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que acaso ha sido hechizado por algún poderoso encantador de la peligrosa región de La Mancha? —El Mercedes está listo para ser conducido, monseñor. —¿Un milagro? ¿O acaso el mecánico regresó del funeral? —El mecánico aún no regresa, por lo que yo mismo le eché un vistazo al motor –le mostró sus manos–. Un trabajo complicado. Casi no tenía gasolina, lo que fue fácil de remediar pues siempre guardo un bidón extra, pero ¿cuál era la verdadera avería? —Ah, entonces no era sólo la gasolina –dijo el obispo, satisfecho. —Hubo que hacerle algunos ajustes al motor, no sé bien los nombres técnicos, pero ya era urgente meterle una mano, y ahora funciona muy bien. Quizá cuando llegue a Madrid sería bueno llevarlo a una revisión profesional, monseñor. —Entonces, ¿ya me puedo marchar? —A menos que quiera usted tomar una pequeña siesta. Teresa puede prepararle mi cama. —No, no, padre. Me siento completamente refrescado por su excelente vino y la carne, ah, esa carne. Además tengo una cena en Madrid esta noche y no me gusta llegar cuando ha oscurecido. Mientras caminaban hacia la carretera principal de El Toboso, el obispo preguntó al padre Quijote: —¿Cuántos años lleva usted viviendo en El Toboso, padre? —Desde que era niño, monseñor. Menos durante mis estudios en el seminario. —¿Dónde estudió? —En Madrid. Hubiera preferido Salamanca pero el nivel me sobrepasaba. 36

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