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Aprendamos a ver cine VI
Y ARTESANOS
UN SEÑOR DE BIGOTE Y SOMBRERO
Luis Ignacio de la Peña
Charles Spencer Chaplin, Charlie para casi todos, nació en Londres en 1889. Sus padres eran actores y cantantes. Pronto tuvo contacto con las tablas y empezó a adquirir experiencia, presionado además por la temprana muerte de sus padres. Chaplin se ganó una amplia reputación como bailarín y comediante de vodevil, por lo que en 1910 decidió probar suerte en Estados Unidos en una gira de la Fred Karno Repertoire Company. Sus rutinas encantaron al público estadounidense y cuando la compañía regresó al continente americano, en 1912, Chaplin recibió una oferta para trabajar en el cine.
así, para 1913 Chaplin ya estaba integrado en la compañía de Mack Sennett, y dió la construcción de sus propios estudios y en 1918 estableció un contrato de distribución con su éxito fue arrasador. En 1915 pasó a ser parte First National Exhibitors’ Circuit, cuyo primer de la compañía Essanay, y en 1916 se integró a producto fue Vida de perro. A ésta siguió Armas al Mutual, donde realizó algunos de sus mejores hombro, que fue un enorme éxito de taquilla y de cortometrajes (El bombero, La casa de empeño, La público. En 1919 se asoció con Mary Pickford, calle de la paz, El inmigrante, entre otras) Douglas Fairbanks y D. W. Griffi th para fundar
Chaplin, que prácticamente aprendió a hacer United Artists; sin embargo, primero tuvo que todo lo necesario para realizar una película (lo terminar su contrato con First Nacional, que llemismo actuaba, que dirigía, escribía los guio- gó a su fi n en 1921 con el largometraje El chico, nes, componía la música de acompañamiento o una indiscutible obra maestra. producía), percibió que si deseaba controlar el Antes de asumir plenamente su trabajo en resultado de su trabajo debía independizarse. United Artists, Chaplin se tomó unas largas Al fi nalizar su contrato con Mutual, empren- vacaciones. En 1923 regresó y ya sólo realizó
Escena de El chico (The kid), de 1921.
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Paulette Goddard y Charles Chaplin fi lmando una escena para la película Tiempos modernos (Les temps modernes), de 1936.
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El gran dictador (The great dictator), de 1940.
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Famosa escena del baile de los panecillos en La quimera de oro (The gold rush), de 1925.

largometrajes. Su primera obra para UA fue una película en la que apenas aparece (como un portero en una estación de tren) y no es una comedia, sino un melodrama: Una mujer de París. La recepción de la crítica fue favorable, no así la del público. Sin embargo, La quimera del oro (1925), su siguiente realización, se convirtió desde el momento mismo de su estreno en un clásico instantáneo. Y buenas razones había (y hay) para ello. En 1927, con The jazz singer, el cine sonoro se estableció sin vuelta de hoja. Sin embargo, Chaplin persistió en la realización de películas mudas: El circo (1928), Luces de la ciudad (1931) y Tiempos modernos (1936), otra obra maestra incuestionable en la que aparece por última vez el personaje que Chaplin había creado desde sus tiempos con Mack Sennett. ¿Cómo surgió este personaje al que suele llamarse “el vagabundo” (Charlot en España, Carlitos en Argentina), que fue en gran medida la marca de fábrica de Chaplin y cuyo boceto ya aparece en el segundo corto en el que actuó? Si atendemos a sus propias palabras, el comediante buscó que el personaje encarnara toda una serie de contradicciones, por eso recurrió en parte a los atuendos de algunos de sus colegas de entonces: los pantalones del gordo Fatty Arbuckle, que le venían sumamente aguados, el saco de cola de Chester Conklin, que le quedaba chico, los grandes zapatones de Ford Sterling (uno de los Keystone cops) puestos al revés para que no se le salieran, a lo que él añadió el bigote (porque Sennett quería que se viera con mayor edad de la que tenía), el bombín de tamaño menor al adecuado y el bastón de caña. La apariencia lograda sin duda es impresionante, pero se volvió memorable gracias a la habilidad física e histriónica de Chaplin. Pronto demostró
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La casa de empeño (The Pawnshop), de 1916.

que sus dotes de comediante no dependían de las múltiples avalanchas de calamidades de las comedias típicas de Sennett, que el personaje que encarnaba podía tener más miga y refl ejar y provocar más sensaciones y sentimientos que la risa fácil. Desde su óptica, una situación cómica no necesariamente se derivaba de la acción a un ritmo enloquecido, como bien puede verse por ejemplo en la escena de La casa de empeño en la que con gestos fi ngidos de experto destripa un reloj y luego lo rechaza como posible prenda; al mismo tiempo, el personaje no es sólo un bufón, sino alguien que se ve inmerso en situaciones complejas derivadas de condiciones sociales, económicas, históricas y, por supuesto, sentimentales. Además, puede decirse que uno de los ingredientes de su éxito reside en que el personaje refl ejaba en buena medida la oleada de personas (muchas de ellos inmigrantes) que en esos años buscaban algún modo de vida en el entorno de Estados Unidos, sus aspiraciones (logradas por lo general a medias, si algo lograban), su enfrentarse a la vida a trompadas si hacía falta, su búsqueda de calor humano, de comprensión.
En términos cinematográfi cos, las películas de Chaplin no recurren a deslumbrantes estilizaciones visuales o puestas en escena barrocas (salvo en pocas excepciones). No hay en ellas la pirotecnia asombrosa de las obras de Buster Keaton, pero todo cae en su lugar preciso, tiene el encuadre adecuado, el ritmo necesario para expresar con fl uidez lo que deseaba. Su método de trabajo era antieconómico y prácticamente nadie más podía darse esos lujos (ganados al ser él mismo el productor), que lo llevaron a emplear hasta año y medio en la realización de una película. Casi nunca tenía un guión armado, sino una serie de situaciones que se iban desarrollando frente a la cámara y se aderezaban con lo que
la improvisación aportara. Esto exigía repetir tomas muchas veces y, en ocasiones, rehacerlas para que embonaran mejor en el resultado fi nal. Pero ese resultado fi nal, justamente, estaba al borde de lo inmejorable, era efi ciente y se veía benefi ciado por un aire de “naturalidad” que quizá no se hubiera obtenido de otra manera.
Tal vez a uno no le gusten por completo algunas de las películas de Chaplin, pero como sucede en el caso de Alfred Hitchcock, siempre habrá una o dos escenas frente a la cuales no se puede hacer otra cosa que reconocer el genio y la astucia del creador cinematográfi co. El sentimentalismo al que recurre puede resultar espeso y empalagoso, imposible negarlo, pero también está presente y muy evidente la actitud de enfrentamiento ante las irracionalidades del poder, del dinero y de las condiciones sociales, sus pullas y señalamientos irónicos, su toma de partido. A pesar de su carga de buenos sentimientos, el personaje del vagabundo no es “bueno” desde un punto de vista convencional y moralista, es un pícaro que no duda en disfrazarse de predicador (en El peregrino) o llegar a un acuerdo con el hijo adoptivo para que éste destroce ventanas a pedradas y cree el ambiente óptimo para el trabajo de vidriero del padre (en El chico).
Si se quisiera hacer un rápido recuento de algunas de las secuencias más memorables de las películas de Chaplin, aparte de la mencionada de La casa de empeño, yo señalaría las siguientes (aunque la lista, para ser justo, tendría que ser muchísimo más larga): • La llegada a Nueva York en El inmigrante, en la que los personajes, luego del letrerito
“Y llegaron a la tierra de la libertad”, observan la consabida estatua y, acto seguido, son cercados con una cuerda por los agentes de inmigración. En esa misma película es estupenda la escena de la comida en el barco. • En La quimera del oro todos recuerdan las escenas del baile de los panecillos y la comida con un zapato como plato principal, pero también destacan la cabaña arrastrada por el viento y al borde del precipicio, los delirios del hambre y la irrupción del oso. • En Luces de la ciudad tenemos la escena del barrendero que por evitar la calle con caballos se desvía otra, que han ensuciado los animales de un circo, así como el concurso de boxeo.

• En Tiempo modernos vemos la máquina que alimenta al obrero y la que se alimenta con el obrero, el patinaje en la tienda de departamentos y la sensacional secuencia en la que el personaje recoge la bandera roja caída de un camión de carga y termina encabezando una manifestación.
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Charles Chaplin.
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Charles Chaplin en Monsieur Verdoux, de 1947.
• Por último One AM (creo que se llamó en español El noctámbulo), un garbanzo de libra, una defi nitiva muestra de virtuosismo en la que Chaplin, solo y su alma, interpreta a un borracho que trata de entrar a su casa y luego subir una escalera. No hay un solo segundo de desperdicio en este maravilloso corto de veinte minutos en los que lucha con las llaves, la cerradura, los escalones, un perchero, una alfombra de piel de tigre, un reloj de pared y, claro, una cama empotrada.
El cine hablado no fue el mejor medio para Chaplin, aunque tanto El gran dictador (1940) como Monsieur Verdoux (1947) tienen interés. A la primera se le ha reprochado hacer una comedia del nazismo y la situación judía, pero cuando se realizó aún no salían a luz muchas las atrocidades que se estaban cometiendo (Chaplin mismo afi rmó que de haberlas conocido no habría hecho la película). La segunda es un extraordinario, memorable y muy bien construido retrato de un asesino basado en Landrú, lleno de refl exiones y guiños que ponen en entredicho la moral y la hipocresía de las costumbres y que por supuesto escandalizó a las buenas conciencias.
Luego de vivir durante 40 años en Estados Unidos, rodeado de escándalos por sus relaciones sentimentales y más tarde puesto en la mira de la persecución política del macartismo, Chaplin abandonó ese país y se estableció en Suiza, donde murió en 1977.