Dieciséis años del Código Técnico de la Edificación Fernando Gutiérez Garrido
Cada cierto tiempo nos despertamos con una noticia que anuncia la fecha exacta del final del mundo. Ya sea por los caprichos del calendario maya, por la probabilidad de impacto de un meteorito perdido o por una profecía de Paco Rabanne (con caída de la Estación Espacial Internacional sobre París incluida), la noticia resurge una y otra vez para lograr que nos preguntemos: ¿y si esta vez va en serio?
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Los arquitectos, en nuestro mundo particular, también vivimos hace años el anuncio, si no del fin del mundo, de un duro apocalipsis que desembocaría en un invierno nuclear. La fecha fijada era el 29 de octubre de 2006, y la cosa iba en serio. No en vano, fue anunciado en el Boletín Oficial del Estado, aunque debido a nuestros quehaceres laborales, al entretenimiento por los interminables procedimientos de tramitación de licencias y a alguna que otra inspección de la Agencia Tributaria, el día marcado se fue acercando sigilosamente sin que le prestáramos excesiva atención ni estuviéramos realmente preparados para el anunciado abismo. Solo cuando fuimos del todo conscientes de que aquello no era un mal sueño, los que no podíamos jubilarnos hicimos lo que haría cualquiera en su sano juicio: agotar el plazo establecido en la disposición transitoria para continuar en la normalidad, lo que implicó hacer un último esfuerzo (otra vez) para llegar a tiempo con todo listo.
Los más jóvenes no sabrán de qué les hablo, pero las líneas anteriores se refieren a la fecha de entrada en vigor del Código Técnico de la Edificación (CTE), de la que en unas semanas se cumplirán, aunque parezca que fue ayer, dieciséis años. La introducción a este artículo puede parecer excesiva, pero hay que recordar que el CTE entró en vigor de una forma traumática, ya que derogó gran parte de la normativa de edificación vigente hasta el momento. Normalmente, los cambios en la regulación del proceso de edificación se producían de forma escalonada: un año entraba en vigor la NBE-CTE79; al tiempo lo hacía la norma NBECA82 —que modificaron 6 años después—; la NBE-CPI iba cambiando cada ciertos años… Es decir, podíamos encontrar suficiente holgura para dedicarnos a nuestra formación permanente y adaptarnos a los cambios sin la necesidad de tener que hacer un esfuerzo desproporcionado, y sin que reinase en nosotros la inseguridad por la aplicación de nuevos requerimientos todavía no bien dominados. Pero, como decía, el Código Técnico de la Edificación lo cambió casi todo de una vez, introduciendo, además, nuevas exigencias y nuevos conceptos que tendríamos que asimilar. Aireadores, bandas elásticas, el programa LIDER, suelos flotantes, VEEI, productos colmatadores de poros, el factor de sombra… Nuevas palabras se colaron en nuestras vidas, para delirio de «el viejo Marlon»[1] ,y las fachadas, cubiertas y suelos empezaron a llamarse elementos envolventes, los pilares, las
vigas y los forjados pasaron a ser la estructura vertical y horizontal e incluso el terreno dejó de ser el terreno para denominarse sistema de sustentación. Sin lugar a dudas, un apocalipsis a los ojos de aquellos que en el 2006 llevaban décadas de ejercicio profesional. Y este fue el motivo para que, de forma apresurada, intentáramos terminar los proyectos que teníamos entre manos antes de finalizar octubre. El objetivo era evidente para los arquitectos: tener que bregar con una nueva normativa poco conocida no era nada sugerente. Y esquivar la nueva normativa también fue primordial para los promotores por una cuestión más prosaica, ya que la aplicación del Código Técnico de la Edificación supondría un aumento del coste de la ejecución material debido al incremento de las exigencias de seguridad y habitabilidad y a la introducción de nuevas instalaciones obligatorias, como la solar térmica para agua caliente sanitaria, la ventilación mecánica, pararrayos en algunos edificios... Como no había otra alternativa, el día de la aplicación obligatoria llegó. La consecuencia inmediata y más comentada por los primeros valientes que aplicaron el nuevo código fue que las memorias de los proyectos que antes despachábamos en setenta páginas mal contadas pasaron a tener cuatrocientas o quinientas páginas, con tamaño de letra de ocho puntos e interlineado sencillo. Una barbaridad. Y eso que nuestros colegas canarios nos ayudaron con la conocida como «Memoria de Canarias», una memoria tipo para edificios de uso residencial
revista del colegio de arquitectos de
Málaga