Extracto de X y el círculo mágico

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X y el Círculo... Mágico



X y el CĂ­rculo... MĂĄgico

M. C. Hito

Ilustraciones: David Conde


© ©

Mª Concepción Hito Ortega Ediciones Aljibe, S. L., 2012 Tlf.: 952 71 43 95 Fax: 952 71 43 42 Canteros 3 y 5 –29300– Archidona (Málaga) e–mail: aljibe@edicionesaljibe.com www.edicionesaljibe.com

I.S.B.N.: 978-84-9700-752-8 Depósito legal: MA 2522-2012 Diseño y maquetación: José Luis Solís Ilustraciones (interior y cubierta): David Conde Ilustración de cubierta (fondo): © Eugene Ivanov Imprime: Imagraf. Málaga.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


Dedicatoria

P

ara el Instituto Eugeni d’Ors de Vilafranca del Penedès y sus alumnos, por las horas compartidas con cuentos matemáticos.



Agradecimientos

A

Ediciones Aljibe, por contar conmigo para este bonito y emocionante proyecto. A Pere Martí i Bertran, Eugenia Torres, Eduard Barrobés, Aurora Aurensanz, Ángeles Méndez y a todos los que, de una manera u otra, han coloborado con el blog de contesmatematics por su inestimable ayuda. A la librería L’Odissea, y a Quim Jubert, por su apoyo y colaboración en el concurso de cuentos matemáticos.

Y, por supuesto, a mi familia, por acompañarme en la gran aventura de escribir siendo mis primeros lectores



Parte 1

H

ubo una vez un niño que cayó en un círculo...

—¡Un momento, un momento, narradora! Querrás decir que cayó en un pozo o en un agujero... —No, no y no. Quise decir lo que he dicho: hubo una vez un niño que cayó en un círculo... —¿Y cómo es eso posible? —Mira que llegas a ser pesado; si no dejas de interrumpir no podré explicar la historia. —Está bien...Ya te dejo... —Bien, allá voy por tercera vez: hubo una vez un niño que cayó en un círculo, en la figura geométrica que sale en todos los libros de geometría, la misma mañana que su maestra se empeñaba en describirlo una y otra vez en la pizarra: con dibujos pequeños o grandes, ya fueran exteriores o interiores, círculos tocándose en uno o dos puntos, o concéntricos, o de mil y un colores. Pero no dejaban de ser... los aburridos círculos de matemáticas. —¡Eh! ¡Eh! ¿No iremos a hacer ahora una clase de matemáticas? —¡Vaya! ¡Ya has vuelto! Pues no exactamente. —¿Qué quieres decir con eso? —Que me dejes seguir y ya lo verás. —Fue entonces cuando el niño en cuestión –llamémosle X– se cayó por uno de los círculos que había dibujado su maestra. 9


—¡Anda! ¡Qué tontería! Un niño que se llama X y que se cae por un círculo de la pizarra; narradora, me parece que te estás pasando. —Mira, ésta es la última vez que te lo explico, que sino no va a tener gracia: al niño lo llamo X porque el nombre lo desconozco (no me lo dijeron cuando me explicaron la historia) y se cayó por el círculo con la mente, de tanto mirarlo fijamente. —Hum... No sé, no me convence mucho, pero continúa, a ver si le pasa algo interesante dentro del círculo. —Muchas gracias. —De nada. —Ejem... Se cayó por el círculo y X, al principio, no se dio cuenta de lo que había ocurrido, estaba francamente absorto en sus pensamientos. Pero pronto advirtió que se encontraba en un túnel cilíndrico, prácticamente a oscuras y sin rastro de su maestra. Fue entonces cuando le invadió el pánico y quiso dar marcha atrás pero, justo en ese momento, el túnel se transformó en un tobogán (cilíndrico, por supuesto) y X se deslizó rodando tobogán abajo. Intentó girarse en su caída y agarrarse con las uñas al suelo –aunque, en ese momento, no tenía muy claro qué era el suelo y qué el techo– pero una fuerte sacudida le impidió hacerlo y lo tiró con más fuerza hacia abajo. X perdió la noción del tiempo mientras estuvo descendiendo, temiendo que el golpe al pararse fuera terrible. Pero, más bien, fue todo lo contrario porque cayó en un mullido lecho. Estaba todo bastante oscuro y el suelo, aunque suave, era considerablemente irregular. Había una tenue luz al final de una especie de pasillo. Al acercarse vio que del suelo sobresalían cosas bien extrañas: como por ejemplo un igual (por el que sintió, inmediatamente, un especial cariño), un –1, una especie de espiral, un quebrado (que además emitía un suave pero angustioso quejido) y muchos elementos más. Al llegar al foco de luz observó que el lugar no era otra cosa que una prolongación del túnel por el que había entrado, iluminado por una lamparilla situada sobre una vetusta mesa. Estaba ésta llena de pergaminos que leía 10


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meticulosamente una mujer vestida a la antigua usanza romana. X estaba verdaderamente asombrado. La mujer levantó la cabeza y se le quedó mirando largo rato, lo que incomodó mucho a X. Él, estupefacto, no se atrevió a hablar. Por fin, ella dijo: —Hola, bienvenido –continuó–. Soy Hipatia. Te estaba esperando. X no daba crédito a sus oídos. —¿Me esperaba a mí? –dijo saliendo de su estupor, mientras volvía la cabeza hacia atrás y miraba si, por casualidad, había alguna otra persona detrás suyo a quien aquellas palabras fuesen dirigidas. —Sí, a ti –corroboró–. No veo a nadie más. X la observó fijamente. «Hipatia. ¡Qué nombre más raro!», pensó, le sonaba a una enfermedad del hígado. Pero no se lo comentó, por si acaso. Ella continuó hablando. —Espero a todos los que se extravían cuando se adentran en el mundo de las matemáticas. —¡Ah! –exclamó. Aunque, en realidad, la aclaración no le había servido de mucho. Si la cara es el espejo del alma, Hipatia vio la incomprensión dibujada en el rostro de X. —Creo que mi explicación no te ha servido de mucho. —Más bien –concedió él. Hipatia se levantó y se le acercó. Era una mujer muy hermosa, con un aura imposible de ocultar. X le llegaba, aproximadamente, a la altura del cuello. —Se te ve un muchacho inteligente, pero creo saber que las matemáticas no te gustan mucho. —Más bien me aburren –afirmó él–. No tienen nada que ver con la realidad. 12


Hipatia le miró, muy seria. —Creo que te equivocas –le dijo lentamente, casi arrastrando las palabras–. Si tus antepasados hubieran opinado lo mismo que tú, quizás aún vivirías en una cueva. X se ofendió muchísimo y respondió, con un tono bastante desagradable: —Vamos a ver... pero usted, exactamente, ¿quién es? La mujer sonrió con la clara intención de poner paz. —Ya te lo he dicho. Soy Hipatia –su cara se ensombreció al continuar explicando–. Para que sepas algo sobre mí, te diré que las matemáticas me eran muy queridas; tanto como cierta biblioteca. Desgraciadamente, en la época que me tocó vivir, mucha gente pensaba igual o peor que tú sobre la ciencia y la cultura y algunos lo padecimos directamente –había cerrado los ojos; parecía evocar así aquellos otros tiempos. Los volvió a abrir–. Otros, más tarde, como mi buen Galileo, también tomaron de esa amarga medicina. Su mirada se había vuelto dura, casi acusatoria. X se defendió. —¡Eh! ¡Que yo no he matado a nadie! Ella sonrió, lacónica. —Lo siento –dijo con suavidad–. Debes perdonarme, a veces me exalto un poco. —Entonces, ¿es usted un fantasma? Hipatia le cogió de la mano. Era una mano real, aunque un poco fría. —Soy una especie de guardiana –le contestó–. Y me gustaría enseñarte algo. Entonces, Hipatia soltó su mano y caminó lentamente hacia la mesa. X permaneció donde estaba mientras ella cogía un pergamino y regresaba junto a él para mostrárselo. X lo miró pero no entendió nada: estaba lleno de símbolos y dibujos; todos le eran muy familiares pero no recordaba por qué y así se lo hizo saber. 13


—Veo que el gusano está iniciando el proceso de borrado –observó, en voz baja, Hipatia. X enfureció al oír aquel comentario. —¡Oye! –contestó– ¡No me insultes! Ella reaccionó rápidamente, diciendo: —Perdona, no te llamaba gusano a ti. Estaba hablando conmigo misma. X se la volvió a mirar. Parecía bastante preocupada. —Yo también lo siento –le aseguró–. Pero, ¿qué es eso del gusano, y que está borrando? Hipatia cogió a X, nuevamente, de la mano y le llevó hasta la mesa. Allí había dos sillas y le indicó que se sentara en una mientras ella ocupaba la otra. —Hace ya tiempo que estoy realizando mapas de estos túneles. De las formas, figuras y elementos en general que hay por todas partes, porque has de saber que... estás dentro de tu gusano borrador de las matemáticas –le comentó mientras le mostraba los mapas. Él arqueó las cejas. —¿Mi gusano qué? –dijo perplejo. Estaba realmente alucinado. Ella ignoró el desconcierto del muchacho para seguirle explicando: —Cada vez que una niña o un niño empiezan a andar por el mundo de las matemáticas, nace su gusano borrador. Mientras el niño o la niña disfrutan, se divierten y aprenden en ese mundo, el gusano borrador no tiene nada que hacer. Pero en el momento que empiezan a pensar, como has hecho tú, que son aburridas, que no tienen nada que ver con la realidad, que sólo sirven para amargar a la gente y muchas otras cosas más nada amables, entonces, el gusano borrador empieza su trabajo. Come sin descanso cada conocimiento matemático que no nos importa, cada elemento que nos aburre y desconcierta y, poco a poco, su poder se va haciendo tan grande que –X estaba tan interesado en el relato que realmente olvidó que las matemáticas le importaban un pimiento–... podría acabar con los conocimientos de todos nosotros y las matemáticas se perderían irremediablemente. 14


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