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los cuatro puntos orientales

año por todos los meses. Tenían el año de trescientos y sesenta y cinco días. Tenían mes de a veinte días, y tenían diez y ocho meses y cinco días en un año, y el día postrero del mes muy solemne entre ellos.52 Para algunos cronistas el hecho de que América fuese un territorio poblado por las tribus perdidas de Israel justificó una prédica que de esa forma adquiría más sentido porque se trataba de convencerlos precisamente de acogerse al monoteísmo, pues habían permanecido en el estado previo al ser adoradores de un panteón pagano. Los descubridores realizaron emplazamientos en el diseño de los trazos urbanos respondiendo al pensamiento religioso que portaban. Para ello el lugar del culto tendría que ubicarse hacia el Oriente, hacia Jerusalem, la Tierra Santa. Desde luego eso justificaba, además, su empresa evangelizadora, apoyada por el papa, es decir, por la Iglesia de Roma. La gran esperanza producida por los descubrimientos americanos sólo toma su verdadera dimensión a la luz de la escatología cristiana. México nació bajo los auspicios del milenarismo. El Nuevo Mundo apareció como una tierra de salvación para la Europa católica, amenazada desde fuera por el islam conquistador y desde dentro por los progresos de las herejías luterana y calvinista; para los judíos perseguidos desempeñó el mismo papel de Tierra Prometida.53 Si México formaba parte de un hemisferio ubicado al Oriente del monte Sinaí, donde Moisés recibió las Tablas de la Ley, se demostraba la posible existencia del Paraíso Terrenal. El esquema previo del pensamiento cristiano defendido por la Iglesia católica desde el Vaticano fue sacudido brutalmente por los nuevos descubrimientos. Francisco López de Gómara lo expresó así: “La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman Mundo Nuevo”.54 Esto dio un nuevo aliento al esquema religioso de pecado-caída-encarnación-parusía o segunda llegada del Mesías. La recurrencia a las representaciones pictóricas del Juicio Final desde los primeros contactos entre españoles e indios así lo expresaron. Luego se completaron con las representaciones teatrales. Se mostró a los nativos el Apocalipsis, el terrorífico infierno donde las fuerzas de Satanás arrebatan las almas pecadoras a un Dios que flaquea en su omnipotencia. Las imágenes aterradoras catalogaron los castigos más atroces contra el repertorio de las penas merecidas. Algunos ejemplos subsisten hasta ahora como en la gran capilla abierta del convento agustino de Actopan, en el actual estado de Hidalgo del siglo xvi, y los tardíos murales del siglo xvii que decoran la parroquia de Atotonilco en Guanajuato. En el primero, un enorme

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