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Del cuidado personal a la salud escolar La higiene como educación corporal en el Porfiriato

Del cuidado personal a la salud escolar

LA HIGIENE COMO EDUCACIÓN CORPORAL EN EL PORFIRIATO

Georgina Ramírez Hernández*

Desde tiempos remotos, el cuidado del cuerpo ha estado prepre-

sente en diversas sociedades y en muchas de ellas su valor ha sido muy alto. En la nuestra, durante el porfiriato, el valor del cuerpo ha quedado muy relegado, y la educación sobre su cuidado –la cual muchos ponen en duda– fue opacada por aquellos procesos relativos a la formación intelectual tual y espiritual. Sin embargo, el cuerpo no dejó ni dejará de ser parte primordial ial de la construcción del ser humano, y es a partir de él que las múltiples accioiones, formas de pensamiento y expresiones del sujeto cobran vida.

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con base en esta premisa, nace la inquietud de recuperar la importancia que tiene el cuidado personal en los diversos procesos educativos, especialmente los escolares. La mirada educativa, pedagógica e histórica no se ha adentrado en este ámbito todavía como ha ocurrido en otros procesos y prácticas sociales y culturales, por lo que resulta necesario indagar y recuperar aspectos como la educación física y la higiene, para contribuir a la configuración de un campo que también forma parte importante del sujeto: el campo de la educación del cuerpo.

Con este interés, se presenta este artículo, el 1 en el que cual parte de un trabajo más amplio 2se rescata, a través de las revistas pedagógicas

* Profesora de asignatura en la licenciatura en Pedagogía de la

Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. 1 Dicho trabajo tuvo como resultado final la tesis de maestría titulada Educar el cuerpo en el porfiriato (1900-1910 ca.). Una mirada a través de las revistas pedagógicas, y en este artículo retomamos una parte de su segundo capítulo. 2 Las revistas pedagógicas se pueden denominar así por ser aquellas publicaciones destinadas a los actores educativos de la época (profesores, directivos, padres de familia), y producidas y dirigidas por ellos mismos. Las revistas analizadas son

La Enseñanza Primaria (1901-1910) y La Enseñanza Normal (1904-1910); su elección se debe a dos factores: la duración de las revistas hace suponer su aceptación en la sociedad, y ambos tipos de educación (primaria y normal) son los que mayormente se tomó en cuenta durante el Porfiriato y en los que se trabajó más en el ámbito escolar.

Las revistas pedagógicas conceptualizaron lo que sería una higiene porfiriana de la última década del Porfiriato como fuente para la historia de la educación, las principales prácticas ahí plasmadas respecto a la educación corporal –y que abarcaron la gimnasia, los ejercicios militares, la disciplina y la higiene–, referida a la salud y la recreación, tanto públi- ca como privada, en la vida cotidiana y en espacios como la escuela. Por ello, su espacio en publicaciones de este tipo deja ver la inquietud de una sociedad por formar, desde el ámbito de la higiene, a mejores mexicanos, y de conceptualizar, en un primer momento, lo que sería una higiene porfiriana.

Mexicanos sanos durante el Porfiriato

Remitirnos al contexto de los más de treinta años bajo el poder y la política del general Porfirio Díaz implica hablar del establecimiento de formas sociales y culturales a partir de la idea positivista de orden y progreso, vinculada estrechamente con la visión de modernidad. El prop ó s i t o p r i n c i p a l d e e n t o n c e s e r a f o r m a r u n a s o c i e d a d m o d e r n a , d i g n a y b i e n v i s t a p o r l a s potencias internacionales. Si bien la puesta en marcha de políticas con esta base no recibió la aceptación de todos los ciudadanos, lo cierto es que permitió la creación de nuevas condiciones de vida, las cuales alcanzaron lo propio de una higiene pública y privada que hasta nuestros días podemos ver materializadas en nuestra vida cotidiana.

El principal antecedente de ello se localiza en la profunda crisis social, referida a lo físico, que dejó la devastación de las continuas guerras decimonónicas que diezmaron a la población, reduciendo las esperanzas y la calidad de vida y aumentando las malas condiciones de salubridad entre los habitantes de la Ciudad de México y del país entero. La situación a lo largo del

XIX fue sombría, y para poder salir de ella,

siglo sobre todo en los espacios urbanos, se implementaron diversas políticas sociales en torno al cuidado del cuerpo.

Para el comienzo del Porfiriato, los estratos socioeconómicos más bajos, como los obreros, los indígenas, y en general la gente más pobre y trabajadora, así como los infantes, sufrían altas tasas de mortandad que se estima rondaban 45 por ciento entre la población infantil, y en la sociedad en general alcanzaban 45 por cada 1000. Estas cifras eran peores en las comunidades rurales, es decir, en la mayor parte del territorio mexicano, donde llegaban a 85 por ciento, ya que las personas vivían en la insalubridad; con carencia de acceso a productos alimenticios, de vestimenta y limpieza; con el padecimien- to de enfermedades contagiosas; y una baja esperanza de vida, de alrededor de 29 años. Todo esto era ajeno a las élites, una minoría que sí contaba con servicios higiénicos y todos los satisfactores necesarios para una mejor calidad y esperanza de vida.

Así, en términos de salud, la sociedad porfiriana era una sociedad pobre, sucia, débil e incluso enferma, por lo que era necesario combatir esta imagen, no moderna, a través de nuevas políticas referidas al aseo personal y a la higiene pública. Para ello se parte de la idea de que “la higiene es la que se ocupa de conservar y prolongar la vida del hombre, y como nada hay más precioso que la existencia, ningún estudio puede ser más importante que la higiene” (De Garay, 1905: 234-236). Desde esta premisa, dichas políticas y medidas tuvieron su principal antecedente en la realización del Congreso Higiénico-Pedagógico de 1882, en el que se discutió la necesidad de establecer una higiene escolar que permitiera, desde cada institución y espacio educativo, una organización y distribución de los lugares y de los mismos alumnos, además de los diversos ámbitos de intervención en cuanto al cuidado personal.

Estas discusiones, no sólo en el congreso sino en la vida escolar, estuvieron coordinadas principalmente por los médicos, algunos de muy reconocida reputación, lo cual se explica, quizá, porque “los imperativos de la higiene pública y privada, y de la salubridad de la capital otorgaron a la profesión médica un protagonismo moral y científico sin precedente” (Arreola, 2007: 54); de igual manera colaboraron, desde las publicaciones periódicas, los actores encargados de la educación formal de la época: pedagogos, profesores y directivos.

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Mi cuerpo, mi aseo personal

En primer lugar, en las revistas pedagógicas, así como en la sociedad en general, surge la necesidad de educar a la población en los aspectos propios de su higiene personal, lo que también podríamos considerar como una higiene privada, comenzando con el conocimiento fisiológico y anatómico del cuerpo, lo cual implicaba la enseñanza sobre los múltiples órganos, internos y externos, vinculada a la conciencia sobre la importancia del baño y el aseo personal. En cuanto a este último, se creía que propiciaría principalmente el bienestar personal, que comprendería el equilibrio orgánico y el equilibrio espiritual, por lo que la consecuencia sería la felicidad y plenitud de la vida propia:

Este bienestar, á veces profundo, aunque vago, que hace el individuo “sentirse feliz”, no es otra cosa que la plenitud de la vida, no se debe sino al equilibrio más ó menos perfecto del funcionamiento del conjunto orgánico […] No cabe duda que el baño, devolviendo á la piel la regularidad en sus funciones, regenera el espíritu (Pineda, 1907: 59-62).

A partir de ello, el baño constituyó una de las preocupaciones de las políticas higiénicas del Porfiriato, y de esta manera se instauró, junto con la creación y mejora de redes de drenaje, un baño público, gratuito, que permitiera mejorar las condiciones sociales y fomentara su práctica dentro de las escuelas. Esto dio lugar a la institución de los balnearios, en su acepción más básica, como baño público, para lograr una mejora en las condiciones de limpieza personal y también en otros ámbitos, como el moral. Por ello, constituyó asimismo una “medida de higiene moral y social, preventiva contra la delincuencia y contra la propagación de los azotes de la humanidad” (Pineda, 1907: 59-62).

Con la creación de los balnearios, se esperaba que las personas de las clases bajas, consideradas como las personas del pueblo, pudieran acceder a formas de vida más sanas, tanto en el aspecto físico como en el moral, y fueran así parte del proyecto modernizador de la época. Más allá de la apertura de los balnearios, del educador se esperaba que pudiera educar a esta parte de la población, y a la sociedad en general, mediante lecciones con historietas, fábulas, cuentos, entre otras, que no sólo se representaban en las aulas escolares sino también en las publicaciones pedagógicas.

La primera labor del educador o profesor sería con el niño, a quien se le tendría que instruir en los aspectos básicos de su aseo personal y la práctica de movimientos corporales; esto último, con el propósito de evitar el agotamiento intelectual, conocido como surmenage, a través del descanso, el cuidado y la recreación. Esto evidencia dos aspectos: el principal objetivo sería educar siempre al niño, pero con la intención de sentar las bases de un hombre “bien” en el futuro, y de que la educación corporal trascendiera el ámbito de lo físico para abarcar los fines morales y contribuir a una educación intelectual.

Las lecciones partían de preceptos como “báñate á menudo, lávate cuando estés sucio, arréglate el cabello, sé siempre limpio” (De la Brena, 1909: 22-24), y se esperaba modificar así la imagen del niño débil, sucio y repugnante por ser desaseado, al cual sus compañeros despreciaban de la misma manera que sus profesores, lo que también limitaba su desarrollo social. Por ello, se divulgó la obligación del baño diario; manos, cara, peinado y vestimenta limpios, y la práctica de la limpieza propia y en la familia.

Se puede decir, de manera general, que los hábitos de limpieza personal comprendían el b a ñ a r s e t o d o s l o s d í a s y a f u e r a c o n a g u a f r í a o c a l i e n t e ; l a v a r s e l a s m a n o s y c o r t a r s e l a u ñ a s ;

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Con la creación de los balnearios, se esperaba que las personas de las clases bajas pudieran acceder a formas de vida más sanas, tanto física como moralmente

Museo Nacional de la Revolución

El educador instruía a los niños en los aspectos básicos de su aseo personal y la práctica de movimientos corporales

cepillarse los dientes al término de cada comida; peinarse; tener limpia la ropa y lustrar los zapatos, así como dormir nueve horas como mínimo para los niños y adolescentes hasta los 15 años. Todos estos aspectos, que en la actualidad no nos resultan lejanos y los seguimos practicando como parte de una idea de persona civilizada, que puede ser considerada parte de la sociedad, a comienzos del siglo XX eran el requisito para ser un ciudadano porfiriano.

Salud en la escuela

Cada una de las prácticas anteriores en torno al aseo personal se transmitieron en el ámbito escolar. Como parte de las políticas higiénicas que se discutieron en el Congreso de 1882, se arraigó la idea de hacer de la escuela uno de los espacios por excelencia del cuidado corporal a través de la salud y la higiene, por lo que se puede decir que la mayoría de los esfuerzos por educar el

cuerpo en este sentido, estuvieron centrados en instruir a los profesores en ello, en crear la infraestructura correcta en las instituciones, y en plasmar estas inquietudes en los libros escolares y las publicaciones pedagógicas.

Se implementaron las asignaturas relacionadas con la higiene y la salud en los programas escolares más importantes, como fueron el de la enseñanza primaria y la enseñanza normal. En esta última apareció, en el primer año, la asignatura de Antropología Pedagógica, en la que se trataban “nociones de Anatomía, Fisiología é Higiene, aplicadas á la educación física del niño” (Fernández, 1905: 142-143); y en el cuarto año, Higiene Escolar, con cinco y tres clases a la semana, respectivamente. En las escuelas de enseñanza primaria se daban nociones de Anatomía, Fisiología e Higiene, un tanto diferentes a las lecciones higiénicas de las escuelas para párvulos, donde se enseñaban diversas actividades domésticas y algunos aspectos de aseo personal.

Para Anatomía, Fisiología e Higiene se retomaban los libros El niño fuerte, del profesor Celso Pineda; Anatomía, Fisiología e Higiene, del doctor Antonio Soler y el doctor Juan García Purón; así como la obra del profesor parisino E. Caustier Anatomía y Fisiología, por mencionar algunos. Muchos de estos libros provenían de textos franceses –por lo que algunas prácticas se compartieron con las de los recintos de aquel país europeo–, e incluso españoles y argentinos, que también los recuperan de las teorías pedagógicas francesas. Algunos otros textos, como los manuales de urbanidad, abarcaban asimismo temas relacionados con el aseo y cuidado personales como parte de la educación moral en las escuelas.

La educación higiénica escolar no comprendió solamente las lecciones anteriormente descritas; como ya se comentaba, las medidas higiénicas también abarcaron la mejora del edificio

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Portada e interior del libro El niño fuerte del profesor Celso Pineda

escolar como tal, que resultó de gran importancia para los higienistas. Esto se debe a que, a comienzos del Porfiriato, y en general a lo larXIX, las escuelas se localizaban en go del siglo vecindades, cerca de cementerios, depósitos de basura y caños, por lo que las infecciones eran muy frecuentes entre la población escolar. Así, se creó el magno proyecto de construir nuevos espacios escolares, cuyos principales encargados serían los arquitectos y los higienistas:

[…] por los primeros se atenderá á la belleza, á la solidez, á la duración del edificio; por los segundos á la amplitud, á la orientación; á la disposición; á la altura, al saneamiento del local; así es que el higienista, de acuerdo con el ingeniero, deberá dirigir sus actividades á la construcción no sólo de un edificio, sino de un edificio higiénico (De la Brena, 1901: 69-70).

Entre los múltiples aspectos que debían considerar estaba el de construir un espacio para baños donde los niños pudieran cubrir las necesidades de depositar sus “miasmas” y lavarse manos y cara. También se debían crear lugares propios para las oficinas, las aulas, una enfermería, así como un espacio abierto para practicar ejercicios, juegos y otras actividades de recreación.

D e i g u a l m a n e r a , s e p ro p u s i e ro n o t ro s a s pectos que suponían propios de la higiene en el espacio escolar. Uno fue el color de las paredes, que debía ser adecuado a la vista para no lastimarla. Otro, el referente a la modificación de los sistemas de alumbrado, pues algunos, al igual que los colores de las paredes, lastimaban los ojos; se usaban lámparas de gas, de petróleo o de otras sustancias químicas que resultaban dañinas al sistema respiratorio. Por tanto, se propuso, para combatir lo primero, “el empleo de vidrios gruesos ó pintados de gris, de amarillo ó de rojo, colores que no disminuyen sensiblemente el poder de los focos luminosos y que absorben los rayos nocivos” (Escard, 1901: 236-241); y para la iluminación, el empleo de luz eléctrica y el aprovechamiento de la luz solar.

Enseguida, se pensó también en mejorar los sistemas de ventilación y disminuir la cantidad de alumnos en los salones, con el fin de permitir la libre circulación del aire, evitar la transmisión de enfermedades contagiosas y promover un óptimo desarrollo en los movimientos del niño, así como de su salud. A esto se agregó la reflexión sobre la necesidad de utilizar mesabancos que contribuyeran a la óptima postura del estudiante, y también cuidar los materiales escolares por su relación con la salud:

[…] el aseo en la escuela debe extenderse á los enseres y útiles de enseñanza, cuidando de que no se pongan en manos de los educandos libros de papel traslúcido ni de caracteres pequeños, á fin de evitar la miopía, así como impedir que los alumnos manejen libros usados, porque pueden contener gérmenes orgánicos infecciosos, ni que en los percheros se revuelvan las ropas por el mismo motivo (Sánchez, 1902: 211-212).

Las escuelas debían contar con un espacio destinado a la salud, en el que trabajaran médicos y enfermeras en el cuidado de niños y profesores. Un ejemplo se encuentra en el proyecto de un reglamento para la inspección médica en las escuelas normales, donde se proponía que éstas tuvieran “un departamento adecuado destinado á enfermería compuesto de: una sala para consultas y curaciones, con los anexos correspondientes; una sala para enfermos con los anexos correspondientes; una sala para enfermos contagiosos; una sala de observación; una sala para enfermos no contagiosos” (Latapí, 1910: 52-54). Este espacio debía equiparse con el mobiliario, aparatos e instrumentos necesarios para inspección médica: estuche de cirugía; tijeras de diversos tipos; pinzas de ocho estilos diferentes; tres formas de bisturís; agujas, jeringas y termómetros; aparato para lavado de estómago; espátulas y sondas; soluciones, anestesias y medicamentos; gasas y algodón; y, por último, vendas de distintos tamaños. En general, era preciso contar con todo lo necesario para realizar un examen detallado del alumno.

Si bien es casi imposible pensar que cada una de estas medidas se puso en marcha durante el

Escuela primaria rural de Cocula, Jalisco, hacia 1921

Porfiriato, lo cierto es que existió la preocupación por sentar las bases de una higiene escolar, consistente en “hacer [que] los edificios y el mobiliario de las Escuelas Normales y de los locales anexos á las mismas satisfagan las condiciones higiénicas que deban tener”, así como “conservar la salud de los educandos y cuidar de que se equilibren sus ejercicios de educación física é intelectual para que se logre el desarrollo armónico” (Latapí, 1910: 52-54).

Finalmente, la escuela fue también uno de los lugares donde se pusieron en marcha las múltiples campañas de vacunación, que con todo lo anterior formaban un conjunto amplio de prácticas referidas al cuidado del cuerpo a partir de la higiene y la salud, y que abarcaban tanto aspectos de prevención como de tratamiento; en su totalidad, esto podríamos identificarlo como parte de una educación corporal.

Para cerrar…

Desde el punto de vista higiénico, el Porfiriato fue una época en la que todas estas consideraciones corporales, como ya lo vimos, se plasmaron, de modo formal en nuestro país. Desafortunadamente, muchos de estos aspectos, como parte de un magno proyecto, no se materializaron, aunque las mejoras higiénicas en las escuelas sí se vislumbraron y al mismo tiempo sentaron el precedente de lo que después sería una educación corporal referida al cuidado de la salud y la higiene en la escuela. Al paso de los años, estas medidas contribuyeron a la disminución de las altas tasas de mortalidad y al aumento de los niveles y esperanza de vida de la población.

Por otro lado, es preciso considerar que no t o d o s l o s e s f u e r z o s s e c e n t r a ro n e n l o s p ro f e s o re s o p a d re s d e f a m i l i a , s i n o q u e f u e ro n l o s

niños los principales destinatarios de las medidas higiénicas implementadas en el Porfiriato, pues la principal inquietud era “cuidar la salud del niño hoy, del hombre mañana” (De Garay, 1905: 234-236). Su consideración todavía se veía limitada en comparación con el hombre adulto, pero también ilustra los cambios en los enfoques, destinados a lo biológico y lo corporal, a partir de los distintos sujetos que conformaron la sociedad porfiriana.

Por último, este panorama un tanto general sobre la higiene como educación corporal en el Porfiriato trata de recuperar la importancia que el cuerpo tiene como parte de una educación integral. Si bien la mayoría de los esfuerzos se concentran en otros ámbitos, como el moral y el intelectual, también existen prácticas y discursos que le han dado un lugar y un valor al cuerpo como parte estructurante del sujeto, por lo que dejar el análisis de la educación corporal fuera de los discursos pedagógicos, sociales e históricos sería negar una parte de la construcción del ser humano. Al mismo tiempo, ello nos permite advertir que, si bien no siempre estamos conscientes de que el cuerpo es educado, lo cierto es que estos cambios evidencian que las prácticas culturales en general, y en particular las referidas a la higiene, se condensan en los cuerpos y hacen que éstos sean forzosamente una construcción sociocultural.

Referencias

ARREOLA, B. (2007). ¿Locura o disidencia? Un estudio sobre la locura femenina desde la ciencia psiquiátrica de finales de siglo

XIX y principios del XX. Tesis de maestría en Historia, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

BAZANT, M. (1985). Debate pedagógico durante el porfiriato.

México: El Caballito.

DE GARAY, A. (1905). Los Museos de Higiene. En: La Enseñanza Normal, agosto 22, pp. 234-236.

DE LA BRENA, L. (1901). Reflexiones sobre la inspección médica en las escuelas oficiales del Distrito Federal. En: La

Enseñanza Primaria, septiembre 1, pp. 69-70.

(1909). El aseo personal. En: La Enseñanza Primaria, julio 15, pp. 22-24. ESCARD, J. (1910). Higiene Escolar. Ventajas é inconvenientes de los diferentes sistemas de alumbrado. En: La Enseñanza Normal, enero a junio, pp. 236-241. FERNÁNDEZ, J. (1905). Plan de Estudios de la Escuela Normal de Profesores. En: La Enseñanza Normal, mayo 8, pp. 142-143.

LATAPÍ, E. (1910). Informe del Inspector Médico y Encargado del Departamento Antropométrico de la Escuela

Normal para Maestros. En: La Enseñanza Normal, enero a junio, pp. 52-54. PINEDA, C. (1907). ¿Natación o baño? En: La Enseñanza Primaria, agosto 15, pp. 59-62. SÁNCHEZ, J. (1902). La Inspección Médica y la higiene en la

Escuela. En: La Enseñanza Primaria, enero 15, pp. 211-212.

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