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Fernando Gutiérrez Garrido
Fernando Gutiérez Garrido
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Cada cierto tiempo nos despertamos con una noticia que anuncia la fecha exacta del final del mundo. Ya sea por los caprichos del calendario maya, por la probabilidad de impacto de un meteorito perdido o por una profecía de Paco Rabanne (con caída de la Estación Espacial Internacional sobre París incluida), la noticia resurge una y otra vez para lograr que nos preguntemos: ¿y si esta vez va en serio?
Los arquitectos, en nuestro mundo particular, también vivimos hace años el anuncio, si no del fin del mundo, de un duro apocalipsis que desembocaría en un invierno nuclear. La fecha fijada era el 29 de octubre de 2006, y la cosa iba en serio. No en vano, fue anunciado en el Boletín Oficial del Estado, aunque debido a nuestros quehaceres laborales, al entretenimiento por los interminables procedimientos de tramitación de licencias y a alguna que otra inspección de la Agencia Tributaria, el día marcado se fue acercando sigilosamente sin que le prestáramos excesiva atención ni estuviéramos realmente preparados para el anunciado abismo. Solo cuando fuimos del todo conscientes de que aquello no era un mal sueño, los que no podíamos jubilarnos hicimos lo que haría cualquiera en su sano juicio: agotar el plazo establecido en la disposición transitoria para continuar en la normalidad, lo que implicó hacer un último esfuerzo (otra vez) para llegar a tiempo con todo listo. vigas y los forjados pasaron a ser la estructura vertical y horizontal e incluso el terreno dejó de ser el terreno para denominarse sistema de sustentación. Sin lugar a dudas, un apocalipsis a los ojos de aquellos que en el 2006 llevaban décadas de ejercicio profesional. Y este fue el motivo para que, de forma apresurada, intentáramos terminar los proyectos que teníamos entre manos antes de finalizar octubre. El objetivo era evidente para los arquitectos: tener que bregar con una nueva normativa poco conocida no era nada sugerente. Y esquivar la nueva normativa también fue primordial para los promotores por una cuestión más prosaica, ya que la aplicación del Código Técnico de la Edificación supondría un aumento del coste de la ejecución material debido al incremento de las exigencias de seguridad y habitabilidad y a la introducción de nuevas instalaciones obligatorias, como la solar térmica para agua caliente sanitaria, la ventilación mecánica, pararrayos en algunos edificios...
Como no había otra alternativa, el día de la aplicación obligatoria llegó. La consecuencia inmediata y más comentada por los primeros valientes que aplicaron el nuevo código fue que las memorias de los proyectos que antes despachábamos en setenta páginas mal contadas pasaron a tener cuatrocientas o quinientas páginas, con tamaño de letra de ocho puntos e interlineado sencillo. Una barbaridad. Y eso que nuestros colegas canarios nos ayudaron con la conocida como «Memoria de Canarias», una memoria tipo para edificios de uso residencial
Los más jóvenes no sabrán de qué les hablo, pero las líneas anteriores se refieren a la fecha de entrada en vigor del Código Técnico de la Edificación (CTE), de la que en unas semanas se cumplirán, aunque parezca que fue ayer, dieciséis años.
La introducción a este artículo puede parecer excesiva, pero hay que recordar que el CTE entró en vigor de una forma traumática, ya que derogó gran parte de la normativa de edificación vigente hasta el momento. Normalmente, los cambios en la regulación del proceso de edificación se producían de forma escalonada: un año entraba en vigor la NBE-CTE79; al tiempo lo hacía la norma NBECA82 —que modificaron 6 años después—; la NBE-CPI iba cambiando cada ciertos años… Es decir, podíamos encontrar suficiente holgura para dedicarnos a nuestra formación permanente y adaptarnos a los cambios sin la necesidad de tener que hacer un esfuerzo desproporcionado, y sin que reinase en nosotros la inseguridad por la aplicación de nuevos requerimientos todavía no bien dominados. Pero, como decía, el Código Técnico de la Edificación lo cambió casi todo de una vez, introduciendo, además, nuevas exigencias y nuevos conceptos que tendríamos que asimilar. Aireadores, bandas elásticas, el programa LIDER, suelos flotantes, VEEI, productos colmatadores de poros, el factor de sombra… Nuevas palabras se colaron en nuestras vidas, para delirio de «el viejo Marlon»[1] ,y las fachadas, cubiertas y suelos empezaron a llamarse elementos envolventes, los pilares, las
que sirvió de salvavidas en momentos complicados, aunque con sus cuadros de fondo gris nos hicieran gastar ingentes cantidades de tinta en cada proyecto. Si ahora miramos alguno de nuestros proyectos de los inicios del CTE, nos quedará la sensación de que había muchas cosas repetidas y que, en algunas partes de la memoria, no sabíamos bien qué estábamos escribiendo, como ocurría —y ocurre— en el apartado de prestaciones del edificio en relación con las exigencias del Código Técnico. Para mejorar esto, con los años han ido surgiendo programas de ayuda para la redacción de memorias, desde el famoso memorias2 del COA de Galicia que casi todos compramos en su día, hasta el generador de memorias de un conocido programa de cálculo de estructuras que ahora hace casi de todo.
Pensar que este nuevo orden iba a ser duradero no sería más que una quimera. Desde su publicación oficial, el CTE ha tenido 14 modificaciones, correcciones y/o actualizaciones[2] , algunas de ellas de mucho calado, como la última que sufrimos a finales de 2019 que nos hace sudar la gota gorda para cumplir las exigencias de ahorro de energía. Y en este contexto, el Colegio, que para eso está, ha intentado ayudar a los compañeros tanto en la formación permanente, como en la interpretación y el asesoramiento para el cumplimiento de las exigencias. Los momentos más duros fueron los iniciales, en los que las consultas que todos los días llegaban nos hacían tragar saliva. A Álvaro Gómez y Cristina Iglesias, que estaban al frente del CAT (Centro de Asesoramiento Tecnológico) del Departamento de Información, les tocó estudiar de lo lindo. Yo me reincorporé un poco más tarde, en 2007, después de un paréntesis de casi dos años en los que estuve en el servicio de Visado 24 Horas junto a Javier Lorenzale. Y desde entonces, no hemos podido bajar la guardia. Todavía recibimos alguna consulta que nos hace dudar y tener que contrastar opiniones, tenemos que seguir estudiando la actualizaciones y modificaciones que se publican casi por sorpresa y seguimos inventando cosas para difundir e intentar ayudar, como las Notas Técnicas de Edificación —de las que llevamos 58 publicadas— o aplicaciones tan útiles como Portales Tipo o Municipios.
Echando la vista atrás, quizás podemos decir ahora que el CTE, con sus dieciséis años de vida, tampoco es para tanto. Poco a poco nos hemos acostumbrado a él. Y también a otras normativas técnicas que afectan a la construcción, como la gestión de residuos, la eficiencia energética, las instalaciones térmicas… Por no hablar de las cada vez más complejas disposiciones urbanísticas, con las que Juan Pedro Sánchez, y hasta hace poco Francisco Carrera, nos han venido ayudando diariamente. Este maremágnum de normativas tan distintas y la variedad de tareas que tenemos que desarrollar para llevar a buen fin cualquier encargo —diseño, cálculo, gestión, dirección de obras…— hacen que los arquitectos y arquitectas dispongamos de una visión transversal del proceso de edificación que es, sin lugar a dudas, uno de los aspectos que marca la diferencia con respecto a otros técnicos. Pero, desde mi punto de vista y después de muchos años de conversaciones diarias con compañeros, el aspecto a destacar es otro: el empeño general en hacer las cosas bien, no solo por la responsabilidad y por la calidad en la prestación del servicio a un cliente, sino también por el compromiso con la arquitectura y la profesión. Por ello, estas líneas no pueden acabar sin un reconocimiento a todos los compañeros que ejercen en los campos de la arquitectura y el urbanismo en unas condiciones de excesiva regulación, y también de excesiva competencia, sin perder el entusiasmo y siempre con la ilusión por hacer un buen proyecto.
¡Hasta la próxima modificación del CTE!
* Fernando Gutiérrez Garrido es Arquitecto del Departamento de Asesoramiento y Visado del COA Málaga. 1
[1] Marlon es el protagonista del relato que escribí en 2019 y que lleva por título El viejo Marlon, un arquitecto apodado así por su parecido con Marlon Brandon, que un día decidió dejarlo todo para dedicarse a las palabras. No a escribir. No a leer. Sino a las palabras. Este relato fue seleccionado para su publicación en la III edición del concurso de narración corta «Relatos de Arquitectos» de la UAPFE.
[2] https://www.codigotecnico.org/ QueEsCTE/ElCTEenElBOE.html