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—Mirad. Nos está estudiando como nosotros lo estudiamos a él. —¿Qué hemos hecho? —sollozó Powell—. La hostia puta, ¿pero qué hemos hecho? —¡Venga, Powell —estalló Hardind—, compórtate! Tenemos que aprender todo lo que podamos de esta cosa si queremos deshacer… Su reprimenda se vio interrumpida de golpe por otro chapoteo. El pez empezó a escarbar, revolviendo la mugre del fondo de la pecera, y su visión quedó nublada. Desapareció, oculto tras una sinuosa cortina de sangre, heces y barro. —Que alguien coja la cámara —gritó Baker—. ¡Tenemos que filmar esto! Antes de que Baker se dirigiese a por ella, la mesita que sostenía la pecera se movió. El agua se derramó desde arriba, cayendo por los lados en ribetes carmesíes. El pez retrocedió y volvió a lanzarse hacia delante, cargando una y otra vez contra la pared de la pecera. Embistió el cristal una y otra vez, ignorando el daño que se estaba causando a sí mismo. Baker advirtió la calculada maldad que reflejaban sus ojos muertos. Una red de grietas empezó a extenderse por el cristal, expandiéndose hacia los lados como una tela de araña. La mesita volcó y la pecera se precipitó al suelo. El cristal estalló, cubriendo a los presentes de pequeños cristales y agua salobre. El pez cayó sobre la alfombra y empezó a avanzar a saltos hacia ellos. Baker se subió al escritorio apartando todos sus libros de golpe, mientras que Harding se retiró hacia la sala. Powell se quedó helado, temblando y arañando la alfombra mientras la criatura cubría la distancia que los separaba. Pese a los gritos de terror de Powell, Baker escuchó los sonidos procedentes del pez, que se acercaba a las rígidas piernas del científico. El pez estaba hablando. No podía entender qué estaba diciendo, pero era evidente que hablaba con inteligencia. La criatura saltó hacia la ingle de Powell, que gritaba muerto de miedo. Baker saltó al suelo, aplastando el monitor del ordenador contra el pez. Golpe a golpe, aplastó a la criatura hasta que sólo quedó una mancha entre los cristales rotos. 25


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