Es tentador ver en “De Nombre Ninguno” un producto de la disonancia cognitiva que Edgardo Ovando debió haber sentido por la desconexión, producida, entre la aparente realidad de un país cuya imagen pública, supuestamente, "alegre", de post dictadura se hacía disonante, en su fuero interno, con los primeros años del retorno a la democracia. A raíz de esa vibración disonante es que, nunca tendremos una comprensión real de las, invisibles, personas que está detrás de este texto. Nunca llegamos a verlos y entenderlos completamente y viceversa. Si no que, se encuentran y nos encontramos a oscuras, y, en algunos casos, son/somos las sombras mismas de las sombras. Estos personajes, se nos presentan, descifrando sus ocultos enigmas de existencia: Seres abandonados, desechos de la sociedad, profundamente misteriosos y, al mismo tiempo, comunes y corrientes. Todo pareciera que no es más que una ilusión inserta en una realidad que nadie desea ver. El autor lleno de pasión, se sumerge en ellos, co