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sentía un gran apego, a pesar de que podría decirse que sus fotos fueron lo mejor que dio de sí el proyecto en cuestión, o ver cómo archivaban algunas de sus fotos de protesta más apasionadas, inéditas hasta cuarenta años después de su fallecimiento. Estos y otros problemas los sobrellevó como la mayoría de la gente: con impaciencia, ambigüedad, concesiones, errores, estoicismo, irritabilidad y capacidad de recuperación. Si Dorothea Lange fue una heroína, lo fue con sus defectos, como todos los héroes de verdad. Tomó decisiones difíciles, por las que pagó, e hizo pagar, un alto precio. Podía pecar de prepotencia, y algunas de sus decisiones como madre fueron cuestionables. En defensa de su obra podía ser coqueta y maquinadora. No es esta una biografía que pretenda elevarla a los altares. Personajes perfectos los hay en los cuentos de hadas, o en la hagiografía, pero no en la biografía histórica. Lo que me interesa es comprender y explicar, en la medida de mis posibilidades, la vida de una mujer inscrita en los acontecimientos históricos de su época, lo cual no implica falta de interés en Lange como persona, sino todo lo contrario: me han conmovido en más de una ocasión su valentía y su capacidad de trabajo, me he enfadado al ver que hacía daño a otras personas, me ha dolido que se lo hicieran a ella, y me han admirado su talento, su inteligencia y su compromiso. La historia que narro queda circunscrita no solo por los límites de mis conocimientos, sino por los que establecen las fuentes disponibles. Lange no documentó su propia vida. Solo empezó a guardar cartas o escribir un diario después de los cincuenta años. Al no haberse conservado casi nada de lo que escribió antes de 1935, los datos acerca de su vida anterior proceden de entrevistas grabadas dos o tres décadas después. Como es lógico, una vez convertida en fotógrafa documental generó una gran cantidad de pruebas en sus cuadernos de campo, su correspondencia, sus fotos y los pies de las mismas fotos que, al igual que cualquier otro producto personal, no brindan solo datos sobre sus protagonistas, sino sobre la propia fotógrafa. La falta de material escrito sobre la juventud de Lange le confiere un poder inusitado sobre su interpretación por el biógrafo, que no tiene más remedio que fiarse casi siempre de los recuerdos de madurez de la biografiada, y que solo recibe testimonios de sus experiencias juveniles en forma condensada, interpretada y reorganizada por la memoria de quien las vivió –‌fuente muy poco de fiar, como es sabido–, y por su decisión de revelar o no tal o cual cosa. Como la mayoría de la gente, Lange no era una narradora fidedigna de su propia vida. Compenso lo falible de sus evocacio16

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