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Ana Buriano
Catarino Garza:
UN REVOLUCIONARIO ANTIPORFIRISTA EN LA FRONTERA MEXICANO-TEXANA
Ana Buriano
Partieron en la violencia Que parecía que volaban —¡Viva Catarino Garza! Ay, a grito abierto gritaban.1
Era la noche del martes 15 de septiembre de 1891. Pala-
cio Nacional vivía el ajetreo de la ceremonia. Don Porfi rio daría el grito en su 61 cumpleaños; un enorme banquete se serviría en la Alameda a los trescientos alcaldes de la República que se habían concentrado en la capital. Sin embargo, algunos signos de descontento regional impedían que el régimen gozara de tranquilidad en esos días mientras preparaba la segunda reelección del caudillo.2 En previsión de que los desafectos aprovecharan la ocasión de las fi estas patrias para insurreccionar, se habían movilizado cuerpos de ejército hacia el norte. Había antecedentes preocupantes. El año anterior, durante el verano de 1890, algunos rebeldes habían incursionado por la frontera de Laredo. Aunque el movimiento había sido pequeño, tímido y rápidamente conjurado, los cónsules seguían mandando informes alarmantes sobre lo que allí sucedía. Catarino Garza.

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pese a las precauciones, durante la madrugada del 15 al 16, Catarino Garza Tamaulipas, al frente de lo que, de manera algo grandilocuente, se denominaba Ejército Consticruzó el río Bravo desde Rio Grande City, tucionalista. Seguido por unos sesenta hombres Texas, e incursionó en Camargo y Ciudad Mier, bien montados y armados con Winchesters proclamó un Plan Revolucionario que proponía desconocer al gobierno de Díaz al que acusaba de traición a la patria, a la Constitución y al espíritu de la revolución de Tuxtepec al promover su reelección indefi nida. En los considerandos del Plan se le reclamaba al Porfi riato sembrar el
1 “Corrido de los Pronunciados”, en Garza Guajardo, En busca…, p. 51. 2 Katz, Por rio Díaz, pp. 11-22. Rebeliones de distinto tipo y fundamento tuvieron lugar entre 1891 y 1893 en Chihuahua,
Estado de México, Guerrero, Yucatán, Veracruz y la frontera mexicano-texana.
terror, exponer la soberanía nacional en compromisos con el extranjero y prepararse para entregar a Estados Unidos de América el territorio de la Baja California. Llamaba a todos los mexicanos a las armas para tomar la capital de la república y convocar entonces a un Congreso Constituyente que revisara la Carta de 1857, fi jara con fi rmeza el principio de no reelección, prohibiera elegir caudillos militares, diera autonomía a los estados e independencia a los municipios, quitara las trabas al comercio y la industria y deslindara los terrenos baldíos para repartirlos entre quienes se comprometieran a cultivarlos.3 Después de reprimidos los levantamientos lerdistas, por primera vez surgía un movimiento armado de visión nacional con el propósito de sustituir a Porfi rio Díaz en el poder. En su Plan Revolucionario estaban presentes los mismos principios que Francisco I. Madero esgrimiría diecinueve años después, cuando el 20 de noviembre de 1910 proclamó el Plan de San Luis.4
Periodista y fundador de sociedades mutuales para la defensa de sus connacionales
Catarino Erasmo Garza Rodríguez no había sido hombre de armas hasta entonces. Nacido en 1859, en Matamoros, Tamaulipas, en el seno de una familia de granjeros humildes, a los 18 años emigró a Brownsville en la otra orilla del río frente a su ciudad natal. Fue empleado de una casa de comercio que vendía botas, zapatos y provisiones según contó en una autobiografía titulada La lógica de los hechos.5 Desde el inicio de sus aventuras en Texas, sintió en carne propia y
3 Urbina, Revuelta, pp. 61-62. 4 Estos planes tenían como antecedente el publicado, en 1886, por el doctor Ignacio Martínez en el periódico El Mundo.
Young, Catarino…, p. 80. 5 Catarino Garza, “Lógica…” 6 Navarro Burciaga, “Catarino…”, pp. 66.
deploró el desprecio, la segregación y los malos tratos que sufrían sus paisanos de parte de la población angla. Apenas dos años después incursionó en el periodismo y en la organización de sociedades mutuales para la defensa de los trabajadores mexicanos migrantes. Así fundó, junto a León A. Obregón, el periódico El Bien Público y las Sociedades Juárez e Hidalgo dedicadas a la protección de sus connacionales. Volvió a México y durante un año vendió máquinas de coser Singer entre Tamaulipas y Nuevo León. Ya divorciado de su primera esposa, se instaló en Laredo, Texas, donde fue nombrado presidente de la Sociedad Unión Mexicana. Se trasladó luego a San Luis Missouri y enfrentó al cónsul de México en esta población por la defi ciente defensa que hacía de los mexicanos. Viajó a la ciudad de México y logró ser designado en sustitución del omiso, pero Díaz no ratifi có el nombramiento consular. En San Luis fundó la Revista Mexicana, pero muy pronto emigró a Eagle Pass, Texas, donde publicó El Comercio Mexicano. Desde estos periódicos criticó a la prensa estadounidense en una defensa acérrima y nacionalista de sus paisanos. Poco después vio la luz El Libre Pensador, que le daría fama de ferviente antiporfi rista, ya que se proclamaba como “semanario enemigo de los tiranos, partidario de la democracia y defensor de los intereses del pueblo.”6 Hacia 1887, el gobierno mexicano pidió su extradición y si bien no lo logró, pues lo defendían los estatutos de neutralidad que privaban en el país del norte, la imprenta de Garza fue confi scada. Trasladó entonces su residencia a Corpus Christi, también en Texas, y fundó el Club Político Mutualista con el fi n declarado de lograr el “mejoramiento social de los mexicanos y para encontrar la armonía entre ambas


razas”.7 Revitalizó la publicación de El Comercio Mexicano desde donde renovó sus ataques al gobierno de Díaz. Ante la persecución de que fue objeto, se refugió en Palito Blanco, Texas, en el condado de Duval, en el rancho de su suegro Alejandro González, con cuya hija, María Concepción, se había casado en segundas nupcias. La defensa férrea de sus paisanos le proporcionó mucho prestigio entre los mexicanos y mexicano-texanos al tiempo que le granjeó el odio de la población angla de la frontera. En 1888, un mexicano detenido en el condado de Starr fue asesinado por un inspector acompañante del sheriff, de nombre Víctor Sebree, pretextando que había querido fugarse. Catarino publicó un artículo virulento contra el asesino que le supuso una demanda en su contra por “libelo” es decir, por difamación. Luego los hechos ocurrieron casi como en los westerns. Garza estaba sentado en la puerta de una barbería en Rio Grande City cuando Sebree lo desafi ó a duelo desde el otro lado de la calle. Aunque el mexicano no aceptó el reto, Sebree sacó su pistola y lo hirió de gravedad. La agresión provocó una airada respuesta entre la población mexicana partidaria de Catarino. Un verdadero tumulto de ochenta hombres estuvo próximo a linchar a Sebree que salvó la vida refugiándose en el Fuerte Ringgold. Los partidarios de Garza buscaron apoyo en el cónsul mexicano de esa población, quien se desentendió del asunto y les dejó claro que la política del gobierno de México era evitar problemas con el vecino del norte y no se manifestó dispuesto a proteger a los mexicanos inmiscuidos en la política local. Al día siguiente, los disturbios se profundizaron y más de trescientos mexicanos amotinados manifestaron su apoyo al agredido y el repudio a una acción que fue tipifi cada como de odio racial. La

7 Garza Guajardo, “En busca…”, pp. 157-158. intensa confrontación entre ambas poblaciones fue recogida en un texto que parece haber sido escrito por Catarino para ser interpretado con la música del himno nacional mexicano:
Has probado asesino cobarde Que bandido lo fuiste y serás; Tus hazañas las haces alarde Las cometes y pronto te vas.
(coro) Mexicanos al grito de alarma Con presteza el garrote empuñad Y a trancazos matemos a Sebree,
Al instante; que al campo va a entrar. Crinolinas y nalgas postizas En lugar de muy buen pantalón Camisón en lugar de camisas Como prueba de tu gran valor.
Mexicanos Texanos; no olviden Las hazañas del Sebree campeón Es preciso que siempre se cuiden Del que siempre asesina a traición.8
La actividad de Catarino en las sociedades mutualistas lo había prestigiado y la inacción de los cónsules en defensa de los nacionales acentuaba las críticas al gobierno de Díaz.9 Una vez recuperado del atentado, Garza regresó a sus actividades periodísticas regulares y desde las páginas de El Comercio Mexicano llamó a sus paisanos a defender sus propios derechos, se mani-
8 “Estrofas dedicadas al bandido Sebree.” Texto recuperado entre los papeles y correspondencia que conservó la familia de
Garza. Encontrado y citado por Young, Catarino… p. 76. 9 Urbina, Revuelta, pp. 45-48.
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Fuerte Ringgold, Rio Grande City, 1886.
festó en contra de la política texana y criticó la “injusta guerra del 46 y 47”, declaraciones que lo hicieron merecedor de una orden de arresto en Texas.
Del tintero a las armas
jeros trajo consigo una bonanza comercial que se tradujo en el reconocimiento de Díaz como modernizador del país. Sin embargo, la prosperidad se agotó. El lado mexicano de la frontera empezó a sufrir una crisis que provenía tanto de una sequía persistente de cinco años (1888-1893) como de la desarticulación de los circuitos comerciales a partir de la imposición por parte de Aunque por causas diferentes, entonces, como la Unión de altos aranceles proteccionistas que, ahora, la frontera de Tamaulipas era un lugar como la tarifa McKinley de 1890, afectaban la peligroso que hervía en descontentos. Hacia me- zona libre.10 Los peones padecían los efectos de diados del siglo XIX se le recordaba como un estas medidas y de las malas cosechas. Migraestado dinámico y rico, benefi ciado por su po- ban al otro lado del Bravo para emplearse como sición fronteriza. En 1858 se había creado una jornaleros en las plantaciones de algodón o en “zona libre” que impulsó al comercio local e in- las fábricas texanas. Estas migraciones multicrementó la población a partir de una política plicaban los choques raciales que derivaban en de colonización. Un ejemplo de este desarrollo altercados y linchamientos. Del lado texano se regional fue la construcción de la red ferroviaria habían producido también cambios importanque conectó el centro del país con el sur de Estados Unidos. La inversión de capitales extran- 10 Duclós Salinas, Méjico… pp. 23-24.
tes. El cercado de las tierras las había valorizado y la ganadería extensiva había tocado fi n. Los terratenientes anglos realizaban fuertes inversiones y desplazaban a la antigua elite mexicano-texana que perdía sus ranchos en préstamos e hipotecas y debía subordinarse laboralmente a los nuevos propietarios.11
La imagen de paz y prosperidad que Díaz había logrado refractar hacia el exterior empezaba a dar signos de agotamiento y él no podía desconocer que la frontera era su talón de Aquiles. El régimen había enfrentado grandes difi cultades para lograr fi nalmente que la administración de Rutherford Hayes le diera su reconocimiento, en 1878. La principal objeción que Estados Unidos oponía tenía que ver con el bajo control que el Estado mexicano ejercía sobre su área fronteriza fi ltrada por tribus salvajes, abigeos, contrabando, bandidaje y migraciones.12 La política porfi riana estaba centrada en las inversiones extranjeras que fl uían desde el vecino del norte. En la última década del siglo el gobierno se proponía una reestructuración fi nanciera y la consolidación de la deuda. Por lo tanto, todo aquello que evidenciara inestabilidad13 y afectara su imagen en la región le provocaba pánico; particularmente las rebeliones en su contra, amplifi cadas en la voz de la prensa texana que, con cierto amarillismo, les daba gran resonancia.
Por esta razón, controlar la frontera era una necesidad urgente y vital para el régimen. Luego de su reelección en 1884, Díaz no vaciló en desplazar a los antiguos mandos militares de la región, viejos caciques convertidos en gobernadores, por hombres fi eles a su política centra-
11 Para un tratamiento más amplio de las condiciones de la región
Cfr. Navarro Burciaga, “Catarino”, pp. 63-64 y Fernández, “Rebelión”, pp. 192-200. 12 Case, “Frontera”, p. 432. 13 Urbina, Revuelta, p. 89. 14 Sobre Bernardo Reyes, Cfr. Duclós Salinas, Méjico, pp. 60-92.
lizadora. En el norte colocó un incondicional suyo, el general Bernardo Reyes, un hombre particularmente duro, en el cargo de gobernador de Nuevo León con el objeto de establecer un control represivo de la línea fronteriza más allá incluso de las de su propio estado.14 Porfi rio conocía cuán peligrosa era esa frontera. Allí se había refugiado históricamente la disidencia política mexicana de todos los regímenes anteriores. Desde ella habían actuado algunos liberales para promover la revolución de Ayutla, que fi nalizó con la renuncia de López de Santa Anna, y el propio Díaz había actuado desde Brownsville para armar y operar la revolución de Tuxtepec. Así que tenía muy clara la peligrosidad de las conspiraciones en esa zona y las facilidades que allí tenían las revoluciones para obtener armas y difusión. Nuevamente ahora los descontentos se concentraban allende el Bravo y se expresaban en una prensa contestataria.
La opinión pública era sin duda un importante campo de batalla y ésta se libraba desde la prensa antiporfi rista de la frontera, porque la libre difusión del pensamiento estaba negada en México desde que, en 1883, se reformara el artículo séptimo constitucional que garantizaba la libertad de prensa y se estableciera lo que popularmente se conoció como “Ley Mordaza.” Una fuerte persecución a los periodistas opositores se desató entonces y éstos se refugiaron en la frontera texana. Este periodismo opositor se benefi ciaba de que Texas poseía una proporción importante de texano-mexicanos, desde la separación, que preservaban su identidad, que ocupaban cargos en los gobiernos locales y evitaban que a los periodistas opositores se les consignara por el delito de “libelo”. Incluso los partidos trataban de seducir y buscar adeptos entre la población de origen mexicano. Por ejemplo,
en Bronsville existía el Partido Republicano Popular Mexico-Texano y el Demócrata MéxicoTexano, presididos por mexicanos de origen. Los dirigentes se acercaban a los migrantes recién llegados para convencerlos de votar por ellos a cambio de tramitar su ciudadanía y recomendarlos para algún trabajo que garantizara su estancia en el país.15
De estos contactos y protecciones se valía el periodismo contestatario antiporfi riano. A El Mundo, que publicaba Ignacio Martínez en Brownsville se sumó, en 1889, El Chinaco, de Paulino Martínez, en Laredo, y El Libre Pensador y El Comercio Mexicano, de Catarino Garza. También La Colonia Mexicana, periódico editado por Justo Cárdenas en Laredo, intervino en la campaña antiporfi rista.
Este combate desde las páginas de los periódicos transitó hacia el enfrentamiento armado una vez que en México se hicieron cambios constitucionales para permitir la reelección de Díaz. En 1890, el doctor Ignacio Martínez y Paulino Martínez promovieron y fi nanciaron entre la comunidad mexicano-texana la incursión que realizó por la frontera de Guerrero, Tamaulipas, un ex militar expulsado por Díaz, de nombre Francisco Ruiz Sandoval. El grupo de invasores apenas si penetró y regresó a nado en ropas menores por el Bravo tan pronto fue tiroteado por el ejército mexicano. Fueron detenidos en el condado de Webb por el regimiento de caballería del Fuerte McIntosh y entregados al jefe de policía de Laredo. Pese a los esfuerzos que hicieron Díaz y sus agentes para que los extraditaran o condenaran fueron juzgados y dejados en libertad por la corte de San Antonio, Texas. A pesar de su poca importancia, la revuelta de 1890 rindió muy buenos frutos propagandísticos del lado estadounidense y sirvió para afec-
15 Garza Guardado, En busca…, pp. 70-71. tar la imagen de solidez y paz que tanto propugnaba el Porfi riato.
El médico y general tamaulipeco Ignacio Martínez era un referente fundamental de la oposición mexicana en Texas. Antiguo juarista y lerdista, así como participante en la Revolución de Tuxtepec, era un hombre respetado y tenía muy buenas relaciones en el ejército. Martínez se desencantó con la política de Díaz y abandonó al régimen tan pronto Díaz manifestó afanes reeleccionistas. En 1886 apoyó una rebelión que estalló en Tamaulipas y, perseguido, se instaló en Brownsville y más tarde en Laredo para dedicarse al ejercicio de la medicina y el periodismo de oposición. A principios de 1891 se produjo un grave atentado en su contra. El doctor Martínez fue llamado a atender un enfermo, partió en su buggy y fue asesinado por la espalda por unos tiradores que huyeron hacia México. Los revolucionarios culparon del asesinato a sicarios enviados por Bernardo Reyes para deshacerse del opositor. Con la muerte de Martínez, Díaz y sus agentes en la frontera creyeron haber sofocado los movimientos.16 Por el contrario, la muerte violenta del prestigioso doctor motivó el estallido de la revolución de Catarino Garza, en contacto desde antes con los rebeldes de Laredo. Así lo explicó él:
Pocos meses después del asesinato del general Ignacio Martínez, el que esto escribe abandonó la pluma para empuñar la espada: selló con sangre lo que escribió con tinta.17
A partir del prestigio que Garza había alcanzado en su actividad de defensa de los paisanos migrantes, con el apoyo de rancheros, comercian-
16 Young, Catarino, pp. 92, 98. Catarino Garza acusó a Reyes del asesinato de Martínez, en su folleto, La era de Tuxtepec en
México, o sea, Rusia en América, publicado en 1894. Garza, En busca, pp. 267-268. 17 Ibid.
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Rangers texanos, Texas, 1887.


tes y jornaleros pobres de la frontera mexicanotexanos, con una cierta aquiescencia de sheriffs y marshals de origen latino y algunos contactos clandestinos en la frontera, que involucraban a generales y caudillos de la región relegados por Díaz, el periodista tamaulipeco realizó cuatro incursiones en territorio mexicano desde distintos puntos entre septiembre de 1891 y abril de 1892. Sus guerrillas continuaron combatiendo hasta principios de 1893 cuando Garza ya había escapado de la frontera. Los “catarinistas” o “pronunciados” como se les llamaba, lograron permanecer pocos días en territorio nacional. Aunque el movimiento encontró cierta acogida en las poblaciones norteñas disconformes, parece evidente que no logró reclutar tantas fuerzas como esperaba. En algún momento llegó a reunir varias partidas que conjuntaban mil hombres en armas. Tampoco se produjeron pronunciamientos abiertos de los antiguos y poderosos generales que dieron algún apoyo monetario clandestino.
Los “catarinistas” aplicaron una guerra irregular, fueron siempre batidos por el ejército mexicano y en todos los casos se replegaron por el río hacia Texas, donde se dispersaban, se reagrupaban y obtenían abastecimientos para nuevas invasiones. En realidad, Catarino encontraba mejores apoyos del lado texano que del mexicano. Sus hombres incursionaron en un amplio radio de la frontera que abarcó los estados de Tamaulipas y Nuevo León. La lucha fue encarnizada, como lo cuenta este corrido:

“Los Catarinos” de a caballo y los rurales también y las balas tumbaban hombres y a veces caballos también.18
18 Corrido “El Combate de las Tortillas”, citado en Young, Catarino, p. 119.
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Capitán Hughes, sentado, y rangers texanos.
Terror en la frontera 19
Los ejércitos de Díaz no perdieron tiempo en movilizarse para sofocar este brote, que si bien no ponía en peligro la suerte militar del régimen, afectaba su imagen. A la contención inicial que había hecho el general Emiliano Lojero, se sumaron las fuerzas del general Lorenzo García, y el terror se extendió por la frontera. La represión, los fusilamientos, las desapariciones y el espionaje fueron de tal intensidad que la población comenzó a abandonar sus pueblos y a refugiarse del lado texano. En este desborde represivo, el general García cometió varios errores. Fusiló y detuvo algunas personas de nacionalidad estadounidense y debió atenerse a las fuertes reclamaciones y ataques de la prensa del país del norte.
De todas maneras, tampoco del lado texano existían demasiadas garantías para los refugia-
19 Young, Catarino, p. 103. dos de la guerra. Los rangers texanos sentían un gran desprecio por los greasers, 20 y las persecuciones se incrementaron una vez que en su retirada hacia Texas los “catarinistas” debieron enfrentarse con el ejército estadounidense. Desde ese momento, el gobierno de Estados Unidos se aplicó a destruir la insurgencia fronteriza. Las tropas de los fuertes Ringgold y McIntosh se integraron a la represión y, ante las reclamaciones del gobierno mexicano que sospechaba del poco empeño de sus homólogos estadounidenses, se movilizó al ejército federal de la Unión. Los seguidores de Catarino debieron enfrentar así a contrincantes desproporcionados para la dimensión de su revuelta. Pese al alto nivel de persecución y la alta recompensa que Porfi rio ofreció por su cabeza, Garza no logró ser detenido. Decía el mayor Morris, comandante del Fuerte McIntosh en un informe del 7 de enero de 1892:
20 “Grasientos” llamaban a los mexicanos de origen.

De varias conversaciones con habitantes mexicanos en estos lugares, he llegado a la conclusión de que ninguna información relativa a los movimientos de Garza o de sus partidarios se pueden obtener. Aún no puedo determinar si son renuentes a dar informes por no querer o por no saber nada. Más bien me inclino a creer que aunque se dicen amigos de los Estados Unidos y enemigos de Garza, no desean proporcionar ninguna información, quizá por temor o porque secretamente sean simpatizantes de su causa.21

Tampoco el capitán John Bourke, pese a su larga experiencia de cazar indios en la frontera junto al general George Crook, obtuvo mayores resultados. “Todos estos malditos mexicanos son mentirosos”, dijo en su diario y, aunque se disfrazó y anduvo tomando y espiando por las cantinas, nada logró.22 Los garcistas se mimetizaban con el paisaje; los chaparrales y huizachales era su medio y los ranchos del condado de Duval su refugio seguro. Muchas veces los jefes militares estadounidenses estuvieron próximos a detenerlos, pero se escabullían en sus propias narices, al tiempo que el racismo predominante les impedía individualizar a los revolucionarios en medio de una población de piel oscura que a sus ojos los hacía a todos “iguales”. Sin embargo, las persecuciones se prolongaron varios meses después y afectaron a muchas familias.

En las redes del internacionalismo liberal
Garza, junto a su hermano, logró escapar de Texas disfrazado. Con un nombre falso llegó Nueva Orleáns y logró embarcar hacia Cayo Hueso. Perseguido constantemente por Estados Unidos y México, pero protegido por la masonería, se dirigió a La Habana, a Nassau, a Jamaica y logró establecerse fi nalmente en Costa Rica, en un enclave bananero en la Costa Atlántica cercano a Puerto Limón. Allí se refugió bajo el pseudónimo de Erasmo González Betancourt para no ser reconocido. Pese a la copiosa correspondencia que dirigió a su esposa, suegro y cuñados, no logró recomponer la vida familiar en el exilio. La revolución había supuesto la ruina de los González y ellos jamás proporcionaron los recursos necesarios para que la esposa y su hijita lo alcanzaran en Costa Rica. Garza escribió ahí, en 1894, un folleto contra Porfi rio titulado La era de Tuxtepec o sea Rusia en América, donde comparó el régimen con la autocracia zarista. Pronto tomó contacto con el liberalismo centro y sudamericano. Según contó a su esposa, fue
21 Celso Garza, En busca, p. 234. 22 Arango Loboguerrero, “Catarino”, p. 10 Palito Blanco Por qué no quieres contar A dónde fue Catarino Después que se rebeló.
Ya nadie quiere saber En el Condado de Duval Si por aquí pasó Catarino De vuelta a revolucionar.
Sólo cenizas quedaron En los montes y barrancos Monturas, cartucheras y cartuchos Guardados para otras “piscas”.
A dónde fue Catarino Con sus planes pronunciados Con su lucha insurgente Por el mexicoamericano.23
23 Corrido “Versos de despedida” en Garza Guajardo, En busca, p. 53.
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Capitán John Bourke.
agasajado en una cena por los prohombres del liberalismo nicaragüense, salvadoreño, ecuatoriano y costarricense que estaban emocionados y “tenían hambre de conocer al mexicano que es enemigo de los yankees.”24
A través de estos contactos obtuvo el nombramiento de comandante de policía de la plaza de Puerto Limón. Sin embargo, el gobierno de Costa Rica pidió los antecedentes a México y el secretario de Relaciones Exteriores hizo llegar el extenso expediente que Garza había acumulado en sus andanzas revolucionarias. Si bien su extradición fue solicitada, ella no se concretó, pero Catarino debió abandonar el empleo.
Garza había descubierto la existencia del liberalismo continental y, según se desprende de la correspondencia que sostuvo con su esposa, había comenzado a fundir su nacionalismo en estos ámbitos de la solidaridad latinoamericana.25 El exilio unía a generales y coroneles de muchas derrotas nacionales que soñaban revertirlas y sublimarlas en la inscripción internacional de sus luchas. Sobre Costa Rica convergían muchos liberales. Allí Garza conoció al independentista cubano Antonio Maceo; Eloy Alfaro lo invitó a participar en su lucha por Ecuador, mientras la independencia de Cuba les atraía a ambos sobremanera. Este grupo pensaba que la acción solidaria de los liberales centro y sudamericanos les permitiría lograr la independencia de Cuba, extender el liberalismo en Centro y Sudamérica y generar, por la vía de la unifi cación de Colombia, un gran corredor liberal que abarcara desde la América Andina hasta México.
Cercado por los gobiernos mexicano y estadounidense que habían pedido su extradición, alejado de su familia, Garza entró en comunión con el liberalismo colombiano, en especial con el liberal radical Avelino Rosas. Se plegó a una fallida revolución que intentaron los liberales colombianos en 1895, antes de la Guerra de los Mil Días. Armó y dirigió una expedición hacia el istmo de Panamá y murió en combate, el 8 de marzo de ese año en Bocas del Toro.26
Aun después de muerto, el fantasma de Catarino siguió combatiendo en todos aquellos lugares donde el liberalismo luchaba. Así ocurrió en la guerra de independencia de Cuba. El ministro de los Estados Unidos Mexicanos en La Habana, Andrés Clemente Vázquez, informaba, en octubre de 1895 al secretario de Relaciones Exteriores, que corría con fuerza la noticia de que “el mexicano” con una partida estaba en el potrero Vaquería, en el centro de la isla y que el Diario de la Marina publicaba una nota de Santa Clara con un informe del comandante segundo del Batallón de Canarias que afi rmaba haber batido en Cienfuegos al “mexicano” y haberle herido hombres y capturado pertrechos. Ade-
24 Carta de Catarino Garza a Concepción G. de Garza, Puerto
Limón, enero 31 de 1894 en Garza Guajardo, En busca, p. 283. 25 Garza Guajardo, En busca, 277-298. 26 Cfr. Young, Catarino, 293-302.
más, un joven compatriota de apellido Marín le había asegurado que Garza no había muerto en Panamá y que después del combate en la frontera con Costa Rica invadió Ecuador junto con Eloy Alfaro, el líder ya triunfante de la revolución liberal. El ministro hacía notar que Garza gozaba de admiración en Cuba donde se decía que “el mexicano” era muy valiente, muy hábil y extraordinariamente audaz,27 elogio que habría llenado de orgullo a Catarino si acaso lo hubiera podido escuchar.
Conclusión
Parece incuestionable que el movimiento de Catarino Garza, aunque inscrito en una serie de descontentos regionales, fue uno de los primeros desafíos armados al régimen de Porfi rio. Pese al fracaso y la debilidad, la rebelión tuvo una gran repercusión en la prensa y logró afectar la imagen de paz, modernidad y progreso que el Porfi riato pretendía refl ejar hacia el exterior. A fi nes del siglo XIX la frontera mexicanotexana era un lugar confl ictivo y peligroso, que además de desafectos a Díaz albergaba un intenso enfrentamiento de carácter étnico entre los mexicano-texanos, los migrantes recientes y la población angla. El nacionalismo y antiestadounentismo de Garza y su oposición a Díaz confl uyeron para detonar el intento revolucionario que tuvo una proyección nacional y un innegable parentesco con lo que ocurriría dos décadas después, cuando Madero proclamara el Plan de San Luis, cuyas reivindicaciones serían muy parecidas a aquellas que en 1891 llevaron a que Catarino Garza se levantara en armas. Corresponde recordarlo en este centenario.
27 Vázquez a Ignacio Mariscal, La Habana, 16 de octubre de 1895. Reproducción facsimilar en Garza Guajardo, En busca, sin numerar entre 295-296.
Bibliografía citada: ARANGO Loboguerrero, Leónidas, “Catarino Garza: un mexicano en la guerra civil colombiana de 1895”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 38, núm. 1, enero-junio 2009, Universidad Nacional de Colombia, pp. 251-282. CASE, Robert, “La frontera texana y los movimientos de insurrección en México 1850-1900”, en Historia
Mexicana, vol. 30, núm. 3, enero-marzo 198, pp. 415-452. DUCLÓS Salinas, Adolfo, Méjico pacifi cado; el progreso de
Méjico y los hombres que lo gobiernan. Porfi rio Díaz-
Bernardo Reyes, Imprenta de Huges y CA, St. Louis,
Mo., 1904. FERNÁNDEZ de Castro, Patricia, “La rebelión catarinista”, en J. M. Valenzuela, coord., Entre la magia y la historia: tradiciones; mitos y leyendas en la frontera, Tijuana, Baja California, Colegio de la Frontera Norte, 2000, pp. 175-214. GARZA, Catarino, “La lógica de los hechos, o sea observaciones sobre las circunstancias de los mexicanos en Texas, de 1877 hasta 1889”, en Garza Guajardo,
Celso, En busca de Catarino Garza, Universidad Autónoma de Nuevo León, Centro de Información de
Historia Regional, Monterrey, 1989, pp. 61-206. GARZA Guajardo, Celso, En busca de Catarino Garza, Universidad Autónoma de Nuevo León, Centro de Información de Historia Regional, Monterrey, 1989. KATZ, Friedrich (coord.), Porfi rio Díaz frente al descontento popular regional, 1891-1893: antología documental, Universidad Iberoamericana, México, 1986. NAVARRO Burciaga J. L, “Catarino Garza, periodista opositor a Porfi rio Díaz en Tamaulipas”, en Friedrich Katz (coord.), Porfi rio Díaz frente al descontento popular regional, 1891-1893: antología documental,
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