Arte y silencio

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El silencio. Visiones y representaciones

Primera conclusión Pero como hemos visto en las diferentes tipologías de “silencios” aquí expuestos, creemos que podemos llegar a una primera conclusión: el silencio, tal como nos advierte Sontag, no puede ser confundido como una zona de meditación, una maduración espiritual o un acto solipsista. En el silencio, siempre hay un tercero, el espectador: “En la medida en que es serio el artista experimenta la tentación de cortar el diálogo que mantiene con el público.” 13 El silencio sería el apogeo de esta resistencia a comunicar, de esta ambivalencia respecto a la toma de contacto con el público, que es una característica sobresaliente del arte moderno, con su incansable consagración a lo nuevo y lo esotérico. Un silencio que no existe en sentido literal, como experiencia del público, ni tampoco como propiedad de una obra de arte. No existen superficies neutrales, ni discursos neutrales ni temas neutrales ni formas neutrales. Y el silencio nunca es neutral, sino un elemento del diálogo que puede adoptar formas extremadamente críticas, formas políticas de resistencia, como las que han asumido un buen número de artistas contemporáneos que se sirven del silencio como una arma, como un compromiso, más allá del ornamento y la diversión y, sobre todo, el espectáculo. Desde nuestra actual perspectiva, desde el rostro oscuro de la globalización en su amenaza contra las realidades locales y con el trasfondo de genocidios y nuevos Holocaustos es cada día más frecuente el recurso de artistas de diferentes latitudes a esta noción de silencio como una reivindicación ante la avalancha de estratos por el ruido incesante de los medios audiovisuales (lo visible – mudo versus lo acústico), pero también como búsqueda de una cierta negatividad, de un rechazo a lo monumental y espectacularizado de nuestra sociedad mercantilizada, amnésica, convulsa y plagada de violencia. Resulta hasta cierto punto paradójico cómo en algunos casos la voluntad de dar testimonio del horror suele ir paralela al mutismo, por la impotencia del lenguaje a dar cuenta de la monstruosidad que ha asolado la existencia y la capacidad expresiva de las palabras.14 Una experiencia, la de lo “indecible” en la que el silencio se alimenta ante la necesidad de conjurar el olvido porque, como sostiene Primo Levi refiriéndose en este caso, a su experiencia con el Shoa: “Lo peor de la experiencia de lo indecible sería 13 14

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S. Sontag, op. cit., p. 17. D. Le Breton, op. cit., p. 83.


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