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Orison Swett Marden — 19

presión vigorosa y espontánea de lo mejor de lo que somos capaces. Nuestro error está en que la buscamos donde no existe: en lo transitorio y perecedero. Ella viene de dar y entregar, no de recibir y retener. Sin querer decir que esté mal desear gozar de un mejor estilo de vida, debemos recordar que jamás seremos felices atesorando riquezas, por valiosas que sean, ya que lo que el ser humano es, y no lo que tiene, es lo que labra su felicidad o su infortunio. El corazón humano siempre está hambriento; pero la infelicidad es el hambre de adquirir, mientras que la felicidad es el hambre de dar. Ella borra todo vestigio de tristeza. La felicidad es el premio por los servicios prestados a nuestros semejantes, del heroico esfuerzo en desempeñar nuestro papel y cumplir nuestro deber con el mundo. Se deriva del deseo de ser útil, de mejorar el mundo de modo que haya menos penas en él a causa de nuestros esfuerzos. Las palabras de aliento, las ayudas no solicitadas pero oportunas, el trato amable, los deberes fielmente cumplidos, los servicios desinteresados, la amistad, el afecto y el amor, son cosas que, no obstante su sencillez, nos ayudan a encontrar y poseer la felicidad. William D. Howells decía: “Para mí, la vida no ha de ser como una cacería perpetua de la felicidad personal, sino el anhelo de conseguir la felicidad de toda la familia humana. ¡No hay otro éxito! ¡Ah! ¿Cuándo será que todo ser humano finalmente entiende que su mayor objetivo es el bien de la humanidad, de modo que la paz se extienda como un lienzo de luz sobre la tierra y como una red a través del mar?”

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