LA ÚLTIMA FOTOGRAFÍA by Rubén Don (fragmento)

Page 1



La última fotografía



Rubén Don

La última fotografía

Editorial Ojo de Pez


La última fotografía Rubén Don Primera edición en Tijuana. Mayo, 2014. Editorial Ojo de Pez editorialojodepez@gmail.com

Equipo editorial: Lilia Hernández Nina Sicilia Julio César Pérez Cruz Jorge Peñalosa Patricia Binôme Ilustración de portada: Ángel Valdez Impreso en Tijuana.

Usted es libre de comunicar públicamente esta obra, pero deberá reconocer los créditos de la misma. No podrá utilizarla para fines comerciales ni alterarla o transformarla.




Para Denisa, Karla y Valerie: mi tercia de “Dones�



Miro la montañita de los apuntes y sé que no tienen destino. En la vida de todo hombre maduro y normal hay siempre una mujer lejana. Por la geografía o los días. Nunca volveré a ver a mi lejana. Si vive, pisa un punto de la tierra ignorado por mí. Y si llegara a producirse el milagro, ya marchito, del reencuentro, tampoco te ofrecería mis apuntes como lectura. Tal vez, Lejana, te mostrara el montón de hojas como una avergonzada y lastimosa prueba de que yo estuve viviendo en tu usencia. Juan Carlos Onetti, Cuando ya no importe



1

El viento impele las hojas de los robles y abandona un leve murmullo a su paso. El otoño se anuncia. Las cadenas rechinan en cada pedaleo. Entonces mis sentidos se expanden, las arritmias se acumulan dentro de mi pecho y en mi mente los recuerdos insisten en lo ya escarbado. La nostalgia de un pasado efímero. El pronunciar de aquel nombre quiebra la armonía de la intemperie. ¡Alejandra, Alejandra!, gritan sus amigas. Compiten a bordo de las bicicletas. Pero ella no se deja alcanzar. Pedalea con el ímpetu propio de sus catorce años. Los mismos que tenías cuando te conocí. En octubre próximo cumpliré sesenta y nueve años de edad y cincuenta de evocarte: dos fechas unidas arbitrariamente, una atada a la otra por esa casualidad absurda que en ocasiones traza la vida para no olvidar ciertos sucesos. 13


A lo largo de mi existencia tu nombre ha repicado en mis oídos con necedad. Circunda mis pensamientos como la rémora que se pliega al cuerpo de un delfín, sin que éste la perciba, y ya jamás se separa. Sí, innumerables Alejandras en mi vida. Me han presentado mujeres llamadas como tú, lo he escuchado infinidad de ocasiones —una conversación, el televisor, alguna película, varios libros: el que más recuerdo es Triste Domingo de Ricardo Garibay— con esa redundancia que de alguna forma produce cansancio, un cansancio que me atormenta. Sílabas que provocan una excitación difícil de explicar. Además, mi hija tuvo el involuntario desatino de llamar a su primogénita Alejandra. Cómo prohibírselo: ¿revelando mi secreto? Así he logrado sobrevivir, gracias a los ecos de tu nombre: todas las Alejandras invocándote. Sombras conexas. Pero ahora mis extremidades sucumben sin que pueda evitarlo. Estoy atado a esta silla de ruedas: inmóvil, pasivo. Arrepentido de no buscarte a tiempo: por temor, por arrogancia. Porque los días, los meses 14


y los años pasan y nos traicionan. Anoche soñé que poseía fuerzas para levantarme de esta cárcel. Caminé algunos pasos, cargué con el peso de mis entrañas. Ahí estabas, al final de la niebla. Me detuve frente a ti para deletrear tu nombre, mirarte por última vez, ofrecerte una disculpa, quizá, porque entonces la imagen se dispersó y abrí los ojos, atormentado por un dolor en el vientre. De nuevo las voces infantiles invocan el Alejandra, Alejandra. Cinco consonantes y cuatro vocales que despiertan mis poros, retumban en mi interior. Ella pedalea con fuerza, sabiéndose inalcanzable. Les ha ganado la carrera. Frena la bicicleta frente a mí: ¿es hora de irnos, abuelo?

15



2

Hoy preguntó mi nieta por qué traigo conmigo este álbum fotográfico cuando venimos al parque. Le respondí que los viejos necesitamos recordar. Sé que no quedó convencida. Entrecerró los ojos y chasqueó la boca en un acto involuntario de su recién estrenada pubertad. Salió disparada al escuchar las voces de sus amigas. Quise explicarle que a cierta edad las acciones que elegimos a lo largo de la vida rebotan en un espejo cóncavo repleto de memorias. Factura o ajuste de cuentas, le llaman algunos. ¿Lo hubiese entendido con la premura de sus años? Mis manos tiemblan. No por la enfermedad. Es el miedo de enfrentarme a ese vitral. Al caleidoscopio que fue nuestra relación. Me envalentono y abro la cubierta. Empujado por la incertidumbre, extraigo la primera fotografía. El amarillo del papel es similar al impregnado en las uñas de mis dedos, producto de la nicotina. Duele reconocer la opacidad como signo de vejez. Pero aquí estamos con el paso del tiempo, cara 17


a cara. Sé que eres tú, Alejandra, porque así lo delata la imagen. Sin embargo la memoria me traiciona: no recuerdo el timbre de tu voz, ni el tacto de tu piel; creo reconocer la ligera mueca de tus labios cuando reías, pero no el tono de la carcajada. Guardo pocos signos: el brillo de tus ojos rasgados, tal vez. Sí. Esa tonalidad misteriosa. Radiaban ante la vida y nuestra juventud, así nada más. Porque la juventud aparenta ser sencilla, sin tribulaciones. Aunque aquello sólo se comprenda en la vida adulta, cuando la frescura se ha desvanecido. O quizá demasiado tarde, como ahora que la superficie de mis manos se agrieta y mis pupilas desenfocan los objetos. Estás de pie afuera de una iglesia, justo unos meses antes de conocernos. Cuando yo no existía en tu vida. Tu madre y tus hermanas flanquean tus costados. Vistes un conjunto negro que te hacía parecer mayor. Pero es esa expresión poco maliciosa en tu rostro la que pone al descubierto tu corta edad. Me entregaste la fotografía como una factura por esos catorce años sin ti. Sí, cierro los ojos y ahí 18


estamos: sentados en ese café de la calle Donceles, la máquina demoledora de cacao crujiendo a nuestras espaldas. Afuera cae una lluvia ligera, de esas que abochornan el ambiente y alborotan al calor. Tú y yo sorbemos traguitos de las tazas como dos amantes que se preparan para confesarse mutuamente un secreto. Pero, a decir verdad, hablamos poco aquella tarde. Impacientes, nos retorcíamos en los asientos; nuestros labios, indecisos, se abrían y cerraban aunque de nuestras gargantas no salía expulsada una sola palabra. Y quizá así era mejor, porque en el silencio había más expectativa. Entonces pusiste la foto entre mis dedos. Experimenté lo que llaman celos retrospectivos. No supe interpretar esa sensación hueca entre la faringe y el estómago. Una extraña mezcla de rabia y ganas de echarme a llorar. ¿Por qué no era yo el que estaba a tu lado? Acerco el retrato a mi rostro sólo para corroborar que tienes ese brillo en la mirada que por ahora vuelve intacto a mis recuerdos. Cierro los ojos. Pongo en marcha mi deteriorado olfato buscando inútilmente ese aroma que me acerque más a ti. Pero sólo con19


sigo capturar un incipiente otoño que trae consigo la resequedad del mundo. El temblor involuntario regresa. Ahora no estoy seguro si es por la enfermedad o por el cisma que provoca tu imagen. El papel resbala de mis manos. Te alejas una vez más. Mi nieta se apresura a levantar la instantánea, la revisa de reojo, pregunta quién es la niña de la foto.

20



Rubén Don nació en la ciudad de México en 1977. Ha publicado las novelas: La consecuencia de los días (UACM, 2005), Premio Nacional de Narradores Jóvenes 2005, con una nueva edición en 2009 bajo el sello del Instituto Politécnico Nacional; Negativos extraviados en el placard (Amarillo Editores, 2006) y Nos veremos en el infierno, Kurt Cobain (Tierra Adentro, 2011). En junio del 2014 aparecerá en España su libro de cuentos Perder es cuestión de tiempo, bajo el sello editorial Baile del Sol.


La última fotografía EDITORIAL OJO DE PEZ Tijuana B.C., mayo de 2014. •


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.