BALLENAS EN HORMIGUEROS

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BALLENAS eN HORMIGUEROs antolog铆a hispanoamericana de minificci贸n



BALLENAS EN HORMIGUEROS

antolog铆a hispanoamericana de minificci贸n

Editorial Ojo de Pez


Ballenas en hormigueros. Antología hispanoamericana de minificción. Primera edición Julio, 2014. Editorial Ojo de Pez editorialojodepez@gmail.com Equipo editorial: Patricia Binôme Lilia Hernández Iann Sicilia Jorge Peñalosa Julio Pérez Cruz

Ilustración de portada: Jorge Peñalosa Impreso en Tijuana. Usted es libre de comunicar públicamente esta obra pero deberá reconocer los créditos de la misma. No podrá utilizarla para fines comerciales ni transformarla.




Cuando desperto el dinosaurio todavia estaba alli Augusto Monterroso



ME xi co



Claudia Liz Flores Baja California

ENDORFINAS Empecé cuándo mi madre perdió el último de sus tornillos. Siempre fui muy parecida a ella y temía que su enfermedad mental me alcanzara. Los brazos y las piernas me pesaban como si las venas estuvieran llenas de autodestrucción y, aunque cada paso me costaba, pensaba que de no hacer algo, la maldición me llegaría a la cabeza y me dejaría sin la capacidad de avanzar, de soñar. Luego mi padre murió, sus pulmones colapsaron una mañana helada después de Navidad, sin previo aviso, sin estar enfermo y antes que 13


mamá. Así que me alejé más, cada vez a mayor velocidad, tomando grandes bocanadas de aire, intentando guardar en mis pulmones todo lo que él, al final, no pudo respirar; pero siempre regresando al punto de partida. Logré adormecer a mis miedos, sacarles una vuelta o dos de ventaja, lo suficiente para soportar la rutina y volver a empezar. ¿Por qué me gusta correr? No estoy corriendo, estoy huyendo de una vida que no quiero.

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Mario Chavez Campos Michoacán

EL PÁJARO Para cuando el pájaro negro del adiós había levantado el vuelo, yo apenas estaba por besar tus labios.

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Noe Blancas Guerrero

DE POR QUÉ EL LLANTO ES SALADO Dicen que las pasiones humanas fueron hechas cuando el mar, sintiéndose solo, pidió una compañera y el Creador no se la quiso dar. —Ahí tienes a la luna —dijo El Creador, mientras se lavaba la cara en las aguas, entonces dulces, hechas para estar ahí, tranquilas como un cristal. — Y el crepúsculo y la aurora —agregó. Los hombres, en las orillas, en los riscos, en las vegas, se burlaron de la petición, abrazados, como manglares, a sus mujeres. Entonces el mar, irremediablemente solo, comenzó a suspirar tanto y tan hondo que sobre16


vino la borrasca.

El Creador, al ver tanta conmoción y al comprender el dolor que agitaba a su, hasta entonces, más dulce criatura, se dolió de su propia decisión. Sin embargo, inquebrantable en sus designios, se limitó a ayudarle.

Y entonces arrojó las borrascas a los corazones de los hombres.

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Alejandro VAzquez Baja California

ALEGRÍA Los cinco viejecitos llegaron al lugar y la hora acordados para tomarse la botella de ron que habían robado. Uno de ellos la abrió y le dio un trago que haría ver a los Malditos como aficionados. Después de diez segundos de convulsiones, murió. Los otros cuatro decidieron no tomar y huyeron. No quisieron morir semi alcoholizados y tristes en un lugar que se llama Casa de la Alegría.

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Lucia Valencia Chavez Baja California

BREVÍSIMA SEMBLANZA DE LOS CLIENTES DE CAFÉ SARCASMO -Café negro, por favor. -Hoy sólo tenemos descafeinado, señorita. -Entonces mejor caliente agua en una taza, salga a la maceta que está en la entrada, mezcle dos cucharadas de tierra en el agua y me la sirve.

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Berenice Ibarias México, D. F.

DESEO Yo quería un regalo de navidad, solo uno, y yo no había pedido nunca nada, ni siquiera en mí ya lejana infancia, pero en esa Nochebuena al ver una estrella fugaz, y a pesar de que no creía en milagros navideños, cerré los ojos, apreté los puños y de entre mis labios se escaparon esas cuatro palabras: “mejórala, mejórala por favor”. Y como lúgubre campana sonó la alarma del despertador, para indicarme que ya había llegado la fatídica hora, la eterna rutina. Del cajón tomé el frasco de pastillas y me dirigí al cuarto contiguo donde estaba ella. Como siempre le 20


cambié el pañal, como siempre le apreté la nariz para obligarla a comer y a tomar la medicina, como siempre limpié su baba de mi rostro mientras tragaba mis lágrimas, y como cada noche, me retiré con un nudo en la garganta. –Feliz navidad- le dije y cerré la puerta. Fue a la mañana siguiente cuando al despertar y dirigirme a su cuarto vi mi deseo cumplido. Ahí estaba ella, ahí yacía, con la frialdad y palidez de la nieve que esa mañana pintó de blanco mi jardín, sin poder fastidiarme nunca más… era libre, mi vida había mejorado. Cerré los ojos, apreté los puños, pronuncié una sola palabra “gracias”, la miré por última vez, y sonreí.

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Moises Perera Lezama Ciudad de México

EQUIPAJE Abro la maleta. La gabardina azul y una muda, por si…Dejo caer algunas palabras amables y las frases hechas que aprendí de niño. Una gorra, sí. ¿Pluma?, también, pero nada de aspirinas y esas cosas. Sigo con los malos modos y una esperanza en compartimentos separados. ¡Casi me olvido de mis caramelos! ¡Tan sabrosos! La bufanda vieja (y sólo por esto). Además, aquel grito lejano, cuando me dejé vencer en esa tarde… La culpa, el-qué-dirán y monedas sueltas. “¡No dejes tu suéter!” Mejor la calma antes de la lluvia. Como siempre, bolsas de papel, el libro 22


postergado, incluso una corbata. Hasta el fondo, con la maleta llena, meto a la fuerza esa vez en que nos prometimos todo.

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Sophia Ibarra Baja California

EVOCATIVO A LA HEROÍNA ANTIGUA Belleza moribunda. Clásicamente devastadora, como el desdén de Atalanta; la sombra de sus cejas contra el pulcro brillo de sus ojos, las esquinas de sus párpados apretándose contra calor deslumbrante y deseos impulsivos. Sus labios figuran resentimiento, intento, el arma que recoge en su mano con la dulzura y fragilidad de una copa, pero que empuña dentro del contrincante con la devoción de un asesino. Recoge sus cabellos y expone su nuca al sol y a la tierra, última que se aplasta contra el leve rocío que se ha creado con el calor de su cuerpo, ríos de 24


sudor que se tuercen entre sus valles y planicies. Las uñas rotas, una rodilla descompuesta, dedos pisados y una larga cicatriz que se ha expuesto en su espalda. Mira a su alrededor. Observa a la presa, a todas esas vidas caídas. Camina un poco; llega a él, quien todavía sigue respirando, pero que ahí tirado no prueba ser ya un peligro. La figura de su cuerpo crea una sombra sobre el rostro del hombre, y él la observa a ella como uno lo hace a un animal que desconoce, que teme por su inadvertida presencia. Ella respira con profundidad. El maratón ha sido largo esta vez, la extenuación se presenta en su costado ardiente y músculos que sienten revolcarse dentro de su piel como lombrices sobre una piedra caliente. Pero él no logra refrescarse bajo la sombra de su ángel de la muerte, o parpadear si 25


quiera tres veces antes de entregarse a su muerte y a la oscuridad que saborea la luz religiosa del cielo y al halo que siente alucinar sobre los hombros de la guerrera.

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AndrEs Galindo Ciudad de México

HABÍA UNA VEZ UNA MINIFICCIÓN QUE QUERÍA SER CUENTO… Dejó pausada la historia cuando llamaron a la puerta. Como en las novelas policiacas, era un hombre misterioso: gabardina oscura y sombrero de ala ancha cuya sombra le cubría todo el rostro. —¡¿Tú?! —alcanzó a exclamar el autor antes de recibir el disparo. El hombre misterioso, todavía con el dedo en el gatillo, cruzó el umbral. Miró el resplandor de la máquina. Titilaba el cursor. Hay historias que no debieran ser contadas, pensó. Antes del segun27


do disparo, marc贸 un enter y tecle贸: Fin.

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Leslie Yaneth Baja California

LA MENTE DE UNA CHICA Me apresuré a llegar a la parada, y tomar el último camión. Alcancé un asiento vacío, mientras que una multitud se pelaba por subir. Entre ellos, un chico de agradable sonrisa me miró a los ojos por unos segundos; el camión arrancó a toda velocidad. Al pasar el primer tope, escuché sus primeras palabras, los meses que pasaríamos fingiendo lo evidente, sobrellevar una relación, y finalmente la ruptura. Según los científicos, los hombres se enamoran en 8 segundos; yo me enamoré en los primeros tres. Me insinué en los próximos dos, no resultó en el noveno, y 29


lo olvidé en el onceavo. En el primer alto, me paré, toqué el timbre, bajé, y dirigí mis pasos hacia mi casa.

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Alejandro Marcial Ciudad de México

RÉQUIEM DEL DESMORECIDO Perdido entre los delirios de una noche errática, ambulante, calva de astros, me muevo entre las luces aturdidoras y los recuerdos vagos de las calles, otrora andadas con fantasmas de los que ya no sé nada, desorientado entre las voces de los amigos de todas las épocas, a los que digo que eso que se proyecta en las paredes de los viejos edificios es el amor y no lo que ellos hacen, aunque sé que el amor es eso que sólo yo no pude hacer y por eso lo miro marcharse en aviones de papel y regresar de golpe, ya viciado, en las palabras tiernas proferidas al des31


cuido o viceversa. Entre tanto, siento que vivo, porque la existencia duele, el tiempo duele, las visiones alucinógenas duelen, ahí donde me embriago de melancolía, ahí donde el espacio me pone beodo y siento que el pasado vendrá a mi encuentro y saldremos de aquí como una llamarada en alas de ángel despojado, en canto de ave milenaria, en campanadas sin extensión ni hora robada. Hoy vuelvo a casa lleno de furia y violencia, desasosegado por los espectros imaginados y los demonios reales que arañan el mundo, como partícula al borde de la fisión, con ganas de sumergirme en los manantiales de superficies rutilantes y profundidades turbias, como para ahogar el grito, como para acallar el estallido, como para guardarme todo y salir a la mañana purificado en cuerpo y mostrarme 32


al universo, límpida la visión de negras fantasmagorías, con el brillo de la infancia de nuevo en las cuencas oculares, pero con el alma de cartón roído, pútrida y pestilente, mordisqueada por las bestias hoscas que no me persiguen más, porque ya se han alojado en mí. Siento un torbellino en el pecho y, aun así, en mi pecho no hay nada.

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AdriAn E. MartInez Guanajuato

TÚ NO ME CONOCES Con cada cosa que se negaba -todas las inoperables excusas- iba convenciéndome de que esa actuación de duda y desconsuelo era el único rastro que llevaba a la verdad que ambos conocíamos. Toda la pataleta y las objeciones banales servían de juego; su placer siniestro pero público por la tragedia autoinfligida. Cuando mentía en su hipocondríaca forma de ser, yo la conocía mejor que en su lucidez. No lo decían las mentes desequilibradas que llevan a los lugares comunes. No eran actos de presdigitación baratos; al somatizar los impulsos, se traducían 34


en sonrisas y apariencias felices que llegaban al hartazgo cuando le recordaba como descubrí la primera inconsistencia. Mi acción nunca esperaba, y al cabo de los meses reconocí los rasgos que construían su personaje. Yo representaba a otra persona en consecuencia; así los diagnósticos cobraron fuerza solos. Sabía sus mentiras, pero me aterraban sus momentos de verdad, ahí estaba lo único que ocultaba: la ternura sobreviviente de alguien que ama. Cuando se presentó con esa desnudez ante mí, nunca pudo negar ni mentir respecto a la fibra mutua y sepultada, maltratada al descubrirla y jugar con ella como las niñas juegan con los listones, como los niños vuelan insectos. Así, adelgazó hasta ser un hilo invisible, ella se alejó otros tantos meses. Un día, me di cuenta que había vuelto a ente35


rrarse con mentiras. Con otras actuaciones, en otros escenarios, tirando palas de tierra sobre la distancia; a mí no me importaba más. Llegué a creerle la mayor mentira de todas: "Tú no me conoces". Era cierto, la fe falsa, eso conocía en verdad. Sólo aquello que no hacía falta conocer era lo que no tenía presente.

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Marisol Vera Guerra Tamaulipas

LA FORTALEZA (RELATO CON TRES FINALES POSIBLES) Relato: Asustado por la cercanía del fantasma, aseguró los cerrojos de su fortaleza: todas las puertas y ventanas. Ni un solo resquicio quedó en los muros, la más mínima grieta fue sellada.

Final 1: Y lejos de la luz y del aire, el hombre rodó sin aliento por el suelo. Final 2: El hombre se dio la vuelta y encontró, sonriente y ligero, al espectro. Final 3: Y el hombre oyó, al otro lado de las paredes, su propia risa congelándose en el vacío. 37


Fernando SAnchez Clelo Puebla

ARREPENTIMIENTO MARAVILLOSO Por más que frota otra lámpara desvencijada, el genio mágico vuelve a ser una promesa incumplida. Fueron 63 años de fracasos en la búsqueda de poseer alfombras voladoras, árboles con frutos de rubí y princesas lujuriosas. El anciano arroja con furia el artilugio inservible: esta vez muere su fe en aquellas historias arábigas. Decide enderezar su vida. Camina a una iglesia cercana. Se hinca frente a un crucifijo en el altar; al pedirle la gloria eterna para su alma, lo frota.

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PANTÓGRAFO El niño rubio sube por la escalinata del parque y lo consigue: alcanza a la mariposa tornasol que revoloteaba entre los árboles. La toma con delicadeza entre sus manos, la coloca apaciblemente en el suelo y le da un pisotón. Ríe escandalosamente. Pisa el cordón de su zapato y rueda por los escalones. Dios se carcajea.

REENCARNACIÓN TERRESTRE Deambulaban por el limbo las almas de minotauros, sátiros, centauros y otros seres mitológicos. Ellos pudieron renacer en cualquier instante pero, por el apego a su origen, no aceptaron la única condición: nacer enteramente humanos. Sólo una especie mítica admitió este requisito

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sin titubeos; sus motivos fueron el deseo de olvidar la voracidad de los tiburones blancos, el frĂ­o perpetuo del mar y el desequilibrio mental que provocaba mirar fijamente la profundidad del ocĂŠano. Sirenas y tritones reencarnaron rechazando su mitad marina. Se sabe que ahora habitan en la tierra, felices como enanos.

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Luis Roberto Moreno Sonora

DELIRIOS DEL DESIERTO S贸lo las cruces florecen en este maldito desierto. Dijo el viejo mientras le daba la espalda al pasado. Ernesto, su hijo, lo ve sentado desde su tumba, comprendiendo que la hoz que carga la muerte no es para mutilar cabezas, sino para cortar los lazos entre vivos y muertos. El viejo se aleja, arrastrando un ligero recuerdo atado a la parte del lazo que cuelga de su espalda. Ernesto, atado a su cruz como un perro, sin agua pero sin sed. Ahora piensa: buen nudo ciego que me hicieron para que no me vaya, a 41


estos hijos de la chingada no les import贸 saber lo poco que me gustan los panteones.

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Nayeli RodrIguez Reyes Baja California

MAZAPÁN Este camión apesta a sudor. Tengo hambre. Se me antoja un mazapán. La niña de al lado comienza a molestarme. El sol pasa a través de la ventana: me quema. ¿Mazapán o garapiñado? No me decido. Un vendedor ofrece chocolates a dos por diez. Compro dos y no me los como. La niña se embarra de crema: comienza a llorar. Me pongo histérica. Le doy mi chocolate. Se calla. Tengo mucho calor. La anciana de al lado lleva puesto un abrigo, me mira con ojos desorbitados, mientras mastica rápidamente unos garapiñados. Me da miedo. Finjo estudiar. 43


Bajo con prisa del autobús. Llegaré tarde a clase. Camino dos cuadras y ya estoy sudando. En la esquina se escucha un alboroto. La gente se aglomera. Le pregunto a una mujer: ¿qué es lo que pasa? Me ignora. La multitud murmura. La anciana del abrigo trae una pistola en la mano. Grita incoherencias. Algunos corren. Me asusto. No sé qué hacer. Mi corazón se acelera. Me escondo detrás de un peatón. Alguien llama por teléfono. Sigo pasmada. Un bebé llora. Se escuchan sirenas. El arma es de juguete. Llega la ambulancia. Le ponen una camisa de fuerza: de regreso al manicomio. La muchedumbre se disipa. Quiero ir a la tienda. Mazapán.

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Adela Mckay Baja California

TÉRMINOS NUMÉRICOS Él la vio sentada en la banca leyendo. Rápidamente calculó la distancia que los separaba. Contó los pasos para llegar a ella. Diez, veinte, treinta pasos y medio, ya la tenía enfrente. La joven lo vio y le dijo hola. Entablaron conversación. Se hicieron amigos, luego novios. A él le gustaban los números, a su novia las letras. Ella le dedicaba poemas, canciones. Él se burlaba de las palabras, decía que su amor era más grande que el de ella, pues su amor era infinito como los números, sí, los números. Él conocía las medidas exactas de su rostro, su cuerpo. 45


De sus minúsculos senos, sus caderas abultadas, cada centímetro de su piel, cada milímetro de lunar. Siempre le encontraba cifras nuevas. Dibuja parábolas en ella, sacaba el foco y hacia la directriz. Entre sus curvas se perdía, entraba en sus circunferencias, no salía. Calculaba el diámetro y tocaba el pi con sus dedos, todo lo hacía real y racional. Contaba sus cabellos e inventaba ecuaciones para calcular las medidas de su corazón. Y así la amó tanto que un día descubrió en su cuerpo la cifra que faltaba, que la humanidad buscó, el final de los números.

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JesUs GarcIa Cisneros Baja California

SUEÑO Mario despierta temprano, como todos los días; abre sus ojos, hartos de oscuridad y después de unos segundos de confusión, cae en cuenta de que sigue vivo; levanta las cobijas, tendidas sobre su cuerpo, y se pone en pie tan rápido como los restos de sueño se lo permiten; va al baño con su erección entrometiéndose en sus pasos y orina, completando así el ritual del despertar. El agua hierve cinco minutos después, el chillido de la cafetera termina de disipar la niebla de sus ojos y Roquefort le lame los pies mientras prepara, mal siempre, una taza de café con 47


demasiada azúcar. Se calza sus botas y se abriga precariamente. Hay frío. El golpe seco de la puerta queda todavía unos segundos esparciéndose en la vieja casucha. A lontananza, Mario se disipa en el esbozo confuso de la madrugada. Entonces despierta, temprano, como todos los días y abre sus ojos, hartos de oscuridad.

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UNO NACE… Uno nace con su muerte pegada a sus pies. Negra, nos sigue en el transcurso de la vida. Nos espera apenas salimos del vientre materno y crece con nosotros. Se oculta tras nuestros pasos y duerme a nuestro lado. Nos vigila por las noches, para evitar que alguien nos perturbe el sueño o que otra muerte quiera interrumpirnos la vida. Ve pasar nuestros años, aprende a hablar con nosotros, nos sigue a la escuela y después al trabajo, tiene con nosotros el primer orgasmo y es el único testigo de nuestro primer amor. Conoce a nuestros hijos y a sus muertes, que también los siguen, y juega con ellos, los cuida y los besa antes de dormir. Escucha los cuentos que les contamos y los ve crecer y envejece con

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nosotros. Se encorva como nosotros nos encorvamos, sus pasos se vuelven lentos, empequeñece y se cansa, y llegado el momento, después de tantos años, se detiene de pronto y nos deja, y morimos, porque no podemos vivir sin ella. Se disuelve en el viento y ya nadie puede encontrarla. Pero sigue ahí, perdida, difusa, como único vestigio de nuestro efímero paso por el mundo.

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enriKetta luissi México / EUA

LOS MUERTOS Fingen estar muertos. Omniscientes se disfrazan de quarks, palomitas y todo lo demás.

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Javier Perucho México, D.F.

Para David Baizabal

VIDA DE LA MOSCA Zumbaba. Zumbaba y zumbaba, hasta que le pedí que dejara de rondar por mi puesto, no vaya a ser que se encontrara aplastada entre las palmas de mis manos, le dije con buena voz. Pero la mosca seguía aferrándose, hasta que le grité encabronado que se alejara. No me hizo caso, entonces preparé el papel untado de cera. ¡Pinche papel!, por la fuerza del ventilador nunca estaba en su sitio. Luego ya no la sentí, seguramente andaba revoloteando por los puestos de frutas; al fin me dio reposo, ¡Canija mosca! 52


Más tarde volvió. Le dije entre dientes: Hasta aquí llegaste con tu vuelo zumbón. Fui por un matamoscas a la tlapalería, al volver a mi puesto lo reposé sobre el mostrador, entre retazos, suaderos y la cabeza del chancho descoyuntada por la mañana. Regresó como a las cinco, cuando ya me preparaba para recoger y cerrar la tocinería. La oí planeando sobre el mostrador, luego orbitaba a mi espalda, ¡la muy cabrona midiéndome!, pero ya sabía que ésa era la última visita de la pinche mosca. Tener cerca el matamoscas me daba la seguridad del cuchillo bien esmerilado; en sigilo y sin moverme lo tomé y esperé a que circunnavegara de nuevo frente a mí. Cuando lo hizo, de un tajo fulminante la azoté contra las carnes tendidas. Levanté glorioso el matamoscas para limpiarlo, pero no vi nada de 53


ese cuerpo alado entre su tejido plástico. Enseguida planeó nuevamente sobre el caballete cuando destazaba las últimas costillas. ¡Déjame en paz!, le grité, pero mi súplica fue en vano. Ahora vive entre los tasajos, arracheras y bistecs que tengo apiñados en el refrigerador. Cuando lo abro para despachar el pedido de otro cliente, me aseguro de que sigue ahí, entre los mullidos cortes de carne. No me da lata, pero ya me compré un machete por si acaso.

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Chars

México D. F.

EPÍGRAFE SIN IMPORTANCIA Ernesto, hubo por azar, de encontrar una nota, por no decir que en realidad era un trozo de papel con letras, en el cual podía leerse, o más bien, se podía si se quería y se buscaba; un mensaje: “El día de hoy no volverá.” Ernesto, lo leyó y, digamos por un azar encontró en la oración, una sentencia. Casi la cree un designio o una suerte; una señal. Causa, porque dista un poco de ser razón, por la cual Ernesto, ahora sentenciado se dedica a vivir el día en su singularidad irrepetible. 55


Trata de comer lo mejor, ver lo mejor, no se sacia; trata de leer lo mejor, escuchar lo mejor […] Tarde, tal vez, se da cuenta, que el mensaje estaba incompleto, y que una vida, no bastaría para saciar ese error en su filosofía. Aunque aquellos días tampoco iban a volver.

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AndrEs DIaz Nava Estado de México

EL EXPLORADOR Emprendió un viaje interior. Luego no pudo resarcir el estado de coma.

VEHEMENCIA La vieja Martina rezó por meses en busca de una prueba fehaciente de la existencia de su Dios. Cada vez, lo hacía con mayor convicción: los desvelos se agrupaban en las bolsas holgadas de sus ojos, sus rodillas se tallaron hasta ensangrentarse, sus manos de agua eran inquietas como ríos fértiles. Una tarde lluviosa, de esas que parece el cielo ennegrece, su Dios por fin 57


le contest贸, aterrada, y tras un par de segundos de confusi贸n, cogi贸 su bolsa y huy贸 de la iglesia para nunca volver.

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Oliver Bello Rea Estado de México

DESPRECIABLE Infinito desprecio cuando ese pequeño ser se posa sobre nuestros preciados alimentos. Aman conocer sitios nuevos. Sus enemigos: zapatos, trapos, periódico, etc. La pantalla de la tv, la ventana y otras superficies planas, principales testigos de tu cometido. Para ellas un mes es vivir 100 años.

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Armando GutiErrez Guanajuato

LA EXPANSIÓN DE LAS COSAS Un día las cosas comenzaron a expandirse. Se escuchó una gran explosión y enseguida los árboles se alargaron, las montañas se elevaron como torres de babel, y en el cielo las nubes se veían lejanísimas. También nosotros nos alargamos. Como botargas enclenques, como enormes papalotes, nos desplazábamos de aquí para allá empujados por el viento. Y hubiéramos seguido expandiéndonos desmedidamente, de no ser que algo lo ha impedido, algún viejo arraigo, que si fuera más profundo empezaría por replegarnos y terminaría comprimiéndonos. 60


Últimamente, sin embargo, se ha esparcido el rumor de que la expansión no cesará nunca, que todo seguirá creciendo hacia el infinito, progresiva e inexorablemente, hasta llegar al desgarramiento absoluto de todas las cosas. De hecho, afirman, la expansión se está acelerando. Unos hablan de alguna propiedad del éter que estiraría el espacio-tiempo, otros de un tipo de fuerza, una quintaesencia del mundo. También podría ser una ilusión, un signo de que las cosas no son como siempre lo creíamos. Quizá lo que se expande es nuestro entendimiento y no lo sabemos. Por lo pronto habrá que replantearse los antiguos principios, los dogmas monolíticos, no sólo aquellos que dan consistencia a nuestro universo cotidiano, sino también aquellos que justifican nuestra existencia en una tierra a la 61


que nos aferramos como niños, pero que quizá ya no nos quiere y por eso nos aleja de ella lo más posible.

LA PUERTA Huele a meados y a carne podrida. En el suelo están desperdigadas unas gruesas correas de cuero roídas, y en el rincón más oscuro descansa un oso de peluche sin cabeza. De un arcón de madera, grande y de forma irregular, proviene un ruido chirriante, como si rascaran el piso con unos garfios. Por aquí y por allá reposan montones de un pelambre rojizo y enmarañado, huesos amarillentos y restos secos de una caca negra y dura como piedra. Ahora escucho un gemido carrasposo a mis espaldas, y frente a mí, en la pared encalada, va creciendo una som62


bra amorfa. Intento salir pero no encuentro la puerta. Lejana y opacamente, como en un sueño, escucho la voz de los merolicos y el ruido de los juegos mecánicos. En mala hora entré a este lugar. Estoy seguro que la puerta está cerca. El olor a meados y a carne podrida es más intenso. ¡La puerta, la puerta, debo hallar la puerta!

EL DESAYUNO PSICOTRÓPICO DE JUAN Tu ardiente pelo rojo. Los chistes amarillos que brotaban de tu cabeza. Siempre me sentí a gusto contigo, conociendo lugares, rompiendo cráneos, a pesar de los malos momentos que solías brindarme. Era un milagro estar donde estábamos, ser lo que éramos, y al final del día regresar a casa indemnes. Sólo un poco de do63


lor, algo que no pudiera sanar. Estaba nervioso, estábamos nerviosos. Qué otra cosa podíamos hacer. Nuestro desayuno psicotrópico siempre fue divertido. Dios era una locura y nosotros nos sentíamos tan ligeros en la madrugada. Después nos íbamos de nuevo a conocer lugares y romper cráneos. Todo estaba bien con nosotros. Ahora no es así, toca antes de irte, palpa las bolas en mi cabeza, los huesos fuera de su lugar. Los desayunos psicotrópicos ya no son lo mismo. A pesar de los buenos momentos que solía brindarte, siempre te sentiste mal conmigo. Estabas nervioso, estábamos nerviosos. Qué nos pudo haber pasado.

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Miguel D. Castro Nayarit

SIN TÍTULO De cuando se rompieron todas las fuentes o depósitos del grande abismo de los mares y se abrieron las cataratas del cielo y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cua

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Silencio. 65


David Florencio Ciudad de México

DOS MINUTOS CON DIECISIETE SEGUNDOS Esta canción dura dos minutos con diecisiete segundos, es breve, corta y rápida; la furia se apodera de ella como un espíritu perturbador. Si analizo el tiempo, caigo en la noción de que es suficiente para fumar un cigarro o cargar un revólver y dispararle a alguien, si estuviera ella aquí en este instante, dentro de esta habitación, sentada a mi lado con esa cara de niña boba, le podría volar los sesos y ya nunca más ver esa cara repugnante y agresiva con la naturaleza. No tendría que escuchar más sus quejumbrosos 66


alaridos. Con cincuenta y ocho segundos por delante, los coros se hacen repetitivos anunciando el final, una canci贸n sucia y rasposa se va desviando por el sendero del replay. Quedan diez segundos, los berreos furiosos parecen convertirse en chisguetes de un lloriqueo incesante proveniente de ese par de bocinas. Ha llegado a su fin por s茅ptima vez. Tal vez alguien, un ente, no s茅 si Dios, este pichando testarudamente el bot贸n de replay de mi vida.

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Juan GAlvez Guerrero

EL POZO Está detrás del pueblo, por el camino largo, el bonito. Si te fijas bien lo verás, no es el único pero es el más lindo que hay, los ladrillos que conforman el brocal tienen un rojo intenso a pesar de los años; se encuentra dentro del terreno que antes fuera de don Carlos, ahora todos pretenden no saber de quién es. La cerca está bien puesta pero deja ver hacia dentro, su contraste y su soledad le dan cierto encanto, resalta por estar entre las plantas más chulas, los verdes más verdes y los colores más vivos, el sol parece detenerse sobre ellas y hacer su trabajo a mano, 68


el brillo de cada flor es sin igual. Toda persona que pasa por acá se detiene a contemplar, la tierra es más negra en este pequeño apartado, las raíces crecen grandes y fuertes, vigorosas vienen hasta abajo; unos tres metros, nos tocan y nos chupan, a nosotros, los silenciados y putrefactos, los obligados y desmembrados, los levantados. Los que nunca regresamos y que bajo grava y tierra ya agria y sobre las ropas que antes usáramos, abonamos a tanta belleza.

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Flor I. Villanueva México, D. F.

RECESO MENTAL -¿Qué hace Narciso en sus ratos libres? -Nada, en sus lagunas mentales.

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JesUs A. RenterIa SAnchez LECTOR Deslizar la yema de los dedos sobre la sangre del autor le provoca delirio. Terrible ĂŠxtasis.

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Paola Negrete Tijuana

MINIFICCIÓN DE LO REAL La noche era fría y nítida, un día antes había llovido a cántaros y el cielo se veía despejado, puro. La música salía por todos lados, se escuchaban miles de voces, millones de conversaciones; la cerveza, la marihuana y tal vez otras sustancias iban poniendo los sentidos más conectados con los olores, sabores, con los cuerpos que habíamos esa noche. Era como si estuviéramos actuando en una gran obra de teatro al aire libre, todos sabíamos nuestro papel a la perfección, dónde y cómo movernos; diálogos finamente trabajados, de ese 72


vómito mental que brota por todo nuestro cuerpo; personajes que salen de sus camerinos con sus mejores vestuarios, maquillados y peinados perfectamente, todos nos veíamos joviales, angelicales. El teatro por las noches nace en cualquier lugar, con cualquier persona, sin importar si sientes una conexión o no, simplemente es estar ahí, hacerte uno con el clima, con la noche y empezar la actuación de esa noche. Cuando la música no para y la noche termina a las seis, siete u ocho de la mañana, ¿cuántos escenarios habremos recorrido hasta esas horas?, ¿cuántos personajes fuimos ya? A veces es muy difícil recordarlo, a veces sólo actuamos sin sabes qué pasa, son recuerdos que se van desvaneciendo hasta que queda la duda de si pasó o no pasó. 73


Perla Hermosillo Jalisco

REDENCIÓN Eran tantos y tan atroces sus pecados que todos los rezos del mundo no salvarían su alma, entonces, el difunto decidió resucitar.

DEBAJO DE TU ROPA Vio un camino de bordos y líneas que se marcaban en la camisa. Tuvo curiosidad y delineó con los dedos las extrañas ondulaciones. Al quitarle la ropa, descubrió varias cicatrices carnosas de formas siniestras. El médico, ante tanta imperfección cutánea, se negó a hacer la autopsia.

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Alejandro Olvera Guanajuato

RELOJ CARROUSEL Detesta al niño que fue. De tanto odio guardado por casi veinte años ha olvidado cómo era. Toma del muro su foto para reconocerlo. Sabe dónde encontrarlo. Seguro. Saca la resortera que se ha comprado de grande y sale a medios calcetines por entre el espanto de su madre, que grita su nombre y abre el paraguas colgado junto a la puerta para seguirlo. Llega él a su destino cuando ya el sudor le transparenta el rostro. Los caballos giran en un concurrido rincón de la feria. Daltignón se detiene frente al carrusel. La resortera en el cuello como corbata roja. Cuan75


do lo juzga preciso salta a uno de los caballos sin pagar boleto. Saca la resortera y coloca con destreza una canica azul como proyectil, mientras va girando sobre su hombro izquierdo, para apuntarle al niño que galopa tras él, y que a su vez le apunta con una pistola. La madre de los dos ríe de pie junto a las vueltas. Cuando pasan frente a ella les dice adiós con la mano. El paraguas cerrado.

Llueve.


Ve ne zue la



Adriana Medina EN SU PROPIO LECHO Esa mañana, aquel hombre creyó inaugurar sus sentidos. Concibió todo diferente. El día vestía un azul más claro, el cielo se dibujaba noble y le regalaba una brisa afable con olor a fineza. Sin dudarlo, salió de la cama. Lo hizo de un salto, como cuando era niño. Ya sus rodillas no molestaban. La espalda valiente era erguida de nuevo. Los pies firmes le bendecían. No existía dolencia alguna. Corrió. Sí, corrió y fue directo al baño. No hubo espacios, ardores, ni esfuerzos; su micción fue sólo una. Sonrió complacido, pues ya de nada padecía. Aquel hombre se sentía naciente, como si es79


trenara aliento. Entonces rezó. Agradeció a sus deidades el haberle escuchado, el haber abatido sus males y atendido sus quejas. Entusiasta y risueño, quiso mirarse en el espejo, mas no pudo hallarse. Con nerviosa rapidez, se volvió hacia la cama, donde descubrió un cuerpo anciano. Un cuerpo gastado, que con movimientos torpes, quejumbroso y adolorido, hacía intentos por levantarse. Ante la escena, con ojos de titán y respiración agitada, aquel hombre quiso evitar que el viejo se incorporase, que deshiciera su nuevo aire, que apagase su escalada. Sin medirlo, se abalanzó sobre él y oprimió con fuerza su frágil cuello, estrangulándose hasta quedar sin aliento. Allí mismo, en su propio lecho.

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Edgar Ferreira Arevalo DISCULPE LA MANERA Entré a la estación Plaza Venezuela. Descendí por la conocida secuencia de escaleras mecánicas y abordé con tranquilidad el primer tren. Extenuado, me dejé caer sobre el primer asiento libre. La semana había sido muy intensa en la oficina y creía merecer una tarde libre. Mi jefa lo entendería y no haría mayores preguntas. Suspiré, liberando el estrés de los últimos días. Entonces lo vi venir desde el otro extremo del vagón, buscándome la mirada. Cojeaba un poco, aunque avanzaba entre los pasajeros con notorio empeño. Se plantó justo frente a mí, más bien pálido y sudoroso: 81


– ¿Qué hora tiene, amigo? –Las dos y media– respondí desconcertado. –Muchas gracias y buenas tardes. Disculpe la molestia. Regresó sobre sus pasos, tambaleante, el piso móvil bajo sus pies dudosos, hasta el otro lado. ¿Por qué tomarse la molestia de un desplazamiento tan largo para preguntar la hora? ¿No había también pasajeros por allá con relojes o celulares, gustosos de responder a un anciano? Bajó en la estación Chacao. Intrigado – y ocioso como estaba – decidí seguirlo. El hombre caminaba muy despacio. Moderé el paso. Ganamos las escaleras mecánicas, yo tres escalones detrás y debajo de él. Comenzó a balancearse. Apenas logré sostenerlo antes de la caída. –Gracias, caballero. Sabía que llamaría su aten82


ción. Me siento fatal. Y ahora termine de acompañarme a la enfermería. Gracias por todo de antemano. Le debo una– dijo.

LLUVIA DE PALABRAS No. No. Y no. Un total fracaso. Por más que reviso el relato, lo siento insalvable. Por otra parte, me devora la tentación de volver a leerlo una vez más, la última, lo prometo, sólo una más. Así las cosas, opto por acogerme al ritual de otras ocasiones. Imprimo el cuento, que cabe con holgura en media cuartilla y borro el archivo del disco duro de mi computadora. Tomo mi tijera de colegial y me doy a la prolija tarea de recortar la hoja, una palabra por cada trocito de papel, poco más de doscientas. Siempre hago lo mismo con mis obras fallidas. Acto seguido, 83


me asomo por el balcón del apartamento y arrojo el confeti literario por los aires. Listo. Ya el malogrado texto no me pertenece. A otra cosa. Hay que saber pasar la página, o los pedazos de página, como quiera verse. Olvido el asunto. Meses después, el periódico de mi ciudad reseña el ganador del certamen anual de cuentos que suele organizar la alcaldía. Una fotografía del sonriente autor acompaña al escrito. El título es el mismo, aunque la historia luce muy diferente. Alguien armó algo mejor que yo con mis palabras. Me atrevería a asegurar que son las mismas –tal cual, ni más ni menos– pero en otro orden. Además, debo reconocer que no está nada mal. Y no puedo acusarlo de plagio. En fin. Espero que algún día me lo agradezca. ¿O debería hacerlo yo con él? No 84


lo sé. Así es la literatura. Siempre hay alguien que lo hace mejor que tú.

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Pe ru



Christian Solano ALTER EGO Digamos que no soy yo. Que el que escribe está siendo imaginado por alguna otra persona, en un gran escritorio de cedro, en una confortable silla reclinable, rodeado de libros y con la luz adecuada. Esa persona me imagina escribiendo sobre mi magro escritorio, en mi revejida silla, con el único par de libros que poseo y con una luz mediocre, siempre a medias. Digamos que ése no soy yo.

CAÍN Decidido bajó la colina. Tomó por sorpresa a su hermano. Una vez que lo hizo, tiró la quijada 89


ensangrentada entre las matas más espesas de unos arbustos. Tal como ella se lo dijo. Alcanzó a recordar, incluso, el resto de sus palabras la noche anterior mientras aún sudaban agitados por el amor: Ahora ya no nos molestará más y nos quedaremos con todo para nosotros, mi amor, con todo.

CULPABLE Tengo veinticinco años, una mujer que no me quiere, un hijo que me ama y me busca la policía. Todo lo que pesa sobre mis espaldas es fruto de mis actos más conscientes. Con lo primero tengo que lidiar todos los días, hice una muy mala elección. Con lo segundo hago mi mejor esfuerzo para que ese niño no cometa los mismos errores que yo. Con respecto a lo último no 90


he sido demasiado preciso, es mejor así. Debí decir: yo sé que me busca la policía pero ellos no saben a quién están buscando.

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Maritza Iriarte PHENICOPERUS En una noche de plenilunio, acompañada por sus seguidores, Shanubá se internó en la espesura del bosque; caminó kilómetros hasta llegar al sitio escogido e invocó a los espíritus de la montaña. Se separó de la multitud y en la hoguera puso leños secos, harapos encontrados, flores de retama, el incienso. Con unas piedras que sacó de su morral, prendió fuego y, ensimismada, ignoró las voces que clamaban por el milagro de la aparición, mientras recitaba extrañas letanías. Cuando se apagó la última llama sin crepitar, de entre los restos de las cenizas surgieron, ante la mirada pavorosa del gentío, 92


unas enormes alas calcinadas.

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Carlos Enrique Saldivar DE PROFUNDIS Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, como mi existencia indolente; llueve en mis entrañas desde un lugar ignoto que quizá se encuentre dentro de mi cuerpo, o en otra dimensión, la cual se ha conectado con mi universo interno. No me desespero, confío en que la precipitación se detendrá en algún momento. Sin embargo, pasa el tiempo y mi interior se llena cada vez más de agua. Un líquido cristalino, puro, que me reconforta, aunque al mismo tiempo escapa por mis poros, por mis ojos, por todas partes. No dejo de ir al baño, ya no pue94


do estudiar, trabajar, dedicarme a mis labores. Es más, ya ni logro levantarme de la cama, me hago en los pantalones, huelo mal, mi lecho se halla inundado, mi habitación también. El agua me ha mantenido vivo hasta ahora, pero sé que en breve va a aniquilarme. Me abandono a mi destino, cierro los ojos, pienso en el aciago crimen que cometí hace unos años. Eva, nuestra luna de miel en alta mar, mis celos, la caída… No he muerto, la lluvia ha cesado, el sol sale dentro de mí. Toda la culpa fue expulsada. Intento ponerme de pie, no lo consigo, el líquido me llega al cuello; a mi lado flota el cuerpo de Eva… y enseguida desaparece. Ya redimido, aguardo a que el tiburón me atrape entre sus dientes y me traslade a las profundidades de mi delirio. 95


Andrea Marinelli DEFENSA PROPIA Fecha del proceso: 02/06/2146 ¬¬Expediente: N° TR4300 Acusado: Androide Modelo X2-05 Delito Imputado: Maltrato Animal Resolución: INOCENTE

El androide declaró que el hombre lo había atacado sin motivo, atribuyendo esa acción a la común paranoia que sufrían todos los seres humanos cuando predicaban que ellos eran nuestros creadores. El Juez R-J27, y todos los presentes, hicieron centellar sus luces en signo de aprobación. 96


Ar gen ti na



Patricia Nesello MENTIRAS BLANCAS Feroz y galante, a cada embestida, el mar deposita a mis pies rocas que extrae de sus abismos. Con esas rocas construyo mi casa y, a pesar de los tiburones que la circundan, me siento a gusto en ella. Durante el día se mantiene fresca, con perfume a nácar. Por las noches mis sábanas oscuras se iluminan de perlas, a veces son tantas que creo dormir sobre un cielo estrellado —entonces ocurre el prodigio: la suspensión de esa ausencia que aún no comprendo si a vos o a mí corresponde—. Las sirenas me arrullan, anuncian el fin de esta era de sal.

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Leo Mercado ORIGEN Los antiguos habitantes de la Mesopotamia sostenían que el ácido de la primera cebolla domesticada, eyectado accidentalmente sobre los ojos de su cosechador, habría inventado el llanto. Desde entonces, nos pasamos unos cinco mil años tratando de entender la tristeza.

EL COLECCIONISTA La primera investigación que me dieron a cargo, al llegar al Museo de Historia Natural de Berlín, fue la de las faneras: estaban dentro de una pequeña bolsa confeccionada con piel de escroto 100


de animal, ceñida en su boca por un pequeño cordel de lana de alpaca. Seccioné de un saque el cordel con un bisturí y me dispuse a prospectar el interior. Y ahí estaban. Recortes de uñas. Muchos. Más de los que cabrían en dos manos y dos pies. Calculé que había allí, entonces, más de un individuo. Tome cada una de ellas y la sometí al test del fuego, en una pequeña cacerola de laboratorio, tratando de evaluar efectivamente la presencia de queratina. Al recorte treinta y dos, el azufre proyectado por la proteína ya había vuelto el ambiente insoportable. Comencé a lagrimear y a parpadear cada vez más rápido. A marearme. A dilucidar que, con cada abrir y cerrar de ojos, aparecía uno de ellos, espontáneo, borroso. Venían, como des101


de hacía cientos de años, a reclamarme, a anunciarme que yo era el próximo. Entonces miré mis manos. Y temí.

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Carlos Vitale ESTACIONES Quebrado, roto, dividido, doblado, cascado, torcido, tronchado, cortado, herido, separado, despedazado, partido, rajado, desbaratado, destruido, descacharrado, descompuesto, deteriorado, aplastado, fragmentado, desvencijado, triturado, molido, estropeado, rendido y muerto.

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Leandro Hidalgo CALEIDOSCOPIO Fue en el desayuno, cuando amaneciste con noticias frescas para nuestra relación. Tenías en las manos trozos de mis sueños, hechos pedazos, y ánimo de mostrármelos. Yo te los pedí para que al momento de hacer las valijas pudiera guardarlos y llevarlos conmigo a donde fuera, para unirlos nuevamente en vaya a saber qué otras sábanas, qué otras geografías. Hoy recuerdo rodeado de tu ausencia aquel desayuno y minucioso, reordeno los fragmentos que me diste: una esfera transparente me ha quedado sobre la mesa, aunque con un hueco, una parte que he perdido o que nunca me 104


devolviste. Aprovecho esa ventanita para mirar hacia adentro: y te veo, remendando otra esfera de otro sueño de otro hombre, observando también por la mirilla que deja un fragmento de su sueño, que ha perdido o jamás le devolvieron, y por ahí los dos ven, a su ex mujer con una esfera de sueños rotos, pegando sus heridas también, en un comedor de diario.

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Lucas Gattoni SOBRE EL AMOR Y EL DESAMOR (1) «Última vez que hago esto por él» dije, y nuevamente empecé el proceso de creerme mi propia mentira. Sirvió dos copas con champagne y se dispuso a brindar con su invitado: recién llegaba del velorio de su marido. Al arrancar el tren, sólo pudo sentir nostalgia… hasta que se dio cuenta que ella seguía sentada a su lado. Se puso cómodo mientras esperaba al amor de su vida: lo primero que hizo fue quitarse la alianza. La ironía lo besó en la frente cuando se dio 106


cuenta de que tratando de aprender a olvidarlo, cada día se iba enamorando más. Separados más por días que por kilómetros, Lara y su amor miraban la luna a la misma hora y se sentían un poco más cerca.

SOBRE EL AMOR Y EL DESAMOR (2) «Juro que voy a amarte para siempre» me dijo… pero me aclaró que no sabía si mañana iba a poder prometerme lo mismo. Hacer el amor los elevaba, así que decidieron hacer su lecho en una nube… total, ya casi nadie mira hacia el cielo. Ellos tenían sus propios big bangs… algo explotaba y renacían, cada vez menos como uno más uno, cada vez más de a dos. El vuelo de un colibrí fue el pensamiento que 107


los unió esa mañana, a las 11 y 39… José tenía nombre, ella no. La primavera huyó, harta de tantas frases cursis dichas en su honor… y yo me quedé esperándola, preso de mi nostalgia. Tenía esa capacidad, cual alquimista le decía yo, de transmutar todos mis «nuncas» en los más insólitos «siempres».

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Sandro W. CenturiOn EL LECTOR QUE ESPERA Al igual que usted ahora, soy un lector que espera. C贸modo y distendido en mi lectura, aguardo. Espero dar con algo en este texto. De eso se trata. Leer paciente hasta encontrarse con algo imprevisto. Lo disfruto. Algunos leen para soportar la espera. Yo espero para poder leer. No imagino otro modo de leer que no sea esperando. En un bar, en un banco, en una parada de 贸mnibus, en una esquina, a cualquier hora. No importa el motivo de la espera, importa estar as铆, con el cuerpo acomodado a la inminencia. Soy un esclavo del tiempo muerto. A veces siento que las fuerzas del cuerpo me abando109


nan. Sin embargo, al igual que usted ahora, sigo paciente leyendo y esperando lo inesperado. El texto, mรกs no la lectura, acaba. La espera prosigue. Usted y yo sabemos que es adictivo esperar. La monรณtona expectativa de lo incierto, lo desconocido e inalcanzable finalmente te atrapa, y entonces te condena, para siempre.

LA MALDICIร N Otra vez es medianoche, otra vez hay luna llena. El haz de luz entra por la ventana entreabierta y aporta algo de claridad a la habitaciรณn en penumbras. El hombre se pasea por el cuarto como un animal encerrado. Tiene el pelo revuelto, la camisa desprendida y estรก descalzo. Acaba de encender un cigarrillo y el humo parece apaciguar su ansia. Ahora ataca el vaso de whisky, lo 110


carga, lo huele, y lo bebe a sorbos. Se acerca a la ventana, la abre por completo y observa la luna enorme, la noche, la oscuridad, acaso también su destino. Ahora ya no es él, es otro. Sus pensamientos, su moral, sus certidumbres lo abandonan hasta que su cuerpo ya no soporte el abandono. Ahora es Hyde, es Frankenstein, es Drácula, es una voz anónima, un grito de terror, un amante, un silencio, un murmullo, una palabra prohibida. Una vez más la maldición lo atrapa. Sin más remedio, se sienta frente al teclado, y escribe.

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Maria Volpini Camerlinckx LOS DOS TORMENTOS En el 1900 ocurrieron dos hechos que considero muy relevantes para mi vida: la muerte de Oscar Wilde (soy escritora) y el nacimiento de mi abuelo (el hombre que más amé, después de mi hijo). Ellos debieron sobrellevar sufrimientos paralelos: Oscar debió pagar por su homosexualidad ante un severo tribunal, y el abuelo debió fabricarle once hijos a mi abuela para convencerla de que no era gay, después del día que lo descubrió leyendo “De Profundis” (escrito por Wilde en prisión) y llorando de la emoción que le provo112


cara esa lectura. Además, los dos estuvieron presos: uno, acusado por el padre de su amante que lo quería ver muerto; y el otro cumplió una condena mayor encerrado en su propia casa, por los celos de mi abuela ante cada hombre que se le acercaba. Lo que siempre me pregunté fue a cuál de los dos le tocó sufrir un tormento mayor.

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Rogelio Dalmaroni RUTINA Se levantó el domingo media hora más tarde que el resto de la semana, preparó el desayuno, le dio de comer a los gatos y a la perra, recogió el diario en el buzón, se sentó debajo del limonero a leer: primero el pronóstico del tiempo, después el horóscopo, luego el obituario para ver si había conocidos. “Ricardo Iribarne falleció el 12 de enero de 1948.Será enterrado hoy a las 16hs” - No sabía que había otro Iribarne… -pensó. Buscó en la guía telefónica y no encontró su apellido. Llamó a la funeraria y le confirmaron que estaban velando a Manuel Iribarne; pidió 114


entonces para hablar con algún familiar; cuando escuchó la voz llorosa de su hija prefirió no responder. Sacó del placar el traje de hilo blanco del casamiento y lo puso sobre la cama. Volvió al limonero y siguió leyendo el diario, a las 12 almorzó, luego durmió la siesta hasta las 15y 30, se dio un baño y acompañó el traslado de sus restos al cementerio.

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Co lom bia



Jonathan A. EspaÑa Eraso D.C. Junto a imprevisto acompañante, cabalgaba Claudio Juliano, el apostata, ferviente devoto de la teúrgia, otrora hábil urdidor de conjuras, hora acérrimo perseguidor de cristianos y otras criaturas incautas. Cara al viento marchaban seguros de que sería la última campaña contra los persas. Desde un breve alto Claudio Juliano oteó el horizonte. En la lejanía entrevió un jinete. —¿Será algún emisario con noticias de Procopio? —preguntó el augusto. —No —dijo el otro. El emperador miró la tierra sin sombra, y creyó 119


familiar la estampa del jinete. —¿Quién será entonces? —apuró el cesar. —La ayuda de Procopio nunca llegará. Ya todo acabó excelencia. Es un emisario, sí, pero con otra nueva —dijo el acompañante. Ya muy cerca, el jinete pasó sin señal de verlos. Sólo entonces Claudio Juliano sintió un escueto cuerpo sin sombra, una fútil sustancia, el filo alevoso de una lanza. —Venciste galileo —dijo el augusto y arrojó con su último aliento la lanza que le arrimó a la muerte el proscrito, de manos y pies flagelados, que castigaron con la cruz y resucitó de entre los muertos. El acompañante hizo una seña al proscrito. Y juntos se enfilaron por el camino que no ven los vivos. 120


Paul RiaÑo Segura ENTRE MUROS En la ciudad de Meads la gente se preocupa obsesivamente por su privacidad. Construyen sus casas en lugares alejados y sin ningún tipo de ventanas, a excepción de una puerta de entrada y una rendijilla de ventilación. Los vecindarios tienen una distancia mínima de medio kilómetro entre casas y cuando ésta no se cumple sus propietarios están en la obligación de demoler. Los habitantes entran y salen en horarios distintos para que no exista un encuentro; si por algún motivo sucede, su relación debe ser estrictamente laboral. Una vez indagué por la causa de este sistema: 121


--¿por qué motivo caminan todos ensimismados, como retenidos en un micro universo? --sé lo mismo que usted, y si me excusa estoy en asuntos que competen sólo a mi existencia. Recuerde que el tiempo que se comparte se extingue con más celeridad. Quise preguntar más, pero no lo hice por miedo a comprometerme.

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Jairo H. Fernandez IMPREVISTO Ya le dije que soy vidente. No hay otra manera de explicarlo. Usted no me ha creído una sola palabra de lo que le digo, pero tenía que ser así. Todos me odian, allá en la calle todo el mundo dice que cómo es que un rolo pudo haberse venido hasta acá para hacer algo tan terrible. Me quieren matar, lo sé, pero era lo mejor. Usted no se alcanza a imaginar el favor que le hice a ustedes y a las otras generaciones, capitán. Es lamentable que ahora que lo he hecho nadie sabrá el futuro que le esperaba. No me vaya a decir lo que está pensando, ya sé que debo ir a la cárcel y que me van a custodiar para que no 123


me linchen a la salida. Era solo un niño, también lo sé, pero cuando creciera iba a volver mierda todo, usted no se imagina lo que ese “chico” como usted lo llama iba a hacer con este país; no se imagina capitán y ahora no lo podrá saber, porque el chinito ya está muerto. Está frío. Así tenían que ser las cosas. Es más, Vaya que ya va a llegar la mamá del niño a preguntar qué fue lo que pasó. Dígale a esa vieja alcahueta que de nada, que fue con mucho gusto. —Nombre del niño, mi señora. —Pablo, capitán. El nombre de mi hijo es Pablo. —Para identificarlo, necesitamos el nombre completo, señora. —Pablo Emilio Escobar Gaviria, capitán.

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Johanna Alexandra Fajardo NEGACIÓN Mientras estuvieron casados, Lucía siempre estuvo al tanto de todas las cosas serias que tenían que ver con Mario, y siguió estándolo luego del divorcio. Él es un hombre de perfección, de hábitos y de repeticiones; a diario cumple una rutina casi perfecta, dejando solo un pequeño espacio a eventualidades, espacio con una duración y momento específicos e invariables. A las cuatro treinta de la tarde, Mario abandona su ser a la suerte; este no es momento del café, ni de leer, ni de trabajar… es hora de lo que pueda pasar y de lo que tenga que pasar, siempre y cuando esto no se prolongue más allá de las cinco p.m. 125


Y pasó que el viernes a las cuatro cuarenta recibió la llamada telefónica, de larga distancia, de Lucía, avisándole que ya tenía los resultados de los exámenes médicos que recientemente se había practicado. Por supuesto, él tomó las cosas con toda la calma que le fue posible y dilató con trivialidades la conversación hasta que fueron las cuatro y cincuenta y nueve minutos con cuarenta segundos y entonces, abruptamente, se despidió pues a las cinco en punto tenía que reincorporarse a su rutina, a su vida en la cual las enfermedades, la posibilidades de operaciones, de quimioterapias, de angustias y de cambios alimenticios, no tenían lugar. Ingeniosamente había ganado un día más.

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Es pa

Ña



Mateo Alonso Ferrera LOS GITANOS -Baja de ahí. -Acábate lo del plato. -Deja de incordiar a tu hermana. -Recoge el cuarto. En casa de Covú, aquellas imperativas siempre venían acompañadas por la misma e invariable contrapartida: -O te vendemos a los gitanos. Y Covú, escuchando aquello, bajaba, acababa, dejaba o recogía lo que fuera menester por no acabar en manos de los gitanos, que debían ser tipos fieros que se alimentaban con los hígados de los niños o por ahí la cosa. En cierta ocasión, 129


Covú recorría el barrio, acompañado por su primo Bahá, cuando se encontraron abierto el portalón del solar llamado de Los Mañecos, por el cartel luminoso del alvear que se anunciaba asomando por encima del muro. Dentro vieron multitud de niños correteando libres, buceando en bañeras con garras de bronce, gentes a la guitarra tocando y cantando para unas mujeres morenas de ojos bosque que giraban y bailaban sonriendo alegrías bajo la mirada del mayor de todos ellos, trajeado como divinidad. Cuando pasaban a su vera, los niños le decían cosas bonitas. Él levantaba la mano y alzaba la música. -¿Qué celebran estas gentes, Bahá? -Nada. No celebran nada: son gitanos. Así viven. Covú regresó aquel día a casa con varias trasta130


das en mente, pero antes quiso asegurar el tiro. -Mamá. -¿Qué quieres? -le decía su madre, sin apartar la vista de las patatas que estaba pelando. -No les vayas a pedir mucho por mí, ¿vale?

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Josu Insausti OrdeÑana PASIÓN LETAL Me enamoré de una mantis religiosa gigante. Sí, ya sé que no debí hacerlo, era una locura. No duró mucho tiempo, pero fue muy emocionante. Agotador. Y llegué al orgasmo. ¡Y salí vivo! Su fulminante dentellada me arrancó media pierna; pero a rastras conseguí huir. Aunque han pasado muchos años, todavía me acuerdo de aquello con una serena fascinación. Y las he vuelto a ver, inconfundibles por mucho que se disfracen...pero una y no más Santo Tomás. Cuando alguna se cruza por mi camino, me alejo lo más rápido que mi cojera me permite. 132


Nicolas Jarque Alegre LOS FANTASMAS La vista nublada, el desconcierto que le impide reconocer las paredes que le rodean, la daga ensangrentada que empuña, la laguna de memoria que padece cuando se le pregunta por sus actos entre las cuatro y las siete de la tarde, los fotogramas que se iluminan y se apagan de forma difusa en su cabeza, el cuerpo que yace dentro de la silueta de tiza, las carcajadas que escucha en su conciencia y la cantidad de armas que le apuntan, son indicios suficientes que le confirman al comisario sus peores temores: el psicópata hipnotizador, que perseguía, ha vuelto a actuar. 133


Ernesto Ortega Garrido REFLEJO La luz se enciende y alguien entra en la habitación. De repente lo encuentro enfrente de mí. Si me mira, le miro; si sonrío, sonríe; si llora, lloro. Y entonces, me pregunta: "¿Y tú, qué ves en mí?" Pero antes incluso de que comience a hablar, yo le estoy preguntando lo mismo. Los dos callamos: busco una respuesta, pero no puedo dársela. Cierro los ojos y él desaparece, pero cuando los abro todavía está ahí. Le digo: "Sólo veo un reflejo" y mientras hablo puedo leer esas mismas palabras en sus labios. Se marcha y yo le sigo, o al revés, porque no sabría decir cuál de los dos es el primero en salir huyendo, aunque 134


intuyo que, por unas micromilésimas de segundo que el ojo humano no puede percibir, él es más rápido. La luz se apaga y la habitación se queda vacía.

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INDICE MEXICO ....................

9

VENEZUELA .................... PERU ....................

75

85

ARGENTINA ....................

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COLOMBIA ....................

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ESPA Ñ A ....................

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Editorial Ojo de Pez Ballenas en Hormigueros Primera edici贸n. Julio, 2014. Tijuana B.C.

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