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Gala
Gala cierra los ojos, irritados, y se permite recostarse unos segundos sobre el escritorio. Ha anochecido sin que se diera cuenta, y ahora la luz del flexo es la única que ilumina su habitación, apuntando directamente a su libreta, obligándola a que vuelva a centrarse. «Pero ya es tarde para eso», piensa Gala, pellizcándose el puente de la nariz. Relee sus últimas frases. Está divagando otra vez, y no quiere divagar en su cuaderno de notas. Entre sus páginas solo debería haber hechos, datos; un camino pulcro y ordenado que la guiase hasta la salida de ese laberinto en el que han acabado metidas ella, su hermana y las demás.
Sin embargo, lejos de ayudarla a encontrar una solución, sus notas son cada vez más erráticas, y siempre la llevan al mismo punto: su hipótesis. Su descabellada, desesperada y casi suicida hipótesis. La que probablemente sea su única opción.
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La parte racional de Gala le dice que debería contar su plan a las chicas. Quizás, si se preparan lo suficiente, podrían tener alguna garantía de éxito o, al menos, de supervivencia.
Un crujido la saca de su ensimismamiento. Se yergue un poco antes de susurrar: —¿Luna?
La puerta del cuarto de Gala se entorna, lo justo para que Luna asome la cabeza. —¿Ha pasado algo? —pregunta Gala—. ¿Te toca hacer guardia? ¿Te llevo?
Su hermana niega con la cabeza.
—Esta noche se encargan Nora e Iris. —¿Y qué haces despierta?
Luna baja la mirada y se encoge de hombros.
—Es solo que… no podía dormir —le dice al suelo.
Gala y Luna no están acostumbradas a la cháchara, y menos entre ellas. Le resulta extraño que su hermana haya ido a buscarla. En otra época hubiera sospechado de sus intenciones. Sin embargo, hace unas semanas llegaron a un acuerdo para intentar llevarse mejor, así que se obliga a dejar sus recelos a un lado.
Aunque sigue sin saber qué decir.
Para romper el incómodo silencio, Luna finge un carraspeo. Después, entra en la habitación y se inclina sobre el escritorio. Gala mueve un poco el brazo para tapar disimuladamente su cuaderno de notas. Fracasa.
—¿Qué escribes? —le pregunta Luna.
—Ya sabes… Estoy dándole vueltas a lo de siempre. Buscando una forma de deshacernos de Némesis.
Luna entorna los ojos; quizás por la mención del mental oscuro, quizás para intentar descifrar las palabras del cuaderno de Gala a pesar de que no lleva puestas sus gafas. Sin ellas, sus ojos parecen mucho más pequeños.
—¿Y se te ha ocurrido algo nuevo?
Podría decírselo. Podría hacer honor al trato que hicieron junto al río y confiar en ella. Contarle su plan. Luna le sostiene la mirada. Parece fiera, una guardiana digna del poder ancestral que la ha escogido. Pero también parece una adolescente de quince años vestida con un pijama de estrellitas y pantuflas de andar por casa. Su hermana pequeña.
—No —dice Gala—. Nada nuevo.
Qué día tan asqueroso. Anoche apenas pudo dormir, y nada más levantarse ha tenido que ir a relevar a Nora e Iris a su guardia, que ha sido tan infructuosa como todas las demás. Y, por si fuera poco, en el camino de vuelta a casa, un idiota ha cruzado en rojo y Gala ha estado a punto de atropellarlo. ¡Y encima ha tenido el morro de ponerse a gritarle a ella! No ha podido evitar bajarse del coche para decirle cuatro cosas al muy estúpido. Han montado tal follón que un par de conductores más se han unido a la refriega. Pero ¿a quién le importan esos estúpidos? Gala necesitaba desahogarse. Aunque todavía no ha soltado todo lo que guardaba dentro… Sigue teniendo ganas de liarse a puñetazos con las paredes. Cierra la puerta de casa, tan fuerte que las llaves que hay colgadas junto al marco tintinean por el portazo.
—¡Ha llegado alguien! ¡Corre, corre, corre…!
Gala da un respingo. Los susurros han sido demasiado quedos como para reconocer la voz, pero está claro que venían del fondo de la casa. De inmediato, Gala sospecha qué está sucediendo. Contiene las ganas de darle una patada a la mesilla auxiliar del recibidor, llena de bolas de nieve falsa de sitios en los que sus padres en realidad no han estado, y se encamina hacia su cuarto dando zancadas.
A primera vista, no hay nada raro allí. El dormitorio está vacío, la cama está hecha y la ventana, cerrada. El escritorio sigue tan despejado como Gala lo deja siempre. Sin embargo, hay algo raro en la cajonera del escritorio. Uno de los cajones tiene los rieles estropeados, y Gala ha de agacharse cuando quiere dejarlo bien cerrado. Y siempre lo hace, porque tener un cajón torcido le pone de los nervios. Y ahora está torcido.