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JORGE BUCAY

CUENTOS PARA

PENSAR SIEMPRE HAY UN CUENTO PARA CADA QUIEN

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CUENTOS PARA PENSAR Siempre hay un cuento para cada quien © 1997, 2009, Jorge Bucay © 2019, Del Nuevo Extremo, S.L. Diseño de portada: Estudio Sagahón / Leonel Sagahón D. R. © 2019, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Homero 1500 - 402, Col. Polanco Miguel Hidalgo, 11560, Ciudad de México info@oceano.com.mx Cuarta edición en Océano: marzo, 2019 ISBN: 978-607-527-807-0 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx Impreso en México / Printed in Mexico

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Índice

Prólogo, 11 Introducción: las tres verdades, 15 El buscador, 25 El temido enemigo, 31 Sin querer saber, 41 Juan Sinpiernas, 45 Darse cuenta, 51 El cuento dentro del cuento, 57 Codicia, 63 El oso, 67 Sólo por amor, 73 Ceremonia del té(e), 79 Obstáculos, 83 Había una vez, 89 Joroska, 93 Brevedad, 99 La ciudad de los pozos, 103 Animarse a volar, 109 Cuento sin U, 113 Quiero, 119

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Pequeña historia autobiográfica, 123 La tristeza y la furia, 131 Carta de un asesino confeso, 135 Ilusión, 145 El guerrero, 149 Rebelión, 155 Sueños-semilla, 159 Esquela para un hombre singular, 165 Un lugar en el bosque, 175

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El buscador

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Hace dos años, cuando terminaba una charla para un grupo de parejas, conté, como suelo hacer, un cuento a manera de regalo de despedida. Para mi sorpresa, esta vez, alguien del grupo pidió la palabra y se ofreció a regalarme una historia. Ese cuento que quiero tanto, lo escribo ahora en memoria de mi amigo, Jay Rabon.

É

sta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador… Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda. Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.

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Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada. …Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas, como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción: Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses, y 3 semanas. El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años… Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.

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el buscador

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El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. —No, ningún familiar —dijo el buscador—, ¿qué pasa con este pueblo?, ¿qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?, ¿por qué hay tantos niños muertos, enterrados en este lugar?, ¡¿cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de niños?! El anciano se sonrió y dijo: —Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré… Cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado… a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media…? Y después… la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana…? ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo…? ¿Y el casamiento de los amigos…? ¿Y el viaje más deseado…? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones…? ¿Horas?, ¿días…? Así… vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… cada momento.

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Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ĂŠse es, para nosotros, el Ăşnico y verdadero tiempo vivido.

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