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nocturno belfegor

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Sergio hizo un mohín de disgusto. Puso la linterna sobre la cómoda y le dedicó toda su atención al demonio, muy a su pesar. —El mundo es de mi señor, mediador. Basta con asomarse a la televisión o al internet. Bastan cinco minutos frente a un puesto de periódicos. Y sólo es cuestión de tiempo para que nos hagamos de él. La lucha entre demonios y héroes llega a su fin. Así que, si sabes lo que te conviene, escogerás bien el bando en el que quieres luchar. Sergio no comprendía del todo, pero estaba seguro de que Belcebú se haría entender. —Te ofrezco que renuncies al Libro de los Héroes y trabajes para mí. Hazlo y serás bien recompensado. Niégate y me estarás declarando la guerra. Y juro que no descansaré hasta verte ardiendo en los dominios de mi señor por una eternidad. La mente de Sergio trabajaba a toda velocidad. No le quedaba claro por qué el demonio de mayor jerarquía en las huestes de Lucifer se tomaba esas molestias por un simple mediador. —No entiendo —se atrevió a hablar—. Si me niego, ¿no podrías acabar conmigo aquí mismo? ¿Qué caso tiene lo que responda? El demonio rió con sutileza. —No es así, mediador. Esta guerra se libra en distintos niveles. Y el que a mí me compete no tiene que ver con el físico. No temas, responde con la verdad. La niña se paseó por la habitación. Tomó del suelo el cadáver de un hámster con moño al cuello, alguna mascota de Daniela que había corrido con muy mal sino. —Soy el amo de la mentira, mediador, así que me daré cuenta si no eres sincero. El demonio comenzó a desmembrar al roedor. Una grotesca sonrisa se dibujó en su boca. —A la una... —una pata cayó al suelo— no es tan difícil la elección, mediador. Edeth lleva siglos oculto, el muy cobarde. ¿Por qué ser leal a un cerdo sin agallas?

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