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Blancanieves iba recuperando los sentidos hasta llegar al mundo normal y corriente que la rodeaba. Una vez terminada la última escena, impresionante e hipnótica, hacía falta tiempo para recuperarse: la doncella estaba tumbada en el suelo, las luces se apagaban, y el escenario y la sala se quedaban un momento a oscuras, mientras sonaban unos latidos cada vez más fuertes. La chica, que acababa de saber que el cazador había muerto, mataba al príncipe con un peine de plata de púas afiladas y huía de palacio para volver a su querido bosque, en medio de la oscuridad, las sombras y las bestias salvajes. La primera vez que ensayaron el fragmento con decorados, sonido e iluminación, todos se quedaron mudos un buen rato, intercambiándose miradas de incredulidad como si se preguntaran: «¿Habéis oído lo mismo que yo? ¿Hemos estado por un instante en otro lugar?». —Próximo ensayo, lunes por la tarde, a la misma hora y en el mismo lugar —les recordó Tinka. —¿Verdad que ya lo tenemos más o menos listo? Podríamos tomarnos una tarde libre —propuso Aleksi, que hacía de príncipe. Tinka lo fulminó con la mirada.

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