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mentiras, el espléndido premio que ha robado. Aunque está muy lejos de mí, siento el calor de su mirada y de su furia hirviente. Me quema desde adentro. Sólo los jets silban en el cielo; ése es el único sonido en el mundo. —Veo que eres valiente todavía —la voz de Maven hace eco entre las ruinas, como si se burlara de mí—. Y tonta. Lo mismo que en el ruedo, no le daré la satisfacción de mi ira y mi temor. —Deberían llamarte la Niña Muda —suelta una risa fingida, y su ejército ríe con él. Los Rojos guardan silencio, con los ojos fijos en el suelo; no quieren ver lo que está a punto de suceder—. Bueno, Niña Muda, diles a tus miserables amigos que todo terminó. Están rodeados. Llámalos, y les concederé la misericordia de morir en paz. Aunque yo pudiera emitir esa orden, jamás la daría. —Ya no están aquí. No te atrevas a mentirle a un embustero, y nadie es más embustero que Maven. Pero parece inseguro. La Guardia Escarlata ya ha escapado muchas veces, en la Plaza del César, en Arcón. Quizá podría volver a hacerlo ahora. ¡Qué vergonzoso sería! ¡Qué fatídico comienzo para el reinado de Maven! —¿Y el traidor? —su voz se vuelve más aguda, y Evangeline se aproxima. El cabello plateado de ella brilla como el filo de una navaja, más destellante que su armadura de oropel. Pero Maven la aparta de un golpe, como un gato a un juguete—. ¿Qué hay de mi infeliz hermano, el príncipe envilecido? No oye mi respuesta, porque no la tengo. Maven ríe de nuevo, y esta vez me traspasa el corazón. 33


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