.

¿Por qué tenía que estar hablando y riendo con él sin parar?

Gruñó para sus adentros, maldiciéndose a sí mismo por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. ¿A él qué más le daba con quién hablara? Su matrimonio solo era un acuerdo, por el amor de Dios.

—¡Esperad un momento! —exclamó de repente la joven deteniendo su caballo y bajando de él con agilidad.

—¿Qué demonios haces? —gruñó Arran viendo como se aproximaba a un costado del camino, arrodillándose.

—Es rodiola —le dijo, como si eso para él significara algo.

—Seguid adelante, en un momento os alcanzaremos —les ordenó a sus hombres antes de acercar su semental hasta ella para desmontar y ver como recogía algunas flores—. ¿Se puede saber por qué te has detenido?

—Te lo acabo de decir, es rodiola, es difícil encontrarla y tenía que pararme a recogerla.

—No sé como se harían las cosas en tu antiguo clan, no obstante, de ahora en adelante quiero que me consultes antes de tomar decisiones por tu cuenta.

Catriona alzó su mirada hacia él.

—¿De verdad pretendes que te consulte si puedo recoger unas flores?

—No exactamente eso, pero no puedes decidir por tu cuenta detener la marcha solo para arrancar unos hierbajos.

—Para tu información, esto a lo que llamas hierbajos ayudan a dar vitalidad a los enfermos —repuso con el mentón alzado.

—Mira, recoge lo que necesites cuanto antes y… —de repente, la frase se murió en sus labios al percibir los sutiles movimientos de una serpiente que iba directa hacia Cat.

Sin pensarlo, la empujó hacia un lado y se interpuso entre ella y la víbora, que clavó los afilados colmillos en su gemelo con saña.

—¡Maldición! —rugió inclinándose para tomar al reptil por la cabeza para que le soltase, tras lo cual, lo liberó entre los matorrales. No era partidario de matar animales si podía evitarlo.

—Madre mía, te ha mordido —se lamentó Catriona.

—¿De verdad? —ironizó—. No me había percatado, menos mal que acabas de decírmelo.

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