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Ocasiones y derivas · José Ignacio Díaz Pardo
José Ignacio Díaz Pardo
En recuerdo de José Miguel de Prada Poole
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Cada vez que me acerco a la Arquitectura para intentar desentrañar su esencia, sus valores, sus procedimientos o su formalización, veo más clara la necesidad de buscar en lo conceptual su núcleo primigenio. Lo que no me exime de aceptar la trascendencia de lo constructivo para alcanzar la obra rotunda, pero reafirmándome en que la aproximación a las Artes del Disegno de Vasari solo será efectiva si se hace desde los lenguajes respectivos de la Arquitectura, la Escultura y la Pintura. Al fin, es lo que viene a recordarnos Juan Miguel Hernández León cuando rescata la entrevista a Mies van der Rohe en Architectural Record. Dijo el arquitecto alemán:
…la arquitectura surge cuando dos ladrillos están colocados juntos cuidadosamente. Por tanto, no son los ladrillos, sino el cuidado, es decir, el saber hacer, lo que permite ese trascender hacia un ámbito no material, donde reside lo que llamamos «arquitectura».[1]
El movimiento moderno planteó una ocasión en la historia[2], en la que restablecer el diálogo entre concepto y fisicidad (esta como oficio o ejecución), entre idea y materia. Con él renació la esperanza de enderezar la equivocada deriva tomada por la arquitectura posalbertiana, pero que acabó en las fantasías transvanguardistas, postmodernistas, etc.: todo un batiburrillo de desesperanzas.
Después ha habido otras ocasiones, desgraciadamente residuales y minoritarias, como la de la aproximación a la arquitectura neumática que alcanzó su cima en la Expo de Osaka, en los años sesenta y setenta. En su hermenéutica se han visto proyectados gran parte de los referentes y vicios de los canónicos análisis conceptuales, estéticos y constructivos aplicados a la arquitectura histórica. Para detectar los posibles errores de enfoque, reflexionemos primero sobre uno de los factores genésicos de estas raras ocasiones en las que nos es dado pararnos a vislumbrar un horizonte para el devenir arquitectónico. Hablo del papel que la materia con la que se da fisicidad al hecho arquitectónico[3] interfiere en su esencia o en el concepto que lo vivifica: En la arquitectura neumática todo gira alrededor de un simple diferencial de presiones.
En ella, el espacio se delimita casi virtualmente —es quizás la representación más conseguida del topos y el kora aristotélicos—, pero se define perceptualmente por esa leve membrana que ya no quiere interferir en el horizos de los griegos, el límite a partir del cual empieza algo. En este caso no: en ella, dentro de ella, se encierra todo, pues impide a los ámbitos psíquico, fisiológico, perceptual y físico, ser remitidos al horizonte sensible derivado de Alberti. Nos sitúa en un nuevo sistema referencial, lejano a la percepción a la que nos ha condicionado la cultura perspectiva albertiana. En este tipo de intervenciones arquitectónicas, no podemos tener el horizonte como sistema referente de las experiencias visuales y cinestésicas.[4]
Y esto nos plantea un conflicto aparentemente irresoluble: la arquitectura neumática no nos permitiría alcanzar la consciencia del espacio desde la percepción, que es nuestra vía de acceso al conocimiento, porque habiéndose superado la dependencia cinestésica, los referentes espaciales han quedado supeditados a la geometría estricta de la física de gases, cuyos determinantes son los diferenciales de presiones. La solución ha de venir de la incursión en otro campo conceptual, si es que hacemos entrar en juego el concepto de representación de Barthes, no dependiente del horizonte sensible, sino de un horizonte impuesto y subjetivo. Y, aunque sea una geometría diferente a la que iluminó históricamente la Arquitectura desde la pureza euclidiana, reencontramos el ideal supremo de los platónicos de reducción del conocimiento del Mundo a los sólidos perfectos. Ahora bien, si estamos tratando sobre la Arquitectura como representación, vía que estimo necesaria para alcanzar la consciencia del espacio desde la intelección, aún subsiste un aspecto que complica el curso de mis elucubraciones, pues las «arquitecturas neumáticas» parecen ser distantes a los requisitos precisos para optar por apoyarnos en Barthes. Así y todo, tendríamos la ocasión, aunque aún ahora no esté expedito el camino para aproximarnos al conocimiento de lo arquitectónico.
Reflexionemos ahora sobre la deriva. No puedo establecer analogías con el papel que jugaron en la historia de la Arquitectura los materiales constructivos, ya que, en esta nueva ocasión, estamos sujetos a la inexperiencia en el material de las membranas, o a la dependencia absoluta de un soporte dinámico como es la producción de la energía necesaria para lograr la sobrepresión. Nada que ver con la inercia energética de los materiales tradicionales: son los diferenciales de presiones los que generan las causas de conflicto, y las membranas quienes restablecen las condiciones de equilibrio: tracciones y compresiones se transmiten y se resuelven en la forma, como sucedió con el arco, la bóveda y la cúpula. Confiamos en que la geometría de lo neumático, en su consistencia platónica, resuelva un problema aristotélicamente físico, pues el reparto uniforme de los esfuerzos a la membrana —excepto en las condiciones de borde—, se logra mediante la esfera y el cilindro, formas derivadas de la dinámica de gases, pero también netamente euclídeos.
Nada que sea demasiado extraño a la construcción tradicional. Como en ocasiones anteriores, el gran peligro de conducir la aproximación a la arquitectura neumática por el camino equivocado es conceptual. Intentaré ilustrar su deriva con un ejemplo.
Cuando se inauguró la sede del Colegio de Arquitectos en El Limonar, nos pusimos en contacto con José Miguel de Prada Poole, con quien yo había colaborado en mis últimos años de estudiante. Le propusimos una intervención arquitectónica efímera/peformance para conmemorar el acontecimiento, y José Miguel se desplazó a Málaga para







conocer el Colegio, todavía en obras. En la visita de toma de contacto, le dimos cuenta del hecho evidente de que la cancela de acceso al complejo no podía estar terminada para la fecha de apertura, circunstancia a la que ninguno habíamos dado importancia.
Los anteriores propietarios, al vender la finca, se habían llevado todo lo mueble e inmueble que pudiese tener un valor económico, entre estos la cancela, que iba a ser sustituida por otra diseñada por Guillermo García Pascual. Es decir, en los multitudinarios actos de inauguración, no podía contarse con un control de entrada sobre los asistentes. Prada Poole propuso una estructura hinchable —que nosotros bautizamos «El Gusano»— para bloquear el acceso y que, partiendo de la inexistente cancela, forzase el recorrido de los asistentes hasta excretarlos ante el porche de entrada al edificio principal.
Al final, lo trascendente fue que, no intencionadamente, se subvirtió el concepto «puerta» en su esencia de pieza articuladora entre espacios en la percepción cinestésica y, en la visual, el de estatus de hueco en los muros que permita al observador retomar el referente perceptual básico del horizonte sensible, ocultado por la acción arquitectónica de erigir un límite: el muro. Sustitución, además, de «lo hueco» por «lo macizo», pues el aire, a una presión algo superior a la de su entorno, se dotó de otra esencia, la propia de los elementos portantes. Era la fábrica sustentante de «un otro» artefacto arquitectónico, que en su tridimensionalidad corporizada sustituyó la bidimensionalidad virtual de los «huecos».
Una puerta que tardaba en traspasarse diez minutos, que te ajenaba a cualquier experiencia que no fuese el hecho del tránsito mismo apoyado en unos referentes geométricos, visuales y cinestésicos inusuales. Una impugnación de la renacentista panorámica visual albertiana (marco, índice, plano del cuadro) que es la esencia en la cancela. E implantación de un nuevo sistema referencial.
Respecto al problema perpetuo de las derivas erróneas, nos aliviaron de caer en él unas jornadas, que bajo el título de PERinSHABLE, organizaron los jóvenes arquitectos de nuestro Colegio. En ellas retoman, no sé si conscientemente, estos aspectos que acabo de señalar. Como corolario de los talleres teóricos, montaron una práctica/performance[5] que, buscado reproducir, representaba «El Gusano» que construyó Prada Poole. Las condiciones de escala, localización, materiales y ejecución no eran, evidentemente, las mismas del modelo originario. Tampoco quería ser una puerta tridimensional que pretendiese dinamitar el concepto al uso. Pero, como buena representación, en él persistía la genuina función arquitectónica de la manipulación del horizonte sensible, de la sustitución de los referentes de la percepción cinestésica, y, muy intensamente, algo que, no buscado en «El Gusano» primigenio, le fue impuesto por la carencia de membranas acromáticas en el mercado[6]: la embriaguez
perceptual psicodélica —un puro engrama warburgiano— de un espacio impalpable inundado por el color puro flotando en el aparente vacío.
Sin embargo, en todos los que recorrimos desde la entrada a la salida la intervención de PERinSHABLE en los jardines colegiales, se reprodujo la experiencia que vivimos muchos años atrás: Una puerta que vuelve a abrirse a la esencia de lo arquitectónico más allá de las derivas albertianas hacia el canon y la forma.
Fotografías de la instalación realizada por José Miguel de Prada Poole para la inauguración de la sede del Colegio de Arquitectos de Málaga en Palmeras del Limonar. Málaga, 1980. Archivo Prada Poole, cortesía de Antonio Cobo Arévalo.
* José Ignacio Díaz Pardo es Arquitecto y participó en distintas instalaciones con Prada Poole como el Pabellón de Expoplástica de Madrid (1968), la VI Bienal de Artes Plásticas de París (1969) y la Instant City de Ibiza (1971).
[1] Siza, Álvaro y Hernández León, Juan Miguel. Una conversación. Madrid: Abada Editores, 2021, pp. 14 y 15.
[2] Hubo otras: Brunelleschi y la costruzione legittima.
[3] Sea el mármol pentélico en el Partenón, en lugar de la toba volcánica de la Magna Grecia, o la aparición del hierro como material constructivo fundamental en el siglo XIX.
[4] La arquitectura como antropomorfización del Mundo (el «yo» + «lo otro») mediante la intervención en el horizonte.
[5] La instalación efímera titulada Caleidoscopio fue resultado de un taller de tres jornadas coordinado por los profesores de la Escuela Superior de Diseño de Madrid (ESDMadrid): Antonio Cobo Arévalo y Guadalupe Martín Hernández.
[6] Debido al exceso de demanda del material para los flotadores infantiles. Era verano.José Miguel de Prada Poole.

